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Parte única

El sonido de las llaves estrellandose contra la mesa de cristal blanco, (ubicada cerca de la puerta principal), cae a propósito con el objetivo de hacer notar su presencia, acompañado del choque ocasionado por la puerta de madera al cerrarse tras ejercer la suficiente fuerza como para asustarme y hacer que saltara sobre mi lugar en el sillón, y como si aquello fuera poco, él anuncia su llegada.

—¡Llegué nena!

Aquel era Jesse, mi novio.

—Hola— saludo, me acerco e intento dejar un beso en su mejilla.

—¿En serio Camila, otra vez?

Señala con fiereza la sala de estar y yo me encojo sobre mi misma. El sofá más amplio se hallaba desordenado, algo magullado, y sobre la mesa de centro se encontraba mi segunda taza de café, revelando mi estancia durante toda la noche en este, esperando por mi amado.

Pero eso a él no le gustaba, me decía que no tenía que mortificarme.

Y yo pregunto, mi amor, ¿Cómo no hacerlo?

—No pude dormir... tenía miedo por si te pasaba algo y no me hallaba lo suficientemente despierta como para atenderte—susurro cabizbaja.

Él parece analizar lo que dije y suelta un suspiro.

—Lo lamento Mila—entre sus grandes manos sujeta mi rostro, y con sus pulgares me regala suaves caricias, yo me dejo mimar—, pero sabes que no me gusta que hagas eso, yo me sé cuidar solo, no tienes que preocuparte.

Asiento y soy consciente del exquisito perfume que desprende de él.

Un exquisito perfume de mujer.

Aquel era Jesse, mi novio, lo quiero tanto, tenemos esta relación, pero últimamente me trata como la mierda.

Ahora me toca a mi soltar un suspiro. Como puedo doy un par de pasos atrás y muestro mi mejor sonrisa ensayada de que todo está bien.

—¿Quieres algo de comer?

—No, iré un rato a la ducha—sin fuerza responde, dirigiendo su mirada a la puerta del cuarto de baño.

—¿Pero, me dirás dónde estabas?

—¡Maldita sea! Siempre es lo mismo contigo ¿Eh? —bufa y a pasos largos se marcha, dejandome sola. Lo peor es que no me toca ni un centímetro de piel, pero siento como me aleja cientos de kilómetros de su lado.

No recuerdo el momento exacto en el cual todo decayó.

«Era verano cuando conocí a Jesse en un exclusivo bar de Long Beach meses atrás... no es artista pero siempre tuvo esa pinta de rockero excéntrico que quiere vivir una gran vida y tener una increíble muerte, tal vez aquello fue lo que me atrajo la primera vez.

De actitud confiada, peculiar cabello rubio desorganizado apuntando a distintas direcciones, chaqueta de cuero, pantalones ajustados, dedos cargando tantisimos anillos, y con una mirada asombrosamente masculina, Jesse Preasly me cautivó por completo.

Yo iba con un corto vestido negro apretado a mí que contaba con un gran escote, utilizaba oscuras zapatillas de tacón fino que me sumaban unos diez centímetros, y mi larga cabellera se hallaba ondulada.

Cuando nuestras miradas cruzaron hubo una explosión de fuegos artificiales a nuestro alrededor, ambos lo sentimos, lo sé.

La segunda vez que nos encontramos fue en el apartamento de la pareja de una amiga, quien había preparado una no tan pequeña reunión, a la que yo fui invitada, y sorpresivamente para mi, él igual.

Estuvimos juntos en una habitación llena de humo, (debido al cigarro), y un olor a vino, y a perfume barato. Nos lo pasamos en medio de sonrisas. Él me contó de sus sueños y yo de los míos, y de alguna forma u otra terminamos besandonos descaradamente en el sofá del pequeño apartamento.

Aquella noche me fui con el labial corrido y un nuevo número de teléfono agendado en el celular.

Los días posteriores a ese no perdimos el contacto; mantuvimos charlas profundas, hubo uno que otro chiste malo que solo por ser él me ocasionaban un cuestionable ataque de risa, también haciamos videollamadas, que a veces llegaban a finalizar hasta altas horas de la madrugada...

Y luego de dos semanas de mostrar interés, consecuentemente, llegó nuestra primera cita.

Me llevó a un bar cercano a la playa.

Apenas iniciaba la noche, rondaban las diez y media cuando me saca a bailar. Todos los presentes lo podían confirmar, eramos los reyes de la pista. Cuerpo a cuerpo, cara a cara, sonrisas bobas, giros ágiles y agarres fuertes.

—¿Sabes que te adoro? —suelta tras darle un largo trago a su cerveza.

Mis mejillas no tardaron en asumir un color rojo.

—¿Qué estás diciendo ahora? —suelto una risilla nerviosa, el vaso de ron con Coca Cola que sujetaba tiembla ligeramente.

—Mila, necesito decirte algo—pronuncia aquello con total seriedad.

—Dime—en un tono bajo, le pido ansiosa.

Da unos pasos hacia mí. Nos hallabamos de pie, dueños temporales de una mesa alta que sobre ella soportaba un par de tragos.

—Nunca me había conectado tanto con alguien, y siento que... a tu lado es exactamente donde debo estar.

—¿De qué película lo sacaste?

Soltamos un par de risas.

—¿Entonces, te pidió ser su novia?— el día después acordé reunirme con mi mejor amiga, Julieta. Nos encontrabamos en medio de su habitación.

—Ajá.

—¿Y tú dijiste que sí?

—¡Que sí!—no podía salir de su asombro—. No es tan raro.

—¿Raro? no, alta red flag, amiga date cuenta—niega arrugando su pequeña nariz y frunciendo sus pobladas cejas.

—Pero tenemos semanas intercambiando mensajes, ¡hemos tenido charlas filosóficas sobre el universo y todo! además, me hace sentir bien.

«Recuerdo que trataba de justificar aquella impulsiva acción».

—Mila, ¿en serio crees que estás haciendo lo correcto? Es decir, apenas fue su primera cita— preocupada Julieta pasa uno de sus morenos brazos sobre mis hombros.

«Si tan solo le hubiera hecho caso temprano...».

Sentí que las siguientes cuatro semanas transcurrieron rapidísimo, pues de la nada cumpliamos un mes.

Mi novio me llevó a la playa.

—Está este profe en la facultad, siento que se la tomó conmigo este semestre, soy la única a la que sermonea frente a toda la clase...

Me desahogaba con Jesse mientras batallaba con un envase de protector solar entre mis manos.

Él libera una relajada risa en mi dirección y yo le dedico una de mis mejores fruncidas de ceño.

—Nena, eso es normal, vas a encontrarte con un millón de personas así que te quieran joder, pero lo importante es demostrarles que no te afecta, eso te hará más fuerte—comenta desde su limitada altura en el suelo, apoyado sobre uno de sus codos para observarme.

Yo medito sus palabras y asiento en acuerdo.

—Tienes razón, eso haré —respondo con un semblante decidio, luego cambio mi expresión a un ligero puchero—, pero es que me cae tan mal...

—Bueno, si lo que te dije no funciona, siempre tendrás a tu sexy novio para defenderte, solo dame su nombre completo, yo me encargo del resto—me guiña un ojo y yo suspiro embelesada.

Jesse es un muchacho atlético, pequeña fue mi sorpresa al enterarme de que tenía el abdomen marcado, y es que eso se predecía incluso con capas de ropa encima, mi novio me parecía increíblemente caliente.

Así que no fue extraño el hecho de que las demás personas hayan fijado su vista en él desde que llegamos.

—Permiteme.

Con cuidado toma el protector solar de mis manos, y para mi asombro él mismo exprime un poco en las suyas, regalandome caricias a lo largo de mi cuerpo, específicamente en: la espalda, hombros y brazos.

Jesse se inclina un poco y deja un suave beso en mi cuello, entre el espacio del hombro y la mandibula, yo siento mi cuerpo temblar.

—Eres preciosa, Mila.

Disfrutar de aquel ambiente, y del delicioso masaje que me brindaba fue lo que hice.

En general, nuestra relación era la de dos adolescentes emocionados; besos, caricias y manoseo, no llegabamos a nada por mi culpa.

Hubo más de una vez en la que le advertía que no me hallaba lista para dar aquel paso, él me entendía y me daba mi espacio, llegabamos únicamente hasta donde yo decidía llegar.

La primera vez sucedió en su apartamento.

—Te necesito—susurra en mi oído.

Aquella tarde Jesse me invitó a su lugar y fue por mí a la universidad, al terminar las clases de inmediato llegamos a acurrucarnos en el cómodo sillón de la sala de estar de su apartamento, y bueno, una cosa llevó a la otra y de repente yo me hallaba sobre su regazo siendo besada.

Con mi espalda arqueada, pecho a pecho disfrutaba de su amor, y es que él sí sabía como hacer las cosas. Puede que sea por el hecho de que me lleva seis años de experiencia.

«Al iniciar nuestra relación, apenas contaba con unos escazos diecinueve años, notable diferencia con Jesse, quien tenía unos veinticinco».

Y solo Dios sabía en ese momento lo que yo sentía por mi pareja; una joven con las hormonas revolucionadas y un novio extremadamente caliente, para nada sugería un escenario inocente...

Pero, yo tenía claro que estaba dispuesta a dar.

—Jesse, yo—en medio de un gemido llamo su atención, así que dirige su mirada hacia mí.

Sus ojos se encontraron con los míos, pero su boca se hallaba armando un lío sobre mi pálida piel del cuello.

Muerdo mi labio inferior y cierro los ojos por unos segundos, luego de soltar una pequeña bocanada de aire, vuelvo a mi chico.

—No estoy lista.

Casi de inmediato, y dejando un trazo delicado con los dedos, saca sus grandes manos debajo de la camisilla que utilizaba ese día.

—No hay problema, nena, lo respeto—comenta tras pasar una palma de su mano sobre su desordenado cabello rubio.

—Lo lamento tanto—susurro apenada, mis delgadas cejas casi llegan a toparse en el entrecejo.

Tanto él como yo nos hallabamos enrojecidos debido al calor del momento. Aún así, Jesse supo como manejar la situación: con delicadeza sitúa sus manos a cada lado de mi rostro y su mirada es calida.

—Todo está bien, Mili—de sus labios sale aquel apodo que hace poco comenzó a utilizar. Deja un corto beso sobre mi frente y yo cierro los ojos.

Me acomoda a un lado suyo, pasa su brazo sobre mis hombros, yo lo aprieto a mí y nace un claro sentimiento de que aquella impulsiva decisión no fue del todo errónea.

Después, los días pasaron volando y se conviertieron en semanas, y esas semanas en otro mes más.

Salidas espontáneas a plazas, bares, playas, eso sucedía a menudo, no eramos una pareja de citas románticas en restaurantes caros, con la presencia del otro se volvía suficiente.

Y sin darme cuenta, ya para el fin de semana, celebraba el segundo mes de noviazgo con Jesse, así que me llevó al cine, y luego a cenar.

Fuimos a ver una película de terror.

—No puedo creer que no te hayas asustado ni siquiera un poco—entrecierro mis ojos a su dirección, y me pega a su cuerpo pasando un brazo sobre mis hombros.

—Y yo no puedo creer que te veas tan bella—él con una amplia sonrisa, me guiña el ojo—, incluso cuando chillabas como bebé—suelta una corta risa y observa hacia adelante, guiandome.

Yo ruedo los ojos y golpeo ligeramente su costado con mi codo.

Salimos de la plaza con la intención de llegar a un establecimiento cercano de comida italiana que hace tiempo insistí en conocer juntos.

No tardamos más de tres minutos caminando.

—Me gusta el ambiente —inicia una vez que ambos nos hallabamos acomodados en nuestra mesa.

El lugar no se veía elegante, algo que normalmente sucede en los restaurantes que venden este tipo de comida, en cambio lucía rústico: con cuadradas mesas de madera, extensión de lucecillas amarillas, y colores llamativos a su alrededor, específicamente aquellos pertenecientes a la bandera del país europeo.

Familias, grupos de amigos y parejas, disfrutaban de una selección de tragos y alimentos que de tan solo pensarlos se te hacía agua la boca.

Además contaba con una sección de karaoke más atrás donde, un grupo dinámico de empleados, incitaban a los comensales a subir.

