Capítulo Cuatro: Discusión
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—Ya no pienso discutir contigo sobre esto. Sabes lo que pienso —me reprende Nego, quitándose el mono del trabajo y dejándome ver sus músculos muy bien trabajados de la espalda.
—Sí, y yo no termino de comprender por qué tanta sobreprotección —reprocho.
Me subo a la cama queen que ha sido superviviente del incendio, y me pongo a brincar en ella.
—Ya te lo he dicho. Te expones, G. Existe el peligro —dice, conteniendo el enfado.
—Conozco los riesgos, Nego. —Me detengo y bajo de la cama, camino hasta estar frente a él. Se esta poniendo sus pantalones raídos de pijama y una playera de algodón que alguna vez fue blanca.
Era conciente de que nada de esto le gustaría. La sobreprotección de Nego me exacerba, es decir, comprendo que así sea con Ana, pero conmigo parece un chiste. Así que no pierdo cualquier oportunidad para sacarlo de quicio. No es sólo por diversión, sino para hacerle saber que no quiero ni necesito que cuiden de mí.
—No —advierte, al ver que me acerco lentamente —. No lo hagas.
—¿Hacer qué? —pregunto inocentemente, con una sonrisa a medio camino.
La expresión de Nego es severa, cosa que me descoloca un poco. Esta noche parece algo más molesto de lo habitual. Parece querer añadir otra cosa antes de dirigirse a la cama y murmurar un buenas noches con desgana.
En imposible pasar por alto los drásticos cambios de humor que ha tenido últimamente. Es evidente que la situación en la que estamos no es muy favorable, ya que se han sumado dos bocas apenas hace unos meses, pero eso apenas lo traía preocupado, al inicio. No, esto es muy reciente. Nego está al tanto de todo lo que sucede aquí. Sabe que salgo todos los días a estar de ociosa durante las tardes; sabe que Ana se obstina en salir a vender dulces y que Marco le acompaña; y sabe que la adicción de Marco se vuelve cada vez más grave, sin embargo, él ya es un caso perdido. Tal vez sea eso, el hecho de tener la certeza de que Ana, poco a poco, deja de contar con su hermano.
Otra razón que pueda ser el motivo de los desvaríos de Nego es que, muy remotamente, algo esté sucediendo en la mansión donde trabaja. Probablemente corra el riesgo de que le despidan. Los trabajadores como Nego no tienen tantas posibilidades de ser despedidos como un ama de llaves, digo, lo máximo que un jardinero puede hurtar es una gladiola. Pero estoy siendo muy superficial, quizá sea algo mas fuerte, algo que esté afectando a la familia riquilla que se aloja temporalmente allí. El contrato que a Nego le ofrecieron fue de treinta y seis meses. Por lo que es imposible que ya se estén yendo, o es lo que quiero pensar. De cualquier manera, si fuera algo importante de lo que preocuparse, me lo diría inmediatamente.
La noche pasa y yo no estoy cansada. Mi cuerpo está un poco dolorido por la pelea de hace unas horas, pero no es gran cosa. No tengo ganas de meterme a la cama a lado de Nego, por lo que considero la posibilidad de salir a la calle. En realidad no es muy tarde, como mucho las diez y media de la noche. Y generalmente a estas horas, en mitad de la urbe, la gente aún fluye.
Salgo de la recamara y me dirijo a la sala de estar, a ciegas. El suministro de energía es un problema en este edificio. Nosotros nos servimos de la contaminación lumínica que ofrecen los automóviles de la carretera, los mini superes aledaños y los edificios vecinos.
La falta de electricidad es el motivo por el cual no tenemos muchos, o ningún aparato eléctrico. Los móviles serían todo un fastidio al no poder cargarlos.
Vivir en la calle muestra una perspectiva muy cruda de lo que es en realidad la vida. Nos hace cuestionar la existencia de un ser supremo que por todos ve y a todos cuida. Ni siquiera nos molestamos en pensar en el futuro, en el mañana; para muchos no hay futuro. La muerte acecha a cada momento. La muerte por inanición es la más frecuente, eso o que te claven una cuchilla en las costillas o que te atraviesen con plomo. Es algo normal.
El ambiente es frió, pese a que es verano.
El edificio era un hotel llamado Luxe Palace, para un nombre tan pomposo era justo que fuera cinco estrellas. El penthouse, a lado de la sala, tiene un ventanal que da a pleno centro de la Capital, a una altura de más de ciento setenta metros es un panorama digno de admirarse. En épocas de verano la vista es mucho mejor; las lluvias disipan un poco los contaminantes y dejan al descubierto el manto astral. Es hermoso. Parece que es un privilegio del que todos gozamos y muy pocos apreciamos. Ninguna creación humana puede igualar tan magistral existencia. Camino hacia la ventana y me siento en el diván que hay frente a ella. El cristal está agrietado y opaco.
Fuera, el mundo vive. A unas cuantas cuadras se puede escuchar el tránsito de los autos. Imagino a un hombre X dentro de su auto convencional conduciendo por la autopista; de la ventanilla del conductor cuelga una mano con medio cigarrillo encendido entre los dedos mientras que en la radio suena una canción de Led Zepellin. Regresa a casa después de una larga jornada en la oficina: la impresora se atascó y hubo que hacer trabajo técnico golpeándola unas cuantas veces para lograr que escupiera un chorro de tinta, lo que explica la mancha oscura que tiene en el pecho de la camisa blanca de vestir; después, la secretaria del gerente le regresó el informe semanal, que siempre tiene que entregar, porque según él, está todo mal hecho; atendió veintitrés llamadas en todo el día, doce de ellas eran de quejas sobre el artículo de hace tres días que trataba sobre un supuesto robo a una casa-apartamento, aparentemente no se mencionó que la policía no llegó hasta el día siguiente y que los asaltantes se dieron a la fuga, otra vez; y las otras once eran de servicios domésticos que ofrecían trabajadores de plomería y niñeras con descuento de promoción. Además, mañana es el cumpleaños de su hijo menor y apenas tuvo tiempo de salir a la hora del descanso a comprar la patineta turbo, que había pedido la navidad pasada. Su expresión es de cansancio, debajo de los ojos tiene unas ojeras horribles y tiene la cara cubierta de una capa de sudor, la corbata le molesta y se la afloja, aliviado. Lo único que quiere hacer es llegar a casa, besar a su esposa e hijos, tomar una ducha caliente y meterse a la cama; para levantarse mañana temprano a correr, ver la cara de felicidad que pondrá su hijito al ver su regalo y llevársela a la escuela para presumirla, salir a la misma hora al trabajo y repetir el ciclo.
Siempre ignorando lo que sucede en el bajo mundo.
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