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60. Un final

—No, no, es solo que... No esperaba eso. Creí que seguías enojada conmigo. 

—¿Enojada yo? —¿De qué está hablando? ¿Por qué iba a estar enojada? Oh... —. Pero ya te perdoné. Ven.

Lo tomo del cuello de la camisa y vuelvo a acercarlo a mis labios. 

—Scar... —dice entre dientes—, la gente nos está mirando.

—Uhm, sexo con audiencia... rico.

—¡Scarlett! —grita Óliver y me separa bruscamente de él—. Contrólate, estamos en un restaurante. 

De un momento a otro caigo en cuenta de que esto no es uno de los sueños que últimamente se han hecho frecuentes, y siento que mis mejillas se ponen calientes. ¿Será el vino o la vergüenza? Es difícil reconocer lo segundo cuando estás llena de lo primero.

Óliver corre un asiento y me hace un gesto con la mano para que me siente. ¡Aw, es tan educado y anticuado! Hago lo que me indica, no sin antes tropezar con la pata de la mesa y asustarlo, luego él se sienta a mi derecha.

El mesero Brayan se acerca de nuevo a la mesa y yo aprovecho para mostrar también mi educación. 

—¡Brayan! Mira, este es Óliver, es mi sexo de una noche de las últimas... como veinticinco noches; Óliver, este es Brayan, el mesero que estaba tratando de emborracharme para llevarme a la cama, pero como ya llegaste creo que le va a tocar buscar otra víctima. —Suelto una carcajada que no me impide notar que ambos me miran con una expresión difícil de describir: es como una mezcla de vergüenza y... No, olvídenlo. Es solo vergüenza.

—¿Les... qué les puedo ofrecer? —pregunta Brayan tartamudeando.

—¡Vino para mí! —grito con entusiasmo.

—No, por favor solo dos vasos de agua y la carta. Gracias —pide Óliver y lo miro enfurruñada por no dejarme pedir mi vino.

—Shhhh, si hay alguna feminista por aquí te tira un pan francés a la cabeza. ¿Qué es eso de andar pidiendo por la mujer? ¡Eso no se hace! Al menos no en este siglo.

—Se hace cuando la mujer está borracha.

—Las feministas no se emborrachan.

—Hablo de ti.

—Yo no soy feminista. 

—Pero estás borracha.

—¿Dos copitas de vino te parece que emborrachan? Eres muy débil —me burlo.

Óliver suspira y recibe los vasos de agua que ha traído Brayan. Él nos entrega un menú a cada uno y yo me asombro al notar al fin que estoy en un restaurante árabe. Le hago una seña a Óliver con el dedo para decirle algo al oído.

—No me gusta la comida árabe.

—Qué bueno, porque no hay nada árabe en el menú —dice muy seguro.

—¿Cómo que no? Todos los platos son árabes, ¡hasta las fotos son raras!

—Tienes la carta al revés. 

Vuelvo a posar mi vista en el menú y me doy cuenta de que tiene razón. 

—¡Ah! ¡Ahora sí! —exclamo luego de girar el menú y comprobar que Óliver no  mentía—. Entonces quiero una hamburguesa con papas.

—Perdón, señorita, pero no ofrecemos comidas rápidas —indica Brayan.

—Pues de eso ya me había dado cuenta porque llevo como cuatro horas aquí y todavía tengo hambre —digo indignada.

—Pues porque usted no había pedido na... —susurra el mesero hasta que es interrumpido por Óliver.

—Olvídelo, no tiene caso discutirle ahora. Tráiganos un plato de spaguettis a la bolognesa y algo que tenga espárragos.

—¿Le parece un baby beef con adición de papa gratinada con espárragos?

—Perfecto.

El mesero se retira, como aliviado de no tener que tratar que tratar más con nosotros. O tal vez solo con Óliver.

—¡Iugh, espárragos! —exclamo con mucho asco.

—Eso te quitará la borrachera. —Me ofrece uno de los dos vasos de agua y me pide que beba, yo niego con la cabeza y retiro un poco el vaso.  

—No seas caprichosa. Tómate el agua.

—No seas mandón. O sí; te ves sexi.

Vuelve a suspirar y muy en el fondo de mi mente empiezo a ser consciente de que puedo ser un dolor en el trasero en este momento. 

—Mira, Oli, ¿puedo decirte Oli?, Ay sí, si ya hasta me viste desnuda y has metido... No, no estoy tan borracha como para decir eso en voz alta. ¿Qué decía? Ah, sí, lo que quería decirte es que esperaba a tu hermano, no a ti, pero me alegra, porque estuve pensando si valía la pena seguir enojada contigo, y sí te lo mereces, pero...

—Scar, yo quiero pedirte...

—¡No! ¡No me interrumpas! —Creo que hablo un poco más fuerte de lo que quiero porque varias personas a nuestro alrededor voltean a mirarme, pero no me importa—. Como decía, así seas un mentiroso yo...

—Yo no soy un mentiroso —dice molesto.

—Eres un mentiroso y un interrumpidor.

—Esa palabra no existe.

—Pero debería existir, porque lo eres.

Óliver va a decir algo más, pero se queda callado cuando varias personas comienzan a gritar.

—¡Bueno, nadie se mueva!

Giro para buscar el origen de aquel grito y veo un hombre parado en la puerta del restaurante, mientras varias personas corren de aquí para allá y no entiendo nada de lo que está pasando.

—Scar, no digas nada y quédate detrás de mí —susurra Óliver luego de pararse junto a mí rápidamente.

—¿Qué pasa? ¿Es algún show de media noche o qué?

—Nos están atracando.