Mi novio no dejó de aplaudir y soltar algunos silbidos emocionado, apoyando a la persona o al grupo que subiera a la tarima, verlo así de alegre hizo que mi corazón se encogiera de ternura.

«¿Por qué no pudo ser así siempre?».

—Deberiamos subir— sugiero una vez que un par de amigas obviamente pasadas de copas se despedían del público tras su actuación.

Varias veces desafinaron, pero al final las grandes sonrisa en sus rostros hablaban por ellas.

Jesse alzó ambas cejas de la impresión y terminó por tomar lo poco que quedaba de su cerveza.

—¿Segura?

—Sí, dame un segundo—bebo por completo el amareto mezclado con jugo de naranja, que había pedido y me coloco de pie tendiendo mi mano de inmediato a Jesse.

Mi chico me observa expectante, pero dos segundos después sonríe ladinamente, y me sujeta con firmeza abriendo paso entre el gentío.

—Esto es al azar, yo le doy al botón de reproducir y la que salga es la que cantaran, ¿Lo tienen? —nos comunica uno de los animadores.

Yo hago una mueca, pero asiento en acuerdo.

Don't Stop Believin' de Journey, eso salió en la pantalla una vez nos posicionamos en el escenario.

«En aquellos segundos entre la elección de la canción, y el comienzo de esta, me preguntaba si ya no era muy tarde para volver a mi sitio... ».

—Tranquila nena, todo va a salir bien—susurra él apretando mi mano con cariño, y yo me derrito.

La melodía inicia, y él me sonríe.

«Pero verlo sonreir me dio el valor suficiente para continuar, pues en ese instante me di cuenta de que haría cualquier cosa con tal de que sea feliz».

Just a small town girl
livin' in a lonely world
she took the midnight train going anywhere —Jesse me sorprende tras darse la vuelta al público y entonar terriblemente.

Yo lo miro y me guiña el ojo.

Just a city boy
Born and raised in South Detroit
He took the midnight train going anywhere —de cara al público inicio mi parte.

Seguido a eso, mi novio imita que toca la guitarra eléctrica que suena en la instrumental.

Con juegos de cabello, movimientos de piernas y pequeños saltos envolvimos el momento.

Ninguno de los dos eramos buenos en lo que haciamos, pero se sintió mágico. Estaba allí a su lado, mientras el público nos apoyaba, (aunque algunos de los presentes con burla), pero eso era lo de menos. «Fuimos Jesse y yo contra ellos».

Don't stop believin'
Hold on to that feelin'
Streetlights people —me enrollaba hacia él y nos acercabamos tanto que podriamos llegar a besarnos, pero seguimos con el show.

No fue sino hasta que el estribillo se desvaneció que inhalamos una gran cantidad de aire, llenando nuestros pulmones, para luego expulsarlo rápidamente.

Jadeantes y sudoros fuimos espectadores de los aplausos del público.

Observo a Jesse, quien disfrutaba bastante de la atención recibida, yo ruedo los ojos ante lo coqueto que se había vuelto, y me atrevo a jalarlo por una de las esquinas superiores de esa chaqueta de cuero que portaba el día de hoy para plantarle un ruidoso beso en los labios, él correspondiendo al instante.

La relación iba sobre la marcha, claro hubo una que otra discusión, pero era algo mínimo, en general lo llevabamos bastante bien.

Un día de aquellos al terminar las clases, Jesse fue por mí en su moto porque unos días atrás acordamos ir a tomar un helado en un centro comercial recién inaugurado.

Todo estaba aparentemente normal; caminabamos juntos por los extensos y anchos pasillos rodeados de tiendas de ropa, de utensilios para el hogar o de venta de equipos electrónicos, (realmente no variaba mucho), además de que obviamente el mall se hallaba repleto de niños, jovenes y adultos interesados en descubrir que ofrecía este.

—Mierda—escucho el susurro de mi novio a un lado, lucía desconcertado.

—Jesse, ¿Qué pasa?—él me mira, parece que no esperaba que yo lo hubiera escuchado, luego niega con la cabeza un par de segundos.

—Creo que es mejor que nos vayamos.

—¿Por qué?, ¿Qué ocurre?

Él solo me ignora y apresura su paso, llevandome consigo pues nuestras manos se hallaban sujetas entre sí.

—¿Qué te pasa?—intento que se detenga, suelto el agarre en el proceso.

Un par de ojos se posa en la escena que estaba armando mi novio.

Jesse me mira suplicante, como intentando transmitir un mensaje sin uso de palabras.

Pero yo no entiendo.

—¡Joseph! —la persona que anteriormente había fijado su mirada en nosotros, ahora tiene voz y viene en nuestra dirección.

Siento a Jesse tensarse a mi lado y muerdo con inquietud parte de mi mejilla interna.

—Vamonos nena—pide por última vez y yo asiento, no quería incrementar su incomodidad.

—¡Hijo, espera! —un hombre de aspecto robusto, oscura cabellera impresionante y mas o menos del tamaño de Jesse, le sujeta el hombro obligandole a dar la vuelta.

Y si mi mandíbula no estuviera pegada a mí, les juro que estaría en el piso.

Jesse le toma del brazo y lo echa para un lado sin pensarlo, luego me mira sobre su hombro por unos segundos, y empieza a hablar entre susurros con el señor, quien supongo que es su padre.

No pude escuchar gran cosa porque al instante tomó distancia de mí, pero hubo algo que salió de los labios de Jesse, que sí se escuché claramente:

—Ella no es nadie, no te importa.

—¿Cómo que nadie? —Julieta bufa molesta.

—No quise preguntarle nada más, se veía muy molesto—respondo por lo bajo, tendida en mi cama, observando cualquier otro punto que no sea el celular entre mis manos.

Durante todo el trayecto de vuelta, ninguno de los dos mencionó palabra, y a las pocas horas de que Jesse me dejara en casa, Julieta y yo organizamos una videollamada.

—Mila, reina, si algo te hace sentir mal, creo que deberías decirle, Jesse es tu novio, debe existir una comunicación entre ambos.

—¿Eso te dice tu psicóloga?—intento con algo de humor.

Ella me ignora.

—¿Y estás segura de que lo llamó Joseph?—asiento aunque sé que no me puede observar bien.

—Todo esto es muy raro, Juli, pero no me quiero entrometer más de la cuenta, se ve que es un tema muy personal—hago una mueca y elevo la pantalla para mirar a mi amiga.

Julieta se hallaba pegada por completo a la cámara, apuntando a su frente con fuerza, además, sus curiosos ojos se escondían tras los mechones de cabello rizado que se deslizaban del agarre de una bandana roja.

—Yo solo quiero cuidarte Mila, Jesse no me da mucha confianza que digamos, ten los ojos abiertos.

Ruedo los ojos, pero aprecio su intención.

—Gracias Juli, pero cambiemos de tema ya.

Días después tras la llamada con mi amiga, Jesse hizo una propuesta que realmente me dejó pensando en lo serio que se estaba tomando lo nuestro.

—Mila... —su voz ronca me llama en un inseguro susurro, por lo que dejo de lado la pasada por Instagram y coloco el celular sobre mi regazo.

Hago un sonidito de afirmación, dando a entender que estoy escuchando.

Nos encontrabamos los dos en el amplio sofá de su apartamento, él sentado en una esquina, y yo apoyando mis pies sobre sus piernas, cómodamente extendida a lo largo del mueble.

—Escucha nena—juega con los anillos de sus dedos, alternando su mirada de mí hacia sus propias manos nerviosas—, este tiempo a tu lado ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida últimamente...

Siento mis musculos tensarse.

Casi podía oir los Aleluya de Julieta susurrandome al oído tras enterarse de que Jesse Preasly me había roto.

Me enderezco sobre mi lugar y alejo mis extremidades de su regazo, él me observa confundido.

—¿Me vas a terminar?— es lo que sale de mi boca, interrumpiendolo.

La expresión anterior parece cambiar drásticamente a una de pánico.

—¡No, no! ¿Qué dices?
—Julieta siempre me había advertido de...

Ambos hablamos al mismo tiempo, ocasionando mayor confusión.

—¿Que Julieta te dice qué?
—¿No vas a terminar conmigo?

Nuevamente coincidimos al hablar juntos.

Jesse suelta un chasquido con la lengua, luego se coloca de pie y pasa agilmente su mano sobre su nuca.

—Mili, quiero que conozcas a mi mamá—lo suelta así como si nada, observandome desde su altura.

Mis ojos se abren, como platos, del asombro.

—Perdón, eso se escuchó muy autoritario —hace una mueca y se inclina para tomar con delicadeza mi mano— Pero nena, realmente me gustaría presentarte a mi madre.

Yo acepté.

Entonces el domingo más cercano acordamos para la cena.

No sabía como presentarme.

Julieta se apiado de mí, y en medio de una videollamada me sugirió que utilizar. Luego, decidí preparar un paile de brownies para llevar como postre, mi papá me ayudó.

Soy hija única, vivo con mis padres en una pequeña casa perfectamente acomodada para los tres.

Recuerdo la vez que comenté sobre Jesse en casa, los dos de mis progenitores no estuvieron de acuerdo con la idea de que iniciara una relación con alguien que llevaba apenas un mes conociendo, pero lo disimularon bien el día que lo presenté, y aunque mamá trató a mi novio con cariño, finalmente no quedó convencida del todo.

A las siete y media de la noche Jesse pasó por mí.

Durante la trayectoria completa en su moto, mi mente no paró de maquinar los peores escenarios que posiblemente ocurrirían una vez en la residencia.

Lo poco que sabía en ese tiempo de la madre de Jesse es que se llama Winona, quien durante varios años se encargó de su hijo sola, hasta que volvió a encontrar el amor con una mujer recientemente a sus cuarenta y tantos, desde entonces mantienen una relación estable.

—Entonces, estamos aquí—comento tras soltar un suspiro.

Nos hallabamos de pie sobre el porche de la casa de su madre, en una mano él cargaba el paile con el postre, y la otra me sujetaba a mí dejando suaves caricias cariñosas con el pulgar.

—Te va a adorar, nena—aprieta mi mano en apoyo, y se inclina para dejar un beso sobre mi frente.

Yo asiento un poco ida, siendo consumida por la ansiedad.

Luego él se dirige a tocar el botoncito del timbre y anunciarnos, pero de la nada, sin dar oportunidad a completar dicha acción, la puerta principal se abre revelando detrás a una señora alta, (como unos doce centímetros más que yo), de contextura atlética, con una calida sonrisa en el rostro.

—¡Winna, Jesse está en casa, y trajo a su novia!

Mis mejillas no tardaron en asumir el típico calor del sonrojo. «Pensé que tal vez, aquella noche todo iba a salir bien».

Pero no.

—¡Salió horrible Juli, su mamá me odia!

—¿Qué? me vas a contar todo, pero primero respira—confundida, mi amiga me recibe en sus brazos.

Dos días después del encuentro en casa de la madre de Jesse, lloriqueaba en medio de la habitación de mi amiga.

—Me detesta, lo podía ver en sus ojos —susurro desanimada.

—¿Qué pasó? —me pasa el vaso con agua que se hallaba sobre su mesita de noche y yo tomo pequeños sorbos.

Suelto un gran suspiro y descanso mi cabeza sobre su hombro.

—Pues mira, cuando llegamos...

—¡Winna, Jesse está en casa, y trajo a su novia!

Mis mejillas no tardaron en asumir el típico calor del sonrojo.

—Hola Barbie, es bueno verte en casa—Mi novio sonríe en dirección a la mujer que abrió la puerta.

—Niño insolente, ¿Qué te he dicho de ese apodo? —pellizca la mejilla de Jesse con un poco de fuerza.

—Ay—en sus labios forma un pequeño puchero que relaja a los pocos segundos, debido a que Barbie golpea juguetonamente el costado de Jesse.

—¡Deja de lloriquear!, mejor presentame a esta linda jovencita—habla en mi dirección y yo le agradezco el halago.

—Mila, nena, ella es Barbara, novia de mamá.

—Mucho gusto—tras un asentimiento, le ofrezco mi mano para un apretón.

—Barbs, ella es Camila, mi chica—sonríe en mi dirección y me puedo percatar de un ligero sonrojo en sus mejillas.

