27. Una Pregunta Difícil
No sé qué me da más pena: haber mojado a Adrián o haber dormido con él. Paso una eternidad encerrada en mi cuarto, haciéndome la que busco una toalla para secarlo, pero no me atrevo a salir y darle la cara.
Si pudiera recordar los detalles de lo que pasó anoche, probablemente sentiría menos vergüenza y más satisfacción personal. Aunque la culpa estaría en niveles descomunales.
Adrián y yo siempre nos entendimos bien en la cama. Demasiado bien. Él es un amante apasionado, considerado, cariñoso, creativo, tierno y, a veces, un poco salvaje. Solo lo suficiente como para tener a cualquier mujer satisfecha. Y bueno, durante dos años a su lado nunca pensé en otro hombre, ni siquiera en algún famoso de esos que suelen aparecer en las fantasías femeninas. Él era suficiente para mí.
Malditas lagunas etílicas.
—Espero que no me vaya a resfriar con toda esa agua fría en mi cara. Aunque servirá para bajar la inflamación. —Adrián usa un tono muy amigable para decir esto desde afuera de mi cuarto y, tal vez, para que deje de perder el tiempo y le ayude a secarse.
Salgo a su encuentro y le entrego la primera toalla que encuentro.
—De verdad, estoy muy apenada... Aunque... te lo mereces por aprovecharte de mí mientras estaba ebria —digo casi sin pensar mientras él se seca el rostro, aunque ya casi se secó a temperatura ambiente. Y decir eso en Bogotá sí es mucho. Tal vez estuve encerrada en mi cuarto más de lo que debía.
—¿Aprovecharme? Lo siento, pero no pensé que un beso...
—¿Un beso? Un beso no es nada, hablo de... lo demás.
—¿Lo demás? ¿Llevarte un Alka-setzer y ayudarte a recostar en la cama es aprovecharse de ti? Wow, mujer, pues ni me imagino lo que será llegar a segunda base... —ríe.
—¿Qué? Nosotros no hicimos... no nos...
—¡No, por Dios! ¡No suelo tener sexo con mujeres inconscientes!
«Ahora sí quiero morir de la vergüenza»
—¿No pasó... nada entre nosotros? —pregunto sintiendo calor en la cara y escalofríos en el resto del cuerpo.
—Nos besamos... pero te enfermaste y pasaste mucho tiempo en el baño. Cuando fui a revisar si estabas bien, resulta que te habías quedado dormida. Te traje hasta la cama y dormí en el sofá, para cuidarte en caso de que necesitaras algo. Nunca es bueno dejar solo a alguien tan borracho.
Esa historia tiene mucha más lógica que la que yo estaba inventando en mi cabeza. Adrián siempre ha sido un caballero. Lo más probable es que haya superado lo nuestro hace mucho, y que anoche solo estuviera en mi apartamento haciendo las veces de "buen amigo". Aunque dijo que nos besamos. Me gustaría recordar ese beso.
—Lamento haber confundido las cosas. Es que... al verte acá, y sin camisa... pensé...
—Lo de la camisa fue porque tenía un fuerte olor a vómito después de que la limpié un poco. Tuve que lavarla con un montón de jabón y ahora debe estar empapada.
—¡Dios santo! ¿Tan borracho estabas? ¿Y así condujiste?
—No era mi vómito, era el tuyo.
—¡Ay, no! ¡¿Te vomité encima?! ¡Lo siento muchísimo!
—Lo sé, pero eso no importa. Aunque, bueno... No sé si tienes una camiseta muy grande que me prestes... Está haciendo algo de frío.
Me siento muy apenada por no haberle ofrecido algo para arroparse, aunque si debo confesarlo, me gusta mucho más esta vista.
Desde la adolescencia ha hecho mucho deporte, lo que le ha dado un cuerpo sexi. Luego estuvo un tiempo en el gimnasio y, al parecer, sigue yendo regularmente, pues aún se le ven los cuadritos del six pack.
Voy a mi cuarto y busco una camiseta grande. La única que puede servirle es una que mi abuela me regaló; al parecer pensó que me había pasado con la natilla y los buñuelos la navidad pasada, porque me la compró gigantesca.
—¿Un unicornio? ¿En serio?
—Es lo último en moda masculina. No es mi culpa que no estés a la vanguardia. Ay... Pues es la única que creo que te sirve.
Se la pone a regañadientes, pero igual le queda ombliguera.
Al mirarlo bien no puedo evitar soltar una risa cuando da la vuelta, como desfilando.
—Ay... En serio, lo siento, pero... creo que no te queda tan mal. —Es muy difícil no volver a soltar una carcajada al decirlo.
—Bah, no importa. Ahora lo que quiero es que te tomes la sopa de pollo que te hice para que te sientas mejor.
Va a la cocina, luego se acerca a mí con un plato del que sale humo y un olor bastante provocativo, aunque mi estómago aún está muy revuelto y no creo que pueda recibir ni una cucharada.
—Si no comes, es peor. Créeme —asegura cuando volteo la cara en señal de rechazo.
—¿Tú qué vas a saber? Si nunca te has emborrachado.
—¿Por qué asumes que no?
Me quedo mirándolo sorprendida. Al menos mientras estuvimos juntos, jamás lo vi ebrio, y según sus propias palabras, antes de conocerme tampoco lo había hecho. Siempre fue una persona prudente y responsable. Varias veces me dijo que beber le parecía ponerse en peligro de accidentes o delincuentes, y que además no le gustaba la resaca.
—Pero tú me dijiste que nunca...
—Pero terminamos —me interrumpe. Guarda silencio por unos segundos, y al ver mi cara de confusión, prosigue—: Y pasé un tiempo... difícil. Duré una semana de tour por diferentes bares donde a diario... me emborrachaba.
Oh. No tenía ni idea de eso y no puedo imaginarlo en tal situación. Para ser sincera, yo también pasé por una crisis cuando lo nuestro acabó, pero creía que él la estaba pasando mucho mejor.
A duras penas, termino la sopa que me preparó. Ninguno de los dos se atreve a decir nada.
—¿Qué hago con estos mensajes? —Para poner fin al silencio incómodo, cambio el tema.
—¿Cuáles mensajes?
Le muestro en mi celular la evidencia del peor error que he cometido borracha —bueno, tal vez el peor error fue acostarme con Enzo, pero esto se le acerca mucho— y él no parece tan sorprendido.
—Ahora entiendo todo— dice con una mueca de decepción.
No quiere explicarme a qué se refiere, tampoco pregunto. Se levanta de la silla y toma mi plato para llevarlo a la cocina.
Al regresar, me toma de la mano y me pide que nos sentemos en el sofá.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —pide cuando me acomodo frente a él.
—Sss... Claro.
—Sé que a lo mejor no debería meterme en esto... O pregúntartelo, pero... necesito saber.
—¿Qué? —Ya me está dando miedo su nerviosismo, y solo ruego porque no me pregunte por mis sentimientos.
¿Cómo voy a explicarle lo que pasa por mi cabeza o mi corazón, si yo misma no lo entiendo? Al menos espero que no sea eso lo que va a preguntarme. En mi mente solo ruego por una pregunta tipo "¿Vas a cambiar las decoraciones navideñas este año?" o "¿Has pensado en tener una mascota?"
—¿Cuándo dejaste de amarme?
Ay, Dios. Justo la pregunta que no quería que me hiciera. Aunque, pensándolo bien, esa no es una de las preguntas complicadas que había pensado que me iba a hacer.
¿Y cuándo fue eso? Me quedo callada un buen rato porque trato de hacer cuentas. Hace ocho meses nos separamos, pero no puedo recordar algún momento en específico en que hubiera sentido que ya no lo amaba.
—No sé... ¿Por qué me preguntas eso?
—Solo por curiosidad. Ya regreso.
Se pone de pie y va al baño. ¿Qué acaba de pasar? Solo por curiosidad uno no le hace ese tipo de preguntas a sus ex. De repente, se me ilumina el bombillo: ¡los mensajes! Lo más seguro es que en mi borrachera también le haya escrito... ¡Claro! Por eso hizo esa cara de decepción cuando vio que le había enviado mensajes al resto de mis ex...
Me levanto a toda velocidad y... Uy, tengo mucho alcohol en la sangre todavía; casi me caigo del mareo. «¿Dónde puso su celular?» No tengo tiempo para maluqueras, así que echo un vistazo rápido. Me emociono mucho cuando veo el aparato encima de la mesa del comedor. Lo tomo rápidamente, pero la desgracia me persigue: tiene contraseña y ni idea cuál es.
Intento con algunos códigos como fechas especiales, pero no logro descifrarla. Luego caigo en cuenta de que en realidad soy bastante tonta; puedo revisar el mensaje en mi celular.
Lo veo salir del baño y regreso a mi sofá, mientras trato de recordar en dónde dejé mi teléfono.
—Bueno, entonces... ¿Eres feliz con tu novio?
—¿Por qué te da por preguntarme esas cosas ahora?
No me responde de inmediato. Tiene una expresión indescifrable y me está poniendo nerviosa.
Pienso en confesarle que ya no tengo novio, pero me detengo. Mejor debería decirle que dejemos de pensar en este tema, queriendo saber más de la vida del otro porque nunca podremos ser amigos —por algo no nos habíamos hablado en ocho meses— y que recuerde las razones por las que terminamos en primer lugar. De repente, siento que la sopa que acabo de tomar no va por buen camino. Salgo corriendo al baño justo cuando él también va a decir algo.
No sé cuánto tiempo paso encerrada aquí, devolviendo hasta la leche materna con la que me amamantaron de pequeña, y con un dolor de estómago horrible.
Cuando por fin me siento mejor, tomo aire y salgo dispuesta a responder todas las preguntas que el sentimental de Adrián quiera hacerme. No lo veo por ninguna parte. Recorro mi apartamento y está más vacío que mi estómago. Mejor, en cierta parte.
Regreso a mi cuarto y veo algo sobre mi almohada. Un papel amarillo doblado a la mitad llama mi atención. Al abrirlo, veo que es una nota de Adrián:
"Me voy para que descanses, toma mucha agua y te sentirás mejor. Te dejé más sopa en la estufa. Duerme y sueña conmigo"
Su último comentario me hace reír. Lo de la sopa y el agua me enternece, y recuerdo lo atento que era cuando estábamos juntos.
Aunque revivir algunas imágenes de nuestra historia duele un poco, no puedo evitar pensar en cómo serían las cosas en el presente si el pasado fuera diferente.
Antes de que mis pensamientos se adentren más en ese camino que no me emociona recorrer, una llamada entra a mi teléfono.
—Amiga, ¿cómo te sientes? —La voz de Laura suena tan ronca como la mía.
—Estoy todavía con el estómago enrumbado. ¿Y tú?
—Pues más o menos igual que tú. Pero a que no adivinas dónde estoy.
—¿Qué? ¿Dónde? —Al notar que no me responde, empiezo a insistir más y más por una respuesta. Por un momento guardo silencio y escucho una voz que me parece familiar—. ¡¿Estás... con Héctor?!
—Sí —susurra—, pero no quiero hablar muy duro porque está cerca.
—¿Y cómo terminaste allá metida? Si lo único que recuerdo de anoche es que te dejamos en tu casa...
—Pues resulta que recibí una llamada muy temprano en la que me pedía que viniera a su casa a desayunar con él...
—¿En serio? ¡Qué emoción, amiga! Que él desayune con alguien es su forma para decidir dar un segundo paso... ¡Ay, se veían tan lindos ayer!... Él con su mano en tu teta y tú con la mano en su...
—¡¿Qué?! —Su sorpresa hace que me ria fuerte. Al parecer yo no soy la única con lagunas.
—Tengo una foto y todo, ahora te la mando.
—Ay, qué vergüenza. Te juro que es la última vez que bebo tanto...
—Y yo... A que no adivinas quién amaneció acá...
—¡¿Quién?! —pregunta una voz masculina que no proviene del teléfono, sino de la puerta de mi habitación.
Holaaa!! Espero que les esté gustando la historia 😊
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