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14. Monstruo

21

Amara había esperado a que todas las luces se apagaran para que nadie la descubriese. Aún así, sabía que había guardias por todas partes. Sólo eran humanos, si ella no quería ser vista no lo sería. De todas formas, tuvo cuidado, si los habían puesto como guardias por algo sería. 

Llevaba esperando ése momento impacientemente. Hoy tendría su primera clase con Caín y estaba deseando saber lo que le iba a enseñar. El imaginarse a ella haciendo cosas sorprendentes la excitaba. Además, iba a volver a verle y quién sabía lo que podría pasar. 

Era consciente de que no hacía bien en pensar en estas cosas, pero no podía evitarlo. Había leído en secreto varios libros de los humanos y se había emocionado al imaginarse a ella en esas situaciones. Sentía algo en su cuerpo que no podía explicar y no había manera de librarse de aquella sensación. Como si algo la oprimiese y, hasta que no se liberara de esa opresión, no se sentiría bien. Y con Caín podía liberarse de todas aquellas cosas que la oprimían. 

Había quedado con él en el mismo lugar de la otra vez, pero al llegar al barranco, no encontró a nadie. En vez de quedarse esperando, se internó en el bosque guiada por una intuición que no conseguía explicarse. Cuando llegó a un pequeño claro donde los rayos de luna dibujaban fantasías, le encontró apoyado sobre el tronco de un árbol, con los brazos cruzados y su mirada acerada clavada en ella. A pesar de que para variar iba todo de negro, no le costó ningún esfuerzo encontrarle.

—Veo que no te has arrepentido —la saludó.

—Hicimos un trato. Y sobre la información que me pediste... —El diablo no dejaba de observarla — no hay mucho interesante que contar. Era hijo de Kazbeel y Eurifaesa(1), ambos asesinados por un demonio. También tenía una hermana que se llamaba Selene, pero también murió...

—Cuando quieres, consigues hacer rituales extraños —le reprochó el Caído. 

Ésta no pudo evitar sonrojarse y enfadarse un poco.

—No es mi culpa si no me dices qué quieres saber exactamente.

—Déjalo, lo mejor será que te mantengas alejada de él.

"Otro como Raphael", pensó.

—¿Pero por qué tengo que alejarme de él?

—Es peligroso —fue lo único que explicó—. Bueno, ¿comenzamos de una vez?

—¿Qué es lo que me vas a enseñar? —le preguntó el ángel mientras se sentaba sobre la fría hierba.

Caín se sentó junto a ella. Ahora que le veía bien, estaba más pálido y sudoroso de lo normal.

—Mi maestra es experta en dos sendas: la del Dolor y la de la Corrupción. A mí me enseñó la segunda, pero aprendí por mi cuenta la de las Revelaciones Perversas(2). Como esto se sale de lo normal, voy a enseñarte lo que crea más apropiado para ti de ambas, aprovechando tu apariencia inocente y tu habilidad de crear dimensiones.

—¿Revelaciones Perversas? ¿Con ella haces que las mujeres te confiesen sus fantasías? —rió la chica.

—La que está pervertida eres tú. En enoquiano se dice "Video Nefas", es la de penetrar en la mente. Mezclando ambas, puedo crear ilusiones que es lo que a ti te sirve. Ten en cuenta que esto no es nada fácil...

—Estoy preparada, no hay tiempo que perder.

—Como eres un ángel, ya tienes el tercer ojo activado, por lo que nos ahorramos muchos pasos como el de aprender a ver el mundo espiritual. Tú te tienes que centrar en el quinto plano, que es el de la mente. A mí es el plano que me parece más hermoso, pero para un ángel, intentar meterse en la mente de un hijo de las tinieblas puede ser mortal. Nunca le leas la mente a un Caído o a un Infectado, tienen un dolor y una oscuridad que te destruirían. Y los demonios son demasiado retorcidos, un ángel nunca se molestaría en intentar comprenderles, pero tú en ese sentido eres diferente. —Amara le escuchaba atentamente, asintiendo con la cabeza después de analizar cada palabra—. La mente de cada ser es como un universo aparte. Sobre todo las nuestras, por lo que quiero que te familiarices con este plano. Primero con el tuyo, para que comprendas cómo está formada tu mente y, si es posible, quiero que a nivel superficial accedas a la mía, para que veas la diferencia.

—¿Empiezo ya?

—Claro. Aprovéchate de tu condición de ángel para trasladarte allí. Supongo que estarás acostumbrada a meditar.

Amara obedeció y cerró los ojos. No parecía muy difícil. Ya se había inmaterializado varias veces que consistía, precisamente, en pasar del plano material al etérico. Ahora, lo único que tenía que hacer era entrar en su mente. La verdad era que nunca se le había ocurrido hacer eso. Desde el cuerpo podía acceder perfectamente a sus pensamientos, no necesitaba meditar para entenderse a sí misma. Por otro lado, comenzó a sentir inseguridad. Últimamente su cabeza estaba plagada de pensamientos confusos. ¿Y si se quedaba atrapada en ellos? Para eso estaban estas clases, para aprender a no hacerlo. Intentó olvidarse de sus temores y concentrarse en encontrar la puerta a su mente. No tardó en vislumbrar a lo lejos una luz muy brillante. Supo de inmediato que era allí a dónde tenía que dirigirse.

Llegó a un lugar descomunalmente grande. Tan inmenso, que no estaba segura de querer adentrarse por miedo a perderse. Pero tenía que hacerlo, por orgullo propio. Aquel lugar parecía estar compuesto por una red de tejido nervioso, una maraña de hilos que se alzaban varios metros sobre ella. Enseguida descubrió que esos hilos eran puentes de cristal que comunicaban una sección con otra. Según avanzaba, unas pequeñas estelas tornasoladas la rodeaban y otras veces, sus propios recuerdos emergían ante ella, como si estuviese viendo una película. Al principio todo le pareció un laberinto, todo estaba confuso y, cuando creía que había descubierto la salida, en realidad era una trampa. 

Al cabo de un tiempo vagando entre sus pensamientos, entendió que era tan caótico todo porque así había sido su mente esos últimos días y que al fin y al cabo era su mente, así que sólo ella podría encontrarle una lógica a todo aquello. Y así empezó a entender aquel entramado abstracto y ya no le pareció tan confuso. De hecho, cuanto más se internaba, más ordenado y directo se volvía todo. Se le ocurrió la posibilidad de que en algún lugar tenía que estar la zona dedicada a recuerdos olvidados y que quizás allí encontrase las respuestas a su origen a las que tantas vueltas les había dado. 

No fue tan fácil como había pensado. 

La imagen de Nathan constantemente la confundía. Tan pronto hallaba la salida de una zona, se encontraba con la risueña sonrisa de su amigo y, en cuanto se acercaba a él como una tonta, la señalaba acusadoramente para después desvanecerse. Después de eso, el camino recto se transformaba en una bifurcación y Amara no sabía cuál escoger.

Absurdo porque la que estaba observando a su mente era ella y no al revés, pero por alguna extraña razón, percibía que esas redes cristalinas estaban vivas. Una de esas veces, resbaló y cayó al suelo. Intentó incorporarse, pero estaba demasiado resbaladizo y siempre volvía a caer. Sin darse por vencida, intentó volar, pero tampoco podía. Comenzaba a ponerse nerviosa. Tenía que seguir avanzando como fuese. Si no podía levantarse, se deslizaría. Gritó cuando sintió varios cuchillos cortar sus piernas. Éstas habían sido cubiertas de cristal, parecía que se habían congelado, quedando incrustada en el suelo, pero esos cristales por dentro cortaban, como si estuviesen compuestos de diminutos y afilados cristalitos, y su sangre comenzó a brotar.

—Eres una estúpida —le espetó una voz que se le hacía muy familiar. Ante ella se alzaba otra Amarael, más mayor, más mujer, toda vestida de negro—. No eres más que una inútil —la seguía despreciando.

No había duda de que estaba perdida, tan perdida que no sabía cómo salir de ésa. Recordó que Caín seguía a su lado en el plano material y que, quizás, él podía entrar en su mente y salvarla.

—No seas estúpida. ¿De verdad piensas que él va a seguir allí esperándote? Como si no tuviera nada mejor que hacer...

Si eso era así, tenía que comprobarlo por ella misma. Abrió los ojos y volvió a sentir la humedad de la hierba y la brisa nocturna acariciándola. Poco a poco fue recuperándose, y en seguida todo parecía demasiado onírico para ser real, aunque le seguían doliendo las piernas. A su lado se encontró desmayado al diablo.

—¡Caín!

Intentó despertarle, pero sus signos vitales eran muy débiles.

—A...ma...r... —fue lo único que consiguió decir.

La chica se sobresaltó cuando descubrió la mano con que le sostenía manchada de rojo. Sin pensárselo dos veces, le abrió la camisa y se encontró con unos vendajes encharcados de sangre que envolvían una herida en el vientre. Como iba vestido de negro, no se había dado cuenta de este detalle.

—Aguanta, voy a buscar a Raphael.

—¡No! —chilló él a la vez que se convulsionaba.

—Confía en mí —fue lo último que le dijo antes de dejarle allí tendido. 

Era cierto que no podía decírselo al arcángel porque le mataría inmediatamente, pero sí podía conseguir su bastón. El caduceo de Hermes, con él podría curar cualquier herida. Tenía que encontrar la forma de quitárselo sin que su dueño se diese cuenta.

Se encontró con Gabriel que estaba contemplando su reflejo en un pequeño lago. Se le ocurrió una idea.

—Señor Gabriel...—le llamó tímidamente. 

Éste se volvió sorprendido de que alguien se dirigiese a él.

—¿Qué pasa, Amara? Éstas no son horas para que andes por aquí...

—Se trata de Raphael, quiere anular el Entrenamiento.

—¿Anularlo?

—Eso he oído que le comentaba a la Suma Inquisidora. Piensa que somos unos inútiles y merecemos suspender directamente.

—¡Ahora mismo voy a hablar con él! 

Y se dirigió rápidamente y con paso decidido hasta el edificio donde se instalaban los de la Inquisición y los arcángeles. Encontró al arcángel sentado en uno de los sofás del vestíbulo hablando con la Suma Inquisidora. En cuanto ésta le vio llegar, se apartó de su lado e inclinó la cabeza.

—¿Puedo ayudarte en algo? ¿Vienes a confesarme tus crímenes? —le preguntó con sorna el arcángel.

—No vengas de vacilón. Sabes perfectamente lo que pasa. Que tú no confíes en la nueva generación no significa que los demás no lo hagan.

—No sé de qué estás hablando. Precisamente, el único en el que no confío es en ti. ¿Qué haces aquí? Tu concubina te estará esperando.

La discusión estalló, como no podía ser de otra forma. Amara pudo ver el bastón con las dos serpientes enroscadas apoyado en un extremo del sofá. Gateó para no ser descubierta.

"Como una serpiente."

Cada vez elevaban más el tono de voz y la tensión era evidente. Raphael se había pasado, algo impropio en él, y hasta la Suma Inquisidora estaba incómoda sin saber cómo reaccionar. Amara lamentó que empezaran una pelea por su culpa, pero Caín estaba agonizante esperándola y no había tiempo que perder. 

En cuanto lo tuvo entre sus manos, se marchó lo más rápido que pudo de ahí. Los dos ángeles estaban bastante ocupados con lo suyo, pero temía que la Suma Inquisidora la descubriera. A pesar de que no se había mostrado en el plano material, sospechaba que aquella mujer tenía habilidades sobrenaturales. Esa melena roja y blanca seguía llamándole la atención y sus ojos la intranquilizaban, siempre cubiertos por un velo blanco, como si estuviese en trance.

Llegó lo más rápido que pudo adonde le había dejado, pero se sobresaltó cuando en vez de encontrar al joven de cabellos negros, lo que estaba tendido sobre la hierba era una criatura horrorosa. Tenía la piel completamente quemada, todo en él había sido consumido por el fuego. Se arrodilló junto a él y pasó delicadamente las yemas de sus dedos sobre sus ampollas y costras. Él, al sentirla, entreabrió los ojos. Seguían siendo tan fascinantes como siempre, a pesar del poco brillo que le quedaban. Ahora resaltaban aún más sobre su rostro marchito.

—Ya estoy aquí. Aguanta.

No era la primera vez que sostenía aquel bastón. Cuando era más pequeña, Raphael le había enseñado en alguna ocasión cómo usarlo. Sólo tenía que dejar fluir su energía a través de él. Se concentró y los ojos de las serpientes, constituidos por pequeñas esmeraldas, relucían más a medida que iban acumulando poder. Dirigió el caduceo hacia el diablo y posó el extremo sobre su herida. El unialado aulló de dolor y un turbio humo negro la hizo toser. Había ocurrido lo que se había temido: su poder sagrado le quemaba. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ahora sí que no sabía qué podía hacer para salvarle. 

Unos metros más lejos, apoyado sobre el tronco en el que Caín la había recibido, Gabriel observaba la situación.

Amara no entendía nada de lo que estaba pasando. De repente todo se estaba desmoronando. Quería ayudarle, demostrarle que podía ser útil, pero no se le ocurría qué podía hacer, a Caín el akasha y el poder sagrado le dañaban. No quería perder a ese maldito diablo tan pronto. Un soplo de aire frío la abofeteó y se sorprendió cuando vio que detrás de ella estaba su profesor.

—¡Gabriel! —El ángel ya la había ayudado en otra ocasión, quizás ahora podía volver a confiar en él.

