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Capítulo Treinta y uno: Incidente

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1

—¡Giordano Baneli! ¿Me irás a dejar al hotel? —La voz de Natasha suena por los pasillos buscando a Gio, debe irse antes del mediodía.

Su padre la espera para regresar a Barcelona por tiempo indefinido.

—Aquí. —Salgo de la sala para encontrarla.

—¡Zia! ¡Hola! —exclama cuando me ve.

No puedo evitar esbozar una sonrisa triste ante su inminente partida. Ahora que conozco a una parte de mí debo dejarla ir para no causar daño.

—¿Estás bien? ¿Qué fue lo que sucedió ayer? Me asustaste —inquiere con su particular seseo gallego.

—¿Sobre qué? —digo, todavía pérdida.

—Con Nestore. ¿Por qué lo atacaste? Pobre.

—¿Nestore? ¿Le conoces?

—Sí, un poco. ¿No es mono?

Alzo una ceja, verdaderamente asombrada.

—Sí, supongo.

—¿De dónde lo conoces tú, tía?

—Es... sólo... Bueno, por un momento creí que lo conocía. Un malentendido.

—Ya, claro. —Por su tono quedaba entendido que no me creía, pero decide no preguntar—. Me voy de regreso. No quiero hacerlo, Zia. Haz algo, por favor.

El estómago se me encoje al escucharla decir aquello. Está esperando una respuesta. Respuesta que no puedo darle.

Le miro a los ojos, y me es difícil ignorar la súplica en ellos. Tampoco quiero dejarla ir. Este tiempo no ha sido suficiente.

—Fue genial conocerte.

La desilusión apaga su brillo. Puedo ver que intenta comprenderlo, pero no puede.

—Igual —suelta en un suspiro—. ¿Sabes dónde está Gio? Mi padre nos espera en el hotel. —Finge revisar el móvil para que no note su ojos acuosos.

—Ya te espera fuera, en el auto.

Pasa a mi lado arrastrando su pequeña y única maleta en dirección a la entrada. La sigo un par de pasos después.

Las siluetas de Vittorio y Danielle se recortan en el umbral de la puerta.

—¡Adiós, Vittorio! —le grita Natasha desde medio salón y luego se echa a correr para colgarse de su cuello en un abrazo.

Una punzada de no sé exactamente qué me pica al ver la familiaridad y confianza que hay entre mi hermana y el hombre. Quizá sea el saber que no estoy dispuesta a dejarlos entrar por completo en mí a todos ellos, mientras que Tash no tiene ningún problema en confiar.

—Oh, pequeña —dice Vittorio, rodeándola con sus brazos—. Nunca creí decir ésto, pero te voy a extrañar.

—Y yo a ti, tío Vitt.

Tío...

—Oye, enana, ¿y yo qué? —se queja Danielle.

—Pues a ti no tanto como a él, pero igual un poco..., bruja —contesta mi hermana antes de abrazarla también.

—Cómo odio las despedidas —murmura Tash—. ¡Quizá la próxima vez que nos veamos yo ya tenga treinta! No es justo.

—Pequeña Amore, hay que aprender que no todas las personas son para siempre y que la vida es para uno solo. No te agobies pensando en nosotros, que estaremos contigo todo el tiempo.

Y cuánta razón lleva.

—Pero no es verdad.

—¿Y si imaginas que lo es? Esa es la diferencia, porque es cierto.

Tash esboza una sonrisa temblorosa que termina por hacerme trizas.

—Mejor que me vaya ya.

Les da dos besos en cada mejilla a ambos y al final me dedica una mirada nostálgica. De la que yo rehuyo.

Avanza hacia el Lamborghini que espera por ella estacionado en el sendero de la entrada.

Saluda y se despide de Falcone que charlaba con Gio, igualmente de una forma muy efusiva y triste. Hasta que le abre la puerta del auto.

—¡Tash, espera! —Apenas reconozco que se trata de mi voz—. ¡Voy con ustedes! —grito antes de arrepentirme.

Y porque no estaba en los planes, Falcone y Gio se ponen a dar órdenes para que nos siga todo un séquito de guaruras.

Ni la estrella más brillante puede compararse con la intensidad de la sonrisa de mi hermana al saber que no la he dejado.

—Andando, hermanita, que de mí no te libras hasta el final —digo en cuanto llego a su lado, empujándola dentro. Sólo que ella no sabe qué final.

—¡Oh, sí! —grita Tash.

—¡Oh, no! —exclama Falcone—. A la mierda con pasar desapercibidos.

—Oye, que nadie sabe que yo también voy. No hay porqué cambiar el plan —le replico en un murmullo antes de entrar al auto—. Y guarda silencio, que hay oídos puros oyendo.

Me atraviesa con una mirada oceánica enfadada.

—De acuerdo, no te dejes ver.

—Tranquilo, no saldré del coche.

Falcone deja escapar un gruñido.

—Tash, vigila a tu hermana, ¿quieres?

—¡Claro! —dice mi hermana desde el interior, echándose a reír.

Por último le lanza una mirada tácita a Gio que éste comprende al instante.

