3. Un mejor amigo
Empezar con Héctor no solo es lo más lógico, sino lo más sensato. Es el único de mis objetivos con quien sigo teniendo una amistad sólida, por lo que es probable que él me ayude a organizarme, o a convencer a los demás que posen para el calendario. Aunque no imagino qué haría si no quisiera participar.
Sentada frente a una televisión en la que no hay nada bueno, marco el número de mi amigo y primer exnovio para poder comenzar con mi trabajo.
—¡Scar! ¡Qué milagro! —escucho la voz de Héctor al otro lado de la línea.
—Hola, Héctor. ¿Cómo estás?
—Algo atareado con trabajos de la universidad... Pero dentro de lo normal.
—Uy, ¿cómo va eso? ¿Ya puedes demandar al Estado?
—Je, je, sabes que lo mío no es lo administrativo. Quiero irme más por el lado social y humano de...
—Sí, lo sé —interrumpo, nerviosa. —Bueno, necesito pedirte algo.
—Esto me da mala espina. Solo vas al grano cuando me vas a pedir algo que te incomoda, lo sé.
—¿Por qué me conoces tan bien? Qué pereza.
—Porque soy tu amigo desde los catorce. Además fui tu novio, que no se te olvide.
—No se me olvida, de hecho... —No sé cómo pedirle lo que tengo que pedirle, tal como él dijo, todo me tiembla, todo me suda—. ¿Quieres ir a tomar un café conmigo? Un frapuchino, tu favorito. Yo invito.
La mejor forma para convencerlo y no morir de los nervios es hablar con él personalmente. Si él me conoce, yo no me quedo atrás. Sé que convencerlo me va a costar mucho más que un frapuchino, no tanto por que no quiera hacerme el favor, sino porque detesta posar ante las cámaras. Pero yo estoy dispuesta a pagar el precio que sea, a todos mis ex, con tal de callarle la boca a Suárez.
Héctor acepta. Salir conmigo, al menos. Posar... va a ser otra historia.
—¿Pero por qué te puso ese trabajo? Me parece algo descabellado... —dice Héctor cuando le faltan dos sorbos para terminar su bebida.
—Porque me odia. En la biblioteca hay una tesis laureada sobre eso y todo —bromeo.
—Oh. Pues buena suerte buscando a hombres que te hagan ese favor —dice con una mirada fingida de preocupación.
—No debo fotografiar hombres cualquiera... Deben ser mis exnovios.
—Pero son muchos, vas a tener que conseguir amigos que te hagan de relleno —Ríe.
—Yo no necesito que me rellenen nada. —Me doy cuenta de cómo suena eso, y me corrijo en seguida—. Es decir, tengo cada mes del año cubierto por un exnovio.
Héctor me mira con ojos de huevo frito, y no se guarda ningún pensamiento para él.
—Tienes veintidós años, mujer. ¿Desde los catorce has tenido doce novios? Qué promiscua.
Le pego con la carta de postres, para que aprenda a respetarme.
—Serían solo uno punto cinco por año. Apuesto que tú en un año te tiras más gente que yo. —Tuerzo mis ojos y le doy un sorbo a mi malteada.
—Tenlo por seguro —bromea—. Ya sabes que con esta sensualidad es difícil bajar de cinco al año.
—Pfff. Me encanta tu humildad.
Terminamos nuestras bebidas y cambiamos un poco el tema. Hablamos de lo que hicimos desde la última vez que nos vimos, de lo difícil que es la escuela de derecho y de lo divertido que es hacer fotografías de desnudos para mi universidad.
Siempre me gustaron esas conversaciones con Héctor. Una de las cosas que me enamoró de él, fue ese incomparable sentido del humor. Nuestro tiempo juntos fue una de las épocas más divertidas que podía recordar, a pesar de que solo duró cuatro meses.
Fue mi primer amor. Estudiábamos juntos la secundaria, y aunque al principio nos odiábamos, empezamos a ver lo bueno en el otro después de que tuvimos que hacer el trabajo final de literatura juntos. Vivíamos relativamente cerca, y el trabajo requirió de varias reuniones en la casa de cada uno para avanzar. Y avanzamos en mucho más que en los estudios.
Él fue el primero en acercarse. No fue mi primer beso, pero sí el más apasionado que me habían dado hasta ese momento. Teníamos catorce años recién cumplidos, las hormonas más alborotadas que la Tigresa del Oriente, y cada vez que nos reuníamos para el trabajo de literatura lo convertíamos en una clase de anatomía.
Dos días antes de la fecha límite para la entrega del trabajo, nos reunimos en mi casa. El trabajo lo terminamos una semana antes, pero seguíamos viéndonos todos los días. Ese día, con mi casa sola y mis nervios a flor de piel, fui "directo al grano" como él dijo que es mi costumbre, y le pregunté qué éramos, o qué seríamos una vez entregáramos el trabajo.
Ahí, en mi cuarto, recostados sobre mi cama, mientras yo jugueteaba con el dije en forma de corazón que mis padres me regalaron en mi último cumpleaños, él me dijo que nada le gustaría más que ser mi novio.
Los besos se fueron convirtiendo en manos moviéndose, recorriendo nuestros cuerpos y desabrochando botones con desesperación, hasta que aprendimos a demostrarnos amor de una forma física.
Mis amigas siempre contaron su primera experiencia sexual como algo traumático o gracioso; pero mi primera vez fue fantástica. Llena de amor e inocencia, y era un recuerdo que no podía evitar que llegara a mi mente cada vez que hablaba con Héctor.
—¿Les traigo ya la cuenta? —pregunta la mesera que nos atiende, sacándome de mis pensamientos y regresándome a la cafetería donde el vaso de malteada y el de frapuchino ya están vacíos.
Héctor asiente y la mesera se retira. Aprovecho para concretar el motivo de nuestra cita.
—Entonces. ¿Qué mes quieres ser?
Después de soltar una carcajada, revisa una notificación que llega a su celular y guarda silencio. Regresa a mirarme cuando le pego una patada por debajo de la mesa, exigiéndole que me preste atención y conteste mi petición.
—Auch —se queja—. Con esas intimidaciones físicas puedo demandarte por acoso.
—No soy tu jefe.
—Pues no será por acoso laboral.
—Idiota, jamás te acosaría sexualmente.
—Eso dices ahora. —Ríe.
—¡Héctor! ¡Deja de hacerme sufrir! Necesito que me ayudes con lo del calendario. ¡Por favor!
El muy hijo de su madre hace que le ruegue un par de días más. Siempre tiene una excusa nueva: que no tiene tiempo, que no está en forma, que no trabaja gratis, que solo lo hará si de esa forma obtiene algún favor sexual —sé que eso lo dice en broma, o al menos eso espero— pero al final, acepta. Él será septiembre. El mes en el que tuvimos nuestra primera vez.
El fin de semana de mierda que tuve después de hablar con Héctor, parece no tener fin. Y de hecho, las desgracias que me pasaron se extendieron hasta la siguiente semana. El viernes me robaron, el sábado el disco duro de mi computador murió y perdí un trabajo que debía entregar el lunes, el domingo discutí con una cliente a la que le debía entregar las fotos del cumpleaños de su hija, las cuales también estaban en el disco duro, el lunes me pusieron mala nota por no entregar el trabajo, y el martes un aguacero torrencial me tuvo atrapada en el tráfico por más de dos horas. Solo espero que hoy toda la mala suerte que arrastraba conmigo haya desaparecido.
Al llegar a mi apartamento, lo primero que hago es tirar a la basura la inútil sombrilla que perdió su primera batalla contra el viento que acompañaba el aguacero. Luego voy quitándome la ropa mojada para tirarla en la lavandería, sin recordar que mis persianas enrollables se dañaron en una de mis escasas noches de pasión con Álvaro, y ahora no se pueden cerrar. Aquello tiene mi apartamento convertido en una vitrina abierta las veinticuatro horas, y a los vecinos de enfrente eso les encanta. ¡Justo en este momento tengo a un chico mirando el striptrase que yo le estoy haciendo gratis!
Gritando como loca, me cubro como puedo con mis manos y salgo corriendo hacia mi cuarto. No quiero quedarme a averiguar si el vecino adolescente alcanzó a ver algo; es preferible que olvide el episodio si no quiero morir de vergüenza el día que llegue a encontrármelo de frente al salir a comprar el pan. Tengo que ahorrar lo que más pueda para comprar nuevas persianas, porque sé que a Álvaro no se le ocurriría poner ni un peso para eso.
Mi cuarto está muy desordenado. Mi mamá solía decirme cuándo era niña que en el desorden vivía el diablo. Según ella eso me haría ordenada, pero lo único que consiguió fue que tuviera miedo de dormir sola hasta los doce años. Nunca fui capaz de mantener la ropa sucia en su lugar, ni la limpia; y siempre termina revuelto todo y tengo que oler prenda por prenda para saber qué puedo ponerme.
Busco un nuevo jean y alguna blusa no muy fresca, pero toda la ropa está regada por la habitación. Desesperada sin encontrar nada limpio, decido ponerme la ropa que usé ayer, y no salir de mi casa ni por que haya un incendio.
Prendo mi laptop y trato de seguir editando unas fotos que necesito entregar para un trabajo, pero mis pies se están congelando. Recuerdo haber visto debajo de la cama unas medias de conejitos que casi nunca uso porque están rotas, pero que en este momento servirán para calentar mis pies. Me agacho y, al halar una de las medias, se mueve una cajita de metal que ni siquiera sabía que estaba ahí.
Había olvidado su ubicación, pero jamás podré olvidar lo que contiene.
La saco con cuidado y me siento sobre mi cama. Riego su contenido sobre mis sábanas, y en un momento se esparcen cartas, fotos, flores secas y todo lo que en algún momento alguno de mis ex decidió regalarme cuando los tiempos eran felices.
Tomo una de las cartas. El papel ya está amarillo por el paso del tiempo y tiene ese olor característico de los recuerdos; cuando hace mucho no destapas un recipiente de metal.
No quiero leerla, pues no es momento de ponerme nostálgica ni nada, solo veo el nombre de su remitente: Alejandro.
Una sonrisa se forma en mi boca. Alejo fue una de esas relaciones que me costó mucho terminar. Él quería algo más serio, pero yo apenas comenzaba mi vida adulta, no quería atarme a nadie.
Eso es lo que pasa cuando tienes dieciocho años y te enamoras de alguien de veintiocho. O al menos, fue lo que me pasó a mí. Fue mi paño de lágrimas cuando descubrí que Daniel era casado, y en los pocos meses que estuvimos juntos me demostró lo que es el amor desinteresado. El problema era que estábamos en etapas totalmente diferentes de nuestra vida, y a veces el amor no es suficiente.
Sigo revisando el contenido de la cajita y veo una foto de Axel. En una época de redes sociales y selfies, es muy raro conservar fotos impresas, pero la que tengo aquí la saqué de un anuncio del gimnasio al que solía ir.
El pendejo está como quiere. Su cuerpo tonificado, su cara perfecta, su mirada seductora y esa expresión que tenía cuando quiera llevarte a la cama, le ayudaron a convertirse en un instagramer del mundo Fit. La última vez que revisé su cuenta, tenía más de dos millones de seguidores, y eso fue hace un año.
Suspiro maldiciendo mi suerte. Axel será el siguiente ex al que tengo que convencer.
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