—Déjamelo a mí, Amara. —Gabriel se inclinó sobre el malherido diablo mientras le examinaba. Caín reconoció su borrosa figura de inmediato. Intentó incorporarse, pero Gabriel no se lo permitió—. No esperaba saldar cuentas tan pronto.

—¿Piensas devolvérmelo? —El ángel emitió una mueca burlona antes de responderle.

—Yo tengo otra forma de arreglar las cosas. —Y dicho esto, le arrebató el caduceo a Amara y comenzó a darle su propia energía oscura. Las heridas comenzaron a cerrársele rápidamente. Gabriel pudo apreciar también cómo desparecían las cicatrices de las heridas que le había hecho él mismo la noche anterior. Lo más sorprendente fue cuando su piel quemada comenzó a desprendérsele, dando lugar a una nueva y perfecta tez. Gabriel se detuvo un momento y la nueva piel comenzó a arder consumiéndose de nuevo entre pequeñas chispas rojas—. Así que se trataba de eso. —Nunca había visto una maldición como ésa. Ahora lo comprendía. Aquel demonio tenía que haber intentado de todo sin conseguir resultado alguno y por eso no había tenido más remedio que recurrir a las ilusiones.

—¿Ya os conocíais? —Amara estaba bastante sorprendida, sobre todo porque no entendía cómo Gabriel podía curarle si ella antes había sido incapaz.

—Ya hemos tenido algún encuentro —fue lo único que le explicó el ángel—. Pero... hay algo que no entiendo, ¿por qué no te curó ella? Al no ser que... —Su rostro se tensó. Si Selene no le había curado, lo más posible sería que habría sido ella la que le había herido —. Maldito, ¿qué le hiciste? —Sus manos ya no estaban enrolladas en torno al bastón curativo, sino que se cernían sobre el marchito cuello del diablo.

—¡No, por favor! —gritó Amarael.

—Esto no es asunto tuyo —le espetó Gabriel. La joven se quedó con la boca abierta sin saber cómo reaccionar. —¡Respóndeme! —se volvió a dirigir al condenado—. ¿Qué le hiciste?

—Yo... Yo sólo quería ponerla a salvo... —La voz de Caín seguía sonando débil en sus mentes. Llevaba un día desangrándose y, aunque los diablos eran más resistentes que los humanos, no llegaban al nivel de los demonios y por mucha maldición de inmortalidad que tuviese, no le servía de nada contra armas especiales, como era el caso.

Gabriel exhaló un suspiro y dejó de amenazarle para seguir curándolo.

—Sólo espero que Selene esté bien.

—Tienes muchísimo mejor aspecto. ¿Cuántos devoraste? —Caín se encargó de que esas palabras sólo llegasen a la mente de aquel ángel. Éste agachó la cabeza. Parecía sentirse culpable.

—Los necesarios.

—¿Era la primera vez?

Cuando era más pequeño, mis padres me dieron muchos ángeles..., pero apenas lo recuerdo, y hasta estos últimos días no había vuelto a tener necesidad... —Caín pudo ver su sufrimiento y lucha interna. Lo primero que deberían enseñar era a desprenderse de la moralidad. Matar a otros para poder sobrevivir, siempre había sido así en el mundo que había sido creado, no tendría que sentirse mal por poseer el espíritu de supervivencia —. Quizás es porque el sello se está debilitando.

Caín dirigió la mirada al tatuaje que lucía en su costado. Antes le había pasado desapercibido, pero ahora que se fijaba bien, podía percibir camuflado el símbolo de Belial y también el de la luna.

—¿Para qué sirve?

Encierra mi parte oscura. Se suele debilitar cuando gasto más poder del que debería y anoche sobrepasé los límites —añadió, avergonzado. 

Por este tipo de cosas Caín se alegraba de ser un diablo.

Amara llevaba un rato observándolos a pesar de que no lograba acceder a sus pensamientos. No era tonta y sabía que estaban hablando de algo y no querían que ella se enterase, pero eso le parecía injusto. Se le ocurrió que quizás era un buen momento para intentar poner en práctica de nuevo la lectura de mentes. Se concentró para situarse en el quinto plano, el mental, para después poder acceder a los pensamientos de ellos. Encontró un acceso que destilaba una gran oscuridad, pero aún así no se echó hacia atrás. Cuando pensaba que ya estaba dentro, la glacial mirada de Caín perforó su mente, intimidándola y haciéndole caer sobre la hierba. De la impresión no había podido reprimir un grito que hizo que por fin volviesen a prestarle atención a ella. O por lo menos Gabriel, que emitió un suspiro cuando la vio incorporándose. Caín ni la miraba. El ángel se acercó hacia ella.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí... Sé que no era asunto mío, pero no lo pude evitar...

