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Capítulo Veintiuno: Invitación cordial

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La noche ha caído, la luna ha ascendido y una criminal se ha proclamado.

Termino de colocarme la pistola en el arnés, cubriéndola con mi nueva chaqueta Prada de cuero. Echo una última mirada al espejo de cuerpo completo frente a mí y acomodo mi cabello. «No está mal, pienso, nada mal» Jonah verdaderamente hizo un trabajo estupendo arreglando el desastre que hice, quizá me arrepienta después de haberle pedido que agregara los haces violáceos y tinte granate, pero ya está hecho. Mis ojos resaltan aun más con las sombras difuminadas que me aplicaron y el maquillaje no es exesivo para opacar mis afiladas facciones. La ropa, elegida para la ocasión, me da un aspecto intimidante. Lo justo para lo que me propongo hacer. Las botas Marc Jacobs altas y vaqueros oscuros ajustados, agregan imponencia a mi metro setenta y cinco.

Salgo de mi habitación y de la casa por la salida trasera para llegar al Audi que me espera con Danielle dentro.

—Noche despejada, eh —comenta cuando me deslizo a su lado en el asiento trasero.

—Noche perfecta —respondo.

El auto arranca y otro más nos sigue de cerca a un par de minutos.

He pedido a Danielle que me permitiera salir esta última noche que me queda en la capital para arreglar algunos asuntos pendientes. A lo que ella se opuso terminantemente a dejarme hacerlo sola, por eso se encuentra conmigo. Además de que ella tampoco pensaba perderse nada de lo que pretendo hacer.

—Unicamente diré que me debe ciertas cosas —fue lo que respondió cuando le pregunté al respecto.

Pedí que se involucra al menor número de personas en éste asunto, por lo que solamente nos acompañan dos esbirros de Vittorio, su mano derecha, Gio y Enzo, el chófer, un tipo con pinta de haber vivido en la guerra, francotirador, experto en artes marciales.

El auto avanza rápido y en silencio, nadie habla. Danielle carga su arma y la observa con admiración.

—Alexis no sabe nada, supongo que García tampoco, ¿cierto?

—Así es —responde Elle sin dejar de contemplar su arma—. Son demasiado pequeñas e ingenuas. Sería un riesgo para ellas y para nosotros. Además la regla es: niños no... ¿Lista?

Hemos llegado. No tiene caso intentar una entrada sutil, como yo he hecho siempre, por lo que el auto gira en plena entrada. Al abrir la puerta, el aire fresco me da de lleno en la cara y frunzo la nariz al percibir un olor desagradable.

Muchos de los vagabundos se disponían a dormir, cubiertos por mantas y papel periódico a un lado de sus jeringuillas y botellas de alcohol cuando llegamos. Aun así, ni el más desesperado, se atrevería a acercarse a robar, mucho menos a mirar siquiera.

Danielle y yo salimos.

—Si las cosas se ponen feas, entran —le digo a Gio por su ventanilla abierta. Y luego añado—: No hay que asustar a los nuevos, ¿cierto?

Sale del auto y enciende un cigarrillo. Luego se acerca despacio, hasta estar apenas a cinco centímetros de mí.

—Promete que estarás bien, Zeta—dice, exigente.

—No me sucederá nada, Gio, tranquilízate.

Me toma de los hombros y da dos besos a cada lado de mi rostro.

—Vale, después de esto me deberás un trago —decreta en un susurro sugerente, mirándome con el cigarrillo colgando de sus labios y las manos sumergidas en los bolsillos de sus pantalones de vestir.

—De acuerdo —concedo, guiñándole un ojo.

Camino hacia Danielle que comenzaba a impacientarse frente a la verja.

—Iba a vomitar —comenta con irritación.

Yo ruedo los ojos ante su comentario.

—¿Eres consciente de...? —Elle pone frente a su ojo el dedo índice sobre el pulgar a una distancia muy corta.

Enarco una ceja, preguntándome cómo es que ella también lo sabe. Resoplo y niego con la cabeza.

—Yo primero —pido después de un minuto de análisis y ella asiente.

Avanzo parsimoniosamente, haciendo resonar las agujas de mis botas sobre el asfalto. Puedo escuchar el escalofriante sonido metálico de una cadena arrastrándose, impaciente. Los murmullos van disminuyendo a medida que me acerco. Hasta que se hace el silencio.

