Capítulo Cinco: Promesa silenciosa
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El alba está aquí. Me lo indica un rayo de sol que siempre se cuela por la ventana y cae directamente sobre mis ojos. Despierto desorientada. Nego debió cargar conmigo desde la sala hasta aquí porque yo no recuerdo haberme metido en la cama durante ningún momento de la noche.
Instintivamente lo busco del lado izquierdo de la cama, que es el que suele usar. Nada. Me siento un poco desilusionada. El reloj destartalado que esta sobre la mesita de noche indica que son las 8:35 a.m. Con un poco de suerte puedo encontrarlo en la cocina, desayunado para irse a trabajar.
Rápidamente me pongo las deportivas y salgo de la habitación.
En cuanto llego a la cocina veo a Ana sentada en la isla del centro, sin rastro de Nego. Entonces decido preguntar por él:
—¿Viste a Nego? —demando, casi desesperadamente.
En realidad no sé por qué estoy muy ansiosa por encontrarle. Los estados de ánimo que ha tenido últimamente me tienen preocupada. Y quiero arreglar la situación de ayer. Se salió un poco más de control de lo normal. Mejor dicho, todo estuvo demasiado ameno, demasiado. Siempre son más caóticas nuestras discusiones.
—¡Hola! Buenos días, Ana, ¿Cómo amaneciste? Mal, tuve pesadillas; pero gracias por preocuparte. ¿Y tú, que tal? —Es la respuesta sarcástica que recibo de Ana.
Parece malhumorada.
—Lo siento, perdón. ¿Cómo estas? —Me disculpo, pasándome una mano por la cara.
‹‹Contrólate››
—Oh, ya sabes; lo de siempre. No dormí en casi toda la noche. Marco salió durante la madrugada, otra vez, e hizo mucho ruido —explica. Todo esto lo dice con la mirada fija en su vaso de leche. Su postura es encorvada, parece enferma.
La condición de Ana me angustia. No sé qué hacer para deshacerme de todo lo que le atormenta. Una niña como ella ni siquiera debería estar aquí; es demasiado buena para ver la vida desde ésta perspectiva.
Verla así me catapulta a recordar el día en que la conocimos: «fue el mismo día que adopté a Cata, en contra de todos los impedimentos de Nego. Hace casi medio año salí del edificio para encontrar a Nego, que regresaba del trabajo, muy tarde ese día. Para llegar a medio camino hasta la mansión tomo un atajo: una callejuela de mala muerte perpendicular a la carretera principal, me ahorra muchas complicaciones, así no tengo que rodear toda una cuadra. Llevaba un gato esquelético entre mis ropas para brindarle un poco de calor, desde hace varios días lo veía rondar por el edificio, hasta que finalmente me decidí adoptarlo esa misma tarde. Cruzaba corriendo el callejón que apestaba a heces de canes y humano y basura acumulada. Creí que había sido mi imaginación el escuchar doble pisada en el pavimento, pero en ese memento lo ignoré; el cielo amenazaba con caerse. Cinco calles después, vislumbré a Nego debajo de una lámpara de alumbrado público. En cuanto le mostré a quien después sería Cata toda emoción desapareció de su rostro, para decirme todos los contras de tener una mascota, pero yo argumenté que podría comerse todos los ratones que había en el edificio y que así ya no tendríamos que preocuparnos por alimentarlo y cedió.
Caminamos una cuadra más en dirección al edificio, mientras Negó me contaba sobre su día llevándome a mi sobre su espalda. Luego se detuvo abruptamente, me pidió que me bajara, caminara deprisa y no dijera nada. En cuanto dimos el primer recodo me empujó hacia la pared de manera que él quedará contra ella, justo en la esquina; se deslizó pared abajo y con una seña me indicó que hiciera lo mismo. Todo esto me parecía un poco confuso, pero no me alarmé, debía mantener la calma. Esperamos apenas unos minutos agachados y una figura oscura también dio la vuelta en la esquina. Desde nuestra privilegiada posición noté que era una persona pequeña, tenía una bolsa de basura negra cubriéndole el cuerpo desde la cabeza, a modo de impermeable. Cuando hubo observado la calle y no vio a nadie, pareció confundido porque se detuvo y miró a su alrededor. Entonces caí en que Nego advirtió que nos seguían —cabe mencionar que es un paranoico de la seguridad—. Permitimos que nuestro enigmático persecusor caminara un poco más allá para intercambiar los roles. Nos levantamos y caminamos en pos de la figura apenas visible por los faros, pues tenía la sensatez de moverse por las sombras. Al llegar al final de la calle la figura ya no supo hacia dónde dirigirse; así que decidió regresar. Para ese momento, gracias al sonido del agua de lluvia al caer, pudimos llegar hasta estar justo detrás de él sin que lo supiera. Cuando giró y nos vio, yo hice un «¡Boo!». Nuestro pequeño espía no era más que una niña curiosa sin casa. Lo supe en el momento que vi su rostro marcado por los huesos, su mirada vidriosa y sus ropas andrajosas. Fue después de haber sufrido el interrogatorio estilo Nego que accedimos a ofrecerle asilo. Y después llegó Marco, cuya historia omitiré porque solo se limita a que llegó a nuestra puerta alegando ser el hermano de Ana, quien después lo confirmó y a petición de la misma Ana también lo aceptamos.»
Me acerco Ana y la abrazo; inmediatamente ella responde rodeándome la cintura con sus flacuchos brazos y se echa a llorar. No sé qué hacer, así que le doy palmaditas en la espalda. Tal vez no sea lo más apropiado, pero mi torpeza parece funcionar. Lo único que siento son sus gimoteos. Y me hace sentir aun más afligida.
Entonces le hago la promesa silenciosa de que, a como dé lugar, la voy a sacar de éste infierno.
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Nota de la autora:
What's up, readers?
Últimamente me he sentido muy triste y creo que lo plasmé en estos dos últimos capítulos. Que aunque parezcan un poco tediosos a mí me gustaron y no es que me recuerden al motivo de mi tristeza, sino que es como un episodio de autoreflexion.
En fin. Cuéntenme, ¿cuáles son las sensaciones que tuvieron al leer ésto?
—🐘Sue.
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