Capítulo Catorce: Colapse
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1
El ocaso hace tiempo que se ha vuelto mi aliado. ¿Qué mejor que la noche como compañera para llevar acabo una venganza? No hay porqué temer a la oscuridad. No si perteneces a ella. No si eres tú quien la domina. No si eres conocedor de los secretos que entraña.
A la luz de la luna, espero, paciente, a que alguna nube la cubra y la extinga, aunque sea un momento. Ella no debe saber cuáles son mis intenciones. Puedo sentir su curiosidad, puedo sentirla ansiosa por verme salir, esperando también, burlona, traviesa y altanera como es. Yo la ignoro, imitando su actitud.
El psicotrópico que me metí cuándo partí del edificio ha comenzado a surtir efecto. Necesitaba un incentivo para cumplir con mi cometido.
No ha sido mucho lo que tomé pero la combinación con el alcohol está haciendo lo suyo, quizá haya sido una mala idea, pero por el momento me siento sensacional y estoy en mis cabales.
La luna ríe. Yo ruedo los ojos con irritación.
Estoy agazapada detrás del tronco de un sauce llorón, a dos calles de mi destino. Sólo me son necesarios diez segundos para cubrirlas, cinco más para trepar el muro alto que delimita el lugar y otros cinco para analizar el terreno. Fácil.
Finalmente una nube, aburrida, pasa por enfrente de la luna y me otorga mi oportunidad. A partir de este instante la luna y yo comenzamos a jugar una especie de pilla-pilla, ella intenta poner al descubierto mis movimientos avanzando y burlando a las nubes, mientras yo evado los sitios que toca y camino deprisa pegada a las paredes, ocultándome tras cualquier objeto que me ofrezca ayuda. Al parecer las nubes y la luna han decidido ponerse de acuerdo para conspirar en mi contra, pues cada vez son más cortos los intervalos que la luna permanece cubierta.
Al fin, logró llegar a la muralla que mantiene asegurado el sitio. Las paredes son altas como un árbol y gruesas como las de un penitenciario, lisas como hoja de papel y observadas con el celo de una base militar. En ocasiones anteriores me he tomado la libertad de observar con más detenimiento la estructura de dichos muros y he notado que en una zona está un poco agrietada, para mí es suficientemente cualquier saliente capaz de proporcionarme un soporte mínimo.
Escalo sin complicaciones por la pared de más de cuatro metros de altura. Cabe mencionar que sólo una pequeñísima parte de mí es conciente de que estoy por entrar a un lugar celosamente vigilado, si me llegasen a descubrir quizá esté perdida, soy yo quien los debe atraparlos in fraganti. Llego a la cima y con sumo cuidado me coloco de pie a un lado de las púas decorativas. Paso por encima de ellas a la otra mitad del ancho del muro y estoy dentro.
Para este momento ya me tiene sin cuidado que la luna vea lo que hago. Por los siglos de los siglos ella ha permanecido anclada a la Tierra y hoy no creo que haya visto algo sorprendente de verdad. La luna es tan vieja como sabía, ella ha estado presente en todo momento pasado y por pasar. Le hago un ademán con la mano a modo de despedida.
Verdaderamente es todo un despilfarro de plata la mansión donde Nego trabaja o, mejor dicho, trabajaba. Está construida con arquitectura moderna, una figura abstracta es lo único que logro ver. A luz de la oscuridad parece más grande de lo que en realidad es. A los ojos de un observador común no es evidente, pero para mí, que tengo, digamos, experiencia en estos casos no pasa por alto. Los sensores de movimiento y cámaras de vigilancia rotatorias suelen ser un problema cuando se quiere ser sigiloso. Inmediatamente identifico los puntos estratégicos de vigilancia y seguridad. No muchas personas tienen imaginación para colocar sensores. Sin embargo, no hay que fiarse de la incredulidad.
Camino sobre el muro a cinco metros sobre el piso. Sonrío al sentir mis pies cosquillear por el vértigo. Busco una forma de bajar sin romperme el cuello o las piernas. Agradezco que la luna permanece atenta a cada movimiento que hago, de lo contrario yo no vería dónde piso. Momentos después choco con la copa de un árbol exótico que me hace perder el equilibrio y me tambaleo de un lado, dónde están las púas y luego nada; y del otro dónde hay sólo vacío. Después de maldecirlo y observarlo detenidamente decido que me podría ser de utilidad, tiene ramas resistentes y follaje abundante hasta las raíces.
