Especial Halloween: Primera parte
Este especial no cuenta para la historia principal, es más bien un divague para pasar un rato entretenido.
Que lo disfrutéis^^
EDIT: Acabo de ver que son 40 páginas!!! Así que voy a dividirlo en dos pero las voy a publicar a la vez
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Las leyendas hablan de un loro de plumas rojas como el ocaso en el pecho y verdes en la espalda. Al llegar el otoño volaba de rama en rama tiñendo las hojas con sus plumas rojas y así el paisaje se volvió dorado, ámbar y ocre. Las hojas así coloreadas comenzaron a caer y las gentes tenían miedo de que sus árboles muriesen. Por eso se cuenta que siempre se le ha intentado dar caza, aunque nadie lo ha conseguido hasta ahora.
La flecha cruzó el aire como una saeta y se clavó en el plumífero pecho rojo del pájaro. Los cuervos ocultos en las ramas huyeron volando en un torbellino negro cuando sintieron a su compañero caer tan inesperadamente.
—Tienes buena puntería —apuntó Caín tras observar el cadáver del ave desangrándose en el suelo.
—Una cosa menos. Estoy cansada, Caín. Vamos a pasear por el pueblo.
Charmed Oak, así se llamaba aquella villa desangelada del norte de Europa. Sus habitantes se tomaban Halloween más en serio que muchos otros sitios, por ello si alguien quería pasar miedo de verdad, aquella noche del año era perfecta para pasar la noche. Tras ellos se extendía una empinada colina y sobre la yerma tierra sobresalían tumbas del cementerio cual espinas de un tallo de rosal. Amara echó un último vistazo al gran roble centenario que hacía de vigila del pueblo, situado justo a la entada de éste, y el arrugado tronco le devolvió la mirada con dos oscuros y profundos ojos tallados hoscamente en la corteza. Aquel roble era quien le daba el nombre a la aldea. Se decía que allí mucho tiempo atrás había vivido un poderoso druida y obsesionado por conseguir la inmortalidad talló su rostro en el tronco de su árbol preferido.
El treinta y uno de diciembre se celebraba en casi todas las ciudades la fiesta de Halloween. Al principio derivaba de un rito pagano muy antiguo y la Inquisición tras su fracaso por abolirla la cristianizó, dándole su toque religioso. Se decía que aquella noche, la noche más larga del año se permitía a los espíritus volver por un día con los vivos. La Inquisición llamó al uno de noviembre la Fiesta de todos los Santos y las familias acudían a los cementerios a pasar el día con sus seres queridos que ya habían acabado su viaje. No estaban tan desencaminados pues aquel día se les permitiría a aquellos que han tenido un buen comportamiento en el Purgatorio regresar a la Tierra. Los ángeles los guiarían en un gran desfile, aunque los ojos mortales no pudiesen verlos, pero sí sentirlos entre ellos.
La noche de Halloween para un ángel resultaba la noche más agotadora, pues tenían que permanecer en guardia constantemente para arreglar los desastres que los demonios y diablos ocasionaban. Numerosos incendios, desfiles macabros, rituales satánicos y asesinatos.
En Charmed Oak se tomaban muy en serio toda la parafernalia tenebrosa, decorando las calles con calabazas talladas y banderines negros. Los habitantes se disfrazaban y los más jóvenes recorrían las casas pidiendo dulces. A Amara la idea de regalar dulces a los niños le entusiasmó, le parecía una idea muy divertida para enfrentarse al más allá y dejar atrás los temores. Envidiaba a los humanos, ellos podían hacer cosas divertidas constantemente, cualquier excusa era buena. Ellos en cambio tendrían más misiones tediosas que el resto del año.
Era época de frutos secos y las calles se impregnaban del olor de las castañas asadas. Las hojas caídas se amontonaban en grandes montones y los niños saltaban sobre ellas, jugando con las hojas como si de monedas de oro se tratasen.
—¿Te está pareciendo romántica nuestra cita? —la preguntó el diablo mientras paseaban cogidos del brazo entre las estrechas calles.
—Tiene un aire macabro que la hace romántica.
—Te he estado leyendo la mente.
—Ya me he dado cuenta.
—Te gustaría celebrar Halloween, ¿verdad?
Amara le miró a los ojos y le dedicó una media sonrisa.
—Claro, ¿a quién no? Tiene que ser divertido pasear por los mismos adoquines y encontrarte con tus vecinos disfrazados de vampiros.
—A ellos no les hace mucha gracia, ¿sabes?
—¿A los vampiros de verdad te refieres?
Caín asintió.
—Los hay que se lo toman con humor, pero los elitistas, los que se creen superiores al resto, ven como un insulto que seres tan inferiores intenten imitarlos tan patéticamente.
—Pues qué vampiros más aburridos.
—Ya lo creo. ¿Te cuento un secreto? —le dijo el diablo al oído. La piel se le puso de gallina al sentir el aliento de él tan próximo.
—Me encantan los secretos —contestó ella, emocionada.
—Mañana voy a salir a pedir dulces.
Amara le golpeó en el hombro por tomarla el pelo. Se había creído que le iba a contar algo importante.
—Sí claro, ¿Y de qué te vas a disfrazar? ¿De ángel?
—Te lo digo en serio, y todavía no lo he decidido.
Amara se quedó muy inmóvil. Caín la miró, preocupado, pero los ojos de ella irradiaban estrellas.
—¿Puedo ir yo también? —le rogó.
—A eso quería llegar. Le prometí a una niña pequeña, se llama Sherezade, que la acompañaría pues es el primer Halloween que celebra y le hace mucha ilusión. Se me había ocurrido que tú también podrías venir.
—No conocía esa faceta tuya.
—Lo de Sherezade es un caso especial, tengo planes para ella.
Amara echó un vistazo a su alrededor. Todos estaban muy ocupados adornando sus puestos con motivos de Halloween. Una señora bastante mayor vendía manzanas caramelizadas. Amara sonrió malévolamente, había tenido una idea genial.
—Me apetece una manzana de ésas —le hizo saber al diablo señalando a la vendedora.
—¿Una manzana? ¿Te apetece ser tentada?
—Estamos en una cita y los chicos invitan a tomar algo a la chica así que yo quiero que me invites a una manzana de caramelo.
—Si quieres que me comporte como un chico normal vámonos a un establo a tener sexo duro.
—He dicho que quiero una manzana.
No había terminado de decirlo cuando ya se había acercado a la mujer. Caín, resignado, la siguió. Minutos después Amara saboreaba una caliente manzana roja recubierta de caramelo goteante.
—Has dicho que no tenías decidido el disfraz, ¿no? —le preguntó saboreando el azúcar tostada. Caín asintió con la cabeza—. Pues quien le dé el último bocado gana y elige de qué irá disfrazado el otro.
—Así que quieres jugar —dijo el diablo relamiéndose.
Intercambiaron apetitosos bocados mientras aprovechaban para jugar con sus bocas. Caín no mordía la manzana, sino que buscaba sus labios. Al final se pringaron de caramelo y Amara incluso se atragantó una vez. Se acercaban al bocado final y la tensión aumentó. Caín podía leerla la mente para saber cuándo iba a atacar con sus dientes, pero Amara sabía como salirse con la suya. Empezó a imaginarse a ella misma jugueteando sensualmente con la manzana y pasándola por el cuerpo de otra mujer completamente desnuda. Caín se quedó de piedra al leerle semejantes pensamientos, momentos que el ángel aprovechó para llevarse el último bocado.
—Eres un pervertido y tienes un serio problema con eso —proclamó ella triunfante mientras rebañaba el palo de madera.
Ante semejante humillación Caín pensaba desesperadamente cómo arreglar su imagen.
—Bueno, ¿y cuál es tu fantasía secreta? ¿Un vampiro sexy o un policía? Yo puedo hacerla realidad.
—Un gato.
—¿¡Un qué!?
—Ya me has oído, un lindo gatito con peludas orejas, rizados bigotes y un sonoro cascabel en su cuello.
—No puedes hacerme esto.
—Sí que puedo. Teníamos un trato y sabes que los tratos no se pueden romper. No pongas esa cara, yo me disfrazaré de diablesa sexy para ti.
—¿Cómo las dibujan los de la Inquisición?
—Sí, con cuernos y tridente incluidos.
—Eso último me gusta, pero lo otro… ¿Qué pensará la gente que me reconozca?
—¿Quién te va a reconocer en este pueblo?
—Nunca se sabe —alegó el.
