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44. Un déjà vu

Varios brazos tratan de quitarme de encima de Axel, porque yo no puedo levantarme por mí misma. Su copa ya ha caído al suelo. En un afán de hacérsela beber, se la tiré y lo hice caer a él también a la arena.

Cuando al fin logran levantarnos, alguien me hala hacia atrás. Me hace tropezar, pero no me deja caer.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —Óliver se ve bastante preocupado.

—Sabía que era un juego estúpido.

Óliver toma mi mano y comenzamos a caminar.

—Es mejor que vayamos a dar una vuelta un rato. No quiero que alguno de tus ex termine asesinado. No es que me caigan bien, pero te irías a la cárcel y me caen mejor las mujeres que no han estado presas.

No sé si intenta hacerme reír, pero no lo logra. Aún estoy alterada y con la sangre recorriendo mis venas a mayor velocidad. Lo peor, es que ya ni me acuerdo por qué me enojé.

Volteo a ver hacia donde estábamos hace unos momentos, y veo a Juliana bailando con Lucas, a unos cuantos sentados en la arena bebiendo, pero el grupo es bastante reducido. 

—Sí, es mejor caminar —afirmo y lo tomo del brazo para que aceleremos el paso.

Después de unos minutos, tropezamos con un tronco grande en el que suavemente rompen las olas. Óliver se sienta y me hala del brazo para que me siente a su lado.

El mar alcanza a mojar nuestros pies, e instintivamente los levanto asustada.

—¿Qué pasa?

—Me dan miedo los tiburones —digo algo nerviosa.

—No creo que los...

—¡Aggghhhh! ¡Algo me rozó! ¡Un tiburón! —Me levanto de un solo brinco y salgo a correr.

Óliver sale detrás de mí, pero tengo tan mala suerte cuando estoy ebria, que mis pies se enredan, caigo en la arena y ni tiempo tengo de poner las manos para proteger mi cara.

Tengo arena en la boca, la nariz, los ojos, y hasta el escote.

—¡Por Dios, Scarlett! ¿Estás bien?

Toso para tratar de escupir hasta el último granito de arena.

—Dios ¡¿por qué me hiciste tan torpe?! —grito mirando al cielo.

Óliver suelta una risa animada.

—A ver, no exageremos, que cualquiera que haya jugado tantas rondas de "Yo nunca, nunca" estaría ya tirado en el suelo, con un coma etílico.

Me extiende la mano y me ayuda a levantarme. Pasa sus manos por mi cara, dando pequeños toquecitos para quitar los rastros de arena. Lentamente va bajando por mi cuello, hasta llegar al pecho. Un escalofrío recorre mi espalda. El pulso se me acelera. Sí, tengo que aceptarlo, siento una gran atracción por Óliver. Quiero besarlo, él sigue acariciando mi pecho pero antes de llegar a tener contacto con mi escote, se detiene en seco.

—Creo que esa parte te la puedes limpiar tú —dice, algo nervioso.

No puedo evitar dejar escapar una sonrisa pícara, y procedo a limpiar mi pecho tal como él lo sugirió.

¿Será que nunca se atreverá a tocarme? ¿Será que no le gusto y por eso no lo ha hecho? Me cuesta creer que un tipo como él tenga problemas para seducir mujeres. Aunque, bueno, recordando el juego, tal vez me faltan quince centímetros de algo que a él le gusta más que un par de tetas.

—Creo que lo mejor sería ir a dormir ya, o mañana no vamos a poder ni levantarnos y hay que ganarse la papita. —Su tono vuelve a la normalidad, aunque sigue arrastrando un poco las palabras.

—Sí, no sé ni qué hora es ya.

Nos dirigimos hacia el camino que lleva directo al hotel, pero al acercarnos a un pequeño puerto del que salen los yates y los jet-sky, escucho ruidos extraños.

—Espera, ¿oyes eso? —le pregunto a Óliver.

Se concentra por unos segundos y niega con la cabeza.

—Solo escucho el mar —responde.

—No... Escucha... —Guardamos silencio para prestar más atención. A lo lejos se oye como un quejido, alguien sufriendo de algún dolor.

—Tienes razón, ya lo escucho —dice Óliver.

Camino siguiendo la dirección del sonido, que me lleva a una pila de rocas al otro lado del pequeño puerto. Al principio, no veo nada extraño, pero sigo escuchando los quejidos, aunque, ahora no me parecen tan dolorosos. Para investigar más, me subo en unas cuantas rocas, hasta que puedo ver lo que hay al otro lado. En seguida me arrepiento y me gustaría que un par de cangrejos me arrancaran los ojos.

—¡Alejandro! —Dejo escapar un grito, y tanto mi ex, como Jack, voltean a mirarme.

En shock por lo que acabo de ver, piso mal una de las piedras y voy a dar otra vez a la arena.

—¡Cuidado, Scarlett! ¿Estás bien? —pregunta Óliver angustiado mientras me ayuda a ponerme nuevamente de pie.