Tomo impulso agazapándome un poco y salto a la rama más cercana a mí. Me sostengo de ella con los brazos y, dada mi torpeza por los estupefacientes, lucho por mantenerme sobre ella. Luego de dar pataletas un rato, mis pies encuentran otra rama más abajo y, aliviada, me dejó caer en ella. Luego voy descendiendo poco a poco árbol abajo. Cuando estoy casi al final, coloco mi pie en una de las ramas más frágiles, esta cede a mi peso y se rompe. Al no tener más soporte, caigo de culo al césped.
Me levanto inmediatamente, corro a través del jardín recientemente podado, siguiendo la ruta que había marcado de los puntos ciegos más probables. Llego a la una pared trasera de la casa y aguzo el oído. Si no me equivoco, se oyen risas y voces acercándose a la vuelta. Me planteo atacar e inconscientizar a quien sea que venga, como una especie de mensaje anónimo y perverso.
Me oculto entre las sombras que proyectan los muros de la casa, a la espera de que lleguen las voces. Pero no lo hacen. Se hace un silencio expectante, intercambian un par de palabras y vuelven sobre sus pasos. Debieron haber sido unos esbirros. Con sumo silencio, avanzo en dirección a la que tomaron las voces. Lo único que alcanzo a vislumbrar son dos sombras girando y entrando al umbral de una entrada trasera. Observo en derrededor, buscando más cámaras y sensores ocultos. Es mi oportunidad de, finalmente, entrar a este lugar prohibido, de hacer mi venganza en nombre de Nego y rescatarlo.
Del bolsillo trasero de mis vaqueros, extraigo la última dosis de LSD que me queda. La introduzco en mi boca y entro a la mansión.
La entrada da a un comedor pequeño para el personal de servicio, equipado con todas las herramientas indispensables y las más superfluas que existen. La oscuridad y el silencio imperan en todo el sitio. Apenas son audibles los murmullos de las plantas altas. El frigorífico automático marca en su pantalla táctil las 2:30 AM. Habría jurado que era más temprano.
Así como si nada abro una puerta de la nevera y husmeo la cena. Lo más destacado es un refractario de contenido color amarillo canario, lo descarto al instante y opto por media hamburguesa sobre un plato, estantes más abajo. Acerco la nariz para cerciorarme que no esté en proceso de putrefacción. Y salgo de la cocina con mi cena en mano.
Camino desenfadadamente por los pasillos desérticos, dejando migajas de comida a mi paso. No soy muy consciente de a dónde me dirijo. Hace veinte minutos que ingerí la droga, no tarda en hacer efecto. Los cuadros colgados en las paredes me dan la impresión de ser holográficos; piso una alfombra carmín que en la oscuridad toma un color marrón, abarca todo el largo del pasillo que va haciéndose más largo a cada segundo que avanzo. Una sensación de claustrofobia me comienza a invadir y apremio mi paso. Algo me dice que estoy siendo observada, probablemente sí. Debe haber cámaras en las pinturas de personas colgadas en las paredes.
Por primera vez en la vida, ignoro esa advertencia. No me importa quién me siga. Quiero que sepan que no estuve aquí y haré que se arrepientan de haberle hecho daño a Nego.
Llego a un salón grande donde los muebles colocados en derredor, exhiben esculturas de todo tipo; las pesadas cortinas están echadas, el piso de mármol blanco está impecable. El sonido de mis pasos producen un eco pesado. Observo todas las figuras de las mesillas y se me ocurre empujar una y provocar un efecto dominó. Hasta que mi vista cae en una curiosa estatuilla diseñada con piezas desmontables de metal, parece una especie de soldado medieval. Curiosa, le quito el casco, la espada, y un brazo. Y luego una cosa lleva a la otra y termino por cambiar todas sus partes de sitio. Apuesto a que este ejemplar cuesta más que mi propia vida.
Mis sentidos comienzan a aletargarse y escucho ruidos que probablemente ni siquiera existen, veo formas extrañas en las sombras proyectadas a la luz de la luna. El viento ha comenzado a soplar y, poco a poco, nubes cargadas cubren el cielo. La oscuridad toma terreno.
Los gritos han comenzado. Voy dando tumbos por las habitaciones. El dolor me invade. Mi cabeza da vueltas. Giro sobre mi misma buscando la procedencia de todo ese ruido. El corazón me late en la garganta. Quiero gritar para expulsar la agonía pero no puedo.
