20. Una apuesta
Mis días mejoran mucho desde esa salida con Adrián. Ahora canto más que antes e imagino las mil y una posibilidades de citas perfectas que podríamos tener, aunque creo que ninguna supera esa noche mágica en que bailamos una canción de Coldplay a la luz de la luna.
Pero tal como se cumplen todos los plazos y llegamos a las marcas en el calendario, mi sesión más difícil también llega. Y ni toda la felicidad de los últimos días va a lograr que esté más entusiasmada para lo que me espera.
Es momento de fotografiar a Enzo, y si no fuera porque faltan muy pocos días para entregar mi calendario y aún no termino de tomar fotos, editar e imprimir, hubiera pospuesto ese momento unos días más, o meses. Incluso hasta años.
Enzo fue el error más estúpido que cometí, pero era de esperarse. Cuando una relación comienza en medio de la borrachera del siglo, y nace del odio, la frustración y el rencor que sientes por un ex que te engaña, es normal que las cosas terminen como terminaron.
El día en el que todo empezó, Héctor casi le parte la cara cuando entró en su cuarto y vio que justo yo salía del baño, usando solo mi tanga. Era el cumpleaños de mi amigo y la noche anterior habíamos armado una escandalosa fiesta con todos sus compañeros de la universidad y algunos conocidos míos. Es más, en algún punto del jolgorio había tanta gente que dejamos de reconocer a quienes nos rodeaban. ¿O eso era efecto del licor? Bueno, lo que haya sido, nos divertimos como nunca, hasta que en un punto yo empecé a pasar de ser la borracha divertida, a la llorona.
En esa semana había descubierto a Axel engañándome y Enzo me encontró a moco tendido en una de las sillas del jardín de su casa.
A partir de ahí todo es borroso para mí, solo recuerdo la sensación que me causó que el chico malo por excelencia, el hermano mayor de mi mejor amigo, su ídolo y mi crush durante algún tiempo, estuviera acariciando mi rostro.
No recuerdo muy bien los detalles, pero seguro me dijo que era una princesa y debía ser tratada como tal —era la frase estrella con la que conquistaba niñitas crédulas, y que yo había escuchado cómo se la decía a sus miles de conquistas a través de los años— y ahí fui yo, cayendo como pendeja, a pesar de saber que iba a ser solo sexo de una noche y una más en su lista de conquistas.
Aunque en eso sí me sorprendió, porque las cosas no se limitaron a una noche. No sé cómo pasó, pero duramos tres meses juntos. Hasta hoy creo que me hizo vudú.
La explicación que le di a Héctor, fue que la culpa la tenía el licor, o el despecho, o justo esa peligrosa combinación, pero lo más doloroso de esa mala experiencia fue que dejara de hablarnos.
Lo último que me preguntó después de la pelea que tuve que impedir en su cuarto al encontrarnos, fue si iba a tener algo serio con él. Después de que le respondiera, no muy convencida, que no tendríamos ninguna relación y aquello había sido solo un tonto error —mis planes hasta ese momento—, él vaticinó que su hermano me iba a hacer sufrir. Y vaya si tuvo razón.
Como sé que con el pasar del tiempo Héctor comprendió y perdonó todo, no dudé en pedirle que su sesión fotográfica se uniera con la de él. No puedo ni quiero pasar por todo esto sola, necesito el apoyo de mis mejores amigos para que el encuentro no me provoque un aneurisma con tanta rabia que me produce Enzo.
Mientras alisto todo para la sesión, mi teléfono recibe una llamada de mi mejor amiga.
—Hola, Scar. ¿Lista para enfrentarte a Menzo?
—Ay, pues lista, lista, no. Digamos que resignada. —Si no estuviera tan estresada, el que mi amiga usara el apodo que le habíamos puesto me habría divertido mucho. Pero ni Jim Carrey haciendo muecas en frente de mí podría sacarme una sonrisa en este momento.
—Tranquila, que yo voy a estar ahí para darle su patada en los dídimos si se pasa de tarado contigo.
—¿Una patada en dónde?
—Mejor dicho, lo voy a dejar tío.
