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31. Una llamada que cambia vidas

—Óyeme, idiota, ¿quién te crees para hablarme así?

El que va a demandarte si no compartes conmigo las ganancias de los calendarios —contesta Enzo al otro lado de la línea.

—¿Ah, si? ¿Y cómo por qué me demandarías?

Por lucrarte con mi imagen sin mi permiso.

La ira me invade. Él quiere que yo sienta miedo, busca amedrentarme para compartir las ganancias con él, y como lo conozco bien, sé que no me va a pedir poco. Pero en lugar de miedo, me lleno de rabia y lo mando muy a la... A un lugar muy lejos de su casa. Le tiro el teléfono y llamo a su hermano de inmediato.

Héctor no puede creer que Enzo haya caído tan bajo. Y ni siquiera se trata del hecho de que me exigiera autorización para usar su imagen, porque desde el punto de vista legal puede hacerlo, sino porque no esté dispuesto a negociar y quiera asustarme con sus amenazas.

Axel se despierta con un poco menos de licor en su organismo y no vuelve a mencionar el por qué de su visita. Durante el resto de la tarde se comporta como un caballero y se va, no sin antes decirme que no me preocupe por lo de Enzo, que todo se solucionará de la mejor manera posible. Además me pide perdón de mil maneras por lo que pasó con Adrián. Ambos estamos sorprendidos de su comportamiento. Él nunca toma, dice que su cuerpo es un templo y que no le gusta contaminarlo así. Al preguntarle por qué se emborrachó entonces, no supo qué contestarme y cambió el tema.

Mis semanas continúan sin mucha novedad; los calendarios siguen vendiéndose como pan caliente, Enzo sigue con sus amenazas, Héctor sigue diciéndome que no me preocupe y que le ofrezca una parte de las ganancias que él sigue rechazando, yo sigo desempleada y sin saber nada de Adrián. 

He intentado contactarlo para explicarle y disculparme por lo que pasó en mi apartamento; en realidad no quise mentirle y lo que dijo me ha rondado en la cabeza todos los días. Quería volver conmigo y lo arruiné. Pero ¿realmente quiero yo volver con él? Esa pregunta también ronda mi mente, pero la respuesta nunca aparece. Sin embargo, no quiero que lo último que él recuerde de mí sea esa tarde.

Un sábado soleado, aprovecho para limpiar mi estudio. Reviso cada trabajo que hice en la universidad y los clasifico entre: importantes, básicos y mediocres. Los básicos y los mediocres van directamente a la basura, necesito el espacio para nuevos trabajos, así ya no sean para la universidad.

Aunque no encuentre trabajo como fotógrafa, estoy decidida a tomar cualquier empleo que me permita no solo pagar mis cuentas, sino darme lo necesario para tomar mis propias fotografías e ir mejorando mi portafolio. 

Después de sacar cinco bolsas de basura de mi estudio, tras preguntarme cómo es posible acumular tantas cosas inservibles en tan poco tiempo, tengo que hacer varios viajes al shut para poder deshacerme de todo. Cuando bajo la última bolsa, tropiezo con alguien y suelto lo que llevo en la mano, desparramando toda la basura.

—¡Lo siento, lo... —El vecinito de los mensajes creativos está más sorprendido de verme que yo de verlo a él. 

—¿Qué haces aquí? ¿De nuevo estás espiándome? —digo más en tono de broma que de reclamo.

—¡No, no! ¡¿Cómo se te ocurre?! 

—Oye, tranquilo, viejo... —Hago una pausa para poder apreciar mejor su estado de ánimo y la cara de haber visto un fantasma que está poniendo—. ¿Quién eres y qué hiciste con mi vecino, el que era tan seguro de sí mismo como para espiarme por la ventana y hacerme letreros de bullying?

—Lo siento, Scarlett. —Respira, y su expresión cambia a una algo más relajada—. No sé por qué me puse tan nervioso.

—Pues tus nervios regaron toda mi basura por el suelo... —afirmo mientras miro todo lo que se desparramó cuando tropezamos.

—¡Te ayudo!

Empieza a recoger lo que se me cayó al piso. Hago lo mismo para terminar más rápido. Por un momento se detiene a contemplar algunos de mis trabajos, y al final termino recogiendo todo yo sola. 

«Qué buen truco para no tener que seguir recogiendo basura».

—Qué buenas fotos tienes. ¿Por qué quieres tirarlas? —pregunta.

