XXXVIII
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Era la tercera noche en la que Jimin dormía en los brazos de Jungkook, tercera noche en la que se despertaba con un beso de su alfa, tercera noche en la que estaba embriagado en amor; viviendo de su gran fantasía, envuelto en amor, perdido en cariño.
Tercera noche en la que Seokjin no había pegado un ojo en toda la noche. Fue en la segunda noche se dio cuenta que la alcoba de su esposo estaba vacía, se había llenado de rabia pensando en todas las posibilidades, quería quebrar todo, pero no necesitaba armar un escándalo.
No era de su clase hacerlo, solamente mantener moretones ocultos en la piel de Jimin, así podrían jugar ante todos el papel de la pareja feliz y perfecta. Aunque aquello ya le comenzaba a fallar, porque los murmullos comenzaban, que el rey omega había encontrado el amor en otros brazos. Aquellos rumores habían llegado a los oídos de Seokjin.
Pero para la suerte de Jimin, los rumores de que el rey omega estaba con su pueblo y que estaba en las líneas de la revolución, no habían llegado a oídos de Seokjin.
Aún no.
—Buen día. —Susurro Jimin, besando la nariz de Jungkook, abrazándolo más por la cintura y apoyándose en su pecho.
—Buen día, ángel. —Sonrió besando la cabeza rubia de su omega, apegándolo más a su cuerpo.
—Me gusta mucho ese apodo, me hace sentir muy bello. —Soltó una risilla.
—Pero si ya eres demasiado bello. —Llevó su mano a la barbilla de Jimin, logrando que el omega levantara la mirada.
Era increíble la felicidad que se depositaba en el pecho de Jungkook al ver los ojos brillantes de Jimin, esta felicidad se incrementaba en cuanto se daba cuenta que ese brillo era causado por él. La gran felicidad de Jimin era causada por él.
Y la felicidad de Jungkook, su paz, su vida entera, era Jimin.
Haría todo lo que pudiese para mantener aquel brillo en sus bellos ojos, se lo había prometido desde el momento en que las mariposas comenzaron a surgir en su estómago, desde que cayó completamente enamorado del omega que había jurado matar.
Ahora, juraba proteger con su vida a aquel omega.
—Tan bello. —Susurro, acariciando con su pulgar la piel del omega, dándole un beso en la nariz, robándole una risilla a su amor.
—Quisiera quedarme todo el día acostado a tu lado. Hacer nada mientras rodamos entre las sabanas y solo levantarnos para comer algo. Engordar en esta cama, ser felices haciendo nada todo el día. —Dijo Jimin, mirando profundamente a los ojos del alfa, acariciando la mejilla de Jungkook, trazando con las yemas de sus dedos cada lunar en la piel de su amor.
—Pronto podremos hacer todo eso. Te lo juro. Lejos de acá podremos pasar días enteros recostados en la cama sin hacer nada, te prometo que pronto cuando estemos más allá de tu trono podremos ser plenamente felices y mostrar lo muy enamorados que estamos.
—¿Lo prometes? —Sonrió con dulzura.
Jungkook se quedó hipnotizado por la sonrisa de su omega, perdido entre los pliegues de su felicidad. Haría todo por esa sonrisa y aquellos ojos felices.
—Lo prometo. —Dijo, siendo seguido por muchos besos al rostro de Jimin.
Cada beso era una promesa que recitaba en su cabeza. Prometía protegerlo, prometía llevárselo de aquel lugar, prometía amarlo, prometía salvarlo.
Aunque su deseo de pasarse el día entero juntos, escondidos tras el bosque, fuese verdaderamente enorme, las circunstancias en las que se encontraban no se los permitía, Jimin aún tenía que aparentar tener algún lazo con su familia política. Era doloroso tener que separarse cada medio día, pero siempre volverían a encontrarse en la noche, cuando nadie los ve.
Se despidieron con un beso, Jungkook tenía que ir a las bases y Jimin tenía que volver al castillo, su jaula.
En el camino de regreso, sintió que alguien le observaba, pero jamás dio con el paradero del guardia que los espiaba, quien se había postrado cerca de la residencia Park, así podría registrar cada salida y entrada de los amantes. Llenando su informe, haciendo la sentencia para los dos amantes.
Jimin sabia bien como pasar desapercibido al llegar al palacio, siempre se dirigía hacia su alcoba por la puerta trasera, así nadie le vería y creerían que como siempre, pasaba los días encerrado cual pajarillo en su alcoba.
Podría respirar un poco en cuanto llegue a su alcoba, tomar un poco de agua y alistar la pijama que llevaría en la noche, pero nada le salía como quería. Porque al entrar a su alcoba, se encontró con Seokjin que yacía sentado en uno de sus banquitos.
