Capítulo Treinta y cuatro: Desmitificación
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1
En cuanto el auto de Falcone aminora la velocidad en un tramo más iluminado de carretera, mi sorpresa es mayúscula cuando al llegar encontramos una orda de flashes y cámaras apuntando en nuestra dirección. Todos pelean por tomar el mejor ángulo y averiguar antes quién va dentro del lujoso coche platino que acaba de hacer acto de presencia.
Lentamente Falcone se detiene en la entrada del magnífico edificio, en donde hoy se reúnen los altos funcionarios y gente de élite para hacer una subasta de arte en la que lo recaudado se donará para becas de estudiantes de pocos recursos a una fundación inexistente. Nick me ha dicho que todo eso son gilipolleces para encubrir transacciones que a simple vista son ilegales, pero que a la gente como ellos les gusta jugar con las personas y de vez en cuando aparecer en la portada de una revista junto a un encabezado filantrópico.
He logrado evitar que mi cuerpo siga pareciendo de gelatina, pero mi esfuerzo se ve afectado cuando Nick necesita apretarme la mano y besarla para infundirme ánimos antes de salir del auto. Inmediatamente todas las lentes de los periodistas se enfocan en él, que pone su arrebatadora sonrisa sólo para ellos. Desde aquí dentro casi puedo escuchar suspirar y desmayarse a cada chica que hay fuera. No se entretiene tanto en posar y se apresura a detener a un valet que se aproximaba a abrir mi puerta.
Poco a poco la puerta se alza. Y todo pierde el sonido para mí. Sólo puedo sentir cómo Falcone me sujeta por la cintura y nos hace caminar sobre la alfombra entre el barullo de paparazzis que se aconglomeran para hacer preguntas; cegándome con sus cámaras y sofocándome con su cercanía. Gracias al cielo que Falcone no responde a ninguna. Un par de guardaespaldas mantienen a raya a la prensa, abriéndonos camino.
Finalmente estamos dentro y la calma se hace. Pero esa sensación de malestar persiste. Mis pies sienten la necesidad de llevarme lejos de aquí. Y eso no está bien.
-¿No había una entrada trasera? -le pregunto con resentimiento a Falcone a mi lado.
-No podíamos llegar por una entrada trasera, minina.
Me toma de la mano y me guía por entre la gente que hay dentro. Me aseguro de que el velo de mi cara continúe en su sitio y tomo respiraciones profundas para calmarme. Camino sin dificultad, a paso firme y tranquilo gracias a las zapatillas persas que llevo a juego con mi disfraz de hoy. Un poco llamativo a decir verdad.
-Me miran como si quisieran acribillarme aquí mismo -murmuro.
-Muchos aquí son inofensivos, burócratas que se benefician mínimamente de las ganancias. Además, no tienen idea de quién eres.
-No me refería a ellos, sino a ellas -matizo. Falcone frunce el ceño sin comprender. Luego mira en rededor y una sonrisa traviesa tuerce sus labios.
-¿Y eso te molesta?
No puedo negar que me gusta la idea de robarle un poco de protagonismo al propio Nick Falcone cuando las cabezas se giran a mirarnos. Me revitaliza un poco ser la envidia de la mayoría de las chicas -y mujeres en sus cuarenta y tal vez más- que hay rondando.
-Tal vez sea peligroso para mi integridad que seas tú quien me acompañe en este momento -observo, burlona.
Su expresión se vuelve seria de pronto, detiene nuestro andar y me mira fijamente, clavando su mirada marina en mis ojos.
-Soy peligroso a cada instante junto a ti, pero en este momento, mi mayor prioridad es tu seguridad. -Pronuncia esas palabras con frialdad a escasos centímetros de mi rostro, mientras su mano acaricia mi mentón bajando hacia la clavícula.
Aquella respuesta sólo logró que me embargara una furia apenas contenible ante lo vulnerable que me consideran.
-Claro, pero, ¿podrías dejar de jactarte de mi compañía? Resulta incomodo soportar los murmullos de tus admiradoras -le digo mientras tomo su mano que reposaba en mi cintura desnuda y la dejo caer a su costado, con la suficiente parsimonia para que pudieran apreciar mi gesto todas las miradas femeninas de al rededor. Pude escuchar cómo muchas contienen el aire por darme el lujo de rechazar a Nick Falcone de esa manera-. Si me disculpas, necesito ir al tocador.
Sin detenerme a mirar su reacción me alejo caminando hacia el otro extremo de la antesala, dándole la espalda y haciendo sonar con descaro los grilletes en mis caderas. Probablemente esta no sea una actitud muy digna de una mujer de la cultura que supuestamente represento. ¡Pero, vamos! Que es pleno siglo XXI.
