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9. Una invitación especial

Amo los domingos. Me puedo despertar tarde, a veces —aunque no muy a menudo—, salgo con Álvaro al cine, o a comer, aunque lo más seguro es que me la pase todo el día en mi apartamento, arropada de pies a cabeza, con mi cola de sirena y mi gorrito de unicornio.

Pero hoy no tengo ganas de levantarme de la cama. Afuera llueve y hace mucho frío, por lo que me cuesta despertarme más o menos temprano. O al menos a una hora decente para ser domingo. Después de que Adrián fuera mi primer pensamiento de la mañana, recuerdo la mentira que le dije a Suárez. Le dije que ya había empezado las sesiones fotográficas, y estoy a millones de kilómetros de eso.

Casi al medio día, me levanto a comer lo que mi mamá llama una comida bipolar: que sirva de desayuno y almuerzo, para tener energía y buen ánimo para dedicarme a arreglar los horarios de las sesiones fotográficas, cuando suena mi teléfono. Lo dejo sonar la primera vez. La segunda. Pero a la tercera, empiezo a pensar que es una emergencia de mis papás.

—¿Aló? —Finalmente contesto, después de mucho buscar el aparato y no alcanzar a ver el identificador de llamadas.

—Hola, Scar.

—Hola, amor. —Recuerdo que había quedado de recogerme al medio día para ir a almorzar y pasar la tarde juntos en algún lugar—. ¿Ya vienes por mí? Estoy lista en dos minutos.

Dejo la tostada que estaba a punto de comerme y salgo corriendo a mi habitación. Pongo el celular en altavoz y comienzo a desnudarme para meterme a la ducha. Álvaro odia tener que esperarme cuando pasa por mí. La pijama se rebela y se niega a salir, los brazos se me enredan y quedo atrapada como si tuviera una camisa de fuerza. 

—No, Scar. Por eso te llamo. Mi papá me pidió que lo acompañara a un juego de tenis al club, y pues, hace mucho no comparto con él. Nos vemos luego ¿si? Chau.

Me quedo quieta, haciendo tregua con la pijama, mientras siento que un aire frío acaricia las zonas que ya se habían podido liberar de la ropa. Por un lado, es un alivio; el día está bien deprimente y mis ganas de salir son nulas. Pero por otro, siento que cada vez pasamos menos tiempo juntos, y eso no me agrada. Y no me dio ni la oportunidad de hacerle un reclamo antes de colgar.

De hecho llevamos varios días sin sexo. Y entiendo que no es algo tan grave, que hay muchas parejas casadas que duran meses sin intimar... Aunque no sé qué tan normal sea para una pareja que no ha cumplido ni un año. El caso es que no me importa... mucho. Álvaro me gusta por su inteligencia, su responsabilidad y su... su... es buena persona.

No importa por qué me guste. Lo que cuenta es que lo quiero y me gusta ser su novia. Aunque no sea romántico, ni tenga grandes detalles, o me cambie los planes de domingo sin previo aviso. ¿Y si hubiera estado lista y esperándolo? Afortunadamente yo soy bien despistada y no me acuerdo de ningún plan si no lo guardo en el calendario de mi celular.

Vuelvo a ponerme la pijama y regreso a la cocina. Termino mi tostada con calma y me preparo un chocolate con clavos y canela. Es mi bebida favorita para los días como este. Cada sorbo me trae un recuerdo de mi infancia, pues era lo que solía prepararme mi mamá cuando necesitaba subirme el ánimo por cualquier razón. Cuando me fui a vivir sola, lo convertí en mi desayuno obligatorio.

Dejo la taza en el montón de loza sucia de ayer, y escucho el teléfono que tengo en la cocina y me conecta con la portería del edificio.

—Señorita Scarlett, aquí le dejaron un paquete —dice Fermín, el portero.

—Gracias, ahora bajo.

Me baño con calma, con mi celular a todo volumen y mi lista de reproducción tropical, para cantar y bailar a lo loco. Al terminar, me sorprendo al ver que olvidé traer la toalla al baño y no encuentro con qué secarme, pues dejé mi pijama en el cuarto. Solo me queda una opción: ir a la cocina y tomar mi toalla de la cuerda.

Salto un poco para sacudirme el agua al estilo perrito. Salgo al pasillo, revisando primero a través de mi ventana, buscando al idiota de mi vecino. No pienso atravesar la sala corriendo desnuda si sé que el niñito está por ahí para hacerme bullying. Miro hacia su apartamento, las cortinas están abiertas y parece vacío. Me animo a salir corriendo, con tan mala suerte que a mitad de la sala, mis pies mojados me traicionan y caigo, completamente de cola y sobre un codo.

