Capítulo Veintiocho: La Dulce Vida
–––––– ♦• ♠ • ♦ ––––––
Miro con más atención el recinto rústico. Si bien es un paraje bastante rural, observando con más atención, es verdaderamente un fuerte opulento. En especial la casa, que podría ser una mansión, de no ser por los muros que dan la impresión de ser gruesos y muy altos, los establos y campos de vides, es muy bonito.
—Abastecemos de vino a más de la mitad del mundo, y déjame decirte que no es un vino para cualquier paladar.
La voz de Vittorio me hace cerrar la boca.
—¿Aquí es donde viven? —Pregunto bobamente.
—También hay una casa de verano en Roma. —Y luego añade—: Ocultándonos a la vista de todos, Zia. Así es como funciona.
Y es verdad, aquella hacienda lo es todo menos discreta. Cualquier persona puede llegar aquí sin perderse. Apuesto a que también se organizan visitas turísticas, incluso.
—Muero de frío, ¿entramos o qué? —Gruñe Danielle, ahora desde el asiento del conductor.
Vittorio me ofrece su brazo para dirigirnos de nuevo al coche.
Nos acercamos más a la entrada, es cuando los guardias reparan en nosotros y abren la gran verja. El hombre que no dejaba de moverse hace un momento, ahora se queda quieto en mitad del camino, esperando.
El auto se detiene y el hombre se dirige hacia nosotros con paso elegante. Abre la puerta de Danielle, le ofrece una mano y la ayuda a bajar. Intercambian algunas palabras, ella ríe. En algún momento Elle señala el auto y la postura del hombre cambia, volviéndose más tensa.
Él abre otra puerta, por ella sale Vittorio, quién nada más inclina la cabeza a modo de saludo. Falcone, por su parte, abre su puerta, ayuda a bajar a Tash y luego a mí. Lo sorprendente es que él no suelta mi mano, y yo no hago el intento de apartarlo, el nerviosismo me tiene temblando, por lo que me veo obligada a soltar a mi mascota.
No sé en qué momento, pero de pronto ya estoy entre el grupo de bienvenida que se había formado a mitad de camino. Vittorio me lanza una mirada extraña y se aleja, seguido de su guardaespaldas, internándose en el denso bosque en dirección a la propiedad.
Y de pronto el estómago se me encoge y el tiempo se relentiza.
Esos ojos de oscura mirada, tan arrebatadores como el centro de un huracán. Esos labios que tantas veces he probado y en muchos momentos me han consolado. Ese pelo de un rojo intenso, ahora más corto que antes. Un feo corte en la quijada evidencía que alguien le hizo daño e imperfeccionó su blanca piel. Nos miramos durante largo rato, sin saber qué hacer, aunque diciéndonos tantas cosas a través de la mirada.
—Hey —Nego intenta esbozar una sonrisa, que muere al instante.
Entonces yo reacciono. Mis manos chocan contra su pecho, empujándolo lejos, con una fuerza que ignoraba tener. Nego no se muestra sorprendido, acaso comprensivo.
—¿Tienes algo que decir, Goracci? — Casi grito, escupiendo su nombre como si de un insulto se tratara. Su rostro se crispa, como si eso le doliera.
Le vuelvo a empujar. Cada vez más fuerte, con la ira consumiéndome.
A lo lejos escucho a Natasha gritar y a Danielle ordenando que se la llevaran.
—¡Dime algo! —Exijo—. ¡Defiéndete!
Porque eso es lo que me enfurece, que a cada golpe que hago, él se encoje más, negándose a protegerse, a darme una razón para no herirle.
Cuando estoy por atestar otro empujón. Los fuertes brazos de Falcone me apartan, levantándome e inmovilizándome por completo.
—Tranquila, minina —susurra pegado a mi oreja.
—¡Suéltame! —Grito, ignorándole.
Logro zafarme de su agarre y me vuelvo a plantar frente a Nego.
Con la diferencia de que, en lugar de empujarlo, lo abrazo. Con la impotencia de no haberlo tenido conmigo durante todo este tiempo. Y aunque las lágrimas no dejan de mojarme las mejillas, me aferro con todas mis fuerzas a él.
Su cuerpo tarda en relajarse bajo mis brazos. Titubea un poco cuando también me envuelve, correspondiéndome.
—¿Por qué? —Susurro.
No responde. No es una pregunta que se pueda contestar, en realidad.
—Hola —dice después de un largo rato de permanecer abrazados.
—Hey —repongo.
Recarga su frente sobre la mía, suspirando.
—Lo siento.
—Yo también —digo.