La idea de vestirme así fue de Gio, que cuando propuso el atuendo y vi la cara de asco que puso Falcone, yo acepté gustosa. El mismo Gio fue solo a comprarlo la noche anterior; pero albergo la duda de que haya hecho una parada en algún hotel de camino, pues no llegó hasta este medio día.
Del resto se ha encargado un estilista de la aceptación de Danielle. Afortunadamente, las extensiones son temporales; la cabeza comienza a picarme.
Empiezo a sentir una opresión en el pecho al saberme en un ambiente desconocido. Toda la gente se gira a mirarme cuando paso a su lado y no puedo evitar desviar la mirada.
Aquí se respira dinero y opulencia.
Todo lo contrario a lo que he vivido hasta hace unas semanas.
Los hombres van de sombrero y levita y las mujeres con vestidos largos y diamantes. Parece, probablemente, una imagen de antaño.
Apremio mi paso para encontrar algún lugar aislado. Voy sorteando el número de personas que parece ir en aumento hasta que me estrello en una masa de músculos y trastabillo hasta casi caer al piso si no fuera por la fuerte mano que me alcanzó por la muñeca.
-Lo siento, mademoiselle, ¿se encuentra bien? -pregunta una desconocida voz varonil.
-Excuse-moi, monsieur. Mea culpa. -Combino ambos idiomas con socarronería, alzando la vista para encontrarme con unos penetrantes ojos grises, enmarcados por unas cejas perfiladas y pobladas. No aparenta más de veinticinco. Con el cabello rubio castaño peinado hacia atrás, permitiendo apreciar la forma cuadrada de su rostro.
-No es azar del destino habernos cruzado de esta manera, ¿no le parece? -dice, mostrando una radiante sonrisa. Y es cuando habla que me doy cuenta de que no es francés, sino italiano también.
-Pura coincidencia, signore. -Me apresuro a bajar la mirada, sus ojos se habían comenzado a clavar en los míos con intensidad. Agradezco al velo por haber cubierto mi azoramiento-. Disculpe el contratiempo; permiso. -Hago el amago de retirarme pero él me lo impide.
-¿Podría decirme al menos a quién debo el placer?
Sonrío a su petición.
-¿A cambio usted me dirá su nombre?
Una tenue sonrisa asoma en sus finos labios.
-De momento preferiría mantener mi identidad oculta.
-En ese caso, me temo que tampoco vos es digno de conocer la mía -sentencio con burla.
Estrecha sus ojos, escudriñándome.
-Para provenir de tierras asiáticas no parece cumplir con los requisitos, signorina -me devuelve la broma.
-Eso tendrá que aclararlo en alguno de los palacios del jeque Hamad Bin Hamdan Al-Nahyan, mi padre, señor -digo. Y con una ligera reverencia sumisa, me escabullo antes de que averigüe si siquiera existe Al-Nahyan.
Luego de hacer algunas preguntas sobre dónde está el bagno, al fin encuentro un momento de paz en uno de sus cubículos.
A cada segundo que pasa, estoy más cerca de saber lo que quiero. Y es ahora cuando empiezo a considerar las advertencias de Nego sobre esto; un mal presentimiento me persigue desde que el día comenzó.
Pero es tarde para retroceder, ya estoy aquí y nada puede hacerme cambiar de opinión. Aún considero que me encuentro dentro de los límites de mi sensatez cuando pienso que encontrarme con el sospechoso del asesinato de mi familia es el capo al que todos piensan que voy a desbancar.
Mas no es ese mi plan.
Sólo pienso vengar su muerte.
Escucho movimiento en el cuarto: un par de voces femeninas cuchichean en el lavabo. En un segundo de mentalización salgo del apartado y sus ojos se clavan en mí. Ignorándoles, voy a los espejos, me mojo los brazos y el cuello; reviso el maquillaje de mis ojos, mi cabello, el velo y mis ropas. Antes de llegar a la puerta y cruzarla, puedo oír que reanudan con mayor vivacidad su parloteo.
Evitando entrar en pánico, busco a cualquiera de los chicos o a Vittorio. Pero no los localizo. Me mezclo entre los presentes, observando sus movimientos y sus reacciones. Muchos aquí son adultos y jóvenes de la clase alta y otras pocos que intentan aparentarlo, es evidente por la forma en que visten y se comportan. Todos parecen decaídos y tristes, guardando luto por el reciente fenecimiento del alcalde.
-¡Ale! ¿En verdad crees que tu papá no se va a enterar? -escucho decir a una chica a mis espaldas.
