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9. Periquito muerto


-¿¡Amanda!? ¿Qué haces aquí?

Sus ojos verdes se salen de la órbita por la sorpresa y el susto.

Su rostro deja confusión y terror a la vista, pero el mío no se queda atrás.

-¡No mires! -exclama avergonzado, con la cara roja.

Lo miro en shock, luego miro lo que tiene entre las manos, horrorizada.

Está tieso.

Señalo sus manos horrorizada, pero rápido oculta la cosa, avergonzado.

-¿Y eso? -insisto, boquiabierta, señalando el bulto que acaba de guardar en la parte baja de su camisa. No sé en qué estará pensando, pero es perturbador. ¡Lo juro!

-¿Qué cosa? -pregunta fastidiado, perdiendo la cordura.

Suspiro nerviosa, sin apartar la vista de "la cosa".

-¡Esa "cosa"! -exclamo intrigada. -¡Enséñamelo! -ordeno con la vista en su camisa y algo de impaciencia.

-¡Amanda, por el amor de Dios! - empieza frotarse la mandíbula con frustración, llevándose una de las manos a su melena oscura; sus lunares del rostro se arrugan en ira, nerviosismo y algo más.

¡Qué poco higiénico! ¿Se frota la cara después de tocar el..?

Señalo sus manos incrédula, y siento que voy a explotar a causa de la curiosidad. Golpeo el suelo impaciente, insistiendo en que saque lo que guardó, como si lo que tiene fuera el último par de tacones dorados de Gucci.

-¡No tengo nada! ¿Por qué siempre- se detiene al captar una figura detrás mía.

-¡He vuelto, sólo he!-

Observa incómodo a la persona detrás mía.

Volteo curiosa, y me encuentro cara a cara con Loto, quien abre sus mega tiernos ojos en asombro. Su cabello está muy desordenado, como después de una noche salvaje con el amante, y su ropa, ah, deja mucho que desear.

Su camisa blanca está desabotonada, incluso veo uno de sus tirantes negros; la falda que le roza los muslos está arrugada... Su aspecto, que normalmente es refinado, está hoy como un perro. Parece que alguien la pisoteó, pero no es eso, es como si acabara de...

Mis ojos se salen de la órbita cuando alterno la vista entre ambos.

Él, nervioso, con aspecto desaliñado. Ella, como un perro infectado con la rabia, una expresión de asombro al verme aquí, con una cajita de cartón recién comprada.

Me llevé las manos a la boca, incapaz de creer lo que está pasando.

-¡Oh por Dios! Vosotros... ¡No puede ser! -chillo asombrada, conteniendo mi respiración a causa de la emoción.

Ellos me miran desorientados, confundidos. Luego, abren sus ojos de par en par al entender lo que insinúo.

-¡NO! -gritan al unísono. Los tres chillamos al mismo tiempo, hablando ininteligible, nuestras palabras chocando como cohetes entre ellas.

Mi voz sobresale sobre todas. - ¡Cogisteis! -señalo a Benjamin- ¡Tu tren entró en su túnel! -exclamo emocionada.

Benjamin gruñe revoltoso, negando una y otra vez. Loto se lleva las palmas a la cara, llena de pudor, roja hasta las orejas.

-¿Quién insertó su tren en dónde? -Un tercero aparece. Oh, amo de la hechicería y chupacabras de nacimiento, fuiste invocado.

Lalo andaba cojo, arrastrando su pierna derecha, y los presentes, o como yo les diré a partir de ahora: la parejita, lo miraban confundidos. Luego me miraron a mí, esperando una respuesta.

-Ah, tranquilos chicos. -calma el profe con gestos simples. -No sois los únicos que hacen travesuras. -aclara y puedo ver cómo sus ojos irradian hambre de diversión.

Fruncí el ceño y lo miré, dando a entender que debe mantener su boca cerrada. Mi expresión decía algo tipo: ya sabes lo que te espera si abres la boca.

Él me miró con burla, su mirada desafiando a la mía.

