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Capítulo Treinta y dos: Fantasmas

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¡Detente! ¡Para! —grito para hacerme oír por sobre el ruido de la velocidad a la que vamos. Falcone tarda en bajar la marcha.

Desmonto de un salto la motocicleta, me quito el casco y comienzo a caminar en círculos para tomar respiraciones profundas y tranquilizar mi ritmo cardíaco.

En este instante nos encontramos casi en medio de la nada. La carretera pasa por las faldas de un par de montañas con las curvas muy pronunciadas. Lo único que se oye es el viento, el viento y la ciudad a lo lejos; en su mayoría son árboles lo que nos rodea. Me gustaría culpar a ese hecho de mi malestar, pero no lo es.

Me dirijo hacia la barandilla de la carretera y voy a expulsar el contenido de mi estómago. Arcada tras arcada, la ira y el miedo me hacen temblar. Falcone ha llegado a mi lado para ofrecerme una botella de agua y una camisa para limpiarme.

—¿¡Por qué mierda!? ¡¿Por qué?! —exijo, lanzando al piso la botella y tirando de mi cabello con desesperación.

Falcone recoje la botella y bebe de ella, yéndose a recargar en la motocicleta.

—¿Eso es una pregunta retórica? —dice fríamente con calma. No sabría deducir si se está burlando o no. Su expresión es seria—. Si así es, tendrás que acostumbrarte. Además, ella ya estaba muerta —comenta, montando de nuevo el vehículo y encendiendo el motor.

—Para ti es fácil, ¿no? —Mi voz suena áspera.

—Se ha vuelto algo cotidiano, no lo voy a negar —responde encogiéndose de hombros.

—¡Esto es una locura!

—Bienvenida, entonces —dice sin pizca de humor—. Vámonos, estoy dando un rodeo, no podemos arriesgarnos.

Muy a mi pesar subo de nuevo al asiento tomando de vuelta el casco, aún con el cuerpo tenso e hiperventilando.

Lo único que funcionó para destensar las mandíbulas fue respirar la velocidad y mirar la puesta del sol al horizonte.

Ésta noche tendré pesadillas.

El regreso tardó más de lo esperado. Cuando entramos, lo hicimos por una verja oculta entre la arboleda, muy alejada de la entrada principal, que, a juzgar por el óxido y la hierba que la cubre, es evidente que nadie la usa. Para entrar a la casa, fue más tranquilo, pero aún así, Falcone no dejó de ser sigiloso: pasamos por los establos y cabañas entre las sombras. Al llegar, también usamos una entrada alternativa.

—¡Vittorio! —Ya dentro, en el vestíbulo, un Nick Falcone furioso exige hablar con Vittorio.

Vittorio Falcone surge rápidamente de entre las puertas de la biblioteca en el segundo piso con el rostro serio, enfadado. Aún allí, fija su mirada en mí de arriba abajo, algo de sí se relaja sólo un poco.

—Zia, sube a tu habitación, descansa —ordena categórico—. Nicholas, tenemos que hablar.

—Estoy de acuerdo —masculla este.

Una sensación de molestia me hace querer subir con ellos y que me aclaren unas cuantas cosas. Si no fuera por que en verdad necesito descansar y curarme algunos rasguños, me resigno a ello.

Donna no hizo preguntas cuando le pedí hielos, alcohol y gasas. Me ayudó a sacar la ropa manchada de sangre y me preparó la bañera. Le di las gracias y se marchó, preocupada.

Estando aquí, en el agua espumosa, contemplo la idea de hundirme dentro y no salir, ahogarme. Así acabaría con todo y con la nada que es mi vida. Pero... ¿Qué me lo impide?

Salgo de mi habitación con la moral un poco más en alto. Luego de una ligera cena con Donna, voy a dar una vuelta al diván de la biblioteca. Falcone aún está con Vittorio en su estudio, en el transcurso de la noche llegaron Danielle y Gio y también entraron con ellos. De cierta forma me siento ofendida porque no me integran a su discusión, puesto que, básicamente, es por mí lo que sucede. Pero, por otro lado, preferiría nadar en la felicidad de la ignorancia, aunque la parte razonable de mí sabe que necesito saber.

Fuera, está nublado y corre viento fuerte. Abro ligeramente la ventana para que entre el frescor y se lleve el humo del cigarrillo que he encendido.

Ni siquiera compré mi vestido para mañana.

—¿No sabes que fumar mata lentamente? —dice una voz a mi espalda.

—¿Cuál es la prisa, entonces? —rebato con cansancio sin girarme, mirando los árboles mecerse.

—Tal vez ese sea un buen punto —comenta.

—¿Importa acaso?

—¿Qué cosa?

—Que yo muera.

Lo medita unos segundos.

—Sí, importa. Morir de cáncer pulmonar es un poco humillante siendo quien eres, si lo piensas un poco.

—¿Y quién se supone que soy? —murmuro.

Ríe sueve, casi armónicamente.

—¿A caso tienes crisis existencial? —No respondo—. Dame eso, ¿quieres? —dice Nick Falcone, arrebatándome mi cigarro y llevándoselo a los labios para darle una calada. A penas me giro a lanzarle una floja expresión de protesta.

—Hoy maté a alguien —susurro, más como una confirmación para mí.

—Ha sido en defensa propia —opina, sentándose a mi lado y mirando igual al exterior.

—Probablemente me habría hecho un gran favor —mascullo.

—Tu optimismo es apabullante, minina —observa, ironizando.

—¿Por qué no dejaste que lo hiciera? ¿Por qué tenías que lanzarte sobre mí? —Señalo la zona donde ya le curaron la herida de bala.

—¡Perdona que no me disculpe por haberte salvado la vida, encanto! —exlama, alzando las manos en signo de rendición, y luego añade socarrón—: Pero no pretendo enviudar tan pronto.

Eso me obliga a mirarle, alzar una ceja y rodar los ojos.

—Hablas muy seguro de ello —comento, recuperando de vuelta mi cigarrillo.

—Caerás, tarde o temprano.

—Es bueno soñar, supongo.

Nos quedamos en silencio durante un buen rato. Simplemente oigo su respiración y los momentos en los que exhala el humo de mi cigarrillo vuelto a secuestrar. Su presencia no me resulta incómoda, hecho que me sorprende. Pero sí que es inquietante, esa actitud repelente y a la vez cautivante. No es una buena combinación, al menos si todo el tiempo intenta desquiciarme, intencional o no, sencillamente lo hace.

—Espera a que Donna vea eso, serás hombre muerto —observo, refiriéndome a la ceniza que deja caer al piso de la biblioteca.

Falcone me mira a través de la opacidad con expresión divertida.

—No me matará —dice—, de lo contrario, habrá destruido su mejor pasatiempo. Enfadarse conmigo es su objetivo diario, hoy ya tiene el de mañana, por ejemplo.

—Vaya suerte.

A cada segundo el viento sopla y silva con más vigor. Las copas de los árboles se mueven amenazantes, y el cielo es una bruma espesa de oscuridad.

Entonces, me doy cuenta que Falcone lleva un rato abriendo y cerrando el puño, como si quisiese atenuar algún dolor.

—¿Quién era? —suelto de la nada.

Nicholas me observa sin comprender un momento y luego mira su mano, amoratada y roja, sus nudillos a carne abierta.

—Había infiltrados en la seguridad. Traidores. Sólo esperaban el momento más vulnerable para atacar —explica con voz gélida.

—¿Qué buscaban?

La mirada que me dirije de soslayo es de indiferencia mezclada con ironía.

—Matarte. —Esa palabra se desliza con total facilidad de su lengua, él, quizás, no tendría reparos en perpetrar ese plan.

Mi corazón se acelera, costándome horrores conservar la calma para no mostrarle al Falcone mi inquietud ante dicha revelación.

—¿Torturaste a la persona que Neg... Nestore tenía? —pregunto, tranquila. Por extraña razón eso no me preocupa.

