Prólogo
El mensaje más profundo viaja de corazón a corazón, por el sendero de los ojos, escrito en el lenguaje de la luz.(Anónimo)
Toda Ciudad Sacra estaba revolucionada ese día. Las ondinas, pequeñas hadas que vivían en los ríos de aguas más puras haciéndolas fluir, cantaban una canción que alegraba el alma de quien la escuchara. El sol mayor brillaba más radiante que nunca. Decenas de dragones plateados revoloteaban por encima de los tejados y torres más altas, mientras que sus alas iban trazando toda clase de dibujos. Quien mirase hacia arriba ese día vería un cielo tatuado con la más fina aguja y con tinta áurea y argéntea.
Sin embargo, el ambiente que se respiraba en el Rayo de Zeus era muy diferente. Rayo de Zeus era el nombre que recibía el palacio que dominaba el último cielo: Majón, y en el cuál se encontraba el lugar más sagrado de todo el Universo: Avarot, el trono de Dios.
Desde que existía la vida en la Tierra, el único que lo había ocupado era Metatrón, un ángel bellísimo con diez alas que eran atravesadas continuamente por miles de rayos de luz que al traspasar el akasha (material del que están hechos los ángeles) se descomponen en millones de diminutos arco-iris.
Metatrón se hallaba rodeado por los serafines, ángeles dotados de seis alas que, según muchos, servían para protegerse de la luz que desprendía su señor. El líder de este coro celestial era Serafiel, el único que podía hablarle directamente a Metatrón.
Los ángeles, como seres puros y perfectos que eran, no gozaban del libre albedrío y tenían unas leyes muy severas que cumplir. La que más ejecuciones les había costado era aquella que prohibía amar o tener cualquier tipo de contacto físico con cualquier otro ser. Eso es algo carnal; unos seres tan puros y espirituales no lo necesitaban. Aún así, los demonios se empeñaban en tentarlos y siempre caían muchos. Últimamente, los arcángeles pasaban esta norma por alto aludiendo que "ya tuvieron bastante con la última batalla como para ocasionar más pérdidas", pero a Metatrón esto no le hacía ninguna gracia.
"Si pecan, ¿cómo pueden ser ángeles?"
Y el evento que se iba a producir era la gota que colmaba el vaso: la boda de Mikael y Zadquiel. Él, General del Ejército Azul, el ángel que derrotó a Lucifer; ella, también un arcángel, líder del Rayo Violeta. Esa mujer siempre le había parecido muy rara: tenía ideas muy parecidas a Lilith, además de que se había materializado en un cuerpo que tentaba a más de uno.
Metatrón ordenó que la espiasen, pero ella los descubrió y exclamó muy ofendida que ningún ser de ninguna galaxia era lo suficientemente bueno para ella. Y ahí estaba ahora: casándose con Mikael y proclamando que ese acto traería la salvación a los ángeles, curándoles de la Infección, y esa cura era nada menos que el amor.
El amor consistía en apoyarse los unos a los otros, en impregnar el corazón de amor y adoración hacia su Dios, no en compartir el mismo lecho. Y después de ellos, les seguirían los demás. Y el amor los infectaría a todos. ¡Qué desperdicio de akasha...!
Afortunadamente, los ángeles más antiguos pensaban como Metatrón. Pero, a pesar de todo, Mikael lo anunció y el pueblo le apoyó. ¿Qué podía hacer él? ¿Juzgarlos a todos?
* * *
La hora se acercaba. Todos los ciudadanos se habían ataviado con sus mejores galas.
Los más jóvenes exclamaban sorprendidos cuando miraban al cielo. Mikael esperaba en el altar. Tendría que ser el hombre más feliz del mundo, pero por mucho que intentaba disfrazar su preocupación con una sonrisa, no lograba sentirse mejor.
—Vendrá, ella te quiere.
Raphael, el Médico del Cielo y amigo íntimo del novio, estaba junto a su compañero en el altar. Se había encargado de que todo fuese perfecto, de que todos recordasen aquel día como el más espléndido de todos los tiempos, como el día que marcaría el comienzo de una nueva era. Había tenido que discutir con los demás, pero no le importaba; si así podía salvar a los ángeles, haría lo que fuera para que nada interfiriera.
Las campanas retumbaron. Comenzaba la cuenta atrás. Seis campanadas más y la novia llegaría...
Mikael no pudo evitar recordar momentos pasados: cómo se habían conocido, cómo la primera vez que ella puso atención en él exclamó por todo lo alto que no era más que un aburrido engreído al que sólo le importaba el material del que estaba hecha una espada; de cómo él había pensado que lo que tenía era envidia porque él era más fuerte...
Otra campanada
...De cómo se había sorprendido cuando regresaba cansado de una misión y la vio entonando la más dulce y triste melodía: "Polvo de estrellas. Todos somos polvo de estrellas..." en el lago del Jardín, sin ninguna joya, ni armadura ni prenda que anunciasen su cargo, sin que supiese que la estaba observando... De cómo se acercó a hablar con ella y ella le tiró al agua; de lo que sintieron cuando se miraron a los ojos por primera vez, cubiertos de de diminutas gotas de agua sagrada que atraían los rayos de la luna sobre la túnica blanca de él y sobre la blanca piel de ella; de todo lo que vino después...
Y otra vez el sonido de la campana les hacía vibrar los tímpanos; ya sólo quedaban cuatro.
