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Capítulo Veinticinco: Retrospectiva

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Es hora, Dimitri e Iván están en el ascensor. Sus halcones no deben estar lejos. Cuídala, y que sea la última vez que te permito algo así, tus prioridades son otras.

«Tan oportuno como siempre, Vittorio» Pensó, mientras salía de la tina a toda prisa luego de apagar la pantalla del móvil. Ni siquiera se preocupó en ponerse algo encima al entrar a su recamara, dejando un camino de agua a su paso sobre el piso tibio de madera fina. Una idea cruzó por su mente. Sonrió al imaginarse hacerle una broma a la DiMeo llegando a su puerta sin nada más que una toalla medio colocada. Finalmente se decantó por ponerse unos boxers, quizá valga la pena pero no era momento. Tomó una toalla y salió apresuradamente de la habitación sin cerrar por completo la puerta, con un cigarrillo que fumaba desde la tina.

Los rusos no cumplieron con su parte del trato. Atacaron a traición comprando las acciones que se suponía los Falcone debían adquirir. Era evidente que de alguna manera lograron convencerse de que verdaderamente era Zia DiMeo quien estaba con ellos. Y ahora la quieren. Había que averiguar a quién mierda pretenden entregarla. Las sospechas contra los DiMeo en Sicilia son débiles. La estancia de Zia aquí era una carnada perfecta para saber en quiénes se podría confiar aún. A pesar de que nadie cree que en realidad ella esté con vida después de tanto tiempo, la curiosidad —o el miedo— los obliga a salir de sus agujeros. Y la primera pesca a salido.

Los ascensores no son un punto franco si se pretende discreción; optó por las escaleras, sólo son cinco pisos.

Cuando llegó al penthouse, la música electrónica sonaba demasiado alto para haber una persona durmiendo. El pasillo se veía vacío, sin señales de violencia o sigilo. Asintió a la cámara oculta en el arbusto de la ventana. «Todo bien»

Hizo sonar la puerta tres veces con los nudillos. Esperó diez segundos. Nada. Volvió a tocar, y prestó atención al sonido que provocó: sofocado por el ruido de la música. Sin saber por qué la respiración se le entrecortó al pensar lo peor. Comenzó a morder la boquilla de su cigarro, intentando controlarse. Golpeó la puerta con más intensidad durante un minuto entero, esperando alguna señal de vida. Nada. Cuando la idea desesperada de tirar la puerta abajo cruzó por su mente, ésta se abrió de golpe.

—¡Qué!

Entonces de verdad sí que todo el aire salió de sus pulmones. La mirada penetrante de Zia DiMeo se clavó en su rostro con fastidio. Por un momento le preocupó que le atacara, pues la espuma de su boca le daba un aire rabioso. Lo único que llevaba encima era una bata de baño, aparentemente llegó en mal momento. La cinta que mantenía en su lugar la tela estaba floja, por lo que podía apreciar a la perfección la suave piel entre los senos y una parte del vientre, su piel de un alabastro inmaculado. Debajo de aquella gruesa tela se adivinaba un cuerpo magro y atlético. Estaba más que claro que el Goracci no la descuidó, en absoluto.

—Primera regla, minina —pronunció ese apelativo con cierta eroticidad, le parecía perfectamente apropiado para ella—: nunca abras la puerta si no conoces las intenciones de quien está del otro lado.

No tenía ni idea de por qué inventó aquello. Necesitaba una manera de disimular su turbación. Aunque ello lo delató un tanto, ya ni siquiera estaba seguro de cuál era su propósito allí; sólo esperaba que ella no lo notara.

—Y si no, dispara primero, pregunta luego.

Exacto.

—Segunda regla: no dejes esperando a un capo en la puerta cuando la visita es tan civilizada.

Zia tuerce el gesto regresando la mirada a su rostro.

—¿Qué quieres? —Suelta.

¡Pero qué humor!

—Bien hecho.

—Aprendo rápido. —Con un gesto de mano aparentó restarle importancia.

Le hace un resumen demasiado corto del motivo de su visita, urgido por apartarse un poco de ella.

Pero su intento se vio frustrado cuando de pronto el cuerpo de la chica se pone frente a él, muy cerca. Eso le provocó una reacción inesperada en la entrepierna, porque ambos eran conscientes de su parcial desnudez. Pensó en lo fácil que sería deslizar la bata de su hombro y descubrir las precauciones que haya tomado al abrir la puerta, si es que las tomó. Tal vez la noche podría ser más productiva de lo esperado.

—¿Debería creer eso?

