Capítulo Ocho: Resaca
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Despierto.
Tengo el cuerpo cubierto de sudor y el rostro me duele. Me tallo la cara con las manos para despejarme un poco. Estoy pegajosa, y creo que me duele todo. Intento levantarme pero no siento nada, sólo estoy agarrotada. Miro por la ventana, está oscureciendo... o tal vez amaneciendo. No sé cuánto tiempo estuve ida.
Las escenas son vagas en mi memoria, se me hace un nudo en la garganta. Hago un esfuerzo por recordar, pero se me escapa todo. Es como si acabara de despertar e intentara evocar lo que soñé: tengo fragmentos pequeñísimos del sueño, y cuando trato de recordar, también se desvanecen en el olvido.
Sólo permanecen en mí la frustrante sensación de felicidad sofocada por el sufrimiento.
Encojo las piernas, abrazándolas, y meto el rostro en el hueco de las rodillas. Intento serenarme.
—¿Un mal viaje?
De súbito levanto la cabeza y miro hacia Nego que está acostado justo a mi lado. Sobre las frazadas, su brazo flexionado sosteniendo su cabeza, me mira atentamente.
—Me asustaste. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —digo mientras me paso una mano por la frente, aliviada.
—El suficiente para evitar que saltaras por la ventana.
El cabello rojizo cayendo mojado sobre su cabeza, el olor a jabón y las ropas medianamente limpias prueban que ya lleva un buen rato en el edificio.
—¿Qué hora es? —pregunto sin mirarle.
—De madrugada.
Entonces tal vez fueron más de diez horas del efecto de la droga, bueno, quizá menos; creo que dormí mucho.
—¿Por qué lo hiciste?
Su pregunta me recuerda inmediatamente el dinero y el arma que encontré en la cama de Marco. Dudo en si decírselo o no. Tal vez si se lo digo, él se desharía rápidamente de Marco sin hacer preguntas, pero yo quiero saber para qué tiene Marco un arma y de dónde consiguió tanto dinero.
Así que me encojo de hombros, esperando que sea suficiente respuesta. No lo es.
—Hace mucho que no te drogas, ¿Por que ahora? Tenía esperanzas en que finalmente lo dejaras. —Por su tono de voz está claro que intenta mantenerse neutral, pero la preocupación es notable.
Tiene razón, hace tiempo que había dejado de meterme esas cosas, yo también quería evitarlas. Principalmente porque el efecto con todas es el mismo, vienen a mi imágenes tortuosas de no sé dónde, parecieran escenas de una película sin una historia fija, sin embargo yo las siento tan vívidas, tan reales. Es por eso que el dolor lo siento físicamente real, como si me apalearan o atravesaran con cuchillas, pero claro, cuando recupero la consciencia no hay marcas de ninguna clase. Así que todo es producto de mi imaginación.
—No lo sé. Las tomé de los paquetes de Marco, sabía dónde encontrarlos —miento a medias—. Me sentía mal, ¿sabes? Toda esta situación me tiene enferma, principalmente por Ana, ella no debería estar aquí, ella no merece tener un hermano como el que tiene. No está bien. Poco a poco Marco se degrada... —no logro terminar, lágrimas nuevas corren por mis mejillas.
—Ven aquí.
Nego me invita a acercarme a él. No lo dudo, me acurruco a su lado en el cómodo sitio bajo su brazo, pegándome a él como una lapa. La calidez que su cuerpo emana me reconforta. En respuesta me abraza con un solo brazo y me aprieta un poco.
Así quiero quedarme para siempre. Bajo la seguridad de la presencia de Nego. Sin temor a nada. Tranquilidad total.
Nos quedamos unos minutos más así, sin decir nada, cada quien sumergido en sus propios pensamientos. En mi caso, sufriendo en silencio, al no poder recordar mucho.
—Es tan frágil —susurro.
Mi comentario toma desprevenido a Nego.
—¿El qué?
—Es tan delgada la frontera entre la felicidad y el dolor. Tan susceptible. Incluso podrían significar lo mismo. —Silencio, así que continuo—. Amar, por ejemplo. ¿El amor es felicidad? ¿Temer perder a la persona que amas? Y es probable que esa persona no te ame tanto como tú a ella, y en cuanto tú lo sepas te destrozará. Y no sólo...
—Vaya, que poético —me interrumpe con una risa suave.
—No es poético. Trato de explicarte qué es lo que siento cuando estoy bajo lo efectos de estupefacientes —digo contrariada, levantándome para verle a los ojos.