-Descuida, está más preocupado por sus reuniones. -Me tenso.- ¡Vamos!
Me giro inmediatamente para mirar cómo la cabellera castaña claro de Alexis se aleja hacia otra ala, tirando del brazo de otra chica más bajita y de cabello negro; ambas ataviadas en bonitos vestidos de noche.
Un peso sobrecogedor se instala en mi estómago, haciendo que me sea dificil mover mi cuerpo.
La presencia de Alexis me lleva a pensar que Augusto DiMeo ya está aquí.
-¿Sabes qué es lo que no me gusta de tu atuendo? -susurra la voz ronca de Falcone en mi oído. El calor de su cuerpo pegado a mi espalda me regresa lentamente a la realidad-. Que nunca estuve de acuerdo. Que hay mucha piel a la vista... Y que no haya sido mi idea.
-Es hora de subir, ¿cierto? -pregunto, mirándole por el rabillo del ojo. Sus ojos azul intenso me observan con fijesa, como esperando a que diga algo.
-Así es -contesta.
Asiento, ausente. Me preparo para ir hacia los elevadores, pero la mano de Falcone en mi codo me detiene. Toma mi mentón y me obliga suavemente a mirarle. Su fragancia envolvente, por un momento, logra hacerme olvidar el motivo aquí, las personas a nuestro alrededor y todo en general. Únicamente soy consciente de la cercanía del hombre frente a mí. Las palabras que pronuncia después son suficientes para hacerme flaquear en mi propósito:
-En cuanto estemos arriba, no habrá vuelta atrás, Zia. Ésta es la última vez que alguien te lo va a preguntar, cariño: ¿estás completamente segura de hacerlo?
Incomprensiblemente, un nudo en mi garganta me impide dar respuesta. Creía que su intención siempre fue que esto se llevara a cabo, algo tenía que beneficiarse con ello. Y ahora está aquí, a cinco minutos de que suceda, ofreciéndome un declive.
Entonces tira de la fina tela del velo hacia abajo, dejándo al descubierto mi rostro. Para mi sorpresa, ese hecho me hace sentir desprotegida, vulnerable, insegura. Acuna mi cara en sus manos.
-Puedo sacarte de aquí, si lo deseas -dice ante mi silencio, acariciando mi tembloroso labio inferior con su pulgar-. Sólo tienes que pedirlo.
Pestañeo varias veces para evitar que las lágrimas caigan de mis ojos.
De pronto siento una urgente necesidad de llorar. Tenso y destenso las mandíbulas para mantener la compostura.
Involuntariamente doy un paso más cerca de él, rompiendo la distancia. Permito que su mirada oceánica me engulla y me arrastre lejos. Dejo que mis muros caigan y aprecio cómo los de él se debilitan. Nuestros alientos se entremezclan, haciendo de nosotros mismos un torbellino de emociones.
El fuego de nuestros labios al rozarse es intenso. Falcone me sujeta con fuerza contra sí por la cintura, esta vez, dispuesto a no dejarme escapar. Finalmente, me abandono al momento y poco a poco la hoguera se enciende. Sus labios son suaves y agradablemente fríos, siento su lengua pedir permiso para ir más allá y yo le concedo el libre acceso a mí. Nuestro beso es lento pero apasionante; arrebatador pero dulce. Mi urgencia y su deseo me pueden.
Siento cómo cada fibra de mi ser explota, liberándome. Mi corazón palpita desbocado en mi pecho, emocionado. A punto del colapse, me aferro a este instante para volverlo el mejor momento de mi vida.
Mi cuerpo exige más, pero mi escasa parte racional se hace un hueco y me da un doloroso golpe de desengaño.
En contra de mi voluntad, me separo de Falcone y le miro con resolución.
2
-Quiero hacerlo.
No puedo evitar pensar en Nego ante la expresión resignada que Falcone ha puesto. Asiente una vez, me suelta y vuelve su actitud calculadora y dominante de siempre. Me recoloca el velo con cuidado.
-Andando, entonces.
El instinto me advierte que es suicida sucumbir ante Nicholas Falcone y enfrentarme a Augusto al mismo tiempo. Aunque los dos sean sinónimos de la mafia.
Falcone saca un teléfono móvil, toca una tecla, se lo lleva al oído y espera dos segundos.
-Os veo en las escaleras. -Cuelga.
Me hace ir frente a él, guiándome con una mano en mi espalda baja. Con mi corazón hecho un puño, me concentro en caminar con zancadas firmes y confiadas, mostrando una seguridad que no tengo.
Llegamos al pie de unas escaleras para subir a otro piso, en lo alto nos esperan Vittorio, Danielle y Nego.
