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45. Un recuerdo

Me pareció escuchar a... 

—¡Scarlett! ¿Vas a tomar las fotos o no?

Me levanto tan rápido de mi puesto que el mundo empieza a dar vueltas y no tengo tiempo de verificar de dónde viene la voz que creí escuchar. Trato de componerme y no lucir tan trasnochada, Jack por fin se ha acordado de que también soy fotógrafa y me dejará tomar las fotos.

—¡Claro que sí! —respondo con mucho entusiasmo y corro hacia esa voz que ahora me parece hermosa.

—Quiero que tomes las últimas fotos de esta sesión. Quiero que aquí Rodrigo se vea fuerte e imponente. Todo un macho machote.

—Me llamo Leonardo... —dice Leo con suavidad. La verdad es que imaginarme a este profesor de secundaria como un macho machote va más allá de lo que da mi imaginación.

—Bueno, Rodrigo... yo veré. Bien macho. Quiero ver fuerza en esas fotos.

Leonardo levanta sus brazos y trata de hacer notar sus biceps. O bueno, donde se supone que van los biceps. Deja escapar un gruñido de su boca y me hace reír.

—Pff, eso es lo que pasa por no trabajar con modelos profesionales. Scarlett, de ti depende... —comienza a alejarse de nosotros, con sus manos en las sienes y refunfuñando en voz baja.

—Bueno pues... —Me acomodo frente a Leonardo y ajusto el lente de mi cámara. Me muevo por el espacio para buscar el mejor ángulo, pero no es fácil—. Necesitaremos un milagro.

—¡Oye! ¿Insinuas que no soy capaz de lucir como un macho?

—Solo digo que en mi calendario, con tus sacos de cuadritos y parches en los codos, te ves mucho mejor.

—Gracias por la motivación... —se queja.

—Solo digo que si estabas pensando cambiar de carrera, lo pienses un poco mejor.

Se ríe un poco y yo encojo los hombros.

La sesión continua y me siento increíblemente feliz por ser al fin la fotógrafa oficial. Leonardo y yo nos concentramos de lleno en lo que estamos haciendo, hasta que un asistente tropieza con una de las sombrillas blancas y nos desconcentra. Miro la cara del equipo al rededor; todos están mirando hacia el mismo lado. Incluso personas que no estaban directamente dentro de la sesión empiezan a caminar detrás de nosotros. Se oyen voces emocionadas muy cerca.

Cuando Leo y yo hemos perdido por completo nuestra concentración, giramos hacia donde todo el mundo se ha reunido ahora. Leo comienza a caminar hacia el grupo, yo lo sigo motivada por la curiosidad, y por la voz que vuelvo a escuchar, mucho más nítida ahora.

Casi me da un paro cardiaco cuando veo a Dalila Ponce sonriéndole a los hombres que la rodean, estrechando sus manos para presentarse y dirigir su mirada directamente hacia mí con expresión satisfecha.

—¡Scarlett! —Se aleja del grupo y viene hacia mí con sus brazos abiertos. Me da un abrazo que me demoro en devolverle; aún no asimilo volverla a ver, y mucho menos aquí.

—Dalila... ¿qué haces aquí?

—Vine a acompañar a mi solecito a su sesión, ¡y a aprovechar para broncearme! Es que cuando me contó que venía a esta isla decidí impedir por todos los medios que viniera él solo. Pues, es que no puede ser tan egoísta de no compartir esta playa ¿no?

—Pues no... —respondo para seguirle la corriente, aunque me parece entender que su viaje se debe más a que no quería dejar que Mau viniera solo por algo relacionado conmigo.

Los hombres que antes la rodeaban empiezan a dispersarse, aunque algunos vuelven a acercarse a ella. El tipo que ha documentado todo el viaje en video vuelve a aparecer y se acerca a nosotras entusiasmado. Ahora sé lo que sienten las leonas en el Sahara cuando las filman los documentalistas. ¿Acaso este señor piensa venderle sus videos a la National Geographic?

—Bueno, debo volver a la sesión...

—Sí, sí, claro, lo que menos quiero es interrumpir tu trabajo... ¡nos vemos lueguito!

Vuelve a abrazarme y se aleja dando brinquitos de felicidad. Es tan falsa. Saco mi celular del bolsillo y anoto en la app de recordatorios:

"Quemar la memoria que tiene las canciones de Dalila Ponce. Borrarla de Spotify. Bloquear sus videos en Youtube".

Pasamos todo el día en diferentes sesiones, alternando entre el otro fotógrafo y yo. Al fin siento que mi presencia aquí es importante, que no estoy solo para divertir a los demás con mis historias amorosas, en especial a Juliana, y que soy una excelente fotógrafa con un futuro muy prometedor.

Por primera vez desde hace mucho verdadera felicidad inundan mi ser, hasta que tropiezo con alguien entrando al pasillo que dirige a mi habitación.

—¡¿Se puede ser más ciego?! ¿Por qué no tiene cuidado por... —Luego de empezar a soltar improperios, la persona se calla al darse cuenta de que ha tropezado conmigo.

