2. Una locura total
Ganarse la antipatía de un profesor es garantía de sufrimiento en la universidad. Por desgracia, el piropo que le hice a Suárez con su extraño nombre, tuvo el efecto contrario al que quise. Al parecer se dio cuenta de que casi suelto la carcajada al escucharlo. Desde mi cumpleaños, no ha hecho más que joderme la vida.
Desde hace dos meses, es decir, desde que me negué a cenar con él, me deja más trabajos que a los demás, o me manda a tomar fotografías en las condiciones más difíciles, que mis compañeros nunca serían capaces de tomar. Ni un fotógrafo profesional se atrevería a tomarlas, si hablamos claro.
Se nota que, más que nada en el mundo, quiere reprobarme. Pero no le voy a dar ese gusto. Eso jamás.
¿Que quiere que le tome fotos en primer plano al hocico de un león? Pues me cuelo en la jaula de uno en el zoológico para tomar la mejor foto de unos colmillos que pueden perforarte solo con mirarlos.
¿Que debo tomar fotos en una zona de guerra? Pues viajo hasta Siria con tal de no darle la satisfacción de verme repitiendo el próximo semestre.
Lo que más quiero en el mundo es convertirme en fotógrafa, y su materia es la última del pensum que debo aprobar para obtener mi título profesional.
—Hoy es un gran día, y ni Suárez puede arruinarlo —le digo a mi reflejo en el espejo para darme todo el ánimo que necesito. Es una costumbre que conservo desde niña, cuando a falta de un hermano o hermana para jugar, hice de mi reflejo mi consejera imaginaria.
Hoy será un gran día porque Suárez nos entregará los temas para el calendario final que debemos hacer, y que es uno de los requisitos para graduarnos. Después de ponerme la ropa más cómoda que encuentro en mi armario, empaco mi cámara y mi libreta de apuntes y tomo mi celular y mis llaves, salgo para la universidad. Llego tarde, como siempre.
—Señorita Alcalá... —La voz del profesor Suárez suena cargada de satisfacción, como si supiera algo que yo ignoro—. Retrasada, otra vez.
—¿Qué?
—Que le agradecería que fuera más puntual. Créame, a la gente no le gusta perder su tiempo esperando. Sobre todo si por lo que esperan no vale la pena.
La mitad de mis compañeros lo mira con asombro. La otra mitad me mira a mí, esperando mi reacción. Me contengo de voltear los ojos, pues la última vez que me descubrió haciéndolo me puso a fotografiar a su presumida y fastidiosa sobrina en su fiesta de cumpleaños. Sin pago y sin posibilidad de negarme.
Voy a mi asiento y mientras organizo mis pertenencias en la mesa, el estómago comienza a crujirme. Es como cuando un trueno te avisa que se acerca una tormenta. Últimamente me pasa cada vez que lo veo.
—Bueno, ahora que estamos completos, vamos a hablar sobre el proyecto final. Le daré a cada uno un tema y deberán diseñar un calendario. Su trabajo es hacer la sesión fotográfica, obviamente, escoger las mejores doce fotos, diseñar el calendario e imprimirlo igual que sería impreso si estuviera a la venta. No está permitido cambiar el tema. Tienen un mes para entregarlo.
Mis manos sudan y mi pierna izquierda se mueve sin control. Tengo un mal presentimiento. Todos los buenos temas seguro serán repartidos entre los favoritos de Suárez: Valentina, Roberto, Sebastián y Camila. A mí me va a mandar a hacer un calendario de pulgas posando, o algo así.
—Rodríguez —continua el profesor—, comidas italianas. Mota, sitios turísticos. Alvarado...
Así va entregándole a cada uno de mis compañeros un tema más o menos interesante, durante casi cuarenta minutos. A unos les tocaron animales, a otros comidas, a otros mujeres de treinta años, a otros gatos. ¡Gatos! ¿Y saben qué me toca a mí? Fotografiar a mis ex.
—¿Qué? Disculpe, profesor Suárez... pero entendí "ex"...
