
Especial San Valentín (Primera Parte)
Si el especial de Halloween os pareció una locura preparaos para éste xDDD. La imagen de algunos personajes puede cambiaros para siempre así que cuidado jajaja
En estos especiales hay mucho CaínxAmara porque cuando escribía esta historia la gente estaba obsesionada con esa pareja y siempre m epedían más de ellos y como sabía que las iba a hacer sufrir las compensaba con fan service xD (tengo un gran corazoncito en el fondo)
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El segundo infierno, el Naraka, estaba habitado por los súcubos e íncubos al servicio de Kamadeva. Samael avanzaba por el Corredor de la Tentación intentando apartar la vista de las explícitas esculturas de las que pendían demasiados órganos sexuales. La tenue luz roja que iluminaba la estancia la dotaba de una atmósfera más íntima, al igual que el suelo y las paredes que estaban cubiertos por una mullida moqueta del mismo color. A los lados se disponían varias camas, todas ocupadas. De repente le salió al paso una hermosa súcubo con muy poca ropa y la mitad de su cabello era de un azul eléctrico, y la otra mitad, verde. Le sonrió con sus brillantes ojos negros y le propinó un increíble morreo en el que le devoró toda la boca. Cuando las manos de ella volaban provocadoras sobre su pecho, se abrieron las cortinas del fondo y tras ellas apareció Kamadeva. El príncipe infernal se hallaba recostado sobre un lujoso lecho sosteniendo una copa de vino especiado. Le susurraba algo a un joven muy atractivo de cuerpo lampiño y apariencia feérica que estaba escribiendo algo sobre unos pergaminos esparcidos. Samael avanzó hasta quedar frente a ellos. Kamadeva sorbió un pequeño trago y mientras se relamía los labios habló:
—Menos mal que has sido puntual. Si llegas a retrasarte me habrías encontrado ocupado y habrías arruinado un bello momento.
—Tú siempre estás ocupado —respondió Samael aún con una nota de humedad cubriendo sus labios—. Klim kamadevaia vidmahe, pushpa-banaia dhīmahi, tan no ananga rachodaiat.
—¿En qué puedo ayudar a alguien como tú, Sam?
—Necesito pedirte un encargo.
—Sabes que siento debilidad por Dennis. Si me lo cedes por una temporada te ayudaré encantado.
—Tienes que hacer que un diablo y un ángel se enamoren.
El semblante de Kamadeva se aseveró. Se incorporó de su lecho y los flecos de sus ropas de seda oscilaron.
—Por hacer que dos ángeles se enamoraran estoy aquí desterrado. ¿Qué me ocurrirá si hago que dos seres tan diferentes se junten?
—No pasará nada. Aquí Metatrón no puede encontrarte y Lucifer está muerto —en realidad esto último no era así exactamente, pero Kamadeva no tenía por qué conocer todos los detalles.
—Sé porqué haces esto, Sam. Es por la maldición.
Un silencio incómodo les envolvió. Se escuchaban gemidos procedentes de todas partes y la fragancia que desprendían las velas y el incienso les intoxicaba los sentidos.
—Hay otras formas de hacer feliz a tu mujer —siguió hablando Kamadeva.
—Ya lo he intentado todo y lo sabes. Además, lo que te pido no te costará mucho. Entre ellos ya hay atracción, tan sólo les hace falta un pequeño empujón. Va a acabar ocurriendo igualmente, pero me gustaría adelantar lo inevitable para poder celebrar el catorce de febrero como es debido. Superbia anda muy solicitado últimamente, pero le estoy reservando para ti.
—No sé… —titubeó clavando sus ojos azules en el fondo de la copa—. ¿Tú que opinas, Oberón? —le preguntó a su escriba.
—No creo que ese Superbia sea mucho mejor que yo, mi señor.
—Me encanta verte celoso —dijo Kamadeva enseñando una hilera de dientes blancos—. De acuerdo. Te ayudaré, Sam, pero no quiero saber nada de lo que ocurra después.
A Samael le complació escullar aquello.
—Adonis estará encantado de hacerte compañía.
* * *
Amara y Nathan avanzaban por las calles de la ciudad conversando tranquilamente. A veces ella se detenía observar a un grupo de humanos, o entablaba conversación con ellos. La chica parecía mostrar una gran fascinación por las parejas de enamorados, cosa que a Nathan le perturbaba, pero después siempre regresaba pegando pequeños brincos y canturreando. Se la veía muy feliz y eso para él era un motivo más que suficiente para dejarla que hiciera lo que quisiera.
—Te veo muy contenta hoy y seguro que no se debe a que nos han enviado a una misión a los dos juntos.
Habían aparecido numerosos hombres muertos, sin un ápice de energía entre sus venas. Y todas las víctimas habían sido encontradas en el mismo escenario: completamente desnudos durante el acto sexual. Las únicas criaturas capaces de dejarles así de secos eran los súcubos, los seres que más repudiaba el elemental de fuego.
—Me encanta la Tierra.
—Es un lugar lleno de dolor y cosas terribles, Amara. Mejor quédate en el Cielo conmigo.
Tras terminar de decir esto notó cómo hasta las orejas se le ponían coloradas. Amara sonrió y siguió andando sin mencionar nada al respecto. Al llegar junto al escaparate de una joyería se detuvieron. Amara examinó el escaparate con interés y sus pupilas se posaron como atraídas magnéticamente sobre un sencillo anillo. La joya no parecía más que una simple alianza de oro viejo con un pequeño rubí engarzado, pero estaba colocado sobre un libro abierto, de forma que la sombra que proyectaba tenía forma de corazón. Sus pupilas resplandecieron rojas ante los destellos imperceptibles que lanzaba el anillo.
—¿Has visto algo que te guste? —le preguntó Nathan, asomándose junto a ella.
—Regálame ese anillo —le suplicó señalando la sortija.
Ante aquel ruego el muchacho se volvió a ruborizar. Allí en el Planeta Azul se celebraba el día de los enamorados y los humanos acostumbraban a regalar cosas a sus parejas. Él no le había regalado nada a ella todavía por lo que asintió. Los ojos de ella brillaron con emoción.
—Eres un sol —le dijo besándole la mejilla rápidamente y entrando en la tienda. Nathan se quedó clavado en el lugar, con la mano sobre su mejilla. Si llegaba a saber que la haría tanta ilusión le regalaba la tienda entera.
Al tirar de la puerta los cristalitos tornasolados que colgaban titilaron musicalmente, poniendo en sobrealerta al dueño. No estaba acostumbrado a recibir a muchos clientes debido al desorbitado precio de sus artículos que sólo los de la clase más alta y ricos burgueses se podían permitir, por lo que sorprendió al ver a dos personas tan jóvenes, aunque en cuanto recayó en sus exuberantes ropas comprendió que no se trataban de dos adolescentes cualesquiera.
—¿En qué puedo ayudarles? —les preguntó cortésmente.