—No... Sí... No sé...

—¡Dios! Cuando bebas, deberías tener a la mano unas muletas.

Alejandro y Jack aparecen sobre las piedras, ya con la ropa bien puesta, y nos miran algo incómodos.

—Hasta mañana. —Se despide Jack y se aleja de nosotros.

Mi ex me mira y abre la boca para decir algo, pero se arrepiente y se aleja de nosotros como si le oliéramos feo. Mucho mejor así, no sé si quiero oír alguna explicación. Tampoco la necesito. Aunque encontrar a tu exnovio haciendo el Kamasutra con otro hombre, tiene sus efectos secundarios.

—¿Y esos qué? —pregunta Óliver—. Escondiéndose así, alguien va a pensar que son gays.

Suelta la carcajada y se calla al darse cuenta que no produce el mismo efecto en mí.

—Ya quiero ir a descansar... —digo con un tono alicaído.

Comenzamos a caminar hacia el hotel y en el camino, algo ha empezado a darme vueltas en la cabeza. Ya empiezo a olvidar algunos detalles de la noche, pero recuerdo con claridad que fui la única que no bebió de su copa con lo del sexo de una sola noche. Hasta con Enzo tuve una mini relación que duró pocos meses, pero no sé lo que es conocer a alguien, encamarlo esa misma noche y no volverlo a ver. Supongo que con lo de hoy, Alejandro puede tachar tres cosas de su lista de "nuncas": sexo en un lugar público, con alguien de su mismo sexo, y de solo una noche. Aunque aún eso último está por verse.

¿Y si Óliver fuera mí sexo de una noche? La idea llega a mí mente bailando con lucesitas de colores y un letrero de neón gigante que grita ¡Hazlo! ¡Hazlo!

Suena como una buena idea. No, es una buenísima idea, y de inmediato comienzo a maquinar la mejor forma de seducirlo y de sacar a Laura de la habitación para que podamos quedarnos solos y revolcar un poco la cama.

Llegamos a la puerta de mi habitación y Óliver me mira como queriendo preguntarme algo.

—¿En qué piensas? —suelta al fin.

—¿Tú también eres gay? Nunca lo hubiera pensado. —Dejo salir el  pensamiento que vino a mi mente a decirme que tal vez con Óliver no podría cumplir ese "Yo nunca"—. Pero me imagino que es por eso que no le prestas atención a Juliana.

—¿Por qué lo preguntas?

—No, no tengo nada contra los gays, pero... Siempre he tenido mucha curiosidad. —Espero que no se ofenda con lo que digo, y que tampoco sepa por qué le estoy preguntando. No soy buena lidiando con los rechazos—. ¿Por qué no te gustan las mujeres? ¿Nunca has visto una vagina?

Óliver suelta una carcajada, y aunque me alegro de que no se moleste con mis preguntas, quiero morir de la vergüenza.

—No soy gay.

—Pero... dejaste la copa vacía cuando Jack preguntó si habían tenido algo con alguien del mismo sexo...

—Y eso no me hace gay.

—No entiendo... ¿Eres bisexual?

—Tampoco.

Pues ahora sí que no entiendo nada. Debe estar mucho más borracho que yo.

—Pues o le salió una nueva letra al LGBTQIBN... o lo que sea, o solo era una excusa para tomarte la copa. ¡Ah, no! Ya sé, era un truco para quitarte a Juliana de encima, ¿cierto?

Óliver vuelve a reír.

—Tuve algo con un hombre, aunque no duró mucho, tampoco fue una relación. Pero solo he estado con él, y por lo demás, me considero hétero. Digamos que eso fue solo un... Experimento.

—¿Hétero... curioso?

La risa de hace más fuerte, me la contagia. Aunque la mía es como una risa nerviosa, como que me siento estúpida por no entender nada.

—Creo que fue una de esas experiencias que solo tienes una vez en la vida, y ningún otro hombre me ha atraído sexualmente. Imagínate que un día pruebas el cigarrillo, y nunca más lo vuelves a probar. Eso no te convierte en una fumadora ¿o sí?

—No, claro que no.

—Bueno, pues soy hétero.

—Y yo que pensé que tal vez se te moja la canoa. —Ambos reímos—. Y entonces ¿por qué no le haces caso a Juliana?

—Porque ella no es la que me gusta.

—¿Quién te gusta entonces?

Óliver se acerca mucho a mí, pone sus manos sobre mis mejillas y une sus labios a los míos. Al principio me sorprende, pero mi mente deja de pensar en el "Yo, nunca", los hombres heterocuriosos, los exnovios gays, los calendarios-tortura, y todo lo que no sea el disfrutar las sensaciones que este beso me produce.

En cuestión de segundos, mis manos empiezan a subir por sus brazos, acariciando sus músculos que ¡Oh! Benditas sean las máquinas de los gimnasios. Sus manos también se mueven de su sitio y ya no existe la timidez y el respeto que hace un rato demostró en la playa. Mete un dedo por dentro de mi escote y se abre campo hacia uno de mis pezones. Suelto un gemido de placer mientras el gruñe, supongo que por la misma razón.

—Scarleth... —jadea—. Mira cómo me pones...

Me empuja hacía una pared y aprieta sus caderas para que sienta su erección. En cuestión de segundos se me olvida hasta mi nombre y lo único que puedo hacer es llevar mi mano hasta ella y empezar a acariciarlo sobre la ropa.

—¿Ahora entiendes por qué no me gusta Juliana?

Dejo escapar un gemido afirmativo. Un instante después, su boca me libera y empieza a recorrer mi cuello. Ahora tiene sus manos sobre mi trasero y siento que ya no aguanto más.

—Ven a mi cuarto —propongo.

—Sí...

—Déjame buscar las llaves...

Me separo de él un momento y nuestros ojos se encuentran, se quedan fijos en la mirada del otro por unos cuantos segundos.

Pero en lugar de buscar las llaves y terminar lo que empezamos, me concentro en las propias sensaciones de mi cuerpo. Algo sube por mi garganta... Oh, no. Otra vez no. Abro la puerta de mi cuarto y me meto al baño, sola, a devolver todo lo que tomé y comí en el día. 

Tengo que dejar de besar a la gente cuando estoy borracha.

Ni mis oscuras gafas de sol pueden filtrar la luz que me está quemando las córneas. Más de la mitad de todos los que estamos en la sesión, llevamos gafas. Parecemos un instituto de ciegos de paseo.

La resaca casi no me deja levantar, pero haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad, he venido a cumplir con mi deber.

Mi deber de sentarme aquí con mi cámara al cuello, sin hacer absolutamente nada. Es un trabajo pesado, pero alguien tiene que hacerlo.

Jack ni siquiera me dirige la palabra hoy. Antes, por lo menos me decía: hazte a un lado que bloqueas la luz, siéntate ahí y no toques nada... Pero hoy, ni eso. Jamás pensé que haberlo visto en plena faena con Alejandro fuera a perjudicar aún más mi trabajo en esta isla.

Suspiro profundamente. Nunca pensé que diría esto, pero extraño tomarles fotos a mis ex.

«Dios, qué desesperada estoy».

—¿En quién piensas? Si es en Álvaro, me busco una orca hambrienta y te arrojo a su boca... —Laura se sienta a mi lado.

—¡Amiga! Siento que no te veo como desde hace un mes. —La abrazo y me río ante lo de la orca—. ¿Cómo has seguido?

Anoche no estaba en el cuarto, y me dormí antes de que llegara. Si no hubiera sido por mis jugos gástricos, habría podido poner a prueba la resistencia física de Óliver en mi cama... pero qué se le va a hacer ya.

—Ya mucho mejor. Al menos hay cosas que se me quedan en el estómago. —Da un sorbo al jugo de fruta que tiene en la mano—. Y tú ¿cómo estás? ¿Por qué no estás ahí tomando las fotos?

—Porque soy persona non grata...

—¿Y eso?... Ay, no. ¿Qué hiciste para disgustar a esta gente?

—¡No hice nada! No he hecho nada desde que llegué a esta isla. Jack se la pasa prometiéndome que me va a dejar tomar las fotos, pero hasta ahora, nada. 

—¿Y te ha dicho por qué?

Niego con la cabeza. Mi amiga va a decir algo más, pero es distraída por Óliver, que pasa frente a nosotras, no nos saluda pero levanta una ceja al mirarme por un segundo y dibuja una sutil aunque pícara sonrisa.

—¿Y este...? ¿¡Te besaste con Óliver!?

Esta mujer tiene que ser bruja, en definitiva. Hace días no hablo con ella de algo más que no sea náuseas o borracheras, y ya está sacando conclusiones muy fieles a la realidad.

—Pff... ¿Te regalo un gato negro? Una buena bruja necesita un gato negro que se llame Salem.

—Lo besaste, ¿cierto?

—Sí. Pero ¿cómo lo supiste?

—Porque te conozco como... como a la punta de mi nariz.

—¿No es "como a la palma de mi mano"?

—Así es el dicho, pero eso no tiene sentido. ¿Quién se mira tanto la mano como para acordarse de cómo es su palma? Ah, pero la punta de la nariz la conozco perfectamente. La miro varias veces al día, tratando de descubrir cómo quitarme los puntos negros. ¡Los malditos son más resistentes que Rambo!

Soltamos la carcajada y varias personas voltean a mirarnos.

—Bueno, pero ¿cómo así que lo besaste? ¡Quiero el chisme completo!

—Bueno, pues anoche...

Cuando voy a empezar a contarle a mi amiga los acontecimientos de la noche anterior, escucho una voz que grita mi nombre y que pensé que jamás escucharía.

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