—Pues la próxima vez controla tu testosterona. Se hace tarde, mañana a las seis en el roble de la entrada, ¿De acuerdo?
Caín la llamó de todo, parecía furioso. Unos jóvenes que pasaban por allí se le quedaron mirando, asustados. Amara rió y le robó un beso de despedida.
—Vete practicando tu maullido —añadió antes de desaparecer.
Los jóvenes que se habían asustado de los vozarrones que pegaba Caín siguieron su camino, hasta el cementerio. Eligieron una tumba muy antigua y misteriosa, sin ninguna inscripción salvo un extraño sígil y extrajeron un tablero repleto de símbolos esotéricos que llevaban oculto en unas telas negras. Los cuatro amigos se sentaron alrededor de él. Eran dos chicas y dos chicos. El más alto de ellos y que parecía el líder trabajaba en la tienda de su tía. Allí entre polvo y decenas de trastos inútiles y antigüedades lo había encontrado junto con un pequeño libro de cubierta negra y arrugada.
De un saco que también habían traído semioculto extrajeron un gato negro y tieso que habían matado y le prendieron fuego. El desagradable olor a quemado se filtró por sus pituitarias. El líder abrió el grimorio por la página que correspondía y comenzó a leer en voz alta palabras intendibles y casi impronunciables. Los otros tres se tomaron de las manos y repitieron las palabras que habían memorizado previamente. Las llamas se tornaron verdes y la temperatura descendió. Tras acabar la primera parte del ritual, sacaron un pequeño pájaro también muerto, y con una navaja le rebanaron el pescuezo. La sangre brotó y dejaron que gotease sobre el mismo fuego que consumía las cenizas del gato. Volvieron a pronunciar las palabras mágicas y el fuego se tornó azul. Para la última parte vertieron sobre la pequeña hoguera trozos de uñas ensangrentadas. Las llamas flameaban negras. Había llegado el momento culmen. Todos los participantes mostraron a los últimos rayos de sol sus muñecas en las que habían inscrito un símbolo cada uno: el sol y la luna entrelazados, la cruz egipcia, un caballo negro y símbolo de lo rechazados. Con la misma navaja con que habían cortado la cabeza del pájaro, se cortaron un tajo en sendos dibujos y juntaron las cuatro heridas. El gato se había terminado de consumir y tras asegurarse que el fuego negro se había extinguido, esparcieron las cenizas sobre el tablero. En esos momentos el aire se había detenido, pero las cenizas se movían solas como si alguien invisible estuviese soplando sobre ellas. Primero fue una especie de “Y”, después más letras comenzaron a dibujarse hasta formar una enigmática palabra: Yule. Ninguno de ellos cuatro habían oído ese nombre nunca, pero les inspiraba un temor y una fuerza inexplicables. Después de eso no ocurrió nada más salvo el relinche de un caballo a lo lejos, en las profundidades del bosque, pero nada más fuera de lo normal sucedió.
—¿Ya está? —exclamó decepcionada una de las chicas.
—Vayámonos a casa, vaya una pérdida de tiempo —dijo otro.
Al final no les quedó más remedio que regresar. El líder sabía que algo había pasado, lo que no se pudieron imaginar es que habían liberado la clave para pasar la noche más terrorífica de su vida.
A la mañana siguiente cuatro jóvenes habían desaparecido, pero nadie sabía qué había ocurrido realmente.
—Se acerca Halloween —les recordó un borracho que iba hasta las cejas de whisky.
Una boca de madera con dientes centenarios reía malévolamente. Nadie era consciente de que el dibujo del rostro del roble había cambiado.
* * *
Caín observaba embelesado a la personificación de la luna que danzaba en frente suyo. Ireth llevaba un sencillo vestido gris que en la oscuridad resplandecía como miles de hilos plateados, era como si el vestido estuviese hecho con un pedazo de cielo y cuando el sol se ocultaba las estrellas decidían encender su luz. Tenía bastante vuelo y al girar sobre ella misma, el vestido se abría en diminutos pétalos emulando a un crisantemo. El color anaranjado de su cabello no podía ser más adecuado para la ocasión, adornado por una delgada tiara de obsidiana. Pequeñas piedras también negras adornaban su suntuoso escote.
—¿Entonces te gusta? —le preguntó algo mareada por haber dado tantas vueltas. Aprovechó este detalle para dejarse caer sobre el diablo.
—Estás…increíble —contestó aún sin encontrar una palabra para definirla—. ¿Y a qué se debe esta repentina ilusión por llevar un vestido así?
—Muy gracioso, hazte el tonto, como si no lo supieras ya.
—De verdad que no lo sé.
El semblante de la semidemonio cambió.
—¡Mañana es la noche de Samhain! —le recordó articulando exageradamente, dando a entender que era lo más obvio del mundo —. Mañana comienza el año nuevo.
—Sí, eso ya lo sé.
—¿No me digas que no recuerdas la promesa que me hiciste el año pasado? ¿Tan borracho ibas?
Caín trató de hacer memoria. Era cierto que recordaba algo de una promesa. Venía de haber pasado toda una noche de celebraciones e iba bien puesto de todo tipo de sustancias. Ella había salido a recibirle y recordaba cómo se había aprovechado de su situación para intentar conseguir algo con él, pero su estado era tan reprobable que ella tuvo que cuidarlo y le prometió que al año que viene la dejaría acompañarle para vigilarle e impedir que volviese a acabar tan mal.
—Ese vestido es demasiado bonito para una ceremonia así. Una túnica sencilla y negra te vendrá mejor.
—Ése no es atuendo para la representante de la diosa Wicca.
Los ojos del diablo se abrieron de golpe.
—¿Desde cuándo eres una bruja?
—Me estás enfadando ya. Me prometiste que me elegirías, así que no te escaquees ahora. Mañana por la noche tú y yo… —a medida que hablaba fue posando sus manos sobre los hombros del diablo de forma bastante sensual.
—Me temo que mañana no pasará nada de eso —la detuvo secamente.
—¿No me digas que volverás a elegir a una bruja de esas que se la pasan entre sapos y gatos?
—¿No te lo ha dicho Adramelech? Este año no pienso asistir a la celebración.
—No lo sabía, una semidemonio como yo no tiene derecho a hablarle a un demonio tan antiguo. ¿Y por qué no? —añadió tras un momento de pausa.
—Este año pretenden llevar a cabo un espectáculo de fuego con numerosas hogueras e incendios.
—Todos los años se producen incendios para fastidiar a los de la Inquisición.
—Pero no forman parte del ritual, esta vez sí.
—Eres nuestro Satanás, ¿cómo no vas a encarnar a Samhain en esta fiesta?
—Precisamente por eso puedo hacer lo que me dé la gana.
—¿Entonces quién hará de Samhain y se juntará con la diosa Wicca?
—Adramelech. Él preferiría que directamente fueses desnuda debajo de una tela negra. Aunque tengo entendido que ya le tiene el ojo echado a una bruja joven…
Ireth ya no quiso escuchar más y abandonó el castillo tan aprisa que ni siquiera se dio cuenta de que aún llevaba el vestido puesto. Seis mil insultos cada cual más denigrante se le ocurrían para calificar a Caín. Ya no sabía ni qué inventarse para rechazarla. Nunca la dejaba participar en ningún ritual, ya fuese alguna misa negra o un aquelarre, y para una vez que le había dado permiso de hacerlo él no iba. Seguramente preferiría pasárselas con el ángel ese que tan atontado le tenía. No es que fuera celosa, si lo fuese no habría podido aguantar tanto tiempo a su lado, pero una cosa era que se acostase con quien le viniese en gana y otra que la ignorase por completo.
Ireth se detuvo un momento. Le había dado la sensación de que alguien la seguía. Reanudó la marcha, ya que no pudo sentir a nadie. De nuevo le entró aquella sensación y volvió a pararse. Miró a su alrededor, pero las calles estaban completamente vacías en vísperas a la fiesta que se celebraría a la noche siguiente. Siguió caminando furiosa porque sentía que estaban jugando con ella. Ése era otro de los motivos por los que Caín no la dejaba salir sola. Al ser medio ángel no era muy aceptada por los demás, y menos cuando no había participado en ningún ritual u orgía desenfrenada y eso levantaba más el interés hacia los demás. Con el tiempo habían aprendido que lo mejor era que ni la mirasen, o la furia de Caín caería sobre ellos. La verdad es que en varias ocasiones parte de la culpa había sido de ella por provocarles. El viento cortante silbó bajo su oído y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Sus cabellos se mecían desordenados y su vestido se abría solo. Se chocó casi sin darse cuenta con un par de niños que habían decidido adelantarse al resto del mundo luciendo sus disfraces de esqueleto y chamán budista.
