Mi Esposo El Ogro.
Meses después...
Abre los ojos al escuchar el sonido del despertador baja un pie y luego el otro. Hace una semana ha empezado clases, estaba emocionada por eso y aún lo está. Como lo imaginó estudia en las noches, su jefe le da en algunas horas del día para estudiar y pasear a rayo. El sueño de su abuelo y el suyo se hará realidad, eso debería ser suficiente para soportar al "Niño Johnny". Repite su nombre susurrando y meneando la cabeza a lado y lado molesta.
Cada día es más evidente lo diferente que son y lo imposible que resultará cumplirle a la señora su última palabra. Entra al baño se asea y mira la hora, las seis de la mañana, hora de pasear a Rayo. Oliver y Remy, le ayudan en el despertar del Ogro. Le da oportunidad de sacar a rayo y prepararle al regresar, el desayuno, al señorito no le gusta que otro le prepare la comida, solo ella.
Sale a la sala en búsqueda de su mascota con la correa en las manos. Ha tomado la costumbre de dormir en la terraza de la casa y acercase al señor. Por fortuna, a este no parece importarle y hasta en algunos momentos lo ha visto acariciarle.
—Rayo, es hora —susurra buscándolo en todos lados.
No hay señales de él en todo el lujoso lugar, entra a la cocina y se encuentra con Remy quien prepara el desayuno. Una vez la ve sonríe y dos hoyuelos se dibujan en la comisura de sus labios.
—Oliver pasea a rayo —habla en voz baja.
—¿Con que correa? —pregunta mostrándosela.
—El señor le compró una, —responde sin despegar los ojos de la hornilla —deberías echar un vistazo a la terraza.
Cruza la estancia con pasos lentos no tiene que llegar muy lejos para verla. Una casa del tamaño de su mascota, con un cómodo cojín en su interior. Al lado hay un mueble, una pelota, un hueso de hule y dos tazones, uno con agua y el otro con comida. Regresa rápidamente sobre sus pies y Remy quien la ve mientras lanza huevos a la sartén ríe divertida al ver su rostro sorprendido.
—Fue anoche, salió con él y chófer trajeron todo eso.
¿Quién lo diría? Remy sigue con su labor sin perder la concentración. El señor no se ha despertado le comenta y ella guarda silencio. Tiene cita con el terapeuta, está dispuesto a ir, pero a decirle que es un fraude. Él no cree que su estado sea psicológico y asegura solo le robaron el dinero.
—Se que no te gusta lidiarlo, pero Oliver no lo soporta hoy —es su trabajo, piensa desganada —fue tajante en decir que necesitaba verte.
Que le tenga cariño a su mascota en nada afecta el trato con ella. Llega al pie de su habitación y toca vacías veces, sin resultados. No le gusta estar cerca suyo con poca ropa, su cuerpo reacciona de una manera extraña siente ganas de vomitar porque su olor le resulta extraño.
—Señor Rov, voy a entrar —habla y empuja la puerta. —buenos días señor —saluda a la figura sentada ya en la silla frente al espejo.
Admira la destreza con la que se baja de la cama e ingresa a la silla, si fuera una persona accesible le preguntaría el porqué. Siendo como es no desea ser insultada. Al llegar a él ya trae puesto el pantalón, sin zapatos o camisa. Gesto que agradece, aunque seria mejor si tuviera su dorso cubierto.
No le responde el saludo y se limita a ver hacia otro lado mientras ella se arrodilla y lo calza.
—Tenemos que ir antes a un lugar.
—Cómo diga —responde lo más frío que encuentra —¿A qué hora es la reunión?
—La camisa —ordena y da un salto su voz sale más violenta que de costumbre —¿Por qué tienes planes? —pregunta luego de una pausa en la que obedece sin hacer comentarios.
—Necesito comprar unas cosas señor y pensé... —bufa internamente inspira fuerte y sigue — Creí que tenía tiempo de hacerlo antes —ella no se toma el trabajo de verlo, ella puede jugar el mismo juego que él, se repite internamente.
Se limita a obedecer sus órdenes sin mirarle y mantiene la distancia en todo momento. Le resulta repulsivo desde la ves que esa mujer le hizo aquello delante de ella. Busca dentro de su closet y saca la camisa azul, que suele usar con ese pantalón. Se la deja con cuidado en la cama cerca suyo y va por el saco.
