49. Una canción
Tardo más de lo normal en arreglarme pues quiero verme lo mejor posible. Las palabras de mi mamá, que he escuchado desde niña retumban en mi cabeza como un mantra: "Todo entra por los ojos".
Siempre me inculcó que para conseguir cualquier cosa importante, debemos vernos lo mejor posible, y hoy me he esmerado de verdad para conseguirlo. Al fin puedo usar un vestido que compré hace algún tiempo y que hasta ahora solo lo usaban las arañas como casa, porque el clima de Bogotá no es lo mejor para lucir vestidos tropicales.
Me doy una última mirada en el espejo y sonrío satisfecha. Tomo la llave del cuarto, mi celular y salgo a la dichosa fogata que me emociona menos que volver a ver el pack de Álvaro, pero a la que tengo que ir porque puede ser muy provechosa para mi futuro.
Cuando voy llegando a la playa veo a lo lejos un grupo de gente, la fogata ya encendida, y un pequeño chiringuito que han armado, supongo que solicitado por la producción. Todos se han vestido bien y se ven muy contentos, especialmente Mau y Dalila que bailan una canción suave, abrazados.
—¡Scarlett! Me alegra verte acá. —La voz de Juliana me sorprende porque no había reparado en ella. También se ha esmerado en arreglarse y debo admitir que fea no es.
—Hola, Juliana. No me lo perdería por nada.
—Se ven bonitos, ¿no? —Voltea a mirar a Mau y a la rubia oxigenada que baila con él.
—Son expertos en eso. No es gran cosa.
Juliana me mira como si hubiera dicho que la Tierra es plana. «Ah, caray. ¿Dije eso en voz alta?».
—Es decir ¡claro que se ven muy bien! Los artistas siempre saben arreglarse... además son muy bellos... y talentosos... son como dioses entre simples mortales...
«Ups, creo que me sobreactué».
Juliana ríe por lo bajo y se disculpa para ir a buscar algo de tomar. Camina hacia el chiringuito mientras yo estoy agonizando de la vergüenza.
Siento unos brazos que me agarran desde atrás y empiezo a sentirme mucho mejor. Es increíble lo que logran los brazos de Óliver. Bueno, y otras partes de su cuerpo también...
—Estás preciosa, vecina —susurra en mi oído.
Me giro para poder verlo y hablar con él más cómodamente, y en ningún momento me suelta.
—Tú también estás muy bien, vecino. Te ves como un litro de helado de chocolate en una noche de despecho.
Ríe con esa voz ronquita que tiene... ¿Desde cuando su risa es tan sexi?
—Creo que sería mejor verme como una botella de Jack Daniels. Ambos sabemos que no pasas el despecho con un litro de helado.
Su comentario me hace reír y avergonzarme otra vez, al mismo tiempo.
—¿Qué te dijo tu amiga por lo de... anoche?
—¿Lo de verte desnudo o lo del sexo en su cama?
—¡¿Me vio desnudo?! —Se pone rojo como un tomate.
—Sí pero no me dijo nada, no estaba bien.
—Sí lo noté... Espero que ya esté mejor. ¿Algo en lo que yo pueda ayudar?
Me enternece lo que dice. Ese deseo por ayudar a los demás es algo muy característico de él, y me encantan las personas así.
—¿Quieres bailar? —propone mientras estira su mano, todo caballeroso.
Acepto su propuesta y caminamos para acercarnos un poco a la música, y a la pareja de cantantes que siguen bailando, sin ver a nadie más ni enterarse de que hay más gente en el planeta.
—Hacen una buena pareja. Aunque ella no se ve tan pedante como él —dice Óliver mirando hacia la misma dirección que yo.
—Pfff, no la conoces...
—¿Te cae mal?
—Pues... mal no, pero no la tendría de amiga.
Me mira fijamente por unos instantes y me acerca más a él. Pone su nariz en mi cuello e inspira profundamente.
—De algo sí estoy muy seguro, y es de que no debe oler como tú.
Me rio con suavidad y acaricio su brazo.
—Hablé con tu hermano. Parece que mi mamá lo cuida como si fuera su propio hijo. —No sé de dónde sale el tema, pero recuerdo de repente que Samuel me había preguntado por él—. Por cierto, estaba preocupado porque no había podido localizarte.
—Ah, sí. Hablé con él antes de venir. Hoy era mi día de descanso y como anoche la actividad física fue intensa, me la pasé todo el día durmiendo.