Giro mis ojos y no puedo evitar que una molestia me provoque indigestión. Este tipo de bromas no me parecen divertidas.

—Ay, ajá. Y a ver... ¿como quién nos está atracando? —pregunto con ironía, dispuesta a que se acabe esta nueva farsa—. ¿O no será otro showsito de los que le gusta montar a Juliana?

Me levanto de la silla pero no me quedo detrás de Óliver como me pidió, sino que camino hacia la puerta, muy decidida a que todo se acabe al fin.

—¿Dónde están las cámaras escondidas? —le digo al supuesto atracador.

—¿Cámaras escondidas? —susurra alguien.

—¿Esto es alguna broma, o nos están atracando de verdad? —dice otra persona.

—¡Scarlett! —grita Óliver.

—¿Cuáles cámaras escondidas? ¡Dije que se quedaran quietos y callados! —El supuesto atracador se ve enfadado. Qué buen actor.

—Sí, sí, ya dejemos la farsa. Sabemos muy bien que Juliana está detrás de todo esto. Seguramente son escenas de la próxima temporada del reality.

—¿Cuál reality? ¡Al piso, vieja loca! —El tipo me apunta con un arma que estoy muy segura es falsa.

Varias personas gritan asustadas. Pobrecitos, no saben que están siendo grabados y lo más seguro es que cuando la producción tenga la toma que quiere, les pedirá que firmen un permiso para publicar lo que se ha firmado.

—¡Scarlett, no más! ¡Haz lo que el tipo dice!

—¡Ah, claro! Olvidaba que tú eres cómplice —le digo a Óliver, que también ha resultado muy buen actor. Casi le creo que está asustado.

—¿Cómplice? ¿Cómo así? —Alcanzo a escuchar entre los muchos susurros de la gente que nos rodea.

—¡Scarlett, yo no soy cómplice de nada, esto es en serio! ¡Nos están atracando en serio! ¡Por favor tírate al suelo y no digas nada más!

—Bueno, bueno, bueno. Llego la hora de que usted controle a la loca y el resto de gente me pase carteras, celulares y billeteras. —El supuesto atracador deja de apuntarme y empieza a moverse por todas las mesas, apuntando a la pobre gente asustada e inocente que deja escapar pequeños gritos cuando él se acerca.

—Óliver, está bien, te perdono por no haberme dicho lo del reality, pero esto ya se está pasando. Hay que decirle a esta gente la verdad —digo ya enojándome realmente.

—Shh. No has entendido, yo no tengo nada que ver con esto. El tipo nos está atracando de verdad.

Uno de los meseros se acerca a nosotros con sigilo y empieza a susurrarle a Óliver.

—El administrador del sitio ha activado una alarma silenciosa, en un momento llega la policía. Pero mientras tanto trate de que su novia no provoque al atracador, por favor.

—¿Usted también es cómplice? ¿Qué es? ¿Un camarógrafo, un actor, el guionista? —pregunto.

—¿De qué habla? —le pregunta el tipo a Óliver.

—Está asustada y borracha y no sabe cómo reaccionar cuando está nerviosa.

El disque atracador llega nuevamente a nosotros y nos mira de arriba a abajo.

—Bueno pues, loca y compañía. Celulares y billeteras donde las vea.

—¿De... de verdad usted es un atracador? —pregunto un poco asustada, dándome cuenta de que tal vez Óliver dice la verdad.

—¡Ah, por fin! Si ya está claro lo que estoy haciendo, bájese pues de los objetos de valor.

Le paso mi celular y mi reloj, con la mano algo temblorosa. Luego le apunta a Óliver y él también le entrega sus pertenencias.

—Pero, señor... ¿Su mamá sabe qué está haciendo usted?

El tipo gira para mirarme con la expresión más desconcertada que he visto.

—¿Cómo se llama, señor? —pregunto.

—Me... me dicen "el balas".

—Señor Balas, ¿usted tiene mamá? ¿la quiere?

—Pues claro... —El balas ya no se ve tan tenso como hace unos minutos. Su arma ya no apunta a nadie y creo que tengo toda su atención.

—Entonces estoy segura que esto no es lo que su mamá quiere para usted. Estoy segura que ella no sabe que usted está aquí, robándonos lo que hemos conseguido con tanto esfuerzo. ¿No le da pena? ¿No le da tristeza?

—Scarlett, no más...

—Déjame, Óliver. Que el balas tal vez necesita que alguien le haga caer en cuenta de que su mamá se va a decepcionar cuando se entere de que sale a robar en lugar de estar trabajando.

—Bueno yo... es que yo quiero comprarle una casa a mi vieja—titubea el hombre.

—Si yo fuera su mamá preferiría vivir en la calle a que mi hijo hiciera algo deshonesto. ¿Cuántos años tiene usted?

—Veintidós.

—¿Ve? Está muy jovencito... ¿Quiere que su mamá vaya a visitarlo a la cárcel por los próximos veinte años? Porque ya por allá atrás activaron la alarma silenciosa y la policía no demora en llegar...

—¡¿Qué?!

El mesero que hace unos momentos nos habló pega un grito y se tira encima de el balas. Más personas gritan y veo que el arma que el hombre tiene en las manos casi cae al suelo, pero el balas la vuelve a agarrar.

—¡Scarlett! —El grito de Óliver suena unos segundos antes de que un fuerte sonido me aturda y todo en mi campo de visión se ponga negro.

Ay, Dios. Ahora sí me estoy muriendo y lo peor de todo es que nunca voy a poder decirle a Óliver que sea mi novio número catorce.

Hola!!! Se demoró un poco este capítulo pero espero que haya valido la pena.

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