Capítulo Veintiséis: Planes
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La habitación de Vittorio es de todo un piso, podría decir que incluso más grande y elegante que la mía, y eso que a mí me dieron el penthouse. Su apartamento está dos pisos más abajo que el mío. Y su elegancia radica en la simplicidad de sus muebles y decoración, todo muy minimalista, las paredes pintadas de un blanco impoluto, muebles de arce negro, una que otra pintura de lo más extraña y esculturas mucho más excéntricas.
Estamos sentados en el living, sobre sillones de cuero, y una mesa grande de arte moderno en el centro, cuando entré no pude evitar mirarla con curiosidad y fanscinación, la superficie de cristal delgado cortado en forma de hoja y su soporte son un montón de simulaciones de ramas.
Danielle luce demasiado agotada, se encuentra sentada en un sofá individual, con las piernas cruzadas y sus zapatos de tacón alto, un palazzo de color negro muy revelador en el escote, su cabello atado en un moño desenfadado y lentes de sol sobre la cabeza, haciendo que algunos mechones blanquecinos le caigan en la cara, ha olvidado que tiene un cigarrillo y ahora está consumiéndose solo entre sus largos dedos, e intenta con todas sus fuerzas disimular su cansancio con una expresión aburrida con sus ojos verdes perdidos en el limbo. Parece más bien abstraída en sus pensamientos, y no es como si alguna vez demostrara que algo le molestara, pero ésta vez es notoria su perturbación, algo debió pasarle la noche anterior.
Por su parte, Gio solo está recargado en una columna del ventanal que tiene vista al mar, con un vaso de alcohol en una mano y la otra sumergida en el bolsillo de su pantalón corto. De vez en cuando vuelve la vista hacia el interior sólo para cerciorarse que todo está en orden con Danielle y conmigo.
Todos parecen muy ensimismados hoy, incluso Vittorio que justo ahora está revisando algo en su agenda electrónica. Salvo los esbirros que custodian la puerta todos tenemos un humor sombrío.
—¿Falcone no vendrá? —Pregunto con desinterés.
—No, querida, él tiene asuntos más importantes que resolver —responde Vittorio.
—¿No es peligroso que esté por allí afuera? —Inquiero, curiosa.
—Todos estamos en peligro en todo momento, incluso aquí, ningún sitio es seguro, para nadie —continua, sombrío, pero luego sonríe como si recordara un buen chiste—. Y por él no te preocupes, Nick Falcone sabe cuidarse muy bien solo.
—Okay... ¿Y bien? —Adopto un aire de negocios, en son de burla, sólo para aliviar la tensión.— ¿Para qué estamos hoy reunidos?
Vittorio sonríe, dejando aún lado su agenda y levantándose en dirección al minibar. Lleva un traje blanco inmaculado, de pantalón y chaqueta a la medida, y aún con sandalias no deja de infundir autoridad.
—¿Has pensado alguna vez en el futuro, Zia? —Comienza como si nada.
Su pregunta me inquieta un poco. No, no me había dado el lujo de pensar alguna vez en el futuro. En realidad jamás creí que sería merecedora de algo así. Me limitaba a vivir a base del instinto primitivo de la supervivencia sin motivo, quizá sólo haya sido para evitar el sufrimiento físico porque del mental cargaba con él a diario.
—No.
Él asiente lentamente mientras prepara su bebida.
—¿Quieres un trago, Ellie? —Le pregunta a Danielle, pero Danielle no responde, continua absorta en sus pensamientos.
Y a mí no me ofrece uno.
—¿Agua, tienes? —Me hago oír.
Toma una botella de agua mineral y la sirve en un vaso whiskero, regresa a la sala, me da mi bebida, y aunque Danielle no pidió nada, también deposita uno frente a ella.
—Deberías —continua con la conversación—. Ahora más que nunca necesitas forjarte de un futuro. Pese a que todos podríamos morir justo ahora, quién sabe, también podrías vivir veinte años más.
—Y eso significa...
—La universidad.