—¿Truco o trato? —formularon con sus irritantes y siniestras voces.
—No tengo nada que daros.
—Pues déjanos que te toquemos una teta por lo menos.
Uno de los ojos de la semidemonio brilló de un rojo amenazador y los hijos de los satanistas huyeron como alma que lleva al diablo, completamente aterrados. A uno le había quitado la voz y al otro, la vista. Con eso aprenderían a mostrar más respeto por las criaturas del Infierno.
Volvió a sentir otra presencia, esta vez detrás de ella soplándole en la nuca y acariciándole la espalda. Se giró sobresaltada, pero en vez de encontrarse con los altos rascacielos a los que estaba acostumbrada, un blanco intenso la hizo protegerse los ojos ante el cambio tan brusco. Podía sentir la nieve hundiéndose y humedeciendo sus pies descalzos. Pequeños copos del mismo blanco purificador caían del cielo y se posaban cual esquirlas de rocío sobre sus revueltos cabellos. Ireth extendió una mano y dejó que uno de los copos se derritiese entre sus dedos. ¿Dónde estaba? Alguien la rodeó por la cintura con fuertes brazos y sintió su aliento apoyado sobre su cuello. Se volvió como pudo y se encontró con suaves cabellos caoba que se aplastaron contra ella.
—Tú… ¿Quién eres en realidad? —preguntó con voz entrecortada.
—Pronto volveremos a estar juntos, Selene —susurró una dulce voz.
El suelo se tiñó de rojo.
Un parpadeo.
Las negras calles de Enoc volvían a rodearla con su opresor abrazo. A lo lejos alguien gritaba su nombre. No su nombre de nacimiento, sino el que le habían asignado al abandonar los cielos y renacer como criatura maldita.
—¡Ireth, qué susto me has dado! —exclamó Caín cuando aliviado comprobó que la chica se encontraba bien. La rodeó con su cuerpo y hundió su cabeza en su regazo.
En un principio había dejado que se marchara porque cuando ella se ponía en ese plan era lo mejor, pero después le entró el miedo por que algo le pasara, por eso se lanzó a su búsqueda. Al verla tan quieta en medio de la calle se había temido lo peor, pero ahora que podía sentirla respirando tan próxima se juró a sí mismo que no permitiría que nada la pasara.
—Caín…¿Quién es él? —le preguntó sin inmutarse por la muestra de cariño.
—¿A quién te refieres?
Nada más terminar de formular la pregunta le leyó la mente y comprendió a quién se refería.
—Alguien del que te tengo que proteger.
—¿Por qué? ¡Sabe mi verdadero nombre!
—Por eso mismo. Mañana Amara y yo habíamos pensado disfrazarnos, será mejor que te vengas con nosotros. Sherezade también vendrá.
—¿Entonces pensabas abandonarme durante la ceremonia para irte a recoger dulces con la mojigata esa?
—Ella no conoce todas las costumbres, para el Cielo La Fiesta de todos los santos es un día complicado y pensé que…sería bueno que conociese el lado divertido de la vida.
—Estoy cansada…Llévame a mi cama, por favor.
Se dejó caer sin fuerzas y Caín la tomó entre sus brazos, regresando al negro castillo cuyas retorcidas torres se alzaban sobre el resto de la ciudad condenada.
* * *
Gabriel jadeó en la oscuridad y sus ojos se abrieron de golpe. Las suaves sábanas se pegaban a su cuerpo y la calidez de una mujer latía sobre su pecho. A medida que sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad las siluetas que le rodeaban se fueron haciendo reconocibles, seguía en su habitación de la Rosa Dorada. Una pesadilla, tan sólo había sido eso. Iraia gimió tenuemente y se desperezó al sentir que su lecho se había incorporado.
—¿Qué haces despierto a estas horas, Gabri? —susurró con voz ronca—. Anda, duérmete que mañana será un día muy ajetreado.
—Lo siento —se disculpó mientras besaba sus homóplatos—. Sólo era una pesadilla.
El ángel de oscura tez se volteó, quedando boca arriba y sus pechos se rozaron con el formado torso del hombre al que amaba.
—¿Sigues soñando con eso?
—No, Esta vez no tenía nada que ver. Los estilistas, que me hacían un peinado horrible y me maquillaban de una forma que daba miedo, créeme —mintió.
Al principio de su noviazgo Gabriel solía despertarse en medio de la noche, gritando y cubierto de sudor frío. Todavía le quedaban secuelas de la muerte de sus padres y a Iraia esto le preocupaba, pero a medida que sus días juntos se sucedían, las pesadillas parecieron desaparecer. Aquella noche habían vuelto a atormentarle.
—Gabri, mañana vas a estar guapísimo, he visto tu traje y es maravilloso. Me va a costar aguantar hasta el final de la celebración para arrancártelo —se insinuó.
El inconfundible aroma a vainilla que desprendía el cuerpo de la chica le envolvió despertando por completo a su adormecido cerebro.
—No es el traje lo que me preocupa, sino los estilistas. Me quieren pintar como a una drac queen.
. Los labios de Iraia besaron los suyos con ternura.
—Anda, duérmete amor.
Pero Gabriel hizo caso omiso de sus palabras y comenzó a besuquearla el cuello y enredó su mano jugueteando entre los muslos del ángel.
—¿Qué estás haciendo? —soltó entre una risita.
Un intenso beso en la boca para callarla fue su respuesta.
—Apenas hemos descansado una hora —trataba Iraia de resistirse.
—Ya deberías saber lo rápido que me repongo.
Intercambiaron más besos y caricias e Iraia comprendió que ya era demasiado tarde, su interior había vuelto a encenderse y si Gabriel no apagaba el fuego no podría volver a dormirse. Se abrió para él y se dejó escurrir entre las sábanas y la pasión. Estaba locamente enamorada de ese ángel y lo sabía desde que le vio por primera vez tan inocente, tan necesitado de luz. Los que viviesen debajo de ellos tenían que estar más que hartos.
* * *
Ireth no podía conciliar el sueño, ni quería. Sin Caín para que la reconfortase no estaba dispuesta a exponerse a las pesadillas. Abandonó su cama y entreabrió la puerta para echar un vistazo a su alrededor. Caín se había encerrado en su estudio y las agudas notas de su violín impregnaban lo solitarios pasillos. Se vistió con una bata azul y se dirigió a la biblioteca no sin antes olvidarse de echarse al bolsillo una pequeña llave.
Los libros en primera fila eran todos eróticos, pero esos no eran los que buscaba la semidemonio. Repasó los diferentes lomos escritos en varios dialectos mágicos. Algunos sabía descifrarlos y otros no le decían absolutamente nada. Una pequeña nube de polvo se levantó tras su paso. Muchos de aquellos ejemplares llevaban siglos sin ser abiertos. Sin darse cuenta sus yemas quedaron marcadas en la fina película polvorosa.