—A él y al resto de los que delató —responde con un deje de satisfacción.

—¿Averiguaste quién los coaccionó?

—No. —Luce molesto.

Un penetrante silencio se instala otra vez entre ambos.

—Ni siquiera ellos lo saben —susurro, dándome cuenta de la magnitud de la situación. Puedo ver un atisbo de sorpresa en su frialdad por algo que comprendí sin que me lo explicara. Eso me eleva un poco el orgullo—. Cuando yo necesitaba... tomar algo prestado sin permiso..., solía convencer a alguien para que lo hiciera por mí —explico—, generalmente escogía a una persona que no me conociera, y además, cuando lo hacía, usaba algún disfraz para distraerlos de mi verdadero aspecto. Le insinuaba que se lo pidiera a alguien más, en ese caso era lógico que se lo hiciera a algún conocido de confianza. Entonces los persuadía con algo que... bueno, yo jamás cumplía. Cuando tenía lo que buscaba, las autoridades atrapaban a alguien que nunca me había visto y desesperadamente se chivaba de su amigo y si me delataban, buscaban a alguien que no existió. Suena muy fácil, y lo es; si eres un embustero profesional. Hasta ahora mi consciencia está tranquila. 

La comisura de uno de los labios de Falcone tira ligeramente hacia arriba cuando me giro a ver su reacción.

—Le falta un poco de sustancia a tu estrategia, pero no está mal —opina, arrogante.

—Es probable que hayan usado el mismo método, con la diferencia de que es una vida la que buscan —pienso en voz alta.

Falcone se levanta del diván y va a por un sobre del escritorio, que, supongo, se ha dejado al entrar.

—Filippo Galati —dice, dejando caer frente a mí una fotografía impresa a todo color de un hombre maduro, de tez pálida y cuerpo rollizo. Ataviado con una bata de dormir carmesí, dejándo al descubierto el vello del pecho. Lo más impactante de esa imagen es su mirada, perdida en el limbo, sus ojos hundidos y abiertos de sorpresa denotan que no esperaba la muerte. Tirado en el suelo, con la cabeza en un ángulo incómodo, los brazos extendidos y un vaso de whisky volcado cerca de su mano flácida. En tinta roja, en la esquina inferior izquierda está impresa la fecha de hoy —. Ha sido el nombre que soltó uno en cuanto le extraje la octava uña.

—Y, ¿quién se supone que era? —pregunto con el corazón a mil.

—El Alcalde. Su posición en el poder no ha sido precísamente por el apoyo del pueblo.

—¿Como por qué el alcalde me querría muerta?

—No creo que supiera lo que hacía. Sinceramente no era mi preferido para la alcaldía, siempre supe que su lealtad era voluble —declara, encogiéndose de hombros—. Pero nos sirvió en su momento.

—Cuando entraron a buscarlo, ¿ya estaba muerto...?

—No fue necesario, la prensa lo hizo público rápido, demasiado rápido. Vittorio se enteró cuando estaba sucediendo el ataque en el emporio.

—Si no lo mataron ustedes, entonces, quién quiera que lo haya hecho se está burlando —afirmo.

—Sin duda. Con la muerte de Galati estamos en un callejón sin salida, y nos hemos quedado sin una barricada. Él nos aseguraba protección, silencio ante las suspicacias de la gente.

Suspiro, liberando la aprehensión que siento por lo cerca que estuve de morir sin antes tener lo que quiero.

Falcone pone otra fotografía sobre la del hombre, ésta vez es la de una joven mujer, en la imágen se ve viva, con la mirada celeste enfocada a la cámara con descaro, sus labios rosas forman una línea recta. Castaña, de rostro redondo y piel morena pálido.

—Bianca Letto. Dos mil doce —dice Falcone—. Murió en un derrumbe provocado por explosivos en Nápoles.