Y el Lamborghini arranca, seguido de otros dos Bugas.

No, bueno, ¿y así pensaban pasar desapercibidos?

—¿Lista? —le pregunto a Tash.

—No —responde, agitando sus rizos.

Sonrío un poco.

—Yo tampoco.

Me devuelve la sonrisa, y mi pecho se entibia. Me giro a mirar por el cristal oscuro de la ventana.

—Zia...

—¿Ajá?

—Gracias.

En realidad no es ningún favor, ni siquiera puedo comprender por qué lo hago.

—No hay problema.

Avanzamos por unas cuantas calles durante otros cinco minutos, mientras yo miro por la ventana hacia los locales y casas que se establecen por ahí. Hay muchas boutiques, departamentos de ropa, edificios departamentales y otras pequeñas casitas de tiendas artesanales de pan, souvenirs y demás.

Una, particularmente, llamó mi atención; parecía una casa de campo pequeña, de esas que sólo se encuentran en mitad de un bosque y vive una persona. Había muchas fruslerías antiguas exhibidas. No tenía pinta de ser especialmente ostentoso.

—¡Para! —grito a Gio—. ¡Detén el auto!

—¿Zeta, pero qué mie...? —exclama, derrapando el coche.

Pero yo no le doy tiempo a terminar porque tomo a Tash del brazo y nos hago salir del auto.

—¡Nos fugamos! ¡Hasta la vista, baby! —dice mi hermana detrás de mí—. Oye, tía, después de todo no eres tan aburrida.

—¡Zeta!

Arrastro a Natasha hacia la casa de artesanías una cuadra más allá. Con los guardias y Gio pisándonos los talones.

Giro en la última esquina y subimos los escalones para entrar. Debido al alboroto, el dependiente sale a ver qué sucede, mientras intentamos controlar nuestra respiración. Entonces Natasha explota en risas.

—¡Eso fue... fantástico! Hagámoslo de nuevo, pero esta vez hasta el aeropuerto.

—¿Puedo ayudarles, señoritas? —dice el viejo hombre de lentes.

—Por favor, señor, esos hombres de allá —digo con mi mejor voz desesperada, señalando a tres de los esbirros que avanzan caminando hacia aquí—, llevan persiguiéndonos todo el camino. Quieren que subamos al auto con ellos.

Tash no puede resistir más la risa y estalla de nuevo.

—Por  favor, si solo permanecemos aquí un rato, seguro se irán —insisto.

El hombre estira el cuello para ver detrás de mi hombro a los tres tipos, entrecierra sus ojos vidriosos y no parece asombrado. Quizá sea la senectud.

—Comprarémos algo.

Y con eso lo convenzo.

—De acuerdo, adelante —accede con su voz ronca.

Entramos a la cabaña y nos golpea un olor a madera tallada, hojas secas, tierra y naftalina. Casi como estar en medio de un bosque de verdad.

Las paredes, el techo, las mesas y el mostrador están llenas de objetos tradicionales. Hechos de mimbre, hilo, cuadros de paisajes, cajas de madera decoradas, máscaras, juguetes, baúles, plumas...

—¿Todo esto lo hace usted solo? —pregunto, fascinada.

El anciano ríe un poco. Camina detrás del mostrador y se coloca un artefacto de montura tosca sobre sus anteojos, dándole un aspecto muy cómico. Lucen como gafas especiales para ver a través de las cosas.

—No lo hago todo solo, ellos me acompañan —dice, señalando los muñecos en las repisas—. También mi nieto viene cada fin de semana a ayudarme y ofrecerme un poco de charla —añade ante la mirada asustada de Natasha.

Caminamos un poco para curiosear los artículos de la casa. Todos muy bien terminados, es innegable el tiempo y el amor dedicado a ellos. Muchos de los objetos están arrumbados y llenos de polvo, escena que obvia la falta de movimiento. Me pregunto por qué el hombre no deja de hacer cosas que la gente no compra y no ve.

Mientras observabo una perturbadora muñequita morena de aproximadamente diez centímetros de alto, cabello negro corto a lo paje; de forma distraída me llevo la mano a mi propio cabello, acariciándolo; y lo más inquietante es su heterocromía. Azul eléctrico y verde vibrante. La coloco en su lugar con extrañeza, y una ligera sonrisa tirando de mis labios.

El móvil metido en mi bota comienza a sonar en una llamada entrante de Gio. Desde la ventana puedo verlo observándome con la mano pegada a la oreja. Igorándole, contesto.

—¿Diga?

—Espero que tengas una buena razón para ésto, Zia —su voz es áspera y demandante. Un atisbo de temor me punza cuando me llama Zia en lugar de Zeta.

—Lo siento, ¿con quién desea hablar?

—No estoy jugando. ¿Te das cuenta de lo irresponsable que estás siendo?

—Hay una buena razón, pero no es a ti a quien beneficia, tampoco a mí.

—Vuelvan al auto.

—Dame cinco minutos.

—Ahora. Entraré por ustedes en sesenta segundos.

—Eres un amor, Gio. Te quiero. Gracias —digo dulcemente.

Me apresuro a llegar al lado de Tash cuando cuelgo. En la mano llevo el regalo perfecto para ella.

—Ésto es magnífico —chilla alzando un tablero de madera que jamás había visto—. Los gitanos lo usaban para sus trucos en las calles, tiene un montón de atajos para... engañar a sus espectadores —termina con una gran sonrisa.

—No pensarás llevarlo, ¿cierto?

—Desde luego que sí, es maravilloso.

—Vale, tengo algo para ti.

Alzo la mano para mostrar el aro gigante con plumas. En color gris de un complejo tejido en telaraña, del que cuelgan tres hilos de cuentas acristaladas en diferentes formas terminado con hermosas plumas parduzcas. La transparencia de los cristales lanza haces de luz de diferentes colores hacia las paredes y lo vuelven a simple vista incorpóreo. Una sencillez espectacular.

—Un atrapasueños —murmura Natasha, absorta en la iridiscencia del chisme que gira colgando de mi mano.

—¿Te gusta?

—Me encanta —susurra luego de un instante

Un inexplicable peso de mi estómago se libera al escuchar su respuesta. Sonrío.

—Andando.

El hombre en el aparador se quita sus excéntricos anteojos para mirar con un poco de nostalgia el atrapasueños que mi hermana lleva.

—Una elección interesante —comenta, mirando de Tash al aro—. Creo que nada de lo que hay aquí combina tan perfectamente contigo, niña, como ese atrapasueños. Es de la suerte. Pero... ten cuidado—. Una sonrisa cansada eleva una comisura de sus arrugados labios.

No soy muy supersticiosa, pero al parecer mi hermana sí, pues mira con seriedad al anciano.

—Lo haré; gracias.

Doscientos noventa y cinco segundos después y veinticinco euros menos estamos en el pórtico de la casa de artesanías.

—¿Algún plan? —susurra Tash inclinándose a mi lado— ¿Corremos de nuevo?

Suspiro y trago saliva.

—Entremos al auto.

—¿Qué? —pregunta, horrorizada.

—Sólo... vayamos dentro, ¿de acuerdo?

La mirada de Natasha denota desilusión. Me taladra con intensidad, buscando el indicio de una broma que no existe. Luego resignación.

En silencio caminamos hacia los autos. Sólo cuando estamos instaladas en el Lamborghini, Gio apaga su cigarro y toma su lugar en el asiento del conductor, poniendo los seguros desde el control.

El ambiente es tenso para todos. Nadie habla. Ni siquiera Tash, quien hace unos momentos exultaba alegría con la idea de una fuga.

—Lo siento —me disculpo.

—Muy tarde para disculpas, Zia,  ¿no te parece? —gruñe Gio desde  enfrente.

—No hablaba contigo —escupo de vuelta, cerrando de golpe la ventanilla que divide la parte frontal de la trasera. Ventanilla que baja lentamente un segundo después.

Tash mira hacia afuera con expresión abatida.

—¿Por qué? Sólo estás siendo una hermana responsable —dice tristemente.

—¡Pero si mi segundo nombre es irresponsabilidad!

—¿No es evidente? —vuelve a gruñir Gio.

—¡Oh, tú cállate! —Subo de nuevo la ventana, sólo para que vuelva a bajar.

—Tash, yo...

—Y aquí viene, ¿no? "No eres tú, soy yo. Créeme que es por tu bien" Ahorratelo, Zia. No eres la primera que me lo dice.

Silencio. ¿Qué puedo decir? Recorremos otro tramo de carretera en tensión. Estamos llegando, los aviones pasan volando demasiado cerca de nuestras cabezas, haciendo vibrar nuestros pechos. El hotel en el que su padre espera está cerca del aeropuerto.

—Hace meses, conocí a una niña —comienzo, tragando el nudo en mi garganta—. Su nombre era Ana. Antes de ella hubo más personas. Pero ella ha sido la última. Tenía siete años entonces, y su hermano nueve. Vivían conmigo y con... En un viejo edificio incendiado. ¿Comprendes que éramos de la calle? No teníamos tanta capacidad para nada. Apenas comíamos. Su hermano era un drogadicto. Yo robaba cosas en las tiendas y casas. No era una buena vida. La felicidad eran las pequeñas cosas. Y aún así prometí sacarnos de ahí. No debí hacerlo. Hace pocos días, Ana murió por mi culpa a manos de un sicario. Una bala le atravesó el abdomen a causa de una deuda que tenía con el tipo... Tash, estoy aquí porque necesito saber quién soy. Mis padres están muertos, y quiero saber porqué. Que los dos hayan muerto el mismo día no es ningún accidente. Ana no ha sido la primera muerte dolorosa que viví. No recuerdo nada antes de hace diez años. ¿Lo entiendes? No soy una persona que te convenga conservar a tu lado. Mi búsqueda no creo que sea limpia. Y no quiero que te haga daño. Eres la única persona que me queda.

—Zia, lo entiendo. ¿Pero es que tú no ves que yo intento protegerte también? Es obvio que Gio y aliados ocultan cosas, cosas que es mejor ignorar. —Al oír aquello casi me da un ataque de pánico. No han podido mantenerlo todo oculto de ella—. ¿Por qué crees que me la vivo escapando? No es mi deseo que te involucres.

