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16. Prisionera

Al fin consigo poder publicar!!!!! He descubierto que entrando de modo incógnito no me sale la dichosa publicidad en el cuadro de publicar así que siento el maldito retraso, todo es culpa de Met >.< Bueno, tenía muchísimas ganas de publicar este capi jajajaj a ver qué os parece

Por cierto, hace unos días que en lo más buscado de aventura salen estos topics: popular topics / amor detectives fantasia drama policial demonios lux sexo accion dolce jojojjojojo *O*

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24

En una oscura celda tan sólo iluminada por unos cirios rojos, Ireth yacía encarcelada en lo alto de un castillo de mármol negro. Había permanecido allí según el diablo "por su bien". Caín la iba a visitar todos los días, pero ella lo único que hacía era insultarle. Sabía que se estaba comportando como una niña y que aquello no era propio de ella, pero si había algo que la enfurecía era que la encerrasen en una celda y la retuviesen con cadenas. En cuanto saliese de allí, lo primero que haría sería desplumar a ese maldito cuervo y después la haría tragar por el pico toda la humillación que estaba sintiendo.

Estando encerrada tuvo varios sueños. Como no tenía nada mejor que hacer, se dormía con la vaga esperanza de que todo fuese simplemente una pesadilla y que despertaría con una resaca del demonio abrazada al desnudo cuerpo de Caín. Cuando regresaba del reino de Morfeo sentía las extremidades entumecidas, pero no por lo bien que lo había pasado precisamente. Aún así no se despertaba de mal humor porque había podido ver a aquel ángel de nuevo. No estaba segura de que lo fuera, el hombre de la mezquita, pero en sus sueños siempre la acogía con seis hermosas alas blancas. De alguna forma ese hombre había calado hondo en su subconsciente. Lo extraño del asunto es que ella siempre le susurraba lo mismo: "ayuda a Caín". Le había llamado monstruo y ahora el daño causado regresaba a ella como un boomerang. Se estaba arrepintiendo de haber dicho algo así, aunque todavía le dolía la bofetada en su mejilla, por lo que era incapaz de disculparse. Ya era demasiado tarde para eso, el daño estaba hecho. Aún así por dentro se sentía culpable.

Dile que no es un monstruo —le suplicaba al hombre de mirada gentil y largos cabellos — Dile que le amo aunque a veces también le odie. —Era demasiado orgullosa como para decírselo ella y ya estaba cansada de hacer el ridículo.

En uno de estos sueños se despertó, sobresaltada, al sentir unos cuidadosos dedos secándole las lágrimas con las yemas.

—¿Caín? —le llamó con un débil susurro.

Pero no era él, sino una mujer de cabellos celestes.

—¿Qué haces aquí?

—Esconderme —fue lo único que respondió el arcángel.

Desde entonces, todas las noches ella entraba allí y se sentaba junto a Ireth, sobre la fría piedra negruzca.

—¿Te escondes de Nosferatus?

—No necesito huir de él. Simplemente no me apetece verle.

En las largas horas que pasaron respirando cera consumida, Zadquiel le habló del Cielo, o de cómo lo recordaba ella, y de cómo había sido la vida de Selene.

—Selene, como la diosa de la luna.

—Sí, así es. Tu hermano y tú sois ángeles de la noche.

—Mi hermano...

—Sí, aquel joven que se veía tan tímido... Decías que temías que otras mujeres abusasen de él, así que decidiste adelantarte...

—¡Por Satanás! —ocultó su ruborizado rostro entre su lacio cabello. Era una, una...

Zadquiel rió. Hacía tiempo que no lo hacía de esa forma así que se sintió bien y decidió que lo haría más a menudo.

—Tu hermano era muy mono, ahora tiene que ser toda una tentación. Se hizo famoso y temido entre los demonios. Las diablesas bromeaban con lo que sería enfrentarse a él, el ángel Blanco.