Me sonrojo un poco y parece que él lo nota, pues sonríe al mirarme.
—Pues qué mal estado físico tienes, porque la intensidad no fue ni el treinta por ciento de lo que yo quería...
—Tenemos muchas más noches para hacer cardio —dice con una expresión muy pícara y la voz ronca.
—"Solo una noche" dije. Igual si te pones así solo por un ratico...
Suelta una sonora carcajada.
—No me culpes... llevo varios días sin salir a trotar, he perdido el ritmo que llevaba en Bogotá...
—Ohhh no. No señor, todavía tienes mucho ritmo. Mucho.
Ambos reímos y varias personas voltean a mirarnos.
—¿En dónde haces ejercicio? Digo, en Bogotá —le pregunto para no concentrarme en las miradas de todos sobre nosotros.
—Salgo a trotar en el parque que queda a una cuadra del edificio...
—Momento... ¿fue tu trasero el que me hizo caer?
—¿Qué?
Ay, Dios, qué vergüenza. Otra vez. Vergüenza debe de ser la palabra que más usa mi voz interior.
—No es nada, olvídalo.
—Ah no, hablaste de mi trasero y quiero saber por qué.
—No te conocía ese lado ególatra.
—No es por ego, es porque dijiste "caer" y "trasero" en la misma oración y si mi trasero te hizo accidentar, tengo que castigarlo.
Me hace reír mucho, y extiendo la risa esperando que tal vez olvide la historia y no pregunte más.
—Bueno, entonces cuéntame...
—De verdad que no es nada.
—Scarlett...
—¿Y de qué hablaste con Samuel? —Por Dios y la Virgen, hablemos de cualquier otra cosa...
—De nada, no cambies el tema. ¿Qué te hizo mi trasero?
Suspiro. Es demasiado persistente y si no le cuento, sé que estará toda la noche preguntando.
—Nada, solo que antes del viaje salí a trotar en el parque y me caí... Y ya. ¿Ves que no era nada?
—¿Y qué tiene que ver mi trasero?
—Pues... —Vuelvo a suspirar y ruedo los ojos. Dios, ¿por qué me diste esta boca indiscreta?—. Que me distraje mirándote el trasero y me enredé con unas ramas, y me caí.
Suelta la carcajada.
—Tengo que castigar mi trasero, no es la primera vez que se porta mal. ¿O mejor lo castigas tú?
Siento como los colores del arcoiris se acumulan en mi cara. Él me mira muy divertido y acerca sus labios a los míos, pero giro la cara rápidamente y me da un beso en la mejilla.
«No me preguntes por qué no te doy un beso aquí», pienso con pesar. No quiero que Adrián nos vea y se sienta mal o se enoje, ya luego podré compensar a Óliver.
Estoy preparada para que me pregunte si pasa algo malo, pero guarda silencio. La canción que bailamos termina y todos nos dispersamos para formar un círculo al rededor de la fogata. Busco a Adrián con disimulo pero no lo veo. Sé que Óliver va a volver a intentar besarme, y eso no tiene nada de malo, claro, pero tal vez Adrián también lo intente.
¿En qué momento esto se volvió un triángulo amoroso? Odio los triángulos amorosos. Siempre alguien sale lastimado.
—Bueno, bueno... —Juliana hace parar la música, mira a su alrededor, ¿a quién busca? Luego empieza a hablar mirando directamente a alguien... Ah, ya. Al camarógrafo—. Estamos llegando al final de esta bonita experiencia, y queremos hacer de esta noche una despedida especial.
«¿Acaso no queda una noche más?».
—Entonces... —continúa—. De parte del equipo de Atomik queremos darles las gracias tanto a los modelos, como a los fotógrafos y a todo el equipo de producción. Un aplauso por favor. —Todo el mundo aplaude, chifla y se siente un ambiente muy relajado—. Como ya saben, tenemos a dos grandes estrellas con nosotros, Mau y Dalila, ¡y muy amablemente se han ofrecido a deleitarnos esta noche con su música! Gracias, chicos, de verdad... —Comienza a aplaudir y cuando otras personas van a empezar a hacerlo también, agrega—: ¡Pero aplaudan con fuerza!
Qué intensa. Todo el mundo aplaude y alguien del equipo de producción le entrega una guitarra a Mau. Él empieza a pasar sus dedos por las cuerdas, a ajustar las clavijas, a hacer pequeñas pruebas, mientras Dalila se mira en un espejo pequeño, se arregla el cabello y verifica que sus labios estén bien pintados.