Mi corazón regocijado palpitaba rápidamente.

—Y yo soy Winona, madre de Joseph—una severa voz se abre paso en el ambiente, mencionando aquel nombre otra vez desde la puerta principal, y los tres giramos a su encuentro.

Winona, es una mujer que mide un aproximado de un metro con sesenta, posee un corto y ondulado cabello rubio, de bonitos ojos claros, y con una mirada que resulta intimidante.

Yo rápidamente ofrezco la mano y repito mi nombre, puedo ver como me escanea de arriba a abajo, intentando encontrar algún defecto, pero no tarda en responder con un apretón.

Pronto, Barbara nos invita a pasar.

—Espero que no les moleste, pero traje un paile de brownies, como postre, yo misma lo hi-

—Barbara es alérgica al chocolate—me corta rápidamente la madre de Jesse.

La mencionada me regala una mueca de disculpas, y yo muerdo mi mejilla interna, ansiosa.

—Pero a ti te gusta, y seguro que sabe magnífico, porque Mila lo hizo con mucho cariño —interviene Jesse, entrelazando su mano con la mía.

Winona no despega la mirada de nosotros, y hace un ruidito parecido a un “ujum”.

Bueno, bueno, pasemos a la mesa—Barbs sujeta de los hombros a su pareja y le da la vuelta, camino a lo que supongo que es el comedor.

—Nena—Jesse me para cuando estaba a punto de emprender camino—, no te dejes intimidar por ella, es muy sobreprotectora, pero sé que cuando te conozca mejor te va a adorar—delicadamente deja caricias sobre el dorso de mi mano—, así como yo te adoro.

Luego, me da un suave beso en los labios, y yo sonrío ligeramente, aunque parecía más una mueca.

—¡Joseph!—llaman por tercera vez a mi novio por ese nombre.

—¿Joseph nuevamente?—Juli desliza sus largas piernas sobre el piso, recostandose a mi lado.

Mientras contaba el momento en el que conocí a mi suegra, terminé por tirarme en el suelo de la habitación de mi amiga.

—Al parecer se llama así —comento observando algún punto en el techo.

—¿Cómo así?, ¿Entonces quién es Jesse?

—No lo sé Juli, no le pregunté—giro mi rostro y frunzo el ceño en su dirección—, ¿Te puedo seguir contando mi sufrimiento?

—Sí, sí, sí, es solo que me parece extraño, nada más. Continúa —me alienta.

Nos encontrabamos ya en la mesa, Barbara y Winona frente a nosotros.

—Provecho, Winna y yo nos esmeramos bastante —con una sonrisa alegre, Barbs invita.

Y era cierto, había una variedad impresionante de platillos, desde un pastelón de papá cubierto de queso, ensalada de pasta y atún, hasta alitas de pollo bañadas en salsa BBQ, y no perdí la oportunidades de agradecer.

—Todo se ve delicioso, muchas gracias—sonrío en dirección a las dos mujeres.

No tardamos en comenzar a servirnos, al inicio fue algo tedioso, pues tan solo se escuchaba el sonido de los cubiertos al hacer contacto con el plato, y algunos comentarios que Jesse lanzaba para aligerar el ambiente. Luego, Barbs se le unió haciendo uno que otro chiste, o contando alguna historia vergonzosa sobre mi novio, incluso pude oir algunas risillas por parte de Winona pero no dirigí mi vista hacia ella.

—Entonces, Camila—Winona me llama por primera vez en toda la noche, y yo le presto atención.

—Me puede decir Mila—intervengo.

—Camila está bien—siento la mano de Jesse colarse bajo el mantel y terminar sobre mi pierna apretando un poco en señal de apoyo.

—Yo sí te diré Mila—añade Barbs con una sonrisa.

Una vez que terminamos de comer situamos los platos a un lado, y permanecimos sentados para charlar.

—Mi hijo me dijo que estás estudiando...

—Así es, segundo año de carrera.

—¿En serio?—se ve impresionada— yo creía que acababas de salir de la escuela.

—Oh...

—Mamá, tampoco es para tanto—Jesse luce incómodo a mi lado.

—¿Entonces cuántos años tienes?—pregunta Winona.

—Diecinueve.

—Joseph te lleva como unos seis años—sus cejas se disparan hacia arriba.

—Así es, señora—comienza a preocuparme la dirección que está tomando la conversación.

—Entonces Mila, cuéntame, ¿Qué estudias?—pregunta Barbara, intentando desviar el tema.

Luego de un intercambio de preguntas y respuestas acerca de mí vida, y tras un rato de cortas risas por parte de las intervenciones de Jesse y Barbs, nos hallamos a las diez en punto de la noche despidiendonos de ambas sobre el porche del hogar.

—Ha sido un gusto tenerte en casa, linda—comenta Barbara.

—El gusto fue mío, muchas gracias por recibirme—sonrío apenada.

—Espero volver a vernos, ¡Jesse cuídala bien!

Y después de un par de besos en las mejillas abordamos la estacionada moto de mi novio.

Todo el camino a casa estuvo cargado de mi aura depresiva, siendo sincera no me esperaba que su madre me recibiera con todo el amor del mundo, pero tampoco de esa forma.

Una vez en la entrada de mi casa, y siendo consciente de que mis padres me esperaban en la sala para que les contara todo lo ocurrido aquella noche, Jesse se despide de mi con un largo abrazo.

—Cariño, estoy bien.

—Lo siento tanto Mila, mamá no suele ser así de... —buscaba la palabra para calificarla, pero lo corto.

—Tal vez hoy estaba muy estresada, no sé —yo intentaba justificarla.

—No, fue una perra por completo.

Sorprendida, abro los ojos como plato.

—¡Jesse!

Y tras una ligera risita, deja suaves besos esparcidos en mi rostro.

—Te quiero, Mila.

Mi corazón latía con rapidez, pocas eran las veces que esas palabras abandonaban la boca de mi novio, así que debía ser genuino. Sonrío en su dirección y siento mis mejillas sonrojarse.

—Te quiero más.

Después de unos tres minutos, nos despedimos finalmente, y yo ingreso a mi hogar.

—Vaya.