—Gracias, amiga. —No solo por estar dispuesta a golpearlo, sino por hacerme reír con sus palabras rebuscadas.
—No tienes que darme las gracias de nada, sabes que tus problemas sentimentales son lo que le da sabor a mi vida. Bueno, y cambiando de tema ¿cómo va todo... ya sabes... con la soltería?
—Ahí voy, acostumbrándome. Pero no es fácil estar sola.
—No estás sola, amiga. Me tienes a mí. Y yo soy experta en soltería, puedes pedirme el consejo que quieras.
—Gracias —contesto sin mucho entusiasmo. Aún no puedo creer que esté soltera.
—Bueno... pero repito lo que ya te he dicho muchas veces. Álvaro no se merece ni una lágrima más tuya. Desde hace mucho tiempo debiste haber terminado esa relación. Estoy segura que el tipo tiene otra desde hace tiempo.
—Ay, no, ¡no me metas esas ideas en la cabeza! —No soportaría una infidelidad más. Presiento que en cualquier momento llegarán del libro de los Guinnes Records para decirme que soy la mujer a la que le habían puesto más cachos en la historia de la humanidad.
—Pues esas ideas ya deberían estar en tu cabeza desde hace rato. No es normal que un novio formal te llame solo una vez en una semana, que no le importe en qué estudias, que se enoje por una tontería como la que dijiste, o ni siquiera se preocupe porque estés frecuentando a tus ex, ni...
—¡Yo no estoy frecuentando a mis ex! ¿Qué te pasa?
—Bueno, no frecuentando, pero igual te estás encontrando con ellos, y a él debería importarle tres hectáreas de lengua de suegra si es por un trabajo de la universidad. Justo en este momento debería estar más pendiente de ti, ganando puntos para que no regreses con Adrián, o con cualquiera de esas obras de arte con las que tienes un pasado.
Aunque no se lo digo a Laura, la verdad es que eso ya lo había pensado, y me preocupaba. Pero que ella también me lo diga, me deja mucho más en qué pensar.
—Él sabía que es un trabajo, que soy muy profesional y confía mucho en mí... bueno, confiaba —digo con menos seguridad de la que quiero.
—Bueno, igual no perdiste mucho, repito. Álvaro es un tacaño, descuidado, para nada romántico y en guapura no le llega ni a los talones al resto de tus ex. Y lo entiendo, es lógico que sea el peor de todos tus exnovios...
—¿Por qué?
—Porque es el número trece. El de la mala suerte. Aunque la mala suerte a ti ya te tocó, en el momento que terminaste siendo su novia...
—Amiga, ya me tengo que ir, ¿nos encontramos en el estudio?
—Sí, claro, cambia el tema. En fin, nos vemos allá entonces.
Sus palabras se quedan dando vueltas en mi cabeza hasta que llego al estudio. Todo el camino vine haciéndome la pregunta «¿Por qué estaba con Álvaro?». Contestarla no es fácil, es como cuando te gusta una canción ridícula que está de moda pero no sabes ni por qué. Me pregunto si me estaba conformando con él solo por no estar sola. Un detalle que solo he reconocido ante mi mamá es que la soledad me da pánico. Ha sido así desde que nací, y según la teoría de mi madre, se debe a que me gestó con una gemela que murió pocos días después del parto. Si ni siquiera desde el vientre me había enfrentado a la soledad, ¿por qué debo hacerlo por elección en mi vida cotidiana? Y es cierto que Álvaro tenía miles de defectos, pero también tuvo algunos detalles bonitos conmigo, era comprensivo, no me celaba, me daba mi espacio...
Sí. La verdad es que puede que me estuviera conformando. Pero todavía siento que no puedo vivir sin él. O bueno, sin una pareja. Y tan pronto esas ideas de soledad llegan a mi cabeza, me recorre un escalofrío.
La puntualidad nunca ha sido una virtud de Enzo. O la fidelidad. Si a eso vamos, creo que el imbécil no tiene ni una sola cualidad.
Soy la primera en llegar al estudio, así que pongo manos a la obra y empiezo a armar luces, trípodes, fondos, difusores y todo lo necesario para la sesión, cuando unas manos cubren mis ojos.
—Adivina quien soy...
—¡Omaigá... el modelo que va a posar desnudo! —respondo sabiendo que las manos sobre mis ojos pertenecen a Héctor.
El susodicho pega un brinco y me permite girarme para verlo.
—¡¿Desnudo?! ¡Estás muy loca si crees que voy a posar desnudo para ti! ¡Adiós!
Comienza a caminar, lo rodeo con mis brazos por la cintura para detenerlo y demostrarle que solo se trata de una broma.
—¡No! Mentira, mentira, solo te molestaba ¡no te vayas!
Voltea a mirarme y me da un beso en la mejilla.
—Tampoco pensaba irme, y si quieres que te pose desnudo, claro que lo haría, pero en mi cuarto... o en el tuyo, si quieres.
—¡Idiota! —Le doy un suave golpe en el estómago para que deje de decir bobadas. Él suelta una fuerte carcajada.
—¿Has hablado con mi hermano? —Cambia el tema.
—No... ¿te canceló o algo así? —Me falta mover la cola como perrito de la emoción de pensar en la posibilidad de no tener que verle la cara al Menzo hoy.
—No, ayer hablé con él y me dijo que nos veríamos acá.
—Buu... me das falsas esperanzas no más. Bueno, supongo que es mejor darle prisa al mal paso, así que será más conveniente salir de eso hoy mismo.
—Pues sí, Scar. Además, puede que tal vez al verlo ya no sientas tanto rencor, y hasta puede que te des cuenta de que no es el mismo de antes. Han pasado tres años desde todo lo que pasó, muchas cosas cambian en ese tiempo.
—¿Rencor? Yo no siento rencor por él. Siento repulsión. Es la peor persona que ha brotado del vientre de tu madre y lo siento, pero tres años no son tantos como para que una persona cambie de verdad. —Ruedo lo ojos y sigo acomodando el telón que llevo como diez minutos sin poder dejar sin una sola arruga.
—¿Apostamos? Si sigue siendo el mismo idiota de hace tres años, te doy lo que quieras, o hago lo que ordenes. Pero si ha cambiado, serás mi esclava sexual. Bueno, no tiene que ser nada sexual si no quieres, pero tendrás que hacer algo que yo quiera.
Entrecierro los ojos para que sienta miedo con mi mirada intimidante, y estiro la mano para cerrar el trato. De cualquier forma, yo seré la ganadora; si Enzo ha cambiado, no me hará pasar un mal rato en la sesión, y si sigue siendo un idiota, Héctor me deberá una.
Pasan más o menos unos diez minutos y el idiota nada que llega. Así que decidimos hacer primero la sesión de Héctor para ir ganando tiempo. Él, muy querido y atento, trajo varias prendas para tomar diversas fotos, que a decir verdad están quedando hermosas. Me entretengo tanto que olvido el hecho de que Laura no ha llegado.
Varias veces se queja de no saber qué hacer o cómo posar, y yo le insisto en que lo está haciendo perfecto.
—Hasta te puedo contratar para todos mis trabajos... Es más, ¡si quieres, puedo ser tu manager! —lo molesto.
—¡Olvídalo! Los abogados no modelamos.
—Pero todavía no eres abogado. Además puedes ser el primero de tu tipo. Hasta puedo enseñarte a caminar por una pasarela, y cuando debas detenerte puedo gritarte: ¡Alto ahí, en el nombre de la Ley!
Ambos soltamos una sonora carcajada, que se extiende por algunos segundos.
—¿Qué es lo gracioso?
Esa voz apaga mi risa de inmediato.
—Hola, hermano... —Héctor le da la mano a Enzo para saludarlo.
—Hola, reina.
No puedo evitar voltear mis ojos y dejar ver el fastidio que siento por él.
—Hola, Enzo. Por favor, no me digas reina. —Detesto esa palabra, casi tanto como lo detesto a él.
—Como quieras. Bueno y ¿por dónde me acomodo para las fotos, o qué?
El tono pedante en el que habla me confirma que gané la apuesta, el problema es que tendré que aguantarme su enorme ego por el resto de la tarde.
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