—Queremos ese anillo del escaparate —habló Nathan porque Amara se hallaba demasiado ensimismada contemplando su objeto de deseo.
—¿Qué anillo? —se sorprendió el joyero. Se acercó para averiguarlo y se extrañó más aún al ver la reliquia.
—No sabía que tenía algo así… ¿Quiere probárselo, señorita?
—Por favor —afirmó Amara.
El joyero sacó la sortija del escaparate con cuidado y se la colocó a la muchacha. Al principio había tenido la impresión de que le iba a quedar grande, pero mientras se deslizaba por su dedo anular se ajustó a la perfección.
—Le queda estupendamente. Parece como si estuviera fabricado expresamente para que lo luzca usted—la halagó.
Amara no cabía en sí de gozo y esperaron a que se lo envolviese en una caja especial. El tendero se había empeñado en cubrirlo con pétalos de rosa debido a las fechas en las que se encontraban. Cuando Nathan se dispuso a pagar y mostró unas monedas completamente de oro, al joyero se le desencajó la mandíbula. No le importaron los peculiares símbolos que tenían grabadas en una de sus caras.
Ya en la calle Amara no cesaba de cantar.
—Me siento como una pareja de novios teniendo una cita —le dijo a su amigo abiertamente.
—Tú siempre has sido muy importante para mí y lo sabes.
—Sólo nos falta un detalle. Ponme el anillo, como si me estuvieras pidiendo mi mano.
—¿Estás segura? —dijo tragando saliva.
—¡Claro! —exclamó impaciente tendiéndole su mano.
Nathan se lo colocó fingiendo que lo hacía a regañadientes, pero en su interior se sentía muy emocionado. En aquel acto sintió como si se estuviera uniendo al ángel y nunca se fuera a separar de su lado. Las campanas de una iglesia resonaron detrás de ellos. Una pareja acababa de contraer matrimonio y los invitados estaban tirando arroz a los recién casados. La novia era una chica bastante bonita de clase media-alta. Llevaba su larga melena castaña recogida en un moño clásico, con algunas ondas bailando sobre su rostro. El vestido era de encaje beige. De pronto los dos ángeles sintieron un estremecimiento por todo su cuerpo. Había materia oscura cerca. La novia también había parecido percibirlo porque de pronto alejó a su marido de ella y echó a correr hacia un oscuro callejón. Amara y Nathan intercambiaron sendas miradas de comprensión.
* * *
Caín miraba con recelo el rubí del anillo que lucía en su mano derecha. Samael se lo había dado ordenándole que no se lo quitara, cosa que a Caín le daba muy mala espina. No comprendía nada de lo que estaba haciendo allí, con Luxuria esperando a las puertas de una iglesia como unos invitados más con la absurda misión de robarle el alma a la novia. Los demonios no podían entrar en tierra santa por lo que no les quedaba más remedio que esperar afuera.
—Hace mucho que no estábamos juntos. ¡Y el día de los enamorados! Podías invitarme después a tomar chocolate.
—¿Seguro que lo que quieres es tomar chocolate y no untármelo por todo el cuerpo? —le respondió Caín.
Los ojos de Luxuria chispearon y un hálito de deseo se escapó por su boca. Caín apartó la mirada de ella, turbado. Estaba cayendo y no podía permitírselo.
—Mira esas estatuas de allí. Me sugieren tantas cosas… ¿A ti no? —habló ella de una forma que sugería que estaban haciendo el amor.
—No emplees ese tono al hablar, Viento —le reprochó el diablo.
—Sabes que no puedo evitarlo, es mi forma de hablar —dijo inflando ligeramente los mofletes en señal de que estaba ofendida.
La personalidad de Luxuria era complicada. A Caín le daba la impresión de que se trataba de una niña encerrada en el cuerpo de una mujer. Una niña que había tenido que madurar demasiado pronto y de la peor forma. Sin querer había desviado la mirada a los voluptuosos senos de ella que desafiaban a la gravedad imbuidos en aquel ajustado bikini de cuero negro. Caín retiró los ojos rápidamente de allí, azorado. Sabía que ella calificaba de cerdos babosos sin cerebro a todos aquellos que enloquecían con sus curvas, ¿pero qué quería si iba provocando?
Su piel morena de caramelo fundido, sus ojos oscuros y ardientes, su suntuosa figura, la forma en que se movía y hablaba e incluso su intoxicante perfume. Había conocido muchos súcubos pero ninguno se podía comparar a ella. Las demás eran vulgares y sugerían sexo fácil y olvidable. Ella… Viento estaba a otro nivel, tenía clase y era elegante a la vez que juguetona y divertida. Su sola presencia le ponía malísimo y se estaba comenzando a lamentar que le hubiesen puesto de compañera a ella para esa misión porque no quería perder el control y Viento tenía el don de hacerle descontrolarse de una manera que después se solía arrepentir.
Aunque Viento no podía leerle el pensamiento se imaginaba lo que pasaba por la mente del diablo. Hacía mucho que no disponía de Caín a su merced y le apetecía. La misión era bastante fácil y les iba a sobrar tiempo, podían aprovecharlo. Sin embargo las palabras de Samael resonaban claramente en su memoria: provocarle, pero sin saciarle por lo que eso estaba haciendo.
—¿Por qué es tan importante el alma de esa chica? —preguntó Caín sacudiéndose la cabeza para despejarse.
—No lo sé, pero estamos juntos que es lo que cuenta. No recordaba que tuvieses tan buen culo. ¿Puedo tocarlo?
Sin esperar una respuesta atrajo al diablo hacia ella y su mano agarró firmemente su objetivo. Se quedaron muy próximos entre sí, con el aire vibrando alrededor de ellos. Caín fue a inclinarse para besar sus entreabiertos labios, pero ella lo apartó.
—Creo que ya salen —le dijo.
Caín, irritado, miró hacia la puerta. Ella estaba en lo cierto por lo que había llegado el momento de entrar en acción.
Introdujo su conciencia en la mente de la novia, haciéndose con el control de su voluntad y la obligó a abandonar a todo el mundo conduciéndola hacia el callejón en que la aguardaba. Viento se encargaría de que nadie la siguiera por lo que él tan sólo tenía que beber su alma. Ya la tenía frente a él. Ella le sonreía con la mirada perdida. Caín extendió una mano y le quitó el velo que cubría su rostro. Sus bocas se encontraron y Caín se dispuso a absorber de ella. Tuvo que detenerse de golpe cuando sintió que la garganta le abrasaba. Se apartó de su víctima, malherido y se quedó atónito cuando advirtió que a quien tenía realmente enfrente era Amara. De alguna forma había caído en ilusión de ella. ¿Cómo había podido cometer semejante error? Él mismo conocía la respuesta: la sensual aura de Viento le había desconcentrado hasta ese punto. Se volvieron a mirar y el tiempo se detuvo alrededor de ellos. Jamás había visto al ángel así: sus finos cabellos de hilo dorado se mecían suavemente al compás de la brisa invernal y su cuerpo desprendía una radiante luz blanca que la hacía parecer una divinidad.