Una fuerza inexplicable tira de mi a una puerta de roble inmediata al subir las elegantes escaleras que no había advertido.
Mi frustración da paso al miedo y me alejo de este lugar avanzando hacia atrás. En cuanto tengo fuera de la vista esa puerta de roble, comienzo a correr en busca de una salida.
Termino llegando a la cocina por donde entré. Corro a través del jardín, sin importar que las cámaras me capten.
Necesito salir de este lugar.
Trépo al árbol, salto a la cima del muro, bajo por la grieta, caigo sobre el asfalto y hecho a correr, huyendo de los gritos y el dolor que no me abandonan.
Después de cubrir una distancia considerable de espacio entre esa mansión y yo, mi cuerpo exige un descanso. Me siento en una banca del parque al que he llegado y me concentro en regularizar la respiración.
Cuando me siento medianamente mejor me acuesto a lo largo de la banca.
El fulgor de las farolas iluminan todo el parque vacío. De vez en cuando también pueden distinguirse los faros de coches que pasan por la calle. La luna hace tiempo que ha sido cubierta por nubes que amenazan con llover.
Un sopor cálido nubla mis sentidos y lo recibo gustosa.
Al poco rato me encuentro dormida.
2
Al despertar tengo una incómoda laguna en la memoria. Típica de una noche de borrachera. Eso no me parece extraño. Lo que si es verdaderamente raro es que despierto sobre una banca de parque. Las personas que dan un paseo matutino y los niños que van a la escuela me miran mal, bueno, eso en el caso de los adultos; los niños, sólo con curiosidad.
Me levanto con trabajo, pues mi cuerpo está agarrotado, y descubro que me duelen las piernas y brazos. ¿Es que tuve una pelea ayer? No lo recuerdo. Camino en dirección al edificio preguntándome quien ganó en la presunta riña.
Cuando llego a edificio, el estómago se me encoge, al comprender o, mejor dicho, recordar por qué fue que decidí perder la conciencia.
Ana está muerta.
Nego probablemente también lo esté.
Logro atrapar el recuerdo difuminado de cuando entré al departamento y cómo lo encontré, pero nada más.
No tiene ningún sentido subir hasta el penthouse, así que me quedo en una de las habitaciones chamuscadas del primer piso. Me tumbo en lo que queda de un sofá junto a la ventana y observo el alba.
Es preciso sentir el dolor sin ningún tipo de anestesia. Así la experiencia es pura, no alterada. Ayuda a comprender la naturaleza de ciertas cosas como, por ejemplo, el ciclo de la vida, el alcance de la humanidad y sus emociones.
Con el paso del tiempo el alma se fragmenta cuando se elude el pasado.
Pero en mi caso creo que mi alma es inexistente ahora. El asesinato de Ana la hirió. Y la ausencia de Nego la ha matado.
Prometí vengar la muerte de Ana. Y es lo que haré. La desaparición de Nego probablemente también esté vinculada con Edson.
El LSD se me acabó o lo perdí, ya no está en los bolsillos de mi pantalón. Tomo un poco de maría y lío un cigarrillo con el material que el paquetito de Marco incluye. Pero no lo enciendo, no sólo por falta de fuego sino porque no es suficiente.
El medio día está por llegar y hoy, al fin, el sol se digna a aparecer; sólo que ahora con toda su potencia.
Salgo de la habitación y bajo por las escaleras al lobby. Cuando estoy fuera, veo a Cata sobre el mostrador de recepción, lamiéndose una pata. Ella levanta la cabeza al verme llegar y luego vuelve a su tarea. Yo también la ignoro y sigo mi camino.
El cantinero del bar al que ayer vine antes de la desaparición de Nego está afuera, cerrando el local.
—¡Espere, necesito hacer una compra!
—Es muy temprano para beber. Y tú pareces muy pequeña para hacerlo.
—Ayer vine y no hubo ningún problema, mire. —Le muestro el ID falso.
—¡Ah! Así que tú eres Jenny. Mi sobrino preguntó por ti después de que despertó cuando lo engatuzaste.
Sí. Jenny parece nombre de puta. Eso me causará muchos problemas.
—El se ofreció a invitarme una ronda y algo más, pero ya no tuvo oportunidad para lo de más. —Miento encogiendo los hombros.