"No me separaré de ti hermana, nada ni nadie lo hará"
Su hermana podía esperar... No le iba a pasar nada si Zadquiel la dejaba sola un momento, pero en cambio, a él se le agotaba el tiempo...
Tres campanadas
El órgano de la iglesia no cesaba, sin embargo, Mikael no lo escuchaba.
—Voy a buscarla.
—¿Pero qué dic...?
Raphael no pudo terminar la frase. Ante los ojos de todos aquellos ángeles tan ilusionados, Mikael despegó sus seis alas y echó a volar rompiendo una vidriera que representaba a Eva hablando con la serpiente. Los trozos de aquel cristal coloreado brillaban como la sangre.
* * *
En Zevul, el corazón del equilibrio universal, sólo habitaban ruinas tras la batalla que se liberó contra los demonios varios siglos atrás. Metatrón había ordenado que se quedasen tal cual, sin limpiar la sangre que teñía la blanca piedra. Era el santuario de los héroes del Cielo. En su día, esas ruinas habían presenciado la más grande batalla de todas, pero ahora sólo quedaba el fantasma de la ciudad que había llegado a ser. Ahora sólo iban al cuarto cielo los que querían rezar por algún ser querido que había sido víctima de un fatal destino; no, que el destino les había otorgado el privilegio de poder entregar su vida por su país, por su Dios. Ésa es la mentalidad que debía tener un ángel.
Un poco más alejado de las ruinas principales se extendía un bosque tan muerto como la piedra, y, entre aquel laberinto de árboles cristalizados, había una pequeña cueva cuya entrada había quedado camuflada de la vista de todos. En ese olvidado rincón del Cosmos yacían dos mujeres: una no debería estar allí puesto que todos los ángeles la esperaban entre vítores, pétalos blancos y rosados, y rodeada de un séquito de querubines, no de humedad y oscuridad. De la otra apenas se reconocía la belleza de la que había sido dueña unos días antes. Aullaba de dolor estremeciéndose y temblando acurrucada en la zona más oscura de toda la cueva, donde, a cada rayo de luz, se le denegaba el acceso.
Donde había habido piel inmaculada y pura, ahora sólo había carne corrompida. Era más oscura que un cielo sin estrellas, más negra aún que la oscuridad que dominaba la cueva. Y ya no era suave y tersa, sino que estaba cubierta de pequeñas abruptaciones que bullían como el agua hirviendo y erupcionaban escupiendo un líquido negro, tan envenenado como lo estaba el alma de esa pobre criatura. Esos eran los efectos de la Infección. Zadquiel yacía junto a su pobre hermana.
—Tranquila, estoy contigo, a tu lado. No te dejaré sola
No había parado de repetir las mismas palabras desde la noche anterior, palabras que quedaban sepultadas bajo los gritos de dolor de su hermana. Clavó los ojos en su mirada para poder hacerlas llegar a su mente, pero topó con dos estrellas rojas que emitían un brillo febril y de locura. Ése no era el ángel que había conocido.
Todos sabían lo que les esperaba a los infectados: en cuanto alguien se enterara, clamaría su expulsión del Cielo, y eso era algo que Zadquiel se había temido desde que la encontró así la noche anterior. Aquella cueva era el "escondite secreto" de las dos hermanas, y cuando nadie sabía dónde estaba alguna de las dos, seguramente era allí donde se encontraban. Por ello habían permanecido ocultas en ese lugar: porque no quería que la encontrasen, porque no quería que su hermana sucumbiera al odio y destrucción que poseían a todos los demonios. No lo permitiría. Había encontrado la solución, pero su hermana era más importante que una ceremonia. Sin ritual o no, su amor por Mikael no iba a cambiar y esos sentimientos inundarían a Agneta arrastrando consigo toda la corrupción de su cuerpo, limpiándole cada resquicio de su ser. Sin embargo, si la dejaba sola... o la encontraban los ángeles o lo hacían los demonios, aquellos seres que percibían la maldad dondequiera que se encontrara y corrían a celebrarlo.
Zadquiel se vio obligada a interrumpir esos pensamientos. Una sensación desagradable recorrió todo su cuerpo. Pudo observar a trasluz fragmentos de hielo que cubrían las rocas que hacía unos instantes estaban empapadas de humedad. La temperatura había descendido bastante. Se le habían tensado y encrespado hasta las partes más íntimas de su cuerpo.
Y el miedo entró en ella arrasando con cada barrera que ella se había creado.
Este sentimiento sólo se producía cuando un demonio estaba cerca y tenía que ser muy poderoso para que un arcángel como ella se sintiera así. Un halo de aire congelado se clavó en su nuca produciendo que su cuerpo se estremeciera una vez más.
Zadquiel reunió todas sus fuerzas para poder volverse. Y allí estaban, brillando en la oscuridad, unas pupilas rojas que parecían tener un extraño magnetismo, como dos agujeros negros absorbiendo la poca luz que lograba filtrarse al interior de la caverna. La miraban con una extraña expresión entre odio y satisfacción.
Era horrible y terriblemente magnético a la vez. Mechones grisáceos brotaban formando su enmarañada melena. Llevaba el torso al aire, pero estaba recubierto por una capa de negras escamas que parecían soltar un extraño fluido negro. Sus brazos, también cubiertos por escamas, eran más largos de lo normal. Uno de ellos sujetaba un bastón negro que acababa en una calavera. Zadquiel tenía la impresión de que la observaban desde esas cuencas vacías. Los ángeles más entrenados podían ver el interior de aquellos terribles seres, su verdadera esencia. Le había reconocido (Mikael no solía hablar muy bien de él...)