Abre sus brazos como quien confiesa lo que hizo con orgullo, y comienza con sus líneas de siempre.

-Las mujeres pueden ser bastante salvajes cuando toman el control. -insinúa, mordiéndose el labio inferior, simulando un gesto pensativo. - Amanda es una fiera cabalgando, me duele todo. - explica con seguridad, tocándose el churro con respeto. Luego ladea con pesar. -No sé si aguantaré otra ronda, eres muy difícil de complacer. - dice con un gesto extraño.

Mi rostro comenzó a arder de nuevo, poniéndome roja de pies a cabeza, sacando humo por las orejas, sintiendo cómo hierve mi sangre. Lo siento Satanás, pero hoy no eres el tipo rojo favorito de todos.

Miré a Benjamin, él me miraba con la boca hasta el suelo, horrorizado creo, sin parpadear. Estaba pálido. Su cara decía: Amanda cochina, Amanda salvaje. Invocaré al demonio para que me borre la memoria.

Lo último no sé si es cierto, pero dejémoslo en un sí.

Loto abrió los ojos como platos y sus manos tapaban una boca disparada por la sorpresa. Estaba temblando y no sé si era por la vergüenza que estaba pasando o porque Lalo arruinó su inocencia.

Volteó con los nervios disparados, probablemente preguntándose cómo llegó a formar parte de este bus de chiflados.

Ay Lalo, hasta que no lo mate no se para.

Apreté mi mandíbula, entrecerré mis ojos con cólera y alcé mi puño con la mayor furia que sentí alguna vez. Es que lo mato, ¡lo mato!

-Maldito, te mandaré- me detuve, volteando hacia Benjamin.

Un sonido dulce rompe el silencio, y proviene de su camisa. Mi ira se dispara, y se convierte en curiosidad.

Ya no aguanto. Me dirijo con rapidez hacia él y meto mis manos en su camisa, analizando su barriga con brusquedad. -¿Qué guardas ahí, eh, señorito?

Benjamin suelta un grito ahogado mientras se restriega contra el asiento. -¡Quédate quieto! -ordeno, agarrando la cosa que produjo ese sonido. -¡Agárrenlo! -chillo al ver que me agarra de las muñecas. ¡Maldición!

-¡Suéltame! ¡Estás loca! -grita revoltoso. -¿Qué miráis? ¡Ayúdenme! - pide furioso, sin soltar mis manos. -¡Para, lo vas a matar!

Unas manos femeninas me detienen sutilmente. Son las manos bien cuidadas de Loto, cuya mirada se detiene en mis ojos. -Por favor.

                                 ---

Estaba sentada al lado de la ventana, cruzada de brazos, con la cabeza apoyada. Tarareaba la canción de mis auriculares mientras mi punta del pie se movía al ritmo de la canción.

No hay nada mejor que la música para calmar los nervios después de un día tan ajetreado.

Mis ojos estaban abiertos. Yo estaba alerta, porque estoy acostumbrada a no relajarme demasiado cuando estoy  rodeada de extraños.

Penny Wise diría que somos extraños sólo si no conocemos el nombre del otro, pero todos sabemos cómo acabó, así que su consejo se lo puede guardar donde le quepa.

La cabeza de Loto aparece por encima de las sillas, dando a entender que viene a compartir el chisme con esta muerta de hambre por el drama.

-¿Y bien? -pregunto curiosa, quitándome los auriculares.

Asiente aliviada, y hace un gesto para que la siga.

Me dirijo a Benjamin tipo tren bala y busco con la mirada al pequeño ser. Alzo la ceja, irritada. -No está.

Escucho una risilla insoportablemente irritante y volteo para encontrarme con el señor muro, quien sostiene al pequeño ser en sus manos.

Mi expresión de dureza se convierte en una más suave, y se me escapa un suspiro. Miro a Lalo insegura, esperando a ver si me lo deja o no.

Entonces estiro mi dedo índice, y veo cómo el periquito se sube de un saltito a mi dedo. Contengo mi respiración para no asustarlo, y lo miro con mucha ternura.