—Hola, Mau... ¿Qué haces aquí? Digo, ¿cómo estás?

—Hola, mazorquita... qué gusto verte. —Me abraza con fuerza. ¿Qué rayos tienen este y su novia oxigenada con los abrazos?

—Ya te dije que no me digas mazorquita. Menos si tu novia puede llegar a oírnos, no quiero problemas.

—A mí no me importaría meterme en unos cuantos...

—Ay, no, si vas a empezar con tus cosas, mejor adiós. —Empiezo a caminar hacia mi cuarto, pero él me detiene de un brazo.

—No, espera, lo siento. ¿A dónde vas?

—A mi habitación. Quiero nadar un rato y voy a cambiarme.

—Uff, si quieres yo te ayudo a desvestirte...

—¡Adiós! —Me suelto de su brazo y sigo caminando.

Me preparo para que me siga y este intercambio extraño continúe, pero al mirar hacia atrás veo que el pasillo ya está solo. Mejor así, no quiero enredar las cosas con él y terminar convirtiendo a la Ponce en una asesina.

Pero antes de entrar a mi cuarto, siento unos brazos que me abrazan desde atrás. El desgraciado no me hizo caso. Sin pensarlo mucho, tiro un codazo hacia atrás y le doy al susodicho en el estómago.

—¡Eso te pasa por no hacerme caso... —Pero al voltear, veo la cara de Óliver con una expresión de dolor.

—¡Lo siento mucho! ¿Te pegué muy duro?

—Solo como para perder el hígado...

—Ay, ¡Lo siento! —exclamo muy apenada.

—No te preocupes, no me pegaste tan fuerte —me tranquiliza—. Solo me sorprendiste. ¿A quién esperabas pegarle? Porque no era a mí, ¿verdad?

—¡No, claro que no! Perdón... —No le doy más explicaciones, porque no me atrevo.

Guarda silencio por un momento, examinándome, y luego sigue hablando:

—Bueno, venía a felicitarte porque al fin hoy pudiste brillar en la sesión... Y para continuar con lo de anoche... —Se acerca mucho a mí y me arrincona contra la puerta del cuarto.

—Mi amiga debe estar en el cuarto... —susurro.

—Lástima. —Suspira y lleva sus labios a mi cuello. Un escalofrío recorre mi espalda y la piel se me pone de gallina—. Mi cuarto está solo.

Algo se revuelve en mi estómago, anticipándose a cosas deliciosas.

—Debo guardar mi equipo... ¿Me esperas en tu cuarto? No me demoró nada.

—Más vale que no te demores, o vengo a buscarte y no me va a importar que tu amiga esté en el cuarto... —Me da un corto beso en los labios y sale caminando al otro lado del pasillo.

Abro mí cuarto y encuentro a Lau mirándose al espejo del baño y sobándose la barriga. Verla así me hace soltar la risa.

—No, amiga, todavía no se te nota —le digo.

—¿Qué? Ah, no, no es que me esté viendo la barriga por... solo veía si este vestido de baño me queda bien.

—Por ahora sí, aunque segura que en unos meses igual se te verá lindo a pesar de la panza... Por cierto, no te alcancé a preguntar qué dijo Héctor sobre el embarazo...

—Posible embarazo —me interrumpe y hace énfasis en el "posible".

—Bueno, posible. ¿Pero qué dijo?

—Eh... pues... no dijo nada, ¿qué iba a decir? Es mi cuerpo, mi decisión.

—No le dijiste, ¿cierto? Eres una cobarde.

—¡Es que no es fácil! ¿Alguna vez has tenido que decirle a tu novio que crees que estás embarazada?

Mi expresión cambia a una más seria y sombría. Laura es la única que sabe la respuesta a esa pregunta, y aún así trae el tema a colación.

—Ay, amiga, lo siento —dice apenada—. Te juro que se me olvidó lo de...

—No te preocupes —respiro. Quiero ser una amiga comprensiva—. Bueno, y ya que trajiste el tema, sabes que si alguien te puede dar un consejo, soy yo. Tienes que decirle a Héctor cuánto antes, amiga.

—Pero ¿y si no quiere ser papá? Sé que puedo criarlo sola, pero no quiero que esto dañe nuestra relación. Después de tanto tiempo, al fin siento que encontré a la pareja que siempre había querido...

Sus ojos empiezan a ponerse rojos y se sienta en la cama, muy alicaída. Me siento a su lado y empiezo a acariciarle la espalda.

—¿Y no crees que es mejor salir de la duda de una vez? Tal vez si se lo dices estando aquí sea más difícil que se aleje. Además me facilitaría ahogarlo en el mar, en caso de que se llegue a comportar como su hermano. Que no creo, pero uno nunca sabe cuándo va a salir a flote la genética y...

—¿Y si no estoy embarazada? A lo mejor yo debería estar segura primero, qué tal que le diga y no sea más que una indigestión.

—Ash, es que si tan solo pudiéramos hacerte esa prueba ya... ¿Sabes qué? No hemos preguntado en el lobby si podemos conseguir la prueba, espera me cambio y vamos.

