Capítulo Nueve: Los AvE-18
–––––♦ • ♠ • ♦ –––––
—¿Todo está bien? —pregunto.
El reloj marca las 5:17 am y aún permanecemos en la cama. Yo no me siento muy cansada y Nego parece que tampoco. Hemos hablado de cosas intrascendentes desde hace como dos horas. He estado eludiendo el hallazgo en la habitación de Marco, algo que me resulta tremendamente difícil. Pero no he podido evitar notar que Nego tampoco quiere hablar de algo. Según creo, a juzgar por el hecho de que no ha mencionado en ningún momento su trabajo, que efectivamente, algo sucede.
—¿A que te refieres? —responde, después de una sospechosa pausa.
—A tu trabajo, ¿qué tal van las cosas?
Se rebulle un poco.
—Ah, eso. No mal. ¿Por qué? —es su respuesta.
Esa es una respuesta muy escueta. Cosa que le quita puntos a su favor. Algo sucede, y no me gusta el comportamiento de Nego. Ha estado abstraído en sus pensamientos, apenas hemos logrado llevar una conversación como Dios manda en las últimas dos horas, una vez que se cercioró que no hubo efectos secundarios de la droga.
Me incorporo y le miro con los ojos entrecerrados.
—Porque me preocupas, Nego. Por eso —digo.
—¿Y a que se debe tu repentino interés por mi trabajo? —me mira, y aunque perece divertido puedo ver la cautela en su semblante.
—A que has estado comportándote muy extraño últimamente —respondo airada. Sólo está dándole vueltas a mis preguntas, no responde directamente, y eso me molesta—. Tienes cambios de humor raros, no hablas, no cuentas tu día cómo normalmente lo haces, ayer no me regañaste porque peleé. Eso es lo extraño en ti, últimamente —termino, con voz tranquila mientras evalúo su reacción.
Lo único que consigo es una sonrisa perezosa de su parte.
—Así que quieres que te regañe, ¿eh? —lo dice con voz divertida, otra vez evade mi tema—. De acuerdo, veamos —se pone un dedo en la boca, fingiendo pensar— ¿Cuántas veces tengo que decirte que no pelees? ¿Que hay muchas cosas que tú ignoras que están pasando ahí afuera y algo podría sucederte?
—Nego, no puedes hacer esto. Dime la verdad ¿Qué está pasando? —esto último lo digo suficientemente claro para que no pase por alto que estoy perdiendo los estribos.
—¿Lo ves? ¿Qué caso tiene regañarte por haber peleado? Nunca haces caso. Pero aún así, insisto, de verdad —dice poniéndose serio—, no pelees más —voy a replicar, pero me calla con un ademán y continua—: Ahora, a lo último que has dicho: sólo soy un jardinero, G. No estoy enterado de todo lo que sucede dentro de la mansión. Lo único que sé es que los tipos están teniendo problemas de no sé qué clase. Eso es algo que tiene preocupado a todo el personal y yo no soy la excepción. ¿Te parece suficiente?
—¡No puedo creer que me mientas! —Estallo.
Hubo un atisbo de sorpresa en su rostro ante mi reacción y eso fue lo que confirmó mis sospechas.
—¿Qué es lo que está pasando contigo, Nego? —le exijo mientras me levanto, me dirijo a la puerta y salgo del cuarto sin esperar respuesta.
Despierto en la cama de la habitación principal, sola.
Después de salir de aquí anoche, fui al diván de la sala y me quedé pensando; no podía dormir. Dos hora después, lo justo para haberme dormido ya, Nego salió de la recamara y vino hacia mí. No pude haber hecho más que fingir estar dormida, así que lo hice. Mentiría si dijera que me molestó que Nego hiciera eso, pero no. En realidad es lo que estaba esperando, quería una muestra de que aún puedo confiar en él. Me trajo en brazos hasta aquí, me quitó la ropa, me metió entre las cobijas y retiró mi cabello de la cara con una caricia.
¿Qué debo pensar ahora?
Me está ocultando algo ¿Desde cuándo? ¿Debo seguir confiando en él? La gravedad del asunto es variable, sin embargo, el hecho de que me mienta ya dice mucho.
Me levanto y me dirijo al baño para tomar una ducha. Una vez ahí dejo que el agua drene todo le que ha pasado ayer y hoy. Me refresca un poco y me siento mucho mejor. En cuanto termino de vestirme salgo y reviso las recamaras. Aun es temprano, como mucho las ocho de la mañana. En la habitación de Ana y Marco sólo está Ana, cómo no. La dejo dormir y voy a la cocina a preparar el desayuno.
Para cuándo Ana entra yo ya había logrado preparar unos sándwiches medianamente nutritivos, pues sólo había queso, alubias procesadas y salchichas.
—¡Hola! —Saludo con excesiva jovialidad.
—Hola —responde bostezando.
—¿Cómo te fue ayer? —Pregunto mientras le ofrezco un bocadillo.
—¡Bien! —Dice, repentinamente alegre y toma uno—. Jugamos mucho. Sandy tiene un hermanito menor y también jugamos con él hasta que se hizo en los pañales, entonces tuvimos que cambiarlo porque su mamá no estaba y fue asqueroso —frunce su naricita y yo me río—. Luego me enseñó sus libros de su escuela y me dijo que su profesora le pegó a un niño frente a toda la clase por haber iniciado una guerra de bolas de papel. Ah, y me regaló una muñeca para que jugara con ella, lo malo es que no tiene ropa... Después llegó su mamá y me invitaron a cenar y me dijo que regresara cuando quisiera. ¿Puedo ir después de bañarme?
Todo esto lo dice con un brillo que sólo la niñez puede mostrar ante la ilusión. Y no pude negarme.
—Vaya, tranquila, no te apresures. Primero come despacio y luego te bañas. Y ya veré después —sugiero.
—¿Eso es un sí?
—Dije que ya veré después —repito en un tono afirmativo.
—¡Gracias, gracias, gracias! —Dice dando saltitos de emoción en la silla.
—Come, anda.
Comemos en silencio durante unos minutos, hasta que Ana pregunta por Nego.
—Tenía que irse temprano. Creo que habrá una fiesta con esos sujetos y quieren un jardín perfecto —miento, encogiéndome de hombros.
Ana parece estar pensando en algo, y luego dice:
—¿Qué se sentirá ir a una fiesta así, con vestidos largos, trajes bonitos, bailar un vals...?
Suelto una risa sonora.
—¿De verdad crees que en esas fiestas se bailan vals? —Me burlo mientras me seco unas cuantas lágrimas.
—Por supuesto que sí. Mira, le hacen así. —Se levanta de la silla y se pone a dar vueltas por toda la cocina con una pareja imaginaria. Luego yo me uno a ella y me pongo en el lugar de su pareja, ahora las dos estamos dando vueltas escuchando sólo música imaginaria. Fingiendo seriedad aristócrata.
—¡Qué hay, mundo! —grita Marco entrando al piso y dando un portazo.
Pese haber gritado parece estar en sus cabales.
Nadie dice nada. Ana y yo ya nos habíamos separado y tomado nuestro lugar en la mesa. Reprimo el impulso de ahorcarlo y en su lugar estrujo mi comida. Ana parece a punto de llorar, golpearlo y abrazarlo al mismo tiempo.
—Me voy a bañar —informa Ana. Sale y en el camino pasa a un lado de Marco.
—¡Hola, hermanita! —Le saluda este dándole unas palmaditas en la cabeza. Ana, en respuesta, se lo quita de encima dándole unos manotazos. Y se va.
Marco hace como que no le impartó la reacción de su hermana, o eso quiero yo pensar porque entra a la cocina con una sonrisa estampada en la cara, toma un sándwich y le da un mordisco.
—Toma —dice con la boca llena de comida mientras lanza a la mesa un fajo de billetes.
Inmediatamente pienso en el dinero en su recámara y me preguntó si es el mismo o, como mínimo, de la misma procedencia.
—¿Qué es eso? —pregunto, haciéndome la tonta.
—Dinero, ¿no lo ves? —dice irónicamente
—Ya sé lo que es, imbécil. ¿De dónde lo sacaste?
—¿Importa? Es dinero. ¿Lo quieres o no? —responde, evasivo.
Levanto los hombros con indiferencia, pero no lo tomo.
—Ah, eso me recuerda... —busco en los bolsillos de mi sudadera y le extiendo un billete—. Ten. Tomé hierba de tus cajones —«y también dinero de tu colchón, si no te importa» añado mentalmente. Así que le estoy pagando con su propio dinero, pero eso él no lo sabe.
Tomé lo suficiente para que no lo echara en falta, esperando que no lo contara todos los días, claro. Lo que le estoy ofreciendo es menos de lo que vale la droga en realidad, pero creo que eso no importa ya.
—¿De mis cajones? —se alarma ligeramente.
«¡Ja! ¡Te pillé!»
—Sí, lo siento. Me urgía —digo fingiendo pena.
Después de eso cada quién se fue a habitaciones diferentes a pasar el rato. Yo fui a la sala a leer y Marco a drogarse, supongo, en su recámara.
—Ya estoy lista, ¿me puedo ir? —dice Ana cuando sale del cuarto de baño.
—¿Estas segura de que esto no le molestará a la mamá de Sandra? Ella aún está en la escuela —comento.
—Sí, estoy segura. Hoy le ayudaré a Clara, la mamá de Sandy, a hornear pastelitos. Además, Sandy sale al mediodía. No esperaremos demasiado —alega sin desistir.
Me levanto del diván y me desperezo.
—Está bien. Te acompaño abajo.
Antes de que Ana y yo podamos llegar a la puerta Marco se nos adelanta.
—Ya vine y ya me voy. ¡Hasta luego! —Se despide.
Salimos los tres y cierro con pestillo. Cata nos ve salir desde su nicho y se dispone a seguirnos.
Por obvias razones no usamos los elevadores, así que nos preparamos para un largo descenso por las escaleras. Yo, cada que puedo, me deslizo por las barandillas y Ana intenta imitarme pero no siempre con éxito, Marco por su parte, nos tacha de infantiles y se adelanta.
En cuanto llegamos abajo Marco se va sin decir algo y yo, antes de despedirme de Ana, le advierto que tenga cuidado con el horno.
Una vez todos se van, le lanzo una mirada cómplice a Cata.
—Andando —le digo y echamos a caminar en la dirección que Marco tomó.
Hoy el día más bien se antoja para tumbarse en el sofá con un tazón de sopa caliente, con la televisión encendida y ver una película. Pero bueno, por aquí esa idea tiene demasiada fantasía.
Al mirar al cielo puedo augurar que los dioses desatarán su furia contra nosotros. Las nubes son densas de un gris oscuro. En el horizonte, unos cuantos rayos tocan tierra, seguidos del lejano sonido de los truenos. Es extraño que una tormenta se avecine tan temprano. Al ser verano nada debería sorprenderme.
La colonia en donde vivimos quizá sea la más olvidada de todas pese a ubicarse justo a lado de las zonas residenciales, por lo que se convierte en la madriguera de los delincuentes, conveniente para los estafadores, los ladrones, forajidos, proveedores de droga, ebrios, asesinos y demás. En fin, el peor lugar para vivir. Todo el mundo se mueve con precaución, fijándose bien dónde poner el pie antes de dar el paso, asiendo con fuerza la carteras y cosas de valor que podrían llevar encima, ocultando un arma bajo las ropas. Aquí nadie se atrevería a salir de casa limpio, cualquiera que viese algo con brillo, así sea el más miserable tornillo se abalanzan sobre él. Por eso siempre camino a paso lento, cargo con una navaja metida en mis botas, la capucha bien calada y las ropas más raídas que tengo, que, pues bueno, no es muy difícil encontrarlas; es mejor parecer delincuente a una presa fácil.
No tardo en encontrar a Marco dos calles más adelante. Observo las casas y edificios a mi alrededor, buscando lo más conveniente. Finalmente la localizo, una casita de no más de dos metros y medio de alto, con sólo una puerta de entrada y salida, rodeada de bolsas y cubos de basura. Me acerco, y con agilidad, subo a uno de los botes y aprovecho el impulso para llegar al tejado. Sin embargo no logró superar la habilidad natural de Cata, quien ya está avanzando despreocupada por la orilla. Dirijo una última mirada a la calle en busca de la cabeza castaña de Marco. Nadie reparó en mí.
Me convierto en la sombra de Marco, me muevo con cuidado. Todos lo que tenemos la fortuna de vivir en las calles desarrollamos un grado de sensibilidad para detectar ciertas cosas, una de ellas es saber cuándo estas siendo observado, si no eres capaz de cultivar ese séptimo sentido probablemente a la primera buena te maten. Así que mantengo una distancia prudente, no se que tan observador sea Marco y tampoco si va tocado, algo que me vendría bien ahora.
Nos alejamos cada vez más del centro de la colonia, acercándonos a las afueras, la zona más peligrosa que pueda yo haber conocido jamás. Ahí hay sicarios listos para sacarte las tripas antes de que des el siguiente paso si te topas con la persona equivocada. A cada momento el flujo de personas se reduce y con ellas también las probabilidades de que alguien alerte mientras me destripan.
Cuando Marco cambia de rumbo a una callejuela estrecha y oscura, sé a donde nos dirigimos. Ahora comienzo a replantearme continuar con esto. Al fin y al cabo ya sé en qué líos está metido. Pues verán, he estado aquí sólo un par de veces, caída por azares de la suerte, y en ninguna de ellas me fue bien.
Finalmente hago de tripas corazón y saltó al siguiente tejado.
Las construcciones aquí más bien son ruinas, edificaciones a medio terminar o a medio derrumbar. Al lugar al que nos dirigimos es una casa destrozada suficientemente grande donde reside una pandilla sin oficio ni beneficio que se hace llamar Los AvE-18 —ni idea de lo que eso signifique— con cuyo cabecilla tengo un pequeño jaleo.
