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Capítulo Veinte: Proclamación

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Jamás, en mi vida, o al menos en lo que recuerdo de ella, me gustó mirarme a un espejo. Me hace ver cuán miserable soy. Lo mal que me encuentro, buscando salidas en narcóticos y apoderándome de lo que no soy dueña. Y de pronto me hallo frente a uno. Un rostro fantasmal, con facciones afiladas, marcadas por los huesos; los cabellos, caídos en mechones mojados, de un color negro azabache; la clavícula, sobresaliente a falta de carne; y los ojos más horribles jamás vistos, uno azul y otro verde. El reflejo me devuelve una mirada inexpresiva, carente de emoción, inclusive, podría decirse, que  de vida.

Es increíble que esa chica haya sido yo desde siempre.

Una emperatriz de la mafia.

Es como Vittorio me ha llamado.

El sudor comienza a perlar mi cuerpo y mi respiración se agita más a cada segundo.

De repente las comisuras de sus labios —mis labios— se levantan en una sonrisa perversa. Sus ojos —mis ojos— no me abandonan. La euforia me embarga; era necesario, pues de otra manera no lo podría sobrellevar. La droga comienza a circular por mis venas.

Aun sin dejar de sonreír, una lágrima solitaria brilla al deslizarse por su —mi— pálida mejilla.

Mi cuerpo es sacudido por ligeros temblores esporádicos a causa del descenso repentino de temperatura.

Las alucinaciones ahora son bienvenidas. Las espero, paciente. Pero no llegan.

Su sonrisa se desvanece poco a poco para ser remplazada por una mueca de dolor.

Ladeo la cabeza, confundida. Hasta que, segundos después, lo siento. Una estocada, limpia y fuerte, de  recuerdos. Cada uno pasando como una ráfaga de viento, incorporea. Únicamente siento como me empuja, pero no cómo lo hace, ni por qué, ni qué, ni cuándo, porque sólo es un segundo cuando sucede, no da tiempo a reaccionar.

Me es imposible ver lo que cada golpe de recuerdo trae consigo. Aunque, tampoco es que importe.

Ahora sé que no son sólo alucinaciones. Son mi pasado.

La dulce melodía de la mujer —mi madre—.

La preocupación del hombre —mi padre— cuando caigo de la bicicleta.

Ambos muertos.

Temblorosa, abro los cajones del lavabo buscando algo que pueda serme útil. Las encuentro en el último cajón. Ahí. Cómo si me aguardaran precisamente a mí. Unas tijeras de peluquería, no exactamente lo que buscaba pero son funcionales. Abro sus hojas y analizo el filo pasando un dedo por el borde. Presiono más de lo necesario y aparece una línea carmín en la yema de mi dedo. Como si no supiera qué es, me llevo la herida a la boca y saboreo la sangre. Luego vuelvo a abrir y cerrar las tijeras y medito lo que acontinuación haré.

De nuevo me miro seriamente al espejo. Alzo las navajas en el aire, tomándolas del mango, apuntando hacia mí. Y allí me quedo. Incapaz de hacerlo. Dejo caer el brazo y suspiro. No soy cobarde. Finalmente, y sin darme cuenta, mechones largos de mi cabello ya están en el suelo. Voy dando cortes sin ninguna clase de método. Mi rostro en el espejo se crispa y comienzo a llorar. Cuando termino, mi cabello apunta en diferentes direcciones.

Sonrío al encontrarme tan graciosa.

Luego lanzo con todas mis fuerzas el bote de jabón líquido para manos. Se estrella contra la pared de baldosas y se rompe. Ahora el ambiente huele a fragancias orientales.

Me recargo en la pared y me deslizo por ella hasta que termino sentada. Tiro de mi cabello, arrepintiendome de haberlo cortado. Desesperada por la mentira que es mi vida. Dolorida por lo sola que estoy. Todo. Siempre lo recordé todo. Y nunca lo supe.

¿Ahora? Ahora vengaré la muerte de mis padres.