Cuando hago mi aparición, armas y cuchillos ya amenazan en mi dirección.

Levanto las manos en el aire, revelando la pistola sujeta a mis costillas.

Sonrío.

—¿Qué pasa, Edson? ¿Es que no éramos amigos? —Grito para que Edson salga, porque, claro, el muy imbécil se ha escondido.

Algunos de los hombres bajan sus armas al identificar mi voz, pero otros tantos, aunque saben quién soy, permanecen recelosos, como Ruth. «Chica lista». Mau también hace amago de bajarla pero algo detrás de mí le hace cambiar de opinión; la mirada torpe que me dedica tiene una pizca de disculpa. Yo le sonrió alentadoramente. El doberman gruñe en mi dirección sin saber qué hacer exactamente, la cadena que lo mantiene sujeto es demasiado larga y podría lanzarse sin problema, en lugar de eso, solo se pasea de un lado a otro.

Ruth, no está a la vista, eso puede significar dos cosas: una, que ha sacado a Edson de aquí cuando me oyeron entrar; o dos, y la más probable, es que se encuentre justo detrás de mí, sobre una cornisa, sonriendo, jugueteando con una navaja, lista para saltar sobre mí.

—¿Dónde has estado?

Como dije, sobre la cornisa.

La voz de Ruth resuena por todo el lugar, no es difícil identificar que viene del segundo piso. Ladeo la cabeza, aún con las manos en alto y sin dejar de sonreír.

—Haciendo algunos amigos.

Unos aplausos comienzan a sonar desde el otro extremo del sitio. Hasta que la figura de Edson surge de las sombras.

Se queda a medio camino de otro aplauso al reconocerme,  aparentemente sorprendido. Desliza su mirada una y otra vez por todo mi cuerpo.

—Vaya, vaya, Gata, ¿y ahora puta de quién eres? —Pregunta, intrigado, con voz ronca.

Yo levanto los hombros.

—Oye, ¿podrías decirle a tus perros que bajen sus armas?

Edson suelta una risa sin pizca de humor. Luego hace un sonido con su lengua en signo de negación.

—No, no lo haré —dice—. Verás, gatita, he tenido amenos encuentros con personas. Personas muy importantes, al parecer. Personas a las que no les gusta que respires el aire de este mundo. Me han pedido que les entregue tu cabeza a cambio de una jugosa cantidad de dinero. Diez millones, para ser precisos. ¿Tienes idea de lo que puedo hacer con diez millones en la bolsa? Pero no. Me dije: «Edson, ¿por qué querrían desaparecer a la gatita? No es una persona importante.» Entonces caí. «O es lo que aparenta. Ella es la clave de todos mis problemas. Si están ofreciendo diez millones por ella, ella debe tener algo que ellos quiere. Ella es alguien.»  ¿De qué te ocultas?

—Bla, bla, bla —digo, rodando los ojos. Bajo los brazos, meto las manos en los bolsillos traseros de mis vaqueros y camino—. Ni yo misma lo sé, Edson, querido. Lo único que sé es que desperté en una cama de palacio en lugar de un catre de la correccional. Y eso es todo. Pero luego sólo fue cuestión de atar cabos, ¿sabes?. Nada complicado. Y, qué crees, al fin, ¡al fin! he averiguado quién rayos soy.

—¡No me digas! —dice Edson con fingida sorpresa—. Pero adivina qué, ya no me interesa. En vista de que no colaboras desapareciendo por días, he decidido que diez millones me son más útiles que tú. —Y se oye el seguro de un arma al ser retirado, el arma de Edson apuntándome.

Me pongo en tensión. Esto sí que ya está feo. Pero continúo caminando hacia la punta del arma de Edson, manteniendo mi despreocupación.

—Te puedo ayudar —susurro lo bastante fuerte para que todos oigan—. Puedo sacarte de tu mierda —«y meterte en otra más profunda», me contengo en añadir.

Edson traga saliva.

—¡Mientes! —Estalla— ¡No tienes ni idea! ¡No tienes ni puta idea!

Su rostro se distorsiona y se pone rojo de ira. Entonces sí que tengo miedo. El arma puede dispararse si Edson no se controla.

—Sí, sí que puedo.