—No quiero que te preocupes por mí —digo secamente—. Déjame ese trabajo. Necesitas irte, hacer tu propia vida, y saber que existo... a una distancia prudente.

—Zia...

—No, Tash. Es mejor así. Estaremos en contacto.

El auto se detiene en la entrada de un edificio rústico de varios metros de alto. Es mucho más austero que en los que me he alojado últimamente.

Gio sale del auto y abre la puerta de Tash. Yo me encojo en el rincón opuesto, aunque no tiene mucho sentido, pues quien me haya visto ya lo hizo.

De un instante a otro ya tengo a mi hermana envolviéndome en un fuerte abrazo. Me relajo un segundo después. Memorizando el olor y tacto de su cabello rizado. La respiración de su cuerpo y su cercanía.

—Sólo cuídate, ¿vale? —dice.

—Lo haré. Ciao.

Adiós.

Pero ninguna de las dos rompe el abrazo. Hasta que yo me despego.

—Anda. Te esperan dentro.

Con renuencia sale del coche, echando una última mirada al interior.

Aunque Gio esté enojado, la culpa no es de Natasha, y no puede evitar despedirse de ella con cariño.

—¿Me llamarás todas las noches?

—No, porque estarás con alguna rubia fabulosa diferente cada noche.

—Aunque estuviera con la rubia más espectacular de toda Sicilia o Roma responderé a una llamada tuya.

—No, gracias, no quiero oír cómo te follas a alguien mientras yo hablo de mis problemas.

—¡Touché!

Me reprimo en decir que el follado no sería la rubia, sino él.

Tash sube los escalones con su caja mágica y el atrapasueños, seguida de un esbirro que lleva su maleta. Y se pierde en el interior del vestíbulo.

2

—Si Nick o Vittorio se enteran de lo que has hecho, danos por muertos —comenta Gio al volante.

—¿No lo estamos ya?

—No es momento de preguntas retóricas, Zia. Reza por que no nos hayan estado siguiendo.

—¿Ustedes lo hacen?

—El qué.

—Rezar, ¿ustedes rezan?

—Es una antigua costumbre. Ésta península es la cúspide del cristianismo.

—¿Y sirve?

—Mantiene el optimismo —responde encogiéndose de hombros.

—¿Qué es lo peor que puede pasar?

—Uh, no lo sé, ¿que te maten, tal vez?

—Ustedes parecen más preocupados por mi vida que yo misma —comento, mordaz.

Gio tarda en responder a eso.

—Nick planeó una salida en la tarde para compras —evade—. Conocerás algunas marcas de nuestra propiedad y otras más comerciales.

—¿Por qué?

—Qué sé yo, ¿magnanimidad?

—Falcone no parece del tipo altruista —comento.

—No, no lo es. Lo que me hace preguntarme, cómo es que no has terminado en la cama con él.

—No he encontrado motivos para hacerlo.

—Si no caes ante sus encantos, caerás ante los mios. Después de un tiempo se aburrirá de que lo rechaces, y entonces estaré yo.

Exploto en carcajadas

—Falcone no intenta seducirme.

—Creeme, Zeta, ha dejado claras sus intenciones. Y sus intereses no son cosa de juego.

—Y tú no creo que puedas ofrecerme algo... medianamente... sensato.

Gio queda en silencio, alzando una ceja retadora.

—¿Quieres intentar?

—Ah, ah —niego.

Una linda sonrisa sesgada tuerce sus labios.

—¿Es que no sabes que a los eunucos, en los harénes, se les atribuían grandes dotes como amantes? Se creía que después de que una mujer probaba un eunuco, ningún hombre completo podía satisfacerla.

—Pero tú no estás castrado.

—No, pero es lo más cercano a lo que estás pensando.

—Vale, tú ganas. Pero no me interesas, más bien me gusta verte como un buen amigo.

—Auch.

—Exacto, auch. Y cuidado te metas con mi hermana.

—Oye, hablábamos de ti. Ella sabe decidir perfectamente con quién meterse. Aunque, claro, no soy una mala elección.

—Pasa de la autoglorificación.

Llegamos a la finca con una actitud más jovial. Acordamos que nadie diría nada si todo ocurría con normalidad. Quizá un buen momento para poner en práctica mis dotes actorales.

Las horas siguientes pasan sin preguntas incómodas. Permanezco en mi habitación, nerviosa ante la perspectiva de la noche de mañana. Una reunión de gala no debe ser ningún problema para perpetrar mis planes.

Sentada en el alféizar de mi ventana, en la planta alta, espero divisar a Nego, que no ha llegado desde esta mañana. Su número de móvil está registrado en el mío, pero no quiero parecer desesperada llamándole y preguntando dónde está.

Cata retoza en lo alto de una copa de árbol unos metros más allá. Sintiendo la menor lástima por el destino de un par de infortunados pajaritos. Desconociendo descaradamente todo lo que sucede.