Me atraganto con el agua y luego río y le miro divertida.
—¿Bromeas, no? —Le digo riendo—. Yo jamás podría entrar a alguna universidad, sólo tienes que echarle un vistazo a mi historial delictivo.
Vittorio suspira, dejando su vaso sobre el portavasos en la mesa.
—La educación es imprescindible incluso para los que viven como nosotros, querida —argumenta.
—Nego... quiero decir, Nestore, no ha estudiado en ningún momento, tampoco.
—Claro que sí, tenía que hacerlo si quería tener presencia en el Círculo, nadie querría tener a un palurdo ignorante cerca, si no es para embaucarlo. Lo conociste sabiendo tres idiomas además del italiano, se saltó un año de instituto para pasar al último, ha tenido que aplazar la universidad... Un chico que verdaderamente nació para esto... Lo siento si te ocultamos tantas cosas, no es mi intención abrumarte con todo esto, pero quiero dejar claro un par de cosas antes de partir.
—¿No te parece, Vittorio —interrumpo tranquilamente—, que es demasiado tarde para esto?
Mi intervención no surte el efecto que esperaba, el hombre sólo me mira intentando ver más allá de mi expresión severa.
—Nestore también tenía la orden de educarte, si no en un instituto como todo el mundo, sí proporcionarte la información necesaria... aunque, según tengo entendido, no hubo ningún problema en ello, por lo que tampoco debe serlo integrarte a alguna universidad de prestigio, incluso.
Río sin ganas.
—¿Cómo esperas hacer eso? No tengo ninguna clase de documento...
—¿Olvidas quiénes somos?
No, no lo olvido.
—Tienes un historial limpio y documentos con mención honorífica, si quieres. Sin problema.
Lanzo una mirada cargada de hostilidad a todos los presentes. Tan fácil, ¿no?
—¿También me dirás lo que tengo que estudiar? —Mi voz llena de aversión.
—Eso está en tus manos, realmente no tiene tanta importancia, pero podría ser trascendente.
—¿Entonces todos aquí tienen título en Oxford y Princeton? —Me intereso irónicamente.
—Y en Columbia y Harvard —añade.
Resoplo y ruedo los ojos.
—De acuerdo, la universidad —accedo a regañadientes —¿Algo más, no quieres que también hable mandarín?
—Tal vez, por lo pronto con que hables español e italiano me basta. Tendrás clases particulares de lengua.
Gio se acerca para tomar asiento a mi lado y pasar un brazo por mis hombros de forma protectora.
—No es tan malo como suena, Zeta, sólo piensa en los momentos cuando vaya a recogerte en mi Lamborghini —dice.
Enarco una ceja burlona en su dirección.
—No sabes cuánto ansío ese momento. —Bebo de mi vaso.
—¿Lo ves? Será genial —opina, ignorando mi sarcasmo.
Vittorio carraspea.
—¿Tienes algo, Danielle? —La pregunta de Vittorio deja espacio para interpretarse de dos maneras. Elle regresa lentamente a la realidad girando la cabeza para mirar a Vittorio de una forma significativa que no logro interpretar, pero me guardo en la memoria aquel gesto.
—No, Vittorio, el hombre no sabe absolutamente nada. Al parecer ni siquiera tuvieron encuentros directos con alguien que conozcamos. Edson es un simple idiota que necesita dinero, es todo —la voz de Danielle es firme—. De cualquier forma, he pedido que lo mantengan vigilado por si vuelven.
Vittorio se queda pensativo ante la información nada alentadora de Elle.
—¿Y que hay de Marco, que sucedió con él? —Es la pregunta que me ha rondado por la cabeza durante mucho tiempo.
—Está en un orfanato, recibiendo rehabilitación.