Algunas lámparas ya se han encendido a causa de la oscuridad que se está haciendo presente. No me había dado cuenta que la noche ya ha caído.
—Eh, chicos. —Es la voz de Danielle intentando llamar nuestra atención, luce incómoda—. ¿Qué les parece si entramos y nos reconciliamos con un rico café y galletitas?
Y el momento se rompe. Me alejo de Nego y me uno a Falcone que ya había empezado a andar, con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros.
—Interesante —comenta.
—¿Qué cosa?
Me giro a mirarle sin comprender. Ahora parece más apagado y cansado. De sus labios aparece una media sonrisa.
—No creí que Nestore y tú fueran tan unidos.
Frunzo la frente.
—Oye, que diez años no son poco.
En respuesta, él se encoge de hombros y se adelanta, dejándome atrás.
Escucho los murmullos de una conversación entre Danielle y Nego, intento captar lo que dicen pero es un volumen imperceptible, al final me rindo y decido que no me importa.
Algunos esbirros no pueden evitar mirar en mi dirección con curiosidad, es probable que aún no sepan que soy la hija de Anthony DiMeo, y quizá sea mejor así. Mientras, si los propietarios de este rancho me tratan con respeto, ello también lo harán.
Instantes después, las instrucciones autoritarias de Nego resuenan por toda la entrada. Me quedo impresionada ante su total capacidad de aislar sus conflictos internos de su trabajo, como si no hubiera sucedido nada. Danielle llega a mi lado sin decir algo, guiándome hacia la casa.
Si por fuera todo era impresionante, por dentro alucinaba.
Estando más cerca, es una casona descomunal, digna de magnates aristócratas... y de mafiosos, claro. Se puede apreciar una arquitectura barroca por las gruesas columnas en la parte frontal, y un toque victoriano en las ventanas. El patio está cubierto de una gravilla suave, sendado por arbustos podados, y en los laterales hay espacio suficiente para que los autos se dirijan hacia algún estacionamiento detrás del edificio. Se puede respirar un ambiente fresco a tierra húmeda que resulta relajante. Hay también árboles gigantescos que se mecen, empujados por un suave viento.
—Linda casa —admito.
—Sí, bonita, es una pena que no sea mía. —Ríe por lo bajo.
Llegamos a un porche con piso de madera, mesa y sillas, una par de hamacas y sillones, decorado con plantas supuestamente descuidadas.
Y el interior es todo lo contrario a las afueras. Ya que se trata de arquitectura antigua y rural, pero por dentro, la vanguardia tecnológica no es lo que falta precisamente, aunque no pierde su toque reliquiso. Los muebles, pinturas y esculturas son algo renacentistas, contrastando con las cámaras, pantallas, ventiladores, y electrónicos modernos. Los muros son de ladrillo rojo, dando un aire cálido.
—Benvenuta, signorina Scodellario e... —saluda un hombre de mediana edad con pinta de ser un mayordomo con mal genio.
—Zia, Zia DiMeo —aclara Danielle.
El hombre palidece, quedándose pasmado, pero luego su rostro se ensombrece.
—Se, chiaro, Zia DiMeo. ¿Puedo ofrecerles algo?
—Cree lo que quieras, Bruno, es ella. —Gio sale de uno de los pasillos del interior, con la corbata aflojada y sin su chaqueta del traje—. Traenos una copa de la casa, anda.
—Como desee. —El hombre que corresponde al nombre de Bruno se gira para salir y se pierde en la oscuridad de una entrada contraria.
Miro con asombro hacia Danielle.
—Si quieres que alguien no te crea, simplemente dile la verdad sin más —argumenta, encogiéndose de hombros.
Cata baja de un salto de mis brazos, disponiéndose a aventurarse en busca de ratas que cazar.
Nos internamos más en la casa, ahora en dirección hacia un segundo piso, donde me muestran la que será mi alcoba. Otra habitación tan suntuosa como el resto del lugar. Una chimenea al lado de un ventanal con balcón, que da a un lago artificial a un costado de la construcción. Sillones, escritorio y librero personal. Una cama gigante con dosel y edredones limpios y suaves. Un baño completo, una puerta para otro cuarto solo para la ropa y zapatos, que, sorprendentemente, no está vacío. Todo lo que cualquier chica sueña tener.
—Si me necesitas, yo estaré en la puerta contigua —informa Elle señalando con el pulgar—. Ahora, iré a tomar una ducha. —Y sale.
—Y a mí me encuentras marcando el número dos del teléfono. O mi número en el móvil, si quieres atención más personalizada —dice socarrón y también atraviesa la puerta—. ¡Ellie! ¿Necesitas ayuda?
Sin querer sonrío y ruedo los ojos.
Me desplomo sobre el gran colchón, intentando asimilar todo lo que ha pasado hoy.
Al poco rato unos golpes indecisos suenan en mi puerta. Cuando abro, la sonrisa cansada de Nego me pide que lo deje entrar.
—Me han dicho que una es para ti —dice, alzando una de las dos copas con líquido escarlata que lleva.
Sin decir nada, me doy la vuelta y entro de nuevo a mi cuarto, dejando la puerta abierta.
—¿Qué se te ofrece? —Pregunto secamente.
—Necesitaba verte —suspira dudoso, cerrando la puerta tras de sí.
—Ya me has visto allá abajo.
—No así..., Zia.
Siento una punzada al escucharle llamarme Zia en lugar de G. Me volteo a mirarle a los ojos.
—¿Y entonces cómo? ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Qué te felicitara por haberme mentido durante diez años, Nestore? Pues bien, felicidades. —Aplaudo un par de veces—. Pero no esperes rosas
—No hagas esto, por favor.
—¿Hacer qué? ¿Decirte que me molesta tenerte cerca? Yo no acostumbro mentir a los que amo, Nego —digo lentamente, lanzándolo como cuchillas.
—Zia, por favor...
—No, Nego. Zia, nada. Vete.
Nego deja ambas copas sobre el escritorio y se encamina hacia la gran ventana del balcón. Y así permanece, mirando a la luna ascender por el firmamento.
—Estas aquí —dice, su voz ha adquirido un tono más seguro a pesar de que habla en susurros.
—¿Y?
—Eso quiere decir que tienes curiosidad. —Su afirmación me hace subir la guardia—. Tú, más que todos aquí, debes entender cómo se siente saberse solo en el mundo. Qué se siente querer conocer el pasado, cómo cambió la vida.
—Es diferente —rebato.
—No, Zia, es exactamente lo mismo. Nuestras familias fueron asesinadas a sangre fría sin razón. Es justo que nosotros tengamos, si no sed de venganza, sí curiosidad.
—Es diferente —insisto.
—Creeme que a mí tampoco me gusta esto, es decir, vivir rodeado de clandestinidad. No poder salir a la calle sin tener que voltear cada pocos segundos para cerciorarte que nadie te pone una pistola en la nuca. Ser testigo de muchas torturas, e incluso llevar a cabo otras. No es fácil.
—Entonces, vámonos, Nego —ofrezco, con la esperanza rebozando en mi voz—. Huyamos juntos para nunca volver. Lejos de todo, lejos de esto.
Nego suelta una suave risa.
—¿Y entonces, a qué has venido si es para escapar?
Su pregunta me deja sin palabras. ¿A qué he venido? Ni yo misma lo sé.
—Yo te lo diré —continúa—. Has venido a saber, igual que yo. No puedes seguir viviendo sin encontrar tu verdadera identidad. Necesitas averiguar por qué es lo que te sucede, o lo que pasó contigo. La familia que te cuidó, a pesar de ser unos delincuentes eran las personas que más te amaban. Nos arrebataron la oportunidad de vivir felices... Aunque fuera de cartón la realidad.
—Basta —gimo.
—De acuerdo, no pretendo presionarte. Piénsalo y si decides irte, dímelo, no discutiré eso. Sólo quiero saber una cosa.
—¿Qué?
—¿Me perdonarás?
—Por supuesto, Nego —digo con una voz tan vacía que hasta a mí me dolió. Doy un par de pasos hacia atrás, entrando al cuarto de baño—. Pero no ahora, no hoy, no mañana. Tal vez... algún día.
Cierro la puerta.
–––––––♦ • ♠ • ♦–––––––
Nota:
¿Les ha gustado la sorpresa? ¡Nego is comeback!
¡Repórtense las Negolovers!
👋🏻👋🏻👋🏻
Pobre Nestore, le cerraron la puerta en las narices. :(
Don't worry, Negolovers... Nego es un amor.
¿A que me han quedado geniales los nombres de mis bad boys?
Nicholas Falcone (Nicolas). Nestore Goracci (Nestore "Gorachi") y Giordano Baneli (que se pronuncia "Yiordano" o "Yio"). Vale, y ahora pronúncienlos con acento italiano y susúrrenlos:
Nicholas Falcone...
Nestore Goracci...
Giordano Baneli...
¡Ahhhhh!
¿Sintieron los mismos escalofríos que yo?
¡Hasta la vista, babys!
—🐈Sue.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro