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7. Cinco maletas


-¿¡Que tú qué!? -las cejas de Leah salen disparadas hacia el techo como unas mini balas.

Se tomó la cabeza entre las manos mientras murmuraba algo con perplejidad. Además, su boca rodó como un pergamino hasta fuera del local, uno muy peligroso con el cual los clientes podrían tropezarse muy fácilmente.

¿Veis? Todo lo que sale de su boca es peligroso.

-¿Pero qué mierda pasa en ese hospital? ¿Perdieron el cerebro por el camino o qué? -exclama alterada, después me entrega a Helene.

-Puff yo qué verga sé, ¡si están más locos que yo! -exclamo mientras tomo a Helene. -¿Me vas a ayudar a empacar mis cosas? -pregunto, haciendo un puchero.

Leah se queda pensativa. -Depende. Si te llevas dos armarios y cinco maletas, no cuentes conmigo. -advierte volteando los ojos.

-¿¡Dos armarios y cinco maletas!? ¡Qué demencia! ¿Quién haría algo así? -bufo incrédula, agitando mis brazos con movimientos exagerados. -Me llevaré todo excepto las paredes. -aclaro mientras me cruzo de brazos. -Ya contraté un camión. -Le explico con una sonrisa maliciosa.

-¿Qué he hecho para merecerme esto? -suspira Leah como si fuera la persona más desgraciada del mundo, mientras se prepara para suicidarse.

¿Qué? Quiero sentirme como en casa. ¿Cómo lo haré si no me llevo mis cosas?

La miré expectante, con pucheros, expresiones de perro con ojos tiernos y todo lo que se me ocurrió para convencerla de pasarse por mi casa.

-Venga hombre, ¡no seas así! No contraté ningún camión. Tampoco me llevaré cinco maletas. -Le explico mientras la persigo a la salida del bar exhausta. -Porfis, porfis.

-No. -responde tajante.

-Vale. -me adelanto e interpongo en su camino. -Sólo pásate la noche en mi casa, yo me encargaré de las maletas.

Leah se detuvo y arqueó la ceja incrédula como diciendo "¿es enserio?"

-Estoy sola, no te veré por...no sé, ¿tres meses?

Me miró pensativa, aún con hastío.

-¿Mejores amigas? -pregunto suplicante.

Ella suspiró de nuevo, dejándose llevar por mi insistencia.

-Maldito sea el día en el que te conocí. -maldice mientras me toma de la mano. -Sube al auto.

-¿Sabes qué? En vez de estar contenta por que te pases por mi casa, estoy decepcionada. Deberías honrar el día en que me conociste, no maldecirlo. -hice un mohín y me crucé de brazos mientras me acurrucaba en el asiento de su Mercedes-Benz.

-Sólo cállate. -ordena rodando los ojos.

Para no escuchar mis armoniosas quejas, decidió subir el volumen de la radio, y como "Blinding lights" me encanta, procedí a cantar, o como a ella le gusta decir, a gritar como una loca. Pero ella no se quejó, lo que quiere decir que le gusta.

O eso o sabe que la única manera de aguantarme es poniéndome música. A veces dice que así soy más soportable.

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-Y entonces yo le dije que vaya a trabajar con su mamá- le expliqué a Leah con orgullo mientras rodaba la llave en la puerta del apartamento.

Al segundo me helé, y miré escéptica a Leah. Al ver mi rostro serio, supo que algo andaba mal.

Le mostré que la puerta ya estaba abierta antes de que llegáramos, y me miró preocupada.

-Hay alguien en mi apartamento. -Le susurré. -Vayamos a atacar. -ordené.

Leah negó frenéticamente. -¿Estás loca? ¿Y si tiene un arma? -exclama en un susurro.

-Pues se lo quitamos, eventualmente se lo clavamos. -respondo con la mayor obviedad del mundo.

-¡Estás demente! Voy a llamar a la policía. -dijo antes de sacar su móvil del bolsillo.

-¡No! -negué casi gritando.

-Haz silencio joder, ¡que nos van a pillar! ¿Es que quieres morir?

-Prefiero morir antes de que me roben mi bolso Dolce Gabanna, ¡costó más que un riñón! -exclamo bufando, olvidándome por completo que quien está dentro podría escucharme. -¿Tienes idea de la cara de orangután que pondrá Carola cuando vea mi nueva adquisición?

-¡No voy a arriesgarme por un maldito bolso! -exclama Leah con el tono muy subido mientras agita sus brazos frustrada.

-¿Ah no?- fruncí el ceño molesta, y le dí la espalda para abrir la puerta con sumo cuidado. Luego, le lancé una mirada de indignación. -Pues yo sí lo haré.

Sus ojos se abrieron de la sorpresa. Yo entré en la casa decidida, pero también escéptica.