Manteniéndome oculta me agazapo detrás de un muro sobre el techo de la casa en cuestión. Sé que generalmente todos se reúnen en el centro del lugar donde hay un solar improvisado para pasar el tiempo de ocio, que es mucho para ellos. Echo un vistazo por una ventana sin vidrio que hay sobre mi cabeza y analizo a lo que me enfrento. El lugar está hecho una pocilga, hay suciedad por todas partes. Mi ubicación da a dicho solar, una habitación sin una pared y sin techo de unos cinco metros por seis. Unas cuántas personas distribuidas por todo el piso están sentadas (sobre llantas, cajas, cubos, algunas sillas), fumando. Música de rap machista sale de una grabadora destartalada. Las paredes están resquebrajándose pedazo a pedazo. Tal y como lo recuerdo.
Marco entra en el panorama, saludando a algunos a su paso con complicadas señas ritualistas. No alcanzo a escuchar lo que dicen, la música está muy alta. Se dirige al tipo que conozco como el líder de todos ellos e intercambian palabras y dinero. Analizo al cabecilla, no ha cambiado en nada; si a caso se hizo otro tatuaje en su ya de por sí tapizada piel de garabatos satánicos, la cabeza medio rapada, nariz un poco torcida, ojos oscuros desafiantes, musculoso sin llegar a ser una mole, perforaciones aquí y allá. Puede que sea pasablemente atractivo si no tuviera tantos tatuajes y perforaciones. Se encuentra postrado en lo que pareciera un trono hecho de ladrillos y partes de sofá, mirando todo con pose de amo y señor, a su lado un intimidante doberman olfatea el aire como si hubiera un olor repugnante.
Ha olido a Cata. No pasará mucho tiempo hasta que la encuentre y delate nuestra posición.
—A Edson le gustará mucho saber que has venido a verlo.
Mierda.
Me sobresalto al escuchar aquella voz. No había estado prestando atención a mi espalda. Me giro y encuentro a dos chicas no mucho más grandes que yo, una morena igual de tatuada que Edson, vestida con unos pantalones negros ceñidos y un crop top a juego que realza sus generosos atributos y la otra que tiene una gorra puesta ocultando su cabello ceniza teñido, con ropa sumamente holgada y sucia. Ruth y Delle, respectivamente, ambas bravuconas a morir.
—¿Al fin aceptarás el trato, gatita? —pregunta Ruth, socarrona.
Me recompongo rápido.
—Edson conoce mis condiciones ¿ya tiene lista mi parte?
Así es, Edson me quiere dentro de su grupo. Yo puse la condición de que me consiguiera un ID falso y pasaportes a cambio de unirme. Lo hice porque sé que él es influyente pero no mucho para obtener tanto. Aún así intento mantener las distancias, por si acaso logra dar con ellos y yo tenga que verme obligada a ser una mercenaria.
—Es excesivo, quizá haya que renegociar —comenta Delle.
—No, lo siento. Es lo que necesito si me quieren dentro —digo con más seguridad de la que siento. Pero aliviada al saber que no lo han conseguido.
—Es una pena. Tu amiguito, ese de ahí —dice Ruth señalando hacia abajo a Marco—, es un inútil. Nos vendría bien alguien como tú.
—Eso ya lo sé, pero un trato es un trato —digo recargándome en la pared y cruzando los brazos.
Delle se en encoge de hombros y Ruth suspira dramáticamente.
—Oye, y de casualidad ¿no te acompaña el caliente pelirrojo? —pregunta Ruth mirando en derredor como si buscara algo.
La sola alusión a Nego me pone en tensión. El no sabe nada de todo esto y si lo supiera ni siquiera estaría viendo la luz de éste día.
Delle y yo la miramos con curiosidad.
—¿Qué? Está bueno, o dime que no, G. Además, Edson no me llena —se defiende Ruth.
Delle le propina un golpe en la cabeza y yo resisto las ganas de reír.
En ese momento el doberman localiza a Cata y comienza a ladrar en nuestra dirección, haciendo que todos se pongan en movimiento. Edson, por su parte sólo busca frenéticamente hasta dar conmigo, su expresión de asombro es todo un poema y se me antoja divertida. Yo aprovecho la confusión para deslizarme por un agujero en el techo, que encontré mientras buscaba una salida fácil en caso de salir pitando de allí.
Antes de caer sonrío, burlona, y lanzo un beso de despedida a Edson.
–––––––♦ • ♠ • ♦–––––––
Nota:
¡Nuevos personajes! ¡Alerta! ¡Nuevos personajes!
Pst, pst. Ejem. Les adelanto que uno de estos tres continuará por el resto de la historia. Tuturururú. 😱😱😱
Ok, los dejo. Bye.
—🐳Sue.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro