36. Un punto de partida
Definitivamente tengo que volverme fotógrafa de paisajes y no de modelos. Desde que me bajé del yate no he podido hacer otra cosa que tomar miles de fotos al horizonte, la línea de la playa, el hotel rústico más hermoso que he visto, a un cangrejo que parece haber tomado un curso de modelaje, a la barrera de palmeras que baila al ritmo del viento... En fin, aquí me dan ganas de tomarle foto a todo, menos a mis ex.
Desde que llegamos a Isla Marina no he dejado ni por un segundo de sentirme la fotógrafa novata más afortunada del mundo. Es que ni siquiera me he graduado y ya me están pagando una buena cantidad de dinero por estar en un lugar paradisíaco dedicándome a lo que amo.
A partir de este momento, tendré un book que le interesará a cualquier agencia, revista o cliente, y eso es lo único que me importa. Sé que compartir dos semanas con mis exnovios y todos sus rollos, sin tener a dónde huir en caso de que algo salga mal porque estamos literalmente en medio del mar, pierde toda su relevancia ante el resultado final.
La llegada al hotel es algo caótica. Estoy tan entretenida con mi cámara que no noto que ya todo el mundo desembarcó y se dirigen al hotel. A lo lejos veo a Óliver prestándome atención y sosteniendo mi maleta. Camino en su dirección.
—Estabas tan concentrada en fotografiar todo que me imaginé que no tendrías cabeza para tu maleta. Tu amiga me dijo cuál era —dice con una gran sonrisa. La pone en mi hombro y continúa—: Iré a registrarme en el hotel. ¿Nos vemos después?
Asiento y le agradezco por el detalle tan caballeroso. Óliver sale hacia el hotel trotando despacio, me quedo mirándolo y no puedo evitar sentir un dejá-vù.
Adrián, Mau y Sebastián llegarán dentro de un par de días pues debieron dejar arreglados algunos asuntos de su trabajo. El resto se ve muy emocionado y contento de darse el lujo de recibir un generoso pago y al mismo tiempo disfrutar algo que se parece mucho a unas vacaciones.
—¡Scar! ¡Scar! —Laura corre hacía mí, emocionada—. ¡Divino este hotel! ¿Verdad?
—¡Sí! —respondo emocionada y alegre.
—¡Bueno, gente! —grita Jack—. Por favor pregunten en el lobby por su cuarto asignado, y nos vemos en una hora en el restaurante. ¡Bye, bye!
Ante las palabras del director, todos comenzamos a caminar hacia el mostrador, que parece no estar preparado para la llegada de tanta gente al mismo tiempo. Héctor se une a nosotras, ofreciéndose a llevar el equipaje de mi amiga. El entusiasmo flota en el ambiente y lo podemos notar especialmente en el tono de voz de Juliana, quien se acerca a nosotros de sopetón.
—¿No les parece una maravilla esta isla? —Laura y yo asentimos al tiempo, mientras la mujer se acomoda en medio de nosotras y pasa sus brazos por nuestros hombros—. ¡Es romantiquísima!
—Debe ser... Si uno viene con la persona adecuada —digo con un tono poco amable.
Noto la mirada lasciva que se dedican Héctor y Laura. Creo que su atracción y cariño es tan fuerte que me temo que este viaje lo pasaré haciendo de violinista.
—Ay, pero qué dices, mujer. ¡Si vienes acompañada de doce hombresotes! —comenta Juliana, regresándome a la conversación.
Suelta una carcajada que acompañamos con incómodas risas, y luego sale corriendo detrás de alguien, probablemente a decirle otras imprudencias.
—Once —aclara Héctor—, porque yo ya estoy comprometido.
—¡Amor! —exclama Laura coquetamente. Este par me va a matar de un coma diabético, ¿será posible morir de cursilería?— Sí son doce. ¿O no, Scar?
—Yo no hago tríos... con mis mejores amigos —advierto tajantemente pues quiero que queden muy claros los límites de esta extraña relación. De por sí ya es algo anormal que tu amiga tenga una relación con tu primer amor.
—Ay, Scar, habló del ejemplar que me presentaste en el muelle. El acuerpado con la cara tallada por los mismos ángeles que evitó que cayeras al agua. El que te acompañó en el yate, el que...