Subo los escalones mecánicamente.
La mirada de Vittorio me llama. En sus ojos veo, sólo por un instante pequeño, un atisbo de temor. Me dedica una sonrisa, que yo catalogaría como forzada. Se acomoda los puños de su camisa negra bajo su chaqueta clara para marcar el paso.
Gio aparece de la nada, posicionándose a la cabeza. Danielle va al lado de Vittorio, son sus altos tacones los únicos que rompen el silencio del recorrido, con una soberbia y una altivez que en éste momento le envidio. Falcone va pegado detrás de mí, aún con su mano en mi espalda, brindándome un sostén moral. Nego se ha rezagado, he tenido que voltear hacia atrás para cerciorarme que sigue aquí.
La culpa me pesa en el pecho al ver a Nego así. Camina con los hombros hundidos, la cabeza gacha y las manos sumergidas en las bolsas de su pantalón. Sus pasos son pesados, casi arrastra los pies. Tal vez algo de su postura le queda de orgullo. Como si sintiera mis ojos sobre él, levanta la cabeza y me mira. Me volteo en el momento, para no tener que volver a ver esa mirada suya, dolida.
Somos los únicos internándonos en la zona más oscura de la planta.
Nos detenemos unos segundos a esperar el elevador y nos adentramos a él cuando llega. Es amplio, lujoso y silencioso.
Hay espejos en las parades, en ellos puedo ver mi mirada asustada. Horrorizada por mi aspecto, suelto de golpe la mano de Falcone que había estado apretando y tomo una respiración lenta y profunda. Al volver a mirarme, encuentro una apariencia más resuelta, controlada y desapasionada. En apariencia, claro.
Enfocar mi mente es otro asunto.
El elevador se detiene y mi corazón también.
El pasillo está apenas iluminado. A lo largo de él hay varios guardias de traje y armados en posición de firmes. No se inmutan cuando el elevador suena y se abre. Al final, se divisa una puerta grande de roble donde aguardan a cada lado otros dos hombres.
Vittorio tarda más de lo necesario en indicar que salgamos. Cuando lo hace, las posiciones cambian. Vittorio y Falcone presiden; Gio me respalda; y Nego y Danielle se quedan al final.
Los segundos que tardamos en cruzar el pasillo se me antojan eternos. Y, sorprendente, me son suficientes para afilar mis sentidos y enfriar mi cabeza.
Mi respiración se estabiliza. Mi temperatura desciende. Y puedo sentir que los latidos de mi corazón se relentizan.
«Vaya, eso ha ido rápido»
Para cuando dejan pasar a Vittorio con solemnidad, yo me siento como dentro del juego.
Si no fuera, claro, porque uno de los guardias de la puerta me sujeta por el brazo, impidiéndome entrar. Me descoloca por completo y, por extraña razón, me siento ofendida.
-Evidentemente no sabes quién soy, ¿me equivoco? -Desconozco mi voz, suena fría y retadora. El tipo me mira, enfadado y ligeramente perplejo.
-Viene con nosotros, hijo, lo hemos notificado-dice con autoridad Vittorio, aunque claramente el esbirro y él podrían tener la misma edad.
Renuente, el hombre me suelta y me deja entrar, con Gio aún como mi guardaespaldas.
-Tú no, preciosa -masculla la voz del vigilante. Me giro para averiguar lo que ocurre. Han prohibido el paso a Danielle; pero ella no parece afectada, por el contrario, sonríe. Algo en su gesto me remueve las entrañas. Inclina la cabeza y saluda con los dedos a algún punto detrás de mí. Ese detalle suyo es una burla, un completo desafío hacia una persona en concreto. Y no me es difícil imaginar a quién. A su lado, Nego ha recuperado un porte más arrogante e igual de provocador.
Por la actitud despectiva de los guardias hacia ellos, es evidente que no son bienvenidos.
Una rabia desesperante me recorre el cuerpo ante su rechazo, en especial ante la humillación que tienen que recibir. Por otra parte, es admirable el que hallan tenido el descaro de presentarse aquí, sabiendo lo que sucedería.
La puerta se va cerrando, Nego alza la barbilla y Danielle lanza un beso. Las manos de Gio me apartan de la puerta, girándome al interior.
-Estarán bien -me dice él, casi inaudible.
Una risa gutural comienza a sonar desde el interior, poniéndome la piel de gallina.
-Deberías dejar a tu zoológico en casa, ¿no crees, Vittorio, amigo mío? -ríe un hombre desde la gran ventana que hay por pared en un extremo de la habitación.
Vittorio no dice nada, es una mofa, y él no piensa caer en provocaciones.
La figura del sujeto está envuelta en las sombras de la noche que se proyectan por el ventanal en donde se encuentra de pie, mirando hacia afuera. Lo único que logro ver es que es de estatura mediana y complexión robusta. Por el timbre de su voz, es evidente que es una persona calculadora y segura de sí misma, quizás entrada en años.
Falcone camina con soltura hacia el pequeño bar de una esquina y se prepara una bebida.
-¿No piensas saludarme, cielo? -inquere la voz traviesa de una mujer a Vittorio, sentada en una mesa amplia, fumando de cigarrillo con una extensión. Envuelta con un corto vestido de cuero negro y zapatos rojos altos, una bufanda de pelo le cae por los hombros y se enrolla en sus brazos. Aunque luce de cuarenta años, no deja de ser atractiva. Su cabello es rubio platino y ondulado, sus ojos son oscuros. El tatuaje de una serpiente le sale de la nuca, cruzándole la clavícula izquierda y la cabeza simula dirigirse hacia el centro de sus pechos. Por lo que se ve, parece una cobra.
Ella no repara en mi presencia.
-¿Cuándo has llegado, Minerva? -pregunta Vittorio con interés mientras besa su mano.
-¡Desde hace tres días, cielo! Al parecer has estado muy ocupado -reprocha, haciendo un mohín.
-Te sorprenderá saber en lo que me he ocupado -reflexiona él con misticismo. La mujer, en respuesta, chilla entusiasmada.
Falcone me toma de la mano y me guía a tomar asiento en una de las sillas más alejadas, me dejo caer en ella antes de que me tome del codo y me ayude a hacerlo. ¡Bah, como si no pudiera yo solita!
-¿Tu nueva furcia, Nicholas? -curiosea burlona aquella voz profunda.
Enderezo la espalda ipso facto. Las manos de Falcone me sujetan con fuerza por los hombros. Espero a que la voz de la vuelta a la mesa para mirale.
Me he equivocado. No es, ni de lejos, un anciano. El hombre debe sufrir algún tipo de agerasia o algo parecido. Sus facciones son fuertes y aparentan una edad indefinible, joven. Su cabello largo y negro por completo está atado en una cola baja perfectamente peinada. Sólo sus ojos revelan su senectud, por decir algo. Son de un azul muy claro, casi fantasmagórico. En ellos se ocultan muchos misterios... y crímenes, que prefiero ignorar; es evidente la autoridad en ellos, esa mirada no permite réplicas a ninguna orden. Su complexión fornida y alta infunde terror. Viste una camisa negra fuera del pantalón, igual negro, y lleva mocasines a juego. Incluso desafía las reglas de la etiqueta.
-Te sugiero que tengas más consideración con mi acompañante, Augusto -advierte Falcone, por lo que aprecio, simulando despreocupación.
El hombre lanza una mirada furibunda a Nicholas a mi espalda, luego vuelve una de burla.
-¿O si no qué, Nick? ¿Vas a llamar a tus perros de la Camorra? -desafía Augusto DiMeo.
Mi mirada no se despega de su persona.
-Augusto... -amonesta la voz cantarina de la mujer. El aludido la ignora.
El DiMeo mira retador a Falcone, nadie dice nada. Hasta que sonríe con suficiencia.
-Será mejor que la saques de aquí antes de que llegue el resto -suguiere, haciendo un ademán despectivo hacia mí. Ladeo la cabeza. Ese gesto mío llama su atención. Me mira, directamente a los ojos. «Bien hecho». Su frías iris se clavan en las mías. Frunce el ceño y puedo ver cómo se descoloca por completo algo de sí. Debajo del velo, aunque nadie lo note, sonrío con la misma suficiencia que él. Aparta la mirada, se recompone y se dirige, meditabundo, hacia las sillas donde charlan Vittorio y la mujer.
-¿Y tienes intenciones de decirnos qué has hecho durante tu ausencia, viejo amigo? -Es una pregunta trampa.
Si aún no sabe quién soy, lo sospecha.
Vittorio lo siente.
-Esperemos a que lleguen los demás, Augusto. No quisiera repetir la historia dos veces.
La tensión es palpable. Es gracioso que todos aquí nos empeñamos en ser civilizados y fraternales con quien en realidad sentimos aversión.
-Cuánto misterio -. Vittorio no muerde el anzuelo.
Cada movimiento de Augusto está perfectamente medido. No hace nada sin antes saber de antemano lo que ocurrirá si sucede. Las preguntas que ha hecho han sido parte de un hilo de investigación. De Falcone ha sacado la sobreprotección de sus alianzas. Y de Vittorio que oculta algo de su viaje por trasatlántico. Pero tanto Falcone como Vittorio son conscientes de cada detalle de ese tipo. Por eso no han mentido ni disimulado, saben a la perfección que Augusto los estaría leyendo. Ahora el tema es saber si Augusto cree mentiras las verdades.
