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10. Un gallo en el pasillo

Y ahí estaba, andando al paso de Loto, a quien regañé por diez minutos por dejarme atrás. Si Leah estuviese en su lugar, hoy despertaría en el Amazonas, o incluso peor, no despertaría nunca más.

El punto es que me dejó atrás. Peor aún, expuso mi pureza ante el demonio chupaalmas de Benjamin, quien de seguro me puso alguna que otra maldición.

-Ya te dije que lo siento.- repite Loto mientras me acaricia el hombro. -Es que no quería despertarte. Te veías tan cómoda que pensé en dejarte dormir un rato más y venir a recogerte cuando el equipaje vaya a ser descargado.

Bufé molesta.

-Ya se te pasará, no fastidies. -emite Benny, quien se abre paso entre nosotras para pasar con su maleta color emo. -Igual que a mí se me pasó el dolor de cuello que me dejaste con tu cara gorda. Anda, adelgaza un poco. -sugiere mientras se aleja con prisa.

-Lo voy a matar. -gruño mientras lo señalo alterada -¡Voy a golpearlo con la biblia hasta que regrese al infierno!

Loto me jalaba con discreción hacia nuestro cuarto asignado. -Ignóralo, no querrás que nos echen. -susurra mientras abrimos el treceavo cuarto del tercer piso. -Recuerda que aún estamos a prueba, y que la violencia y mal comportamiento serán castigados con la expulsión. -advierte con los brazos cruzados.

Suspiro aburrida.

Eran las nueve y media de la noche. Acomodamos nuestros equipajes y nos dirigimos a cenar. Sí, todos juntos, cena de inauguración en la sala directiva, que para mi sorpresa es enorme y nos acoge a todos.

Para mi sorpresa, éramos pocos alumnos, como unos veinticuatro, y la junta directiva de profes y lo que sea que son los demás tipos.

Por suerte pude sentarme al lado de Loto. El chupaalmas de Benny estaba en un rincón de la mesa. Ahí es donde pertenece, con mamá Coco.

Por otro lado, Cooper estaba en la mitad de la mesa, bien visible, tomando su copa de vino con alegría, rodeado de mujeres.

La noche transcurrió bien, el apartamento común es decente, tengo una buena amiga, tenemos una señora haciendo de guardia para que ningún chico se cuele en nuestro edificio...¿Qué más podría pedir?

                                ○○○

-Amanda, levántate. - ordena la voz de aquella silueta con firmeza.

Estoy de rodillas, de nuevo me caí. Intento levantarme, pero mi rodilla sangra. -No puedo, me duele demasiado. -sollozo, llevándome ambas manos al rostro.

La figura me observa en silencio. No emite ningún sonido. Está rígida, pero no es intimidante.

-¿Me ayudas? -pregunto, estirando mi mano en su dirección. -Llévame contigo, este sitio es muy oscuro. Tengo miedo.

La sombra me mira aún sin mostrar emociones. Luego, se agacha a mi altura. -Eres débil, Amanda. ¿Acaso no me ibas a encontrar? -pregunta y se levanta para darme la espalda. -Parece que ya me olvidaste. Adiós.- La silueta desaparece junto al horizonte.

-¡No! -grito y hago un esfuerzo por levantarme. -¡No te olvidé! Por favor, ¡espera!

-Todo está bien, Amanda. Sólo abre los ojos. -La voz de Loto me despierta, y dejo de gritar de golpe. -Sólo fue una pesadilla.

Abro los ojos mientras respiro agitada, y me doy cuenta de que estoy sudando.

-Ah, hola. -suspiro. Loto me mira con una expresión suave mientras frota mi hombro.

-¿Todo bien? -pregunta. Yo sólo asiento.

-Sí, todo bien. Sólo fue una pesadilla. -la calmo.

                                 °°°

Todos estamos sentados de uno en uno, separados en tres filas de ocho. Hay un cartel con mi nombre en mi mesa. Me imagino que nos sentamos por orden de lista.

Miro alrededor, aburrida. Tamborileo mi manicura rosa sobre la mesa mientras espero que el profe llegue.