Suspiro, no más tranquila, pero aliviada de que esté más o menos a salvo. Sonrío al pensar en lo poco que nos gustaban los refugios como los orfanatos, siempre evitabamos a toda costa las brigadas de limpieza y las cuadrillas de salvamento enviadas por albergues para menores, en algunas ocasiones nos divertíamos haciéndoles bromas. Al instante mi alivio se evapora. La herida que Ana dejó en ambos puede tardar más tiempo en sanar para él, era su hermana. Y el sentimiento de culpa puede convertir a las personas en seres perversos, buscando el perdón de la manera más retorcida. Marco puede recaer en las drogas, o tener crisis psicológica. Me pregunto si algún día podré volver a verlo.
—¿Estará bien? —Pregunto.
—Está en uno de los mejores lugares del país, su caso es muy típico, no creo que algo vaya mal. En todo caso, ya no podremos hacer nada más por él —explica Danielle en tono aburrido.
En cierta parte tiene razón, me resigno a aceptar lo que ellos me dicen y pensar en que pronto volveré a ver a Nego. El tiempo pasa rápido, mañana abordaremos un avión que nos llevará a Italia para hacer mi aparición sorpresa ante el famoso Circolo di Capi, "Círculo de comando".
Nego ha ido a Italia para intentar recoger los pocos pedazos de su rota familia. En realidad, es imposible reestructurar a los Goracci, no después de haber sido exterminados y desterrados, como ha dicho Vittorio. Si Nego se ha visto obligado a vagar por lo más bajo de la escala social, donde ahora se encuentran escondidos algunos de los suyos, supongo que tiene buenas razones para arriesgarse por ellos. Aunque no veo el caso en volver a meterse en la mafia solo para ser el punto de mira de la Interpol. Clandestinos, es su hábitat natural.
—Un pequeño presente, ábrelo —dice Danielle desde su sitio.
Uno de los guardaespaldas pone una caja elegante de color plateado con una cinta roja sobre la mesa, no es exactamente pequeña. Miro a todos con cierta desconfianza, dentro de aquella caja podría haber cualquier cosa, bien la extremidad de alguien.
—Vamos, anda, te gustará, lo sé porque lo escogí yo —apremia, orgullosa.
Me acerco despacio a la mesa para tomar la caja y ponerla sobre mi regazo. Trato de identificar que hay dentro en base a su peso, continúo pensando que es un brazo o una pierna. Es aproximadamente del largo de mi brazo, del largo y ancho; de alto no puede pasar de la palma de mi mano.
Desato delicadamente la cinta roja de seda que la adorna y retiro la tapa. Lo primero que veo es el fino papel que cubre el contenido, del mismo color que el moño, un carmín brillante. Descarto, aliviada, que se trata de una parte humana, el olor a nuevo me tranquiliza. Pongo a un lado el papel para descubrir lo que hay dentro.
Quedo fascinada ante la simplicidad de tanto lujo.
—Sabía que te gustaría, ¿lo ves? Ahora di gracias.
Todo está colocado entre una esponja negra que lo mantiene en su sitio. Un collar con una corona como dije, la firma de mi familia, tallado finamente en plata y sutiles incrustaciones de piedras preciosas, logicamente, puedo pensar que son rubíes; la cadena es apenas un fino hilo de eslabones. Luego se encuentra un reloj que a simple vista parece sencillo, pues la pulsera es de metal rígido sin ningún adorno, la cápsula ni siquiera tiene números, únicamente se aprecian las finas manecillas de la hora y los minutos, es precioso por su sencillez. Luego hay un rectángulo del tamaño de la palma de mi mano, casi tan delgado como una hoja de papel, de cuerpo metálico y puedo jurar que también de plata, con pantalla de cristal, el logo de una manzana mordida salta a la vista en la parte posterior; el móvil también brilla por su elegancia.
—Edición exclusiva, solo un puñado de cientos en el mundo tiene uno como ese.
—Creí que ustedes no usaban tecnología tan sofisticada. Ya saben, tan fácil de rastrear.
—Habría sido más fácil atraparnos si se veía a un grupo que se niega a usar la vanguardia tecnológica teniendo la capacidad de adquirirla, ¿se te ocurre otra manera de parecer menos sospechosos?
—Cierto —le doy la razón aún fascinada con lo que hay en la caja.