Se dirigió al estante relacionado con los rituales y extrajo uno dedicado a la mitología celta. Asintió satisfecha cuando las hojas amarillentas se detuvieron en el capítulo dedicado a Samhain. La noche del treinta y uno de diciembre era la más importante pues era la última del año. Aquella noche se les permitía a los muertos volver a la Tierra para festejar la llegada del año nuevo junto a los vivos. Aquella noche se decía también que la diosa Wicca se reencontraría con su hermano Samhain, su dios de los muertos, para practicar el incesto y el dios Yule renacería. En la actualidad aquella fiesta se seguía celebrando porque era la noche más larga del año y la disposición planetaria era la más adecuada para practicar brujería. El diablo más poderoso en representación a Samhain elegía a una de las brujas para representar a la diosa Wicca y por tanto se convertiría en la líder de su aquelarre durante aquel año, sin embargo nadie mencionaba nada del tal Yule. De todos era sabido que la mayoría de dioses paganos, hadas y seres alados sagrados eran en realidad demonios, los ángeles raras veces se dejaban ver. Samhain o Lucifer, daba igual como se le llamase, su poder oscuro era el mismo en todos lados. Siguió buscando entre la colección de grimorios por si encontraba algo que mencionase al dios Yule. Extrajo de un bolsillo la llave que había cogido antes de bajar a aquel laberinto de papel y sonrió satisfecha. La llave se la había robado al propio Adramelech y abría el armario con documentos exclusivos para Satanás. La puerta del armario cedió y tres libros muy bien conservados hacían latir sus hojas para que ella se sumergiera en los ríos de tinta y sangre. Uno de ellos estaba encuadernado en piel roja, el otro era negro aterciopelado y el tercero, poseía un color marrón metálico mezclado con verde. La cubierta de los tres estaba elaborada con piel humana, Ireth lo percibió desde el momento en que sus ojos se fijaron en la extraña energía que desprendían. Eligió el de color rojo, el de mayor volumen, y descubrió que se trataba de una lista con todos los nombres de las almas que se hallaban prisioneras en el Infierno. Estaba dividido en varias secciones, para diferenciar a los demonios de los pobres humanos. Se situó en la parte que mencionaba a todos los demonios y leyó la larga lista. Afortunadamente estaba ordenada por orden alfabético así que pasó rápidamente las páginas hasta que llegó casi al final, esperando a que Yule fuese el verdadero nombre del demonio en cuestión. Casi se le pasa de largo el corto nombre de cuatro letras. Todos venían acompañados del sígil que representaba a su demonio, pero éste no tenía ninguno, se le había arrebatado. Ese castigo sólo se le aplicaba a aquellos que habían cometido una de las mayores faltas: intentar derrocar a su señor Lucifer.
Según los datos del registro, Yule fue un demonio poderosísimo que consiguió un numeroso séquito de seguidores dispuestos a servirle como Satanás. Estuvieron a punto de lograrlo, pero ni siquiera ellos pudieron contra el más hermoso Caído, por lo que el castigo que se les impuso fue más duro que cualquier otro.
La esquina amarillenta se le pegó en los dedos y mientras trataba de separarlas para poder pasar de página, el filo de papel rasgó su akasha. Maldijo llevándose la herida a la boca. Una simple gota de sangre había florecido, tiñendo la esquina con su esencia y la mancha se extendió cual chispa de fuego en el aceite. Pequeñas ramificaciones como venas se extendían por todo el documento, destruyendo el papel cual ácido. Ireth horrorizada trató de detenerlo, pero sólo consiguió mancharse la mano. El papel había quedado completamente carbonizado, salvo nuevas letras que habían aparecido en rojo. Aquellos símbolos formaban un sígil, uno que nunca había visto: el sígil de Yule.
Un viento invisible apagó las velas que derramaban su luz trémula y las sombras que la rodeaban desaparecieron. Completamente sola y sin ver nada se aferró a ella misma para reconfortarse. Golpes amenazantes retumbaron en el suelo, paredes y diferentes pasillos. Ireth se abrochó la bata y extrajo sus dos dagas, sea quien fuese no la iba a asustar tan fácilmente, no después de todos los horrores que había vivido.
Más golpes, más temblores. Algo agitaba las estanterías y éstas bailaban macabramente, expulsando los volúmenes que retenían entre su seno. Con el ruido que estaban produciendo era imposible que Caín no se hubiese enterado. El chirrido de unas garras metálicas arañando el hierro perforó sus oídos. Cada vez estaba más cercano y la semidemonio podía oler su pérfido aliento. La luz de una linterna la deslumbró. A partir de ese momento todo se volvió confuso, pero Ireth nunca olvidaría el horrible rostro de aquella criatura infame: la piel arrugada se le pegaba a los huesos, una enorme verruga le impedía abrir el ojo derecho y portaba un nabo hueco con un cartón ardiendo que le hacía de luz guía.
* * *
La rueda de madera encalló con una roca que sobresalía de la tierra árida e hizo que la carreta descarrilase, volcándose toda la mercancía. Eso a Harry Rickford no le hizo ninguna gracia. Maldijo al Demonio diez veces con todo tipo de improperios y ayudó a recuperarse a su mujer. La señora Rickford también hacía presente su nerviosismo, aunque trataba de hacer calmar a su marido. Estaba anocheciendo y por esos bosques no era seguro caminar, bandidos y asesinos acechaban desde las oscuras lindes. Tuvieron que encender un farol para poder ver y vendaron la pata de su desaliñada yegua. El arrullo del viento se iba haciendo más tétrico y las horas de luz se acababan. Los búhos y otras criaturas nocturnas despertaron. El señor Rickford se aferró a su crucifijo. Una bandada de cuervos les sorprendió y la señora Rickford exclamó un grito.
—Tranquila Wendy, no son más que unos pájaros —trató de calmar a su mujer.
—Harry, tenemos que salir de este bosque cuanto antes.
—En cuanto termine de reparar la maldita rueda reemprenderemos el camino.
—Todo es culpa tuya por haber tomado ese atajo desconocido.
Su discusión se vio interrumpida por el relinchar de un caballo.
—Genial, así podremos pedirle ayuda.
El galope del caballo se iba acercando. Debía de tratarse de un gran ejemplar, porque sus pasos sonaban fuertes, como los de uno de guerra. Una silueta negra se divisó a lo lejos y a Harry se le desorbitaron los ojos. El caballo era enorme, más negro que el plumaje de los cuervos, pero lo peor era su jinete. En lugar de una cabeza sobre sus hombros se sostenía una calabaza hueca. Harry y su mujer se montaron rápidamente en su vieja montura y trataron de huir de allí, pero por más que corrían no había manera de librarse del misterioso jinete sin cabeza. Perdieron la noción del tiempo que pasaron vagando perdidos por el bosque, hasta que su yegua no pudo más y tropezó con una raíz gruesa. Harry gimió de dolor y trató de sostenerse en su mujer para poder incorporarse, pero ella había rodado unos metros más atrás, demasiado cerca de su perseguidor. El jinete levantó su hacha y la embrujada luna arrancó unos destellos en el resbaladizo acero. Una ondulación del aire y la cabeza de la señora Rickford rodó antes de que le diese tiempo a la sangre a emanar. Harry gritó y se ahogó en sus propias lágrimas. El jinete levantó la recién cortada cabeza y se la colocó sobre sus hombros desprendiéndose de la calabaza hueca. Tras trastabillar con ella y descubrir que no era la suya la desechó. Una jauría de cuervos se abalanzaron contra los ojos. El jinete se dirigió al aterrado señor Rickford.
Harry no tenía donde ir, por eso decidió aferrarse al inerte cuerpo de su mujer hasta el final.
El jinete bajó del caballo, limpió su infalible hacha y recogió con su mano de monstruo por los cabellos a la cabeza de Harry, colocándola sobre sus hombros, ajustándose el cuello de la camisa.
—Por fin tengo una cabeza —rió la boca del señor Harry con una voz profunda y sobrenatural.
El jinete del Inframundo volvió a montarse sobre su imponedor caballo y desapareció entre los árboles de retorcidas ramas.
* * *
Sherezade corría por los pasillos del castillo gótico tirando del brazo de Caín. Si se daban prisa todavía podían llegar a tiempo, o eso querían pensar. Se detuvieron en seco ante la puerta de la biblioteca y sus corazones se afligieron. Todos los libros se encontraban desparramados sobre las losas del suelo. Rápidamente se pusieron a buscar entre las montañas de conocimientos, pero no quedaba rastro alguno de Ireth. Caín arremetió contra una estantería, enviándola hacia el fondo. ¿Cómo había podido ocurrir algo así? ¿Quién osaría a entrar en su castillo para llevársela? ¿Serían lo ángeles? Su cuerpo tembló y rogó porque no fuera así. De pronto sus desesperados ojos se posaron sobre el enorme volumen de piel roja. Lo sostuvo por la página en la que estaba abierta y contempló los restos de la página consumida. Casi deja caer el pesado libro al contemplar el sígil que brillaba entre el papel chamuscado con sangre roja y brillante.
—Yule —musitó.
Apretó más fuertemente su puño clavándose las uñas en su propia carne quemada.
—¿Sabes quién lo ha hecho? —preguntó la niña de grandes ojos grises con una voz impregnada de inocencia.
Caín asintió en silencio. Todas las piezas comenzaban a encajar. Alguien estaba tratando de liberar del Infierno al terrible demonio.
—Tengo que avisar a ese idota de Gabriel antes de que sea demasiado tarde.
Sherezade no dijo nada, pero pensó que ojalá estuviese de vuelta para recoger dulces al día siguiente. Nunca se había disfrazado y tenía mucha ilusión en ello.