Augusto se aísla. Toma asiento en el extremo de la mesa y junta los dedos de las manos, pensativo. Vuelvo a sentir su helada mirada taladrándome la cabeza. Cruzo la pierna izquierda sobre la derecha con elegancia y evito cruzar los brazos o poner las manos frente a mí. Me muevo con soltura, sin aparentes preocupaciones. En algún momento de nuestra espera, le quito la copa de vino a Falcone y, justo antes de hacerme a un lado la tela de mi rostro para beber, finjo cambiar de opinión y veo con decisión en la dirección de Augusto, que aún me mira con fijeza. Ignorando la intensidad de su expresión, con todo el descaro del mundo, alzo la copa a modo de de saludo hacia él. Por su parte, permanece impertérrito.
No queda duda de que, dados los intentos fallidos de exterminarme, sabe que soy la hija de su hermano finado. Y ahora busca una salida alternativa.
Poco a poco van llegando algunas personas, todos adultos maduros o mayores y muy pocos jóvenes. Todos ellos irradian esa elegancia grave que sólo el poder o la mafia otorgan. Casi nadie repara en mí, porque de momento así quiero que sea. Necesito saber cómo se mueve ésta gente en una sola habitación.
Hasta que la puerta se cierra por completo.
Ahora que hay un poco más de gente que antes, es notoria una extraña sensación en el ambiente. Como si el sonido de las voces se amplificara o desapareciera al mismo tiempo. Me cuesta trabajo saber a qué se debe ese efecto acústico, hasta que todo se queda en completa calma y es la voz de Augusto lo que rompe el silencio de nuevo. La habitación está insonorizada. Nada de lo que aquí sucede puede oírse abajo o en otro cuarto.
-Sean todos bienvenidos. -Ni siquiera es necesario que eleve la voz-. Antes de saldar las cuentas de rutina -dice-, me gustaría hacer un brindis, por el regreso de Vittorio Falcone y su sucesor. Hace mucho que no nos daban noticias tuyas, hermanos. Salud -Todos corresponden el brindis alzando sus copas-. Espero que nos cuentes algo de tus aventuras en el Viejo Mundo, Vittorio.
Más que una sala de reuniones, parece una fiesta de casino. Al poco rato comienzan a escucharse pujas, juramentos, amenazas, zalamerías, enfrentamientos y elogios entre los presentes. El DiMeo y los Falcone actúan como intermediarios entre los ajustes. De vez en cuando también se les ve con una actitud amenazante ante algún insolente que no quiera pagar cuentas. En un par de ocasiones, se llevaron a rastras a dos tipos que daban alaridos hacia una puerta contigua de la que no los he visto salir.
Gio nos custodia desde la distancia, Falcone me lleva consigo allá a donde va para arreglar cuentas y mantenerme alejada de Augusto. De alguna forma me gusta cómo la mirada curiosa y lasiva de algunos inversionistas se detiene en mí y Falcone farfulla contra ellos. Sólo me brinda un poco de diversión cuando me aburro mortalmente.
En algún momento Falcone comienza a alejarse de la muchedumbre y nos dirigimos hacia la gran mesa del salón. Intercambia un par de gestos tácitos con Vittorio, se quita la chaqueta del traje, se afloja la corbata y finalmente habla.
-Un par de minutos de su atención, por favor -pide a todos con voz grave, al igual que Augusto, no necesita gritar, con su simple presencia basta-. Hay algo que tenemos que decir.
Muchos de los presentes se acercan a la mesa, con una mezcla de respeto y curiosidad; algunos otros murmuran y el resto se mantiene alejada pero escuchando.
-Hace un par de años -comienza mientras sube sobre una silla, doblándose las mangas de su camisa hasta los codos -hecho que, a estas alturas, no está demás decir que lo encuentro sumamente excitante- y finalmente sigue a caminar a lo largo de la mesa-, Capone convocó a una reunión de última hora a sólo unos cuantos integrantes del Círculo, el motivo por el que nos haya pedido lo que nos ordenó lo ignoro, pero no podíamos omitir su autoridad. -Veo cómo Augusto va a sentarse tranquilamente al extremo de la mesa, se recarga en el respaldo de la silla presidencial y mira con escepticismo a Falcone.- Todos hemos oído decir que muchos lograron sobrevivir al ataque de aquella galería en Suiza hace diez años exactamente, donde se buscaba, evidentemente, cargarse a Anthony DiMeo y sus más allegados.
Al oírlo pronunciar el nombre de mi padre, la piel se me eriza. Muchos se remueven, incómodos, en sus lugares. A juzgar por sus expresiones, no puedo decir que lamenten en realidad su muerte. Y eso me llena de un sentimiento más bien parecido a la ira. Augusto por su parte, se ha interesado más en el discurso.
»-Tuvimos que viajar a Latinoamérica de imprevisto, ya que según el Capone, le llegaron noticias de fuentes confiables sobre la sobrevivencia de la hija de los DiMeo. -Ante la noticia, unos pocos contienen el aire; pero la mayoría se muestra impasible. -Teníamos que buscarla, encontrarla y traerla de vuelta a Sicilia sana y salva. Tarea difícil porque estuvimos dos años recaudando información sobre su paradero. Capone no sabía más: se encontraba en México. Además, hubieron contratiempos menores, alguien más también le buscaba. Hasta que finalmente, llegamos a la capital, en los bajos suburbios. Ahí estaba. -Falcone se detiene justo frente a mí y me extiende su mano, invitándome a subir. Casi sin su ayuda subo a la mesa también, miro entre curiosa y asustada a todos los presentes. Percibo la tensión que se ha creado con ese gesto suyo-. La capturamos y negociamos con ella, voluntariamente está aquí.
La risa de Minerva resuena por toda la sala.
Falcone se coloca detrás de mí, desata el nudo del velo y me lo quita por completo.
-Saluda a tu sobrina, Augusto -ríe Falcone.
No hay reacción por parte de nadie. Nadie les cree. Eso me provoca gracia. Sonrío mientras hago una reverencia completamente fuera de lugar.
Falcone contiene un gruñido y Gio sonríe levemente desde donde está.
-¿Por qué no se lo pidió hacer a los La Morte? -cuestiona alguien a lo lejos.
Falcone se tensa y tarda en tomar una profunda respiración para responder:
-Los La Morte prefirieron mantenerse al margen de todo lo que tuviera que ver con Sonia y Anthony -dice lentamente-. Alegaron que tenían cosas más importantes que hacer que buscar muertos vivientes. Pero ofrecieron su apoyo total en caso de que lográsemos dar con ella.
Un silencio penetrante se instala entre todos nosotros. Al parecer el apellido La Morte tiene un gran peso en la mafia.
-¿Cómo sabemos que es ella realidad? -pregunta otra persona con un deje molesto.
Augusto se pone de pie parsimoniosamente, subiendo a la mesa también, se acerca hacia nosotros. Se detiene a dos palmos de distancia frente a mí, clavando su fría mirada en cada facción de mi cara. Yo ni me inmuto, no necesito alzar mucho la mirada para verle a los ojos; levanto levemente la barbilla. Con eso, el DiMeo eleva una comisura de sus labios en algo parecido a una sonrisa de satisfacción.
-Es ella -dice con voz sensible, y girándose hacia todos, confirma-: Es Zia DiMeo, señores.
Unos cuantos contienen el aire y otros aún se mantienen imparciales.
-¿Y qué se supone que debemos hacer con ella, Augusto? -dice abiertamente uno de los hombres más alejados. Se encuentra recargado en la puerta de entrada, con las manos sumergidas en los bolsillos del pantalón. Su porte destila arrogancia.
-El Capo nos ha pedido que la presentáramos -responde Vittorio, sentado desde una silla-. De momento, por ordenes de él, está bajo nuestra custodia. Comprendo que sea tu sangre, Augusto, pero no tienes poder sobre ella.
-De cualquier forma yo necesito pruebas de que en realidad es una DiMeo, Vittorio. Si dices que la sacaste de la calle, bien puede ser una simple indigente. Yo digo que la eliminemos ahora que estamos a tiempo -vuelve a hablar aquel hombre que se ha ganado a pulso mi odio.
-Tendrás tus pruebas, Lionel -contesta, sorprendentemente, Augusto-. Yo no dudo de que en realidad lo es. A los Falcone no se les conoce por mitómanos, ¿no es cierto, Vittorio? -Algunos ríen. Luego se dirige hacia mí-. Ahora, princesa. Si estás aquí es porque no sabes a lo que te atienes o porque heredaste la imprudente valentía de los DiMeo.
-Tengo mis motivos, señor. No estaría aquí de no ser por ellos. - Es la primera vez que hablo, mi voz suena tranquila y confiada, sin pizca del miedo que me consumía cuando llegué.