Tres asientos más adelante está Loto. Está aguardando emocionada.

Benny está en la tercera fila, y presume de su asiento en la esquina. Parece que está durmiendo.

Ya son las ocho y cinco minutos, y no hay rastro del estúpido docente. ¿Es que no le da vergüenza llegar tarde el primer día de clases?

Ah, al parecer no es el único.

Hay dos asientos vacíos delante de Benjamin. Genial.

Cuento los cabellos del señorito de adelante para no morirme del aburrimiento.

-Cuarenta y siete... -susurro sin ánimos. -Ah. -suspiro mientras tumbo mi pecho sobre el pupitre.

Alguien toca la puerta y entra a toda prisa.

Con su aparición, inunda la clase con olor a colonia cara.

Su atuendo rosa chillón y su cabello hoy ondulado resaltan a primera vista. 

-¡Aquí estoy! -chilla con esa voz femenina e insoportable que tanto detesto.

Sobresalto incrédula cuando la veo. -¿¡Otra vez tú!? -gritamos al unísono. ¿Os lo dije ya? ¡El Universo me detesta!

La rubia bufa y se dirige hacia las mesas vacías con movimientos exagerados. La estúpida no renuncia a esos tacones feos e increíblemente caros. Ojalá se tropiece y caiga por la ventana.

-Hoy no tengo ganas de ti, pelirrosa de bote. -aclara mientras pasa por mi lado con asco. -Ya bastante tengo con que mi peluquero está de vacaciones. -escupe por lo bajo.

Bufamos y nos ignoramos.

Estaba claro, Carola no iba a renunciar. Odio admitirlo, pero siempre consigue lo que quiere.

Yo ya estoy hasta arriba. Primero tengo pesadillas, luego me levanto tarde y no tengo tiempo de arreglarme, ahora estoy con mi archienemiga en la misma clase y mi profe llega tarde.

¿Algo más?

¿Algo que no haya mencionado?

¿Podría ser peor que esto?

-Aagh. -suspiro, volteando los ojos aburrida, hasta que el sonido de la puerta abriéndose de golpe hace sobresaltar a media clase, incluido a mí.

Observo al hombre mientras estiro mis ojos. Hoy está como un perro.

-¡Buenos días clase! -grita animado mientras se dirige con prisa hacia su escritorio. Hoy usa una camisa verde pastel, cuyo cuello lo ajusta con nerviosismo, y un pantalón negro, y no sé si soy la única que ha notado que media cremallera de su pantalón está abierta.

No pregunten por qué me he fijado en eso.

Su cabello está más desordenado de lo habitual, como si alguien hubiera jugado fútbol en su cabeza.

Sus movimientos son bruscos y torpes mientras busca algo en su escritorio.

Por otro lado, vuelven a tocar la puerta.

Dirijo mi atención a la chica que entra y se disculpa por haber llegado tarde.

Es la muchacha con la que Lalo pasó la noche anterior en el bus. Esa, la que me miraba mal y que usa más maquillaje que la Barbie. Llamémosla doña ilusa, porque así me apetece.

Miro curiosa cómo doña ilusa se ajusta la minifalda mientras se dirige al asiento vacío. Su camisa está desabotonada, y su cabello hecho un lío.

Alterno la mirada entre ella y Lalo, quienes se mandan sonrisitas durante la clase.

Al parecer no soy la única que los mira. Carola alterna su vista incrédula entre ambos, enfadada, expectante, como diciendo: ¿Estabas con mi hombre?

Ladeo mi cabeza mentalmente. Ah, desventajas de ser Carola. Crees que por acostarte con alguien una vez ya te pertenece.

Pero bueno, déjenla que es rubia.

La silueta del profe me saca de mis pensamientos. El hombre me mira y deja caer un vestido sobre mi pupitre.

Lo miro también, expectante. -¿Y esto?

Me mira incrédulo. -¿No estabas prestando atención? Es tu uniforme. Todos tenéis uno. -explica mientras apoya su brazo en mi mesa. Luego me mira y bufa en un tono sarcástico. -No creerás que vendrás a la escuela con esas pintas. -suelta mientras me ojea de arriba hacia abajo con una mueca de asco.