—¿Y cuál es la pregunta? Eso fue lo que dije —me interrumpe. Y antes de que pueda replicar, añade—: La próxima semana revisaré avances de preproducción. Recuerden que no se pueden hacer modificaciones a los temas asignados. Nos vemos el próximo jueves.
Se levanta de su asiento y toma su vieja libreta de apuntes y su morral remendado. Es el primero en salir del salón, y mientras todos se levantan de sus puestos, más o menos contentos con el tema asignado, yo tomo mi mochila y salgo corriendo detrás de él, ignorando a Lau, quién me llama desde su pueto.
El desgraciado camina rápido, casi no lo alcanzo.
—¡Profesor Suárez! ¡Profesor Suárez! ¡Abelardo!
Al gritar su nombre, varias personas a mi alrededor voltean a mirarme. Y creo que su nombre es la contraseña para que entre en sus cabales, pues solo al llamarlo "Abelardo" se detiene.
—¿Qué quiere, señorita Alcalá? —responde de mala gana.
—Profe... —Tomo aliento, correr no es algo en lo que sea buena—. Sé que dijo que no se podían cambiar los temas del trabajo final, pero no creo que hacer un calendario de mis ex sea correcto. Es como exponer mi vida privada ante usted y mis compañeros, sin mencionar que no creo que pueda convencerlos de que me colaboren.
—El trabajo de un periodista fotográfico consiste en convencer a la gente de hacer cosas. ¿Qué va a hacer usted cuando en el periódico de quinta donde la contraten le encarguen fotografiar al vecino campirano que descubrió petróleo en su casa pero el individuo no quiera dejarla pasar o dejarse fotografiar?
—Señor, no creo que la gente siga encontrando petróleo en estos tiempos...
—Eso no importa. Su trabajo es convencer a quien sea de que pose para usted si tiene que fotografiarlo.
—Pero no tengo tantos ex... —Trato de darle otro enfoque a la conversación.
—Eso me recuerda... —Mete la mano en su el bolsillo interno de su chaqueta, y saca mi porta carnets con las fotos de mis ex.
Al verlo, abro mucho los ojos. ¡Lo he buscado por todas partes!
—¿De dónde...?
—Lo encontré en una discoteca a donde fui un día a tomar una copa. Esto le pertenece, ¿verdad? —Extiende su mano para devolverme mis fotos—. Tiene usted muy buen gusto en hombres, son unos jóvenes atractivos. Ahora que lo pienso, señorita Alcalá, a usted le he puesto el trabajo más fácil de todos. Ahora, si siente que no puede hacerlo, dígamelo ya mismo para ahorrarme la pena de seguir escuchando sus quejas durante un mes y reprobarla de una vez.
Mi cabeza hierve de la rabia. El maldito escuchó la conversación que tuve con mis amigas sobre mis exnovios. Ya daba por perdidas mis fotos, y ese calvo prematuro, solterón y desdichado las encontró.
Pero no puede dañarme mi sueño de ser una gran fotógrafa y reportera gráfica. Está muy equivocado el cabrón si cree que le voy a dar el gusto de reprobarme.
—¿Sabe qué, Abelardo? Tiene razón. Esto es muy fácil para mí. En un mes le entregaré mi trabajo sin falta. Hasta luego.
Lo dejo ahí parado mirándome con desprecio. A pesar de que siento que una úlcera está esperando justo este momento para atacarme, respiro profundo para calmarme. Tengo un mes para completar la nada fácil tarea de reunir a doce de mis ex —de hecho tengo exactamente esa cantidad de examores— y convencerlos de posar para mí y hacerles un calendario.
El trabajo va a quedar hermoso, obvio. Primero porque soy perfeccionista y me considero una buena fotógrafa, pero sobre todo porque siempre he tenido buen gusto y buena suerte para los hombres guapos. El único problema es que los hombres guapos están locos. Por lo menos con los que yo he entablado relaciones.