Unos golpes decididos llaman a mi puerta, perturbando mis cavilaciones. Espero un minuto a que vuelva a llamar para que se de por vencido. No lo hace.

Con pasos pesados voy a abrir la puerta. Para encontrarme con Nick Falcone.

—Agradable sorpresa —opino con cansancio.

Su mirada marina me observa con intensidad, escudriñándo mi aspecto.

—¿Te encuentras bien? Luces como la mierda —dice jocoso.

—En éxtasis.

Alzo una ceja, provocándole a que siga burlándose de mí. Una sonrisa fácil es lo que obtengo como respuesta, sus dientes perfectos me descolocan un poco.

—¿Puedo pasar? —pide.

—Por favor. —Me hago a un lado en una reverencia burlesca.

Se queda de pie en el centro de la habitación observándo todo lo que hay dentro, alzando un poco la cara y olisqueando el ambiente.

—Interesante fragancia, ¿es un Paco Rabanne? ¿Lo robaste?

—Sí... y sí —respondo lentamente. Me tumbo en el sofá y enciendo la TV—. Fue hace mucho tiempo. Deberían poner más vigilancia en las tiendas departamentales.

—Alucinante. Raras veces alguien se sale con la suya.

—Yo no tengo la culpa de haber nacido con dotes para eso. ¿No es casi lo mismo que ustedes hacen? ¿Robar?

—Sí, pero nosotros optamos por métodos más ortodoxos, ya sabes, fuerza bruta, extorsiones, mutilaciones, disparos. Mucho ruido. Los resultados son más seguros.

Mi cara de repugnancia parece causarle gracia, pues se echa a reír.

—Pero habilidades sutiles como la tuya son preciadas para pasar desapercibidos —dice despacio—. Lo tienes todo para fungir como mentalista controladora.

Su comentario me deja muda durante algunos segundos. Es quizá una forma poco romántica de flirtear, pero le está resultando.

—Lo soy. ¿Quién te asegura que no los tengo ya a todos ustedes? —repongo con misticismo.

La risa de Falcone estalla otra vez. Aquella reacción comienza a molestarme en verdad. Ruedo los ojos y espero a que termine de reír.

—Me alegra causarte gracia, Nicholas. ¿Pero no tienes cosas más importantes que hacer?

—No sé si controlas a los demás, pero te aseguro que a mí me tienes por completo —susurra. Aunque su comentario fue sorpresivo, es muy sospechoso. Hace una pausa para apreciar mi reacción estupefacta, al obtener lo deseado, sonríe con suficiencia. Idiota—. Estoy aquí porque necesitas retomar la escuela. ¿Último año de instituto? Sí. Tendrás clases particulares para presentar un único examen y graduarte del liceo.

—Uau. ¿Y quién será mi tutor?

—Yo, desde luego.

Ahora soy yo la que se ríe de él.

—Tú no tienes edad suficiente para ser un profesor de instituto —afirmo aún riendo. He tenido que levantarme y caminar un poco para evitar ahogarme.

—Puedo enseñarte cosas que ningún profesor ordinario puede hacer, minina. —En un par de zancadas ya se encuentra a cinco centímetros de mí. El aroma y el calor de su cuerpo ponen en riesgo mi estabilidad mental.

—¿Como qué?

—Cuando volvamos podemos comenzar con las clases de Anatomía Práctica.

Ignorando la reacción de mi cuerpo a eso, me obligo a conservar la compostura.

—Apuesto a que sería interesante. Me pregunto quién aprenderá más. —Finjo sopesarlo seriamente.

—Habrá que averiguarlo —es su respuesta antes de separarse por completo de mí y caminar hacia la puerta—. ¿Vienes? Vamos de compras.

Sinceramente había esperado una invitación más ingeniosa.

Ignoro la mano que me extiende y  paso a su lado con mi mejor actitud altiva, pensándo en cómo vengarme de su chiste de las clases prácticas de Anatomía.

—Quiero una moto —digo categórica, como respuesta a su invitación.

—¿Sólo eso? —resopla—. Vamos, creí que eras más intrépida.

—Y un helado.

El viaje al centro de la ciudad no pudo haber sido mucho más seguro si se tratara del mismísimo presidente. Nos siguieron varios SUVs y motocicletas, además, la limosna era blindada y todos los conductores y escoltas estaban armados. La seguridad es prioridad.

—Va a llover —observa Danielle saliendo por la puerta que han abierto.

—Espera —me ordena Falcone.

De una caja interna saca una peluca para ponerla sobre mi cabeza.

—Genial, ahora soy rubia —murmuro, disgustada.

—Francamente, me gusta más el negro en ti —opina él.

—¿De verdad crees que una peluca despiste a nadie?

—Nos dará tiempo en cualquier caso.

Falcone y yo salimos detrás de Elle.

El aire fresco me pega en la cara al estar completamente fuera. El augurio de Danielle no es del todo incorrecto. Oscuras nubes se divisan al horizonte, avanzando hacia aquí a gran velocidad.

Nos encontramos en un largo corredor inmobiliario de tiendas de las marcas más exlusivas habidas y por haber. La limosina nos ha dejado frente a Versace, cruzando el andador está Giorgio Armani, al otro lado Gucci y más allá Hermès y Prada.