Los demonios, para estos casos, enviaban a Belial, que era el encargado de reclutar a los Infectados, y los ángeles le dejaban pasar sólo a él y a dos de sus siervos para que se llevaran al desgraciado. La cosa pintaba muy mal. Se había esperado a Belial, pero no a Belcebú. Además, no parecía estar solo, puesto que podía notar la presencia de más ojos rojos acechando desde la oscuridad. Se maldijo así misma por haberse descuidado y permitirle que se acercara tanto.
—¿Y a qué se debe el honor la presencia del Señor de las moscas —intentaba con todas sus fuerzas que su voz sonase firme— en las ruinas de una batalla en la que fue derrotado?
Belcebú, El señor de las moscas. Así es como llamaban al segundo del Infierno debido a que, en los templos en los que le rendían culto, la carne de los sacrificios se dejaba podrir, atrayendo innumerables moscas.
—Déjate de ironías. Esto es un asunto serio. —Su voz era muy profunda, clavándose el eco de cada palabra en su cabeza—. Hemos venido a llevarnos lo que nos pertenece. —Y dirigió la mirada hacia su hermana.
—Por encima de mi cadáver. —Estaba preparada, había venido armada para proteger a Agnis de lo que hiciera falta.
—Ya que te gusta jugar —le dedicó una sonrisa que desconcertaba a cualquiera—, te propongo un juego: yo apuesto a que tu hermana se viene con nosotros... —decenas de susurros se escucharon por todos lados—... y... —Belcebú siguió hablando—...y si gano, tú te unes a nosotros.
—Pues yo apuesto a que alguien va a perder algo más que sus órganos masculinos.
No había terminado de decir esto cuando se había materializado en su mano un puñal que no parecía estar hecho de un material normal, cuya empuñadura estaba adornada por un rosal que se abrazaba al mango, como si fuese una boa, rodeando a su presa.
"Con un demonio no se puede perder el tiempo"
Él estaba dispuesto a escucharla sin hacer nada, pero ella no iba a esperar más, tenía que reaccionar cuanto antes. Se abalanzó contra él, clavándole el puñal que estaba hecho de akasha, el único material que puede dañar a un demonio. Sintió como la hoja penetraba en el pecho del demonio, limpiamente, sin ningún esfuerzo.
"Esas escamas no parecen servirle de nada"
Una extraña fuerza estaba atrayendo su mano hacia el interior de su enemigo.
—¿Pero qué...?
Donde le había clavado el cuchillo, se había abierto una especie de vórtice que la atrajo hacia su interior. El vórtice se cerró, quedando su mano atrapada dentro de él. Belcebú levantó el brazo que tenía libre y dirigió unas afiladas garras negras, también impregnadas de aquel extraño fluido, hacia ella. Zadquiel fue rápida y se desmaterializó, produciendo una luz tan brillante que Belcebú emitió un grito y corrió a taparse sus dañados ojos.
Los ángeles podían desmaterializarse cuando quisieran, pero el cambio de un estado a otro les solía dejar muy cansados. Sólo alguien muy experto podía utilizar este movimiento satisfactoriamente en un combate.
Tenía que aprovechar ahora que Belcebú estaba distraído. Ya había vuelto a dirigir su puñal hacia él, cuando tuvo que pararse de repente. Tenía la mano impregnada del líquido negro, y éste parecía estar vivo porque se hacía más consistente, estrujándole la mano. No pudo evitar soltar un grito de dolor. Él parecía haberse recompuesto y sus magnéticas pupilas volvían a brillar. Tenía que quitarse esa cosa como fuera. Miró a su alrededor, y vio el río subterráneo que atravesaba la cueva.
"Agua sagrada, ¡eso es!"
Desplegó sus alas y se lanzó lo más deprisa que podía hacia el agua. Muchos demonios salían a detenerla, pero se deshizo de todos ellos. De su cuerpo emitió una luz violeta muy brillante que los chamuscó a todos. Se sumergió en el río y, para su alivio, esa cosa empezaba a disolverse. Miró a su alrededor en busca de Belcebú, pero no le vio por ningún lado. Estaba empapada, helada de frío y agotada. Ese último ataque había consumido más energía de lo que debería. Su hermana no le preocupaba porque se había encargado de hacerla un escudo mágico, pero si ella se quedaba sin energía, no podría mantenerlo. Varios gritos provinieron de donde estaba Agneta. Se alegró de que funcionara.
"¿En qué piens...?"
Unas garras habían surgido del interior del lago y se cernían sobre su cuello.
—¿Pero cómo...? —alcanzó a decir—. Este agua es...
Dirigió la vista hacia abajo y vio como el agua se estaba volviendo negra y viscosa. Belcebú emergió a la superficie sin soltarla.
"¿Por qué tendrá los brazos tan largos?"
La obligó a mirarle a los ojos. Allí estaban los dos, cara a cara. Empapados. Diminutas gotas de agua resbalaban por su afilado rostro, mientras que ella no podía dejar de temblar. Su corazón latía más deprisa de lo normal, pero aquella sensación no se parecía en absoluto a lo que había sentido aquella noche, bajo la luz de la luna. El tacto de Mikael era delicado y cálido mientras que, las oscuras garras del Señor de las moscas, la oprimían con fuerza. Pero su mirada era tan magnética... Sentía como algo oscuro intentaba penetrar en su mente, sin embargo, debía resistirse. Tenía que concentrarse en recordar aquellos momentos que había pasado con él y en todos los que les quedaba por vivir... En sus abrazos... En su boca... Pero esa mirada era demasiado atrayente y todo en su mente se volvía negro.