Caín se infiltró en el Cielo sin ningún problema. La marca de su maldición le hacía invisible a los terribles centinelas divinos. Si no se equivocaba Gabriel tendría que vivir en el gran castillo del sexto Cielo. Demasiado cerca de Avarot, pero no era momento para vacilar. Todo había cambiado desde los tiempos en que él lucía plumas blancas y se paseaba por los pasadizos secretos tratando de conseguir información que los altos cargos ocultaban al resto. De pronto sintió que alguien se acercaba y se ocultó detrás de una descomunal estatua de oro. De detrás de un amplio cuadro que representaba a los arcángeles salió el mismísimo Raphael. Caín tuvo que reprimir su impulso de no lanzarse contar él y cobrarse de una vez su venganza, pero decidió aguardar. Intrigado por lo que podía haber en ese pasadizo secreto, en cuanto el arcángel desapareció entre el gran corredor de oro blanco y platino, se introdujo por la puerta secreta de detrás del cuadro, no sin antes dibujarle unos buenos bigotes y cuernos a cada uno. Avanzó durante un rato por un largo pasillo alumbrado tenuemente por candiles sujetados por querubines de mármol.
Por fin llegó a lo que parecía el final y tras empujar con cuidado la puerta y asomarse lo mínimo, observó que se hallaba en una lujosa habitación. Columnas de marfil y oro sujetaban sábanas de seda blanca que cubrían el techo a modo de carpa. Las paredes estaban decoradas de forma que representaban diferentes jardines cubiertos de coloridas flores. La luz que se filtraba por los ventanales adoptaba un ligero tono verdoso, era como estar en el Edén. Debía de ser la alcoba del arcángel y Caín rió por lo bajo porque había descubierto el pasadizo que le haría más fácil matarlo. Se imaginaba la cara que pondría cuando viese entrar por la puerta de su consulta al diablo que una vez había torturado. Tuvo que dejar de fantasear y poner los pies en tierra firme. Allí no estaba lo que había venido a buscar por lo que no tenía sentido que perdiese más tiempo.
Estaba a punto de regresar cuando le pareció escuchar el murmullo del agua al caer. ¿Había alguien más allí? Una melodiosa canción llenó la habitación y llegó hasta los oídos de Caín, meciéndolo en un dulce estado. Aquella voz ya la había escuchado antes. Intrigado por el ave del paraíso que poseyese semejante voz entró en el baño y su corazón dejó de latir cuando contempló a Amara cubierta por un traje de espuma y burbujas. El ángel se encontraba recostado sobre la lujosa bañera, con las piernas estiradas y jugueteando con sus pies. Su larga melena de hilos dorados se la había recogido en un informal moño, con algunas rebeldes y ensortijadas hebras cayendo sobre su inocente rostro. La espuma se arremolinaba en torno a sus pechos, cubriéndolos. El diablo cerró los ojos y se dejó llevar por la armonía de la canción. Cuando la chica terminó de cantar él decidió descubrirse.
Amara estaba demasiado distraída como para percatarse de nada. Raphael le dejaba usar su baño siempre que quisiera, dejándola entrar por el pasadizo para que nadie la viese. Enredó los dedos de una mano en la burbujeante sustancia y con la otra se acarició a sí misma. Estaba preguntándose si debía de bajar más o abstenerse cuando sintió su piel endurecerse y los espejos empañarse. Ahogó una exclamación de sorpresa al descubrir los dos intensos ojos mercuriosos que la devoraban a unos pocos metros de distancia.
—¡Caín! No puedes ser realmente tú…
—Sí, mis entradas siempre producen el mismo efecto —anunció con una sonrisa.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No habrás venido a matar a Raphael?
El diablo negó.
—No he venido a matar a nadie. ¡Pero quién me iba a decir que encontraría algo así! —se relamió— Quizás sí que merezca la pena replantearme mi fe para venir al Cielo.
—Sigues tan idiota como siempre.
La muchacha había ocultado su cuerpo en el agua tanto como le era posible. No cesaba de temblar y no sabía muy bien de qué. El diablo se acercó a ella, colocándose al borde de la bañera y acarició la cara de la joven con los dedos corazón e índice.
—Hace demasiado calor en esta habitación, ¿no crees? —le preguntó el ángel a Caín—. Con esa pesada chaqueta que llevas tienes que estar asándote, déjame quitártela.
Amara liberó sus cabellos, que cayeron como una cascada y se los pasó por encima de sus hombros, dejándolos caer sobre sus senos. Entonces se irguió y el agua resbaló por todo su cuerpo. Caín lamentó mentalmente que la chica tuviese el cabello tan largo. Amara le despojó de su chaqueta de cuero con sus manos mojadas.
—En esta bañera caben perfectamente dos personas, ¿no crees? —le preguntó Caín mirando evaluadoramente la tentadora bañera.
Las miradas que se echaban el uno al otro eran abrasadoras. A Amara le quemaba todo el cuerpo a pesar de que el agua se estaba comenzando a enfriar. No estaba bien lo que estaba haciendo, pero ya no tenía escapatoria. Ni el diablo se iba a ir como si nada ni ella estaba dispuesta a desperdiciar una ocasión así.
—Pero sólo se aceptan personas desnudas —le respondió a su auto invitación.
—De acuerdo.
Caín comenzó a desabrocharse las botas delante de ella, sin ningún pudor.
—Espera. Siempre…siempre he tenido curiosidad por ver cómo es la marca de la maldición —explicó ella ruborizándose al final de la frase por su descaro.
El diablo sonrió sensualmente y siguió despojándose de toda su ropa. Amara no se perdía ni un detalle. Cuando el diablo yacía completamente desnudo ante ella el ángel no podía separar la vista de su entrepierna. La había sentido varias veces bajo el pantalón, desafiante y dura, pero nunca la había tenido delante de esa forma. Ya había visto unos cuantos en cuadros y estatuas, pero no podía compararse con aquello. Imponía. El ángel sintió un pinchazo entre sus muslos. Entonces el diablo se dio la vuelta, dejando que ella le contemplase bien por detrás. Su espalda le provocaba querer arrimarse sobre ella, pero lo más interesante sin duda se encontraba algo más abajo. Su cola dejó de moverse como un felino y la retiró para que lo viese bien. La marca del todo y la nada, de lo masculino y femenino, de lo espiritual y terrenal, la marca de Metatrón lucía a modo de tatuaje sobre su duro y redondeado trasero. Amara pensó que jamás había contemplado una obra de arte tan perfecta y se avergonzó por dentro de todos los pensamientos que estaban tomando posesión de su cuerpo.
—No hagas eso —le dijo referente a lo de reprimir sus pensamientos—. La moral es algo que se nos ha implantado, pero no es más que una falsa ilusión.
Amara se hizo a un lado para dejarle espacio y el diablo se introdujo lentamente en la bañera. El agua se desbordó, pero a ninguno le importó. Amara abrió uno de los numerosos grifos que contenían esencias aromáticas y la dulce fragancia les embriagó.
—Huele a fresa, ¿sabes? Me recuerda a ti —le dijo el ángel rememorando una de sus conversaciones.
Caín se sentó a su lado pasando un brazo por encima de ella. Las puntas del cabello de la chica al entrar en contacto con el agua habían cambiado al color del arco-iris. Se dejaron de habladurías y pasaron a la acción.
Primero fueron sendos besos en la boca que intercambiaron gustosamente mientras se acariciaban sin ningún pudor. Aquello parecía un sueño, demasiado irreal e imposible para ambos. Pronto los besos no fueron suficientes para apagar su fiebre pasional y eran conscientes de que en cualquier momento el arcángel podría regresar así que no perdieron más tiempo. Todos sus actos estaban prohibidos y esa sensación de peligro añadido le daba más morbo aún a la situación.
Caín tomó del trasero a Amara y lo apretó con sus manos, colocándola sobre él. El ángel se acomodó sobre sus piernas y arrimó su pecho contra el del diablo. Sus endurecidos pezones se frotaban contra la piel quemada de él. Amara se detuvo y comenzó a irradiar una luz verde que se extendió por toda la bañera envolviendo a Caín que la miraba sorprendido. La energía regenerativa curó sus heridas y su piel volvió a florecer suave y tersa.
—Sólo durará un rato —le dijo, y volvió a la carga.
En realidad Amara estaba muy nerviosa, pues había llegado el momento que más temía y no quería que sus fuerzas le abandonasen de un momento a otro, por eso trató de concentrarse plenamente en lo que estaba haciendo, ya tendría tiempo para arrepentirse después, cuando ya no podría remediarlo y nada le arrebataría el placer vivido.