Cuando Mau le hace una señal a su novia... perdón, esposa, empiezan a cantar. Todos nos hemos sentado en la arena, algunos cantan las canciones que conocen —Juliana se las sabe todas— y en un momento Óliver saca su celular del bolsillo y me lo enseña. Su hermano lo está llamando.
—¡Al fin! —susurra—. Ya regreso.
Se levanta y se aleja del grupo para poder hablar con tranquilidad. La canción que Mau y su rubia oxigenada cantan termina y todo el mundo aplaude emocionado. Yo también aplaudo pero no tan emocionada, no quiero que se les suba a la cabeza.
—Esta canción es nueva —afirma Mau— y la escribí para una persona muy especial. —Me mira fijamente cuando lo dice, aunque toma la mano de su esposa y luego desvía la mirada hacia ella—. Gracias por hacer mi vida tan mágica.
Dalila pone la cara más cursi que he visto en la vida y todos gritan y vitorean, mientras yo no puedo quitarme esa sensación de que la canción es para mí. Pero por otro lado, no quiero que lo sea —y tampoco lo creo—; no necesito otra atención de ese tipo en mi vida.
Mau comienza a tocar unas suaves notas en su guitarra y luego comienza a cantar:
Déjame soñarte una vez más
Mis instantes favoritos se funden con tu cuerpo
Abrazarte era acariciar el cielo
Un paralelo del instante mismo y el infinito
Déjame soñarte una vez mas... una vez más
Sin tu permiso me escabulliré en tu cuarto (ohhh sí que lo haré)
Con temor y pasión será mi juego personal en donde tu serás el premio
Déjame soñarte una vez más... una vez más
Que tonto fue echarlo todo a perder, hoy lo sé y lo acepto.
Tus labios ya no me enseñan a calmar mis temores.
Amor no es lo mismo sin ti pero aprenderé, por ti lo haré.
Déjame soñarte una vez más... una vez más.
Al despertar estarás con él y yo seré un idiota soñador...
«¿Qué?». Estoy impactada. Ahora sí estoy segura que la escribió para mí. No puedo creer que Dalila sea tan tonta como para no arrojarlo al mar o ahogarlo con la arena. Es que mínimo se merece una cachetada; pero la estúpida lo sigue mirando como si fuera lo más perfecto que ha caminado sobre la tierra.
—Eso no parece escrito para su esposa... —Adrián me saca de mis pensamientos y me toma por sorpresa, mientras se sienta a mi izquierda.
—¿Crees que no? De pronto se la escribió mientras estuvieron peleados —le respondo, haciendo un esfuerzo por convencerme a mí misma de eso.
—Puede ser. ¿Y tú cómo estás? No pudimos seguir hablando el otro día.
Y en ese momento lo agradecí, el tema que teníamos de conversación no era de mi agrado.
—Por fin pude comunicarme con él. Quería pedirme permiso para ir a una fiesta. ¡Puff! —Óliver se sienta a mi derecha, donde estaba antes.
—¿Y le diste permiso?
—Obvio que no. Seguramente va a beber y si no estoy en Bogotá cualquier cosa puede pasar.
—No seas tan duro con él, ¿tú no ibas a fiestas a su edad?
—Sí pero a mí nadie me cuidaba. Yo no era la responsabilidad de nadie.
—¿Ni de tus papás?
—Estaban muy ocupados viajando y casi siempre se llevaban a Samuel.
Me conmueve un poco pensar en su pasado. Crecer tan solo debió haber sido muy confuso y triste para él. Voy a preguntarle si le gustaría haber viajado con sus padres, pero el concierto acaba y todos aplauden. Desde el chiringuito empiezan a poner música y no veo a Dalila o a Mau por ninguna parte.
—¿Quieres bailar? —me pregunta Adrián mientras extiende su mano.
La acepto y me levanto para bailar con él una canción tropical suave que jamás había escuchado. Es bonito recordar que es un excelente bailarín.
La noche transcurre principalmente bailando entre Óliver y Adrián. Nadie más se anima a sacarme a bailar, y me imagino que es porque ya notaron que esos dos tienen como un duelo, una pelea cazada por no dejar que me siente, y aunque no me molesta, no quiero que esto vaya a terminal mal.
Aunque a veces querer algo tan simple es pedir demasiado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro