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XXXVII

La noticia sacudió a toda la aristocracia, miraron con asombro a sus sirvientes cuando estos les avisaron sobre la escandalosa noticia. Habían atacado a la madre reina, a la viva representación de la aristocracia. A primera hora de la mañana, muchas personas se habían escabullido hacia el puerto, esperando el barco de la madre de su tirano y al igual que su hijo, ella pensó que la gente esperándole venia a aplaudirle. Pero grande fue la sorpresa de la mujer al ser recibida con basura, frutas y vegetales podridos siendo arrojados hacia ella, sus pocos guardias trataron de protegerla, pero fueron rebasados por los aldeanos que pedían trato igual. Su carruaje fue quemado, sus caballos robados y su equipaje siendo repartido entre todos, rasgando y quemando los caros vestidos que había traído desde París. Fue una suerte que la madre reina haya sobrevivido, para su suerte sus guardias pudieron escabullirla y salvarla. Fue un gran escándalo para los cerdos que se servían del esfuerzo de sus sirvientes y de quienes explotaban en sus fábricas, por primera vez, temblaron.

El escándalo fue aún más grande en el castillo, con gritos y lágrimas de cocodrilo Naeun se dedicó a gritar en los pasillos lo que había pasado, Seokjin no podía quedarse con los brazos cruzados, hizo que se investigara a fondo aquel ataque, ordenando que se castigue con la humillación y pena máxima a quienes osaron lastimar a su santa madre.

Y mientras las cosas iban escalando aún más con la revolución, mientras Seokjin iba perdiendo más hombres en la guerra, mientras mas ataques a su círculo eran efectuados, las cosas escurriéndose por sus manos, lo único que en verdad le hacía entrar en un bucle de perdición era el hecho de darse cuenta que Jimin ya no lo amaba y que lo había perdido.

El rey estaba sentado en su oficina, analizando cada pedazo de su vida cayendo frente a sus ojos, perdió el control de su nación, perdió el control de su pueblo, de su guerra, de su matrimonio y de su omega. No le quedaba nada más, las cosas iban cayendo poco a poco, era inevitable. Pero no lo aceptaba, sostendría todo con sus fuerzas, forzaría las cosas, porque así debía ser.

Era el rey, era un Kim y era el esposo de Jimin, así seria para siempre.

Seokjin soltó un suspiro, recostándose en su silla, viendo por la ventana directamente al jardín marchito, aquel que le había regalado a Jimin. Mientras observaba los narcisos muertos, vio la sonrisa de Jimin, brillante y hermosa, mirando a alguien más, a su escolta, Jungkook.

Su corazón se rompe tras ver la gran felicidad de Jimin, tras ver como su omega le habla con tanto amor y miel a alguien que no es el. Y su corazón roto trae a su ira.

Arroja todas las cosas de su escritorio, se levanta de su asiento y lo tira, rompiendo varios vasos en su ataque de ira. Lo estaba perdiendo todo, pero no lo permitiría, claro que no.

Así que lo que ahora necesitaba era que le confirmen que Jimin le era infiel, necesitaba que le digan que se dejó robar el corazón por Jungkook, así podría hacer lo que quiere, así podría planear algo para separarlos y deshacerse de Jungkook. Necesitaba una razón y una mentira, así Jimin volvería a ser suyo. Siempre lo sería.

Los anillos, el camino lunar y las marcas en sus cuellos eran la prueba de que se pertenecían para la eternidad.

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—Te ves demasiado alegre, parece que disfrutas que le hayan dado una paliza a tu suegra. —Susurro Jungkook.

—No es así. —Jimin agacho la cabeza, ocultando la sonrisa que se dibujaba en su rostro. —Era algo que ella había cosechado, ¿a quién se le ocurre ir a comprar vestidos en plena guerra y en pleno caos? Se lo busco.

—Tienes razón. —Asintió. —Pero no cambia que te hayas regocijado mucho cuando Naeun entró al castillo gritando y haciendo un escándalo.

—Esa anciana. —Se mordió el labio para evitar reír. —Si me regocije, no te lo niego, pero lo merecía.

—Tú lo has dicho. —Jungkook sonrió.

Era otro día de reuniones, ahora se habían intensificado ya que las cosas crecían favorablemente. Cada vez más personas se les unían, logrando que poco a poco la nación se detenga por completo, pronto sería el día en el que le pidan cuentas a sus tiranos.

Como tenían a muchas personas en sus filas, volverían a parar todo, ninguna fábrica funcionaria, ningún alimento entraría a la despensa de los ricos y ninguna munición sería enviada a los soldados en la pérdida guerra. Exigirían con antorchas fuera del castillo que Seokjin renuncie, que deje su corona y sus lujos para que todos los Kim sean juzgados por su negligencia, por la omisión a su pueblo.

La reunión terminó bastante tarde, la luna estaba en el punto más alto, la neblina cubriendo muchas flores, el frío calando en sus huesos.

—Ya es muy tarde. —Dijo Jimin, colocando la tela sobre su rostro.

—Hay que ser silenciosos al llegar al castillo. —Dijo Jungkook, detrás de Jimin para así ayudarlo a subir a su caballo, le gustaba cargarlo, aunque fuese por las cosas más sencillas.

—Estaba pensando. —El omega se dio la vuelta, mirando a Jungkook entre la tela negra que cubría su identidad. —¿Por qué mejor no nos quedamos en la casa de mis padres? Ya es muy tarde y nadie se dará cuenta que no estoy en mi alcoba.

—¿Estás seguro?

—Muy seguro. —Sonrió, aunque no pueda ver su sonrisa como tal, Jungkook veía las dos lunas crecientes que se formaban en Jimin al sonreír. —Quiero dormir contigo, aunque sea por esta vez.

—Por primera vez, de muchas. —Sonrió Jungkook, llevando sus labios a la frente cubierta del omega. Besándolo.

Jungkook ayudó a Jimin a subir a su caballo y se fueron del lugar. Pasaron por el típico camino, sin esperar ser vistos por nadie. Siempre estaban equivocados en esa parte, pues el mismo espía los esperaba en el lugar.

Este vio como ambos regresaban cubiertos, entrando a la casa a altas horas de la noche. Todo anotado en su informe para el rey. Aquel informe que Seokjin esperaba con ansias.

Dejando los ojos que les espiaban detrás, Jimin y Jungkook se apresuraron a subir a la alcoba del omega, la noche era fría y querían estar lo antes posible en los brazos de su amado. En rápidos movimientos se acostaron juntos, entrando en las colchas y cubriendo sus cabezas, encontrándose debajo de estas.

—Te ves precioso. —Dijo Jungkook, sosteniendo la mano de Jimin.

—Ni siquiera me ves. —Soltó una suave risita.

—Aja, pero sé que te ves precioso.

—Ya. —Aunque no lo veía, Jimin se había sonrojado, pues ahora estaba recostado en su pecho, sentía el calor de su cuerpo. —¿Quién lo diría?

—¿Qué cosa?

—Que quien quería matarme, ahora está diciéndome que soy precioso.

Ambos rieron, Jungkook abrazando a Jimin más a su pecho.

—Las vueltas de la vida ¿eh?

—Me gusta esta vuelta, espero que se quede así.

—Se quedará así, cuando la revolución comience y ganemos, nos iremos del país. Podremos ser felices muy lejos. —Susurro Jungkook cerca del oído de Jimin. Prometiéndole aquella vida soñada mientras lo sostenía fuertemente.

—Así será. —Susurro Jimin muy cerca de los labios de Jungkook.

Se sonrieron antes de darse un beso, abrazándose debajo de las sábanas, el beso fue corto, por lo que rápidamente se tuvieron libres en los brazos del otro. Encontrando paz en los brazos de su ser amado.

Abrazados debajo de las sabanas, buscando el calor de su amor en una noche helada, prometiéndose muchas cosas entre susurros.

Amándose mientras todo caía poco a poco.

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