—¿Estás preparada? —le preguntó Caín
—Claro, pero antes hay algo que me gustaría hacerte —se relamió.
—¿En serio?
—Sí, pero tienes que prometerme que te reservarás para seguir haciendo más cosas.
—Eso no es problema, preciosa.
—Bien.
El ángel descendió mientras besaba el vientre del diablo y se detuvo sobre su ombligo. Ella no tenía uno y eso le llamaba la atención. Lo besó también y sus labios siguieron serpenteando hasta toparse con el poderoso miembro varonil que a pesar de la espesa capa de espuma que les cubría, su cabeza seguía sobresaliendo. Amara apartó toda la espuma burbujeante y lo abrazó con sus senos mientras se contoneaba. Caín contemplaba sorprendido el vaivén de su cuerpo.
—Vaya con la modosita —susurró Caín entrecortadamente.
—He estado informándome…para cuando llegase el momento —se ruborizó y rápidamente le guiñó un ojo.
Para Caín ella estaba más hermosa que nunca, con su cuerpo desnudo de alabastro sobre él. Esa mezcla de inocencia, descaro y rebeldía le volvía loco.
Amara decidió continuar con su boca y lo besó con sus labios vibrantes. Caín la instó a que siguiese por lo que le lamió con su lengua resbaladiza, pensando que si lo humedecía primero sería más fácil, pero pronto comprendió que no hacía falta porque la saliva se acumulaba en su boca. Caín la indicaba con su voz lo que tenía que hacer, pero descubrió que ella estaba haciendo lo que quería y no lo que le decía él. Esta rebeldía le excitó aún más.
Amara al principio se sentía extraña y algo cohibida, pero después comprendió que le gustaba. Lo mejor era sentir a Caín estremeciéndose por las sensaciones que ella le producía. Se sentía poderosa, por una vez ella llevaba el control de la situación. De pronto sintió que algo demasiado largo para tratarse del brazo del diablo penetró dentro de ella. Gimió. ¿Si el sesenta y nueve consistía en dos personas practicando simultáneamente el sexo oral, a aquello cómo se le denominaría?
—Aparta —le ordenó el diablo.
Amara obedeció aunque él no salió de ella, y cuando contempló la cara de éxtasis de Caín lo comprendió.
—¿Y a qué viene esa muestra de caballerosidad?
—He pensado que no quiero tratarte como a una más —le dijo entre jadeos.
La mirada de Caín brillaba de gozo, su cabello se le ensortijaba por la humedad y las perlas de agua se fusionaban con el sudor del placer que ella le había provocado.
—No pienses tanto.
No era tonta, sabía que lo único que había entre ellos era sexo por placer, pero se estaba preguntando cómo es que todavía no se había enamorado de aquel idiota. Amara se abalanzó y entrelazó sus manos por debajo de la cabeza de él. Sus bocas se fundieron de nuevo y el agua de la bañera volvió a desbordarse.
—Si me dejo llevar eres capaz de asesinarme —le susurró el diablo mientras jugueteaba con su pezón.
—Todavía tienes mucho que darme, no sería tan idiota de matarte ahora mismo —le tranquilizó mientras resbalaba entre sus piernas y le mordía a él el suyo.
—Pero algún día lo harás, eso lo sé desde que te conocí.
—No hablemos ahora de eso.
—Estás preciosa. Parece un sueño, el más dulce que he tenido.
Amara arqueó su cuerpo hacia atrás y se llevó los brazos a la cabeza para recogerse el cabello. Tal y como estaba en ese momento, con los senos expuestos hacia él y todos sus poros rezumando deseo, Caín pensó que estaba acariciando una rosa. Cuanto más se abría para él, más peligro corría de pincharse, y cuanto más se pinchaba con sus espinas de akasha un cosquilleo aliviaba su escozor. Sus pechos eran muy suaves y al contrario que su marmórea apariencia, cálidos.
—Estoy preparada.
Caín tomó su mano derecha y entrelazó sus dedos con los de ella.
—Quizás deberíamos cambiar posiciones —sugirió él.
—No, me gusta así. Desde aquí tengo buena perspectiva.
El diablo la guió hasta el lugar exacto y la ayudó a colocarse. Ella enredó sus piernas alrededor de él y sintió como resbalaban en su espalda mojada. Palpaba su miembro presionado contra sus muslos, erecto y dispuesto. Las piernas le temblaban, por eso Caín la agarró por debajo y tiró hacia sí.
—¡Ah! —gimió.
—Tranquila —mordisqueó su cuello.
—¿Ha entrado entera?
—No, todavía no.
Volvió a recolocarla y aprovechó para frotarse a sí misma los extremos para humedecerse aún más. Se dedicaron una última mirada en la que pusieron toda su emoción contenida antes de dejarse llevar por completo.
El grifo seguía abierto, el agua aromatizada fluía como el líquido de sus cuerpos y la bañera se desbordaba, dejándolo todo perdido. La espesa capa de vaho apenas reflejaba el vaivén de sus enmarañados cuerpos en el gran espejo que tenían en frente. La luz que traspasaba las coloridas vitrinas se desfragmentaba salpicándose con sus deleitosos gritos. Las gotas de agua se aplastaban contra sus caricias dibujando ribetes. Dos corazones desbocados latieron como uno solo.
La plácida atmósfera les envolvía en una flotante nube de vapor veinte minutos después. Caín por fin cerró el grifo y la elevó entre sus brazos.
—¿Qué estás haciendo?
Él la acalló con un beso más y se dirigió a la gran cama de matrimonio que se erigía sobre una plataforma rodeada de vegetación.
—Ah, no. ¡Raphael me va a matar!
Pero el diablo siguió haciendo caso omiso de sus comentarios y corrió la cortina semitransparente verde que caía desde el sobrecargado techo, posándola sobre las sábanas de plumas y raso.
—Ahora me toca a mí ser malo.
Siguió calcando con su lengua los trozos de su piel en su descenso a la llave de su cuerpo mientras ella se resistía y sucumbía a las sensaciones arrancadas con su lija de terciopelo. Ahora era él el que besaba y mordisqueaba su cáliz rebosante nuevamente. Amara lo veía todo reflejado en las reflectantes paredes y eso la sonrojaba a la vez que la excitaba. El trasero de Caín era digno de inmortalizarse en una escultura.
De pronto una puerta chirrió y sus médulas se sobresaltaron. Una mujer de suaves ondas castañas irrumpió en la habitación observando consternada el desastre tras resbalar con un charco espumoso. Caín tranquilizó mentalmente a la aterrorizada Amara tras comprobar aliviado que no se trataba del arcángel.
—Raphael, sé que mi cita no era hasta dentro de media hora, pero necesitaba verle.
—Tranquila, sabes que las puertas de mi consulta están abiertas siempre que necesites un chequeo de tu cuerpo —respondió Caín con toda naturalidad. Se alegraba de haber visto primero a Raphael para saber adoptar su atuendo.
Las pálidas mejillas de la mujer se tiñeron ligeramente de un suave rubor rosado.
—Por cierto, ¿qué estaba haciendo? —le preguntó extrañada por la peculiar postura en la que se hallaba el arcángel.
—¡Oh! Estaba experimentando con una nueva terapia que pienso poner en práctica con mis pacientes —dijo incorporándose de nuevo.
—Pues me encantaría probarla.
—Lo sé—sonrió ampliamente—pero primero te oscultaré.
Amara seguía todavía algo aturdida por todo lo que había pasado. Primero el momento onírico de pasión y ahora la conversación tan surrealista de la que estaba siendo testigo. Caín tenía que estar haciendo una ilusión por lo tanto ella era como si fuese invisible en esos momentos. Tuvo tentaciones de pellizcar y darle un cachete al diablo, pero se abstuvo porque sus existencias estaban en juego. Caín se acercó a la intrusa que se estaba desabrochando la abotonada blusa con nerviosismo, y le arrancó sus manos de los botones dando a entender que ya se encargaba él. Los ojitos ocultos tras unos cristales que simplemente los llevaba de adorno se abrieron de par en par y sus labios se torcieron en una mueca de dolor. El segundo apéndice de Caín había taladrado su espalda como un aguijón y la punta sobresalía bajo su busto. No tardó en florecer una amapola de acuarela en la blanca tela. Amara también profirió un grito de espanto.