La expresión de Laura se ve un poco más tranquila y eso me alegra.

Dejo mi equipo de fotografía en mi cama y me pongo un vestido muy vaporoso, con el que espero que Óliver se vuelva loco. Pero antes tengo que ayudarle a mi amiga, así que la tomo del brazo para salir de la habitación. Llegamos al lobby a preguntar por una droguería o algún sitio donde conseguir una prueba de embarazo, pero la administradora nos dice que el único médico que podría ayudarnos con pruebas o lo que sea, regresa dentro de unos días.

—¿Qué hacemos entonces? —pregunta mi amiga con notable angustia en su voz.

—Pues... lo único que podemos hacer es tener paciencia. Lo importante de verdad es... ¿qué quieres hacer tú? Porque si vas a interrumpirlo, el tiempo corre y...

—No sé... —dice pensativa—. Es que no sé si quiero tenerlo o no.

Sus ojos se empiezan a humedecer. Que cuadro más triste. Le doy la mano y le acaricio el brazo, mientras la administradora nos mira disimuladamente.

—¿Quieres ir al cuarto, a la playa o a un lugar con menos testigos oculares? —susurro la última parte. Pienso en que Óliver debe esta ansioso esperándome, pero en este momento Laura es lo más importante. Él lo entenderá.

—Lo siento, Scar, pero quiero estar sola... —Suelta mi mano y camina de regreso a la habitación.

Me quedo parada viéndola arrastrar sus pies. Pobre. Aunque si le contara de una vez la situación a Héctor, él la haría sentir mejor.

—¿Vas a la playa? —La voz de Adrián me toma por sorpresa cuando se para a mi lado.

—Ah... este... sí —suelto sin pensar.

—Te acompaño entonces, también quería ir un rato.

Me toma del brazo y su contacto me provoca un cosquilleo. Empezamos a caminar hacia afuera del hotel. El sol no tarda en empezar a ocultarse, el paisaje con el cielo naranja y el brillante mar azul claro es bellísimo. Y con la compañía que tengo al lado es perfecto.

—Tu amiga... está en problemas, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—Sin querer las escuché hablando. Pero no te preocupes, sus secretos están a salvo conmigo.

—Gracias. Pero por favor no vayas a comentarlo con nadie. No le ha dicho aún a su novio.

—¿Y con quién lo comentaría?

Guardo silencio unos momentos, pensando si es un tema que debo tocar con él.

—La conversación me recordó a cuando... —dice.

—Sí, es inevitable no pensar en eso de vez en cuando —lo interrumpo nerviosa. No sé si quiero que siga hablando del tema, aún es doloroso para mí.

—¿Cómo crees que sería nuestra vida ahora si todo hubiera salido bien?

Ay, no. Ya había logrado de dejar de fantasear con eso, pero estar hablando del tema con él es incluso más doloroso que recordarlo sola.

—Yo creo que viviríamos juntos, con la pequeña Sofi corriendo por todos lados... Aunque ¿ya estaría corriendo? ¿Cuántos años tendría?

—No llevo la cuenta, pero... creo que habría pasado el año.

Seguimos caminando por la playa, mientras el viento alborota mi cabello y levanta un poco mi vestido. El cielo naranja le da una tonalidad muy bonita a la piel de Adrián. Los destellos rojos en su cabello se iluminan, y el sol que ha recibido en estos días le ha hecho más notorias sobre su nariz unas pecas que creí que solo yo conocía. Debo concentrarme en estos detalles para no pensar, no imaginar cosas que me lastimen.

—Habría sido hermoso estar en un lugar así los tres. —Ya no puedo seguir evitando que una lágrima resbale por mi mejilla. Trato de limpiarme disimuladamente para que no la note, y creo que tengo éxito. Lo malo es que continúa hablando—. En Bogotá aún conservo un juguete que le compré cuando me mostraste la prueba de embarazo... ¿Qué te pasa, Scarlett?

Me mira con preocupación y limpia mi cara. Ni siquiera había sentido cuándo salieron las lágrimas.

—Perdón, es que... todavía es difícil para mí.

—¡No! ¡Perdóname a mí, soy un tonto! —exclama preocupado.

Me cubre con sus brazos en un abrazo fuerte. Sé que busca consolarme, pero solo logra el efecto contrario. Cierro mis ojos y trato de pensar en otra cosa, pero no puedo evitar imaginarme cómo habría sido nuestro matrimonio, el nacimiento de nuestro bebé, sus primeros pasos, sus primeras palabras. En ese momento estaba muy preocupada por ser madre, pero Adrián siempre me hacía sentir segura, protegida, disipaba los miedos de un futuro incierto.

Doy un último suspiro y me separó de él.

—Perdón —susurro.

No responde nada, pero me muestra una sonrisa dulce. Su gesto me contagia y también le sonrío. Toma mi cara con sus manos y une sus labios a los míos.

Un beso que me hace viajar al pasado, a tiempos en los que era realmente feliz.

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