Y lo que más destaca de todo eso es la pequeña arma al lado del collar. Un revólver de color azul acero, de diseño casi anticuado pero con un toque moderno. Fácil de ocultar incluso en un vestido. Debajo de ésta hay cinco balas en fila, pequeñas y brillantes, casi pidiendo a gritos ser usadas.
Intento ignorar con todas mis fuerzas aquel letal objeto y el cosquilleo en mis manos deseosas de tocarlo. Carraspeo para disimular mi turbación.
—¿A qué viene esto?
—Es sólo un obsequio de bienvenida —dice Elle fingiendose ofendida—. No espero que lo rechaces.
—En ese caso, gracias, pero no era necesario —respondo, sintiendo una repentina repugnancia ante el significado de aquel gesto.
—Oh, vamos, no seas malagradecida.
Le dedico casi sin querer una mirada fulminante.
—Deberás usar con mesura todo eso, no son simples adornos, Zia —habla Vittorio, se había encendido un puro, que ahora descansa entre sus dedos, dándole un aire más intimidante—. Espero que les encuentres la utilidad para la que fueron diseñados.
Miro de nuevo el contenido de la caja con renovada desconfianza. ¿Qué tan mortíferos pueden ser un collar, un reloj y un móvil? Suspiro, no habría tenido ningún problema en usar ese bonito collar a juego con el reloj.
—Usa ese móvil sólo para emergencias y no tardes más de treinta segundos en cada llamada. En los textos no reveles información que nos comprometa a nosotros y reveladora para ellos —advierte Vittorio refiriéndose con ellos a la poli.
—Vale, no estoy muy segura de por qué confían tanto en mí, pero vale. Hum, gracias —comento con ironía.
—Es todo por ahora, querida. Si me disculpas, tengo asuntos que resolver. —Vittorio se levanta y hace unas señas a los esbirros, que comienzan a disponer todo para su salida—. Disfruta tu día, saldremos mañana en la mañana. En el vuelo dispondremos todo para tu llegada.
Gio sale al final detrás de Vittorio, luego de alborotarme un poco el cabello.
Danielle y yo nos quedamos unos minutos en silencio, cada una sumida en sus pensamientos.
Según Vittorio, nadie espera que los Falcone lleven a la DiMeo perdida, al menos en el Círculo. De mí solo saben algunos Falcone. El jefe mayor fue quien pidió que comenzara mi búsqueda y captura, habían llegado los rumores de que no se masacraron a todos en aquella galería en Berna. Pero hubo a quienes no les hizo ninguna gracia que hubiera sobrevivientes, mucho menos que se tratara de la heredera legítima de la familia objetivo, y decidieron matarme antes de que alguien más me encontrara. Pero nadie cuenta con que siempre hube estado bajo el cuidado de una de las familias del mismo Círculo, en la nariz del Capo di tutti capi, "el jefe de jefes", Máximo Capone.
Al poco rato, Danielle se pone de pie, encontrado su bebida frente a ella, se bebe de un solo trago todo el contenido y me indica que salgamos de ahí. No debo ir sola a ningún lado, y al parecer ésta vez le toca a Elle cuidarme.
Cuando llegamos a las puertas giratorias en la entrada del edificio, Danielle se detiene un momento como si recordara algo.
—¿No te parece increíble lo rápido que gira la vida? A veces son molestas sus vicisitudes. —Es más una afirmación que una pregunta, pero no es precísamente a mí a quien se dirige, sino más bien es un pensamiento en voz alta. Luego se gira y me dedica una mirada cansina antes de bajarse los lentes y seguir andando.
—Sí —murmuro al aire—, increíble.
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Nota:
¿¡Qué te está pasando, Danielle?!
Perdón, me alteré.
¿Qué les ha parecido el regalo que le hicieron a Zeta? ¡No son juguetes para ella! ¡Qué alguien se los quite!
Muy bien, aquí han aparecido algunos términos importantes que hay que memorizar.
¡Hagan sus maletas, que nos vamos de viaje!
¡Nos vemos!
—👑Sue.
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