Miro a Juli de lado, y luego, suelto un bufido.

—Sí, vaya...

«Para mí sorpresa, después de aquel encuentro, las cosas fueron empeorando»

Algunas veces, cuando los horarios del cuatrimestre me quedaban hasta tarde, Jesse pasaba por mí y me hacía espacio en su apartamento.

No hacíamos nada más que dormir, lo juro.

Con el tiempo la situación con Jesse iba en desmejora: podían haber mañanas y tardes completas en las que no tenía idea sobre su paradero, o las pocas veces en las que logrababa contactarlo durante el día, me cortaba rápidamente alegando con que debía volver al trabajo.

Por las noches pasaba por mí, aunque no era de mucho hablar, se le notaba muy decaído, y yo lo quise intentar animar.

Sucedió en la celebración de nuestro cuarto mes de noviazgo.

—¿Qué haces?

La oscuridad reinaba en el apartamento, todas las luces fueron apagadas a propósito, y a pasos suaves lo guío al encuentro con la mesa del comedor.

—Tú confía en mí —suelto una risita, intentando relajar el ambiente—. Está bien, tres, dos, uno...

Enciendo la lámpara de pie, que se hallaba en una esquina cercana, y observo el escenario frente a mí.

La mesa se encontraba cubierta por un bonito mantel blanco, y justo en el centro un par de rosas ubicadas dentro de un jarroncito, por último a cada lado de éste: un par platos llanos y un juego de cubiertos envueltos en servilletas de tela.

Jesse suelta un suspiro, yo me volteo a mirarlo.

—¿No te gustó?

—No, no es-. Vamos, muchas gracias por esto.

Toma asiento y con agilidad descansa la palma de su mano sobre su nuca, masajeando el área, a su vez, una mueca adorna su rostro.

Encogida sobre mi misma, me encargo de servir el espagueti que preparé sobre nuestros platos, y en silencio me acomodo en la silla.

—¿Qué tal tú día?

—Bastante complicado, no me gustaría hablarlo.

Silencio.

El único sonido era el del tenedor chocando con el plato, luego enrrollando una agradable cantidad de pasta, y por último, ésta siendo ingerida.

Y se repetía.

Tenedor. Plato. Pasta. Mastico.

Jesse lucía ausente, algo que no variaba mucho desde un par de semanas atrás, y yo me preguntaba si ya comenzaba a aburrirse de mí.

—¿Sabes que te adoro?—es lo primero que sale de sus labios luego de un inquietante silencio.

Yo suelto un suspiro.

—Jesse, yo- si ya estás cansado de lo nuestro, necesito que me lo digas—descanso mis manos sobre mi regazo, justo al instante en el que siento el picor característico de las lágrimas asomarse.

Él frunce el ceño, y gira la cabeza hacía un lado, huyendo de mi mirada.

—¿Qué dices Camila? Claro que no, yo, yo no-

—¡Entonces hablame! Estoy aquí para escucharte Jesse, ¿Qué te pasa?—con una mirada suplicante, de pie me acerco a su lado.

—Ya te lo dije es complicado—él por igual se coloca de pie.

Niego un par de veces con la cabeza, y paso los dedos entre mi cabello.

—Está bien, está bien—murmuro.

—Lo siento, tengo que salir—da un par de pasos hacía atrás.

Yo me alarmo.

—¿Pero y esto?—señalo dolida la mesa que arreglé.

—Déjalo ahí, yo lo levanto cuando vuelva...

—¿Jesse? —lo llamo extrañada.

Y al verlo tomar sus llaves es cuando me doy cuenta de lo decidido que está.

—Lo siento—abre la puerta principal.

—Cuídate, te quiero—logro pronunciar en voz baja.

Y tras un silencio de aproximadamente un minuto, responde.

—Te quiero.

Pero no se sintió genuino.

—¿Cómo estás linda?—la compasión en la voz de Julieta era notable. Nuevamente aprovechamos los descansos entre materias de la universidad, para ponernos al día.

—Todo bien—respondo intentando distraerme en Instagram.

¿Y por qué no me miras a los ojos?

Silencio.

Juli aprieta mi hombro con cariño.

—Aquí estoy—me dice, y yo lo suelto todo.

Entonces le cuento cuan lastimada me siento, le cuento de mis intentos para resolver lo que sea que sucede con mi novio, de lo molesta que me hallaba porque de repente no me sentía suficiente...

—Parecía que se encontraba allí por compromiso— le relataba sobre la última cena entre Jesse y yo, fallida por cierto—. ¡Puse hasta una mesa con esa mierda elegante!

—Lamento escuchar eso Mila, pero dejame decirte que tu amor debe ser celebrado.

Julieta tenía tanta razón en aquel instante. Sé que mi amor debía celebrarse, pero él lo tolera”.

A Jesse ya no era tan fácil seguirle el ritmo, cada vez se volvía más complicado.

Era de noche, alrededor de las ocho y media, yo me acababa de levantar de una larga siesta, ese día tan solo me tocó tomar una materia en la tarde, así que decidí volver a casa para descansar.

Con movimientos perezosos enciendo la lampara de mi mesita de noche y termino por estirarme de pie. Inmediatamente me percato de mi celular que se hallaba vibrando anormalmente sobre la mesita.

Era una llamada, pero no cualquiera, era una videollamada por parte de Jesse. “Yo presentí que algo raro estaba ocurriendo, así que no vacilé en contestar”.

—¡Nena!— es lo primero que escucho al conectarme.

El gentío y la música alta también se hicieron notar, no podía escuchar bien a Jesse por el ruido de fondo.

Y él seguía hablando sabrá él qué cosas.

—Jesse, ¿Dónde estás?

Con rapidez intentaba cambiar mi pijama por algo casual, y calzarme unos zapatos cómodos.

—¡¿Qué?!—la confusión en su mirada era tanta que me hizo molestar, pero me mantuve serena.

—Iré por ti—anuncio un poco más alto.

Luego entre otras murmuraciones escucho que dijo algo con bar, pero no entiendo, hasta que deja caer su celular y entre ese movimiento me percato de algunos detalles del lugar, lo que me da la pista de su paradero.

Se encontraba en el bar en el que nos conocimos por primera vez.

Entonces tomo un taxi lo más pronto posible a su encuentro.

—¡Nena estás aquí! —con alegría de borracho, Jesse me abre sus brazos.

Una vez que llegué al lugar, le pedí amablemente al señor que conducía, que me esperara, puesto que iba a necesitar que me llevara a otro sitio.

Y cuando digo otro sitio me refiero a casa de mi novio, ni loca iba a quedarme allí, y tampoco iba a dejarlo a él en ese estado.

—La fiesta se acabó Jesse, es hora de irnos—demostré con mi tono gélido que no estaba jugando.

Él frunce el ceño y ladea la cabeza.

—¿Qué tienes Mila?—flexiona sus rodillas hasta llegar a mi altura.

—Jesse, no estoy jugando—respondo una vez más, las personas iniciaron a poner sus ojos en la situación, volviendo el ambiente más incómodo de lo que era.

—¡Pero estamos bien aquí!

Da unos pasos hacia atrás y estira sus brazos a cada lado, uno de estos accidentalmente golpea la bebida de alguien provocando que se derrame sobre un hombre también borracho, de contextura gruesa, muy alto desde mi punto de vista, sobrepasaba a Jesse por más de diez centímetros, y no lucía alegre...

—Ay mierda—susurro.

—Corre—aquello lo dice Jesse en mi dirección con una cara de sorpresa.

Y los dos escapamos lo más rápido que pudimos, con aquel hombre pisando nuestros talones. Una vez que distingo a nuestro taxi, entramos bruscamente despertando con un susto al chófer.

—Necesitamos salir de aquí rápido

Él confundido, enciende el carro, pero aún no arrancaba.

—¡Acelere! —grita Jesse, quien al parecer ya no se encontraba borracho.

Y tras varias indicaciones y algunos intentos de Jesse de vomitar por la ventana, llegamos al fin al departamento.

—Dios mío, ¿Qué te pasó?—frunzo el ceño en su dirección, mi novio se encontraba tendido por completo en el amplio sofá de la sala de estar.

—Ahora no Camila—murmura.

Yo me quedé callada.

Con cuidado cierro la puerta principal y me dirijo a la cocina por un vaso con agua, que segundos después, y junto con un calmante, dejo sobre la mesita de centro cercana a Jesse.

—Permiteme por lo menos quitarte la chaqueta—de cuclillas a un lado acaricio su espalda.

En respuesta emite un quejido que no logro comprender del todo, pero lo tomo como afirmación y retiro aquella prenda, colocándola a un lado en un sofá individual, y ya que no ponía resistencia, aprovecho por igual quitarle las botas.

Pasé la noche en uno de los sillones de su casa, claro no sin antes avisar a mis padres por medio de un mensaje de texto lo que ocurría.

A la mañana siguiente despierto sobre una superficie mucho más cómoda que en la que recuerdo haberme acomodado la noche anterior.

Observo a mi alrededor y es prácticamente imposible no deducir que me hallaba en la habitación de Jesse, de todas formas, confundida coloco un pie afuera de aquella e inmediatamente mis fosas nasales chocan con el reconfortante aroma de un buen café.

De la cocina sale Jesse con una taza en una mano, mientras que la otra sujetaba un plato de plástico donde se encontraban dos tostadas y un poco de revoltillo de huevo.

Mi asombro es mayúsculo.

—Nena... —me mira avergonzado.

En silencio disfrute del desayuno, siendo acompañada por él, quien no paraba de alternar su vista entre mí o cualquier objeto por el cual fingía interés dentro de la cocina.

—No debiste quedarte en el sofá—menciona una vez que le doy el último sorbo al café.

—Estaba preocupada—respondo.

—Y yo lo entiendo—menciona sin perder el tiempo—, pero no tienes que mortificarte, yo puedo cuidarme solo.

Con una mirada fulminante, doy unos pasos lejos de él, más cercana a mi bolso que dejé sobre aquel sofá individual.

—Pero Gracias por estar—me alcanza en cuestión de segundos y yo lo encaro.

—¡Soy tu novia, idiota! —le recuerdo—, en cualquier situación puedes contar conmigo, no solo para sacarte borracho de los bares—contesto seriamente, con una obvia doble intención.

Él parece captarla, y tras una pausa de casi un minuto, sujetando mis manos entre las suyas, y con una mirada lastimada vuelve a hablar.

—Ojalá ser lo suficientemente bueno para ti, ojalá que todo pueda volver a la normalidad, y ojalá pudiera entregarte todo mi amor, pero Mila, tengo que decirte algo...

Sentí que mi corazón estaba a segundos de emitir un ¡crack!, pero los primeros acordes de Don't Stop Believin' de Journey nos sorprendió a ambos, y recordé que desde aquella salida en la que cantamos terrible, Jesse prometió colocar la canción como su tono de llamada porque los recuerdos que relacionaba los atesoraria por siempre.

—Hola mamá—el tono de su voz decayó más—, ¿Cómo te sientes?— al atender se da la vuelta, por lo que queda de espaldas a mí.

—Ella está bien, estamos más unidos que nunca, de hecho está aquí—lo escucho responder y yo me tenso.

¿Qué nosotros qué?

«Jesse trataba de hacerle ver a los demás que nos encontrábamos bien, pero no hacía nada más que lastimarme... »

Decidí marcharme por mi propio pie, no iba a esperar a que Jesse terminara de hablar, creo que estaba asustada.

No mencioné sobre aquello a Julieta, mucho menos a mis padres.

Tampoco supe nada más acerca de mi novio, por lo que dediqué mi mente a pensar sobre si la ruptura era lo que ambos necesitabamos realmente, pues estaba claro que a eso quería llegar él.

«Aunque, no sabía si era justo llamarte novio, de hecho hay muchas cosas que tal vez no sepa, pero extrañarte mi amor, es lo único que sé»

Al día siguiente, y durante la tarde, luego de unas cuatro horas seguidas en la universidad, recibí un mensaje de Jesse en el cual me pedía ir a su casa, y fue enfático al enviar que teníamos un tema pendiente del que hablar.

No pude ir.

Y tal vez fue cobardía, pero inventé una excusa para safarme del encuentro, sin embargo, no pude dormir bien debido al remordimiento, y a eso de las tres y media de la madrugada se me ocurrió ir a su casa.

No fui.

Esta vez sucedió que mi sentido común pesaba más que mi remordimiento, por lo que me tocó esperar hasta las primeras horas de la mañana para salir de mi hogar con prisa.

Era la siete con treinta minutos cuando asome mi cuerpo por el pasillo que conduce al departamento de Jesse.

—¡Dios! —grito asombrada.

Allí tirado justo al lado de la puerta principal, y descansando en el pasillo del residencial, Jesse Preasly se hallaba durmiendo.

Rápidamente intento ir a socorrerlo pero su peso es mucho mayor al mío, por lo que se me imposibilita.

Intento agitarlo un poco con mis manos aferradas a sus hombros.

—Jesse, Jesse, despierta.

Acomodo detrás de sus orejas los mechones deslizados hacia el frente, y a los pocos segundos percibo movimiento en él.

—¿Qué?—en un murmullo sale su voz rasposa.

La puerta de su lugar se hallaba abierta, eso me alertó, sin embargo cruzamos el umbral y Jesse se lanza al sofá más grande.

—¿Qué te pasó?, ¿Dónde estuviste?—posicionada a su lado.

—No empieces—su cara se encontraba aplastada sobre un almohadon, pero pude entender aquello.

—¿Cuál es tú problema?— susurro molesta, una vez de pie emprendo camino a la cocina para buscarle un vaso de agua.

Lo acompaño en silencio sentada a su lado, luego opta por tomar una ducha, por lo que aprovecho para leer algunos mensajes de texto de parte de mis padres, a los cuales les respondo que me encuentro bien y que más tarde pasaré por un simple cambio de ropa.

La actitud de Jesse me mantuvo inquieta durante toda la mañana y tarde que pasé junto a él, callado y somnoliento, llegué a pensar que el problema iba más allá de nosotros, tal vez algo muy personal, algo con su familia o círculo cercano.

Pero hubo un problema.

«Cuando me dí cuenta de que Jesse nunca me había presentado un amigo, o familiar aparte de su madre, me hizo reevaluar realmente la relación que teníamos, es decir, ni siquiera contaba con el número de Winona para preguntarle si todo estaba bien. No tenía el número de nadie. No conocía a nadie. ¿Quién era yo en la vida de Jesse entonces?»

—Mi psicóloga desconfía de Jesse—me dice Juli a través de la pantalla de mi celular.

Al anochecer Jesse abandonó su apartamento para irse a trabajar, así que organicé una videollamada con mi mejor amiga para contarle por lo que estaba pasando últimamente.

—¿Le hablas sobre mi relación a tu psicóloga?—termino de servir café en una taza, a la par de que Juli suelta un bufido.

—Por favor Mila, ¿Qué no le cuento a mi psicóloga?

Pase las próximas horas estirada en el amplio sofá de la sala de estar, utilizando mi celular para mantenerme despierta, avanzando una que otra serie o tan solo poniendome al día en mis redes sociales.

Se supone que Jesse debió salir de su trabajo hace una hora y todavía no llegaba a casa.

Después de como dos siestas involuntarias ya iba a prepararme mi segunda taza de café para aguantar la madrugada, mi celular se hallaba cargando, y fue en ese instante en el que a mi mente regresó a la última conversación que tuve junto a mi mejor amiga.

—En fin, la psicóloga me había dicho que solo tenía dos maneras de resolver el problema con mi madre: hablar sobre mis sentimientos con ella o guardarmelos...—cuenta mi amiga mientras avanzaba por los pasillos de su casa—Y ambas sabemos que nunca le hablaría de mis sentimientos a mamá—murmura aquello.

—Entonces, ¿Te los guardaste?

—Tampoco—me mira a través de la pantalla con una sonrisa—hice algo mejor, los liberé.

Una luz se enciende sobre ella, parece que entró a una habitación, y de pronto gira la cámara para presentarme una serie de cuadros expuestos en un rincón.

—Entonces, hice arte con ellos—termina de relatar.

—Es asombroso Juli—murmuro sorprendida, no desconocía los dotes de mi amiga en el dibujo, pero de eso a hacer hermosas pinturas había un gran paso.

—Muchas gracias linda—responde nuevamente mostrando su rostro en la videollamada—, de igual forma tú también tienes tu propio arte Mila, libera tus sentimientos.

Y me pregunté, ¿Cuál era mi arte?

Termino de beber por completo la nueva taza de café y la coloco sobre la mesita de centro.

—¡Llegué nena!

Aquel era Jesse, mi novio.

No recuerdo el momento exacto en el cual todo decayó, pero cuando Jesse salió de mi campo de visión, tomé mi celular y de inmediato me dirigí a la aplicación de notas.

¿Qué significo para ti Jesse Preasly?

Borrar.

—Ni siquiera sé cómo se llama—susurro para mí al recordar las veces que respondía por otro nombre.

De repente a tu lado me sentía en confinamiento, como en un penitenciario...

Borrar.

Ya me cansé de hacer tiempo, esperando la llegada de mi sentencia...

Borr- no, espera, eso funcionaba.

Y de repente me hallé a mí tecleando sin parar sobre una nota, pues ahora mismo no quería enfrentarlo, ni guardarme mis sentimientos, iba a escribir.

Estaba haciendo arte.

Ya me cansé de hacer tiempo.

Ya me cansé.

Recogí lo poco de mi pertenencia y me escabullí fuera del apartamento de Jesse.

Me sentí bien luego de semanas de no estarlo, porque yo podía expresar todo lo que yo quisiera, podía liberar mis sentimientos aunque sea de aquella manera tan patética como lo fue en la app del móvil.

Terminamos.

Enviar.

Tal vez me pasé.

Pero no importaba en ese instante.

«Porque no quería seguir sintiendo que era un secreto, no quería más silencios hirientes y 'te quiero' vacíos, porque ya me cansé de hacer tiempo»

Lo que comenzó en una simple nota en el celular terminó por llenar dos hojas de Word, y observé satisfecha el resultado.

—Y colorín colorado, este cuento se ha acabado—con burla, frente a mi laptop, hablo en voz alta.

Ya habrá tiempo para manejarlo mejor... espero.

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