Miro con confusión cómo da media vuelta y se larga. ¿Pero qué a pasao?

Aparte de su aspecto desordenado y su característico tono burlesco, noto que hoy tiene un aire distinto.

Hoy es más un...sinvergüenza. Siempre lo es, pero hoy en especial carece de delicadeza, como si hoy desatara esa boca sucia que vete tú a saber dónde hurgó esta mañana.

No sólo llega tarde y descuida su imagen profesional, sino que también me mira con desprecio, como si tuviera gonorrea o algo.

¿Pero quién se cree que es?

A ver con qué lo golpeamos. Tengo un estuche, una goma de borrar, lápices, cuaderno. ¿Por qué no tengo una piedra?

El sonido de la campana indica que la primera asignatura ya ha acabado. La gente se levanta e inunda el salón con conversaciones y risas.

Yo me levanto y le lanzo el estuche antes de que se aleje, y le doy en la nuca.

-Oye, ¿quién te crees que eres para mirarme así? -pregunto mientras él voltea, frotándose la cabeza sorprendido. -¿No crees que hoy estás un poco atrevido? -me cruzo de brazos, acercándome.

Él me mira, arqueando una ceja y posicionando su cuerpo robusto enfrente mía.

-¿Qué quieres? -pregunta, visiblemente molesto con mi presencia.

-No estás en condiciones de juzgar mi apariencia. -comento mientras golpeo su cremallera del cuello con un dedo.

Luego me voy con el pecho en frente.

Loto está en la puerta, esperándome. -Hola Amanda. ¿Tienes desayuno? -pregunta mientras nos alejamos.

Lalo chasquea los labios antes de marcharse. -Te vas a enterar, pelirrosa.

Yo y Loto nos maravillamos de los largos y llamativos pasillos de la escuela. Nota diez para quien los haya creado, tienen mi aprobación.

Igual de magistral es el comedor. Mesas grandes y relucientes, de cuatro asientos, situados al lado de enormes ventanales, los cuales reflejan un jardín de ensueño, decorado con las más finas rosas blancas.

Aunque lo más interesante me parece el laberinto que se encuentra afuera. Es grande, intimidante, y sobre todo, misterioso.

Lo señalo cautivada. -¿Le echamos un ojo? -pregunto y Loto niega frenéticamente.

-Acceso sólo para personal. A veces se llevan a cabo reuniones exclusivas.

Escucho con atención sus historias. -Se dice que hace cinco años algo trágico pasó dentro, y por eso su acceso es prohibido para los estudiantes.

-¿Algo como qué? -pregunto curiosa. -¿Muerte? ¿Secuestro? ¿Violación? -pregunto, sin poder contener mi chispa chismosa.

Ella niega. -No lo sé, todos tienen una versión diferente de la historia.

Suspiro decaída mientras vamos a clase.

-¿Por qué todo aquí es tan sofisticado? ¡Si es sólo una escuela! No van a estudiar más si el aula es grande y tiene una máquina expendedora de batidos. ¿O sí? -me quejo con Loto mientras nos dirigimos al aula. Ella sólo me escucha.

-Ah, nunca lo sabremos -me quejo y le doy un sorbo a mi batido de fresa recién hecho. Loto me hace un "like" y sigue sorbiendo su batido de plátano. -Sí, este expendedor es lo más. -confirma.

Mientras conversamos sobre cosas innecesarias en el aula, observamos cómo un grupo de morras altas y rubias aparecen. Doña ilusa, quien supongo es la jefa, la "boss," lo más de lo más del grupo, cruza su mirada altiva con la mía. Entre su multitud, logro reconocer a la persona más molesta del mundo: Carola.

¿Por qué no me sorprende verla con ellas?

Frunzo el ceño al ver cómo en la cara de doña ilusa se hace presente una sonrisa burlesca, despreciable. Ah, sus amigas barra esclavas o como quiera que las llame imitan su gesto, porque claro, son rubias, no tienen vida propia y sólo saben copiar.

Sus outfits lo dicen todo.

Pero oigan, no crean que tengo algo en contra de las rubias.