—Así que tú eres el que ha absorbido el alma de todos esos hombres —proclamó Nathan, que había aparecido detrás de él, con la cara repugnada ante semejante hecho.
Caín le ignoró. Para él lo único que existía en esos momentos era Amara. Tenía que comprobar que aquello no se trataba de un sueño y volvió a aproximarse a ella. La rodeó con sus brazos y sus bocas volvieron a fundirse, esta vez no con la intención de quitarla el alma, sino de hacerla suya para siempre. Cuando se separaron para retomar el aliento el mundo parecía un lugar mucho mejor.
—Te amo, Amara —le susurró presionándola con ternura contra su pecho y acariciando la seda de su pelo.
—Yo también. No quiero separarme de ti nunca más.
Nathan no podía creerse que la pesadilla que estaba viviendo fuese real.
Un anillo rojo refulgía en el dedo de Caín, al igual que el de Amara, pero Nathan estaba demasiado desconcertado como para percatarse de aquello. La manera en que Caín tocaba a su Amara le ponía enfermo. No podía aceptarlo, ella nunca haría algo así. Alzó su brazo para cargar una bola de fuego, pero el frío beso de una espada hecha de materia oscura sobre su nuca le distrajo.
—Estás muerto, pequeño —le siseó una turbadora voz femenina. Luxuria hizo resbalar su espada por el cuello del elemental hasta posarla sobre su garganta. Nathan acumuló energía en su interior y la liberó rápidamente, produciendo una pequeña onda expansiva a su alrededor. Un anillo de fuego les rodeaba.
—¡Apaga eso! —le ordenó ella. Su tono había cambiado. A Nathan le pareció atisbar una nota de pánico.
—¿Tú también le temes al fuego?
—Lo odio. Apágalo. Caín, ¡dile algo!
Pero Caín ni se había coscado. Se encontraba completamente abobado contemplando al ángel femenino. Luxuria conocía la repulsión de Caín hacia el fuego por lo que no entendía qué estaba sucediendo. De lo que estaba segura era de que no iba a permitir que un crío la hiciera pasarlo mal. Tragó saliva e intentó olvidarse de las llamas. Con su poder solamente lograría extender más el fuego por lo que tendría que prescindir de él.
—Tú lo has querido, mocoso. Te rajaré de arriba a bajo mientras suplicas piedad.
Volvió a enarbolar su espada y se lanzó contra él. Nathan desenvainó la suya y trató de detener su ataque, pero ella le desarmó con una facilidad insultante.
—¿Pensabas que podías detenerme sólo con eso a mí?
Antes de que Nathan pudiese reaccionar ya la tenía sobre él. Cayeron al suelo, rodando. Nathan forcejeó, pero la fuerza de ella le aplacaba. Luxuria le agarró de la camisa, tirando hacia ella. Tuvo que retirar la mano rápidamente, dolorida, cuando sintió un fuerte quemazón extendiéndose por sus dedos. Trató de apagar el fuego golpeando el suelo. Las llamas desaparecieron, pero ella se quedó paralizada y temblando.
* * *
Ireth lo contemplaba todo desde la azotea de uno de los edificios. El sonido a cuerda tensada cortaba la atmósfera. Se estaba concentrado en detener el tembleque de sus dedos, poniéndolos lo más firmes posibles mientras tiraba de la cuerda apuntando hacia su objetivo. En realidad todo había surgido de forma bastante improvisada. El día anterior se había encontrado con Kamadeva hurgando en la habitación de Caín. No tenía ni idea sobre qué podría estar haciendo un demonio como él ahí y la semidemonio no pudo evitar esconderse para observarle. Caín admiraba a Kamadeva, al menos como escritor y por eso tenía las estanterías de su habitación llenas de libros escritos por el demonio. Aquella situación le resultaba rara. Kamadeva llevaba su carcaj de flechas doradas colgando de su hombro de una manera más estética que práctica. Entonces una de las flechas se cayó. A pesar de todo, el demonio se hallaba demasiado enfrascado buscando algo y no se percató de ello, por lo que ella tan sólo tuvo que estirar la mano… No se lo contó a Caín. De haberlo hecho él habría tratado de leerle la mente para sacar más información sobre lo que pasó realmente y se habría enterado de lo de la flecha. Desde entonces se había estado planteando la idea de usarla. Por un lado no se sentía bien haciéndole eso a Caín, si surgía algo entre ellos tenía que ser porque ambos lo quisieran, pero por otro lado él ya la amaba, simplemente por un estúpido trauma se autocontrolaba así que en realidad no estaba manipulando sus sentimientos ni forzándole a enamorarse de ella. Cuando se enteró de que el San Valentín Negro lo iba a pasar con Luxuria tomó una decisión. Por eso se encontraba allí arriba, con una flecha adornada con motivos bucólicos apuntando hacia el diablo. Con sólo soltar la cuerda él sería suyo y de nadie más.
* * *
Mientras que Nathan y Luxuria peleaban, Caín y Amara se hallaban ajenos a todo, sumidos en su propio universo particular.
—Caín, no quiero meterte en más problemas —dijo Amara con voz apenada—. Quizás estoy siendo demasiado egoísta…
Caín negó con la cabeza y la atrajo de nuevo hacia su pecho, apoyando la mejilla en su hombro.
—Yo estoy dispuesto a desafiar al Mundo entero por estar contigo, el resto me da igual.
—Yo también. Sólo quiero estar junto a ti.
El cuerpo de Caín desprendía tanto calor…
—Entonces huyamos juntos, Amara. Vayamos a algún lugar donde no puedan encontrarnos, a un lugar donde nuestro amor puro y sincero prime sobre todo lo demás.
Amara se despegó de su pecho para poder mirarle a la cara y asintió con una sonrisa que emocionó aún más a Caín. Una lágrima de felicidad le rodaba por la mejilla.
—¿Vas a ayudarme de una jodida vez o no? —le gritó Luxuria a Caín enojada tras esquivar un conjunto de ataques ígneos que el ángel elemental le arrojaba.
—Viento, dile a Samael que ya no me da ningún miedo pues he descubierto la llama del amor que me arropa con su calidez y me inspira verdadera fuerza. Me voy de aquí y no pienso volver.
—¿Qué te has fumado hoy? —contestó, perpleja.
Ya lo que la faltaba. Harta de enfrentarse sola al mocoso lanzallamas sacrificó que parte de su ropa se quemara por colocarse justo detrás de Nathan. Le tomó de los brazos y le lanzó con fuerza contra Caín. No llegó a tiempo, la pareja de tortolitos ya había desaparecido, sin embargo una saeta dorada surcaba el aire y penetró limpiamente en el pecho del joven ángel.
Viento miró hacia arriba en busca del que fuese que había lanzado ese ataque, pero no vio a nadie así que volvió a dirigirse hacia Nathan moviendo las caderas sinuosamente y entre cruzando las piernas al caminar para rematar a su presa. Nathan se sacó la flecha, confuso y mientras trataba de recomponerse se quedó atónito contemplando al demonio que tenía delante.
—¿Cuándo vas a comenzar a suplicarme por tu vida? Me has hecho gastar mucha energía y ahora essstoy hambrienta.
Mientras hablaba, sus oscuros ojos se aclararon y sus iris se rasgaron. Su larga lengua se estrechó y la ultima –s la pronunció más remarcada.
—Espera, por favor. Si vas a matarme me gustaría decirte que…
—¡Oh! —le cortó—. Asssí que sssí que vass a sssuplicarme.
Se vieron interrumpidos por la súbita aparición de tres Guardias Azules. Los rasgos de Luxuria volvieron a su apariencia normal.
—Qué amable es vuestro dios que me envía un aperitivo —proclamó con sorna.
Los ángeles guerreros la saludaron desenvainando sus espadas especiales. Viento les correspondió imitándoles y se olvidó por completo del crío. Las serpientes de su empuñadura cobraron vida enroscando sus anillos a lo largo de la afilada hoja. Los Guardias Azules eran la fuerza militar más prestigiosa de los ángeles, pero ellos sólo poseían dos alas y Luxuria tenía cuatro. Se sentía lo suficiente poderosa para enfrentarse a un arcángel y si la pillaban en un buen momento, incluso de seducir al mismísimo Serafiel. El único problema que tenía era su miedo irracional al fuego por eso aquel muchacho le había sacado de quicio, pero su orgullo podía ser más fuerte que el miedo y eso no lo sabían aquellos tres guerreros. El del medio parecía el más fuerte así que lo debilitaría primero para después encargarse tranquilamente de los otros dos obligándole a mirar para que sufriera. En eso estaba pensando cuando Nathan se interpuso entre los dos bandos.
—A ella no la hagáis nada. No ha hecho nada malo.
¿Qué no había hecho nada malo? ¿Quién se creía que era ése crío para insultarla de aquella forma? Los tres guerreros experimentados intercambiaron miradas en las que Luxuria sabía que estaban hablando, pero no les podía escuchar.
—Mira ricura, te agradezco el intento pero puedo enfrentarme a ellos yo solita así que o te apartas o te llevo por delante —le dijo endureciendo la voz.
—Si te tocan una sola vez con sus espadas estarás perdida. Son radioactivas, no podrías curarte.
Era la primera vez que alguien se preocupaba así por ella y ese gesto la conmovió, aunque no se lo hizo saber. Se obligó a seguir manteniendo un semblante sólido. Se planteó seriamente la idea de huir sin más. Era cierto que estaba cansada por culpa del fuego y llevaba dos horas sin alimentarse. Podía arriesgarse a derrotarlos y a recargar fuerzas con ellos, pero no estaba my segura de que si a un ángel podría arrebatarle la energía, nunca antes lo había hecho, se arriesgaba a debilitarse demasiado. Si por el contrario escapaba, podía buscar una víctima a la que dejar seco sin llegar al estado de emergencia.
—Parece que el mundo se ha vuelto loco. No entiendo nada de lo que está ocurriendo, pero de acuerdo. Todo tuyos.
Dicho aquello desplegó cuatro hermosas y plumíferas alas negras y se cubrió con ellas. Un remolino de aire la envolvió y desapareció de allí dejando una leve fragancia a rosas negras. Los tres guerreros se acercaron a Nathan que se había quedado sumido en una especie de trance tras la desaparición del Pecado Capital.
—¿Por qué has hecho eso? —le preguntaron.
—Porque ella no merecía morir —contestó saliendo de su ensimismamiento.
—Llamad a Chamuel. Tenemos otro caso de Kamadeva.
El más corpulento obedeció partiendo en busca del arcángel.
Media hora más tarde Luxuria se encontraba sentada sobre unas planchas de acero en un descampado, con la vista fija en el horizonte. Ya había podido alimentarse de tres hombres y se sentía mejor. Los hombres solían acabar rápido con ella, no estaban acostumbrados a una mujer tan explosiva, las humanas estaban muy reprimidas por culpa de la sociedad. Nathan apareció detrás y se sentó junto a ella sin atreverse a mirarla directamente.
—¿Qué haces aquí? —rompió ella el silencio.
—Tenía que volver a verte. Querían retenerme con ellos no sé para qué, pero me he escapado.
—Hace un rato estabas dispuesto a quemarme viva. ¿A qué se debe este cambio tan repentino?
—Es extraño… pero nunca me había sentido así —sus carrillos se tiñeron de rojo al escucharse diciendo aquello. No comprendía qué le estaba pasando, si él odiaba a los demonios con todas sus fuerzas, mas por alguna razón había algo en ese súcubo que le fascinaba.
—¿Cómo te llamas? Para gritar tu nombre en el orgasmo.
Nathan casi se cae para atrás al escuchar aquello.
—¡No! Me estás malinterpretando.
—Se llama calentura, pequeño. Yo suelo causar ese efecto en todos los seres. Es normal que la primera vez lo confundas con amor.
—Yo no soy uno cualquiera. Me llamo Nathanael…Nathan.
—Claro que no eres como los demás, todos somos únicos.
"Todos sois unos malditos capullos", añadió para sus adentros.
—Me llamo Viento —le confió el nombre con el que la gustaba que la llamasen. No acostumbraba a dárselo a cualquiera, pero aquel ángel despertaba algo tierno en su interior.
—¿Viento? —se extrañó—. No es muy normal que un demonio adopte el nombre de un elemento de la Creación…
—El que me creó no me quería llamar así, pero me rebelé —le explicó con cierta nostalgia—. ¿Ves el viento que remueve tus cabellos? Eso quiero ser yo. —Nathan se ruborizó aún más ante aquella declaración. Viento le señaló hacia una bandera de la Inquisición que ondeaba en el cielo—. Quiero ser tan libre como el viento que azota esa bandera.
—Siento lo de tu ropa, no quería quemártela —se disculpó arrepintiéndose de su comportamiento anterior.
—Bueno…tendrás que hacer algo para recompensarme —le indicó relamiéndose los labios—. Pero esta vez me desnudarás con tus manos… o con la boca.
—Yo no sirvo para estas cosas… Te decepcionaría —admitió, cabizbajo.
—¡Qué monada estás hecho!
Viento se inclinó sobre él y le besó en el moflete, dejándole una suave marca de carmín. Era la primera vez que besaba a un hombre allí. Nathan se llevó la mano hacia donde ella le había besado, palpando el roce de sus labios.
—No te mereces perder tu virginidad de una forma tan cutre. Vamos a un sitio mejor, que todo sea más romántico.