—No te creo, aprovechaste la situación de debilidad de mi sobrino. Largo.
—Pero estoy dispuesta a pagar bien por... —¡Error! Lo ha interpretado mal porque abre mucho los ojos.
Me apresuro a buscar dinero en mis bolsillos y le muestro un par de billetes fuertes.
—Podrá quedarse con el cambio.
Otro error. Ahora cree que robé el dinero —aunque esa parte sí es cierta— Sin embargo, al ver esta cantidad grande no puede resistirse.
—De acuerdo, pero quédate aquí.
—Vale. Algo fuerte, por favor.
Él asiente y vuelve a abrir la puerta. Unos instantes después sale con una botella de whisky.
—Aqui tienes. Ten cuidado no es sólo whisky, es la receta de la casa. Esto vale lo que me ofreces. Que lo disfrutes.
Le doy el dinero.
—¡Por su sobrino! —me despido con mi sonrisa más radiante y alzando la botella a modo de salud. El me mira con irritación y cierra de nuevo su negocio.
Voy caminando mientras bebo de la botella. El hombre tenía razón, no es whisky, quizá sea un cóctel con más destilados. Me estoy matando con esto, lo sé.
Para cuando doy el último trago ha pasado un santiamén. No tenía un sabor fuerte pero ya comienzo a sentir la cabeza embotada.
Wow, ¿qué mierda tenía eso?
Sé a dónde me dirijo. Edson debe estar esperándome. Ayer ha sido una amenaza contra mí y contra Marco: puede hacer con nosotros lo que quiera.
Me pregunto si verdaderamente Edson sabe que conocía a Ana, que vivía conmigo. Si de haberlo sabido no la habría matado o si lo sabía y es un perro enfermo. De cualquier manera lo hizo.
Y yo me encargaré de hacerlo pagar.
Me acerco a las laderas de la colonia. El alcohol ya me ha ofuscado los sentidos y el juicio. Se dice que sólo los locos y los borrachos no le tienen miedo a nada, tal vez sea cierto, en estos momentos me siento superwoman.
Camino con paso decidido —tambaleante— a la entrada principal del fuerte de Edson. La cabeza me da vueltas.
Todos están aquí, puede escucharse voces, gritos y musica. Entro y se hace el silencio, a excepción de la música que nadie apaga.
— ¡Estoy aquí, Edson!
Nadie dice nada.
— Bienvenida, querida. Estábamos esperándote para la celebración pero veo que has comenzado sin nosotros. —Edson aparece de dentro de una habitación contigua con su repugnante sonrisa estampada en el rostro.
— Necesito... aclarar algunos asuntos primero, si no te importa.
— Lo que sea por tí, cariño —dice, y después de un momento agrega—: Pero antes es necesario que llevemos a cabo el ritual de iniciación.
¿Ritual? Me quedo anclada en mi lugar, pensando qué clase de ritual deberé pasar.
—Oh, no te preocupes, no debe ser ningún problema para tí. Todos pasamos por esto.
—¿Qué hay que hacer?
—Pues verás, sólo es una pelea. Yo elijo a dos de los míos contra tí, nada más.
Edson avanza unos pasos hacia mí, no se había retirado del umbral de la habitación de dónde salió cuando anuncié mi llegada. Detrás de él le sigue Ruth y luego Delle.
Me sorprende ver a Delle aquí, la creía desaparecida, probablemente muerta; según Edson, a manos mías.
Edson se detiene justo frente a mí.
—A mí también me sorprendió verla llegar esta mañana. No ha querido decir mucho. Pero tranquila, de eso me encargo yo, me gustaría saber cómo lo hiciste —me acaricia una mejilla con su mano y pasa el pulgar por mis labios. Yo le miró con toda la repugnancia que me inspira. Él sonríe al advertir mi reacción —. Ganarás, yo sé que así va a ser.
Edson camina hacia su trono y se sienta. Ruth y Delle ya habían tomado su lugar entre los demás la rededor del solar. Todos me miran con atención, yo permanezco impertérrita donde estoy.
Con la sóla mención de una pelea mi cuerpo destila adrenalina. Una pelea, sí, eso es lo que necesito.
Edson parece analizar con detenimiento a sus seguidores con detenimiento, en busca de los oponentes ideales.
—¿Qué te parece si eres tú?
—¿El qué?
—Pelea conmigo, Edson. Vamos, anda.
