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34. Un Grupo Que No Coopera

¡Hola! Como lo prometido es deuda, hoy publicaré 2 capítulos <3 Espero los disfruten mucho, y especialmente les pido que me dejen al menos 1 comentario con una carita feliz o lo que sea jejeje, es importante para saber si voy por buen camino y sobre todo para que la historia pueda ser más conocida por más gente. 

¡Que los disfruten!

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Detrás de unas persianas que tapan una pequeña bodeguita, mis ojos observan expectantes a quienes van llegando poco a poco y se instalan en uno de los asientos del recinto. Mi pie derecho no deja de moverse nervioso y ya no me quedan más uñas que morder. Esta idea puede salir muy bien, o muy mal. 

Alcanzo a ver a Enzo, a Felipe y Leonardo al final del salón, sentados uno separado del otro y mirando a su alrededor o a su celular con impaciencia. En las filas de adelante, que se encuentran más cerca de mi ubicación, están Sebastián y Miguel Ángel, sentados con un espacio de separación.

—Esta es la firma de libros más rara a la que me han invitado. Y eso que me han invitado a toda clase de firmas. —Miguel Ángel trata de entablar una conversación con Sebastián, pensando que, como él, es escritor. 

—¿Firma de libros? —responde confundido el policía, y yo cada vez me pongo más nerviosa de que se den  cuenta de todo. Por lo menos antes de que los demás lleguen.

—Sí, no lo parece. Pero bueno, algunos editores hacen lo que pueden, y aprendí a ser agradecido en este negocio, sin importar qué tan inverosímil resulte el evento en el que tenga que aparecer.

Me asomo un poco para ver la cara que hace Sebastián. Seguramente se estará preguntando si Miguel escribió algún libro sobre cibercrimen y es un invitado especial. Hasta donde él sabe, se encuentra aquí porque fue invitado a una charla para policías, investigadores, detectives y demás profesionales relacionados con los crímenes cibernéticos. Sebastián lleva varios años sirviendo a la sociedad como policía.

—Claro, me imagino. Pero lo bueno es que el tema sobre el que usted escribe no hay mucha documentación. Debe irle bien con las ventas —afirma el policía.

«¡Ay, Dios! ¿En qué momento estos dos se dan cuenta de que están hablando de cosas totalmente diferentes y se me forma aquí una revuelta?». Es lo único que se me pasa por la mente ahora.

Porque en mi brillante plan, a Miguel, el escritor, le llegó una invitación para una firma de libros.

Al modelo se le invitó a una sesión de fotos para un acto benéfico.

Al contador se le puso una cita con un posible cliente falso.

El profesor cree que vendrá a un seminario sobre docencia universitaria.

Al influencer se le invitó a una convención de otros influencers igual de narcisistas como para ir a una convención de influencers.

Al empresario de la moda se le dijo que iría a un desfile de una nueva marca que quería hacer presencia en su almacén.

Al mesero no hubo que mentirle porque era Felipe, y jamás me decía que no; al igual que el estudiante de derecho.

Al ejecutivo financiero se le invitó a un desayuno con empresarios falsos.

Al vago lo chantajeó y obligó el hermano.

Y a la estrella de rock se le invitó a una rueda de prensa.

Unos minutos después llega un mensaje a mi Whatsapp, donde Laura me avisa que ya todos llegaron y que tienen cara de impaciencia. Y para colmo de males, Adrián puede reconocer a Enzo o a Felipe en cualquier momento y darse cuenta de que encontrarse con uno de mis ex puede ser coincidencia, pero con dos ya es un plan macabro ideado por algún ente maligno, o sea yo.

Tengo que salir sí o sí y enfrentarme a mis doce ex y al hecho de que les mentí para reunirlos. Tomo aire y lo exhalo unas cuantas veces, mientras mis latidos se aceleran sin control y mis manos comienzan a sudar.

«Tengo que controlarme. No son un montón de Nazis, ni yo soy judía, ni esto es la Segunda Guerra Mundial. Aunque fácilmente se puede volver la tercera».

Con este pensamiento tan positivo en mi cabeza, decido darle prisa al mal paso, con tan mala suerte que le doy demasiada prisa, me enredo con unos cables y caigo de bruces en el suelo, dándome un golpe seco. La caída me hace salir de mi escondite y asustar a unos cuantos hombres, quienes corren a ayudarme a levantar.

—¿Está bien? —pregunta Sebastián.

—Sí, gracias. —Me levanto como puedo y me parece que ninguno se ha dado cuenta de que la que se cayó soy yo; todos me miran entre sorprendidos y molestos.

—¿Qué haces aquí? ¿Trabajas para mi cliente? —pregunta Daniel, el contador.

—¿Su cliente es una editorial? —pregunta Miguel Ángel.

—Ustedes no entienden, nos engañaron —dice algún ex que no logro ver, y que hace que los demás empiecen a reclamarme sin saber quién pregunta qué.

—¡Tenía que ser Scarlett! —grita alguien, bastante enojado.

—¿Será que nos va a dar regalías por su estúpido calendario? —A ese sí le reconozco su voz de menso.

Laura se acerca a mí pasando entre la multitud de hombres molestos y sus quejas, me toma de los brazos y comienza a empujarme con suavidad para que me ubique al frente de todos, donde hay una mesa con unos papeles, y un micrófono. 

—Scar, tienes que explicarles ya a estos tontivanos qué haces aquí, o mejor, qué hacen ellos aquí —me dice mientras pone el micrófono en mis manos.

Pero yo estoy muda. Paralizada y muda, y no puedo quitar los ojos de encima de los diez hombres que, molestos, buscan la salida del recinto, mientras Héctor se atraviesa en la puerta para que nadie huya.

—¡Amiga! ¡Se te van a ir y acuérdate de que necesitas esto, es tu trabajo! —Mi amiga me zarandea de los hombros para sacarme del trance tan estúpido en el que estoy. 

—Uhum... ¡Buenos días a todos! —Es lo único que se me ocurre decir. Todos voltean a verme enseguida—. Por favor, siéntense y les explico por qué los reuní aquí. 

Ahora los paralizados son ellos.

—A ver, ¡siéntense! —Laura me quita el micrófono de las manos y exclama con agresividad. Le falta solo un látigo para castigarlos. Imaginarla haciendo eso me hace sonreír.

Pero luego, la vergüenza me invade una vez más, aunque al menos eso funciona para que los hombres regresen a sus asientos.

—Son todos tuyos, amiga. —El micrófono vuelve a mis manos.

—Bueno... Necesito que vuelvan a posar para mí. Esta vez hay un buen pago y hermosas locaciones. —No puedo evitar mi costumbre de ir directo al grano ante los nervios de enfrentar una situación.

Al fondo de la habitación noto a Adrián. Sus ojos están fijos sobre mí, y eso me hace poner aún más nerviosa. Su expresión es neutra, no se ve ni feliz, ni enojado, solo me mira y me mira.

—¿Posar para ti otra vez? —pregunta Leonardo, el profesor, sacándome de mis pensamientos mientras los demás murmuran.

—S... Sí. Una marca de ropa deportiva nos contactó a Laura y a mí porque el calendario que hice con ustedes se ha vendido muy bien y... —trato de explicar sin voltear a ver a Adrián para no perder mi poca concentración.

—¿Del que no hemos recibido ni un peso? —me interrumpe Enzo con alto grado de insolencia.

—¡Cállate, idiota! —No, no soy yo quien le responde así a Menzo, aunque ganas no me faltan. Es su hermano.

—Gracias. Iba diciendo que debido al calendario que vendimos, la marca Atomik quiere contratarnos a todos para el calendario de su nueva línea deportiva. La sesión va a ser en una isla privada, y todos tienen que participar.

En el ambiente se instala un silencio general.

—Esta vez sí va a haber pago para cada uno —agrego mirando directo hacia Enzo—. Pero todos tienen que aceptar o ninguno lo hará.

—¿Y cuánto van a pagar? Porque Mau no puede recibir lo mismo que los demás. Él es famoso. —Un hombre ya entrado en años, a quien no había notado, exclama mientras se pone de pie.

Mau está sentado junto a él, noto que se levanta y le susurra algo al oído. El tipo niega con la cabeza e inicia una discusión en voz tan baja que nadie los puede escuchar. Los demás lo miran, en su mayoría, con recelo.

—No sabemos cuánto nos van a pagar a cada uno, pero seguramente nos darán la posibilidad de negociar —dice Héctor antes de que yo aclare casi lo mismo.

—Sí. Lo importante es que todos acepten. No sé por qué, pero si no están todos no harán el calendario —explico.

Los dos hombres dejan de discutir en voz baja, y los demás comienzan a murmurar entre ellos.

—Yo no puedo abandonar mi trabajo por quién sabe cuánto tiempo para jugar al modelo. Te ayudé la vez pasada porque fue un fin de semana y para que te pudieras graduar, pero viajar ahora me queda imposible —asegura el policía.

Los demás empiezan a seguirle la corriente, negando también su participación en el calendario. Adrián me mira molesto. No sé si tratar de convencerlos o simplemente abandonar la idea de tener este trabajo que no solo me ayudará a pagar mis gastos y los de mi mamá, si no que, además, será mi primer trabajo serio e importante en la carrera que me apasiona y que espero que me dé un futuro próspero.

—¡Ojetes! ¡No sirven para nada! —No sé ni siquiera por qué uso esa palabra, o por qué les grito tan fuerte, pero la frustración de depender de estos inútiles me sobrepasa.

Salgo corriendo del salón y busco el baño de mujeres. Entro en un cubículo y me siento sobre la tapa del inodoro, para dejar rodar mis lágrimas a gusto.

No sé cuántos minutos pasan, pero deben ser muchos porque me quedo dormida en el suelo del baño, hasta que escucho la voz de Laura llamándome.

Aunque no quiero que me vea la cara en el estado que debo tenerla, con el maquillaje todo corrido y los ojos hinchados, abro la puerta del baño. Mi amiga voltea a verme y aprovecho para lanzarme a sus brazos y empezar a llorar otra vez.

—Cálmate, Scar...

Con su mano acaricia mi espalda y mi cabello. Sus palabras, en vez de calmarme, me hacen llorar más.

—Es que... De verdad... No sirven para nada... ¿No se supone que alguna vez me amaron? ¿Por qué no hacen una última cosa por mí?

—Tranquila, amiga. Héctor y yo los convencimos para que acepten.

Abro los ojos tanto como mis párpados permiten, sin poder dar crédito a lo que escucho. Abrazo nuevamente a mi amiga, pero esta vez apretándola mucho más por la emoción.

—¿Y cómo los convencieron? ¿Qué dijeron? ¿Están todavía en el salón?

—Algunos tenían que irse, aunque me dejaron su correo y su número para que les avise cuando los de Atomik los reúna para negociar. Otros se quedaron, pero no sé si todavía están ahí. Pero Scar, no pueden verte en este estado.

Abre la llave del agua y me limpia debajo de los ojos.

—¿Y Adrián? —pregunto con cierta timidez y algo de esperanza.

—Creo que fue de los primeros en irse.

Eso me decepciona un poco, pero no es momento para sentimentalismos. Tenemos que regresar para dejar el salón limpio y organizado, como nos lo entregaron.

Cuando regresamos al salón, solo están Felipe, Héctor, Alejandro y Lucas. Entre todos acomodan las sillas.

—¿Cómo estás, Scar? —pregunta Alejo, quién es el primero en notar mi presencia. Los demás dejan lo que están haciendo y se acercan a nosotras.

—Mejor, gracias. Quiero pedirles disculpas por haberles gritado así antes de irme...

—Lo peor no fue el grito, lo peor fue el uso de la palabra "ojetes". ¿De dónde sacas esos insultos tan internacionales?

Todos empiezan a reírse ante el comentario de Lucas y terminan contagiándome. Salimos del salón y el edificio, y nos despedimos en el parqueadero. Lucas, Alejo y Felipe siguen cada uno en su carro, y cuando voy a subirme al de Héctor, me doy cuenta de que dejé mi celular arriba, en el salón.

Salgo corriendo a buscarlo, y en el pasillo del lobby me tropiezo con alguien que sale de un ascensor.

Alguien que aún me pone increíblemente nerviosa.

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