Por alguna razón se lo estaba tomando como un juego, uno muy divertido.
—Pero… —trató de protestar él.
Ella resultaba tan exótica y turbadora…
—Te voy a enseñar una cuantas cosas.
Viento tiró de él hasta que logró hacer que se levantara y se aferró a su cintura. Ella era mucho más alta que él, en parte por los taconazos de infarto que calzaba, mas no importaba. Así de juntos echaron a andar.
* * *
Gabriel terminaba de vestirse mientras Iraia le ayudaba a abrocharse el abrigo. Intercambiaron otro húmedo beso. Cuando estuvieron preparados, se dirigieron hacia la puerta.
—Muchas gracias por todo, Valentín.
—Que dios bendiga vuestro amor —les respondió una persona mayor, con una indiscreta calva y cabellos espolvoreados con nieve que vestía una sotana y traje de sacerdote.
—El Cielo cuidará de tu alma —se despidieron.
Abrieron con cuidado la puerta trasera y se aseguraron de que nadie transitaba el callejón trasero en esos momentos. Tras dar la luz verde, la pareja de ángeles abandonaron la pequeña iglesia y echaron a caminar con las manos entrelazadas, intercambiado susurros divertidos. Allí en el Planeta Azul se sentían demasiado libres, pudiendo mostrar su amor abiertamente, sin mentiras, sin tener que disimular o sentirse mal por quererse tanto.
—Gabri, me estoy comenzando a preocupar. Creo que me estoy haciendo adicta a tu cuerpo.
—Lo preocupante sería que no lo estuvieras —se burló con una amplia sonrisa.
Iraia le clavó el codo entre las costillas.
—Creído.
—La realidad es que si tú no me motivaras tanto no daría resultados tan buenos.
—Tú siempre has sido bueno manejando la espada.
—Una, pero la otra hasta que no te conocí la tenía más abandonada…
—¿Quieres que demos media vuelta? —propuso ella deteniéndose.
—No podemos causarle más problemas a Valentín, es un buen hombre.
—Qué responsable te has vuelto.
—Ya ves. Para que luego digas.
Algo captó su atención. Amara y Caín iban corriendo cogidos de la mano y se les veía realmente felices.
—¿Ésa de ahí no es Amara? ¿Qué está haciendo con un Caído? —preguntó Iraia.
—Eso parece…
Iraia sacó su espada, dispuesta a arremeter contra el diablo.
—Tenemos que ayudarla.
—¡Espera! —la detuvo Gabriel
—¡Una alumna mía está en peligro!
—No sé qué decirte. La verdad es que no parece estar pasándolo muy mal…
En realidad Gabriel no tenía una opinión clara sobre Caín, pero se les veía tan bien juntos como él e Iraia paseando unidos.
—La estará hechizando.
—¿Por qué piensas eso? ¿Acaso tú me has hechizado a mí?
—¡Es un demonio! Los demonios son seres horribles. Jamás se enamorarían de nadie y ni nadie de ellos.
Aquellas palabras le afectaron negativamente a Gabriel, quien trató de aparentar lo contrario:
—A lo mejor a Nadie sí que le va el royo Dark.
—Voy a salvarla —proclamó la mujer tajantemente. No tenía ganas de los chistes malos de Gabriel.
—Él es Caín. Es muy poderoso —consiguió decirla antes de que hiciese algo temerario.
—¿Y qué hace alguien tan importante interesado en un aprendiz?
—No lo sé. Quizás se gustan…
Iraia le lanzó una mirada cargada de reproche y después se dispuso a enfrentarse al diablo. Gabriel iba a intervenir, pero alguien se cruzó por su lado, despertando algo en su interior. La fragancia se le clavaba en el cerebro, avisándole de algo mas no llegaba a comprender de qué le sonaba. Se quedó pasmado observando a la pareja: se trataba de una demonesa de media melena castaña oscura, a juego con su dorada piel y que andaba agarrada a un joven de cabellos rebeldes.
—¡Nathan!
Ahora sí que no comprendía nada. De todos los ángeles se lo podía haber esperado menos de él. De pronto la mujer se detuvo y volteó la cabeza hacia atrás. Sus miradas se encontraron. ¿Dónde había visto esos iris tan hipnotizadores?
Nathan notó que algo raro pasaba.
—¿Qué ocurre?
—Nos han descubierto —le anunció al chico.
—¡Si es Gabriel! No te preocupes, él lo comprenderá —le contó el joven aliviado al ver a su profesor.
No había terminado de hablar cuando Gabriel se dirigía directo a ellos sujetando firmemente dos espadas. Viento no esperó a recibir sus estocadas y atacó primero. Gabriel se sorprendió de encontrarse con alguien que estuviese a su nivel en la esgrima. Contra ella la fase de tanteo se la tuvo que saltar e ir directo. Intercambiaron unas cuantas estocadas sin que ninguno de los dos retrocediera. Nathan parecía horrorizado, no quería ver a los dos seres que más admiraba peleándose entre ellos.
—¿Qué eres? —le preguntó Gabriel mientras se agachaba para esquivar un golpe.
—Tu peor pesadilla —respondió Luxuria con total seguridad.
El Pecado Capital le escupió a la cara y aprovechó este momento para acertarle en un costado. Gabriel, que adivinó sus intenciones, fue a esquivarlo, pero sus piernas no reaccionaron, recibiendo de lleno el ataque. Dos pequeñas y delgadas serpientes reptaban alrededor de sus tobillos.
—¿De dónde han salido?
Luxuria sonrió, victoriosa, y lo empujó contra la pared, acorralándolo. Alzó su bota y le clavó su tacón entre la entrepierna. Gabriel chilló más que cuando le hundió la espada en su carne.
—Es todo un desperdicio que un bombón como tú esté en el Cielo. Allí son tan fríos… —declaró enterrando sus dedos en la larga cabellera castaña del ángel, deshaciéndole la cola de caballo con que lo sujetaba y dejando que le resbalaran varios mechones por su rostro de derrotado.
—Créeme que yo le aprovecho muy bien —exclamó Iraia elevando su espada para clavársela más profunda. Viento la vio venir y con un seco movimiento de la mano la inmovilizó, y con el otro brazo la golpeó, haciéndola tambalearse.
—Demasiado lenta —se jactó la demonesa. Antes de que Iraia se recuperase, le hizo una llave, golpeándola contra el suelo, y pisoteó con ganas su brazo. Iraia gimoteó de dolor. A Viento le excitaba tanto que sus víctimas hicieran aquello…
—¡Iraia! —gritó Gabriel todavía con los ojos llorosos.
Aquello también la gustaba que lo hicieran, aunque entre ángeles no pasaba con mucha frecuencia. Viento se encaramó al cuerpo de Iraia, rodeándola con sus brazos. El Pecado Capital la aprisionaba como una boa constrictora. Entonces Viento apretó con fuerza y los huesos del ángel crujieron. Siguió presionando y la estructura ósea volvió a rechinar. Cuando se aburrió la soltó.
