40. ¿Un muerto?
—¡Ya no más! ¡Deténganse! —grito angustiada.
Adrián y Enzo siguen revolcándose a golpes en la arena y ya no tengo a mano a Héctor para echárselo como si fuera un pedazo de carne.
—Óliver, ¡Haz algo, por favor!
—Pero ¿yo qué puedo hacer?
—¡Sepáralos!
—Pero están grandes, solo me van a golpear y ya...
—¡Tú también estás grande! ¿De qué te sirven tantos músculos si solo te ves bonito?
Me mira como si estuviera usando toda su fuerza de voluntad para no reírse, pero no tengo tiempo para rectificar lo que digo. Ni siquiera para analizar bien lo que pienso.
Los luchadores siguen en el piso, están llegando a la orilla del mar. Ya creo que estoy viendo sangre. ¡Sangre! Esto hay que pararlo pero ya...
Miro a mi alrededor y al único que veo es al tipo que ha estado filmando todo el viaje. Es mi última esperanza.
—¡Señor, deje de grabar y haga algo, por favor!
—No, no, no, solo estoy haciendo mi trabajo. Y mi trabajo no es separar animales...
—Uish, si no va a ayudar al menos no critique —le digo con rabia.
Pero de repente, que el tipo hubiera hablado de "animales" me recordó el método para separar a los perros. Bueno, en realidad no sé si es un método adecuado, pero solo puedo pensar en conseguir un palo y tratar de meterlo en medio de ellos para separarlos.
Sí, eso puede funcionar. Y si no los separa, al menos puedo agarrarlos a palazos a ver si así reaccionan.
Una ola grande los moja a ambos y parece que tragan agua. Los dos empiezan a toser, pero unos segundos después siguen golpeándose.
—¡Aaaahhhhhh! —Un grito ensordecedor me distrae y dejo de buscar el palo.
—¿Qué pasó? ¿Ya se rompieron las costillas? ¿Alguien quedó inválido?
Adrián se levanta del suelo y Enzo empieza a revolcarse mientras el agua de mar entra por todas las cavidades de su cuerpo.
—¡Adrián! ¿Estás bien? —Me acerco a él para verlo mejor. Tiene la cara llena de sangre.
—Yo sí, pero a él le pasa algo raro.
Enzo sigue revolcándose en el piso y gritando de dolor. Se mete al mar, sale, se para, se tira.
—¡Me muero! ¡Me muero! —grita de dolor.
—¿Pero dónde te duele? —pregunto ya preocupada. O sea, la cosa es tan grave que ya empiezo a preocuparme por la basura.
—¡No sé! ¡Todo me duele! ¡Me voy a morir! ¡Alguien llame a mi hermano!
Pobrecito. Adrián tuvo que haberle pegado en algún órgano importante. Hasta él, que lo odia, empieza a preocuparse. Óliver y el camarógrafo también lo miran anonadados, pero el último sigue grabando todo.
Saco mi celular del bolso y busco el número de Héctor. Si es cierto que va a morir, tiene derecho a despedirse. Pero en estos momentos la señal de la isla no se apiada de mí y no me deja hacer la llamada.
—Quédense con él, ayúdenle si pueden, voy a buscar a Héctor... —Y diciendo esto, salgo corriendo como poseída por Usain Bolt.
Llego al hotel muy rápido, pero no tengo ni idea en qué habitación se está quedando Héctor. Me acerco al lobby, donde una mujer morena con los ojos muy azules mira una telenovela en la televisión de la recepción.
—Señorita, ¿me puede informar en qué habitación se está quedando Héctor Ibarra?
—Aquí no damos información de los huéspedes —dice sin despegar los ojos del televisor.
—Pero yo también soy huésped... Soy Scarlett Alcalá, estoy en la habitación 112, estoy trabajando con... ¡Agh! —Al ver que la mujer no me presta atención para no perderse ni un segundo de su novela, se me ocurre algo mucho mejor que perder mi tiempo con ella.
Voy a correr por todos los pasillos, empezando desde el tercer piso, gritando el nombre de Héctor hasta que salga de alguna habitación. Y lo mejor será empezar por el tercer piso.
Subo corriendo las escaleras porque el ascensor se estaba demorando mucho. ¿Será que Enzo ya se murió? Ay, no, ojalá que no, por lo menos no hasta que encuentre a Héctor. Ya luego de eso puede pasar a mejor vida.