Si no fuera porque en mi vida de callejera también tenía el privilegio de hojear un par o dos de las revistas de moda más vanguardistas, ignoraría que miles de chicas matarían por mi lugar.

No hay muchas personas andando por el pasillo adoquinado, pero de las almas perdidas que se encuentran vagando, no pierden el tiempo en mirar a quién verían por allí, son más bien ellos los dignos de ver.

Intentando imitar la elegancia de Falcone y Danielle, nos encaminamos hacia el primer departamento.

Antes de entrar, oímos cómo una puerta de las SUVs se cierra y me giro a ver de quién se trata.

Su inconfundible cabello rojizo me hace soltar, con gran alivio, un suspiro. Nego me mira, como siempre, idesifrable, por unos segundos mientras camina hacia aquí.

En ese momento Falcone me ofrece su brazo y yo lo tomo por simple inercia, dejándome dirigir al interior.

Danielle se rezaga un poco para quedarse a hablar con él.

—Si vez a Dakota Finnign, por favor, avisame —murmura Falcone en mi oído. Me pregunto si eso ha sido para sacarme de mi ensimismiento o lo dice en serio.

—Ah, claro. ¿Para que vayas con ella y me dejes aquí plantada? No, cariño, eso no sucederá —digo medio en broma, ajustando mi agarre a su musculoso brazo.

—En realidad era para lanzarte a una esquina y robarte un apasionado beso que la dejará más cabreada.

—¿Más cabreada? —pregunto—. Espera, ¿tuviste un romance con Dakota Finnign?

—No ha sido culpa mía. No debió haber bebido tanto aquella fiesta en New York.

—Ya.

Puedo sentir como sonríe triunfal sin necesidad de mirarlo.

Su artimaña no ha funcionado bien. Una discusión entre Elle y Nego vuelve a hacerme regresar a pensar en Nego.

—Te preocupa mucho, ¿no? —comenta Falcone fingiendo mirar críticamente una corbata de seda roja Cristian Dior.

—¿Es muy obvio? —inquiero.

—Lo suficiente para hacerme pensar que no tengo ninguna posible oportunidad contigo.

Nuevamente su respuesta me deja sin habla. El corazón se me acelera y mi mente se bloquea. Necesito de mucha valentía para mirarle a los ojos y saber qué tanto está bromeando. Su expresión arrogante tiene algo de expectación, con la cual planeo jugar un rato.

—Sí, le quiero mucho —exhalo sinceramente.

Sus esfuerzos por conservar el tipo me dan un momento de diversión.

—No quiero perderlo —tiro un poco más. Falcone deja de mirar corbatas y camina hacia la sección de ropa interior.

Danielle y Nego siguen murmurando enfadados detrás nuestro.

—¿Te parace que yo también le importo? —suelto sin pensar. Me arrepiento al instante. Es un punto débil que no debí mostrar, mucho menos a Falcone.

Él mira con dureza la espalda de Nego y luego a mí con la misma intensidad. En su rostro puedo ver cómo se debate entre si responderme o no. Finalmente suelta un suspiro, aceptándolo.

—Hizo todo lo posible por evitar traerte hasta aquí. Eso demuestra cuánto daño quiso y quiere evitarte.

No era especialmente una pregunta trampa, pero su resignación me ha dado una respuesta inesperada.

Cualquier otra persona habría dicho algo perjudicial en contra de Nego para que dejase de preocuparme por él. En cambio, Falcone, ha dicho lo que ve a riesgo de no ganar nada y perder algo. Y eso toca una fibra jamás alterada en mí.

—Pero... No puedo perdonarle que me haya mentido —murmuro tímidamente, incapaz de mirar a nadie—. Aún me importa, le quiero y me preocupa, pero no de la forma que tú piensas. Ha sido y siempre será como un hermano mayor. Lo que alguna vez pasó más allá de eso... ha quedado sepultado en el pasado.

El silencio de Falcone es suficiente para saber que me ha comprendido. Su postura se relaja y se gira a mirarme.

—Vamos, compremos un vestido para ti. Debes entrar alucinante mañana —es lo que dice tomando mi mano y llevándome a través de los pasillos a la sección de damas.

Hemos dejado atrás a Elle, Nego y las preocupaciones. Falcone y yo pasamos cerca de dos horas buscando algún atuendo digno de mí y de la aprobación del mismo Falcone. Ya recorrimos media tienda y no encontramos nada de su agrado, entonces aceptamos la ayuda de una empleada que se ofreció muy servicial a darnos consejos sobre lo que sería adecuado para mí.

—Un vestido D&G negro sería muy atrevido para una jovencita, señor Falcone. Yo sugiero un Óscar de la Renta más convencional si es para su primera noche de gala —dice profesionalmente la mujer frente a nosotros.

Aquella chica ha sido la única que se mantiene impertérrita ante la fulminante mirada de Nick Falcone en todo el piso. No se ruboriza, no baja la mirada, no está de acuerdo con él en nada y lo enfrenta con decisión. Me ha llegado a parecer que algo en ella le molesta y no es precísamente su actitud.