—Porque eran trabajos de la universidad que en realidad no son la gran cosa.

—¿Qué no? ¡Esta foto es espectacular! —exclama mirando la foto del primer plano de la cara de un gato callejero que está desayunándose una paloma. Es una imagen en blanco y negro, a excepción de sus ojos verdes y el rojo de la sangre del desayuno—. ¡Me encanta! ¿Puedo quedarme con ella?

—¿Por qué no? La verdad no es mi mejor trabajo, pero si te gusta...

—Tiene un aire muy Tarantino... Es una foto como de exposición.

—Pues... gracias. —No creo en discutir con las personas cuando elogian tu trabajo, incluso si no estás de acuerdo con lo que otros ven. Para mí no es algo tan digno como para exponer, o si quiera conservar, pero estoy convencida de que el arte, al menos el verdadero arte, es lo que sientes al experimentarlo, no lo que el artista quiso hacer con él.

—¿Y por qué tienes una foto de mi hermano aquí? —pregunta al recoger una foto al azar.

—¿Qué?

Me estira la foto y me doy cuenta de que fue una de las primeras fotos que tomé, mucho antes incluso de entrar a la universidad. Solía ser bien acosadora y tomaba fotos de los muchachos que me gustaban. La que tengo en la mano es una foto de aquel cajero del café, al que yo iba a ver todos los días.

—¿Este es tu hermano? 

—Sí. Hace muchos años, pero es él.

No sé qué decirle. «Sí, mira, es que hace unos años estaba tragada de tu hermano y lo espiaba, le tomaba fotos, y me gastaba toda mi plata del descanso en jugos solo para poder pasar horas viéndolo en la cafetería». No quedaría bien.

—¿Y qué hacías en este edificio? ¿Alguna nueva novia por aquí? —Prefiero cambiar el tema y rezar porque no se acuerde de que soy una acosadora de hermanos.

—En realidad... venía a saludarte. —Le cuesta un poco decir la última parte. 

—Pues... ¡Hola! Listo, ya te puedes ir —bromeo. Este muchacho definitivamente no es bueno con el sarcasmo o las indirectas, pues su sonrisa abandona su cara y se da la vuelta para empezar a irse—. ¡Espera, espera, era molestando! ¿Quieres almorzar conmigo? 

No tengo muchas cosas en mi alacena o mi nevera, pero finalmente preparo ravioles de pollo a la carbonara, y a Samuel le encanta. Come con tanto entusiasmo que parece que lleva meses alimentándose a base de sánduches y cereales.

—Mmmm. ¿Quieres casarte conmigo?

—¡¿Qué?! —Su pregunta me toma por sorpresa y casi escupo todos los ravioles.

—Que si es lo que hace falta para comer así todos los días, me caso contigo ¡pero ya!

—¿Y quién te dijo que si me caso es para volverme cocinera? Además, ¿no estás muy joven para casarte?

—¿Siempre te tomas todo tan en serio?

Después del shock inicial, confieso que logra sacarme una sonrisa. Él también se muestra muy divertido. Me levanto para servir dos cafés y llevarlos a la mesa. Le acerco su taza y el azúcar, el cual rechaza y toma la bebida tan amarga como está.

—Solo las pedidas de mano —respondo luego de sentarme de nuevo en mi lugar y tomar un sorbo de café.

—¿Ya te han pedido matrimonio? —Por su tono, noto que la conversación se puso muy seria.

—Un par de veces no más...

—¡¿Un par de veces no más?! Muchas sueñan con ese momento y tú lo tomas como si fuera una invitación para ir a bailar... Te amo.

No puedo evitar soltar una risa y mirarlo asombrada al mismo tiempo.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Porque parece que estas cosas del amor, el romance y el "vivieron felices para siempre" no te importan. Y eso me encanta en las mujeres.

Ver a un niñito como él hablando de mujeres, como si las conociera mucho, me produce mucha risa. Me mira con un brillo extraño en sus ojos, supongo que es curiosidad por mi reacción.

—Tú no sabes nada de mujeres, niño —le expliqué—, y yo jamás dije que no me gustara el romance.

—Pero rechazaste varias propuestas de matrimonio...

—Sí, pero no fue porque no estuviera enamorada... Es complicado... Además, el romance no tiene que ver con el matrimonio. ¿O por qué crees que todas las historias, novelas, o telenovelas terminan cuando la pareja se casa?

—Porque ahí empieza el "felices para siempre".

—O ahí se acaba la historia de amor. Ya es hora de que dejes de creer en el Ratón Pérez, Papá Noel y los felices para siempre.

—Para ser una borracha despechada es muy raro que no creas en los finales felices. —Su afirmación hace que dé cuenta de que estoy siendo demasiado irónica y burlona con un tema en el que, para ser sincera, yo aún creo. O tengo al menos la esperanza de que exista, a pesar de que los últimos hechos me hayan demostrado lo contrario.

—¿Y tú has estado enamorado? 

—Pues... ¿Soy muy joven para eso, o qué?

—No. Soy de las que piensa que para el amor no hay edad. Ni para enamorarse por primera vez. Y créeme que tengo mucha experiencia en eso, me enamoré a los catorce.

—¿Y él fue el que te pidió matrimonio? —pregunta con mucho interés.

—No... A ver, te lo resumo: me he enamorado quince veces y en todas han pasado cosas buenas y malas. Cuando se quisieron casar conmigo yo no estaba preparada, pero no significa que no me gusten los finales felices, pues el matrimonio no siempre es el final feliz.

Se queda mirándome asombrado, en silencio por unos segundos. Varias veces trata de decir algo, pero noto que las palabras no quieren salir de su boca.

—Bueno, ya que nos pusimos sinceros... —dice finalmente— en realidad sí creo estar enamorado...

Pego un grito de emoción pues siento estar hablando con ese hermanito que nunca tuve y al que siempre le daba consejos en mi mente.

—Bueno, y cuéntame como es ella... ¿En qué lugar se enamoró de ti? —lo digo cantando y aun así me mira como si estuviera loca. Obviamente no conoce los buenos clásicos musicales.

—Pues, se llama Alexandra y es una compañera de colegio...

—Aw... Clásico. ¿Y ella siente lo mismo por ti?

—Ese es el problema... Ella no sabe que existo. Bueno, sí sabe que existo, pero no le interesa.

—¿Y por qué no le hablas? ¡Hazte notar! Con los letreros eres muy bueno...

—Pff... ¿Creerías que a la que me gusta no soy capaz de hacerle bullying?

—Asombroso —respondo con sarcasmo—. Y el talentazo que tienes para eso...

—Alexandra es tan linda e inteligente, es la mejor de la clase, y la más bonita.

—Una combinación poco usual.

—En tu caso debe ser igual. ¿No?

—¿Yo la más linda e inteligente? Sí, claro.

—Deja la falsa modestia. Eres muy bonita e inteligente.

—Sí, pero no "la más"... —Soltamos una risa al unísono—. ¡Oye, tengo una idea buenísima!

—¿Cuál?

—Te voy a ayudar a conquistar a Alexandra... Al estilo de los noventas.

Su carcajada ahora es más fuerte y retumba por toda la sala. Tomo mi celular y me acerco a la mesita que está junto al sofá para alcanzar mi teléfono fijo.

—¿Qué haces? —pregunta mientras me mira asombrado.

Desbloqueo mi celular, abro Youtube y busco la canción adecuada.

—¿Cómo es el teléfono de Alexandra? —La cara de Samuel es un completo y perfecto signo de interrogación. Se queda mudo unos segundos, hasta que, con una seña, lo hago reaccionar.

—Espera lo busco... —Comienza a navegar entre los contactos de su celular, hasta que llega al número de su amada y me mira con recelo—. ¿Qué vas a hacer?

—No te preocupes, no te voy avergonzar. Te juro que esto no falla.

Me dicta el número, hago la llamada desde mi teléfono fijo y empiezo a escuchar el tono. Tan pronto contestan "¿Aló?" al otro lado de la línea, le doy play a la canción y acerco los dos aparatos.

"Me has hecho tanta falta

Hoy me siento tan solo

Que me estará pasando

Te necesito aquí"

Samuel empieza a mirarme con una expresión extraña y suelta una carcajada. No es la reacción que esperaba, pero tal vez es risa nerviosa. La canción sigue sonando, pero no tengo ni idea si al otro lado de la línea aún hay alguien escuchando. Samuel no deja de reírse y ya estoy empezando a preocuparme. Yo en su lugar estaría muriéndome de incertidumbre, no de risa. Mi celular comienza a vibrar sin darme más oportunidad de pensar en las reacciones de Samuel.

Contesto sin saber que esa llamada no solo cambiará mi futuro próximo, sino toda mi vida.

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