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42. Una nueva discusión

Otra noche sin poder dormir. Este trabajo era un sueño para mí, y ahora no me deja soñar. Lo que me dijo Juliana, al parecer, era solo una trampa para que dejara de hablar con Óliver. Obviamente está más tragada que media de bobo, y por estar detrás de ella y Jack para que me dejaran trabajar, no pude ni siquiera contestarle a Óliver si quería beber algo con él en la noche.

No sé cuáles sean sus intenciones, pero no creo que sean románticas. No me ha dado indicios de que lo sean, aunque ¿podría ser el exnovio número catorce en un futuro?

Bueno, es un tipo agradable y divertido, con el que es muy fácil charlar y olvidarse de los problemas. Que está como quiere, sí, está más bueno que comer pollo con la mano, y yo estoy más sola que la llorona, pero... Bueno, ¿y por qué no? No tiene pareja y yo tampoco, y... quiero un novio.

«Ya basta, Scarlett. Tu vida no está como para que la compliques más con cosas románticas» dice una voz dentro de mí que, si pudiera, se materializaría solo para darme una cachetada.

No. Voy a verlo solo como un amigo. Esta vez voy a cerrar las piernas y el corazón, y me acostumbraré poco a poco a mi soltería. Ay, no más de pensar en esa palabra, ya me deprimí. Mejor voy a dar una vuelta por la playa, tal vez Óliver esté por ahí y podamos tomarnos algo.

«¿No que ibas a verlo solo como un amigo? Eres una débil» me digo a mí misma.

«Cállate, babosa» me respondo.

Miro la hora en mi celular: las 10:40. Laura se escapó al cuarto de Héctor, armada de valor para hablarle sobre su retraso y sus síntomas estomacales sospechosos en extremo. ¿Qué estarán haciendo en este momento? Me imagino a Laura dándole mil vueltas al asunto antes de poder decirle algo a Héctor, usando las palabras más rebuscadas del castellano, y a Héctor perdiendo los colores de su cara tan pronto ella se atreva a decírselo. Probablemente dirá: "Voy a demandar a la compañía de condones por negligencia" o algo así, pues desde que empezó a estudiar derecho, quiere demandar a todo el mundo. Pero Laura seguro le dirá que eso es lo de menos, que en lo que tienen que pensar es en cómo van a criar a ese bebé y a darle una estabilidad familiar y eso; para mi amiga la familia es muy importante. Ojalá Dios les dé la sabiduría que necesitan de ahora en adelante.

Bueno, volviendo a mis problemas, me paro de la cama decidida a salir, sin importar con quién me encuentre o no. Incluso si no me encontrara con... nadie, caminar por la playa puede ser muy desestresante.

Me visto, tomo mi celular y la llave del cuarto, y salgo por la puerta que da directo a la playa.

Miro a mi alrededor, juro que sin la intención de buscar a alguien en especial, y todo está muy solo y silencioso.

Llego hasta la orilla del mar y una brisa tibia me pega en la cara. El sonido de las olas es tan relajante, que debería traer mi colchón hasta acá para dormir todas las noches con ese sonido. O tal vez sería más fácil buscar sonidos del mar en Spotify y dormir en la seguridad de mi habitación. Claro, si la señal llegara hasta esta isla.

—¿Otra vez acá? ¿Esperas más packs, o qué?

—Adrián, me asustaste... —digo con mi corazón latiendo más rápido que nunca.

¿Por el susto, porque recuerde lo del pack o porque Adrián vuelva a hablarme? No lo sé.

—No quería asustarte. Pero tampoco esperaba encontrarte aquí. De nuevo. —Su voz es calmada, y su lenguaje corporal me dice que su corazón también late de una forma diferente.

—No podía dormir. Igual que ayer.

—Yo tampoco podía, por eso tuve que salir a correr. —Ah, entonces por eso su corazón late diferente. Está agitado por el ejercicio.

—Yo solo... me conformo con apreciar el mar. —Giro mi cara para verlo directamente a los ojos, y descubro que tiene una cicatriz en el labio y un morado en la ceja derecha—. ¿Cómo van esos golpes? —pregunto mientras acaricio con mi dedo pulgar los vestigios de la violencia del animal de Enzo.

—Deberías ver cómo quedó el otro. —Sonríe.

—El otro es un imbécil. No debiste haberte rebajado a pelear con él, otra vez; mira como te volvió la cara... ¿Y ahora cómo te tomarán fotos?

—Habrá que esperar un par de días más a que baje la hinchazón. Los de la ropa ya lo hablaron conmigo. Fueron bastante comprensivos.

—Me alegra que al menos contigo se hayan portado bien. Conmigo han sido una mierda. Se niegan rotundamente a que yo tome fotos —le cuento con tristeza.