—¿Qué has hecho? —le reprendió tras observar cómo se desfallecía el inerte cuerpo entre los brazos del ser que la había besado con tanta ternura.
—Nos habría acabado delatando.
—¿Y no bastaba con modificarle los recuerdos?
—Necesitaba un cadáver de todas formas.
Amara miró entristecida los ojos sin brillo de la mujer. La reconoció como la bibliotecaria.
—Tengo que irme, Amara. ¿Qué tal te encuentras?
—Bien si no fuese por esto último.
—No tenemos remedio.
—No y mañana tienes una promesa que cumplir —le recordó—. ¿Ya has practicado tu maullido?
—Pensé que después de esto me perdonarías.
—Ni un pacto con el demonio puede librarte de ésta.
Caín pensó en Ireth, Samhain y Yule. Hasta la medianoche no podría hacer nada así que asintió contra su voluntad.
—De acuerdo. Mañana a las seis en el Roble Encantado. Vente armada por si acaso, va a haber jaleo.
Y dicho esto besó su frente, chasqueó los dedos y todo volvió a encontrarse en perfecto estado.
—¿Puedes hacer esto? —preguntó sorprendida el ángel.
—Claro, pero todo tiene su precio.
Tras estas enigmáticas palabras desapareció por el pasadizo, dejando al ángel que reflexionase sobre lo ocurrido.
Nathan suspiró aliviado cuando sintió las frías esquirlas acuosas que salían del chorro a presión. Le venía bien darse una ducha para enfriar su mente. En cuanto amaneciese tendría que prepararse para la Fiesta de todos los Santos. Hasta ahora sólo había podido participar en el desfile dos veces, casi siempre le encomendaban alguna misión aburrida pero importantísima para mantener el orden y no dejar que los malditos demonios se saliesen con la suya. Retiró su pelo hacia atrás. El agua lo apelmazaba y eso no le gustaba, acostumbrado a llevarlo rebelde. Quizás ese año sí que podría desfilar junto a Amara. Mientras se enjabonaba su cabeza voló fantaseando con cómo sería el traje de la muchacha en el caso de que al final fuesen juntos.
Las tuberías rugieron y el grifo se abrió al máximo, asustándolo. Nathan lo cerró, pero sólo consiguió que incluso saliese más agua. La bañera estaba a rebosar y se había comenzado a formar una masa de espuma. Nathan tapó el grifo con sus manos, pero la espuma ya le llegaba por encima de las rodillas. No tuvo más remedio que soltar, inundándose irremediablemente todo el suelo.
Gabriel observaba complacido el pecho de Iraia flotando en una nube plácidamente. Se la veía muy feliz durmiendo y eso a él le reconfortaba. Le pasó por detrás de la oreja uno de sus negros rizos con cuidado de no despertarla. Sus dedos temblaron y una visión sacudió su mente. Dos ojos grises le miraban fijamente. Parpadeó más rápido de lo normal hasta que todo pareció haber vuelto a la normalidad. Se sentía algo turbado por haber pensado en ese extraño diablo en un momento como ése. Volvió a recostarse y se tapó hasta arriba.
“Necesito hablar contigo.” —sonó la voz del demonio dentro de su cabeza.
Gabriel se incorporó súbitamente.
“Ahora. Estoy aquí, delante de tu cama.”
Gabriel escudriñó en la oscuridad y le vio en frente suyo cargando con un extraño bulto.
“Y ponte algo.”, añadió cuando vio que se hallaba completamente desnudo.
Gabriel tanteó en la oscuridad y se colocó rápidamente una bata granate.
—¿Qué estás haciendo aquí?
“No uses tus cuerdas vocales. He venido a ponerte en sobre aviso.”
—Qué detalle por tu parte —habló el ángel utilizando esta vez la telepatía—. ¿Y qué es eso que llevas? ¿Un cadáver?
“Un regalo”, contestó tendiéndoselo.
“Todavía está caliente.”
Gabriel lo apartó, asqueado.
—No pienso aceptarlo.
“Lo necesitas si no quieres que Lucifer se apodere de tu mente.”
—Estoy bien, puedo aguantar un par de semanas más.
“Tu novia no está mal.”
—Ya me estás cansando. ¿Qué es lo que quieres?
“Ya te he dicho que venía a avisarte.”
—¿De qué?
“Unos demonios te están buscando, o más bien buscan a Lucifer que es el que les interesa.”
—Pues a Majón no creo que vengan a buscarlo.
“Pero mañana bajarás a la Tierra.”
—Claro, yo y todos los ángeles blancos y otros cientos de ángeles.
“Esto es serio. ¿Te dice algo el nombre de Yule?”
Gabriel trató de hacer memoria. Una nueva sacudida le azotó otra vez y una rabia irracional le poseyó. Caín le tendió el cadáver de la bibliotecaria, pero volvió a rechazarlo.
—Sí, recuerdo a ese traidor.
“Vaya desorden mental tienes. La esquizofrenia puede tratarse, ¿sabes?”
—Muy gracioso. El problema es que el verdadero dueño es él. Gabriel no es más que un parásito que intenta reprimirlo en lo más profundo de su consciencia.
“El caso es que alguien está tratando de traerle de vuelta y para ello necesitan a Lucifer.”
—Pero eso no puede ser cierto, las condiciones para el contrahechizo son imposibles.
“Lucifer y su hermana juntos en Samhein. No es tan imposible, ¿no crees?”
—Selene —musitó entre dientes.
“Yo me encargo de ella, tú asegúrate de que mañana a medianoche te encuentras bien lejos de la Tierra. Que nadie te secuestre durante vuestra ridícula procesión. Así por lo menos hasta el año que viene no tendrán nada que hacer.”
* * *
Nathan se había pasado toda la noche arreglando el desastre del cuarto de baño y no se encontraba de muy buen humor. El día empeoraba por momentos cuando escuchó las inconfundibles voces de Ancel y Yael llamando a la puerta.
—¿Qué hacéis armados? —fue lo primero que les dijo cuando corrió el pestillo y vio que iban enfundados en sus armaduras. Yael seguía llevando el yelmo de su abuelo cuya visera se le bajaba constantemente.
—Tenemos una misión —respondió Ancel automáticamente.
—¿Este año también nos perderemos el desfile? —se lamentó el elemental.
—Eso parece —asintió Yael—. Malditos demonios, siempre incordiando.
—La cosa va de cabezas cortadas —le explicó Ancel —pero ya te lo contamos mejor por el camino, anda, prepárate que te esperamos.
—Y dale un bollo de esos que hace tu madre
que lleva todo el camino quejándose de que no ha desayunado —añadió Yael.
Ya en la Tierra trataron de ponerse serios para llevar a cabo su misión. Examinaron los restos que los lobos y cuervos habían dejado de Harry y Wendy Rickford y no sacaron ninguna conclusión en claro.
—Su carruaje tropezó con una piedra y descarriló —proclamó Nathan tras observar la rueda de madera encallada y los rastros dejados en el suelo árido.
—Estamos en una encrucijada. En estos lugares es frecuente que haya asaltos —opinó Yael.
—Yael tiene razón, no hay ningún signo de demonios, ni azufre ni rituales ni nada.
—Pero ya habéis visto que las pisadas del caballo persecutor desaparecen en mitad del bosque y reaparecen aquí, ¡Además el caballo parece enorme!
—Recapitulación: un jinete misterioso persigue a unos vendedores, su carro se rompe y tienen que seguir en uno más pequeño y débil. Se pierden en el bosque y aparentemente el caballo desaparece de repente para reaparecer de nuevo justo antes de cortarles la cabeza. ¿Es eso, no? —apuntó Ancel.
—Sí, eso parece —asintió Yael.
—Volvamos a seguir el rastro del caballo grande hasta que se pierde —propuso Nathan.
Siguieron el rastro de las profundas coces hasta llegar a un claro en el que los árboles por algún extraño motivo habían decidido no extender sus raíces allí.
—La que entiende de estas cosas es Lisiel, pero llevaba puesto buenas herraduras, como si de un ejemplar de guerra se tratase —pensó Yael en voz alta.
El viento se tornó más frío y las hojas de los alrededores tiritaron. Un ligero temblor comenzó a sacudir el suelo, como si algo lo estuviese golpeando incesantemente.
—¿Qué está pasando? —se alarmó Ancel.
