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13. Doctor Love

Aver.

Recapitulemos.

¿Cómo es que llegamos a esta situación?

Buena pregunta, siguiente pregunta.

-¿Quieres un poco de mi café? -pregunta Lalo, estirándose en el asiento del copiloto. Niego por tercera vez. -No me gusta el café, niño. Benny, deja de molestar a Helene. -ordeno, pero él me ignora y le sigue acariciando las púas. Luego se tumba en mis asientos traseros y en dos segundos estoy segura de que se va con Santa Bárbara.

Me amaso la cara con una mano, y con la otra agarro el volante. Suspiro y me pregunto por qué accedí a llevarlos. Por qué.

Ah, y lo mejor de todo es que Leah está trabajando, sale en una hora, y mi padre tiene un nuevo paciente. No vendrá a verme. Genial, ¡genial!

-Lalo, deja de acariciarme la cabeza, no soy un perro. -le gruño.

-Lo siento Amanda, es que tenías algo en el pelo. -asegura, aunque sé que no es cierto.

-Sí, probablemente desgracia, mala suerte y colonia de Carolina Herrera.

-¿Falta mucho? -pregunta Benny, babeando en mis asientos. Eso necesita una desinfección profunda. Muy profunda.

-No lo sé, pregúntale a tu primo. -Le echo en cara a Lalo. -¿Queda mucho, señor docente?

Él me mira sonriente, casi sin parpadear. - A la vuelta de esa esquina. -señala en su lado izquierdo.

-Hagámoslo. -digo y acelero. Por mi espejo retrovisor disfruto del golpe que se llevó el señorito de atrás debido a la curva que giré con brusquedad.

Me detengo de inmediato, y me parco de un sólo movimiento, quitándole el aparcamiento a unos chavales.

El matorral de la cabeza de Benny le golpea la cara, y probablemente le quita la respiración. Incluso le entra en la boca.

Puaj.

Aparte de producirme asco, me siento satisfecha de ver su rostro molesto. Bufa y suelta palabras ofensivas a diestro y siniestro.

Lalo da un brinco cuando su café restante hace contacto con su camiseta, mientras que Benny se prepara para bajar del auto.

-¿A ti quién demonios te aprobó? -chilla Benjamin, pisando el suelo desorientado. -¿O de qué lugar ilegal  compraste tu carnet? ¡Estás loca!

Suspiro, y sonrío con suficiencia. -Se llama escuela de conducir. -le explico, porque parece que no lo capta. -ahí te enseñan legalmente a conducir, te examinan y ¡bam!, eso es todo. -prosigo. -Me lo he ganado honradamente. ¿Tú qué dices, Lalo? ¿Conduzco bien o me falta calle?

Lo miro, expectante. Me gusta ver su cara de fastidio mientras se limpia con un pañuelo.

Apoyo mi cara en mis manos y lo observo. Percibo malhumor a mi alrededor, y creo saber de dónde proviene.

Aprieta sus labios, enfadado.

Luego voltea y me mira. -Sí, creo que te falta un poco de calle- suelta, intentando ocultar su desagrado. -Más bien diría que a la poli le faltan neuronas, porque los animales no deberían conducir, y aún así se lo permiten. -me dice en un tono increíblemente calmado. -Pero no pasa nada, la justicia hará su trabajo bien algún día. Esperemos que no hayan más víctimas hasta entonces. -dice por lo bajo en un suspiro.

¿Me acaba de comparar con un animal?

-¿Es así como me agradeces por traerte hasta aquí? -pregunto incrédula, cruzándome de brazos. -Tiempo y gasolina perdidos. ¿Tienes idea de cuánto cuesta mantener a este bebé? -pregunto, acariciando mi volante.

Suspira mientras se amasa la sien con calma. Luego, me mira de nuevo. -Gracias Amanda. Gracias por traernos hasta aquí. -responde tajante, pero en un tono bastante relajado.

Luego, se quita la camiseta, ¡en mi coche!

-Oye amigo, ahí está la puerta- le señalo en dirección contraria. -Lo que hagas cuando la cruces es tu problema, pero aquí dentro no quiero vulgaridades. -Le explico de la manera más sencilla de entender porque ya sabéis, tiene retraso mental. No hace falta ser inteligente para darse cuenta de que su cerebro no da para mucho.

Él voltea hacia mí, desconcertado. Una sonrisilla surca sus labios, y retoma lo que hacía: se desabotona aquella camisa empapada que se ciñe a sus pectorales fornidos, mientras me mira con picardía. -¿Qué pasa, pecas? ¿Te pongo nerviosa? -pregunta, divertido. - Tranquila, no te haré nada. Almenos que tú lo pidas- susurra.

Frunzo el ceño, indignada. -Vete al diablo, cara de verga. -emití mordaz.

Él estalló en una risa muy estruendosa. -¿De dónde demonios sacas esos comentarios? -pregunta divertido, dejando al descubierto su esculpido y bien trabajado torso. -Eres tan... inusual -dice, volteando con medio cuerpo hacia mí.