La mirada de su esposo le perturbaba, había demasiado odio y rabia en ellos, como si quisiera tomarlo del cuello y rompérselo. Bueno, eso era lo que Seokjin quería hacer, pero nunca lo haría, porque Seokjin aún lo amaba.
Profunda y perdidamente.
—¿Dónde estabas? —Pregunto Seokjin, su voz firme y pesada logró poner los pelos de punta.
—Fui a los corrales.
—¿Toda la noche? —Soltó una suave risa, una sarcástica y llena de rabia, levantándose de su asiento, caminando a dirección de Jimin.
—No se de que hablas. —Retrocedió, le aterraba tener a Seokjin cerca de él, mucho más cuando estaban a solas.
—¿A si? —Volvió a sonreír, sonrisas macabras que hacían temblar en terror a Jimin. —Porque mira, no se cuantas noches no hayas dormido en tu alcoba, porque yo me di cuenta hace dos noches que no habías puesto un pie en el castillo desde las seis de la tarde, sabrá dios donde estés durmiendo.
—Estás loco. —Siguió negando todo, tragándose las ganas de gritarle a Seokjin que había estado durmiendo con su escolta, aquella que Seokjin meticulosamente escogió para él. Se aguanto porque no era el momento, ni mucho menos el lugar.
—¿Estoy loco? —Con cada paso lograba que Jimin se acercara más a la puerta.
—Si. —Dijo firme, deteniéndose, haciéndole frente a su esposo. Quien tenía que temerle era Seokjin, no él. —Estás loco, todo tu mundo viniéndose abajo por fin acabó con la poca cordura que tenías, te fundió cada neurona en la cabeza.
Seokjin no dijo nada, solo sonrió.
Y tomó por el cuello a Jimin, estampándolo contra la puerta, logrando que esta se cierre, los dos estaban en la alcoba del rey omega, encerrados.
—Si, Jimin, estoy completamente loco, ¿pero sabes por qué? —Apretó su agarre en el blanquecino y largo cuello del omega, lo suficiente para que Jimin entrara en pánico. —Por ti.
—¿Y qué harás ahora? ¿¡Eh?! ¿¡Me matarás aquí y ahora?! —Grito con sus pocas fuerzas, no dejándose. —¡Pues hazlo! ¿¡Qué esperas?! ¡Hazlo! ¡Pierde a los pocos que te siguen apoyando! Porque te recuerdo, que yo soy la razón por la que aún gozas de esa corona.
—Aún no. —Sonrió de lado, apretando más el cuello del omega, esta vez con sus dos manos para mantenerlo inmóvil y callado. —Pero escúchame bien, si me entero que estás deshonrando el buen apellido que te di, te juro Jimin, que te mataré con mis propias manos. —Apretó más fuerte. — Pero antes, matare a quien se atrevió a poner los ojos en ti, matare frente a ti y a tus ojos a quien se atrevió a tocar a mi propiedad.
Dicho aquello soltó a Jimin, logrando que se tambaleara en sus débiles piernas y cayera al piso, tratando de recuperar la respiración vio como Seokjin se largaba de su alcoba; sin mirarle siquiera, azotando la puerta a sus espaldas.
Más que tristeza por notar lo destruido que estaba aquel matrimonio que tanto les costó construir, sentía rabia, enojo por haber amado a alguien como Seokjin. A quien alguna vez amó locamente, ahora odiaba perdidamente. Y de su rabia se levantó.
Caminando por los pasillos, con una única idea en la cabeza, siendo regido por su odio, entró a la oficina del rey, tomó la llave del archivo que contenía cada movimiento político y económico de la familia real, más documentos que si eran exhibidos hundiría mas y mas a los Kim. Entró al archivo, buscando meticulosamente lo que mejor manchara la imagen de la dinastía que había manejado todo una nación, buscó cuidadosamente los papeles que enterraría más la cabeza de su querido esposo.
Porque hubo muchas cosas que hizo mal, Jimin nunca manejó algo político o económico, se le despojó de aquellas obligaciones, pero sabía muchos de los movimientos políticos, su esposo se los había platicado; así podía deshacerse del estrés que conllevaba ser un mantenido.
La venta de territorio, el intercambio de barcos de alimento, el derroche en todas las fiestas reales, los incontables viajes al exterior y la compra de unas cuantas islas por el caribe, todo aquello afilaba más la cuchilla de la guillotina que llevaba el nombre de Seokjin.
Con los documentos en su mano planeo entregárselo a los líderes de la revolución y pedirles que hagan una copia de cada uno, así todo el pueblo tendría en sus manos los despilfarros del rey Seokjin. Que mientras muchos morían de enfermedades y de hambre, su gobernante se iba a fiestas de otros reinos con regalos bañados en oro.
Porque si alguien iba a matar a alguien, ese era Jimin, él mataría a Seokjin.
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