Eso lo descolocó un tanto. Por lo generar las mujeres creían por completo en su palabra. Ésta no, chica lista.

—Absolutamente —dejó en claro.

La apartó a un lado y comenzó la inspección de su piso, más relajado estando a unos metros de ella.

Mientras estaba en eso, observaba de soslayo a la DiMeo, quien, a su vez, hacia lo mismo con él. Su mirada le hacía quemar la piel, disfrutó con eso, porque él sabía que no necesitaba hacer más para alardear que moverse por allí semidesnudo.

Zia lo miraba desde la entrada, con la cadera apoyada en el sofá, los brazos cruzados en el pecho, la cabeza ligeramente inclinada y se mordía el labio inferior, no podía saber si lo hacía inconscientemente o con intención, pero su rostro no mostraba emoción alguna, y su cuerpo rebosaba sensualidad. Ese hecho le puso nervioso.

¿En qué se había metido?

No podía sobrellevar ésto sin un trago.

—¿Y las bebidas? —Sonó más brusco de lo que esperaba.

Mierda.

A la chica le traía sin cuidado que estuviera o no allí, cualquier otra mujer habría hecho lo posible por que se quedara. Ella comenzó a andar en su dirección con su curioso paso.

—Haz lo que vengas a hacer, yo voy a terminar de asearme. —Y pasó a su lado apenas reparando en él, dejando una nube de fragancia herbal.

Y como si ella tirara de un hilo atado a él —no perdía nada con intentarlo, al contrario, averiguaría qué clase de mujer era—, la siguió al servicio hasta que ella advirtió su cercanía.

—¿Se te ofrece algo? —Preguntó ella con molestia.

Sonrió interiormente.

—Mis órdenes son precisas. No debo perderte de vista, hasta que Vittorio me lo diga —redujo la distancia entre ambos, acercado la nariz a su mejilla. Se encontró deseando conocer el sabor de la suave piel de su cuello—. Eso incluye ir contigo al aseo.

Ella se apartó un par de pasos, y le miró divertida. ¡Oh, mierda, eso es tan...!

—Para ser un capo, acatas muy bien las órdenes de Vittorio —hablaba con una sonrisa sesgada, tan... ¡Mierda! Ya no podría detenerse.

¡Y para colmo, observadora!

—Tienes razón, no soy el capo pero estoy por serlo. Y no querrás desafiarme cuando eso suceda —dijo con voz ronca.

—¿A caso es una amenaza?

No sabía por qué le gustaba cuando ponía en duda su palabra.

—No, es una advertencia.

Ella se encoge de hombros, como si recibir un advertencia del siguiente jefe de la familia Falcone no fuera la gran cosa.

—Como sea —dijo—, según tengo entendido, estoy aquí para tomar el control de mi familia. A que eso nos pone en la misma posición.

«Oh, cariño, tan ingenua»

—Hablas demasiado pronto. Hacerse de un lugar en la mafia no es cosa fácil, y mucho menos para alguien en tu posición —dijo con sorna—. Pero ansío ver ese día.

—Me subestimas, cariño. —El que le dijera cariño volvió a lanzar energía a su entrepierna.

Era algo probable, y se lo hizo saber, así como el hecho de que todo lo que él hacía y decía era por experiencia, que vivir en su mundo era estar rodeado de mierda, que corrían peligro a cada momento, e intentó intimidarla con la muerte, pero ella sólo lo miraba con los párpados medio caídos.

—¿Algo más? Me aburres —fue toda su respuesta. Le sorprendió la osadía —o la boludez— con la que habló.

Estaba dispuesto a crear tensión para conocer la peor faceta de ella y se le estaba escapando.

—Sí —dijo, cambiando de táctica—, ¿de verdad no quieres que entre contigo? Podría... ser de interés.

DiMeo ladeó un poco la cabeza, como sopesando su propuesta.

—¿Y también divertido?

Mierda, lo estaba considerando.

—O útil, si así lo deseas.

Bajó aún más el tono de su voz, convirtiéndola en un susurro sugerente.

—¿Instructivo? —Inquirió, muy cerca de él.

—Sin duda.

Diablos, demasiado fácil.

—¿Decente?

—De ninguna manera.

Demasiadas vueltas.

—¿Sin compromiso?

—No es lo que busco.

¡Hostia puta! ¿Qué...?

—¿Inolvidable?

—Desde luego.

Sus labios estaban a dos centímetros de tocarse y ella hacía danzar su dedos en la orilla de la toalla en su bajo vientre, intensificando el momento.