En fin. Le mantengo la mirada, demostrando que no me va a intimidar tan fácilmente.

La tensión en el aula por parte de ambos bandos es potente, pesada.

Según las revistas de National Geographic, este es el momento en el que el macho de una manada te intimida y deja claro que él manda aquí debido a su carácter amenazante y autosuficiente.

¿Que cómo hay que responderle? Agachando la cabeza como Loto, o devolviendo por doble el gesto intimidante, como Amanda.

¿Cómo reaccioné?

De ninguna de las dos formas, porque sonó el timbre y todos comenzaron a entrar a clase. Incluido Lalo, a quien nada más verlo doña ilusa le lanzó un gesto coqueto. Él claramente reacciona sugerente.

Lo normal, ella anda como si la ropa no existiera, y él es un cavernícola. Más no voy a decir.

Ella me vuelve a mirar con suficiencia. Me limito a mostrarle mi mejor mirada de crítica y asco, lo cual la hace bufar.

-¡Eso es todo, señoritas!- exclama el profe, quien recoge nuestras hojas y algunos documentos que debíamos entregarle. -Ahora...- prosigue ansioso, sus agudos ojos brillando de la emoción -tengo un mal presentimiento sobre esto- haremos una ronda de presentación. -aclara con diversión.

Ay

La madre que lo parió.

Me muerdo las uñas nerviosa y rezo por que nunca llegue mi turno.

-Soy Loto y estoy aquí porque amo la medicina y mi sueño es trabajar en Bonaparte desde que era pequeña.

Y así se pasan los minutos. Cada vez me vuelvo más inquieta porque no sabía que nos preguntarían cosas personales delante de todos. ¡Eso no lo ponía en el contrato!

-Soy Benjamin Sunset. No sé qué hacer con mi vida. -suspira- así que aquí estoy. Elegí Bonaparte porque estoy a cinco minutos andando de aquí.

El señor Cooper contiene su risa, aunque los demás murmuran alrededor. Benny se limita a acostarse en la mesa como de costumbre.

Siento la mirada de Lalo posada en mí, así que volteo para ver si realmente me mira o sólo es mi imaginación.

En efecto me mira, muy atento además.

Su mirada exige saber más sobre mí, quiere descubrir mis secretos. Lo sé, y él sabe que yo lo sé.

Está jugando conmigo, y lo hace según las reglas que él mismo crea sobre la marcha.

Me mira expectante, espera mi respuesta. Quiere saber por qué estoy aquí, por qué alguien como yo, una persona caprichosa y malcriada está en un lugar tan humilde e infravalorado como este.

Todos huyen de este tipo de trabajos.

"¿Lavar ancianos? Qué asco."

"No me romperé la espalda con esto."

"Odio trabajar con gente."

Estas son sólo algunas de las respuestas que la sociedad ofrece cuando les recomiendas la asistencia medical. Y la lista sigue, es infinita.

¿Entonces por qué alguien como yo trabajaría en un hospital, lavando y cuidando ancianos?

¿Por qué?

-Estoy aquí para reencontrarme con alguien.-digo de golpe y me callo. Clavo mi mirada en la suya, ocultando cualquier expresión.

Silencio.

Nadie emite ningún sonido. Lalo me mira, sin expresar nada, pensativo. No logro descifrar lo que su mirada quiere decir.

¿Angustia? ¿Dolor? ¿Melancolía?

¿Qué es?

-No tiene dignidad. -suelta alguien en un murmuro bajo. -Seguro su ex la dejó y él trabaja aquí. -dice. -Por eso lo sigue. 

-¿Como una acosadora? -pregunta otra chica en un murmuro.

-Quién sabe. -se hablan en la fila trasera, como si yo no estuviera aquí.

Volteo de golpe y fulmino con la mirada a quien tengo atrás. Le mantengo una mirada furiosa hasta que su sonrisa se desvanece.

La chica mira hacia otro lado en silencio.

-¿Qué es tan gracioso ahí atrás? - pregunto en un tono altivo. -Yo también quiero reírme. -digo, casi gritando.