"Mikael... Mikael... Mik..."
—Belcebú, aparta esas garras envenenadas de su delicado y jugoso cuello.
Una voz aterciopelada resonó por toda la galería. Desafortunadamente, Zadquiel hubiese podido reconocerla en cualquier parte. Era una voz que aún le atormentaba en sus pesadillas. Pudo percibir como de entre las sombras, alguien se acercaba lentamente pero con pasó ágil hacia donde se encontraban ellos.
—¿Y quién ha dicho que te la puedas quedar?
—Digamos que... es mi presa especial. — Sonrió con malicia dejando entrever unos puntiagudos colmillos—. Desde que anoche me enteré de que te ibas a casar, decidí no cenar para estar ahora más sediento.
Al ángel se le estaban escurriendo todas sus fuerzas. La estaba devorando con esa mirada suya de desquiciado. Podía sentir como se relamía con sus ideas de gula y lujuria.
—Mira que olvidaros de invitar a vuestros hermanos. —No sonó muy bien el tono con que pronunció esa última palabra. Su voz se tornaba más ronca a medida que hablaba y Zadquiel temblaba de ira.
—¿Cómo osas a hablarme así después de lo de Philipp?
—¿De lo del viejo Parcelso? Si le hice un favor...
—Así que ya os conocíais —interrumpió Belcebú. Zadquiel se percató de que la había soltado. Tenía que estar temblando y jadeando, pero en lugar de eso una furia y un deseo de venganza inconcebible se habían apoderado de ella.
—Tuvimos un intercambio de opiniones varios siglos atrás...
—Te derroté, Nosferatus.
—La cuestión reside en quién perdió más aquel día.
—Maldito...
En la palma de su mano derecha había aparecido un símbolo que brillaba con una luz violeta. Se dispuso a golpearle con ella, pero Belcebú la detuvo con sus largos brazos.
Nosferatus se acercó más a ella y extendió una mano que parecía estar esculpida en mármol. La agarró con delicadeza de la barbilla y le susurró al oído con la voz más sugerente, fría y estremecedora que jamás había escuchado:
—Y ese día juré que bebería de ti hasta que mi sed quedase aplacada.
El ángel no pudo evitar que un escalofrío recorriese todo su cuerpo. Volvió a estremecerse y volvió a sentir mucho frío. Su mirada felina bicolor, su perfecto e impenetrable rostro, esos terribles colmillos amarfilados y hasta su fino cabello plateado. Todo en él era desconcertantemente perfecto y estremecedor. Nosferatus, el Vampiro. Aquel que no podía saciar sus ansias, que nada podía calmar su sed. Lo había probado todo, desde la sangre, la energía vital de vigorosas muchachas y muchachos, e, incluso, sus almas.
—Si me hubiese enterado antes habría asistido a la despedida de soltero de Mikael. Te lo habría tenido vigilado. —Le dedicó una afilada sonrisa.
Mientras hablaban, la había acorralado contra la piedra.
—No te demores demasiado —proclamó Belcebú—. La infectada necesita que la atendamos. — Y, dicho esto, empezó a dirigirse hacia Agneta.
* * *
—Señor Metatrón, los demonios han venido hasta aquí. Según los informes, se encuentra en las afueras de Vilon lo que parece el ejército entero de algún noble.
—¡Ya era hora! Me extrañaba que no hicieran nada después de la aberración que se iba a cometer hoy.
—Señor, los guardias están nerviosos. ¿Avisamos al Ejército Azul?
—El único que puede hacer eso es Mikael que para eso es su ejército. Envía un comité de recibimiento y que conduzcan aquí al General.
—Se hará lo que nuestro Dios ordene. —Serafiel no estaba muy convencido de esas palabras. Metatrón siempre había sido muy estrafalario con sus órdenes. Exhaló un suspiro. No servía de nada pensar así, sabía que no le quedaba más remedio que acatarlas.
* * *
Nosferatus empujó contra la pared al arcángel y con la otra mano, comenzó a acariciarle el cabello. Siguió descendiendo por la mejilla con sus dedos serpenteantes hasta llegar al cuello. Su tacto era incluso más frío que la pared contra la que se estaba clavando los huesos de la espalda.
—No hace falta que seas tan brusco conmigo.
Empezó a levantar el brazo izquierdo. El vampiro iba a detenerla, pero decidió esperar a ver qué hacía. Dirigió su grácil mano hasta el broche que lucía en medio del escote y que mantenía sujeta la tela de su túnica. Era un broche plateado que tenía la misma forma que el sello que había hecho aparecer antes en su otra mano. Con apenas un movimiento de los dedos se lo quitó, permitiendo que el lino blanco de su vestido resbalase por su piel.
—Siempre consigues sorprenderme. No me cabe duda que no eres como las demás.
—Si vas a hacerlo igualmente, házmelo bien. Quiero que mis últimos momentos merezcan la pena. —Zadquiel dirigió una mirada decidida hacia su hermana—. Lo siento, Agnis. He sido una idiota. Te he hecho sufrir innecesariamente.
—¿Qué estás tramando?
—Soy un ángel, no soy tan rastrera como vosotros. Simplemente, soy realista. Agnis estará mejor con vosotros y prefiero que me seduzcas tú a que El Señor de las Moscas me manche con ese líquido asqueroso que suelta.
Nosferatus repasó con sus ojos azules y amarillos el cuerpo desnudo del ángel. Dejó escapar una sonrisa aprobadora.
El vampiro dejó de presionarla contra la pared y la atrajo hacia sí. Ella sintió cómo le acariciaba todo el cuerpo mientras sus labios de porcelana besaban su piel. Lo hacía muy lentamente, como si primero estuviera deleitándose con su aroma; primero por el lóbulo de la oreja y, después, bajando poco a poco por todo su cuello.
—Es una pena que dispongamos de poco tiempo...
Zadquiel escuchó a lo lejos el repiquetear de unas campanas y sabía perfectamente que era la séptima vez que resonaban de aquella manera.
"Ahora tendría que estar en el altar..."
Hundió sus dedos en la cabellera plateada de su depredador. De repente, éste se detuvo. Ella sintió un líquido frío y espeso cayendo por su cuello.
Apartó el cuerpo inerte y se sorprendió cuando vio que le salía de su boca la punta de una espada flamante que desprendía flamígeros rayos. La famosa espada de Mikael, cuyas heridas no podían curarse, había atravesado desde la nuca la cabeza del vampiro.
—No se te puede dejar sola ni un momento.
—¡Pero si lo tenía todo controlado! ¿No has visto cómo se mueren por mis huesos?
—Ya me he dado cuenta. —Mikael le dirigió una mirada de reproche a su prometida—. Anda, ponte esto —le pidió acercándose a ella.
El General le mostró una capa dorada con la que cubrió sus hombros desnudos.
—¡Ya es demasiado tarde! —bramó Belcebú—. Agneta ya es una de las nuestras.
El cuerpo de la criatura empezó a levantarse muy lentamente. Parecía un zombi saliendo de su tumba. Cuando se hubo incorporado del todo, abrió sus ojos. Zadquiel no pudo evitar que se le escapase un grito de horror. Ésos ya no eran los preciosos ojos azules que le habían inspirado cariño, ternura y coraje. Ahora eran un conjunto de venas rojas sobre un fondo totalmente blanco. Todos los demás demonios también estaban amenazantes y preparados para abalanzarse sobre ellos en cualquier momento. Estaban rodeados.
—Pensaba que no querrías saber nada más de mí después de haberte dejado tirado en el altar.
—Soy incapaz de enfadarme contigo —inquirió dirigiéndole una esperanzadora sonrisa—. Salvaremos a Agnis.
—Mik...
—Lo sé. Yo también te quiero.
Zadquiel se lanzó contra un demonio que estaba apuntando con su hacha hacia la espalda de Mikael.
—Quería advertirte de que tuvieras cuidado, creído.
No pudo evitar mirarla con esos ojos esmeralda, como el color de la esperanza, impregnados de una ternura y un cariño infinito que solían derretir al ángel del perdón. ¿Por qué había tenido que pasar todo esto?
Los demonios se lanzaron como alimañas contra ellos. Sabían que hasta ahora no habían estado yendo en serio, pero el juego se había acabado. Ahora comenzaba la verdadera pelea. El enemigo era más numeroso, pero aún así no eran rivales para Mikael y su espada, que juntos eran implacables y Zadquiel era muy rápida; una vez hubo recuperado su daga plateada, era letal. No podrían con ellos, con su amor.
* * *
En Maón había cundido el pánico. Se había dado la alarma de que los demonios habían invadido los tres cielos más bajos y se dirigían hacia allí. El cuerno de Raphael no paraba de resonar con fuerza para que todos los habitantes se pudiesen enterar.
—Señor, la situación es más grave de lo que pensábamos. Han aniquilado el comité de recibimiento que enviamos. El ejército de Astaroth está arrasando con todo y también el de Belcebú, aunque a él no le hemos visto por ninguna parte. —Serafiel hablaba firme, pero Metatrón, tras tanto tiempo tratando con él, pudo apreciar el matiz nervioso de su tono—. Según nuestros informes, ya han llegado hasta Shejakim y se cree que, algunos, incluso a Zevul. Los dragones que estaban en el espectáculo están avizores y el Ejército Azul ya está actuando por su cuenta, pero no sabemos dónde está Mikael ni tampoco Zadquiel, y la baja de Uriel todavía no la hemos cubierto...
—Serafiel, ¿has dicho que dos ejércitos de sesenta y seis legiones con seiscientos sesenta y seis demonios cada una están atacándonos?
—Señor, ¿no me ha entendido?
Metatrón suspiró.
—Si los derrotamos, habremos acabado con dos peces gordos del Infierno.
—Por supuesto, pero a este paso van a ser ellos los que acaben con nosotros. No podemos permitirnos otro Zevul...
—Tranquilízate. La última vez, lo más lejos que fueron capaces de llegar fue a Zevul. Te aseguro que de allí no van a pasar. —Dicho esto, su Dios se levantó del trono. Sus diez alas no habían perdido su esplendor—. Me voy a la Sala del Infinito.
—Su divinidad, ya es demasiado tarde para una barrera.
La Sala del Infinito se encontraba en la zona superior de la torre más alta del Rayo de Zeus.
—Ordena a los que se hayan quedado en Majón que se desmaterialicen y al resto... deja que sigan disfrutando de la fiesta—. La sonrisa que puso hizo estremecer al serafín.
—De inmediato, su clarividencia.
—Voy a exterminar a esos malditos demonios de una vez y nada podrá detenerme.
* * *
Raphael estaba muy preocupado. ¿Qué se suponía que estaban haciendo en Majón? ¿Es que no iban a ayudar?
"Metatrón, maldito traidor"
—No sigas pensando de esa forma, compañero.
—¡Chamuel!
Un ángel de cabellos rosados y ondeantes acababa de aparecer: Chamuel, el arcángel del Rayo Rosa, defensor del amor.
—¡Tú tenías que haber sido el principal defensor de esta ceremonia! —le reprochó su amigo.
—Defiendo el amor por encima de todo... pero el espiritual, no el pasional; ése siempre acaba apagándose. No quiero discutir más contigo sobre esto y menos en un momento así.
Se apartó de una forma muy peculiar unos cabellos más oscuros que le caían sobre su gentil rostro. Su expresión era muy amable y sus almendrados ojos inspiraban confianza y tranquilidad. En su mano se materializó un gran arco muy hermoso, con muchos grabados en oro.
—Porque amo esta ciudad no voy a permitir que sea destruida simplemente por detener una boda. Vayamos a defender la entrada a Maón, los guardias no aguantarán mucho.
—Chamuel, tengo heridos que curar. ¿Puedes aguantar tú solo un momento? Prometo regresar para ayudarte.
Su compañero asintió y Raphael se lo agradeció. Sin perder el tiempo, desplegó sus alas y se perdió entre el caos de la batalla.
* * *
Toda Ciudad Sacra estaba en guerra. El ruido que producían las armas al chocarse y gritos de dolor interrumpían la tranquilidad que se solía respirar. La sangre cubría el mármol blanco y los bosques ardían. Veintenas de dragones plateados se enfrentaban en el aire contra unas criaturas cubiertas de escamas negras y con afilados cuernos. Eran terroríficas y, por donde pasaban, iban sembrando oscuridad. Astaroth iba a lomos del más feroz de todos.
El aliento de la bestia era pestilente y envenenaba el aire, y su rugido dañaba los oídos de los que le escuchaban, haciéndoles revivir los peores momentos de sus vidas. Debajo de ellos, toda la vegetación se marchitaba. La melena carmesí y ondulada del Duque del Infierno se mezclaba con el odio que se respiraba en el ambiente cada vez que su criatura batía con furia sus membranosas alas. Ningún ángel había sido rival para él y Belcebú y Nosferatus estaban tardando demasiado.
"Mejor así", pensaba. Así tendría una escusa para poder conquistar todo el país. Se estremeció de placer al verse sentado en el trono de Dios mientras todos los ángeles le suplicaban perdón. Esta imagen siempre le consolaba y pronto podría hacerse realidad. Pronto todos entenderían su sufrimiento, la injusticia de la que había sido víctima.
Lo que no le terminaba de encajar era que ningún serafín había salido a detenerle. No podía ser tan fácil cumplir su venganza. Una lluvia infinita de flechas chocaban como estrellas fugaces sobre su montura, pero todas rebotaban. Ni siquiera el akasha era suficiente para atravesar las duras escamas.
"Tendré que felicitar a Samael, ha hecho un increíble trabajo con esta criatura"
Algo le sorprendió. A lo lejos, pudo percibir una onda de luz expansiva que se acercaba hacia ellos. La onda les llegó, cegándolos a todos por un momento, pero nada más ocurrió. Astaroth perdió el equilibrio por un momento.
Sorprendido, miró alrededor suyo, mas todos parecían estar igual de sorprendidos que él.
De pronto, la noche se alzó sobre ellos.
Todo quedó sumido en la oscuridad. Varios metros más abajo, el combate se había detenido. Los ángeles miraron acusadores a sus enemigos, pero ellos parecían igual de confusos. Los más irracionales lo vieron como un hecho favorable y aprovecharon para contraatacar de nuevo.
—Amo Astaroth, algo están tramando. Deberíamos retirarnos a tiempo.
Sabía que a su amo esa idea no le hacía ninguna gracia y tenía miedo de que se enfureciera con él. Su señor miró hacia arriba y él hizo lo mismo. Los astros habían formado un triángulo. Los dos soles formaban dos vértices y la punta del triángulo era la luna. En aquella constelación, la luna era de mayor tamaño que los soles y desde la perspectiva en la que se encontraban, la luna impedía que los rayos de sol llegasen hasta ellos produciendo un efecto parecido a un eclipse.
—Lo sé, Aamon..., pero estamos demasiado adentrados, no nos dará tiempo a salir de aquí, y ni siquiera sabemos si lo que pretenden es asustarnos. Tendremos que saber afrontarlo.
Desde el aire pudieron observar cómo muchos hastíos de luz procedentes de todas partes cruzaban el cielo. Todas parecían compartir la misma dirección
"Se dirigen hacia Avarot"
Los ángeles empezaban a caer desmayados. En el corazón del Edén, en la torre más alta del Rayo de Zeus, se estaba concentrando toda aquella luz.
* * *
En Zevul, en una cueva oscura ajena de todos esos fenómenos, se estaba llevando a cabo otra batalla. La pareja de ángeles estaba empezando a cansarse, sin embargo, Belcebú no había movido un dedo todavía. Mikael se estaba encargando solo de las criaturas de garras afiladas que no cesaban de surgir de la oscuridad, mientras que Zadquiel trataba de defenderse de los ataques de su hermana como podía.
"Está en desventaja. Nunca será capaz de hacerla daño" —pensaba Mikael.
—¡Eres un cobarde! —bramó el guerrero—. Lo único que haces es dar órdenes a tus esbirros.
—En el amor y la guerra todo vale, pero claro, como vosotros de pasiones no entendéis...
En ese momento se escuchó un grito de Zadquiel.
—¡Zad!
Mikael remató a dos enemigos y acudió en su auxilio, pero su contrincante le detuvo el paso.
—Es mejor que resuelvan entre ellas sus diferencias. Agneta se ha adaptado muy bien al poder de la oscuridad, ¿no crees?
—Comparado con Lucifer tú no eres nada.
—Esa comparación ofende... Para empezar, yo no tengo la misma debilidad que él.
"Ella no tiene la culpa de nada"
Esas palabras retumbaron en la mente del arcángel, pero se percató a tiempo de que Belcebú apuntaba con su macabro bastón hacia él. De los ojos de la calavera empezó a salir un extraño humo negro que parecía perseguirle.
"Lo siento, Zad. Confío en ti"
De sus alas áureas empezaron a caer muchas plumas. Parecía una lluvia dorada.
—Podría hacer un plumero con ellas.
Antes de que terminase la frase, las plumas empezaron a arder. Primero emitieron una pequeña chispa azul, pero ésta se convirtió en una poderosa llama azulada. Las llamas empezaron a consumir los cadáveres que se apilaban el suelo. Un fuego normal no hubiese ardido con la humedad del ambiente, pero ése no era un fuego cualquiera. Las lenguas azules se extendieron por toda la galería. Tendría que ser rápido para que no se consumiera también el oxígeno.
Esto hizo que Zadquiel y su hermana quedaran separadas del resto del campo de batalla, acorraladas por un lado por las llamas y por la piedra, a sus espaldas. El ángel se encontraba rodeada por un grupo de seres que habían surgido de las rocas tras la llamada de la voz de Agneta.
Zadquiel los pulverizó a todos con un rayo púrpura, pero la caída volvió a cantar. Entonó una melodía muy extraña, como había hecho hacía unos instantes. Las partículas de piedra se reagruparon de nuevo formando unas estalagmitas muy afiladas que apuntaban hacia su rival. El arcángel logró apartarse a tiempo, con lo que colisionaron unas con otras.
Pero Agnis seguía cantando. Cada nota se volvía más amarga, conduciéndolas hasta su objetivo. Zadquiel ahora no tenía salida. Pensó en romper la pared, pero eso provocaría un derrumbamiento y Mikael estaba dentro. La melodía se volvió muy aguda y las estacas se abalanzaron contra ella.
Cuando Zadquiel abrió los ojos, no se lo creía: de algún modo había conseguido evitar que le diesen en algún órgano importante. Aún así, una de ellas le había atravesado el hombro, haciendo que de él borbotase la sangre, y también sentía un intenso dolor en el tobillo.
—¿Qué se siente, querida hermana? ¿Sientes la desesperación que siento yo? —Su voz sonaba tan amarga como su canción.
—Resiste un poco más... Te salvaré... — apenas alcanzaba a decir.
—Tienes razón en una cosa que dijiste antes, ¿sabes? Que has sido una idiota. Pero no puedo perdonarte.
Zadquiel soltó unas lágrimas, pero no por el dolor de sus heridas, sino por el que le causaban esas palabras.
—Con todo el daño que me has causado y pretendes salvarme. Nunca podrás ser feliz con Mikael y Dios me ha escuchado...
—¿Pero qué estás diciendo? El amor te...
—El amor me destruyó. Supongo que Mikael no te lo ha contado... al igual que tú no le has contado lo de Philipp.
Zadquiel no podía creer que lo que estaba escuchando fuese verdad.
Al otro lado de la cueva, Mikael estaba llevando un duelo contra Belcebú, pero el segundo ardía en un halo azul. Las escamas le protegían, mas estaban empezando a derretirse y pronto el fuego consumiría su alma.
"Sólo tengo que resistir un poco más"
Los golpes del demonio eran fuertes, sin embargo, había perdido sus habilidades más molestas. No pudo evitar pensar en su amada. La buscó con la mirada, pero el incendio que había provocado no le permitía verla. De repente, un miedo irracional se apoderó de él, y sus pensamientos se oscurecieron. La cabeza le pesaba mucho. Sentía algo negro que se apoderaba de su mente y le hacía sentir terriblemente pesado. El bastón de Belcebú le atravesó el pecho.
—¿Apostamos quién muere antes?
Mikael hizo caso omiso de las palabras de su oponente. Pensó en inmaterializarse, pero estaba demasiado cansado. Consiguió partir el bastón en dos y así pudo sacárselo. Con todo, Belcebú seguía teniendo la parte de la calavera. El pecho del ángel de fuego empezó a oscurecerse por donde tenía la herida.
"Materia oscura"
Alzó la mirada hacia Belcebú, pero éste ya no tenía la misma forma que antes. Sus escamas se habían fundido cubriéndole de un líquido espeso y oscuro que empezaba a consumirse bajo los efectos de las llamas. De repente, todo el fuego se extinguió. Mikael recogió sus alas y se posó lentamente sobre el suelo. Belcebú también hizo lo mismo. Cuando las llamas cesaron, Zadquiel pudo ver al hombre que amaba herido sobre la fría y dura piedra, y él pudo verla atrapada contra la pared con enormes agujas de piedra atravesándola.
—¡Mik, detrás de ti!