—Pasemos a lo interesante —dijo volviendo a fijar su atención en Gabriel que lo observaba todo con una rodilla hincada en el suelo. La vista se le estaba nublando. Aunque hubiese querido moverse no habría podido ya que más serpientes le estaban reteniendo. Cuando Viento llegó junto a él siseó algo que el ángel no comprendió y los reptiles se apartaron, obedientes.
—Qué bien nos lo vamos a pasar —le dijo mientras sostenía su mentón y le obligaba a mirarla a los ojos.
Cuanto más se imbuía en ella más convencido estaba de que la conocía. Podía sentir a Lucifer luchando en su interior para salir. ¿Por qué en un momento así? Luxuria no estaba perdiendo el tiempo y su mano se abría paso ágilmente entre las ropas de Gabriel, retirándolas. Si había una criatura con la que el ángel detestaba enfrentarse era precisamente un súcubo por las situaciones a las que siempre le exponían. Aún así había algo extraño en todo ello. No se sentía amenazado ni en peligro, al contrario, deseaba que siguiera. Viento también estaba pensando en lo mismo. Había algo extraño en aquel ángel que le atraía mucho más que por mero divertimento o hambre. Antes de que se dieran cuenta se encontraban bebiendo con vehemencia de sus bocas. Gabriel la rodeó con sus brazos buscando sus pechos. Normalmente era ella la que absorbía la energía de su presa, pero aquella vez todo estaba ocurriendo al revés y no podía evitarlo. Los labios de Gabriel se contaminaban con su oscuridad y el ángel no tenía pensado detenerse, sin embargo lo hizo cuando sintió un sabor metálico arañándole el paladar. Sangre. El cuerpo de Viento caía inerte sobre él. Algo tiró de ella, quitándosela de encima y la magia se deshizo. Jadeando consiguió reprimir a Lucifer y volver a aferrarse a la cordura. Los arcángeles se encontraban allí. Tenían a Luxuria amarrada con cadenas de luz y Raphael estaba tratando a Iraia.
Viento no comprendía cómo había llegado a descuidarse tanto, pero ahora tenía algo atravesando su pecho que le drenaba la energía. Buscó de soslayo a Nathan. El elemental la devolvió una mirada cargada de odio. Esta repulsión entristeció al Pecado Capital, se había acabado la diversión.
Gabriel se incorporó como pudo. La cabeza le daba vueltas pero poco a poco la bruma intoxicante de la fragancia de Luxuria fue despejándose.
Raphael pasaba sus manos sobre Iraia sin llegar a tocarla, transmitiéndola su energía curativa. El ángel femenino ya se encontraba mucho mejor. Sus tirabuzones negros caían desparramados sobre su espalda morena, pegándose las puntas a la atezada piel. Raphael no pudo evitar pensar que era hermosa y que no se merecía a alguien como Gabriel. De pronto sintió un pequeño pinchazo en la espalda. Se llevó la mano hacia ese lugar y extrajo una pequeña flecha dorada.
—¿Ocurre algo? —le preguntó Iraia que seguía yaciendo sobre sus piernas.
—No, tranquila —le respondió con una sonrisa que a la mujer le sorprendió pues solía tratarla de forma bastante hosca. El arcángel volvió a centrarse en ella y mientras sus manos desbordantes de energía ascendían por su pecho, cernió sus manos al rededor de los hombros y la besó repentinamente. Iraia gimió por la sorpresa y trató de quitarle de encima, pero Raphael la sujetaba con firmeza. Las virtudes que le acompañaban se quedaron igual de atónitas.
Chamuel estaba ayudando a Gabriel cuando percibió la esencia de su hermano y se volvió para ver qué ocurría. En cuanto Gabriel descubrió la escena terminó de incorporarse de golpe y se dirigió al Gran Médico, separándolos bruscamente.
—¿Así que era eso, eh? ¡Todo el odio que me tenías eran celos por ella!
—A tu lado sólo sufrirá más. Yo puedo tratarla mejor que tú.
Gabriel crispó el puño y le golpeó en la cara. Raphael respondió y los dos se vieron enzarzados en una pelea. Iraia les contemplaba sin comprender nada.
El propio Chamuel y un querubín tuvieron que intervenir, separándolos. Aún estando retenidos continuaban insultándose.
—Gabriel, espera un momento —le dijo Chamuel.
El arcángel del Rayo Rosa hizo que entre sus dedos se materializase una flecha cuya punta acababa en una pica negra y se la clavó a Raphael, que enseguida dejó de lanzar barbaries y se quedó confuso tratando de entender la situación.
—Kamadeva por estas fechas siempre hace lo mismo: se dedica a incordiar y crear problemas —les explicó a los presentes.
Chamuel trató de buscar la situación del príncipe demonio, sabía que no tenía que andar muy lejos.
—¿Puede curar a Gabriel también? —le preguntó Iraia—. Con esa demonesa estaba…
Chamuel sacó otra de sus flechas y se dispuso a apuntar a Gabriel, pero sus ojos se entornaron al examinarle.
—Él está bien —proclamó, haciendo que la flecha se desvaneciera.
A Iraia no le sentó bien saber eso pues se quedó mirando a su novio con una cara entre ofendida e incrédula. Gabriel se volteó rápidamente rascándose la cabeza nerviosamente. Sabía que cuando estuvieran a solas se lo iba a echar en cara.
—¿Y qué pasa con Amara? —preguntó Nathanael del que parecía que se habían olvidado.
—¿Amara? —inquirió Raphael que seguía algo avergonzado por lo que había pasado.
—Estaba conmigo en una misión hasta que pasó lo de la flecha…
—La vimos con un Caído —le vino a la memoria a Iraia súbitamente.
Nathan volvió a recordarlo todo. Al acordarse de Caín la rabia se reanudó por sus venas.
—Ella sabe apañárselas sola. Seguro que se encuentra bien —dijo Gabriel, pero le ignoraron y partieron en su búsqueda.
* * *
Amara y Caín se acurrucaban juntos sobre la hierba, contemplando la belleza del ocaso.
—Junto a ti todo es tan maravilloso… —suspiró la joven.
Caín se tumbó sobre ella mientras la besaba el vientre produciéndola un cosquilleo.
—Quiero acariciar la suavidad de tus muslos, rozar tus pechos y beber de ti —le susurró pasando su mano por la pantorrilla de ella.
Amara hundió sus manos en los cabellos de Caín y una la deslizó por debajo de la ropa, arañándole la espalda.
—Espera, no te muevas —le indicó.
Una mariposa de alas blancas y azules se había posado sobre Amara y Caín quería contemplarla así de hermosa. Amara lo comprendió y tomó al insecto entre sus dedos con delicadeza, incorporándose un poco.
—Tú también puedes sostenerla—le dijo al unialado.