***

Abro la puerta de mi recamara lo más silenciosamente posible, necesito ayuda para remediar el caos que es mi cabello. Pero para eso debo evitar asustar al primero que se me atraviese antes de Halloween pareciendo un espatapájaros.

La tarde está comenzado, en el horizonte se divisan nubes cargadas, así que hay una alta probabilidad de lluvia en la noche. Pero, mientras, el calor es abrasador.

Viro a la izquierda, hacia un pasillo similar al que acabo de dejar, por donde, creo, está la habitación de Elle. Me detengo frente a una puerta de caoba doble y toco tres veces.

—¿Danielle?

Nada.

Llamo un vez más y al no recibir respuesta regreso sobre mis pasos. Cuando giro al pasillo principal, una serie de ladridos frenéticos y agudos me hacen pegar un brinco, retroceder y ponerme en guardia.

El chihuahua no deja de ladrar e intentar zafarse del agarre de Alexis. Sé que es ella por el tono rubio castaño de su cabello ralo. Ella caminaba con su nariz respingona levantada y paso altivo, remarcando cada pisada en el suelo con sus altos tacones, un traje de chaleco y minifalda negros con camisa blanca, sosteniendo un bolso que hace una combinación peligrosa de cuero brillante rojo, donde un intento de perro, con una ridícula boina negra al estilo francés, se retuerce para echarme pelea. Hasta que el ruido de su perro le molesta:

—Coco, cállate, ¿qué es lo que te...?

Hasta que repara en mí.

Sus ojos castaños se expanden hasta que casi se le salen, sus finos labios forman una graciosa "o" y me mira, ya no con repugnancia, sino con curiosidad. Al parecer le han dado la noticia de quién soy.

Me analiza de arriba abajo y hace una mueca de asco ante mi aspecto, seguida de una radiante sonrisa de oreja a oreja, le brillan tanto los ojos que podría igualar al sol.

Y me envuelve en un abrazo asfixiante, gritando y dando saltitos.

Después de unos minutos de permanecer en tensión, sin saber exactamente cómo responder a su reacción, le doy unas palmaditas en la espalda, hasta que me libera de su nube de perfume caro que comenzaba a darme arcadas.

—Disculpa, los siento... Es que... Wow... Es... ¡es increíble!, es decir, que haya otra DiMeo, quiero decir, la hija Anthony. Vaya, ¡no lo puedo creer! Tash se caerá de culo cuando sepa que existes. ¡Oh, por Dios! ¡Aún no sabes lo de Natasha!

Habla demasiado rápido, creo que su lengua irá a enredarsele, así que la tomo de sus estrechos hombros y la zarandeo para sacarla de su emoción.

—Tranquila. Respira — le sugiero, ofreciéndole una sonrisa. Ella inhala una bocanada grande de aire haciendo que se le inflen un poco las mejillas —. Respira. Y suelta el aire. —¿Estás bien? —inquiero.

Ella asiente, un poco turbada.

—Bien. Hola, soy G... Ga... Zia, Zia DiMeo —tartamudeo, tendiéndole una mano.

—Lo sé. Alexis DiMeo —responde estrechando mi mano entre sus dedos largos y manicurados.

—Lo sé —sonrío con pesar, mirando nuestras manos unidas.

—Ah, y él es Coco —dice señalando al chihuahua que ya se había arrebujado dentro del bolso.

Y saludo al perro con una palmadita en la cabeza. En cambio, él me gruñe, yo le devuelvo el gesto mostrándole los dientes cuando Alexis se gira.

Comenzamos a caminar hacia una dirección que nadie, o quizás sólo ella, conoce.

—Alex —digo, luego de un minuto de silencio— ¿tendrías... Hum... algún problema en ayudarme con... mi cabello?

Alexis me mira de soslayo y sonríe.

—Sabía que me lo pedirías. Justo estaba a punto de salir al salón de belleza. Pero, si voy a tener que llevarte, no puedes ir a mi lado así —señal, haciendo un gesto despectivo a mi ropa—. Te prestaré algo.

