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4.La flecha

6

El extraño ser de seis brazos no paraba de mirarme. Analicé detenidamente a esa enigmática criatura. Su piel era escamosa y de color púrpura, con un tono metalizado. Esos ojos que tanto me inquietaban brillaban de un rojo muy intenso bajo una mata de cabello oscuro. Todo alrededor de él parecía como si fluyera, como si estuviese bajo el agua. El cabello se movía ondulante cuando no hacía nada de aire. Sus manos me llamaron la atención, ya que en vez de cinco dedos, tenía seis garras. Estaba seguro de que eran venenosas, aunque viniendo el veneno de algo así, seguro que no habría un antídoto conocido.  No tenía ni idea de dónde podría haber salido semejante ser, pero estaba seguro de que venía de muy lejos. No podía permitirme perder más tiempo. Si quería hablar con Zadquiel, ése era el momento. Ya iba a ser castigado igualmente, así que tampoco me importaba mucho lo que pudiera pasar. De Samael no iba a poder deshacerme, así que lo mejor era atacar al otro.

—Qué casualidad que justo estábamos hablando de ti...

Yo apenas le escuchaba. Tenía ya mi sable desenvainado y me había lanzado a por mi presa. Ésta ni se inmutó. No sé cómo, pero, de alguna forma, había conseguido esquivar mi letal ataque. Tenía que calmarme, no podía alterarme por aquello. Lo intenté de nuevo, y una vez más, y otra y otra. Hiciera lo que hiciese, mis ataques se desviaban siempre, era como si una fuerza invisible no me permitiera ni siquiera tocarlo.

«Tu acero no puede dañarme. Tú debes de ser Caín, ¿verdad?»

—Deja de hacer el ridículo y escucha lo que tiene que decir nuestro invitado.

Desistí, resignado.

«Me llamo SQ54LL, es un placer conocerte. He oído hablar mucho de ti».

No me había conocido, nadie me conocía de verdad. Si era Samael el que le había hablado de mí, no podría haberle dicho nada bueno. Le miré en busca de explicaciones.

—Él es un valquirio, un demonio de otro universo. Se ha tomado la molestia de venir hasta aquí porque piensa lo mismo que yo: necesitamos un nuevo Señor de los Siete Infiernos.

—¿Y eso que tiene que ver conmigo?

«Eres un diablo», respondió SQ54LL resonando dentro de su cabeza. «Un ángel caído».

—Ya sé lo que soy.

«Lucifer también lo era».

—La Tierra está repleta de diablos...

«Pero tú eres su líder».

Tenía que ser una broma, no podían estar proponiéndome semejante cosa. Había algo que se me escapaba, pero estaba convencido que era otro de los retorcidos planes de Samael.

—¿Adónde queréis llegar?

—Se me olvidaba que no tienes muchas luces —se burló Samael.

Me dirigí hacia el valquirio.

—No sé cómo serán las cosas en tu universo, pero los demonios de Infernalia consideran inferiores a los diablos...

«En mi universo, reina el más fuerte, como en todos lados».

—Tenía la esperanza de que en algún sitio no fuera así...

El valquirio le enseñó unos colmillos azules.

«No sabía que los diablos pudierais tener esperanza».

No tenía ganas para juegos de palabras. Yo tenía a Ireth, ella siempre había sido mi esperanza...

—Caín, hijo, Lucifer era un caído como tú y ha reinado en los Siete Infiernos hasta entonces...

—Lucifer sería en su momento el más poderoso, pero Mikael le derrotó.

Sonrieron al unísono. Ya me estaba cansando de todo aquello, y encima tenía que soportar que se riesen de mí. Si pudiese haría estallar este sitio.

—... ¿Y quién mejor para ocupar su puesto que el asesino de Mikael?

—¿Qué?

—Tú has acabado con Mikael...

—¡Yo no he hecho eso! Él lleva en paradero desconocido desde aquel día.

—Claro que lo has hecho, y la mancha de sangre que luces en la cara lo demuestra.

—¡Esta sangre no es de Mikael!

—Pero eso sólo lo sabemos nosotros tres...

Maldito Samael, cómo le odiaba. Todo en él me daba asco: su molesta voz, su estúpida sonrisa, su ridícula forma de vestir, su absurda forma de moverse... Metatrón a su lado incluso podría caerme bien.

«Si me disculpáis, mi compañera —no lo dijo con mucho cariño—ya debería haber llegado a Avarot, o quizás no... Voy a ponerme en contacto con ella».

Dicho esto, se marchó deslizándose sobre las losas de mármol.

—¿Cuántas veces vas a acusarme de lo mismo?

Los recuerdos volvían a mi mente, recuerdos que por más que lo intento no logro olvidar. Siempre están acechantes, esperando la más mínima posibilidad para abordarme. Samael me miraba con una expresión indescifrable. ¿Dolor? ¿Compasión? ¿Tristeza? Él jamás sentiría eso por mí.

—Algún día cometeré el pecado por el que he sido acusado.

—Algún día...

Suspiró. Se agitó su largo cabello plateado y áureo mientras murmuraba algo que no pude entender.

—Hoy estás muy tenso. Es por ese ángel, ¿verdad? Te tiene obsesionado...

Lo sabe. Lo sabía todo.

—Lo que haga con ella es asunto mío.

—Claro, pero sabes que tienes que matarla. Si no, más adelante, podría darnos demasiados problemas.

—Ya sé lo que tengo que hacer...

—Si la matas, quizás te perdone lo de hoy... aunque deberías ir a ver a Brella, hace mucho que no te ve. —Brella...la esposa de Samael... a ella la odiaba incluso más—. De todas formas, me alegro de que te estés olvidando de la ladrona esa. No te convenía nada.

Sabía que se refería a Ireth. Ella siempre estaba cotilleándolo todo y apropiándose de cosas que no debería tocar. Nadie podía entender lo que ella significaba para mí.

—Planeas utilizarme.

La idea de ser rey era bastante apetitosa, la verdad. Pero viniendo todo de Samael, seguro que se acabaría volviendo contra mí.

—Ya que mi hijo va a ser Señor de los siete Infiernos, qué menos que acordarse de su padre.

Cada vez que me llamaba hijo, mataba mentalmente a un inquisidor. ¿Con qué derecho se creía que podía llamarme así? Jamás había hecho nada por mí como para considerarse padre.

—Aunque consiga suficiente apoyo, no creo que los demás príncipes...

—¿Nosferatus y éstos? No te preocupes, ya me encargo yo de convencerles. Tú solamente haz lo que te diga y todo saldrá bien. Bueno, tengo mucho trabajo que hacer, así que vete a ver a tu madre.

Finalmente desapareció escaleras abajo. Maldije su nombre. No tenía ninguna intención de ir a verla... aún. Al final no me quedaría más remedio. Ahora que estaba en Infernalia tenía que aprovechar. Podía hacerle una visita a Viento, hacía mucho que no la veía... Pero deseché la idea al recordar que ella no se encontraba aquí en estos momentos. Todavía era pronto para que Nosferatus volviera, así que todavía podía lograr hablar con Zadquiel. La mayoría de las veces que la había visto, siempre iba acompañada de su marido, pero alguna vez había conseguido hablar con ella a solas. Tenía que reconocer que había algo en esa mujer que la hacía muy diferente a todas las demás, ella taba muy por encima objetivamente hablando. Al principio supuse que odiaría a su marido y, por tanto, podría conseguir una aliada, sin embargo, por algún motivo seguro que muy jodidamente retorcido y por eso no lograba comprenderlo, ella le defendía. Aún así, había algo en el brillo de sus ojos que delataban su tristeza. Pero claro, si le contaban que yo había matado a Mikael... Tenía que hablar con ella como fuera.

Llegué de nuevo a las estancias del vampiro. Tenía buen gusto para los cuadros. Las frías paredes de piedra estaban adornadas con pinturas de fríos colores. Todas ellas representaban a varias mujeres, algunas de blanca piel y otras, oscuras como el ébano, pero todas, con enormes senos. Y todas ellas sometiéndose a un vampiro. La lujuria y el terror componían sus rostros.

Vacilé a la hora de entrar en el dormitorio. Todavía recordaba a las fieras vampiresas que formaban su harén. Para su pesar, Zadquiel mandaba sobre ellas, así que si ella no quería que me pasara nada, se estarían quietecitas; y al ángel le convenía que no me pasara nada, porque traía información muy valiosa. Un fuerte olor a sangre me advirtió de que no estaba solo.

—Otra vez tú merodeando por aquí.

A mis espaldas, Nosferatus el Devorador de almas, se lamía la sangre que le goteaba por su perfecta mano.

—Sólo venía a hacerte una visita...

—¿A quién pretendes engañar, insolente? Sé perfectamente que estás sorprendido porque no esperabas que regresara tan pronto.

—Deberías de cuidar tus palabras, cuando sea nombrado Señor de los Siete Infiernos, tendrás que postrarte ante mí.

—¿Señor de qué? —Si no fuese porque sabía que él nunca se reía ante nada, juraría que se estaba conteniendo la risa—. ¿Ésa es la nueva promesa absurda que has hecho?

—Veo que tu querido amigo no te ha contado nada —malmetí componiendo una sonrisa maliciosa.

—¿Samael? Eso explicaría por qué me ha hecho volver tan pronto.

Ambos nos quedamos en silencio unos instantes.

—Viento no está aquí.

—Lo sé... Sigue sin recordarlo todo, ¿verdad?

—Es mejor para ella que sea así. Tú tienes la culpa de lo que pasó y Samael le dio otra oportunidad, una oportunidad para llevar una vida mejor.

—¿Una vida mejor? ¿Cómo puedes decir eso? ¡¿A qué le llamas una vida mejor?!

Podía recordar aquel día como si fuese ayer. Desolación, culpabilidad, impotencia, sangre, mucha sangre. Cada fragmento de mis recuerdos martilleaba mi cabeza sin piedad. Podía ver la mirada acusadora de Samael clavada en mí. El rechazo, la maldición... Podía oír claramente las carcajadas de los arcángeles, sus miradas de desprecio, el olor a carne quemada, la cara de satisfacción de Metatrón al verme sufrir, Ireth desangrada en el suelo... ¿Acaso hoy se habían puesto todos de acuerdo para hacerme recordar todos esos momentos ? El odio volvió a apoderarse de mí.

—Todavía no te he hecho pagar por lo que le hiciste a Ireth.

—Lo mismo que tú con mis mujeres. ¡Y hoy volvías a intentarlo!

Me dolía la cabeza y me sentía extremadamente débil, en cualquier momento podía perder el conocimiento, así que me apoyé sobre la pared. Intentaba aparentar que no me pasaba nada, pero cada vez necesitaba exhalar una bocanada de aire mayor. El vampiro me dio la espalda y se dispuso a entrar en sus aposentos. Con un gesto de su mano, ahora sin restos de sangre, abrió la pesada puerta.

—Si para cuando alguna de mis siervas salga sigues ahí tirado, ella se encargará de ti —y cerró de un portazo haciendo retumbar los cuadros de las paredes.

Oculté mi rostro entre mis manos. Noté que estaba empapado en sudor. Debía calmarme. No podía permitir que me diese un ataque en ese momento. Entonces la vi. Al fondo del pasillo un resplandeciente ángel de cabellos celestes me indicaba con un gesto que le siguiera.

Me incorporé como pude y utilicé mi sable para apoyarme y poder caminar. Poco a poco ya era capaz de mantener el equilibrio por mí mismo. Zadquiel hizo aparecer un pasadizo secreto y se introdujo en él. Yo hice lo mismo. Seguía embelesado el movimiento de sus caderas sin fijarme a donde me estaba conduciendo. Cuando quise darme cuenta, ya era demasiado tarde. Me había traído hasta los aposentos de Brella. Me maldije a mí mismo por la imposibilidad de oponerme al poder que aquella mujer ejercía sobre mí. Enfrente mío ya no se alzaba aquel ser divino de azulada melena, sino una mujer de mortecina piel blanca y cabellos rubios y lacios, envuelta en un traje de cuero negro.

Noté el calor y el olor a carne quemada me invadió una vez más. Sentía mi piel en carne viva tras cada suave caricia de las abrasivas lenguas de fuego. El humo me ahogaba. Quería gritar, pero sabía que eso sólo la henchiría de placer. En realidad, sabía que no había fuego alguno, pero el dolor era demasiado real. Todas mis heridas se habían abierto de nuevo. Me esperaba una noche muy larga. La oscuridad, el miedo, el dolor, volvían a cernirse sobre mí. Pero no podía ceder. En aquel océano infernal debía encontrar aquel retazo de luz que me ayudaría a no naufragar. Sí, podía verla, mi luz, siempre lo había sido. Cómo me reconfortaba... Pero aquella vez, la dueña de aquella sonrisa lucía dorados cabellos.

7

Amara había guiado a Chamuel hasta la cueva. Nathan yacía sobre la cama de la chica envuelto en un manto de plumas. Cuando Chamuel hubo examinado la herida le aseguró que no se preocupara, que Raphael podría curarla sin problemas.

"Para mi... tú eres lo más importan... lo más importante. Tú eres... tú eres mi luz"

—Señor Chamuel...  Después me gustaría hablar con usted. Tengo que pediros un favor...

El arcángel suspiró. Ya sabía lo que iba a pedirle. Muchos ángeles acudían a él con el mismo fin.

Raphael finalmente llegó e hizo aparecer de la nada una vara de madera con dos serpientes doradas enroscadas alrededor de ella, con unas pequeñas esmeraldas simulando sus ojos. El extremo superior estaba adornado con dos alas, también doradas: el Caduceo de Hermes, el símbolo de Raphael y el emblema de la medicina. Los ojos de las serpientes comenzaron a brillar y una corriente de aire cálido rodeó al arcángel, el cuál comenzó a traspasarle a través de sus manos una energía muy brillante al malherido Nathanael.

—Amara, a mí no tienes por qué temerme. Dime la verdad. ¿Ayudaste a entrar a ese demonio?

—¡No! Me enfrenté a él en una misión en la Tierra hace unos días...

No quería que investigaran su casa porque aunque había intentado borrar todos los restos de lo que ocurrió, sabía que podían averiguar que estuvieron practicando magia prohibida.

—Veníamos de la escuela y de pronto nos sorprendió. Me buscaba a mí, pero se enfureció muchísimo cuando Nathan le atacó con fuego...

Los dos arcángeles cruzaron miradas.

—Sabía que sólo podía tratarse de él.

—¿Y para qué vino hasta aquí? Si quisiera vengarse iría a Avarot, no atacaría a una aprendiz.

—Amara, en ninguno de tus informes constaba que te habías enfrentado a un diablo.

—Apenas nos enfrentamos, escuchó mis palabras y entró en razón, así que huyó...

—¿Qué escuchó tus palabras? ¿Qué entró en razón? ¡Un demonio no entra en razón!

—¡Nunca lo habéis intentado!

Raphael la abofeteó. Se quedaron unos instantes en silencio hasta que finalmente la joven se atrevió a formular la pregunta.

—¿Cómo está Nathan?

—Ya no corre peligro —el rostro de la muchacha se iluminó—, pero la herida que tiene ha sido hecha con un arma especial, necesito estudiarla para averiguar cómo curarla. Lo mejor será que ingrese en el hospital. Yo mismo me encargaré de él.

Amara contempló arrepentida a su amigo. Todo había sido culpa suya, le había mentido abusando de su confianza y le había utilizado para sus propios fines. Una lágrima resbaló por su mejilla. Jamás se atrevería a volver a mirarle la cara.

* * *

—¿Estás segura de ello?

—Un ángel no puede amar, ¿verdad, Señor Chamuel?

—Amamos, pero a nuestro Dios y a toda su creación. Lo que tú consideras amor, no es más que un conjunto de reacciones químicas que ocurren en tu cuerpo material. Algo propio de humanos, no de seres divinos.

—Entonces la amistad y cualquier otro sentimiento también son humanos.

—Sí, pero el único que está castigado es el enamoramiento. A los culpables se les amputaban las alas y eran desterrados a La Tierra... Eso era antes de que escasease el akasha. Ahora simplemente se les ejecuta.

Amara jamás habría imaginado que alguien fuese capaz de quererla. La amabilidad de Nathan siempre le había sorprendido, aunque había llegado a la conclusión de que era debido a que sentía lástima por ella. Siempre era tan bueno...Pero incluso había dado su vida por defenderla, a pesar de que ella le había traicionado. Y aquellas últimas palabras... Jugueteó con su rebelde cabello. Pasó las yemas de sus dedos por sus párpados, por su boca... Se inclinó y le acarició sus suaves labios con los suyos. Le hubiese gustado que él estuviese despierto, pero era mejor así.

—Hazlo.

Chamuel sacó un arco con adornos bucólicos y rubíes incrustados. En su otra mano hizo aparecer una flecha negra con la punta en forma de pica. La flecha del desamor. Muchos ángeles acudían a él desesperados para recibir el flechazo y así librarse de aquel maldito sentimiento que les corrompía. Amara sabía que sería lo mejor para él. No quería meterle en más problemas.

El arcángel tensó el arco y apuntó hacia el joven. No disponían de mucho tiempo ya que se habían infiltrado en su habitación.

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El próximo capi ya no sé a quien dedicárselo así que si os interesa me basta con un comentario o algo para saber que os gusta la historia. 

Espero que os haya gustado el capi, si es así acordaros de votar por fiss :33

Os espero en el siguiente capi^^

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