—Soy un maldito diablo, todas las criaturas huyen de mí.
—No lo hará. Sabe que te quiero.
Caín le tendió su mano derecha con timidez y Amara depositó a la mariposa en el centro de su palma. La mariposa se quedó inmóvil aunque aún así Caín podía percibir la tenue vibración de sus delicadas alas. Una mariposa en su mano…tan frágil… Sus dedos se cerraron aplastando al insecto. Pudo sentir cómo sus membranas se deshacían bajo la opresión de sus dedos. Los demás seres vivos que se encontraban cerca de ellos salieron volando o se alejaron rápidamente.
—¿Por qué has hecho eso? —le regañó Amara, horrorizada. No podía creerse el destino de aquella pobre mariposa.
—Lo siento —trató de disculparse Caín, cabizbajo—. Está en mi naturaleza…Me salió solo.
—Tienes suerte de tenerme contigo. Yo me encargaré de enseñarte a ser bueno al igual que tú me enseñarás a hacer cosas malas —añadió con una nota de picardía.
Caín respondió a la insinuación con una sonrisa pícara y una mirada lasciva. La idea de enseñarla cosas malas le había encantado.
—Hacemos la combinación perfecta.
—Pero seguimos corriendo peligro —le recordó Amara—. Si nos encuentran a saber qué nos harán.
—Existen otros universos donde amarse no está prohibido.
—¿De verdad?
Caín extendió el brazo señalando al cielo anaranjado.
—Lejos, muy lejos. Allí jamás nos encontrarían.
—Tú lo que quieres es engañarme con una valquiria.
—¡No! Jamás haría algo así, además son demasiado raras incluso para mí.
—Admite que lo de tener varios brazos te resulta excitante.
—Lo de los brazos me da igual. Quizás si tienen tres tetas…
—Serás idiota —rió Amara golpeándole el hombro sin hacerle daño.
—¡Eso es! Vayamos al planeta de las mujeres tritetudas.
—En realidad no hace falta que os vayáis tan lejos.
Samael había aparecido junto a ellos y se esforzaba por ignorar la absurda conversación que había presenciado. Caín rápidamente adoptó una postura defensiva pasando el brazo por delante de Amara.
—¡Lárgate y déjanos en paz!
—No seas tan desagradable. Sólo quiero ayudaros.
—He dicho que te largues.
—¿Qué voy a hacer contigo? Esta vez no te queda más remedio que confiar en mí. Sabes que tengo experiencia en estos temas.
—¿Para acabar como Brella y tú? ¡Ja! No, gracias. Ya nos las apañamos muy bien solitos—contraatacó.
Aquel comentario ofendió a Samael. Se suponía que su maldición era un secreto por lo que el diablo le había leído la mente alguna vez.
—Amor, no creo que sus intenciones sean malas —intervino Amara.
—Eso es porque no le conoces.
—Deberías hacer más caso a esta jovencita. Al menos ella es inteligente. Me cuesta creer que alguien como tú haya conseguido a alguien tan maravilloso.
Amara se sonrojó ante el cumplido. Samael se acercó a ella, tendiéndole la mano.
—Samael, El Veneno de Dios. Es un placer conocerte, pero para mí ya eres como mi hija.
A cada palabra de su padre el enojo de Caín aumentaba. Estaba a punto de responderle que como la tratase igual que a su hijo la pobre lo llevaba claro cuando la fuerte e irritante presencia de ángeles se hizo notable. Detrás de ellos estaban los dos arcángeles junto con Iraia, Nathanael y Gabriel, algo más rezagado este último. Amara se sorprendió cuando sintió a su corazón muy estable. Lo normal sería haberse sobresaltado, pero a esas alturas lo único que la importaba era estar con Caín por lo que le daba igual lo que los demás pensaran de ella.
—¡Dejad a Amara en paz! —vociferó Nathan en cuanto recayeron en su presencia.
—¡Jamás! —proclamó Caín—. Ella me ama a mí, su alma y corazón me pertenecen. Y pronto su cuerpo también —Cuando dijo aquello último entreseñó los dientes, desafiante.
—Que más quisieras tú. Todo se debe a una de esas estúpidas flechas de Kamadeva pero en realidad te detesta.
—¡Yo nunca le odiaría! —saltó Amara dolida por aquella profanación de su persona.
—¿Qué está diciendo ese fracasado? —se extrañó Caín, mirando interrogante a Samael.
—No le hagas caso. Le cuesta admitir la realidad…
—En verdad no detecto ningún símbolo extraño en el corazón de ninguno de los dos —anunció Chamuel con una pasibilidad que a Nathan le enervaba.
Caín profirió una profunda risotada al confirmarse que él llevaba la razón y algo en el interior de Samael se relajó.
—¡No puede ser! —insistía el joven elemental.
—Lo siento, Nathan —le dijo Amara apiadándose de su amigo.
—Son los anillos —señaló Raphael—. Desprenden una energía sospechosa.
—Vamos a comprobarlo —pronunció Gabriel.
Él e Iraia se abalanzaron contra la pareja, utilizando una estrategia que en otras ocasiones les había salido bien: uno de los dos se trasladaba al plano inmaterial para que su enemigo se fijase solamente en el otro y así poder pillar desprevenido a su enemigo. Caín, por instinto, abrazó a Amara cubriéndola con su única ala. El impacto de los dos ángeles les lanzó hacia atrás, rodando por el suelo. Los dos rubíes se quebraron en cristales que brillaron como pequeñas estrellas de fuego. Caín se incorporó, algo confuso por todo lo que estaba aconteciendo. Completamente desorientado buscó respuestas en otra desconcertada Amara.
—¿Por qué estaba pensando en tantas mariconadas? —se avergonzó Caín de sus propios pensamientos.
—Porque eres un desgraciado —contestó rápidamente Nathan a pesar de que la pregunta no se la había formulado a él.
—¡Nathan! —exclamó Amara a la vez que a su corazón le daba un vuelco.
—Asunto arreglado —anunció Gabriel sacudiéndose la ropa.
Al fin la niebla rosa que envolvía a Caín se desvaneció y su vista recuperó la claridad. Liberado de su ceguera pasional pudo recaer en la presencia de Viento a la que dos querubines mantenían retenida con unas dolorosas cadenas de luz que se clavaban desde su espalda, perforándole el pecho. Su compañera corría peligro y una punzada de culpabilidad le aguijoneó su depravada conciencia. Sus engranajes comenzaron a funcionar.
—No sé qué me habéis hecho pero si no soltáis a Luxuria mataré a vuestra querida Amarael.
Dicho esto aferró a la chica por las muñecas, lastimándola, y apoyó la hoja de su sable sobre la esbelta garganta de ella.
—¿Piensas que puedes negociar con nosotros con una simple aprendiz? —dijo Chamuel.