Lo sabía. No era una santa.

Ella puso un dedo en sus labios y una mano en sus caderas, pensando.

—No, gracias. —Fue como un balde de agua fría—. Estoy cansada.

Y entró al baño, cerrando la puerta en su nariz.

¡Infiernos! Eso lo puso... y mucho. Nadie lo había rechazado... nunca.

Una sonrisa se abrió paso en su perfecto rostro, aún frente a la puerta, se recargó en el marco mientras negaba con la cabeza y los músculos de su rostro estiraban las comisuras de sus labios involuntariamente.

Luego su móvil sonó en una llamada entrante de Gio.

—Joder. —Aún sonriendo, fue lo único que salió de su boca cuando recuperó el habla.

La llamada únicamente era para informar que las chicas estaban demasiado ebrias para moverse y necesitaba ayuda. Le dijo que llamara a Enzo, pues él estaba muy ocupado.

Zia DiMeo, el diamante perdido.

Imposible negar que es una DiMeo. Tiene el defecto propio de ellos. Aquella mirada..., esos ojos eran los de su abuelo, Ignazio DiMeo, y su tatarabuela, Alda DiMeo, la primera y última mujer a la cabeza de la familia, hasta el momento.

Existe una vieja leyenda acerca de ese defecto en los ojos, se dice que quien lo herede tiene el don de la inmortalidad concedido. ¿No fue Ignazio quien murió a los ciento veintisiete años en mitad de un ataque de risa luego de asesinar él mismo a su última amante? Una especie de maldición, porque viéndolo bien, ¿quién querría vivir más de un siglo en éste averno?

Había algo inquietante en esa chica. Su atracción por ella era innegable, así como la que se siente por cualquier otra mujer ardiente, pero hacia Zia DiMeo era... ¿Deseo? ¿Furor?

Apenas llevaba conociéndola un día y ya estaba delirando.

Mirarla era desquiciante, eso sin duda, incitaba a pensar en todo pero sin cordura. Ella era hermosa, bellísima... Pero es que... ¡Joder, no! La palabra belleza no le hacía justicia. Ella era... perturbadora. Perturbadora en todos los sentidos. Todo en ella era perturbador, comenzando por  sus ojos, Dios, esa mirada perspicaz, astuta y suspicaz, hecha de una esmeralda turbia y un zafiro roto. El dolor era evidente en su forma de verlo todo, pero aún así, los colores de sus ojos eran eléctricos y llenos de vida. Aquella mirada le decía jódete a cualquiera que se atreviese a voltear en su dirección. Su heterocromía le daba un aire esquizofrénico.

Su boca. Esa boca curvada siempre de una manera que hacia pensar que una sonrisa burlona sería la respuesta a cualquier cosa que le dijeran, de comisuras finas y labios rellenos, de un tono carmín natural. Capaz de llevar del enfado psicópata a la diversión eufórica y viceversa en cuestión de segundos. Y aunque cuando sonreía los ojos no se le iluminaban, tenía el poder de poner a cualquiera a sus pies.

Y su andar. Caminaba con un extraño desenfado, se movía con la elegancia y el orgullo de un gato, pero con una pizca de la gracia de un borracho, casi como en la delicadeza armónica de una danza. Una combinación extraña que no era desagradable, sólo curiosa.

Perturbadora.

Poseedora de una belleza agresiva e intimidante, imposible de ignorar pero difícil de contemplar. Era una batalla perdida con uno mismo decidir entre si mirarla o no. Y el problema no era que fuera dolorosamente hermosa. El problema era que ella lo sabía y sabía cómo hacer de eso una tortura usándola como arma. Pero era un arma de doble filo, ella también podría resultar herida si la empuñaba en contra de la persona equivocada, aquella persona que conociera la filosofía de sus artes de seducción.

Perturbadora...

En ese preciso instante, Nick Falcone también fue consciente de que se estaría condenando por aquella chica.

Perturbadora.

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Nota:

Yo insisto en Nia.

Acabamos de leer un Point of View de Nick Falcone. Y me gusta cómo describe todo eso. Hasta creo que prefiero la tercera persona a la primera.

Así habrá más capítulos de personajes secundarios mezclados a lo largo de toda la historia. No creo necesario indicar quién es el que narra, opino que es evidente si se lee con atención. Además, como que le da un toque de intriga al asunto, ¿no?

¡Quiero saber qué opinan de éste capítulo! Es otro de mis favoritos :)

¡Voten y comenten si les ha gustado!

Xoxoxo

—🐣Sue.

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