Luego, al lado, pone otra. Contengo el aire al ver que se trata de la mujer a la que le disparé esta tarde. En la fotografía se enfoca su rostro y parte del pecho donde la mancha de sangre es visible, sus ojos azules miran fijamente la nada. Sin comprender por qué puso ambas, miro de una en otra, comparándolas.

—Una cirugía estética no es ningun problema si acudes al médico adecuado —silva Falcone—. Nunca encontraron su cuerpo. Los análisis de ADN coinciden.

Esa mirada cínica de color azul pálido es el único parecido que hay entre las dos fotografías.

—¡¿Estas diciendo que maté a un fantasma?! —exclamo al borde de la histeria.

Él alza los hombros en respuesta.

—Es por eso que yo no me preocupo tanto por lo que hiciste.

Entonces, suelto una risa glacial, vacía. Nada de esto tiene gracia.

—Me alegra que lo hayas superado, encanto —murmura con recelo.

—¿Y qué te dice el hecho de que ella haya ido directo a por mí, eh? —Mi risa cesa, dejando su rastro irónico.

—Ella siempre fue una asesina a sueldo muy reconocida, quien la haya contratado está desesperado por borrarte del mapa —dice, pensativo.

—Para ser una asesina profesional fue muy fácil quitármela de encima —comento con una ligera risa.

—Es probable que te haya subestimado —responde, mirándome con el ceño fruncido por mi jovialidad sin sentido—. ¿Te encuentras bien?

—Jodidamente bien, gracias. Sólo respóndeme una pregunta, ¿quieres? —susurro, acercándome a su rostro, mirándole seriamente a los ojos—: ¿Qué me salva a mí de ser un fantasma?

Sonríe, una sonrisa ladeada mostrándo los dientes.

—Que mañana el mundo se va enterar que aún vives. Una vez viva, es difícil morir.

Eso tiene sentido.

Mi mirada se dirije a sus labios, e incomprensiblemente, los míos consquillean por probarlos, los humedesco y muerdo el inferior, ansiosa. Nick siente mis intenciones y vuelve a sonreír, me sujeta fuertemente por la cintura y me atrae hacia sí, hecho que me hace soltar un ligero jadeo. Siento su corazón palpitar con furia cerca del mío. Su aroma silvestre amenaza con hacerme perder la poca cordura que aún me queda.

Ambos disfrutamos cada segundo de la espera, no hay prisa, el momento es más intenso si se tiene paciencia y se saborea la expectación. Sus labios rozan los míos por milésimos. Y eso es suficiente para hacerme estallar, la agitación es incontenible. Su aliento fresco choca con mi rostro, los dos respiramos con dificultad.

De pronto, me tenso, pongo distancia entre ambos y le miro como si algo me asustara.

—¿Oyes eso? —pregunto, aguzando el oído.

Él sale rápido del estupor, poniéndose en alerta.

—¿Qué ha sido? —exije, con la alarma audible en su voz.

—Está lloviendo —observo, poniendo una sonrisa de oreja a oreja, fascinada. Me precipito a la salida, urgida por alejarme de él.

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Nota:

¡Suframos un ratito! La tensión romántica me desespera un poco... O quizás sea sólo la de estos dos.

¿Cómo se imaginan que quedó la cara de Nick cuando Zeta se fue así? Jajajajja. ¡Quiero ver sus opiniones!

Siento haber tardado tantísimo, pero he tenido una crisis lectora. ¡Hace tiempo que no podía leer nada! ¡No me entraba ni una palabra! Me atacron remordimientos de consciencia. Yo ya estaba así de: "Me suicido yo misma" (*Nótese ironía). Y como lógica consecuencia, había olvidado lo bien que se siente nadar entre letras. Hace un par de noches la literatura y yo tuvimos un reencuentro y aclaramos nuestras diferencias. ¡Y estoy de vuelta!

A propósito, ¡el final se acerca cada vez más! No es que ya se esté acabando Dolce Vita, sólo digo que falta menos que antes...

¡Voten y comenten!

Nos leemos prontito.

—🖤Sue.

P.D.: ¡Ya tengo 18 añitos! Muahahahaha

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