Leah se mordió el labio inferior nerviosa, y después de negarse cientos de veces a ayudarme me siguió.

-Ah, ¡maldita sea! ¡Me vuelves loca! -gruñe mientras cierra la puerta tras de sí.

Recorro el pasillo con cautela y giro a la izquierda para entrar en la cocina y tomar un cuchillo. Por mi bolso yo mato, ¿eh?

Observo el cuchillo con determinación y Leah me sigue por detrás.

-Ah no no, amiga. Dile no al asesinato y a todo lo poco ético e ilegal. -advierte en un siseo.

-Por mi bolso rajo a cualquiera. -inquirí decidida.

-¡No! ¡No quiero ir a la cárcel!

-¡Pues vete de aquí!

-¡Ya es demasiado tarde! -Leah suspira frustrada. -Mira, lo noqueamos y ya, ¿vale? -recomienda mientras baja el cuchillo que yo alcé con mucho orgullo.

Suspiré indignada. -Está bien. Pero - advierto alzándolo de nuevo. -Me lo llevaré. Sólo por si acaso.

Ella se da una palmada mental mientras susurra que no quiere ir a la cárcel como si estuviera conjurando algo.

Ay, no aguanto su escepticismo. -¿Por qué eres tan aguafiestas? -la tomé de la mano con impaciencia y nos dirigimos con pasos silenciosos al lugar de donde escuché un sonido. Osea, mi guarida secreta, mejor conocida como "cuarto de Amanda".

Miré a Leah mientras fruncí el ceño molesta. Le hice un gesto de que se prepare para entrar a la cuenta de tres, pero ella se negó.

Intentó zafarse de mi agarre, pero no la dejé.

-Vamos, ¡alguien tiene que darle una lección a ese "robabolsos"! -susurro frustrada.

-¡Estás demente! ¡Nos vas a matar a las dos! -ruge en un susurro muy alto.

-Shhh, ¡nos va a escuchar! ¿Qué pasa si se escapa por la ventana? Venga Leah, ¡piensa en el bien común!

-¡Piensa tú en el bien común! ¿¡Quién en su sano juicio se pone a perseguir a un ladrón con un cuchillo!?

-Está claro, ¡yo!

-No me extraña, ¡incluso atacaste a tu profesor! ¡Hay que llamar a la poli!

Le arranqué el móvil de la mano para que no llame a nuestros amigos de uniforme azul, y ella ahogó un chillido de furia. Su cara me dio tanta risa porque se tornó roja, y no pude evitar soltar una carcajada. Una carcajada muy sonora.

Jaja, estamos muertas.

Leah me tapó la boca violentamente, y yo se la tapé a ella, aún si ella no hacía ruido.

El sonido del otro lado de la puerta se detuvo. Luego, vimos cómo la cerradura de la puerta se bajó y nos quedamos de piedra al escuchar el chirrido de la apertura.

Leah perdió el color del rostro, y yo, yo sentía una mezcla de emociones como terror, curiosidad, y ganas de hacer pipí.

Nos quedamos quietas, inmóviles, y no tuvimos tiempo de reaccionar.

La puerta entonces se abrió, y el chirrido que hizo sonó como cuando la muerte venía a hacerte una visita, o incluso a reclamar tu vida.

Entonces tuve una idea, una que consistía en quedarme quieta. Ya sabéis, si no te mueves no te ven.

En fin, lo más preocupante es que a Leah se le salía el alma por la boca, y no exagero. Realmente lo veía, lo sentía, incluso lo olía. Y olía a...¿burritos?

Doblé la nariz con asqueo y me preguntaba cómo es que ella pertenece a mi círculo de amigos más íntimos. ¡Simplemente no lo entiendo!

Entonces, al fin la puerta se abrió. No vimos quién estaba tras de ella, pero escuchamos una voz.

Ambas nos abrazamos con fuerza mientras temblamos como una gelatina y le recé al de arriba, Leah imitándome.

Ay Diosito, si me sacas viva de esto, te juro que-

-Cariño, ¿estás en casa?

No acabé mi oración mental porque el señor cuya voz reconocí me interrumpió, y suspiré muy aliviada. Leah hizo lo mismo, incluso se lanzó al suelo como si la hubieran golpeado o algo. Qué dramática.

-¡Papá! -grité enfadada, pasando de una emoción a otra. -¿Qué haces aquí? -me crucé de brazos mientras me acercaba a él. El hombre abrió sus brazos para recibirme, y no dudé ni un segundo en lanzarme a sus brazos de fideo.

-Hola, pequeña soda. Vine de visita, ¿para qué me diste la llave si no puedo venir a verte?

La mirada de mi amiga vagabunda me atravesó con furia.

-Eso pequeña soda, ¿para qué le diste la llave si no puede venir a verte? -se burla, cruzándose de brazos. -¿Por qué no sabes nisiquiera quién tiene la llave de tu apartamento? -bufa requete enfadada.

Mi padre me analizó atento.

-Chicas, no me digáis, ¿pensasteis que alguien se coló en el apartamento? -pregunta, alzando una ceja seguro de sí mismo.

-Papá, deja de analizarme, no soy tu paciente, ¡soy tu hija! -bufo indignada.

Él sólo se ríe, mostrando esos dientes impecables en una sonrisa de lado.

Sus facciones del rostro se arrugan en un gesto de diversión; tiene unas cejas espesas y oscuras que cuando se enfadan, amenazan con reventarte; esas cejas van a juego con su cabello azabache peinado hacia atrás y arreglado con gomina; sus ojos verdes y almendrados sólo muestran bondad y una chispa de diversión, y esa camisa rosa que siempre usa te hace querer lamerla.

No me malentiendan, pero veo a mi padre como a un cono de helado.

-¿Vas a dejar de pensar en que me veo como un helado? -me pregunta papá. Sacudo mi cabeza abrumada.

-¡Sal de mi cabeza! -exijo tapándome los oídos.

Después de eso nos fuimos al salón, y ordené ramen para mis invitados. Como yo aún quiero mantener este cuerpecito flaco, opté por algo más ligero: sushi.

Aún era de día. La luz del Sol entraba por el balcón para posarse en la cara de mi padre, quien soltaba algunos quejidos y optó por cambiarse de sitio. Sí, otra vez buscando una excusa para estar más cerca de mí.

Él estaba un poco triste porque ordené comida en vez de darle la libertad de hacer sus dichosos panqueques. Le prometí que otro día podría prepararme una tonelada y que me los comería, pero no hoy porque después de hacer mis maletas tendría que partir rumbo a golden square, y creedme, eso está muy lejos de aquí.

Leah se estiraba en mi sofá como si estuviera en su casa, pero no importa, los maleducados siempre lo hacen. No problemo.

Lo que sí importa es lo que me llevaré de viaje.

-Esto sí, esto también. Ah, esto no- balbuceo mientras lanzo mi ropa de un lado a otro. Leah me mira divertida a través de su aparato de fotos.

-¡Click! -suena al pulsar el botón. Luego, una luz fastidiosa se hace presente en mi cara. Rápido me llevo las manos a los ojos después de recibir esa cantidad implacable de luz en los ojos.

-Si me vuelvo ciega, tú tendrás que ocuparte de mí. -advierto, aún frotándome los ojos a causa de la cegadora y potente luz. -Ah, y mándame esa foto. -Le ordeno.

A Leah le gusta sacar fotos, siempre le gustó. Se las saca a cualquier cosa, incluso a piedras o símbolos de tráfico, ¡a todo! Apuesto a que le saca fotos a su caca. No tengo ninguna duda al respecto.

Pero debo admitir que es muy buena. Tiene un talento especial para fotografiar. Lo juro, no hubo una sola foto que sacara de mí y no me gustara.

Al cabo de una hora inspiré satisfecha mientras observaba las cinco, digo las dos maletas que preparé para mi viaje.

Mi padre se ofreció para llevarme, y algo así no rechazaría nunca.

Papá me puso el colgante que hasta ahora guardé en mi bolso Luis Vuitton. Su forma redonda de caparazón de tortuga colgaba de mi cuello destapado. Luego abrí su interior, y observé la foto de una pareja cuyo cabello era rosa. Ambos sostenían a un bebé albino con mucha alegría.

Los miré con melancolía, mientras mi padre me tomó del hombro. Le eché un vistazo de satisfacción, y él me devolvió un gesto de complicidad, como siempre hace.

Me apretó el hombro ligeramente para darme fuerza y depuso un cálido beso en mi frente. -Siempre estaré para ti, mi pequeña soda de frambuesas.

Hice un mohín de desagrado y saqué la lengua. -Deja de llamarme así. -inquirí molesta.

Él negó con la cabeza y se rió. -Ah- advierte, poniendo una expresión seria- como algún chico intente coquetearte, dímelo. Estaré ahí para cortarle los testículos. -amenaza, tensando la mandíbula y gruñendo.

Sonrío incómoda y le tapo el rostro con mis palmas. -Tonto, ¡no digas esas cosas! -bufo apenada. -¡Y no me mires! -mi cara quemaba por la vergüenza que estaba pasando en esos momentos.

¿Por qué tiene que ser tan directo?

-Oigan, no quiero interrumpir su delicado momento de padre e hija, pero alguien está llamando a la puerta, y es muy insistente. -acaba soltando la morena algo irritada.

Ambos nos miramos perplejos. - ¿Esperas a alguien? -preguntamos al unísono.

Ante la duda, miramos a Leah.

-No me miren, yo no tengo amigos. -afirma orgullosa, como si eso fuera algo de lo que presumir.

-Pa, voy a echar un vistazo.

-¿No será de nuevo la poli? ¿Volviste a hacer algo ilegal? -pregunta alzando la ceja.

Volteo y le sonrío. -Quién sabe. -emito con una sonrisa traviesa.

-¿Sí, alo? -Respondo en el contestador. Nada. -¿Hola? Oiga, si es usted testigo de Jehová, déjeme decirle que ya pertenezco a una secta.

Colgué fastidiada. ¿Es que uno no puede vivir en paz en esta casa sin ser asaltado o molestado hasta la muerte?

El teléfono vuelve a sonar. Pero bueno, ¿es una broma o qué?

Me dirijo echando humo por la escalera, y si no tomé una pistola hasta ahora es porque se la presté a una niña para que le enseñe una lección a la estúpida que le dijo que Kylie Jenner es mejor que Adriana Lima.

Locuras de hoy en día, ¿eh?

No se por qué, pero tengo algo en contra de las Kardashian. Pero no es envidia, yo me veo cien veces mejor que ellas, y sin haber gastado mi fortuna en operaciones estéticas e implantes innecesarios.

Para eso existen la dieta y el deporte, duh. Pero claro, los ricos no tienen neuronas suficientes para darse cuenta de eso. En fin, malcriados de mierda.

Ahora sí, tiro del portón con la fuerza sacada de mi pasión por el wrestling, aún escuchando ese maldito timbre.

Es que los mato, quien esté llamando a mi puerta y no se haya largado en este segundo, lo mando al infierno pero de una. ¡De una!

-¡Maldito hijo de nazis, ¿por qué-?

-Yo también me alegro de verte, señorita Prada.

Se me cayó la boca de una.

Una figura varonil y musculosa de cabello desordenado y oscuro, unos ojos verdes, burlones con una chispa de diversión en ellos, una cara simétrica y atractivamente molesta, una sonrisa ladina y traviesa, sugerente, y unos jeans apretados que de seguro se ajustan perfectamente a su trasero.

Hoy usaba una camisa blanca remangada con cuello en forma de V, que dejaba un rastro de sus tatuajes del cuello y pectorales a la vista.

Esa es la descripción de lo que quiero golpear hasta la muerte el día de hoy.

-¿Tú qué haces aquí? -chillo- ¿Y por qué sabes dónde vivo? -rujo con la cara roja mientras agito mis brazos furiosa.

El maldito hijo del diablo se me acerca con sensualidad y me sonríe maliciosamente. Lo tengo que admitir, es jodidamente atractivo, pero no voy a caer, ¡no voy a caer!

-Demasiadas preguntas, Amanda. ¿Por qué no mejor me invitas a pasar un buen rato contigo a solas en tu apartamento? -insinúa, tomándome de la barbilla.

Le dí un manotazo para alejar su seguro para nada higiénica mano de mi bello rostro.

-¿Qué quieres? ¿No has molestado ya suficiente con tu presencia por hoy?

Alza su mentón con autosuficiencia, y muestra una mueca divertida, de burla. Sus ojos me analizan de arriba hacia abajo mientras suelta un silbido coqueto.

-Oye Amanda, ¿eres sumisa o dominante? -pregunta, ignorando mis preguntas anteriores y atrapándome entre su cuerpo y la pared. -Me gustan sumisas. Si quieres tomar el control en la cama, tendrás que demostrar que vales la pena. -me susurra, intentando provocarme.

Respira Amanda, respira. Recuerda esas clases de yoga en las que pegaste a esa tipa que se rió de tus zapatos. Es relajante, recuerda relajarte.

Cerré los ojos e invoqué a mi paz interior. Ven a mí paciencia, no tengo todo el día.

Abrí los ojos al sentir su perfume varonil y aliento mentolado a unos centímetros de distancia. Es extraño, pero el olor se hacía cada vez más fuerte.

Me sobresalté al sentir unas manos extrañas en mis caderas, y dí un respingo. Cuando ví lo cerca que estaba de mi cara, perdí la poca calma que recobré gracias a mis recuerdos de yoga, y activé mi instinto más agresivo contra él.

Este hombre que se hace llamar profesor y que no sé qué hace en mi puerta, se preparaba para pegar sus labios vulgares en alguna parte de mi cara. Lo veo en su rostro, si fuera legal juro que me mordería.

Lo siento papá, pero tu hija salió una criminal.

-¡Maldito! -grito furiosa, insertándole un puñetazo en la mejilla, viendo cómo su mandíbula se disloca a cámara lenta. -¡Largo de esta casa!¡PAPÁ!

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