El coxis me duele horrible y el codo, ni se diga. Me paro con mucha dificultad, incluso cojeando un poco, y cuando me volteo, veo que mi vecino me está mirando a través de la ventana.

—AAAAAHHHHHHGGGGG —grito muerta de vergüenza con toda la fuerza de mis pulmones, como si estuviera en una película de terror.

Con mucho dolor, me escondo detrás de un mueble y espero un momento, tal vez el idiota ya no está como un pervertido mirándome a través de la ventana. Asomo mi cabeza para asegurarme de que ya no hayan moros en la costa. Y efectivamente, la costa tiene un moro que está muerto de la risa parado frente a su ventana.

«Pinche culicagado idiota»  pienso con rabia. Tengo frío y quiero ir a vestirme. Unos segundos después vuelvo a asomarme y lo veo todavía parado en su lugar, estirando su cuello cual jirafa africana, tratando de mirar hacia el piso de mi apartamento.

Tomo aire y reúno todo el orgullo posible, que es muy poco. Encima del mostrador de mi cocina veo unas hojas en blanco y un marcador que creo que es de Álvaro. Me voy dando brincos detrás de cuánto mueble puedo, ocultándome para dificultarle al vecino el caldo de ojo que hará conmigo. Cuando llego por fin a la cocina, agarro mi toalla, tomo una de las hojas, hago un dibujo con el marcador y salgo con seguridad hacia la sala. Bueno, tratando de verme segura a pesar de que camino como bailando cumbia.

Al estar en toda la mitad de la sala, levanto en alto el dibujo que tengo en mi mano y se lo muestro a mi vecino. El idiota se echa a reír cuando ve lo que le estoy mostrando: un dibujo mediocre de un dedo del medio levantado.

Trato de caminar hacia mi cuarto sin perder la seguridad que aparento, evitando morir de vergüenza. Y mi coxis sigue doliéndome demasiado. Me visto con ropa cómoda y abrigada, me peino y bajo a la portería a recoger lo que la mensajería me trajo.

Fermín me entrega el paquete, que más bien es un sobre, y me sonrie con su típica amabilidad.

—¿Por qué cojea, señorita Scarlett? —me pregunta.

—Me caí... sentada.

—Ay, señorita Scarlett, debe tener cuidado. Esos golpes son muy peligrosos. Lo raro es que eso la haga cojear, si se hubiera tronchado un tobillo, tal vez...

Le sonrío y me excuso. Tengo curiosidad por el sobre y no quiero que el buen Fermín esté dándome cantaleta como si me hubiera caído a propósito o cuestionándome lo que debería dolerme o no. Aunque cuando comienzo a caminar hacia el ascensor, noto que efectivamente puedo caminar con normalidad y no tengo por qué estar cojeando. Mi subconsciente es algo dramático. Sin embargo, yo sigo cojeando pues no quiero que Fermín se burle de mí después.

Al llegar a mi apartamento, me siento en mi sillón favorito, me pongo mi cola de sirena de tela pues tengo un frío espantoso, y empiezo a abrir el sobre.

No tiene remitente, solo mi información. Tengo mucha curiosidad, casi nunca recibo más correspondencia que el extracto de mi tarjeta de crédito y los recibos de los servicios públicos.

Casi me da un ataque cardíaco cuando veo el contenido del sobre: dos entradas para el concierto de Mau y los telepáticos, que se presentarán el martes en el Movistar Arena. Las entradas vienen acompañados de unos pases para el área VIP y una carta escrita a mano. El diseño de las entradas es hermoso, con una foto en blanco y negro de mi guapo ex que se ve más sexi que nunca. «Ególatra». Aunque tuerzo los ojos ante el derroche de narcicismo, no puedo evitar quedarme embelesada viendo su foto por unos minutos, acordándome de nuestros mejores momentos, del afortunado accidente que nos unió y todo lo que viví a su lado durante los cinco meses que estuvimos juntos.

Tan poco que parecen cinco meses, pero tantas cosas que pueden pasar. Al final Einstein tenía razón en que el tiempo es relativo.

Abro la carta que incluye el sobre y reconozco la letra de Mau.

"Mi hermosa Scarlett:

Me sorprendió que me escribieras en Twitter, pero me encantó. Este martes estaré de concierto y quiero verte ahí. Escribe tu nombre y cédula y el de un acompañante en los pases VIP para que podamos hablar en el backstage. Me muero por verte.