—No pensaba negociar, pero por ser hoy un día especial la cambio por Luxuria. ¡Vamos! No es más que un súcubo.
—Espera un momento, hijo. Estás actuando imprudentemente.
—¿Qué?
—No voy a permitir que un amor tan hermoso se estropee de esta forma. Ellos no valoran a Amara de la misma forma que nosotros, pero no te preocupes hija, te casarás con Caín, ya lo verás.
—¿Casarme con Caín?
—Ya me tienes harto Samael, deja de utilizarnos. ¡Tu verdadera hija se encuentra en apuros! Tú la creaste y la obligaste a trabajar en el InsanitY y todas esas mierdas y ella obedeció sin rechistar, ¿y esto es lo que te preocupas por ella?
—Eso de sin rechistar…De los siete es la más rebelde. Además puedo crear a otro, el amor está por encima de todo.
Viento, al escucharles hablar de ella consiguió reaccionar, elevando un poco la cabeza, lo suficiente para que Caín pudiese observar sus ojos opacándose. Un reguero de sangre se escurría desde la comisura de sus labios, juntándose con el lunar de su escote.
—No te preocupes por mí —consiguió decirle a duras penas —. Estos chicos sólo quieren jugar conmigo, ¿verdad?
Enroscó sus yemas alrededor de la muñeca de uno de los que la sujetaban, provocándole que la piel se le erizara al querubín. Una sacudida violenta de energía la azotó desde sus entrañas, cayendo nuevamente derrotada. Su debilitamiento se hacía notable pues el encanto y aura de atracción que la envolvían se estaban disipando. Ya no parecía tan atractiva.
—Los sirvientes del Rayo Rosa estamos por encima de esos infames trucos —proclamó Chamuel—. No pretendas engañarnos, fraticida. Ella no es un súcubo cualquiera.
—No, no lo es —admitió Samael—. Es de creación propia sin embargo nadie puede crear alguien como Amara en ningún laboratorio. No me mires con esa cara, Luxuria. Al fin y al cabo todo esto es culpa de Caín por haberte dejado sola.
Siempre era culpa suya. Por el contrario no se dejó afectar por aquellas declaraciones, tenía que buscar la manera de abrir un flanco. Los querubines no deberían resultarle muy difíciles. El problema era Serafiel que aguardaba en silencio con aquella mirada escalofriante suya.
Amara podía sentir la inquietud del diablo y se enfureció con ella misma por su pasividad. No conocía en realidad lo poderoso que podía llegar a ser Caín y a pesar de todo le preocupaba ya que los ángeles les superaban claramente en número y Samael no parecía dispuesto a dejarla marchar. Y Nathan en medio de todo ello por su culpa. No podía quedarse más tiempo quieta, esperando a que los demás se dejaran la piel por salvarla. Tenía que haber algo que sólo ella pudiera hacer y una idea disparatada y loca le vino a la cabeza. Cada segundo que transcurría aquella idea se le iba haciendo más irresistible y se deshizo de Caín. Éste la sujetó por el brazo para no dejarla ir.
—Déjame, Caín. Ya estoy harta de esta canción. No quiero que nadie me utilice, ni demonios ni ángeles. Por eso voy a poner fin ahora mismo. Invocó una daga que agarró con la mano libre y apuntó con ella hacia su corazón.
—¡Amara! ¿Qué estás diciendo? —exclamó Nathan, desesperado. Gabriel le retuvo y le susurró algo. Él sí que se había dado cuenta de que ella tramaba algo.
—¡Oh! Mirad lo que habéis hecho —dijo Samael con voz apenada.
Serafiel lanzó una poderosa honda de luz directa hacia los tres. Samael hizo algo en el aire, Amara pudo percibir como se volvía más denso, y el ataque se disolvió al chocar contra la barrera invisible.
—¿Qué estás tramando? —le preguntó Caín fulminándola con aquellos iris grises que tanto le gustaban a Amara.
Ella cerró los ojos, se puso de puntillas inclinándose hacia él y dejó los labios entreabiertos dando a entender que iba a besarle. Caín pasó las manos por encima de sus hombros y se dispuso a corresponderla. El cuchillo se clavó en su espalda al mismo tiempo que Amara se desfragmentaba en pedazos de luz entre sus labios y una luz demasiado intensa para no cerrar los ojos inundó el lugar. Todo sonido desapareció y el diablo tuvo la sensación de que todo daba un vuelco y cuando el tiempo volvió a discurrir, la tierra firme que sus pies pisaban había desaparecido.
Horcajadas de agua fría y cristalina le golpeaban en la cara y su cuerpo se movía con dificultad. En sus brazos cargaba con un pequeño bulto negro que no cesaba de llorar. De pronto y de manera inexplicable se hallaba en medio de un río luchando contra la corriente y cargando con una niña pequeña. Al final consiguió alcanzar la orilla poniendo a salvo primero a la pequeña por encima de él y después consiguió salir de aquellas húmedas arenas movedizas. Una vez en tierra firme recapituló. Los vestigios de la batalla habían desaparecido, incluso el clima era más seco, como si le hubiesen teletransportado a un lugar mucho más lejano. Los ojos se le abrieron como platos en cuanto reconoció a la pequeña que no cesaba de toser y de escupir retazos de agua.
—¡Sherezade!
Le arrancaron de su estupor un conjunto de ovaciones y aplausos que se hicieron más ruidosos pasados unos segundos. Caín examinó su alrededor. La muchedumbre se arremolinaba en torno a ellos dos formando un gran corro y no se cansaban de gritar su nombre y de aplaudirle. Todos ellos parecían vestidos como en las películas e historias del Lejano Oeste. Se analizó a sí mismo y descubrió que sus ropas también habían cambiado acabando con la teoría de la teletransportación. Sus pantalones de cuero habían sido sustituidos por otros que parecían de tela vaquera oscura y sus pesadas botas con tachuelas ahora acababan en punta y tenían espuelas. Con su chaqueta pasaba lo mismo, ahora la tela blanca se pegaba a su cuerpo, calada, y frunció el entrecejo al ver el chaleco negro y el molesto lazo pegado a su garganta. Lo que más le llamó la atención fue una estrella de seis puntas plateada que resplandecía en su pecho.
—Bien hecho, sheriff —le felicitó una voz que Caín reconoció al momento a pesar del aspecto que lucía su intendente.
—¿Qué está pasando aquí, Adramelech?
Su intendente le lanzó un sombrero vaquero rojo con la misma estrella de su pechera.
—Acaba de salvar a esta niña de morirse ahogada. ¿Acaso se ha golpeado la cabeza con una roca? ¿Necesita atención médica?
CONTINUARÁ
¡Chaaaaaaaaaaaaaaaan!
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El fin de semana (espero poder el sábado) pongo la segunda parte que es la más loca de todas.
Si os ha gustado que no se os olvide vitar oara apoyar la historiay bueno, ya sabéis que los comentarios siempre son bienvenidos^^
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