La forma en la que se sienta con el pecho y la cara en frente mía es demasiado sugerente, cosa que me incomoda un poco. Las gotas de café se deslizan sobre sus pectorales; el chico apoya su rostro en su mano derecha, y enchina sus ojos verdosos. La otra mano se la pasa por el oscuro y caprichoso cabello color carbón.

Sus venas del cuello son muy notables, y lo único importante de esta situación es que ahora puedo ver claramente los tatuajes que envuelven su cuello.

Son manos.

Muchas manos de tinta negra, y parecen ser de mujer. Las líneas que forman el dibujo son muy sutiles y bien trazadas, le dan un aspecto algo exótico pero sobre todo, superior y dominante.

Su abdomen marcado sube y baja lentamente al paso de su respiración. 

Su mirada, tan aguda y perversa, se vuelve cada vez más intensa y me perfora audaz.

Sus ojos recorren mi cuerpo mientras él se muerde el labio inferior. Sus ojos se clavan en mi pecho.

Mi respiración se vuelve más corta y lenta, y me siento sumergida en una burbuja en la que sólo existimos él y yo. No oigo el ruido de la calle, no escucho nada más que nuestras respiraciones.

La suya también es lenta, y larga. Todo de él dice: te voy a hacer mía en este instante.

Quiero echarlo de una patada, pero algo me lo impide. Mi cuerpo no reacciona. Las palabras no salen de mi boca.

Veo cómo se relame los labios, y es que diablos, no puedo dejar de mirarlo. Me siento hipnotizada por lo que veo.

Mejor dicho, él me hipnotizó.

La distancia entre nosotros es corta.

Demasiado corta.

Puedo sentir su respiración golpeándome en el rostro. Huele a café, todo el espacio es inundado por este olor.

Él me mira a los ojos. Su mirada expresa mil cosas a la vez. Está excitado, tenso, nervioso.

Yo estoy confundida, y él parece saberlo, porque se toma la libertad de agarrar mi muslo con suavidad.

En un segundo sobresalto, y alterno mi mirada atontada entre él y mi muslo.

En sus ojos veo una chispa de inseguridad, y no sé por qué.

Hago un intento de hablar, pero no funciona. Agarro su mano para alejarlo, pero él me toma la mano, y soy incapaz de zafarme de su agarre.

En el siguiente segundo su cara está a unos centímetros de la mía. Su agarre a mi muslo es cada vez más fuerte. No duele, pero me hace sentir... rara.

Cuando se agacha para besarme reacciono.

-O-oye. -susurro en un hilo de voz mientras lo alejo de mí. -Oye. Creo que estás yendo demasiado lejos. -advierto mientras mis manos empujan su pecho.

Él reacciona también.

Sus ojos analizan el coche, luego abre sus ojos sorprendido al realizar lo que  acaba de hacer.

Lalo carraspea y aprieta su camisa con vergüenza.

Yo miro al suelo, nerviosa.

Él abre la puerta del coche. Me da la espalda y sale con prisa. Se aleja un poco mientras se toma la cabeza frustrado. Toma una bocanada de aire y se acerca a mi ventana. 

-Oye nena, gracias por traernos. -dice con su descaro usual, apoyando su codo en mi ventana. -Te dejé un pequeño regalo en el cajón. -dice guiñándome el ojo.

Alcé mis cejas incrédula. -¿Un IPhone 15 pro max? -pregunto.

-No. -dice sonriendo.

-¿Una entrada para el concierto de Bad Bunny? -niega, esta vez riéndose.

-¿Dinero? -de nuevo niega.

Entrecierro mis ojos. -Entonces llévatelo, no lo necesito.

Se ríe. -No seas así, pecas. -dice. El apodo que me puso me molesta. -Es algo que te gusta. -prosigue, meneando las cejas. -Bueno, nos vemos el lunes. Adiós. -dice, yéndose con el abdomen desnudo. -Benny, pásame tu sudadera. -grita mientras se aleja.

Suspiro mientras agarro el volante. Me paso una mano por el rostro, frustrada. ¿Qué me pasa?

Volteo para seguir con la mirada a los dos hombres que dejaron mi coche hecho una mierda. Él olor a café sigue presente.

Odio el café.

Lo odio.

Ambos entran a un edificio cercano, a mi parecer, uno demasiado lujoso para plebeyos como ellos.

Me bajo del coche, molesta por el olor.

-Lalo Cooper, me las vas a pagar. Esto no quedará así. -murmuro mientras froto su asiento con toallitas húmedas.

Estoy apoyada en mis rodillas, con el trasero hacia fuera, limpiando frenéticamente el sitio.

La gente que pasa se queda mirándome, algunos más descaradamente que otros.

Hay un grupo de chulitos escuchando su rap en una esquina cercana, y uno de ellos me mira muy seguido.

Cada vez que volteo, me cruzo con sus ojos ansiosos.

Y me da asco.

Después de limpiar el asiento, mudo a Helene adelante.

La música de los chulitos se oye cada vez más alta, y me estresa demasiado.

Enciendo la radio para despejar mi mente, y me mudo a los asientos traseros para desinfectarlos. La posición que tomo es demasiado sugerente, pero no puedo hacer nada para cambiarlo.

