Morir es inevitable. 

Todos y cada uno de nosotros estamos condenados a morir.

De pequeña solía pensar que si eras bueno y quemabas el karma malo nunca llegabas a morir, pero deje de creer en esa 'teoría' cuando mi abuela, Catherine, murió. Ella siempre fue muy amable, trabajó hasta el último día de su vida como voluntaria en un comedor social, donaba ropa a la parroquia, no faltaba un día en el que no agradeciera a Dios por la comida en la mesa e incluso anteponía la felicidad de los demás a la suya.

Mi abuela siempre fue la persona más bondadosa que conocí, pero volviendo al tema, todos morimos. Dicen que es algo instantáneo, que ni te enteras, solo dejas de respirar y ya está.

Pero, realmente, ¿qué se siente? ¿Sientes cómo tu alma sale de tu cuerpo y asciende al cielo o desciende al infierno? ¿O no hay alma, y solo es un invento más de las habladurías de la gente? Sinceramente, no creo que el alma no exista; pero, pecando un poco, tampoco creo en Dios y en que ascenderemos con él al cielo.

La realidad de qué sucede cuando mueres, está aquí, escondida en doce páginas que forman parte del diario que fue conmigo a la tumba.