38. Una sospecha
Mis uñas se clavan dentro de las palmas de mis manos. Es la única forma en que puedo concentrarme en otra cosa que no sea clavarlas en cada uno de los músculos de este hombre.
Hasta el mareo se me quitó.
—¿Qué hacías ahora? —le pregunto en un afán por pensar en cualquier otra cosa que no sea una escena triple equis.
—Fui por bebidas. De hecho, no hemos tomado nada... aunque tú no deberías beber más.
—Pero te demoraste mucho.
—Es que Juliana me agarró... —Acerca su nariz a mi cuello y deja de hablar. Ay...
—¿Y eso? ¿Cosas de... ballenas? —Me cuesta articular palabras, o cualquier cosa con este hombre tan cerca.
—¿Ballenas? —Se ríe.
—Bueno, estamos en el mar... es común hablar de ballenas, tiburones, algas...
Suelta una carcajada muy sonora. Es increíble cómo a pesar de que en mis venas corre licor en vez de sangre, aún puedo sentir las mejillas rojas por la vergüenza.
—Creo... Me preguntó por ti... Que de dónde te conozco... Que si conozco bien a tus ex... —habla pausado, y entre pausa y pausa, inspira mi aroma.
Ay, pero qué chismosa. ¿No me ha hecho a mí las suficientes preguntas?
—Está muy interesada en mis ex...
—Se nota que se involucra mucho en su trabajo.
«Pues donde se involucre de más... la mando a dormir con las ballenas»
La canción se termina y Óliver se aleja un poco de mí. Me cuesta mucho trabajo separarme de él, pero finalmente me dejo caer al suelo. El mundo ha empezado a dar vueltas otra vez.
—¿Estás bien? —pregunta preocupado y se agacha a mi lado.
—Estoy perfectamente. Pero quedémonos aquí un ratico, ¿sí?
Se acomoda mejor y sonríe unos segundos después.
—¿Qué?
—Estaba pensando en la noche en que nos conocimos. O bueno, en que te conocí a ti, porque tú ni te acuerdas.
—Ay, y créeme que he tratado de recordar algún detalle de esa noche —respondo apenada—. ¿Pero por qué sonreías?
—Porque estoy esperando que empieces a cantar a todo pulmón... ¿O es que eres un tipo diferente de borracha?— pregunta y me río solo para no llorar de la pena—. O es que ya no estás despechada...
—Pues... no. Ya estoy muy muy bien. Así que el canto se acabó.
—Me alegro, aunque extrañaré las serenatas frente a mi apartamento. Bueno, aunque no mucho... Cantas horrible.
Nos reímos y lo empujo un poco, haciéndome la ofendida.
—Tu hermano nunca se ha quejado de mis payasadas.
—Mi hermano no tiene buen gusto musical.
—¿Ah, no? A ver, ¿cómo qué le gusta?
—Bad Bunny...
—Uy, mátalo y te quedas tú solo con toda la herencia.
Óliver ríe con ganas. Tiene una risa tan bonita que me hace guardar silencio unos segundos.
Un bulto pesado cae sobre mí y me dobla hacia adelante.
—¡Hola! —grita la persona que está aplastando todo mi ser—. ¿Se van a tomar estos coco locos?
Un ebrio Miguel Ángel balbucea, y no sé ni de qué coco locos está hablando.
—N... no, tranquilo —responde Óliver sin saber muy bien qué está pasando—. Aunque esos cócteles ya deben estar calientes y llenos de arena...
Miguel Ángel se agacha y se bebe uno entero. Que asco llegar a ese punto de ebriedad.
—¡Déjanos algo! —Lo empujo y trato de quitarle el coctel. A pesar de su estado, conserva sus reflejos y me esquiva.
—Quieta, Scar... —Toma un poco de licor—. Y bueno, ¿no me vas a presentar? —pregunta Miguel.
—Óliver, el es Miguel, es... ¿qué es lo que eres?
—Soy tu ex.
— Ay, idiota, igual que la mitad de los huéspedes del hotel. Digo que a qué es que te dedicas.
—Ah, soy escritor.
—Oh, ¿y qué escribe? —pregunta Óliver.
—Novela romántica contemporánea —responde Miguel orgulloso.
—O sea, fanfics de Pasión de Gavilanes —aseguro, aunque no me consta.
—¡¿Cómo se te ocurre?! —Grita Miguel ofendido.
—Si no se me han olvidado las cartas que me escribías cuando éramos novios —suelto la carcajada.
—¿Sabes qué? Mira... Ahora por impertinente me llevaré el otro coco loco... —Se levanta indignado y toma el otro coctel.
—Estoy seguro de que eso ya no se podía ni beber —dice Óliver y ambos reímos—. Bueno, es mejor que nos vayamos a dormir ya.
—¿Juntos? —Los ojos de Óliver parece que se fueran a salir de sus órbitas. Ay, no...— Digo, que si nos vamos juntos y cada quien se queda en su cuarto.
—Ah...
Se relaja y eso me duele un poquito. ¿Acaso no le muevo la aguja nada, nadita? ¿Estoy perdiendo mis encantos? Igual no le estaba proponiendo nada sexual, pero que se asustara tanto me deja clarísimo cuáles son sus intenciones conmigo. O cuáles podrían ser. Bueno, tal vez después de todo, eso no esté tan mal. Tiene cara de perro, y no necesito otro de esos en mi vida. A estas alturas, con uno más puedo quitarle el trabajo a César Millán.
Óliver se pone de pie y me ofrece la mano. Me cuesta algo de trabajo levantarme —no solo por los tragos; sufro de vejez de rodilla— y comenzamos a caminar hacia el hotel.
Ya no queda mucha gente por ahí, salvo uno que otro borracho tirado en el piso, o el tipo de la cámara que, por cierto, no ha dejado de trabajar en toda la noche.
Cuando llegamos al pasillo donde están nuestras habitaciones, Óliver se detiene y me toma la mano para frenarme.
—¿Segura estás bien? Si quieres puedes dormir en mi cuarto. Recuerda que no es la primera vez que te cuidaría estando borracha.
—No te preocupes... Laura me cuidará, está en sano juicio, a menos que esté teniendo sexo alocado... —murmuro la última parte.
—Bueno, Scarlett... —Se acerca a mí con lentitud. Frena un poco, dejando sus labios muy cerca de los míos, y luego se desvía para darme un beso en la mejilla—. Me divertí mucho.
No puedo evitar demostrar mi decepción, pero... bueno. Vine a trabajar, no a andar besuqueándome por ahí con mis vecinos sexis. ¡Qué lástima! Me despido y empiezo a caminar hacia mi cuarto, mientras Óliver entra en el suyo.
La puerta de la habitación se cierra y el sonido me despierta. Veo a Laura con un vaso de jugo en la mano, acercándose a mí.
—Toma, es jugo de naranja. Debes tener una sed horrible. Sed de guayabo.
—Ay... En realidad no es tanto la sed, sino el dolor de cabeza. Pero gracias. —Recibo el vaso y bebo un sorbo.
Laura estira su mano y me muestra una pastilla. Ni siquiera le pregunto qué es y la trago.
—¿Cómo seguiste? —le pregunto, recordando que ella tampoco estaba muy bien anoche, aunque por otras razones.
—Pues, anoche me dormí tan pronto llegué acá, y no me levanté sino hasta hace un rato, con un hambre voraz, pero tengo tantas nauseas que solo he tomado agua.
—Amiga... ¿No has pensado...?
—¿Qué? —Me interrumpe aunque sé que sabe muy bien de lo que estoy hablando.
—¿Has usado protección con Héctor?
—¡Claro! ¿Piensas que soy tonta o qué? Debe ser un virus o algo que comí...
—Algo como... ¿la salchicha de mi amigo?
—¡Scarlett!
—A ver... no entremos en pánico todavía. ¿Cuándo fue tu último periodo?
Laura guarda silencio unos segundos y se queda pensativa.
—Creo que fue... hace unas... tres semanas.
—Okay.
—O cuatro... o cinco...
—¡Laura!
—¿Y qué hago? ¡Sabes que siempre he sido muy irregular!
—Pues descárgate una app, ¡mujer! —la regaño.
—¿Las apps regulan el periodo?
—¡Para que te acuerdes de las fechas, tonta! ¿Con qué planificaron?
—La sacó antes de... Pero también usamos condón —aclara al ver que me estaba dando un microinfarto cuando dijo lo primero—. ¿Tú crees que...?
Empieza a ponerse verde, luego morada, luego más verde y finalmente se van todos los colores de su cara.
—A ver —digo y hago una pausa para respirar profundo—. Pensemos con calma. Tienes razón, vómitos y náuseas no siempre significan embarazo... Puede ser una gastritis, infección, cáncer...
—¡¿Cáncer?! —Creo que para tranquilizar a la gente soy pésima.
—Bueno, tampoco vamos a preocuparnos por eso ahora. Voy a bañarme y a preguntar en el lobby dónde podemos conseguir una prueba casera de embarazo. ¿Qué hora es...? —Miro el reloj y me doy cuenta que me quedan solo diez minutos para estar en la playa, en la primera sesión fotográfica—. ¡No! ¡Ya es muy tarde!
Nunca en mi vida me había bañado y vestido tan rápido. Laura accede a acompañarme pues dice que ya se siente mejor.
Llegamos a la playa en unos pocos minutos y el sol no tiene un buen efecto sobre mi dolor de cabeza. Óliver tenía razón con lo de los coco locos. El equipo de producción está terminando de acomodar todos los implementos. Jack grita órdenes a diestra y siniestra, y la mitad de la gente lo mira mal. Creo que a todos se les pasó un poco la mano con los cócteles.
—Buenas noches, señorita "fotógrafa profesional". Creo que fui muy claro anoche sobre llegar temprano —se dirige a mí con un tono bastante severo.
—Buenos días, Jack. Me disculpo por llegar tarde, pero estoy lista para empezar a disparar. ¿Quien será el primer modelo? —Reprimo una sonrisa al escucharme a mi misma e imaginarme lo placentero que sería dispararle a mis ex con otra cosa que no sea una cámara fotográfica.
—Ya lo tenemos listo por ahí, creo que su nombre es Axel. Pero las fotos las va a tomar Leonardo. Porque al que madruga, Dios lo ayuda.
Se aleja de mí y empieza a gritarle a otra persona.
—Voy a buscar dónde sentarnos, ya que por ahora no nos necesitan. —Laura se retira.
A lo lejos, veo a Axel, a quien le esparcen un líquido brillante sobre el cuerpo. Se ve muy bien. Solo viste una trusa larga y tiene el torso descubierto.
—¡Hola, borracha! —Óliver me agarra desde atrás y me pega el susto de mi vida.
—¡Oye! —me quejo una vez pasada la sorpresa—. Shhh, no quiero que todo el mundo me recuerde como una borracha.
—Demasiado tarde, vecina. Todo quedó en cámara.
Ay, había olvidado por completo al camarógrafo. Mis piernas comienzan a temblar.
—¿Y ese vídeo se lo mostrarán a los jefes, verdad? Ay no....
—No te preocupes, Juliana dijo que lo iban a editar.
—¿Editar qué? —Hablando del ayuwoki y él que aparece.
—El video de la parranda de anoche —respondo casi tartamudeando de la vergüenza.
—¡Ahhhh! No te preocupes por eso, ¡Es una tontería! Y como dice Óliver, vamos a editarlo mucho. —Lo toma del brazo y empieza a llevarlo con ella—. No pienses en eso ahora sino en fotografiar al siguiente modelo...
Ambos caminan hacia la sesión fotográfica, que ya tiene a Axel posando, corriendo, haciendo flexiones, a un fotógrafo retratándolo desde todos los ángulos y a un camarógrafo persiguiéndolos. Un camarógrafo al que me convendría mucho que se llevaran las olas del mar.
Busco a Laura para sentarme a su lado hasta que sea mi turno de tomar fotos, pero no la veo por ninguna parte. ¿Se habrá vuelto a sentir mal? Saco mi celular y trato de escribirle un mensaje de Whatsapp, pero no tengo señal. Ya me habían advertido que la recepción en la isla no es muy buena, pero hasta ahora no lo había comprobado. No tuve ningún problema para hablar con mi mamá sobre trenes que se van y no la dejan ser abuela.
Transcurre aproximadamente una hora de sesión y aún no he podido tomar ni una foto. Me la he pasado persiguiendo al equipo que sí está trabajando, con la esperanza de que vean mis intenciones y me pidan que siga tomando las fotos yo. Sin embargo nada. Trato de quedar a la vista de Jack, pero me llaman la atención varias veces por quedar dentro del marco de la foto.
Esto ya no es divertido.
—Genial, ¿no? Axel es un buen modelo. —Juliana se acerca a mí.
—Sí, le ayuda que es influencer.
—Sí, sí, supongo que con eso se nace. De pronto hasta lo contratamos para que sea la imagen oficial de la marca para la próxima campaña.
—¡¿De verdad?! —Me alegra mucho por él, eso sería un gran impulso profesional. Aunque el bichito de la envidia me pica un poquito pues me gustaría oírle decir a Juliana que soy tan buena fotógrafa que me volveré la oficial.
—¿Y con él, cómo fue la relación?
Se había demorado.
—Bueno, fue una relación normal... duramos nueve meses. —No quiero hablar mucho del tema. En realidad siento que a pesar de que ella es amable y debería esforzarme por caerle bien, no debería estar dándole tanta información sobre mi vida privada.
—¿Y por qué terminaron? —Pero ella es muy insistente y saca la información cómo sea.
—Sentía que ya habíamos cumplido un ciclo...
—Ay, Scarlett, eso es lo que dices cuando vas a renunciar a un trabajo, no a terminar con semejante espécimen. ¿Se dejaron de querer? ¿Alguien se iba del país? ¡No, no, no, ya sé! Hubo infidelidad... ¿cierto?
Ay, mujer, ¡deja de meterte en mi intimidad!
Miro a mi alrededor, rogando porque alguien la llame, o que me llame a mí, o que un tsunami nos interrumpa. De verdad que dar tanta información me cuesta mucho trabajo.
—¡Juliana, necesitamos tu consejo aquí! —grita Jack a lo lejos. Doy gracias al cielo por haber escuchado mi súplica. Aunque me hubiera gustado más que escuchara lo de: "Señor, que el fotógrafo se tropiece con un erizo venenoso para que me llamen a mí a tomar fotos".
—Bueno, ya vengo y seguimos hablando, ¡me encanta tu vida amorosa! —dice la mujer y sale corriendo.
Sí, se le nota lo mucho que le encanta. ¿Así de aburrida será su vida amorosa? Me pregunto, aunque algo muy dentro de mí me dice que es por algo más.
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