Su risa se apaga y su expresión se vuelve seria.
—¿Has vuelto a tener esas... visiones? —Pregunta.
—No cambia, Nego, siempre es lo mismo. Y lo peor de todo es que no logro ubicarlas todas, están en desorden y no recuerdo muchas. ¿Qué me pasa? ¿Soy vidente? —Esto último se me acababa de ocurrir y me parece una opción muy probable.
La expresión de Nego parece relajarse un poco ante mi ocurrencia, mas no dice algo. Y yo tampoco. Después de un rato Nego vuelve a hablar.
—Es cuestión de perspectivas, solamente —dice.
—¿Qué cosa?
—Eso que dices de la felicidad y el dolor.
—Pues mi perspectiva me parece muy realista —respondo nuevamente a la defensiva.
¡Ahora quiere discutir! Que bien que dormí porque estoy preparada
—No, es subjetiva.
—No es verdad ¿Qué me dices entonces de las cosas que no se pueden controlar? ¿Qué si estás muy feliz volando un cometa en un campo abierto, y de pronto una ráfaga de viento lo desestabiliza, tu cometa va a caer en un árbol y se rompe, eh? De un momento a otro pasaste de la felicidad a la tristeza.
Vale, tal vez no sea un buen ejemplo, pero tenía que intentarlo. Siempre quise volar un cometa.
—Bueno, en ese caso habré tenido la oportunidad de sentirme feliz con mi cometa, sin importar que después se haya roto. Fuí feliz por un momento. A demás, siempre puedo comprarme otro —argumenta.
—¡Ajá! —exclamo—. Ahora cambia al cometa por una persona. No es lo mismo.
—¿Volar por el aire a una persona? No creo que...
Nego siendo... Nego. Sonrío y levanto los ojos al techo. Él siempre evitando que piense catastróficamente.
La conversación se extingue y nos quedamos en silencio. Estamos muy cerca el uno del otro. Poco a poco me aproximo más para besarle, necesito sentirle. Él es consciente de mis intenciones y también sonríe. Pero en el último momento elude mi gesto. Me quedo quieta, contrariada.
En un movimiento rápido he quedado debajo de él. No me muevo, permanezco a la espera de su siguiente movimiento.
—¡A ver qué te arrebata tu felicidad!
Y comienza a hacerme cosquillas y yo a reír desesperadamente. Una risa genuina, verdadera. Porque estoy con la persona más importante en mi vida, y es ella quien provoca mi felicidad.
Me muevo en un intento de zafarme de su aprisionamiento.
—¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! ¡Para! —Pido entre risas y casi ahogándome.
Nego hace caso a mis súplicas un minuto después. Terminamos jadeando, y yo con el rostro ardiendo. Nos volvemos a acostar sobre la cama para tranquilizarnos y otra vez silencio.
Es por eso que le quiero, no deja que me derrumbe. Está ahí para mí siempre y le estoy profundamente agradecida.
Pasamos ¿minutos? ¿horas? Aquí tumbados. La respiración de Nego ya hace tiempo que se hizo pausada y tranquila, y yo sólo cuento sus espiraciones.
Pero como sé que parece que en realidad nunca duerme:
—¿Nego? —me cercioro que esté despierto.
—¿Hum? —responde.
Inspiro profundamente para lo siguiente:
—Nego, prométeme que... —me detengo, ahora no estoy muy segura de hacerlo.
Nego se incorpora y me mira, expectante.
—¿Sí? —Me incita a continuar.
—Prométeme que... que nunca me abandonarás —digo antes de arrepentirme, cosa que hago inmediatamente después.
Me siento mal al hacerle prometerlo. No soy su obligación. Sin embargo, quiero escuchar que a alguien le importo.
Nego me mira asombrado.
—G —dice.
Aparto la mirada de él, no quiero llevarme un no por respuesta.
—Hace tiempo que hice esa promesa —continua.
Le miro, hay sinceridad en sus ojos, ni un ápice de burla. Una lágrima solitaria vaga por mi cara. Nego me atrae hacia sí y me besa en la frente.
—Lo juré.
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Nota:
¡Hola de nuevo!
Hubo seis palabritas entre este par que les pueden dar una pista de lo que va a pasar. ¿Pueden encontrarlas? :3
Esta vez nos pusimos sentimentales. Sniff. :'( XDDD
¡Saluditos desde México!
—🐦Sue.
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