PD: Mándame al Whatsapp tus datos y los de tu acompañante para que no te pongan problemas en seguridad. Mi número es 3178975342.

Con amor, Mau."

¿Amor? ¿Hermosa? ¿Todavía me quiere? Me dejo escurrir por el asiento hasta el piso, totalmente derretida por esas bellas palabras de Mau, el hombre más sensual del año según la revista Caras, y uno de los ex con los que más me divertí durante el tiempo que estuvimos juntos. Además, el que le subirá totalmente la calidad a mi calendario. No es que el resto de mis ex demerite, pero él es famoso y está en su mejor momento. Ya me imagino a la envidiosa de Paula y el resto de mis compañeras hablando de mi calendario a mis espaldas.

Estoy tan feliz de ir al concierto y ver a Mau, que pongo en mi celular la lista de reproducción de música alegre, y empieza a sonar Happy de Pharrel Williams. Aún con algo de dolor en mi coxis, me levanto a bailar como loca, con éxtasis, totalmente poseída por esa canción que siempre subía mi ánimo y por la anticipación de ver a Mau.

Llevo unos minutos bailando cuando veo otra vez a mi vecino idiota, con un letrero que dice: "Qué bueno que no quedaste inválida con esa caída". Me da una vergüenza tremenda, pero no se lo demuestro. Me acerco a mi celular mientras reduzco la emoción con la que bailo, y apago la música.

Veo que Laura me envió un mensaje a Whatsapp, preguntando si estoy en mi apartamento, pues quiere venir a visitarme. Le respondo que sí, y que eso ni debe preguntarlo, y me siento en mi sillón favorito a stalkear a Mau.

El timbre me saca del sueño en el que caí sin darme cuenta. Abro la puerta y mi mejor amiga me abraza.

—Hola, Scar. Qué calentito está tu apartamento. Afuera hace un frío polar.

—¿Quieres chocolate? Me quedó algo del desayuno-almuerzo  —le ofrezco.

Laura entra y se sienta en el comedor. Le llevo la taza de chocolate y unas galletas de avena que compró Álvaro, y me siento frente a ella. Me llevo una de las galletas a mi boca, mientras mi amiga casi termina su chocolate de un sorbo.

—Y bueno, amiga... ¿Cumuvanlascituscunlusex? —Laura tiene la mala costumbre de empezar a hablar justo después de llevar la comida a su boca.

—¿Qué?

—Perdón... —Traga y prosigue—. Que cómo van las citas con tus ex.

—Ah, eso... Pues tengo que terminar de llamarlos y escribirles, pero otro me acaba de citar para vernos.

Wow, tú como siempre haciendo todo con tanta anticipación —afirma irónica—. Yo ya tengo todas mis fotos...

—Tú solo tuviste que conseguir unos cuantos animales. Los míos también son animales, pero a diferencia de los tuyos estos pueden negarse...

Reímos fuerte y Laura casi se ahoga con un pedazo de comida que se le va por el camino equivocado.

—Y entonces ¿quién es la próxima víctima? —pregunta cuando recupera el aliento.

—Mau Bech.

—Ja, debe ser divertido llamarse como una estrella de rock —dice mi amiga, y mentalmente le agradezco que lo haga antes de llevarse otro pedazo de galleta a la boca.

—Eh... Él no se llama como una estrella de rock... Es una estrella de rock.

Laura casi vuelve ahogarse con su galleta. Con rapidez tiene que tomar un sorbo de chocolate, y luego abre mucho los ojos.

—¿Fuiste novia de Mau Bech? ¡¿Y no me habías contado?!

Encojo los hombros por respuesta. En realidad muy pocas personas saben que tuvimos una relación. Siento que si le cuento a alguien, la gente sentirá que me lo estoy inventando, o que quiero alardear con eso. Ni una cosa ni la otra. No estuve con él porque fuera famoso, y tampoco quiero alardear de haber sido su novia. En realidad, no es nada especial. Medio Bogotá puede alardear de eso. A mí, incluso me da vergüenza.

—¿Cómo se conocieron? ¿Eras una groupie loca? ¿Te hizo consumir drogas? —Mi amiga realmente tiene muchas preguntas.

—A ver. Si te calmas te puedo contar todo. Pero quiero que quede claro que es una época de mi vida de la que no me siento muy orgullosa.

—¡Entonces sí eras una groupie loca! ¡Lo sabía! —Ríe.

—Si me interrumpes, no te cuento nada.

Hace la seña de labios sellados y se dispone a escuchar la historia. Será la primera vez que se la cuente a alguien.

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