—El vestido no puede ser convencional para una chica que cruza, gracias a Dios, los límites del convencionalismo, señorita —dice fríamente Falcone—. Ahora, creo que un Gabbana le viene perfectamente a mi acompañante; si no, un Fendi tendrá que convencerme.

El hombre atraviesa con los ojos entrecerrados a la mujer de cabello rubio atado en una coleta tirante. Tengo que reconocer que me sorprende que Nick Falcone sienta aversión por esta atractiva chica.

—Nicholas, basta, armarás un escándalo —digo exageradamente. Pero es que hay una tensión extraña por aquí—. Creo que yo puedo elegir uno sensato por mí misma. Éste me gusta mucho, ¿puedo probármelo, señorita, por favor? —digo eligiendo un bonito vestido de noche azul marino.

—Claro —responde la muchacha con una gran sonrisa practicada frente al espejo miles de veces.

—Anda, te esperamos aquí —dice Falcone, sentandose en el sofá frente a los probadores y tomando de nuevo su copa de «champagna insípida», había dicho en un intento de hacer enfadar a la empleada.

Cuando salgo del cubículo embutida en el vestido, estoy segura de que Nick Falcone, al fin, se ha quedado sin algo que decir.

Tiene una elegante caída en la falda de la cintura hasta las rodillas, la parte del torso está completamente ceñida al cuerpo y con una sola manga deja al descubierto toda la clavícula.

El chico ha tenido que vaciar de una sola vez la copa para poder hablar.

—Lindo. —Es lo único que sale de su boca.

—Aquí hay más diseños en diferentes marcas —dice la mujer, empujando en un perchero más modelos, seleccionando un par para hacerme entrar de nuevo al probador.

—Yo iré a buscarte unos zapatos —se excusa Falcone.

El segundo diseño que me pruebo es un vestido de terciopelo rojo escarlata fruncido que me hacía lucir como una langosta servida. Como no había señales aún de Falcone, decido seguir testeando otros dos modelos, con cuidado de mantener la peluca en su sitio. Hasta que finalmente intento probarme el Dolce & Gabbana negro en el que el Falcone insistía.

Es alucinante. Definitivamente Falcone tiene buen ojo para ésto. No es excesivamente provocativo pero si me da un aire sensual que irradia misterio y decisión en cada movimiento que hago. Ajustándose como un guante a todo mi cuerpo, como si hubiera sido especialmente hecho para mí.

Para cuando ya estoy saliendo decidida con el vestido, me encuentro con la empleada esperando en la puerta.

La sonrisa que me dedica no es, ni de lejos, la que le da a cada cliente que se encuentra. No. Esa sonrisa es una sonrisa con intenciones.

En el momento en que me doy cuenta de lo que está pasando, ya estoy contra la pared del cuarto. La mujer me empuja dentro con fuerza y cierra la puerta tras de sí. Dejándonos a las dos en el cuarto.

—No te muevas —ordena fríamente cuando me estoy intentando levantar, aún así la ignoro y me pongo en pie.

Es una suerte que me haya cambiado a mis vaqueros.

La mujer me embiste para inmovilizarme contra la pared. Presionando sus rodillas en mis piernas. Evidentemente tiene experiencia en peleas cuerpo a cuerpo.

—¿Quién eres? —pregunto con las mandíbulas apretadas.

—Una enviada —contesta, empujando más fuerte y tirando de mi cabello hacia atrás. Suelto un grito involuntario ante el dolor—¡Silencio, niñata! —masculla.

Me retuerzo debajo de su cuerpo, pero es inútil, la rubia no es tonta. Tiene mis manos sujetas en la parte baja de mi espalda. Gritar por ayuda no es una opción, hay algo apretándose en mi costado izquierdo.

—¿Estás armada? —demanda estúpidamente.

—No —miento.

Busca con la mano libre por mi cuerpo. Por suerte, no encuentra nada.

—¿Sabes a caso quién soy?

—La persona a la que quieren. Zia DiMeo, ¿no?

Oh, oh. No.

—No precísamente —digo irónica.

Lanzo mi cabeza hacia atrás con fuerza, dándole en la nariz a la mujer. Logrando que afloje su agarre sobre mí para así leberarme

—¡Joder! —chilla.

En su mano izquierda hay una pistola sujeta con fuerza.

Ha sido una suerte que no se disparase.

Me lanzo hacia ella para apartarle el arma. Forcejeamos durante largo tiempo. Yo mantengo su mano en el aire mientras golpeo sus costillas. Damos tumbos en toda la habitación. Finalmente logro tomar impulso para lanzarnos hacia la puerta, ésta se abre y caemos al piso. El arma sale volando un par de metros más allá y la peluca hacia otro lado. Ahora puedo proceder a someterla.

No parezco ser la única en problemas. Puedo ver a Falcone oculto detrás de una columna con su arma preparada. En cuanto salimos del probador su mirada se dirige duramente hacia nosotras.

¿Dónde mierda están los guardaespaldas y personal de vigilancia?

