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29. Una Visita Inesperada

Para ir de compras con Laura es necesario despejar la agenda de todo un día. ¡Es tan indecisa! Debe buscar un regalo de amor y amistad para Héctor y ya llevamos dos horas dando vueltas por la sección de hombres en el centro comercial, buscando algo que a él le guste. O al menos a ella, por ahora.

—¿Por qué no es mujer? Al menos si fuera mujer podríamos regalarle joyería, o una blusa linda, maquillaje, un libro, un bono para un spa... Las mujeres tienen más opciones de regalos bonitos. O al menos de regalos que las demás mujeres podemos escoger —se queja Laura.

—Ajá —respondo secamente.

—Es que, mira esto: todas las camisas son casi iguales y no se me ocurre qué más regalarle.

—Ajá.

—Bueno, ¿y si le regalo un libro? ¿A él le gusta leer?

—Ajá.

—Mmm, mejor un libro no. Vamos a la zona de relojes que creo que vi uno lindo. Igual como tú lo conoces mejor, de pronto me ayudas a encontrar uno más rápido.

—Ajá.

—O puedo regalarle un jet privado, y se lo lleno de prostitutas. A todos los hombres debe encantarles eso.

—Ajá.

—¡Ay no, Scarlett! ¡No me estás prestando atención! ¿Qué demonches te pasa?

Habla tan fuerte que me hace reaccionar, sacándome de la burbuja mental en la que me encuentro después del dichoso mensaje ese.

—Lo siento... Prometo que ahora sí te prestaré atención. ¿Ya viste entonces el regalo que vas a comprarle?

—Aaaarrrrggggg —gruñe.

Sale enfurecida por uno de los pasillos del centro comercial y yo corro detrás de ella. Al final, decide regalarle un reloj de cuero rojo, muy elegante aunque no muy fino, pero se ve bien. Ignora mi advertencia de que no recuerdo a Héctor usando un reloj nunca, sin embargo.

Seguimos caminando por el centro comercial el resto de la tarde, tristes de no tener más dinero para gastarlo en todas las cosas que están en oferta. Después de un buen rato y varias vueltas, nos sentamos en una heladería a descansar y a endulzar la tarde.

—Y entonces... ¿No has vuelto a hablar con Álvaro? —pregunta mi amiga cuando nos sirven los helados.

—Pues... Ayer me mandó un mensaje...

—Uh... ¿De reconciliación?

—La verdad, no. Me preguntó si había dejado en mi apartamento una copia de las llaves del suyo.

—¡Ja! Una jugada maestra para decirte que le devolvieras sus llaves. Qué maldito.

—Pues sí, pero con la pelea de ayer, creo que ya definitivamente me hice a la idea de que ya estoy soltera. Y la verdad no tiene importancia. En realidad... Recibí otro mensaje, mucho más interesante, aunque extraño.

—¿De quién?

Saco mi celular y le muestro el mensaje que me tiene tan distraída. Laura pega un grito que hace que todos los clientes de la heladería giren a vernos.

—Oh, por Dios... ¿Ya sabías que sigue enamorado de ti?

—Creo que en un punto me lo llegué a imaginar... Pero nunca me esperé un mensaje así, como tan... fuera de lugar. Seguro estaba borracho, por la hora —afirmo.

—No parece un hombre que beba...

—No, no... pero pues, la gente puede cambiar. Me lo han demostrado mucho en estos días.

—Cierto, la presión y el estrés puede hacerlos cambiar —dice Laura.

—¿Presión?

—Sí, amiga. La presión de reencontrarse con su pasado. O sea contigo. Mira cómo te dio de duro a ti; hasta acabó tu relación con Álvaro.

—Sí... Maldito calendario. Aún sigue haciendo estragos.

—Y no se le saca ningún provecho... ¡Oye, se me acaba de ocurrir una maravillosa idea! —exclama entusiasmada—. ¡Puedes ponerlo a la venta por internet!

—¡¿Qué?! ¿Vender el calendario? No, no, no, ¿quién va a comprar eso?

—Ay, amiga, cualquier mujer con ojos te lo compra. Es que, en serio, tus ex son como los ángeles de Victoria Secret versión masculina. Bueno, al menos los que posaron para el calendario, porque ese Álvarito sí deja mucho que desear. Pero, bueno, eso no importa, lo importante es el resto de ex que están como quieren.

Su comentario me hace reír, pero razón sí tiene. El calendario es muy profesional y seguro tendría compradoras si lo pusiera a la venta. Me lo alcanzo a imaginar en esas promociones de internet, o en un stand de una librería importante. Me veo firmando autógrafos y todo.

—Pero no sabría cómo venderlos...

—Déjamelo todo a mí; en muy poco tiempo nos volveremos millonarias a punta de calendarios.

Aunque eso me encantaría, sé que es muy difícil que pase. Trato de convencer a Laura de que para hacerlo necesitaríamos invertir en publicidad y eso, y que yo no tengo dinero para desperdiciar —en realidad en este momento no tengo plata para nada— y vuelve a asegurarme que ella se encargaría de todo; yo no tendría que preocuparme por nada en caso de que quisiera ponerlo a la venta.

Así que dejo de hacerme la rogada y le digo que si ella lo quiere vender, yo no me opongo. A los pocos días me pide todas las fotos que se tomaron en cada una de las sesiones. Ni siquiera le pregunto para qué; se las paso sin pensarlo.

Mi búsqueda de trabajo sigue siendo infructuosa, y mi alacena está tan vacía que voy a tener que empezar a alimentarme de aire. Mis papás tratan de ayudarme, pero hace poco compraron una camioneta para la finca y están cortos de dinero. Con lo que me mandan mensualmente apenas puedo cubrir lo de los servicios y la administración del edificio.

La mañana está fresca, perfecta para un domingo de no hacer nada. Escucho el timbre de mi apartamento sonando insistentemente. Supongo que es Laura, pues de ser cualquier otra persona, el portero me habría avisado por teléfono. Corro a abrir la puerta, y efectivamente, es ella.

—¡Amiga! ¡Casi que no me abres! —Se lanza sobre mí y me da un enorme abrazo.

—Oye, cuidado, casi terminamos en el suelo.

—Pues en el suelo vas a terminar cuando te cuente a lo que vine...

Sigue y se acomoda en el sofá de mi sala. 

—Pues, cuéntame. ¿Cuál es esa maravillosísima noticia que me va a dar un infarto?

—¡Somos ricas!

—En vitaminas, será.

—No, no, somos ricas - ricas. De ese tipo de riqueza con la que puedes comprarte un yate. —La miro como si estuviera loca y prosigue—: Bueno, tal vez nos falte todavía un poquito para el yate, pero yo creo que ya podemos dar la cuota inicial, al menos.

—Ay, amiga, ¿no crees que está muy temprano para andar bebiendo?

—No me he tomado ni una copa —dice mientras mueve su cabeza de lado a lado, con expresión de psicópata, pero hablando totalmente en serio.

Se acerca a mi y saca su celular. Abre el Facebook y me muestra una página que tiene más de cincuenta mil seguidores y muestra unas fotos que me parecen muy familiares. Y pues, es lógico, ¡son mis ex!

—¿Qué es esto? —pregunto entre confusa y sorprendida.

—Esto, amiga... es el éxito y la riqueza.

—Ay, ya. ¡Deja de hablar así y explícame por qué hay fotos de mis ex en Facebook! ¿Y por que tienen tantos seguidores?

—Pues la página la creé yo. Subí las fotos de tus ex que tú tomaste y hablé del calendario, y los seguidores... o mejor dicho, las seguidoras, empezaron a crecer como la espuma, ¡y empezaron a preguntar por el calendario! Entonces dije que valía $50.000 y ¡empezaron a pedirlo!

—¡¿Qué?! ¿Y cómo te pagan?

—Puse mi cuenta bancaria personal... ¡adivina cuántos han comprado ya! Bueno, nunca vas a adivinarlo entonces te diré: ¡Doscientos ochenta!

Casi me desmayo cuando escucho la cifra. No puedo creer que en unos cuantos días mi amiga haya logrado conseguir tantos seguidores y tantas ventas. Luego me cuenta que recibió la ayuda de una estratega digital a la que la oficina de su mamá le llevaba la contabilidad, puso unos cuantos anuncios y creó #LosEXmassEXis en Instagram. Y al parecer también sacrificó a un gato negro o una virgen, porque la primera semana consiguió diez mil seguidoras en ambas redes, y muchas aprovecharon la preventa del calendario que tenía el 50% de descuento.

—¿Esto quiere decir que vas a subirle el precio después? —pregunto.

—¡Vamos! Este es un trabajo en equipo, querida. ¿Ahora me crees lo de ser ricas?

No puedo responderle nada porque aún no lo creo, entonces me tiro sobre ella y empiezo a gritar como una loca, pero la emoción me impulsa demasiado y nos vamos al suelo.

Después de un ataque de risa, duramos más de dos horas planeando cosas para este nuevo negocio que emprendemos, y nos imaginamos la vida que llevaremos a partir de el momento en que empecemos a ser millonarias.

La noche está más fría que de costumbre. Después de que Laura se fue, me puse a ver una película toda la tarde y ni pude concentrarme por estar pensando en la mansión con doce habitaciones y cuatro baños que me voy a comprar, con piso de mármol, piscina y frente al mar, hasta que mi celular empieza a sonar y me saca de mis fantasías.

—Hola, Scar... ¿Te gustó mi mensaje?

—Ho... Hola... —No puedo creer que me esté llamando. ¡Y a preguntarme eso! —Tu mensaje me... desconcertó un poquito.

—Tú me desconcertaste igual... cuando te volví a ver...

—¿Estás borracho?

¿Yo? Noooo. —Y no más en esas dos palabras me doy cuenta de que sí lo está, así me lo esté negando.

—Estás borracho. No lo niegues.

—Ay, que noooo. Si quieres subo y te lo demuestro...

—¡¿Qué?! ¿Subir a dónde?

Justo en ese momento suena mi teléfono fijo. Busco por todos lados el teléfono inalámbrico hasta que por fin lo encuentro debajo de mi cama. Ni siquiera sé cómo llegó ahí.

—¿Aló?

—Señorita Scarlett, hay un muchacho aquí... medio tomado... preguntando por usted, con mucha insistencia.

«Ay, no. ¿Por qué me pasa esto a mí?»

¿Qué hace? Si lo dejo en la calle, quién sabe qué podría pasarle; él no está acostumbrado a tomar. De hecho, nunca lo vi tomando. Además, llueve a cántaros y no me parece bien mandarlo así para otro lado. Pero si lo dejo seguir... ¿Quién sabe en qué lío me meterá? Con ese mensaje que me mandó, y en ese estado...

Señorita Scarlett, ¿entonces qué, lo dejo pasar? —insiste el portero ante mi silencio.

—Eh... sí... sí... déjelo pasar.

Tal vez estoy tomando una decisión muy errada, pero definitivamente no puedo dejarlo en la calle. Pocos minutos después el timbre de mi apartamento suena.

—¡Scar, mi amor! —Entra como un rayo y se tropieza con mi tapete de bienvenida. No alcanza a poner las manos para detener su caída, y queda tirado en el piso, como inconsciente.

—¡Ay, Dios! ¿Estás bien? —Me inclino para ayudarlo a ponerse de pie.

A los pocos segundos reacciona y empieza a tener un ataque de risa.

—Gracias a Dios estoy en forma y no me dolió nada...

—No te dolió nada porque estás borracho, estúpido.

—Ay, ya te... dije que no estoy borracho —balbucea—, mira, mira, huele mi aliento.

Axel sopla muy cerca de mi nariz y casi le adivino hasta el año y el lote de producción de la botella de trago que se tomó. Me alejo de él y voy a buscar un poco de café para que se le pase ese estado etílico en el que se encuentra.

Se acomoda en mi sofá y se tapa la cara con su mano. Reconozco muy bien el punto en el que se encuentra su borrachera: cuando uno ha tomado tanto que lo único que quiere es que el mundo deje de dar tantas vueltas, o al menos que baje la velocidad.

Me acerco y poso mi mano sobre su brazo para que se tome el café. Me mira y se endereza, pero antes de recibirme la bebida, empieza a hablar.

—Estás hermosa, Scar. En serio que nunca debí haberte dejado ir.

—Nunca debiste ponerme los cachos, más bien —contesto un poco enojada, recordando el pasado.

—¿Te pusieron los cachos? ¿Quién fue el pendejo que...? ¿Yo? Yo nunca te puse los cachos... Nunca podría ponerle los cachos a esta cara tan hermosa...

Con los ojos cerrados, va acercándose lentamente a mí y empiezo a alejarme cada vez más y más, evitando ese beso que es obvio que pretende darme. Como no logra alcanzar mis labios, abre los ojos y la mejor idea que tiene es lanzarse sobre mí, con tanta fuerza que juntos nos caemos al suelo.

—¡¿Qué te pasa, idiota?! —lo regaño.

—Scar... ¡Es que yo te amo! ¿Por qué no me crees? ¿Qué tengo que hacer para demostrártelo?

—¡Besarme no!

El teléfono de mi apartamento vuelve a sonar y agradezco en el alma la interrupción. Me quito de encima al inútil borracho besucón y él se vuelve a acomodar en el sofá, mientras yo voy a atender la llamada.

—Señorita Scarlett, viene a buscarla otro señor... ¿Cómo es su nombre, señor? Ah, sí... Adrián, el señor Adrián la busca.

«No puede ser. ¿Ahora qué hago con dos ex en mi apartamento?»

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