Zadquiel comenzó a visitarla con más frecuencia. Además, convenció a Caín de que en el tiempo que ellas pasasen juntas, Ireth estuviese libre de cadenas.

—¿Cómo acabaste así? —le preguntó un día el arcángel.

—Me mataron y Caín me resucitó. ¿Cómo acabaste tú casándote con Nosferatus?

—Era la única forma de seguir junto a mi hermana. No puedo dejarla sola... —Un silencio estalló en sus labios—. ¿Amas a Caín?

—No puedo evitarlo, aunque intente autoconvencerme de que es un imbécil. —Otro silencio—. Y... ¿aún amas a Mikael? —se atrevió a preguntarle.

El semblante de ella cambió, pero no se había enfurecido como cabría esperar, más bien se puso melancólica. Sus ojos brillaban con una acuosidad especial. Inconscientemente se llevó la mano izquierda sobre la derecha, que estaba enfundada en un guante negro.

—Claro que le sigo queriendo. Pero él forma parte del pasado, un pasado que debo borrar.

—Él volverá y te salvará, estoy segura —la intentó animar.

Zadquiel negó con la cabeza y sus finos cabellos se movieron, recordándole al vaivén de las olas.

—No quiero que me rescate, ya no se puede hacer nada. Lo nuestro no volverá.

La semidemonio no volvió a preguntarle por el ángel Azul.

Un día, Zadquiel no le desató las cadenas como solía hacer. En lugar de eso, se arrodilló frente a ella y depositó un húmedo beso en sus resecos labios. Su boca sabía a violetas de azúcar y la fragancia de rosas negras con la que perfumaba su cabello se le quedó clavada en la pituitaria.

—Lo siento... Tienes parte de ángel, por lo que me recuerdas a él. Necesitaba hacerlo... —Su voz resultaba ser como el canto de una alondra acorralada y desesperada.

Zadquiel advirtió los pequeños orificios que perforaban el cuello de la semiángel. También los besó. Sus finos labios la quemaban mientras grababan algo en su piel. Cuando terminó, Ireth se llevó como pudo la mano al cuello y palpó una especie de sello que quemaba la materia oscura de su mano.

—Ya no te dará más problemas, pero por favor, que mi marido no lo vea. —Y la alondra estalló en lágrimas—. ¡Soy la peor madre que existe! ¿Cómo puedo permitir algo así? —sollozaba.

Ireth no sabía cómo reaccionar.

"Ha perdido el juicio", pensó. Ni siquiera sabía que tuviese un hijo. Zadquiel seguía llorando. Cinco lágrimas caían sobre su desalentado rostro.

—Ese loco de Astaroth lo tiene todo planeado y sabiéndolo, lo único que puedo hacer es mirar. Y Caín... ¡Caín aprovechándose de ella!

Aquello le hizo recordar a esa muchacha ángel, ¿Amara se llamaba?

Lo único que se escuchaba cuando sus llantos hacían una pausa eran los latidos de su congelado corazón que había comenzado a derretirse. Y eso picaba y escocía en su pecho.

—¡Todo es culpa de este maldito sello! —exclamó, clavándose sus largos dedos en su mano derecha.

Una daga plateada se materializó en su otra mano y, ante el asombro de la prisionera, la clavó entre los pétalos de la rosa negra que adornaba su mano enguantada. La sangre brotó, formando pequeñas flores carmesí. Los gritos de dolor del arcángel la estaban destrozando los tímpanos, no por la intensidad de ellos, sino porque escuchar algo así de una criatura como ésa resultaba más terrible, más desesperanzador que el canto del Katekate, el ave mensajera de la muerte. Una y otra vez levantaba el arma blanca y cada vez con más furia se lo clavaba, hasta dar en el hueso. La daga resbaló entre sus ensangrentados dedos y cayó sobre la piedra, produciendo un pequeño estrépito. Zadquiel contemplaba el estropicio que había hecho impasible, como si la mano que observaba fuese la de una persona ajena.

