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Llave Tercera

Ana García era la típica chica. Cabello típico que caía enredado y espantojoso, ojos marrones típicos enmarcados con unas gafas de pasta... ¡Hasta su nombre era típico! Su vida era salida de un libro aburrido de su estantería: se levantaba para ir al colegio, mataba las horas de clase intentando no pensar en la saliva que salía de la boca del profesor y no paraba de caerle encima, pasaba el recreo sola con un libro en las manos y sentada en un banco y viendo de reojo como se reía el chico de sus sueños, rodeado de tres chicas barbies, volvía a casa donde contaba su día una y otra vez para un padre con mayor interés por la televisión y una madre que se pasaba el día hablando por teléfono, pasaba la tarde leyendo y estudiando preguntándose que habría hecho en otra vida para merecer semejante infierno. En definitiva, era la nerd de su colegio y como tal, era material radioactivo... para todos aquellos que no la comprendían.

Aunque era de alma fuerte como el feroz león, siempre al terminar el día llorando a mares, contemplaba el cielo oscuro hasta ver pasar una estrella fugaz para pedirle que su vida aburrida se convierta en un libro divertido, de esos que te emocionas al leerlo.

Hoy otra vez comenzaba su rutina gris por la acera, aburrida, del barrio donde vivía hacia su colegio, con la mirada directa al suelo sólo para evitar mirar las escenas de parejas felices y amigos riéndose, que le recordaban que ella no cumplía ningún papel entre ellos. Cuando iba a llegar a la academia, ve que un grupo de chicos molestaban a otro:

_¡Hey, dejenlo!- grito ella valiente, en ese momento los agresores se dieron vuelta, mirándola acercándose como demonios a un ángel herido mientras, el chico que era agredido, salió corriendo dejándola sola...

Más tarde ya en el colegio, Ana entra a su curso vendada y con golpes:

— ¿Que te sucedió?- le pregunto la profesora al verla así

—Nada- le respondió dibujando una sonrisa perfecta, yendo a sentarse. El chico, por el cual había dado la cara, la miraba preocupado desde su lugar que era la fila siguiente a la de Ana; no resistiendo a la culpabilidad le arroja un bollo de papel:

— "¿Por qué hiciste tal cosa?"- ella agarra el papel y lo lee, hasta que la profesora se lo quita

—Perdón, es que yo...- trató de excusarse Ana pero la profesora sólo se dirije al basurero para tirar el papel y, luego comenzar a escribir en el pizarrón. Durante la clase, el chico no se podía concentrar en otra cosa si no era en Ana; no podía creer todo el daño que le habían hecho y ella como si nada anotando las cosas del pizarrón. Hasta que suena el timbre de descanso, rápidamente él agarra su maleta, la de ella y la toma de su brazo conduciendola hacía la terraza del edificio escolar

— ¿P... por qué hiciste eso?- le preguntó acorralandola con sus brazos -Mira como te dejaron por mi culpa

—Ya es... estoy acostumbrada- le responde Ana sonrojada, apenada y nerviosa -n... no te preocupes

—No vuelvas a hacer algo así, te volvieron una mierda, todo por mi culpa- dijo empezando a llorar -hasta tus gafas te rompieron...- ella apenada por él lo abraza cariñosamente

—Tranquilo estoy bien, no pasó nada- él se separa llorando aún más

— ¡Si pasó! ¡¿Es que no te ves?! ¡Mírate! Es mi culpa- se cubre los ojos con las manos, Ana sorprendida lo mira y separándole las manos de la cara, empieza a limpiarle las lágrimas

—No te pongas así...- le dice dulcemente como la melodía suave de una ocarina

— ¿Cómo quieres qué me ponga? ¿Qué no entiendes que te lastimaron por mi culpa?- la abraza fuertemente llorando en su hombro -lo siento, lo siento mucho- preocupada le corresponde empezando a tararear una nana que había aprendido en uno de sus libros para lograr calmarlo y acariciando su cabeza dulcemente; cosa que funciona de a poco

—Tranquilo- le dice ella sin dejar de acunarlo en sus brazos como a un niño pequeño

— ¿Por qué lo hiciste? Ni siquiera te conozco, pero el que fueras lastimada por mi cobardía me pone mal... por favor, no lo vuelvas a hacer- le dice más tranquilo pero aún con lágrimas en los ojos

—Ya... tranquilo...- dice ella aún acunandolo, momento donde el silencio entre ambos se hizo presente y el único ruido era del día, del canto de los pájaros, del viento suave del este y el par de alas de algun colibrí que paseaba de flor en flor sin parar

—Sólo soy un mago oscuro incrédulo, inservible, sin amor que sólo vive haciendo daño a las personas y cuando se da cuenta se siente más que una escoria- Ana se separa de él bruscamente golpeandolo en el brazo

— ¡No digas eso!- exclama ella enojada -sólo debes saber cuando ser malo y cuando no... ¿Entiendes? Si usas correctamente tus poderes en el momento justo, no sentirás remordimiento- él sonríe un poco sonrojado

— ¿Me enseñas a hacer eso, bella elfo?- le pregunta sonriendo ofreciéndole su brazo para ir dejando el oscuro bosque, ella sonríe y caminando lentamente hacia su casa le explica lo que había aprendido de los libros de magia negra; hasta que en el camino se encuentran con quien Ana denominaba "el chico de sus sueños" aunque ahora le parecía una persona desagradable

—Así que la elfo, ¿eh? Despreciable...- le decía ese GretoHechicero, rodeado de tres Ninfas "barbies", desafiando al Mago con la mirada

—Escucha, despreciable tu, si tienes algún problema conmigo te enfrentarás y a la Dama libre dejarás- el GretoHechicero sólo empieza a reírse alocadamente y creyéndose Zeus, el Dios romano que las nubes acumula, lanzó rayos directos a Ana pero el Mago se adelantó y esquivo el ataque con magia negra salvando a su elfo devolviendole al GretoHechicero sus propios rayos.

Cuando la eterna noche se hizo presente, la pareja había llegado a casa de Ana:

—¡Hija mía! ¡Al fin llegas! Pensé que algo terrible había sucedido- dijo saliendo a su encuentro su madre, acunandola entre sus blancos brazos

—Tranquila madre, nada malo ha sucedido sólo me he encontrado con un amigo por el camino y a casa lo he traído, ¿Podemos recibirlo, verdad?

—Bienvenido es todo aquel huésped- y la madre entró a la casa seguida del Mago. Ana antes de entrar se mira en el reflejo del vidrio de la puerta de entrada de su casa, sus ojos eran verdes claros, su pelo era suave al tacto y de color verde agua aunque conservaba sus lentes de pasta. Feliz miro al oscuro cielo justo cuando una estrella fugaz pasaba:

—Gracias...- susurró antes de entrar a casa.

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