Todas evitan mi mirada. Nadie dice nada. Fingen contarse los cabellos, escribir o cualquier otra cosa.

Incluso Benny observa curioso, dejando a la vista su rostro rojo por haberse echado una siesta con la cara en la mesa.

Se ríe, divertido por la situación.

Luego volteo y miro de frente. Me sorprendo al ver cómo el profe me observa, con un aire juguetón.

-¿Con quién quieres reencontrarte, Amanda? -pregunta, claramente curioso.

Toso nerviosa. -No es su problema. Sólo pregúntele al siguiente. -Señalo al compañero de adelante. -¿Ve? Este señorito se muere de ganas por hablarle de su vida. No lo haga esperar. -digo, fingiendo preocupación.

Lalo se cruza de brazos, y me mira antes de seguir con el chico de adelante.

Las horas transcurren. Después de completar todos los papeles que cada docente nos ofrece con cariño, al fin somos libres.

Yo y Loto estamos en el patio delantero, enfrente de la escuela.

Benny se nos adelanta, con su outifit oscuro como su alma, no sin antes soltar un comentario:

-Linda ropa, pelirrosa.

Yo y Loto nos miramos, incrédulas. ¿Acaba de hacerme un cumplido? ¿Él? ¿A mí?

-Está de buen humor. -dice mi amiga.

-O sólo desesperado por los tonos oscuros de ropa. -sugiero yo.

No muy lejos de ahí, un pelinegro molesto al que conozco aprieta en sus brazos a alguien a quien yo llamo "doña ilusa".

Agudizo mis ojos, y veo cómo el hombre la devora, mientras desliza una de sus manos sobre su glúteo, tapado por esa minifalda que lógicamente es mini y vulgar, si me preguntáis.

La rubia envuelve sus manos en su cabello oscuro y lleno de rizos, mientras le manosea el pantalón con disimulo.

Miro a Loto, y ella me mira a mí, con las cejas arqueadas. -Pirémonos de aquí antes de que le haga un hijo. -sugiero y nos vamos.

Damos una vuelta por el campus de la escuela hasta que el Sol se pone.

Es un lugar agradable y colorido.

Ya llegadas delante de nuestro edificio, nuestra guarda nos saluda con la cabeza y nos deja pasar.

Brenda es una señora que cruza los cuarenta, de piel oscura y una figura bastante atlética. Su camiseta negra y ceñida deja a la vista un cuerpo trabajado y bien cuidado. Sus brazos son bastante definidos. Usa gafas de Sol, aunque fuera esté oscuro, y lleva el pelo recogido en una coleta negra.

Su rostro parece enfadado, nada amigable, pero es todo lo contrario.

Brenda es una señora amable a la que le gusta tejer pullovers para gatitos.

Ayer nos hicimos amigas, cuando Loto le ofreció una de sus galletas horneadas.

Vale. Subimos las escaleras hasta el tercer piso, porque no me gustan los ascensores, y cruzamos el pasillo en silencio. Nunca se sabe cuándo uno está durmiendo, así que debemos pasar desapercibidas, no como las motocicletas de los sábados.

Pero este silencio no iba a durar para siempre: se oye un cacareo viniendo de las escaleras. Un cacareo de ave.

Ambas volteamos, extrañadas.

Y allí es donde aparece.

Un gallo, grande, gordo, asustado.

El ave se dirige hacia nosotras desenfrenado. Las dos chillamos asustadas.

Detrás suya hace su aparición un muchacho. Un joven alto, algo musculoso, de rostro llamativo.

-¡A un lado! -grita mientras persigue al animal. No dudamos en hacerle caso.

El chico corre frenéticamente para agarrar al ave, esquivando por completo nuestra presencia.

Ya a unos centímetros del gallo, el chico da un salto y estira sus brazos para agarrarlo. El animal suelta un chillido de susto, pero se deja coger.

-¡Te tengo! -exclama el joven mientras abraza a la criatura ruidosa. -Si te vuelves a escapar, juro que te voy a hacer nuggets. -lo amenaza mientras lo acaricia.

Luego, el chico nos mira.

-¿Estáis bien?

Nos quedamos perplejas.

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