Edson parece verdaderamente sorprendido.
—Me parece que ninguno de todos ellos —digo señalando al rededor— está a la altura de mis capacidades; a excepción de tí, claro.
Sonríe por el cumplido. Delle se levanta de su sitio y camina hacia Edson a quien le susurra algo el oído. Edson asiente después.
—Pelearás primero contra Delle.
Gana, y te concedo el honor de un combate contra mí —sentencia.
—Me parece bien.
Un buen calentamiento no me vendría mal antes de mi objetivo estelar.
No sé si es mi estado de ebriedad o es que verdaderamente soy tan estúpida, que no me doy cuenta que Delle me dejará KO al instante. Aún así me siento en vena para recibir un par de golpes. Necesito expulsar toda la ira que contengo. Esa idea me pone más eufórica, si se puede. La bebida que el cantinero me dió está creando efecto todavía. No sé como me encontré en un par de minutos.
Todos se ponen en movimiento para la preparación del espectáculo. Retiran los obstáculos del centro del patio, suben el volumen de la música, sacan sus cámaras celulares y está todo listo.
— Regla número uno: no hay reglas, todo está permitido —anuncia Edson desde el centro del patio—. Si quieren desnudarse... por mí no hay ningún problema —luego dirigiéndose a mi dice—: Gana, que ya quiero sentirte contra mí.
Edson se retira a su trono, dejándonos a Delle y a mí en el patio. Miro a la peliblanca, ella ya se encuentra analizándome con su penetrante mirada. Su pose denota aversión.
—Tres... Dos... —y arroja una botella vacía de cristal sobre nuestras cabezas que va a estrellarse a la pared inmediata, anunciando el inicio.
Yo me arrojo al instante sobre Delle. El movimiento lo hice demasiado torpe, algo que Delle aprovecha para hacerse a un lado. Ella ataca con golpes contundentes a mis costillas y permito que haga los siguientes. No me importa sentir el dolor, lo absorbo gustosa. Después de un momento yo comienzo a responder con movimientos lentos y débiles. No estoy siguiendo una estrategia como lo haría de estar sobria. Me exaspera no poder atacar con la misma potencia que Delle. Mi momento de enfado Delle lo aprovecha para tumbarme. Comenzamos a forcejear sobre el piso. Yo simplemente araño y patalear. Delle se coloca sobre mí y sujeta mis muñecas con una sóla mano mientras que con la otra aprieta la punta de un arma a mis costillas.
—La tengo reducida —susurra agotada, pero no habla conmigo.
Un segundo después sirenas de patrullas nos hacen sobresaltar a todos. Mierda, la policía. Están demasiado cerca.
Todos corren hacia las salidas. Pero Delle no me suelta, permanece con su agarre fuerte.
—¡Delle, tenemos que irnos!
Sonríe. —Nosotras no.
Gritos y disparos comienzan a sonar por todos lados. Yo lucho contra Delle hasta que logro zafarme de su agarre. Ella intenta atraparme nuevamente pero yo corro a toda la velocidad que mis piernas y la bebida me lo permiten.
Estúpidamente tropiezo con mis propios pies y me toma mi tiempo recuperar el equilibrio. Estúpidamente me dirijo a la salida más obvia.
Estamos rodeados. Algunos cuerpos ya yacen en el piso, ninguno de los uniformados.
Alguien me sujeta por detrás y me empuja contra el capó caliente de una patrulla. Yo golpeo con todas mis fuerzas.
—Eh, eh, tranquila, minina. No pienso hacerte daño —dice un susurro ronco con un marcado acento italiano. La vibración de esa voz de repente me hace recuperar la lucidez.
Se me eriza el vello de todo el cuerpo.
Una advertencia que jamás olvidaré. Una voz que no me cansaré de buscar hasta sacarle yo misma el páncreas por la nariz a su propietario.
El susurro de advertencia que raya lo erótico y sentir el peso de su cuerpo apretándome contra el auto, no mejora mucho la situación.
En contra de lo que ordena, yo me retuerso una vez intentando soltarme. Mi captor y yo forcejeamos, yo no puedo moverme mucho, me tiene bien sujeta.
—Tú te lo has buscado —gruñe la voz—. Lo siento.
El dolor insoportable en la nuca, causado por el impacto de la culata de su arma, me adormece todo el cuerpo.
Y luego nada.
Oscuridad.
Silencio.
Dolor.
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