Rápidamente la mujer me sujeta de la chaqueta y me levanta. Joder, es más fuerte que yo. Intento empujarla lejos, consiguiéndo solamente enfurecerla más. Entonces lanzo puñetazos hacia su cara y ella me regresa otros. Saboreo el desquiciante sabor metálico de  mi propia sangre, proveniente de un corte en el labio. Tomo sus muñecas y las mantengo fuertemente sujetas, hasta lograr que se canse y apartarla. Doy un par de patadas a sus rodillas para hacerla caer, ella se desploma pero se mantiene firme. Se recupera para lanzarse sobre mí nuevamente. La esquivo pero doy un traspié y caigo al piso.

Se escuchan varias disparos provenientes de la entrada. Los guardaespaldas acaban de entrar, pero no son todos. Gio se divisa entre ellos con un feo corte en la sien.

En mi distracción, la mujer ha alcanzado su pistola y me apunta a la cabeza.

—Levántate —ordena.

La miro con los ojos desorbitados. Oigo cómo quita el seguro y la veo sonreír triunfal.

Un único disparo se oye  en el momento que el peso del cuerpo de Falcone se tiende sobre mí.

Todo se queda en completa calma.

Por un un momento me siento  sumergida en un sopor desesperante. Falcone no se ha movido de encima de mí.

—¿Nick? —sollozo en temblores, soltando el arma en mi mano— Por favor.

La sangre me empapa el abdomen, no sé exactamente a quién pertenece.

De pronto, el cuerpo de Falcone se relaja sobre mí y me libera de su peso. Yo suelto el aire que había estado conteniendo y volteo a mirar a la mujer rubia tendida, inerte, en el piso. Una mancha de sangre se extiende sobre la blancura de su pecho, sus ojos inexpresivos me miran fijamente.

—Vamos —dice Nick suavemente—. Ella no habría tenido la misma piedad contigo.

Yo asiento ausentemente, con la culpa invadiéndome.

Jamás había matado a nadie.

Falcone me ayuda a levantarme y me saca de allí.

—¿Estás bien? —pregunto, alarmada, cuando veo la sangre manando de un costado de su estómago.

—Estoy bien, ¿y tú?

Tardo en responder.

—Bien.

Hay más cuerpos tirados en el suelo, puedo reconocer a algunos de los nuestros, pero la mayoría son desconocidos. Desesperadamente miro a todos en busca del cabello rojo de Nego. Corro lejos de Nick, alarmada y presa del pánico.

Corro hasta la entrada, chocando con una masa de músculo y estallando en llanto.

—¡Zia! ¿Estás bien? —demanda desesperadamente la voz de Nego, palpando mi cuerpo en busca de heridas. Se preocupa más cuando ve la mancha de sangre en mi ropa y mi labio hinchado.

—Sí, estoy bien, estoy bien. Nego, sácame de aquí. —Lloro, abrazándome a su cuerpo lo más cerca posible.

Nego me rodea con sus brazos para tranquilizarnos a ambos.

—Le disparó a Bianca —explica Nick a Nego.

—¿Bianca? ¿Estás seguro? —inquiere Nego, asombrado.

—La he registrado. Completamente.

Maté a una mujer. Dios, no.

—¿Qué cojones fue lo que pasó? —demanda Nick, pateando con furia un bastidor en el suelo.

—Tenemos a alguien, puedes preguntárselo personalmente.

—De acuerdo.

—Llévatela de aquí, Nick —dice Nego apartándome de sí.

Me mira una última vez para cerciorarse de que estoy bien y luego le lanza una mirada significativa a Nick durante largo rato.

—Cuídala.

En esa palabra parecía exigir algo más que un viaje de vuelta a casa sin más incidentes.

—Lo haré.

Nick me dirige hacia una motocicleta y me da un casco. La velocidad a la que conduce es suficiente para demostrar su ira y para distraerme de lo sucedido.

Durante todo el viaje me abrazo a él con fuerza, como si se tratara de un bálsamo.

–––––––♦ • ♠ • ♦–––––––

Nota:

¡Qué lindo! ¡Nick se arriesgó por Zeta! ¿No fue lindo?

Mil disculpas por tardar tanto en actualizar. No me abandonen. De un momento a otro las estadísticas demográficas pasaron de azul a blanco. :'v :(

Una emboscada. ¿¡Qué fue lo que pasó!? ¡Por poco y los matan a todos!. Por culpa de los impulsos de Zeta. Estoy segura.

¡No se pierdan el siguiente capítulo que aparecerá el tan esperado ya saben quién! Pero no es Voldy, ah.

Nos leemos. Besos.

—💫Sue.

P.D.: Las evaluaciones para los Premios Gemas Perdidas han comenzado. ¡Y Dolce Vita está concursando! Agradecería mucho que me apoyaran con sus críticas constructivas, comentando, votando y compartiendo si creen que lo merece esta historia. En cambio yo les dedicaré un capítulo de Dolce Vita. De cualquier forma, gracias. En verdad, muchas gracias por estar aquí. No saben cuánto me ayuda a continuar con esto y... Bueno, vale, mejor me voy antes de que se me salten las lágrimas. Bye.

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