Una ondulación en el plano espacial les llamó la atención y cuando se volvieron el diablo ya no se encontraba allí. Se había marchado y Amara no sabía si iban a seguir las clases o qué iba a pasar. Suponía que sí porque habían hecho un trato, pero temía que él se hubiera enojado con ella. Lo más seguro es que pensase que era una inútil entrometida.

—Es mejor dejarle marchar, para siempre, Amara. Es extraño y no sé qué es lo que pretende. —La muchacha le iba a responder que Caín le había aconsejado lo mismo respecto de él, pero se le adelantó él mismo—. Al igual que no deberías estar a solas conmigo. Será mejor que me vay... —Interrumpió sus palabras cuando sintió una poderosa presencia delante suyo. Raphael les había encontrado mientras miraba acusadoramente el bastón que Gabriel llevaba consigo.

—Será mejor que me devuelvas inmediatamente lo que me pertenece y esta vez no creo que ni la mejor excusa te pueda salvar. —Su tono de voz era tan severo como la expresión de su rostro.

—Hay una explicación, no es lo que parece... —intentó explicar la chica mientras pensaba en cómo salir de ésa.

—Jovencita, contigo también tengo que hablar seriamente.

—Déjala, Raphael. La culpa es mía. No teníamos intención de hacer nada malo, solo era una pequeña prueba como entrenamiento, no sabíamos que te lo ibas a tomar tan mal  —le dijo mientras le tendía el caduceo.

—Robar a un arcángel es un acto muy grave y mi bastón no es un juguete precisamente. —No dejó que Gabriel terminara de dárselo, antes de eso ya se lo había arrebatado con fuerza. 

—Insultar a tu compañera sólo porque ella sí tiene una vida romántica, no está muy lejos en cuanto a bajeza.

Raphael se avergonzó al saber que ahí tenía razón, pero en cuanto su mano volvía a cernirse en torno a su querido bastón, sintió los restos de energía oscura que había sido canalizada a través de él. 

El tiempo pareció congelarse y, lo que no eran más que segundos, a Gabriel le parecieron eones. No había caído en ese detalle. Ahora sí que estaba perdido. Al arcángel los ojos parecían desorbitársele. Estaba poniendo todo su esfuerzo en no perder la compostura.

 —Ahora sí que estás perdido—. Sí, ya se había dado cuenta de eso—. Te juro que me encargaré de ser yo mismo el que te arranque las alas en tu ejecución —le amenazó, agarrándole del cuello de la camisa. 

Se quedaron en esa posición, muy próximos el uno del otro, sosteniendo la mirada asesina que le lanzaba el arcángel.

"Escúpelo", le decía una oscura voz en su interior. Pero no lo hizo y finalmente Raphael le soltó, dándole la espalda y marchándose, probablemente en busca de Serafiel.

—Gabriel, ¿qué va a pasar ahora?

Lo había vuelto a hacer. Ahora había implicado a Gabriel. Quizás todavía podía intentar hablar con Raphael..., aunque lo que habían mencionado de la energía oscura la inquietaba. No terminaba de encajar qué diantres estaba sucediendo.

"Mátalo. Te estorba", volvió a sugerirle esa voz interior. Era una posibilidad y lo sabía perfectamente, pero eso no es lo que haría el gran Mikael. Él se enfrentaría a Lucifer y le derrotaría con gran valentía. Estaba claro que él no le llegaba ni a la suela de los zapatos a alguien tan increíble como el gran arcángel del fuego azul. No le quedaba más remedio que dejar que otros acabaran con él. En realidad tenía que haber sido así desde el primer momento.

—Déjalo, Amara —le pidió, derrotado—. En realidad es lo mejor.

Lo último que la joven vio de él fue la silueta de su espalda iluminada por los rayos lunares desapareciendo entre la maleza.

*************

1. TeaTía o Teia (también escrito TheaThia o Theia), llamada también Eurifaesa. Rra, en la mitología griega, la Titánide protectora de la vista y por extensión la diosa que dotaba al oro, la plata y las gemas con su brillo y valor intrínseco. Tea se casó con su hermano Hiperión, dios del vigilante sol, con quien fue madre de Helios (de quien se dice en su himno homérico que era hijo de Eurifaesa), Selene y Eos, el sol, la luna y la aurora.

2. Me he inspirado en las sendas taumatúrgicas del juego de rol Vampiro, pero no son exactamente iguales.

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