—Pruébalo —la voz de Ruth lanza un escalofrío por todo mi cuerpo cuando sus labios tocan mi oreja. O no, más bien es el frío de la hoja de su navaja en mi cuello.

—Te ofrezco tres veces diez.

—Tú no eres de fiar. Es lo que dijeron —murmura Edson.

—¿Quién, cariño, quién te ha dicho eso? —Los tacones de Danielle también hacen eco en la noche.

Todos se giran para ver entrar a Elle, incluida Ruth. Dudo entre si aprovechar su distracción para someterla o quedarme quieta. Opto por lo segundo, no es buena idea estando rodeada de cuchillos y armas.

—Tú —escupe acusatoriamente Ruth.

—Yo —responde Danielle, irónica.

—Traidora.

—Como quieras —dice Elle llevándose un cigarrillo a los labios, de esos femeninos largos y delgados.

—¿Qué está pasando? —Exige Edson, volviendo a estallar.

Con una velocidad sorprendente Danielle ya está apuntando a Ruth y Edson con una pistola en cada mano, el cigarro colgando de sus labios. Al mismo tiempo todos apuntan a ella.

—Silencio, cariño —dice Elle, tranquila bajando el arma que apunta a Edson para quitarse
el cigarrillo y soltar el humo, repentinamente le ha surgido un acento itálico—. Aquí nosotras hacemos las preguntas. Así que dime, ¿con quién decías que has hablado?

—Tú no das órdenes.

—Supongo que ahora sí —comento en voz baja.

—¡Cállate! —Edson vuelve a centrar su atención en mí.

—Treinta millones, Edson, piénsalo.

Ruth refuerza su agarre tirando de mi cabello hacia atrás, pagando su nariz a mí y aspirando sonoramente.

—Puede ser. Hueles bien, demasiado bien. ¿Qué ha pasado contigo? ¿Quién mierda eres? —Exige ella.

—Ya lo sabrás.

Logro girar sobre ella, aprovechando su sujección. Ambas terminamos en el piso. Haciendo de nosotras un amasijo de extremidades. Algunos disparos ya han sonado, y el perro aulla sin parar, sólo espero que Danielle no haya matado a nadie tan pronto. Yo estoy a salvo mientras esté pegada a Ruth, nadie puede estar seguro de si me dispararán a mí.

Ruth da fuertes estocadas a mis costados, ha perdido su navaja. Yo mantengo fuera de su alcance la pistola que tengo atada. Únicamente necesito inmovilizarla.

Golpeo tres veces a su costado derecho y logro levantarla por las ropas. Ella se retuerce y la suelto. Luego me embiste como un toro y me lanza a una pila de barriles, provocando un estruendo de metal hueco chocando. Logro recomponerme a tiempo para sacar mi arma y apuntarle. Ella ignora mi amenaza y aún así se lanza contra mí. Yo, en cambio, lo único que hago es dar un paso atrás en el último momento y darle en la nuca con la culata de la Glock. Su cuerpo se desploma en el asfalto. ¿Qué rayos? ¿Así de fácil fue dejarme fuera de combate? Mierda.

Miro a mi alrededor en busca de Danielle. La encuentro, de pie, en el centro del patio hablando con Edson, mientras que éste está inmovilizado por Enzo. Gio camina de un lado a otro como  león enjaulado. Dos cuerpos yacen en el suelo, espero que inconscientes, y el resto mantiene distancia prudente.

Me acerco, Gio me ve, y le doy mi más espléndida sonrisa, él asiente y vuelve a su andar predador, un poco más relajado. Puedo apostar que sólo entre él y Enzo podrían cargarse a todos los presentes en menos de un minuto.

—¿Quién? —El tono de Danielle es exigente.

—¿Por qué crees que te lo diré?

—¿Por qué no? —Elle quita el seguro a su arma y coloca la punta justo en la frente de Edson para enfatizar su pregunta.

—Déjame intentarlo —intervengo.

Danielle se encoge de hombros y devuelve la pistola a su sitio. Me coloco frente a Edson y mi puño impacta su rostro en un golpe fuerte.

—¡Hey! ¿Qué diferencia hay entre tu método y el mío? —Pregunta airada Elle a mis espaldas.