—¿Y luego no es precisamente por eso que estás aquí?

—Eso creía yo, pero ya ves.

Los dos miramos hacia el oscuro horizonte y guardamos silencio por unos minutos. Como la cosa empieza a volverse incómoda, digo lo primero que se me viene a la mente, que por lo general, no es lo más adecuado.

—¿Por qué no le diste en las bolas? Eso habría detenido la pelea de inmediato.

Suelta una fuerte risa y se queda pensando unos segundos.

—No estoy muy a favor de los golpes bajos.

—Pues él se lo merece. Incluso mientras peleaban, pensé tomar una piedra y arrojársela a Enzo entre las piernas. Hasta le haríamos un favor a la humanidad si evitamos que se reproduzca.

Soltamos una carcajada.

—¿Desde cuándo eres tan agresiva?

—Desde que vi que te golpeaban injustamente...

Sus ojos se quedan fijos en mí, dándome una mirada como aquellas que solía darme cuando me quería. Los nervios me invaden y no soy capaz de sostenerle la mirada.

—¿Y desde cuándo me perdonaste lo suficiente como para volver a hablar? —Cambio el tema.

—Buenas noches. ¿Interrumpo? —Axel se para junto a nosotros y nos habla con mucha seriedad.

Yo digo que sí y Adrián dice que no, al unísono.

—¿Al fin qué?

—No —respondo rápidamente—. Ninguno de los dos podía dormir y nos encontramos aquí.

—Pues, aquí estamos los tres —responde Axel—. Esta isla tiene algo que no nos deja dormir.

Si las miradas que este par de hombres se están dando, tuvieran banda sonora, seguro sería como la melodía de la película Tiburón, justo antes de que el animal atacara. No recuerdo haberme sentido más incómoda antes, aunque ni sé por qué, pues a ninguno de estos dos le debo explicaciones.

Claro que es obvio que los tres nos sintamos así, pues ellos no se conocieron en la mejor de las circunstancias.

—¿Alguien quiere algo de tomar? Me antojé como de un cóctel... —propongo.

Sí, sí, sé que tal vez no sea la mejor idea dejarlos solos, y que probablemente mañana tengamos un nuevo modelo con moretones y otro con la cara más lastimada de lo que ya está, pero lo único que quiero hacer en este momento es alejarme de este par. Y beber, beber mucho.

Camino hacia el bar del hotel que, increíblemente, todavía está abierto. Aunque "abierto" es un decir, porque el barman está solo, oyendo música de Juan Gabriel a todo volumen y borracho, al parecer.

—Buenas... —El tipo no responde—. ¡BUENAS! —insisto ya a grito herido, casi tan herido como los de Juan Gabriel.

—Disculpe, señorita, pero ya no hay servicio...

—¿Qué? Pero solo quiero un poquito de licor...

—Olvídalo, este man es más terco que una mula. —Óliver susurra cerca de mi oído, produciéndome un escalofrío.

—Que bar más chafa... —me quejo.

—Si quieres tomar algo, me encaleté una botella de ron desde Cartagena.

—Que sujeto tan agradable —le digo y él sonríe.

Comenzamos a caminar hacia los cuartos del primer piso. Frente a la puerta de su cuarto, Óliver me invita a pasar mientras él saca la botella de licor de su maleta.

—¿Con quién compartes este cuarto? —pregunto para iniciar una conversación.

—Con otro técnico de iluminación. —Toma un pequeño maletín con una mano, con la otra agarra mi mano y me lleva hasta la salida—. Vamos a emborracharnos.

Mientras él está desbordante de emoción —no sé por qué, pero debería contarme a ver si me lo contagia— yo estoy hecha un manojo de nervios.

—Me han recomendado mucho este ron. Dicen que no deja guayabo.

—Al fin una buena noticia... —digo sin prestarle mucha atención.

—¿Estás bien? Si estás cansada o algo podemos dejarlo para mañana —propone con auténtica preocupación.

—No, la verdad es que si necesito relajarme un rato, es justamente en este momento.

Se queda pensativo por un rato y detiene la marcha. Toma mi mano y la acaricia suavemente.

—Sabes, hablar también ayuda un montón, a veces hasta más que emborracharse. Así que si necesitas un consejo, un chiste, o simplemente desahogarte, aquí estoy.

Hace mucho tiempo no veo a un hombre que me genere ternura. Su gesto y sus palabras me arrancan una cauta sonrisa; me gusta cuando la belleza del exterior se iguala a la del interior.

—Muchas gracias, Óliver. —La imagen de Axel y Adrián agarrándose a puños en algún punto de la playa llega a mí de repente y vuelve mi preocupación—. La verdad es que tengo que ir a evitar... O detener una pelea.