Un relinche de una bestia se escuchó a lo lejos, y sobre lo alto de un terraplén vislumbraron al caballo con su jinete del Inframundo. El caballo tampoco parecía terrestre, tan grande, tan musculoso y con un pelaje más negro que la noche. Los ojos de Nathan se horrorizaron cuando se percató del horrible corte que presentaba el jinete en su cuello. El cabalgador arreó las espuelas y la bestia de cuatro patas se lanzó contra ellos. En una de sus manos el jinete portaba un hacha más grande que su propia cabeza. Por cada pisotada que daba, un trozo de suelo era arrancado, produciendo una polvareda terrosa.
—¿Qué hacemos? —gritó Yael— ¿Nos arriesgamos a sacar las alas?
No les quedó más remedio porque les estaban pisando los talones, daba igual cuánto tratasen de quitárselo de encima, que siempre aparecía detrás de ellos. La ventaja que tenían era que cada cierto tiempo su perseguidor tenía que detenerse para colocarse bien la cabeza.
—¡Ahora! —aprovechó el momento Nathan para lanzarse contra él con su espada desenvainada. Los aceros chocaron desprendiéndose pequeñas chispas. Yael desde el aire extrajo un arco y disparó una pequeña descarga de flechas. El semental se elevó sobre sus patas traseras y su dueño las desvió sin ningún problema. Los ojos de Nathan brillaron avivados por el desprecio y la cabeza del jinete comenzó a arder entre llamas de fuego. El demonio, desesperado, trató de apagarlo con sus propias manos, pero no consiguió nada. Por eso ordenó a su montura que retrocediese y desaparecieron entre los arbustos.
—¿Y ahora qué? —jadeó Ancel.
—He oído hablar de él —les explicó Nathan—. Se trataba de un mercenario alemán contratado por los británicos. Disfrutaba de la guerra en primera fila asesinando a sus enemigos sin piedad hasta que le atraparon y decapitaron con su propia hacha. En el purgatorio le fue denegada la entrada por lo que se la pasa cortando cabezas a los vivos mientras busca la suya.
—¿Estás sugiriendo que hasta que no encontremos su cabeza no volverá al Infierno? —expuso Ancel dejando claro que aquella idea no le hacía ninguna gracia.
—¿Qué otra cosa se te ocurre si no?
—Aunque es bastante extraño que hasta ahora no había aparecido —recapacitó Yael.
—Vayamos al pueblo, algo más sabrán sobre nuestro jinete —fue lo único que se le ocurrió a Ancel.
En los archivos del ayuntamiento tampoco encontraron nada sobre su mercenario y aquello ya les estaba impacientando.
—La cabeza estará más que descompuesta, eso ocurrió hace siglos. Vayamos a comer algo —dijo Ancel aburrido de tanto hojear libros amarillentos y páginas desgastadas y casi ilegibles.
—Pero si lo que está buscando es su cabeza, hasta que no la encuentre no parará.
—Nosotros ya hemos hecho nuestro trabajo que era investigar, volvamos y que envíen algún ángel azul a combatirlo.
—Yo también voto por tomar un descanso —añadió Yael.
—De acuerdo —no le quedó más remedio que ceder a Nathan. Se lamentaba de tener unos compañeros tan vagos.
En la pequeña plaza habían adornado la fuente central con adornos de motivos de la fiesta de Halloween.
—Este pueblo ya es demasiado escalofriante de por sí como para que lo adornen —observó Nathan.
—Pues a mí eso me gusta si no fuese tan desangelado. La gente es bastante abierta y saben divertirse —comentó Yael.
Ancel regresaba hacia ellos saboreando una manzana acaramelada que chorreaba azúcar derretida.
—La gula es un pecado capital, ¿lo sabías? —le reprendió Nathan.
—Sólo estoy ayudando a la pobre mujer, tendrías que haber visto la cara que ha puesto cuando ha visto la moneda de oro.
Siguieron discutiendo sobre diferentes teorías sin ponerse de acuerdo en nada hasta que escucharon una voz que se les hizo conocida. De entre una de las callejuelas había aparecido Haziel con dos ángeles más: un chico de cabellos pelirrojos y tez trigueña que se llamaba Mehiel y les caía bien, y una chica bastante alta y esbelta con la que no habían tenido mucho contacto.
—Vaya, vaya. Mirad a quién tenemos aquí —exclamó el arrogante ángel acercándose a ellos con desdén.
—No nos libramos de ti ni yéndonos al pueblucho más recóndito del mundo —exclamó Yael sin mucho entusiasmo.
—Yo creo que lo haces aposta, estás enamorado de alguno de nosotros, porque otra explicación… —se burló Ancel.
—¿Qué es eso que estás comiendo? Deberías aprender a esgrimir una espada en vez de una manzana con un palo —se jactó Haziel. Trató de arrebatarle el postre, pero Ancel le propinó un pisotón. A diferencia de ellos los otros tres no llevaban armadura por lo que Haziel no pudo reprimir el grito y los tres amigos rieron sonoramente.
—Ya basta, Haziel —le reprimió la chica con un semblante muy serio—. Tenemos una misión que cumplir.
—Te lo tomas demasiado en serio, Sariel.
—Es que algunos os dejáis llevar demasiado por esa falsa sensación de que tenéis emociones —replicó fríamente. No estaba acostumbrada a usar sus cuerdas vocales y eso se notaba en el impersonal tono de su voz.
—¿Vosotros también estáis de servicio hoy? —se interesó Nathan.
—Desgraciadamente sí —les respondió Menahel—. Además con una misión muy aburrida sobre un zombie que se pasea asustando a la gente con un nabo y una linterna.
—Vamos, el típico demonio bromista de estas fechas —le comprendió el elemental.
—¡Ja! Eso demuestra que somos mejores que vosotros —se pavoneó Ancel mientras terminaba de rebañar los últimos mordiscos.
—Nada más y nada menos que la leyenda del Jinete sin Cabeza —le siguió el juego Yael poniendo voz interesante—. Cabezas rodando y mucha sangre. ¿No está mal, eh?
—Entonces no me extraña que os hayan elegido a vosotros. Ningún demonio querría vuestras cabezas de chorlito así que no corréis peligro —Haziel sí parecía molesto, aunque trató de ocultarlo.
—Bueno, nosotros nos vamos ya —se despidió Menahel preocupado de que la situación se desmadrara—. Cuidaros y buena suerte.
—Sí, nosotros también tenemos mucho que hacer —admitió Nathan.
—Si vemos al jinete le diremos lo maravillosa que es tu cabeza, descuida Haziel, para que veas que no somos rencorosos— Yael se levantó del borde de la fuente en la que estaba sentado e hizo crujir sus nudillos.
—Tranquila, guapa —le dijo Ancel a Sariel—. Tu cabeza está a salvo con nosotros a cargo.
El ángel femenino se pasó la mano por su largo cabello moreno y les dio la espalda extendiendo sus alas. El trío desapareció ante sus ojos.
—Echo de menos las borderías de Evanth —suspiró Ancel.
Los ojos de Nathan se volvieron blancos y tras un instante de serenidad afirmó con la cabeza y volvieron a la normalidad.
—He recibido instrucciones —les informó—. Una manzana más adelante ha habido otro ataque, nos han pedido que vayamos a investigar.
Sus dos compañeros asintieron e hicieron lo que les habían dicho. Se detuvieron junto a una enorme casa cuya fachada había sido completamente cubierta de vendas.
—Esto parece el típico bromista —resopló Yael.
—Pasemos adentro.
Ancel derrumbó la puerta sin ningún reparo. Para su horror el interior había sufrido la misma suerte que el exterior. Se acercaron a examinar los dos cadáveres que se hallaban tendidos en medio del comedor. Los habían momificado con vendas harapientas y manchadas de sangre. Cortaron los vendajes y ahogaron una exclamación de asco cuando vieron el deprobable estado de éstos: completamente secos, les habían absorbido todo el agua de sus cuerpos.
—He oído algo de esto —les dijo Yael— En Egipto y otros países hacen esto con sus difuntos.
—¿Los dejan ahogándose en su propia carne?
—No lo sé, pero los envuelven así…
—¿Tienen alguna marca de mordedura? —les preguntó Nathan.
—No —contestaron al unísono tras darles la vuelta.
—¿No creéis que están pasando cosas demasiado raras en un pueblo tan pequeño? —apuntó Yael.
—Sí: el zombie de la linterna, el jinete rebanador de cabezas y ahora, ¿una momia?
—Quizás tienen alguna maldición.
—Vamos a tener que purificar este lugar —anunció Nathan.
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