-Aún estás a tiempo de retractarte, si eres inteligente -Ofrece. Pero ambos sabemos que desde que puse el pie aquí, no hubo vuelta atrás. Sólo me está midiendo. A falta de una respuesta, añade-: Correcto; eso no es muy inteligente. Lionel, ¿puedes honrarnos con tu presencia aquí, por favor? -pide amablemente. El hombre que responde al nombre de Lionel, se sorprende y duda entre si obedecer o desafiar a Augusto DiMeo. Inteligentemente, quizás, comienza a andar hasta aquí.
-Hay una cosa que debes hacer para pertenecer a la Cosa Nostra, Zia. Es requisito inexorable -explica Augusto. Mi cuerpo se hiela cuando extiende la mano hacia un hombre con aspecto de guardaespaldas. El esbirro le tiende un arma tomándola por el cañon-. Hay que sesgar una vida, cuando menos.
Falcone hace amago de intervenir, pero un gesto conciliador de Vittorio lo evita.
Augusto toma mi mano derecha y la coloca en la culata; la mano izquierda estabiliza el arma. Su toque contra mi piel hace que me obligue a reprimir el impulso de huir. Me hace apuntar el cañón hacia el infortunado Lionel que abre los ojos de par en par, diluyendo cualquier atisbo de orgullo.
-¿Augusto...? ¿Qué coño estás haciendo?
-Dispara, Zia -me dice al oído-. Se atreve a jugar con tu vida. Un DiMeo no puede permitir eso.
Por inercia, mi dedo índice se posiciona en el gatillo. Inmediatamente recuerdo lo fácil que fue jalarlo cuando la mujer me amenazó ayer. Su miedo, su sensación de vulnerabilidad es lo que me alimenta en este momento. Tentada a sentir de nuevo ese poder, tardo en decidir.
-Dispara -insiste, forzando su paciencia. Todo a mi alrededor se congela, los presentes observan el espectáculo con desinterés. Quizás no sea algo de verdad fuera de lo común-. ¡Dispara!
-¡No, joder! ¡No voy a hacerlo! -grito. Lionel casi se desmaya cuando bajo el arma.
-Eres débil -afirma Augusto tranquilamente.
El furor del momento hace que ese comentario me ofenda sobremanera. En un movimiento ágil vuelvo a fijar mi objetivo con el arma. Todos se quedan de piedra y los esbirros se apresuran a apuntarme, porque al otro lado del cañón está Augusto.
-Puedo matar a alguien, Augusto, lo hice ayer -digo, controlando mi ira-. El problema es que es mucha molestia, a menos de que sea sumamente necesario. Apuesto a que el señor Lionel me habrá pedido disculpas eventualmente -miro en dirección a Lionel, él no responde-. Si eres inteligente sabrás qué es lo que me mueve a estar aquí. Yo busco respuestas, culpables y venganza.
A diferencia de Lionel, Augusto no da muestras de temor a pesar de encontrarse en la misma posición. Me mira retándome a hacerlo, a dispararle. Sabe que no lo haré. Pero a mí me basta con la amenaza. Que sepa que no le tengo miedo. Que todos los presentes lo sepan.
-Te deseo suerte en tu búsqueda, gatita -dice sin inmutarse. Ese apelativo me da un vuelco al estómago, haciéndome pensar en porqué lo ha dicho. Bajo el arma, afectada-. Disfruten de la velada, damas y caballeros. -Dicho lo cual, me da la espalda, baja de la mesa y se dispone a retirarse, no sin antes murmurarle algo al oído a Vittorio.
Después de eso, estando yo media ida, Falcone, Vittorio y Gio me sacan de la sala y del edificio casi sin que nadie lo note.
Cuando veo a Nego recargado en un auto en el aparcamiento, entonces me echo a temblar.
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Nota:
¡Hola, hola, Dolcevitas!
¡Yo aquí, viendo a molestar, como cada milenio!
¡Les traigo nuevo capítulo! Uno de los más largos :ooooooo
¿Lo han notado? ¡SE HAN BESADO! EL PRIMER BESO ENTRE ESTE PAR...
¿Qué les ha parecido? ¡Ya conocimos a nuestro tan nombrado Augusto DiMeo!
¡OMG! ¡El apocalipsis zombie está cerca! ¡Sálvese quien pueda!
Ok, suficiente. Ya en serio, ¿qué opinan del villano? Que si me preguntan si es malo, malo... Pues, nah. Más miedo me da Zeta, ¿¡cómo se atreve a amenazar así al capo de su familia?! ¿Vieron cómo reaccionó después Augusto?
Pray for Zeta.
¡Voten y hagan sus conjeturas!
¡Nos leemos el próximo milenio!
Auf wiedersehen!!
-🕸Sue.
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