—¿Otra? —pregunta mientras frunce el ceño.

—Probablemente. ¿Vamos?

No hace más preguntas y sigue mis pasos, que aceleran la marcha. Muchos escenarios llegan a mi mente: Axel dominando a Adrián —pues debe tener más fuerza—, Adrián sufriendo por los golpes nuevos recibidos sobre los viejos, Axel con sangre en la cara. Esta imaginación mía debería usarla para cosas más productivas.

Cuando empezamos a ver a Adrián y Axel parecen callados, se miran fijamente y ambos tienen los brazos cruzados. Una imagen totalmente diferente a las escenas sangrientas que me estaba imaginando. Sin embargo, esas miradas empiezan a hacer que me arrepienta de ir a beber con ellos, el ambiente debe sentirse bastante tenso.

—Buenas noches —saluda Óliver, pero es ignorado.

—Ehhhh ¡Llegó lo que esperaban, les traje ron! —grito con una emoción que todo el mundo nota fingida, pero también me ignoran—. Ups, no trajimos vasos.

—Yo sí traje. —Abre el pequeño maletín que sacó de su habitación y saca unas copitas de plástico—. ¿Van a tomar?

Esta vez, no es ignorado. Axel estira la mano sin dejar de mirar a Adrián, y sin aminorar la intensidad de su expresión. Óliver sirve una copa y se la pasa. Adrián se siente retado, al parecer, e imita la actitud de su oponente. Óliver le sirve otra copa. ¿No que ninguno de los dos tomaba? Aunque por lo visto, Axel ya le está cogiendo el gusto.

—Parece que estos dos van a terminar matándose. ¿Quieres que nos vayamos a otro lado? —susurra en mi oído para evitar que lo escuchen y también lo maten.

—¿Te molesta si nos quedamos y evitamos una tragedia? —susurro de vuelta.

—Aquí nadie va a matar a nadie, no soy tan animal —afirma Axel, que al parecer tiene excelente oído—. Aunque no puedo hablar por los demás, ¿no?

—Yo no quise pelear con nadie. Pero si me atacan, me voy a defender —exclama Adrián, con notable molestia.

—Qué bien, nadie se va a matar, entonces. ¿Más trago? —ofrece Óliver.

Tanto mis ex como yo estiramos la mano para que nos llene la copita. Óliver pasa la botella por cada copa y la llena hasta la mitad. Los tres bebemos el trago al tiempo.

—Tranquila... —Vuelve a susurrarme mientas saca su celular del bolsillo.

Pocos segundos después, empieza a sonar una canción tropical que no reconozco.

—Bueno, y... ¿Ustedes ya se conocían? —le pregunta Óliver a mis ex.

«Ay, no. ¿Y Óliver por qué pregunta justo eso? Me quiero morir». Aunque en realidad, él no puede darse cuenta de la imprudencia que acaba de cometer, pues jamás le he hablado de nada referente a mis ex, que no tenga que ver con el calendario. Pero tengo que hacer algo. Tengo que romper el silencio incómodo y desviar la atención hacia mí para que cese el duelo de miradas violentas.

—Yo los presenté. ¿Alguien quiere bailar?

—En realidad nunca nos presentaste —dice Axel—. Y eso que casi tenemos sexo contigo el mismo día.

Óliver deja caer la copita que tenía en la mano, y su quijada hasta el suelo. Yo siento que todo mi flujo sanguíneo se ha concentrado en mis mejillas.

—Eso no fue así... —me quejo cuando logro recuperar el aliento.

—Creo que esas cosas es mejor hablarlas en privado —dice Adrián.

—¿Por qué? Estamos en confianza, ¿o no?

—Ya que estamos en confianza debería estamparle mi puño en la cara. Tal vez así le empareje el ojo con el que ya tiene morado.

—¿Y por qué no lo hace? ¿O es que usted solo tira puños cuando está borracho? Porque aquí hay trago...

—¡Bueno, ya, por favor! —grito desesperada—. Comportémonos como adultos y dejemos esta discusión tan tonta.

Agarro a Óliver por los hombros y lo empujo hacia abajo para que se siente en la arena. Yo me siento a su lado.

—Lo único que quiero es desestresarme un poco, así que voy a beber con Óliver. Si quieren beber con nosotros, son bienvenidos, pero se sientan y se callan. Y nada más de hablar de peleas hoy.

Los tres hombres me miran anonadados, y Adrián y Axel se sientan en frente de nosotros después de unos segundos.

Suspiro aliviada pues he logrado calmarlos, al menos temporalmente. Tendré que estar muy atenta a la menor señal de una nueva discusión.

Será una noche muy larga.

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