-Ojalá me miraras de la misma manera. -bufa el moreno.

Lo ignoro. En ese momento se oyen pasos, risas, y otros bullicios.

Una masa de adolescentes pisan el autobús, y Benny opta por ocultar de nuevo al periquito.

-Ah, claro, no se permiten animales. -suspiro al lado de Loto, quien asiente con complicidad.

La miro sonriente. -Oye, ¿te sientas sola? -pregunto, esperando que afirme, porque me gusta esta chica y quiero pasar el resto del curso con ella.

Ella asintió ansiosa.

Rápido me toma de la mano y nos dirigimos al asiento que hay detrás de Benny.

Lalo sonríe satisfecho y se despide con un gesto de mano antes de irse a la primera fila.

Loto extiende una toalla en su asiento, el cual sorprendentemente está empapado, para luego sentarse.

Se escucha una risilla en los asientos de atrás, y llego a ver dos caras femeninas asomándose a nuestra zona disimuladamente. Parecen las típicas bullies ricas de una escuela de élite. Ay madre Bárbara, cómo quisiera que sea una broma, porque si no, es posible que alguien salga golpeado hoy, y lo aseguro, no seré yo.

Miro a Loto con seriedad, quien se entretiene mirando por la ventana.

Oigo cuchicheos de la fila de atrás, y veo cómo el rostro de mi amiga se contrae en una incomodidad bastante notable.

Muy notable.

-Oye, ¿estás bien? - Le pregunto, pero ella sólo asiente. Hace un gesto para que me siente, y le hago caso.

Lo que pasó en las próximas horas no tuvo mucha importancia. Sólo fue un viaje en el que por casualidad, sí, sólo por casualidad, llegué a escuchar las conversaciones de las morras de atrás.

Quizás nadie me crea, pero sus charlas eran más aburridas que la clase de mate. Lo único de lo que hablaban era de con quién cogieron en los últimos días, cuánto costaron sus implantes, e incluso de su próxima cita con un sugar daddy que les hace de todo.

Créanme, no querrán saber qué es lo que abarca ese "todo". Tampoco quiero traumaros con sus hazañas sexuales que para mí suenan a asco y cinco años de terapia.

Sé de lo que hablo.

-Uff, ese moreno está tan bueno. -acaba soltando una de las morras.

Mis orejas se despliegan como las antenas de esos satélites lunares súper avanzados para escuchar mejor la conversación. Su conversación.

Esto me huele al primer chisme de la temporada. No puedo perdérmelo.

Volteé disimuladamente para ver a quién señalan, y creo que ya estaba claro de quién hablaban.

El índice de una chica hacía corazones alrededor de la cabeza de Lalo, la otra sólo se comía el rostro del chico con tres gramos de caviar. Ah, los ricos y sus extrañezas.

O Amanda y sus chistes.

Sacudo mi cabeza y me acomodo de nuevo en la silla, observando molesta al señor Cooper, quien le sonreía coquetamente a la señorita Agata. La mujer lo ignoraba con suma elegancia.

Parece una modelo recién salida de una revista para adultos. Es muy guapa, pero no tanto como yo. Ah, eso nunca.

Y con eso en la cabeza, mi mente despega sin frenos al mundo de los sueños.

En las siguientes horas, una maldita risilla se atreve a interrumpir mi siesta, y logro despegar mis ojos somnolientos con pereza. Una figura masculina que no pertenece a la imagen del mapa mental que hice poniendo apodos a los personajes de mi cercanía se encuentra unos asientos más adelante. Me froto los ojos dos veces, esperando ver algo diferente, pero mi mente no me da ese capricho.

De ahí proviene la risa.

Liderada por el hambre del chisme y mi curiosidad, arrastro mi cara entre el hueco de los asientos delanteros, analizo la melena bien cuidada que descansa en una de las sillas, y no puedo evitar colar mi mano por el hueco para acariciarla.