Río, pues ella es más baja que yo por diez centímetros, aún con tacones, es muy poco probable que algo suyo me quede.

***

—¿Por qué todo está guardado y empaquetado? —Inquiero mientras miro un vestido veraniego con gasa verde muy revelador que Alexis había dejado en un perchero como una posibilidad de usar, mientras ella rebusca críticamente en todas sus prendas.

Estamos en su habitación, despojada de toda personalidad.  Algunos cuadros ya se habían retirado, dejando su forma impresa en las paredes, los muebles vacíos y las pertenencias de Alexis, que no eran pocas, guardadas en cajas y maletas de viaje.

—¡Pues porque mañana nos vamos a la playa!

La miro sin comprender.

—¿A la playa? ¿Ustedes?

—Nosotros. Tú también. Por eso estamos aquí, esperándote.

—Y... ¿A qué vamos a la playa?—sondeo con cautela.

Me he quedado asombrada. El recuerdo de Vittorio diciendo que Falcone les esperaba en Acapulco viene a mí.

—Por tu hermana —dice Alexis, encogiéndose de hombros.

Y luego, como si hubiera dicho algo inapropiado, da un respingo y se tapa la boca con ambas manos.

En ese momento Danielle entra oportunamente sin tocar.

—Enzo se está impacientando, ha preguntado si tardarás demasiado —dice Elle bostezando, dejándose caer en una silla y tomando una revista.

—Quizá, no logro encontrar algo apropiado para el color de su piel —responde Alexis, señalándome con el dedo pulgar sin girarse—. ¡Y mucho menos para esos ojos!

Danielle pone los ojos en blanco y gruñe con frustración. Camina hacia la cama gigante de Alexis, donde están todas sus maletas con ropa, y la hace a un lado de un empujón.

Comienza a sacar prendas y más ropas de las maletas, descartando la mayoría y sopesando muy pocas, ignorando las protestas de Alexis de invadir su territorio.

Al final se da por vencida al no encontrar nada. Sale dando grandes zancadas y luego de un par de minutos está de vuelta con más ropa en un gancho.

—Toma. Date prisa.

Yo tomo el gancho y miro lo que hay colgado. Sin ninguna clase de pudor, me quito la ropa que siempre había estado conmigo y me pongo lo que supongo, es ropa de Danielle, mientras Alexis refunfuña metiendo lo suyo nuevamente a las maletas.

Termino embutida en unos jeans de mezclilla deslavada, una playera amplia gris que pone 'BOSS' con unas Adidas.

—Abrá que mejorar eso —comenta Alexis. Se acerca y hace algunos cambios en la posición la playera —Y... no, tu cabello no tiene remedio.

Entonces me pone un grito negro de lana fina.

—Sí, sí, ya vámonos —apremia Danielle.

***

—¿Por qué nadie me había dicho que mañana saldríamos de viaje?

Elle alza los hombros.

—Era una sorpresa.

—Aja, sí. ¿Y como pretendían hacerme ir ¿Inconsciendizándome? —Rebato irónica.

Danielle abre mucho los ojos, un tanto alarmada.

Ah, vaya, Alexis no lo sabe, no tiene ni idea.

Una parte de mí se relaja al entender que mantienen al margen a la cría. Comenzaba a asustarme viendo envuelta a Alexis pegándole de tiros a las gente.

Asiento una vez.

El SUV avanza sin problemas por la autopista, seguida de dos autos y tres motocicletas de incógnito más. Gio organizó todo para que nuestra visita al salón de belleza no terminará en una catástrofe, enviando a nueve guardaespaldas para tres inofensivas chicas, quiero decir, una matona, una pseudosecuestrada y una niña.

Me dejo caer con cansancio en el sillón del todo terreno.

—¿Quién es Natasha? —Cuestiono, mirando a través la ventana polarizada, hacia el tráfico. Giro la cabeza para contemplar reacciones.

Danielle le lanza una mirada aguda a Alexis.

—Hermana tuya —responde despacio.

Asiento.

—¿Cómo es posible?