-Eres mi medicina, el doctor de mi corazón, eres Doctor Love.

Tú curas mis heridas, curas mi corazón.  El único remedio eres tú, Doctor Love, Doctor Love...

¿Qué demonios es esta canción? Pregunto asqueada. ¿Está en el top diez de hits? ¿Por qué no la oí hasta ahora?

Las voces de los raperos se oyen cada vez más, y seguro es porque ahora se han situado detrás mía.

Froto los asientos con más fuerza para acabar antes y largarme de aquí, pero me molestan los silbidos de atrás.

Llego a ver por el reflejo de mi ventana cómo el rapero se dirige ansioso hacia mí.

Trago saliva nerviosa, y me dispongo a levantarme rápido para alejarme, pero en un instante sobresalto al sentir que alguien me tocó el trasero.

Rápido volteo, horrorizada, y me sorprendo. 

-¡No la toques, hijo de perra! -grita una voz masculina, y en ese momento soy testigo de cómo el puño de Lalo hace contacto con la cara del muchacho que me acosaba con su grupo.

El chaval se cae al suelo, pero se levanta en un instante. Debo decir que se ve fornido, y es más alto e intimidante que Lalo. Se ve como el jefe de un grupo de terroristas.

Se pasa la mano por el rostro para limpiarse el hilo de sangre que chorrea de su boca.

Sus ojos agudos se clavan en Lalo, y aprieta sus puños furioso.

Pero eso no es nada comparado con la postura de Lalo. Está recto, y todos sus músculos tensos. Su mandíbula está apretada, y su rostro rojo.

Sus cejas no pueden estar más dobladas por la cólera. Todo de él es diferente. No lo reconozco, en su persona ya no encuentro a ese atontado altivo que siempre sonríe.

Todo de él es hostil, su aura es tan impasible y colérica que te hace querer huir.

Sus ojos fulminan al chaval, ambos se mantienen la mirada. Los demás chicos del grupo también son imponentes. Son hombres fornidos, aunque no tanto como el que parece ser el líder.

Uno de ellos se dirige hacia Lalo con rapidez, y el docente toma una pose de pelea que reconocería incluso del revés: en dos segundos lo pone con la cara al suelo, con una sola mano que le agarra detrás de la nuca.

El hombre gime de dolor y los demás se ponen alerta.

-¡Me rindo, por favor suéltame! -grita el hombre del suelo, alzando las manos en señal de rendición.

Lalo se contiene, pero parece que le explotará una vena de la furia.

El moreno le mira mordaz al líder. - Pídele perdón. -ordena, apretando la mandíbula. -Ahora. -exige.

El líder reacciona y me ofrece su disculpa en un murmuro.

-¡Más alto! -grita Lalo.

-¡Es suficiente, te perdono! -grito, al fin reaccionando, mientras intento detener a Lalo. -¡Detente, es suficiente! -grito histérica, dándole mini golpecitos en el pecho.

Su agarre se vuelve más suave, pero no lo suelta.

-¡Dije que lo sueltes!- ordeno, inmovilizando sus manos.

El señor del suelo se levanta rápido y se retira junto a los demás.

Cooper está sorprendido, yo respiro agitada y asustada.

Mi corazón va a mil por hora, y noto que tiemblo agarrando sus muñecas. Él también está agitado, pero poco a poco se está calmando.

Me mira, sin dar crédito a la situación.

-Dije que te detengas demonios, ¿por qué no me haces caso? -pregunto en un hilo de voz, frustrada y probablemente con la cara roja por el enfado y toda la ola de emociones que me abrumó.

Él sigue respirando con dificultad, mirándome atento. Sus ojos no se despegan de los míos. -¿Qué haces aquí? -Le reclamo. -¿Acaso me estás siguiendo? -chillo revoltosa, aún agarrando sus muñecas.

Él toma mis manos temblorosas, pero lo empujo tajante y muy molesta. -¿Por qué me sigues? -pregunto exigente, casi gritando, aún de rodillas en el suelo, cara a cara con él. -¿Por qué? ¿Por qué apareces de la nada y me estropeas la vida? ¿Por qué lo haces?

Sus ojos se abren confusos. -No, espera, no creas que-

-¡No! ¡Sólo cállate! -lo interrumpo, colérica, mientras me levanto, reprimiendo las lágrimas. -Desde que apareciste, sólo me haces la vida imposible. ¿Qué te he hecho para merecerme esto? -chillo, agitando mis brazos molesta, a lo cual él me mira con sus ojos ablandados y sorprendidos. -¿Y esta escena que acabas de hacer? ¿Qué te pasa? ¡No pedí tu ayuda!

-Espera, yo- dice, intentando calmarme, pero me doy la vuelta furiosa y me voy a mi coche, sin escucharlo.

Arranco el coche, aún abrumada y confundida, y me voy.

-¿Pues sabes qué? ¡Lárgate, mierda! -Lo oigo chillando, pero lo ignoro.

¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy tan enfadada?

¿Es porque acabo de descubrir que él es el boxeador retirado del que me enamoré?

¿Es por eso?

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