Maldito cabello de Benny, odio que sea más brillante que el mío.

Aproveché que estaba durmiendo para pasear las gemas de mis dedos por su nuca, incluso la olí, porque claro, ¿por qué no?

Si alguien me estuviera viendo en este momento, pensaría dos cosas. Uno: que estoy buscando piojos, o dos: que estoy delulu. Pero me vale verga lo que crean.

Apoyé mi cabeza encima de la suya en un movimiento involuntario, y solté una sonrisa melancólica que me recordaba a tiempos lejanos, mientras mis dedos seguían acariciando su cabello con sumo cuidado.

Entonces, reemplacé mi curiosidad por paz interior, entrecerrando mis frágiles pestañas rosadas.

Paz...paz...

Me sentía tan ligera, tan aliviada. El olor de Benny me transmitía paz, familiaridad.

Simplemente bajaba el nivel de mi defensa, como si se tratara de un hermano pequeño al cual querías espachurrar porque dormido está más tranquilo que despierto.

-¿Amanda? -la voz del diablo se cuela en mis oídos y obliga a mi cuerpo a moverse, a buscar su cara entre la multitud oscura.

Levanto mi rostro, pestañeo y echo una mirada al hueco de entre las sillas que están en frente de Benny.

Cabello rubio, alborotado; un rostro femenino no familiar, maquillado más que la mismísima Barbie.

Otro rostro encima del suyo. Uno pálido, vampírico, varonil, reconocible.

Frunzo mi ceño al ver su mueca divertida. La chica alterna su mirada molesta entre ambos, acuchillándome más que a él. ¿Sus padres no le dijeron que la envidia podría dejarla calva?

Rápido ella cuela una mano en su cabellera y lo atrae hacia su cuello, como diciendo: ahre, chúpame la sangre. Éste le traza un camino de besos por la clavícula o lo que sea que le esté besando, no me fijo muy bien porque ese no es mi problema. Tampoco es el chisme que me interesa.

Ladeo mi cabeza mentalmente con decepción y sonrío, volviendo a apoyar mi cara en la melena del chico.

Percibo un aire molesto en el rostro de Lalo, quien arquea una ceja en confusión al ver mis acciones, pero lo ignoro porque creo que ya he tenido bastante señor Cooper por hoy.

Siento una sutil presión en mi cabello alborotado, y me doy cuenta de que es un tacto de cariño que recorre mi melena con sutileza. Cierro mis ojos mientras me acomodo.

-Oye, ¡despierta!

Alguien me toca la cara con un dedo, presionando molestamente mi mejilla.

Arrugo mi cara en molestia y suelto un quejido.

La presión en mi mejilla comienza a ser más fuerte, esta vez con toda la palma de una mano. -Oye, quita tu cara gorda de mi cabeza. -prosigue la voz. - ¿Por qué sólo me molestas a mí?

-Cállate- chillo con fastidio, dando un manotazo a la cosa que me esté tocando la cara. -Te dije que no compro Gucci de imitación. -emito molesta.

Escucho un suspiro de fastidio bastante alto y siento una corriente de frío en mi piel. Me acurruco de nuevo.

-Ah, ¡me estás volviendo loco!

Siento cómo una palma fría empuja mi cara de golpe, y me sobresalto, confundida.

Abro mis ojos con rapidez, algo desorientada. Entonces levanto mi cara con mucho esfuerzo, y miro hacia los lados.

-Oye, ¿no te han dicho que es de mala educación despertar de esa manera a una dama?

Es extraño, pero no hay nadie a mi alrededor.

-¿A ti no te enseñaron a no dormirte en la cara de la gente? -replica alguien, y rápido miro debajo mía, sorprendida.

Abro mis ojos de par en par mientras echo mi cuerpo hacia atrás, desprevenida.

-¿Qué haces ahí? -echo un vistazo fugaz alrededor. -¿¡Y dónde están todos!?

Entonces supe que éramos las únicas personas del bus. Estaba claro, nos quedamos dormidos, y nos quedamos atrás.


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