—Sí, sí, ya sé quien es. Se llama Óliver. Pero no importa, yo ahora no estoy pensando en hombres, ni en romance...
—Solo porque Adrián no ha llegado.
—No seas tonto. Entre Adrián y yo no va a volver a pasar nada. Vine a trabajar; todo el romance que habrá en esta isla lo pondrán ustedes dos.
—Y te podemos incluir en el trío, si quieres.
—¡Que yo no hago tríos! —grito, y no me había dado cuenta de que todo el mundo ya se había organizado, y tanto mis ex como el resto de gente que viene con nosotros, y hasta las personas que trabajan en el hotel, voltean a mirarme y sueltan la risa.
Siento que todos los colores del espectro visible suben a mi cara y quiero que la tierra, la arena, un tsunami o un tiburón mutante me traguen.
Trato de disimular la incomodidad y me acerco al mostrador para preguntar por mi habitación. La señorita busca mi nombre en su computador y luego me entrega una llave con un enorme llavero en forma de tabla de surf, que tiene tallado el número diez. Me da las indicaciones para llegar a mi cuarto en el primer piso, y me dice que lo compartiré con Laura. Mi amiga está demasiado entretenida junto a Héctor viendo el acuario gigante que adorna el lobby, por lo que no nota las señas que le hago para que vayamos a instalarnos. Bueno, ya preguntará ella sola por su cuarto.
Sigo las indicaciones de la recepcionista y llego al cuarto número diez entre un alboroto de gente que hace parte del staff de producción. A lo lejos veo a Axel, Miguel Ángel y Lucas entrando en una habitación al final del mismo pasillo por el que está la puerta que da a mi cuarto.
En mi habitación hay dos camas dobles perfectamente tendidas, llenas de cojines que le dan una apariencia de extrema comodidad. Al fondo del cuarto, una ventana que va de piso a techo y de pared a pared, deja entrar la luz óptima para iluminar todo el cuarto, y muestra el paisaje más hermoso que jamás había visto.
Dejo mi maleta junto a la cama más cercana a la ventana para poder saltar sobre ella y probar su comodidad. Y pues sí, la verdad es que es tan cómoda como se ve.
La felicidad no me cabe en el cuerpo. No solo por estar cumpliendo mis sueños profesionales, sino porque estoy haciendo algo importante que ayudará a mi mamá a sentirse orgullosa de mí.
Además, no hay nada no sexual que me emocione tanto como una cama cómoda.
«Hasta dan ganas de tener con quien ponerla a prueba»
Me levanto impulsada por un fuerte deseo de dejar de pensar tonterías, y abro el enorme ventanal para explorar el exterior. Hay una pequeña zona verde con mesas y sillas rústicas, como para comer o tomar alguna merienda al aire libre. Después de caminar unos cuantos metros, llego de nuevo a la playa. Esta es mucho más amplia que la que nos recibió al llegar, y las olas golpean un poco más fuerte.
Me quito los zapatos y comienzo a caminar por el agua, sintiendo la energía del hermoso paisaje. Es como renovarse y olvidar todo lo negativo de la vida.
Una idea llega a mi mente y no puedo evitar dejarme llevar por ella. Extiendo mis brazos para dejar que la brisa caribeña refresque todo mi cuerpo y comienzo a girar entusiasmada.
Con cada giro me siento la mujer más afortunada del mundo, o como una princesa de Disney —solo que sin cantar, porque eso ya ha quedado demostrado que no se me da muy bien—, y el sentimiento me hace dar más y más vueltas.
«Así se siente estar feliz de verdad»
Pero la felicidad en la vida nunca dura y los tropiezos llegan en el momento menos adecuado. Y es un tropiezo literal el que me hace salir de mi ensoñación. Mis pies se enredan con una masa fornida y pierdo el equilibrio.
Ya en el suelo, me puedo dar cuenta de que con la masa que tropecé no es otra cosa que las costillas de Axel, que está tirado boca arriba en la arena.
—¿Estás bien, Scar? —pregunta primero preocupado, y luego adolorido.
—Sí, ¿y tú?
—Solo algo golpeado. —Hace una mueca de dolor y me siento un poquito mal por él.
Pero en seguida se va esa sensación y da paso a la vergüenza. Oh, la vergüenza. Ese sentimiento que me hace reaccionar de formas inesperadas, como ahora, que en lugar de pedirle perdón a Axel por pegarle, me hace regañarlo.
—¡¿Y qué hacías tirado en el suelo, idiota?!
—Tal vez lo mismo que hacías tu dando vueltas como Blanca Nieves sin pajaritos.
Su comentario casi me hace reír pero lo evito a tiempo. Se levanta y recoge su toalla y su bronceador.
—¿En serio tenías tanto afán de venir a broncearte? Vanidoso —me burlo.
—¿Y qué quieres? ¿Que salga como un queso cuajada en mis fotos? No, señorita, yo voy a ser el mejor de ese calendario.
Me guiña un ojo y empieza a caminar hacia el hotel.
—Pues no sé si será el mejor, pero si está en el top tres de tus ex. —Juliana, la directora de mercadeo de Atomik se para al lado mío, mirando en la misma dirección en que yo lo hago.
Ni siquiera la había visto o sentido cerca mío. La mujer ya tiene toda la pinta playera que yo no he podido aprovechar. ¿Cuánto tiempo estuve mirando la habitación y soñando despierta? Juliana me toma del brazo y comenzamos a caminar hacia lo que parece ser el restaurante del hotel.
—Bueno, querida. ¿Qué te parece la locación del nuevo calendario?
—Es un paraíso.
—Debes sentirte muy afortunada. ¿No?
—Claro, muy pocos fotógrafos tienen esta oportunidad...
—Ay, no hablo de eso, querida —afirma casi burlándose—. Hablo de esos ex que tienes. Es que todos están... como para invitarlos a dormir y no dormir.
Su comentario me hace reír.
—Ah, pues... Sí, tengo un buen repertorio de ex, la verdad.
—¡Mujer, no seas modesta! Si conocieras a mis ex... Me dicen la Power Ranger: puro monstruo no más me hizo sufrir. —Suelta una risa. Me toma del brazo y empieza a caminar conmigo—. Pero bueno, no hablemos de mi horrible pasado, mejor cuéntame un poco más sobre esos bombones, mientras vamos al restaurante para recibir las indicaciones de Jack.
—¿Qué quieres que te cuente?
—Empecemos por la historia general. ¿El que estaba acá bronceándose es...?
—Axel. El influencer Fit.
—Ajá, ¿Y con él cuánto duraste y por qué terminaron?
—Nueve meses y porque me puso los cachos.
—Maldito. ¿Y es el único que te ha puesto los cachos?
—No, claro que no. Enzo también lo hizo, aunque él no me lastimó tanto pues yo sabía que es un perro sin pedigrí.
—Enzo... Luego me muestras cuál es ese. —Asiento—. ¿Y tú le has puesto los cachos a alguien?
Ay, la pregunta más incómoda que pueden hacerme sobre mi pasado.
—Lastimosamente sí.
Juliana abre mucho sus ojos y me pide que le cuente más.
Entramos al restaurante, que se encuentra muy concurrido. Veo algunas caras conocidas, especialmente del equipo de producción. Nos quedamos paradas al lado de la puerta mientras Juliana pregunta todo sobre Adrián, sobre Mau, que quién fue el primero, que si he querido volver con alguien.
Aunque trato de responder con sinceridad pues la mujer me cae muy bien, hay temas que ella nota que me es difícil tocar a fondo. Solo con Laura me he abierto cien por ciento, y no necesito abrirme con nadie más.
—Pero, querida, solo te pregunto estas cosas porque soy muy curiosa y me parece increíble que tengas un pasado tan colorido. ¡Pero no vayas a malinterpretarme! Entiendo perfectamente que hayas tenido una vida amorosa estilo Taylor Swift o Lindsay Lohan, porque eres una mujer bellísima, eso no hay ni que ponerlo en duda.
—Gracias —respondo algo apenada.
—¿Te incómoda que te pregunte tantas cosas personales?
—No, no. Tranquila. —¿Cómo voy a decirle que sí me incomoda a la mujer que hizo posible que pudiera trabajar con una de las marcas de ropa más conocidas de Latinoamérica?
—Ah, bueno. Entonces me estabas contando de Adrián. ¿Qué pasó entonces cuando te pidió matrimonio?
Guardo silencio un momento porque, de todas las preguntas que me ha hecho, esa es la que más me cuesta responder.
—No pude decirle que sí. Lo amaba, pero estaba muy mal por lo del bebé y me dio pánico pensar en matrimonio. Necesitaba tiempo para mí, para volver a ser la de antes. Además sentí que él me lo proponía solo para que me sintiera mejor.
—¿Bebé? ¿Cuál bebé?
—Adrián y yo perdimos un bebé un mes antes de que me propusiera matrimonio.
—¡Oh, querida! ¡Cuánto lo siento! ¿Estaban planeando ser padres?
—Eh... No. Fue algo inesperado. Al principio yo estaba muy asustada pues estaba estudiando y Adrián nunca había dado muestras de querer pasar el resto de su vida conmigo. Pero cuando se lo dije... Se asustó al principio, pero el fin de semana siguiente me llevó a su apartamento, me tapó los ojos, y me llevó hasta una habitación. Cuando abrí los ojos, me mostró que ya había decorado un cuarto para el bebé. Fue muy lindo.
Juliana suelta un suspiro y hace un gesto de ternura que me parece muy gracioso, y bastante cursi.
—¡Qué bello! Yo me hubiera casado con él en seguida. ¿Cuál es Adrián?
—Es uno de los que aún no ha llegado. Tenía cosas que dejar arregladas en Bogotá.
—Pues tan pronto llegue, me lo muestras. Tengo que ponerle a él las mejores fotos. Bueno, aunque en realidad esa decisión no es mía, sino de Jack. Hablando del Rey de Roma...
—Juli, Juli, Juli. Solo faltabas tú para la reunión de producción que tenemos a las tres. Ya se te había olvidado, ¿cierto? —le pregunta Jack cuando entramos al restaurante.
—No, Jack. ¿Cómo se te ocurre? Me entretuve hablando con esta mujer sobre los modelos. ¡Perdón!
—Bueno, perdonada. ¡Todo el equipo de producción! —grita—. Los veo en cinco minutos en el lobby.
Casi todos los presentes se levantan de sus asientos y empiezan a salir del restaurante. A lo lejos veo a Óliver. Él me devuelve una sonrisa y sale con los demás.
—Bueno, Scarlett, luego me seguirás contando sobre estos modelos... ¡Nos vemos!
En una mesa veo a Héctor y a Laura, en otra están sentados Alejandro, Daniel, Enzo, Miguel y Leonardo. Todos terminan de almorzar y hasta ahora me doy cuenta de que Juliana me entretuvo tanto que ya mi estómago está entrando en crisis. Muero de hambre.
El resto de la tarde, el equipo de producción sigue trabajando y tanto los modelos como Laura y yo, tenemos tiempo libre para disfrutar de la playa.
Con mi amiga encontramos un buen sitio en la arena y extendemos nuestras toallas, ponemos nuestros bolsos a un lado y nos empezamos a vaciar la botella de bronceador encima.
—Amiga, no creo que por echarte dos litros de bronceador vayas a quedar como Sofía Vergara... —molesto a Laura.
—¿Sabes cuántas veces en un año tengo la oportunidad de broncearme? Si esta es la única vez que el sol verá mis piernas, quiero aprovecharlo —contesta con una enorme sonrisa.
—Solo espero que no quedemos como tomates recién cosechados...
—Mejor como zanahorias. —Ambas reímos, relajadas y felices de estar en semejante paraíso—. Hablando de zanahorias... ¿Cómo será la de tu nuevo amigo?
—¡¿Qué?! —Tengo que levantar la cabeza porque su pregunta me coge totalmente fuera de base.
—Tienes que admitir que perfectamente podría hacer parte del calendario, como uno de tus meses. Tal vez incluso podría reemplazar a Adrián.
—En el calendario... ¿Quieres decir?
No responde y solo me mira por encima de sus gafas de sol con un pícaro gesto, dejando claro exactamente a qué se refiere.
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