El ángel se volvió haciendo caso del aviso y se encontró con el vampiro que se erguía con unas membranosas alas de murciélago extendidas de par en par.
—Tu espada no es más poderosa que mi pacto con la muerte —rió Nosferatus.
—¿No lo entendéis? —dijo Belcebú con voz cansada—. Ni siquiera los vuestros os apoyan. Los ángeles tenéis prohibido amar. Un mensajero de Metatrón nos informó de vuestra boda y cuando llegamos, las puertas estaban abiertas. Los guardias apenas opusieron resistencia...
—Nuestro señor también necesita ser salvado —murmuró Zadquiel.
Mikael había comprendido que sólo le quedaba una opción.
—Zad, te prometí que salvaríamos a Agnis. —Y dicho esto, comenzó a brillar.
—¡No! ¡Detente! Mikael, mi vida, por favor no sigas.
La expresión de Zadquiel había cambiado totalmente, ahora estaba aterrorizada.
—La apuesta consistía en que Agneta se venía a nuestro lado —les recordó el diablo—. Habéis perdido, no sirve de nada lo que vas a hacer, idiota.
—Pero por favor, ¡paradle! Si muere... nada de esto tendría sentido... ¡Y vosotros moriréis también!
—Se te ha olvidado que soy inmortal.
—Te equivocas. —Zadquiel le enseñó la palma de su mano derecha. Donde antes un símbolo había brillado, ahora sólo quedaba marcado el contorno—. Te lo puse cuando me ibas a morder, pero con el dolor que te había causado la espada no lo notaste.
Nosferatus se tocó la nuca y retiró la mano sobresaltado, se había quemado.
—Tus días están contados, siete concretamente. —Zadquiel se permitió dirigirle una mirada triunfante a su prometido—. ¿Ves cómo lo tenía todo controlado?
Belcebú asintió finalmente.
—¿Y cómo le paramos?
—Yo puedo detenerlo.
Belcebú le echó una mirada amenazante a Agneta y ésta, resentida, chasqueó los dedos, haciendo que la piedra que la mantenía sujeta se desvaneciese.
—Zad, voy a acabar con ellos y nuestro amor seguirá intacto. Podrás curar a Agnis...
La joven se acercó hasta él.
—Imbécil, eres un imbécil. —La voz le temblaba—. Los demonios están afuera, hay una estrella que proteger.
Mikael entornó los ojos al comprender el significado de esas palabras.
—Pero tienes que hacer un pacto con nosotros. Y date prisa, antes de que el chiflado de tu novio se inmole.
Zadquiel les tendió una mano ensangrentada. Belcebú le clavó lo que le quedaba de su bastón.
—¡Júralo! —exclamó Nosferatus.
—Juro que iré con vosotros si puedo estar con mi hermana y si mis seres más queridos no sufren ningún daño.
A Belcebú no pareció hacerle mucha gracia aquellas palabras, pero Nosferatus le besó la mano apareciendo una rosa negra sobre la blanca piel.
—Ahora, detenle.
Zadquiel se arrodilló junto a su amado. Le acarició con todo el cariño y la dulzura que pudo.
—Zad, si te vas con ellos, será peor que mi muerte...
—Maldita sea tu costumbre de hacerte el héroe.
Se miraron a los ojos, sumergiéndose en la mirada del otro porque eran conscientes que ésta sería la última vez.
—Perdóname por haberte dejado tirado en el altar.
—Perdóname tú por haberte fallado.
Zadquiel no lo pudo soportar más. Se liberó de todas las lágrimas que la habían estado oprimiendo desde la noche anterior.
* * *
"Vais a contemplar todos como la luz lo cubre todo, como la luz es más poderosa que la oscuridad"
Metatrón brillaba más intensamente que nunca. Estaba absorbiendo toda la luz que había en los Siete Cielos y en toda la galaxia. Crearía la explosión más maravillosa e increíble del mundo. Por unos instantes, toda la constelación en la que se encontraban se convertiría en un sol.
* * *
Mikael rodeó con sus brazos y sus alas al ángel por el que estaba dispuesto a darlo todo. Se entregaron en un último abrazo donde se dieron todo lo que no se habían podido dar. Sus cuerpos se fusionaron en un solo ser.
* * *
Que la luz tenía que estar proporcionada con los niveles de oscuridad eran sólo eran mentiras. Ahora les demostraría a todos el verdadero poder de la luz.
"Un poco más..."
* * *
Los dos ángeles seguían abrazados. No querían separarse porque nunca más iban a poder sentir el calor de sus cuerpos.
Polvo de estrellas. Todos somos polvo de estrellas.
La triste melodía los envolvió a todos. Finalmente, ella logró reunir el coraje suficiente y le golpeó afectivamente con la yema de sus dedos. A Mikael comenzó a nublársele la vista.
—Adiós, mi vida.
—Zad...
Pero Mikael estaba perdiendo el conocimiento. Lo único que veía era como su querida Zad le daba la espalda.
Cómo la mujer con la que había compartido los momentos más maravillosos de su vida se iba con otros dos hombres.
Cómo el vampiro que la había estado acariciando deliberadamente le ponía sus garras encima y, finalmente, cómo Agnis le dedicaba una sonrisa envenenada.
—No sabes la suerte qu...
Belcebú nunca llegó a terminar esa frase. Un haz de luz lo cubrió todo de repente. Era muy intensa, cegadora, abrasadora.
Las Pléyades estallaron en infinitos fragmentos luminosos llenándolo todo de luz.
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