—En que el mío va por otra razón... Y no quería que lo mataras antes de mi turno —respondo, y dirigiéndome al hombre frente a mí—: ¿Recuerdas, Edson, querido, a la niña que mataste justo aquí? —Pregunto, apuntando al piso bajo mis pies.

Edson entrecierra los ojos, no muy seguro de qué es lo que me propongo.

—No, seguramente no —respondo por él—. Pero yo sí... No tienes idea de con quién te has metido, Edson, querido... Permíteme facilitarte las cosas: su nombre era Ana, hermana de Marco; de él sí te acuerdas, ¿no? Ana tenía nueve años, casi una bebé. Una niña muy linda y adorable que vino a parar en mal lugar, en un mal momento. Ah, lo olvidaba, vivía conmigo, por si no lo sabías. Aunque supongo que sí, tenías conocimiento de que Marco vivía también conmigo. Así que déjame adivinar, ¿te pareció fácil asegurar la lealtad de Marco matando a la niñita a su lado que tenía pinta de ser su hermana? Qué absurdo. Sólo que olvidaste un detalle pequeñito. De verdad no sé por qué no se te ocurrió. Aunque... Nah. Edson, querido, ellos eran mi familia. Con mi familia nadie se mete. Tú lo hiciste. Y pagarás por ello. —Apunto mi arma.

Y disparo.

El silencio se hace.

Intenté imprimir todo el odio y coraje en mis palabras y lo único que logré fue pronunciar un montón de sonidos que no tuvieron sentido, al menos para mí. No me siento totalmente bien conmigo, aún no. Ana no hubiera aprobado mi actitud. Sin embargo, es mi naturaleza. Mi sed de sangre es insaciable. Incluso, cuando ni siquiera sabía quién —qué— era.

Enzo aún sostiene el cuerpo sudoroso e inerte de Edson. Le doy unos cachetes a la mejilla de éste.

—Eh, despierta, que no te concederé el privilegio de la muerte. No. Es muy fácil. Ni siquiera la mereces.

Edson abre los ojos, su mirada destila odio. Y algo que me hace sentir bien: miedo.

—Eso es, bebé. Ahora... ¡Esto es por Ana! —La culata de mi arma impacta contra la piel del costado izquierdo de su rostro. La cabeza de Edson se gira por completo y tarda en recomponerse. La sangre ya mana de su nariz —. ¡Esto es por Marco! —Golpe al otro lado—. ¡Y esto por todos los inocentes que has matado! —Golpe en el abdomen, en la cara, en las piernas y otro, y otro, y otro, hasta que me canso y su rostro es irreconocible por la sangre que le empapa.

—¡Y faltó uno! —Danielle logra hacerme a un lado para hacer su golpe en las bolas.

El cuerpo de Edson yace desplomado en el suelo, cubierto se sangre.

—Hija de puta —gruñe antes de escupir sangre a mis botas.

Yo ni me inmuto. Me acuclillo a su lado.

—No, Edson. Mi nombre es Zia DiMeo —revelo—. Y me perteneces. Tú y los tuyos. ¿Capicie?

Procedo a sacar mi navaja suiza y hacerle seis cortes profundos en la parte interna de la muñeca derecha. El resultado es la forma de una "M" que forma una corona y un cetro a un lado, que bien podría ser una "D" "DM". Una forma que había estado viendo consecutivamente en mis alucinaciones. La marca de mi familia.

Edson aulla de dolor. Cuando termino, pateo una última vez su estómago para limpiar la punta de mi bota.

—¡Hombre, sonríe! Que te estoy concediendo el honor de pertenecer a la mafia.

El rostro de Edson y el de todo su séquito pierde color en su totalidad. Incluso el perro conoce el calibre de la buena nueva.

Una forma sádica y enfermiza de hacer penitencia. Uniéndolo a la mafia lo estoy condenando a caminar por la tierra en una tortura constante. No hay forma de salir de aquí. Mucho menos teniendo la marca. Una especie de firma que sella su muerte.

—Invitación cordial de la Cosa Nostra... y el clan Camorra.

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Nota:

Vaya que las cosas se enrevesaron...

He aquí uno de mis capítulos favoritos. Ya era hora, ¿no? Edson merecía un escarmiento. Me encantó esa parte donde todos creímos que sí lo había matado, jijiji.

¿Qué tal, ah? ¡Quiero saber qué piensan!

Goodbye.

—🙈Sue.

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