Su ropa es en tonos oscuros la gran mayoría, lo único que varía es en las camisas, que suele exigir ordenarlas por orden de colores. Así las cosas, su extenso guardarropa empieza en blanco, beige, y acaba en negro.
Es relajante a la vista, pero un poco perturbador su orden.
Abre el cajón de las corbatas y su mente empieza a recordar cual usó la última vez, escoge dos de ellas y regresa a su lado. Las extiende en su dirección y él retira una de sus manos sin decirle nada.
—¿No vas a preguntar dónde es?
—Se donde es, —aclara —o por lo menos lo imagino.
—Lo dudo, —le dice con suficiencia acomodándose la corbata en su cuello —estamos casados por cinco largos años y antes que me acuses de cualquier estupidez... Mi abuela hizo los tramites.
Su silencio lo obliga a buscarla y la encuentra acomodando la ropa dejada por Remy la noche anterior. No hace contacto visual con él desde ese día y tiene un comportamiento distante en todo momento.
—¿Y bien? —la insta a responder.
—Sigo siendo su empleada, lo que diga ese contrato no me importa siempre que usted cumpla —su astuta repuesta le molesta, pero se niega a que se dé cuenta.
—La cita es en tres horas, asegúrate de ir vestida de forma adecuada, no como mi empleada o campesina —ordena y ella sigue doblando la ropa. —Xavier te llevara a un lugar, no escogerás nada a tu gusto, ellas son las expertas y no tu.
—¿Algo más? —pregunta y esta vez sí lo ve a los ojos sostiene en sus manos el saco está a medio vestir, no ha pedido ayuda porque primero se muere antes de aceptar algo de ella.
—¿Tienes idea del problema en el que me has metido? ¿En qué pensabas cuando aceptaste algo así de la abuela?
Quiso decirle que no lo supo enseguida, fue justo el día en que murió cuando Oliver ya había llevado ese contrato. La dama le dijo muchas cosas, la principal de ella que era un simple empleo. Su hijo no la tocaría, ella fingiría amarlo y el también. Era la única manera que él quisiera caminar, solo así se liberaría de ese matrimonio.
Salma Rov le hizo saber que su nieto no esperaría cinco años. Lo escucha perder el control ante el silencio de ella, ha perdido la cuenta de cuántas veces la ha insultado, humillado y acusado de cualquier cosa, por lo que se defiende.
—Usted tuvo la culpa, —le señala ya molesta por tantas acusaciones mientras él la ve con rabia contenida —llevó a su abuela a cometer este acto, no fui yo. Su egoísmo le impidió ver lo que su mal comportamiento hacía en la salud de ella.
Sus nudillos están blancos de tanto presionar las ruedas de la silla. Ella está lejos de haber acabado, no es la única persona que ha sufrido y lo que está pasando les sucede a miles. Solo que es de lastima por no soportar ser rechazado por la mujer que amaba.
—No sabes lo que dices, no tienes idea de lo que es estar aquí... —grita golpeando la silla de ruedas —a ti te da igual todo, porque vivías en la miseria, yo soy diferente....
Afirma porque tiene razón, son diferentes, pero simplemente porque han tenido una manera de ver la vida totalmente distinta. Ella no se lamenta día a día por lo que está perdiendo o va a perder, vive el momento, es feliz y no daña a nadie en el proceso. Sigue con la chaqueta en sus manos que se coloca con furia.
—Creyó y cree, sólo usted sufre —continúa avanzado a la puerta —no es así, existen personas en peores situaciones y salen adelante. No quiere caminar solo porque esa mujer no lo amaba y se olvidó de la mujer que más lo amo en el mundo... Salma Rov, ¡su abuela! —señala la silla de ruedas y luego a ella sonriendo con pena —Lo amó tanto que fue en contra de sus principios y sentido común al obligarlo a casarse con una... don nadie. Estaba segura usted no soportaría vivir con alguien tan corriente y poca cosa, acabaría queriendo caminar solo por deshacerse de mí. Y acepté ¿Sabe por qué? —pregunta mientras él la mira sorprendida —no soporte su dolor, uno que usted ignoró. Si en verdad quiere deshacerse de mí, entre a ese consultorio, mueva ese trasero y deje de sentir pena por usted.