—Si te entrego a los demonios, quizás... —murmuró clavando su mirada en el asombrado rostro de la semidemonio—. ...Si te entrego, podría hacer algún trato.

—Zadquiel, cálmate. Nada de lo que ocurre es tu culpa... Si me entregas, estarás ayudando a aquellos que te arruinaron la vida.

—¿Crees que a estas alturas eso me importa? Me da igual a quién ayudar, sólo quedan dos seres que me importan y no permitiré que les dañen.

Los ojos del arcángel comenzaron a brillar de un violeta intenso. La sangre que seguía tiñendo su mano de escarlata comenzó a brotar por los ojos de una asustada Ireth. El sello del cuello la estaba abrasando. Intentó detenerla, pero el imbécil de Caín había hecho algo que anulaba sus poderes. Un intenso dolor la sacudió. Infinitas puñaladas le estaban siendo atestadas desde manos invisibles. No las podía ver, pero percibía el frío metal rasgando su piel. El canto de la alondra taladraba sus oídos. Dicen que el canto de las sirenas es muy hermoso, pero mortal para sus pobres víctimas.

Consiguió volver a levantar la cabeza y el arcángel la aguardaba con una enorme jabalina apuntando hacia ella. La jabalina se deshizo en fragmentos de destellos púrpura y Zadquiel cayó al suelo con su larga melena ocultando su rostro. Caín apareció junto a Ireth y le susurró unas palabras que la hicieron caer en un profundo letargo.

Cuando despertó, todo estaba en penumbras salvo una pequeña vela que permanecía prendida y no quedaba rastro del arcángel. Escuchó la puerta abrirse. Se trataba de Caín otra vez. Se acercó a ella al igual que antes había hecho Zadquiel y la rodeó con sus brazos.

—Lo siento, Ireth. Pensé que su compañía te agradaría —hablaba en susurros.

El sentirle tan cerca volvió a despertarle sensaciones que había tratado de sepultar.

—Todavía no lo entiendes, idiota.

—El otro día hubiese huido del mundo contigo. Lo habría dejado todo y olvidado mi venganza por estar junto a ti. Sé que soy un monstruo, ¿pero acaso los monstruos no pueden amar?

—Idiota, tú no eres un monstruo. Lo dije porque estaba herida y no sabía cómo defenderme...

La llama de la única vela se tambaleó y amenazó con extinguirse. Las cadenas le pesaban, pero no cortaban la circulación de su sangre. Ni siquiera estaban hechas de materia oscura. Aquella oscura celda en ese momento se transformó en la más hermosa capilla. Los labios de Caín dibujaban arabescos en su cuello. Su aliento era frío, pero a ella le abrasaba. Sintió sus ásperos dedos recorrer su espalda y entretenerse con los cierres de su corpiño. Con un suave clic, la despojó de él. El diablo se alejó unos pocos centímetros para poder admirarla. Yacía semidesnuda colocada sobre una cruz invisible, con los brazos extendidos para él. No poseía la belleza virginal que quitaba el habla de Amara, pero para Caín era la más hermosa del mundo. Tenía los ojos del mismo añil que su hermano. Según el estado de ánimo se volvían más oscuros o brillaban más. En ese momento la emoción contenida les dotaba de una chispa de electricidad. Su liso cabello caía sobre sus afilados rasgos, marcándolos más. La llama de la vela proyectaba sombras místicas sobre su piel mestiza despertándole fantasías de ensueño. Sus turgentes pechos, uno blanco como la nata y el otro negro como el chocolate, flotaban sobre una nube de excitación al suave compás de su respiración. Aquella peculiaridad la dotaba de un exotismo especial. No quería apartar la vista de aquella visión por miedo a que si lo hacía, ella se desvaneciese en un halo de tinieblas. Tocar su cuerpo representaba un tabú para él, demasiado sagrado aquel templo para profanarlo. Pero ella le conocía bien. Le mostró una radiante sonrisa de perlas blancas. Si hay algo en ella que de verdad le gustaba era su sonrisa. Sin ella era una más, pero cuando sonreía el mundo era un lugar mejor. En unos segundos de impulsividad se deshizo de aquellas barreras que él mismo había levantado y se sumergió de lleno en ella.