—¡Héctor! ¡Héctor Ibarra! —grito desesperada a cada lado del pasillo.
Muchos huéspedes salen, me miran como si estuviera loca y uno incluso sale de su habitación, me dice que se llama Héctor y comienza un coqueteo conmigo. Lo ignoro por completo y voy hacia las escaleras.
En el segundo piso, me encuentro con Daniel —mi exnovio mucho mayor que yo que me ocultó que era casado— quien me mira asombrado.
—¿Qué haces? ¿Por qué gritas así?
—Es que... ¿Has visto a Héctor?
—¿Quién es Héctor?
—El hermano de Enzo... ¡Enzo se está muriendo y necesita despedirse de su hermano!
—¡¿Qué?! —Su cara me dice que se preocupa realmente por lo que le cuento—. No sé quién es, pero si la cosa es tan grave, te ayudo a buscarlo.
Le agradezco y comenzamos a gritar entre los dos. Daniel va por un pasillo y yo por el otro. De repente, la puerta de una habitación se abre y me encuentro con Sebastián, mi exnovio policía.
—¿A quién buscas?
—A Héctor... no debes conocerlo. —Sigo caminando pues no hay tiempo que perder.
Él me sigue y me alcanza.
—¿Quieres que te ayude a buscarlo? Si estás gritando tan desesperada me imagino que es para algo importante.
—Sí, claro. Tus conocimientos de detective nos caerían de perlas. ¡Héctor!
—Bueno, recuerda que soy policía, no detective. Además...
—¡Héctor!... Qué pena interrumpirte pero me ayudas más si te vas a gritar su nombre por otro lado.
No quiero ser grosera, pero ahora no tengo tiempo para pensar en amabilidades. Con cada segundo me angustio más y ya hasta estoy empezando a dudar que Enzo siga vivo.
Cuando llegamos al primer piso, tengo a varias personas gritando por todos lados. ¿Dónde demonios se metió Héctor?
De repente caigo en cuenta de dónde puede estar, así que salgo corriendo hasta el final del pasillo y abro la puerta de mi habitación. Tal como lo imaginaba, Héctor está sentado en una de las sillas del balcón que sale hacia la playa, leyendo una revista.
—¡Héctor! ¡Por fin! —grito.
Unos pocos segundos después, Daniel, Sebastián y todos los que me estaban ayudando a buscarlo, se apelmazan en la puerta y comienzan a hacer miles de preguntas.
—¿Ese es Héctor?
—¿Ya lo encontraste?
—Debimos haber empezado primero por aquí...
«Mejor ni les digo que este era el sitio más obvio para empezar a buscar».
—Sí, muchas gracias a todos, ya lo encontré...
Empiezan a retirarse y recuerdo por qué lo estaba buscando con tanta urgencia.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me estaba buscando medio hotel?
—¡Héctor! Enzo se está muriendo...
—¡¿Qué?! —grita.
Laura sale del baño, mirándonos con una expresión entre preocupada, asustada y sorprendida.
—Estábamos en la playa y... Mejor vamos. —Tomo la mano de Héctor y lo saco por el balcón, desde ahí llegaremos más directo a la playa.
—¡Espérenme! —grita Laura, corriendo tras nosotros.
—Apúrate, hay que llegar rápido. Si no es que ya se murió... —susurro la última parte de manera inconsciente, pero Héctor logra escucharme.
—¿Pero cómo así? ¿Qué fue lo que pasó? —El pobre pregunta con mucha angustia.
—No... Puedo... Explicar... Y... Correr... —respondo agitada.
Cuando llegamos a donde sucedió toda la pelea, solo veo a Óliver.
—¡¿Ya se murió?! —grito al darme cuenta de lo que la ausencia de Enzo significa.
—¡¿Qué?! Oh, por Dios... —Pobre Héctor, nunca debió imaginarse que en este viaje iba a perder a su hermano.
El camarógrafo entrometido llega corriendo y empieza a filmarnos.
—Señor, ¿no cree que es buen momento para que nos deje en paz por un rato? —le susurro al tipo con la esperanza de que Héctor tenga un poco de privacidad para hacer su duelo.
—No, no, no, a ver... El tipo está bien. —Parece que el alma le vuelve al cuerpo a Héctor al escuchar a Óliver—. Cuando estaba peleando con el otro, parece que se lastimó con un erizo negro...
—¿Los erizos no son venenosos? —pregunta Laura también impactada.
—Algunos, pero no es un veneno como que mate, o al menos eso fue lo que dijeron los meseros que escucharon el alboroto y vinieron. Lo llevaron a la enfermería del hotel. Me quedé aquí para esperarte.
—¿Y dónde queda la enfermería? —pregunta Héctor.
—No me dijeron, pero puede preguntar en el lobby, ¿no? —Por el tono con el que responde Óliver, asumo que está cansado de toda esta situación.
—Ojalá ya se haya acabado la novela, si no no vamos a conseguir ninguna información en la recepción —afirmo.
—¿Cuál novela? —pregunta Óliver.
Pero no alcanzo a responderle, Héctor sale corriendo hacia el hotel y me distrae.
—Bueno, ya que todo está aclarado, tengo que irme. Nos vemos... —Óliver piensa por un instante si decir algo más, pero se calla y empieza a caminar.
Quiero preguntarle si sabe a dónde fue Adrián, pero ya está muy lejos. Saco mi celular del bolsillo y pruebo suerte con la señal. Le escribo un mensaje a Adrián, aunque sé que tal vez nunca llegue a salir de mi teléfono.
Scarlett:
¿Estás bien? Estoy apenada por lo que pasó. Gracias por ayudarme a salir del agua :)
Quisiera decirle un montón de cosas más, pero por ahora esto será suficiente.
—¿Entonces, amiga? ¿Cómo has seguido? —le pregunto a Lau, cuando por fin tengo tiempo de concentrarme en ella.
—Mal. A Héctor le dije que era una indigestión, pero me preocupa que haya algo más.
—Ay, querida, tenemos que conseguir una prueba de embarazo pero ya —digo preocupada también.
—Sí. —Hace una pausa por unos cuantos segundos. Luego, continúa—: ¿Cómo crees que vaya a reaccionar Héctor si sale positiva la prueba?
—Te va a proponer que demanden a la compañía de condones.
Deja salir una risa contenida cargada de angustia.
—No, amiga, de verdad creo que va a estar en shock unos cuantos minutos, luego va a decirte que entre los dos van a ser grandes papás.
Ahora su sonrisa es amplia y hermosa, y porque la conozco sé que así no lo hubiera planeado, o siquiera imaginado, la posibilidad de un bebé la emociona.
El resto de la tarde transcurre tranquila, y la noche está silenciosa. Todo el mundo fue a acostarse temprano pues la sesión de mañana empieza al amanecer. Pero yo estoy más despierta que si fuera pleno día.
Laura duerme profundamente en la otra cama, y yo no paro de dar vueltas en la mía. Lo peor es que ni siquiera sé por qué no puedo dormirme.
Al fin tengo algo de señal en mi celular, pero al ver la hora, me doy cuenta de que es mejor no llamar a mi mamá. Debe estar profundamente dormida, y si llego a despertarla seguramente tira el celular por la ventana.
Me levanto en silencio para no despertar a mi compañera. Tal vez si salgo a caminar un poco pueda relajarme para poder al fin dormirme.
Tomo la bata del baño y la pongo sobre mi pijama. Guardo el celular en el bolsillo y abro el ventanal de la salida a la playa tratando de evitar al máximo hacer algún ruido. Una brisa tropical acaricia mi cabello y eso es el primer paso para sentirme un poco más relajada.
Comienzo a caminar, con el sonido de las olas del mar como guía, hasta que llego a la playa y me detengo a contemplar la inmensidad de un océano que pareciera no tener fin.
Igual que mis problemas.
¿Por qué el pendejo de Jack no me quiere dejar tomar fotos? Incluso si llego temprano, si tengo mi cámara lista, si le recuerdo que las fotos del primer calendario las tomé yo, y fue un éxito en ventas.
Por este calendario he perdido mi paz, mi dignidad y hasta mi novio. Y cuando pensé que con este contrato podría recuperar algo de lo que he perdido, resulta que no puedo tomar ni una mísera foto.
Gruño de impotencia y rabia, y camino hacia el mar. Las olas empiezan a mojarme los pies, calmando un poco mis pensamientos.
La primera vez que vi el mar, descubrí lo que es el amor a primera vista. Si alguna vez tengo el dinero suficiente, me compraré una casa con vista al océano.
Cierro los ojos y me dejo arrullar por el sonido. Definitivamente esto me ayudará a dormir. Ya estoy mucho más relajada.
—¿Qué haces aquí tan tarde? —Una voz masculina pregunta y me hace brincar del susto. Adiós tranquilidad.
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