Hiperventila al acabar su discurso, él tiene sus ojos negros fijos fríos puestos en ella más oscuros que nunca. Verónica media vuelta sin esperar respuestas, ella se humilló al aceptar ese contrato, solo para cumplir la última voluntad de una moribunda. Él no era merecedor de tanto cariño y compromiso.
(...)
Le costó aceptar los consejos de la mujer de la boutique, incluso del chico que la peinó y maquilló la mujer frente al espejo no era Verónica Dumas. Fue tanto el shock de verse diferente que tuvo que buscar a Xavier y preguntarle como se veía.
—Hermosa ¿No le gusta? —niega un tanto tímida y el chico del salón pregunta si es el novio —por desgracia no.
Sonríe ante su respuesta y recibe la mano, junto con toda la ropa comprada. La mitad de ella no es su gusto y duda que la usará luego que todo esto acabe. Se ha prometido al salir de esa casa, llevarse lo mismo que entró.
A rayo...Al paso que iban ese traidor se quedaría con su jefe.
Entró al lugar con el sabor amargo de la derrota y la convicción que iba mal vestida. Su jefe se la quedó viendo por largo tiempo antes de dejar en sus manos el anillo de bodas.
—¡Póntelo! —ordenó.
La reunión no era otra más que ambos firmarán el libro, los testigos fueron buscados del mismo lugar. Su jefe no dejó de verla en todo momento, en lo que duró la reunión. Las miradas puestas en ella de parte de su jefe y todo el personal femenino y masculino le incómodo. El juez la felicitó y abrazó, se sintió bastante mal por tener que mentirle, pero no había sido su decisión.
—Espero que logres controlarlo —dijo al firmar ambos el libro y estrechó sus manos —Salma se quedó corta cuando te describió, tenías razón Johnny.
El mencionado se limitó a sonreír y a estrechar sus manos. No sabía exactamente qué le ocurría y tampoco sería algo malo. El no necesitaba de mayor cosa para perder el control. Xavier se había quedado en el auto, por lo que el viaje a éste fue ella quien le llevó, existían lugares por lo que él no podía solo y necesitaba ayuda. Las miradas hacia ambos continuaron, los hombres miraban a uno y a otro quedándose más tiempo en ella o en su escote.
—Xavier, cierra por favor —le pide.
El vehículo lo dividía una pared de vidrio que Xavier cierra. Verónica lo observa sacar de la caja de pañuelos húmedos varias y mirarla con ellas en las manos.
—¿Crees que quiera casarse o fingir hacerlo con un payaso? ¿Quién te dijo que esa ropa o maquillaje era para ti? —la violencia de sus palabras la hacen parpadear varias veces.
Antes que ella pueda responderle, toma con una de sus manos su rostro mientras que con la otra lo limpia. No hay delicadeza en sus actos y por más que insista en alejarlo o pedir que se detenga no lo hace. El parece poseído al intentar retirar de su rostro aquello.
—¡Suélteme! —grita en medio del llanto retirando sus manos, golpeándole con fuerza en el proceso. —fue usted el que me dijo que no decidiera yo que dejara todo en manos de expertos... sí por mi fuera, jamás me casaría con alguien como usted. Ni por el todo el oro del mundo.
—No quiero a otra ramera en mi vida...
—Ni yo a un maldito egoísta.... —suelta con todo el odio que ha acumulado durante el día y todos estos días.
Se aleja al otro extremo del vehículo y se niega a bajar con él. Llora durante el tiempo que espera y Xavier le escucha. Le pasa un espejo en silencio y su pañuelo, odia que su jefe la trate de esa manera. La señora Salma era una mujer que tenía un sexto sentido para todo, pero que quizás con él señor y la señorita se había equivocado.
Doce horas después Johnny no puede dormir, arrastra la silla de ruedas hasta la habitación de Veca. Rayo sigue saliéndose en las noches, se queda con ella hasta que la ve dormida y luego sale a la terraza. Ese comportamiento le deja la puerta abierta, así que Johnny suele pasar a verla antes de irse a dormir. Esa noche es distinta porque no se queda solo en la puerta, ingresa hasta su cama y acomoda la cobija que la cubre.
Sus mejillas y pestañas están humedecidas, nariz roja y posición fetal. Ella ha llorado hasta quedarse dormida y él tuvo la culpa. En su defensa odio verla maquillada de esa manera, su hermoso rostro tapado con capaz y capaz de Maquillaje. Seca con el dorso de su mano su humedecida mejilla antes de salir de su habitación.
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