Los movimientos que Caín ejercían sobre ella parecían muy cuidados, como si estuviese siguiendo meticulosamente los pasos de un ritual muy complicado que había ensayado numerosas veces, pero que no se había atrevido a ponerlo en práctica hasta ese momento. Ireth quería gemir, pero temía estropear el ritual. Hasta sus pestañas temblaban. Se había demorado demasiado, pero por fin el momento había llegado. Había sido la primera que había descubierto cómo era el interior de Caín y lo quería entero para ella. Aunque fuese un idiota, era su idiota.

Él se detuvo bruscamente. La puerta se había abierto y un triángulo de luz le había traído nuevamente al Infierno.

—No es que quiera interrumpir —se aclaró la garganta—, pero tampoco me siento bien siendo un mirón.

Samael les contemplaba desde el arco de la puerta con sus mechones dorados y plateados y su intimidante mirada. Una capa blanca cubría su cuerpo desde los hombros hasta el suelo.

—¿Qué haces aquí? ¿Quieres que te consiga unas cadenas y te haga un sitio en esta celda? —replicó su hijo fríamente.

—Como siempre, tan cortés. —Caín arropó a la chica con su propio cuerpo, aún sin salir de ella. No quería ni que Samael la mirase siquiera—. Sólo venía a avisarte de que Astaroth planea algo contra Amarael.

Al escuchar el nombre del ángel, Caín notó como Ireth protestó silenciosamente.

—¿Te crees que no lo sabía? Yo también tengo mis informantes.

Sabía que él estaba disfrutando de este momento. Cualquier cosa con tal de molestarle.

—¿Vas a dejar que la pase algo? —insistió.

—Eso no es asunto tuyo. Además, ahora estoy ocupado.

Volvió a buscar los labios de Ireth y no le importó que su padre estuviese delante para besárselos.

—Creo que no has entendido. No quiero que sigas con esto. Me parece muy bien que la tengas retenida, pero con lo idiota que eres, ella te acabará dominando.

—Ya sé lo que tengo que hacer y lo que no. Lárgate.

—Todo el mundo la busca, ¿por qué no la matas? Así acabarías con los planes de todos.

—Y serviría a los tuyos. Es la hija de Belial, muerta no serviría de nada.

—Viva sólo es veneno para ti y una fuente de akasha. Ahora eres el Señor de los Infiernos. Olvídate de esta pobre criatura. Tengo planes mejores para ti.

—Deja de entrometerte en mi vida, Samael —le ordenó con voz cansada.

—Primero, estropeas la vida de tu madre y la mía y luego, quieres olvidarte de nosotros. Qué poca vergüenza. Si no hubiese sido por nosotros a saber qué habría sido de ti.

Ya se estaba pasando demasiado. Aquellas palabras sí que le habían hecho enfurecer. Sin darse cuenta, estaba apretando más fuerte de lo que quería a Ireth. Ella no protestó. 

—No sé qué quieres de mí. Si torturándome os sentís mejor, seguid haciéndolo, pero Ireth no tiene nada que ver en esto. ¿Qué más te da lo que yo haga con ella?

—Por eso mismo. Tú lo estropeaste todo y tú lo vas a arreglar. Enamorándote de un semiángel no solucionas nada. Todo es culpa tuya, ya que si la hubieras conquistado antes, si me hubieses pedido ayuda en vez de resucitarla por tu cuenta... Pero ya es demasiado tarde. Y también sé cuál es la única forma de hacerte reaccionar. Amarael es peligrosa. Cuando Metatrón descubra que es un elohim la matará, y Lucifer, donde quiera que esté, también. La hija de Belial es útil, a Amara la temen, por lo que intentarán eliminarla al no ser que encuentren la forma de utilizarla. Mata a Ireth para que no la puedan utilizar y utiliza tú antes a Amarael contra ellos.

Las cadenas que sujetaban a la semidemonio comenzaron a fundirse, dejándole marcas incandescentes.

—¡Samael, detente! —Estaba tan enfadado como aterrado. Desató su furia provocando el desmoronamiento de la pared.

Un pequeño corte en la mejilla acabó con la perfección del rostro del ángel traidor. Samael se llevó la mano lentamente hacia el corte para comprobar que, efectivamente, estaba sangrando.

—Has conseguido herirme. —Su voz sonó completamente impersonal, como si un autómata estuviese haciendo ventriloquia a través de él. Sin embargo, tras estas palabras aparentemente vacías, se ocultaba una terrible amenaza. Caín la descubrió y se dio cuenta de que seguía temiéndole como desde el primer día. No era su vida la que le preocupaba, sino la de Ireth. —Quizás Brella tenía razón, a fin de cuentas. Te he dado demasiado poder, pero aún así no conseguirás derrotarme. Nunca lo conseguirás.

El duro y sólido suelo comenzó a fundirse también y el peso de las botas de Caín le hizo hundirse en él. Se había separado un momento de ella para hacerle frente a Samael, pero ahora se arrepentía de haberlo hecho. Reaccionó rápidamente teletransportándose y reapareciendo de nuevo ante Ireth, pero no fue lo suficientemente veloz. El aire que rodeaba a la chica se había transformado en una barrera de cristal inquebrantable. Caín lo golpeó con fuerza, sin conseguir absolutamente nada. Ése era el poder de la alquimia taumatúrgica: podía modificar la estructura atómica de la materia. Samael se había situado dentro de la barrera, enfrente de la semidemonio, amenazante.

—Déjame que te cuente un cuento, pequeña —silbó con falsa simpatía.

Ireth le escupió en la cara. Aquel hombre era el causante del sufrimiento de Caín. Pensaba cobrárselo caro. Él la abofeteó con su mano de akasha en su mitad demoníaca. El sabor del aliento de Caín fue sustituido por el de su propia sangre. Le volvió a escupir. La mancha de saliva teñida levemente de carmín le cayó sobre el ojo. Samael la agarró por la barbilla y la obligó a que le escuchara. Mientras tanto, Caín seguía golpeando el aire inútilmente.

—Érase una vez un rey de un reino muy pobre. Estaba completamente arruinado y tenía deudas por todos lados. Sin embargo, tenía un gran corazón. Por ello una hechicera se apiadó de él y le concedió un don: todo lo que tocase se volvería de oro. —Los ojos de la chica se abrieron de par en par imaginándose su destino. Samael continuó con su relato—. Pronto se volvió el hombre más rico del mundo. Su codicia se despertó con un apetito voraz, hambre de riquezas. Sus sirvientes, el agua, los animales del reino... todos ellos se volvieron estatuas de oro.

—¡Aléjate de ella! —gritaba el diablo desesperadamente. Ireth nunca le había visto así, pero Samael seguía forzándola a que le mirase a él.

—Aquel bondadoso rey había cambiado bruscamente, corrompido por la avaricia. Su amada se dio cuenta de ello y trató de detenerle, pero él no la escuchaba. Una noche en la que regresaba de haberse gastado parte de su fortuna, encontró durmiendo a su amada sobre un lecho de flores de lis. Bajo el efecto de los rayos lunares era tan hermosa...

—¡Samael, haz lo que quieras conmigo, pero aléjate de ella!

—...Tan hermosa que no se pudo resistir a acariciarla.

La voz de Samael se iba haciendo más fría, más gélida, como si pudiese modificar también la estructura de las palabras. Ireth se resistía con todas su fuerzas intentando asestarle una patada, moviendo enérgicamente las alas, pero el aire resultaba terriblemente denso y se sentía terriblemente pesada. Si Caín no hubiese anulado su poder... Ese maldito ángel no podía ser tan poderoso, ni siquiera era un arcángel, uno de los que habían torturado a Caín con fuego...

—Cuando el rey reaccionó, ya era demasiado tarde. Su amada era ahora otra estatua dorada más, de ese material que ahora amaba por encima de cualquier cosa.

En sus ojos violáceos un destello dorado se encendió y un último grito desesperado de Caín fue lo último que escuchó antes del silencio total. La piel por donde la estaba agarrando adquirió un tono amarillo y ante el fracaso de Caín, su piel, sus ojos, sus labios y su sonrisa se metalizaron. Ireth ya no era ni un ángel, ni un demonio, sino una estatua del noble metal. El cristal que Caín golpeaba frenéticamente volvió a ser aire y él cayó miserablemente a los pies de la mujer que instantes antes se estaba entregando a él. Las lágrimas mojaban sus mejillas y párpados, pero la frialdad del suelo las absorbía. Levantó la cabeza, esperando encontrarse con esa sonrisa que le solía iluminar, pero sólo se topó con los pies de una estatua. Sus pechos ya no se movían con el vaivén de su respiración y su piel ya no se erizaba con sus caricias. Era un monstruo, un monstruo inútil que no había sido capaz ni de protegerla.

—Contempla su expresión facial, la movilidad de sus alas... ¡Es maravilloso! ¿Te gusta el arte, hijo mío? ¿Por qué crees que las estatuas de Avarot son tan realistas? ¿Qué crees que Metatrón hace con los ángeles que no le sirven? —Su hijo ya no le escuchaba, seguía aferrado a ese trozo de metal—. Le he hecho un favor. Los ángeles no quieren una estatua y Lucifer no podrá matarla. Ahora, si no quieres que la transforme en humo, más te vale que seas obediente. —Ahora fue él el que la devolvió el escupitajo cayendo la saliva sobre su duro pezón—. No le cuentes a nadie este desagradable gesto, no es muy elegante.

Caín seguía sin reaccionar.

—¡Vaya un Satanás más idiota! —se arrodilló junto a él y apoyó los labios sobre su lóbulo—. ¿No me has oído? ¿No querrás que la transforme en humo? —repitió, esta vez más despacio e intentando sonar más amenazador. El vello de la nuca se le erizó, como a un felino. Samael movió la cabeza negativamente.

Eres guapo, has heredado la belleza de tu madre. No sé por qué te empeñas en mostrar una imagen diferente de ti —seguía contándole al oído mientras le acariciaba—. Te acariciaría el pelo también, si tuvieras. —Aunque su hijo no daba muestra alguna, sabía que le estaba escuchando—. Tú también puedes ser un arma muy peligrosa si se sabe manejarte bien. Tráeme la cabeza de su hermano y ella volverá a reír y a susurrarte falsas esperanzas de nuevo.

—La cabeza de su hermano... —Caín se preguntó si Samael sabía que lo que le estaba pidiendo era nada más y nada menos que la cabeza de Lucifer. No, él no esperaba tanto de "un hijo tan idiota", era algo demasiado ambicioso incluso para alguien tan conspirador como Samael.

—Tengo entendido que es un Mikael en potencia. No quiero más Mikaeles y a ti te encanta matarlos, ¿verdad?

Le quedaba una última bala en la recámara y la disparó dando de lleno en su ya malherida víctima.

Tenía frío, mucho frío, y todo estaba completamente oscuro. Intentó ver a su alrededor, pero un velo áureo cubría sus ojos. Intentó escuchar, mas el sonido rebotaba en la dureza de sus tímpanos. Intentó gritar, aterrada, y sus cuerdas vocales no vibraron. Estaba sumida en la más absoluta oscuridad. ¿Era así como se había sentido Caín? Consiguió recordar lo que le había pasado y comprendió que ahora era una pobre alma encerrada con vida en aquella figura metálica. Volvió a gritar y el eco del silencio la respondió.

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El sábado más^^

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