—Es hija de Sonia... pero no de tu padre. Su apellido es García. Vivió con su padre biológico en España hasta los doce años, cuando Augusto reclamó conocerla. Sonia logró mantenerla en secreto en un viaje de negociación de año y medio hace diecisies años... larga, larga historia —explica, mirándome significativamente.

Mi actitud se vuelve severa.

—¿Por qué no está aquí? — De verdad que intento relajarme.

Alexis se hecha a reír y Danielle pellizca el puente de su nariz.

—Digamos que es una persona bastante... liberal —dice Alexis entre risas—. Ella siempre quiso visitar una playa de México, así que cuando se le planteó este viaje, se adelantó. La intención era presentarlas, pero a ella no se le anticipó la noticia.

—Así que no sabe que existo.

—Exacto.

El auto se detiene y Alexis salta fuera con su caniche en brazos.

Vagamente me pregunto si no es muy pequeña para entrar a un lugar como este y usar zapatos de más de diez centímetros de alto.

Danielle se baja los lentes de sol y me guía por la plaza de un edificio lujoso de donde entran y salen supermodelos en serie.

Yo suspiro. Mentalizadome para enfrentar mi futuro.

Cuando entramos al local, un ligero aire a hospital clínico me golpea la cara. De repente me dan ganas de salir corriendo despavorida. Ve tú a saber qué tanto se hace aquí.

Avanzamos hacia  la recepción dónde una chica rubia con bata rosa habla por micrófono mientras se lima las uñas. Cuando nos ve llegar dispone todo para recibirnos.

—Buen día, señoritas —saluda cordialmente.

—Hola —Alexis lee su gafete de identificación—, Fanny. Tenemos cita dentro de tres minutos.

—Claro, un segundo. —La recepcionista clava su atención en la pantalla táctil de su ordenador —. Sus nombres, por favor.

—DiMeo —dice Alexis.

—Scodellario —dice Danielle.

La pobre rubia pega un bote al escuchar sus respuestas y mueve con más frenesí sus dedos.

—Por supuesto..., pero aquí sólo tengo dos lugares —informa, mirándome avergonzada.

—Ah, sí, lo olvidé. Error mío. Pero supongo que puedes arreglar eso, ¿no?

Contengo la respiración cuando veo a Alexis deslizar un par de billetes por el mostrador.

—¿Qué servicios requerirá la nueva visitante? —Pregunta la chica, servicial.

—Depilación, un shiatsu, baño de algas, estilista, de preferencia que sea Jonah, maquillaje profesional, pedicura y manicura, un crítico de moda y entraremos a la boutique. Ajá... sip, en ese orden.

Mientras Alexis enumera, la recepcionista maneja todo con eficiencia.

—¡Todo a la cuenta de Augusto DiMeo! —Añade maliciosamente Danielle.

La chica asiente y deposita tres identificaciones sobre la madera.
Alexis se detiene y pone su iPod en la base de conexión, una canción de Taylor Swift comienza a sonar por los altavoces.

—Andando.

Y aquí voy, directo a la boca del lobo, la que me regurgitó y ahora me quiere de vuelta. Directo al infierno. A aceptar mi futuro, porque, ¿hay algo mejor que hacer? Sí. Lo cierto es que sí. Pero no quiero elegir algo diferente. Un pasado me precede. Una historia que tiene sombras que quiero descubrir. Un pasado que me trajo al presente y forja mi futuro. A partir de ahora soy Zia DiMeo Amore, heredera legítima de una de las cinco familias de la mafia siciliana. Y reclamaré mi lugar.

Soy la misma Gata de antes, no la de siempre.

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Nota:

¡Oh, no! ¡Zia entró a un salón de belleza! :ooooooo  XDXDXDX

Esa Alexis es una loquilla. Acabo de descubrir que mis personajes tienen nombres raros. :v Pero bueee... Así me gustan.

Para el siguiente capítulo les aguarda un poco de acción. ¿De qué creen que se trate?

¡Nos vemos!

Xoxoxo

—💙Sue.

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