La cafetería de la universidad está más concurrida que de costumbre. Los estudiantes van y vienen, comen, fuman y hablan demasiado fuerte para mi gusto. Casi no encuentro una mesa libre en la cual esperar a Laura, pero finalmente un alma caritativa que ve mi sufrimiento se levanta de una mesa y me hace señas para que vaya a sentarme. Eso, o tal vez tenga que ir a clase. El caso es que consigo mesa increíblemente rápido y eso lo agradezco. A los diez minutos de estar revisando mi celular y bebiendo mi capuccino, Laura se sienta frente a mí fumando un cigarrillo.
—¡Es un hijo de prostituta! —Mi amiga tiene la manía de decir groserías modificando su forma coloquial de expresión, pues dice que decir groserías le parece vulgar, pero que el desahogo es bueno—. ¿Dónde está? ¿Dónde? Para ir a partirle la cara a ese crápula...
—¿Quién?
—Suárez, ¿quién más? Mira que ponerte a buscar a tus ex para hacerles un calendario no se le hace ni a tu peor enemigo.
—¿Ah, puedes creerlo?... Sí, bueno... al parecer soy mucho más que la peor enemiga del viejo verde ese. Me odia. Si pudiera, me torturaría físicamente. Pero como no puede, lo hace psicológicamente. Es un terrorista emocional.
—Solo lo hace porque no quisiste aceptar su trago y su cena. ¡Es un casquivano de lo peor! —exhala mi amiga.
—Y mira... —Saco las fotos de mis ex y se las muestro—. El desgraciado se las encontró esa noche en el bar.
Laura ahoga un grito de espanto.
—¡Y tuvo que haber escuchado nuestra conversación sobre ellos!
—Así es. —De la rabia que recordar eso me provoca, arrugo el vaso de café que tengo en la mano y lo destruyo. El problema es que todavía tenía café, y me vuelvo la mano un desastre.
Laura pone una mano sobre mí brazo para calmarme.
—Ay, amiga... ¿Entonces qué vas a hacer?
—Pues, primero, tengo que revisar cómo contactar a cada uno de mis ex. De muchos no tengo el número, pero sí las redes sociales...
—No, no, eso no. ¿Qué vas, o vamos a hacer con el coprófago ese de Suárez? No puede ponerte un trabajo así y quedarse tan tranquilo...
—¿Con el coproqué?
—Coprófago. Eso es lo que es.
—¿Pero eso qué significa?
—Búscalo en Google.
No puedo quedarme ante la duda del uso de esa palabra. Saco mi celular y la escribo en el buscador. Menos mal ya terminé mi café, porque lo habría escupido todo de la risa.
—¿De qué te ríes? —pregunta Laura como si no lo supiera.
—Del significado de coprófago. ¡No eres capaz de decir come-mierda! —Mis risas se extienden por un buen rato.
—Sí, bueno, ya sabes que no me gusta decir groserías.
—Pero las dices. Usas las de otro siglo, pero las dices.
—El caso es que el Suárez debe pagar por ser tan hijo de su coprófaga madre... —Mira a ambos lados para ver si alguien nos escuchaba, y en un tono casi inaudible, continua—: y sé exactamente qué podemos hacer para que pague.
—Nada. No vamos a hacer nada. Solo nos meteríamos en problemas e igual tendría que entregar el dichoso trabajo. Vamos a quedarnos quietecitas y a conseguir los datos de mis ex para poner manos a la obra —afirmé en tono autoritario.
—Ay, está bien. Eres una aburrida. —Se queda pensando unos segundos, y prosigue: —¿Y qué vas a decirle a Álvaro?
—Pues que voy a hacer un trabajo con mis exnovios. Es la verdad y además no creo que le importe mucho.
—Sí, se me olvidaba que tienes el peor novio del mundo —afirma mi amiga con un gesto de hastío.
—No exageres, tampoco es el peor...
—En fin... Ahí me contarás cómo te va consiguiendo los datos de todos tus exnovios. Tengo que irme. Chau.
Y sin explicarme a dónde va o por qué, me deja hablando sola. Es como Batman, y yo soy Gordon; siempre se va sin que me dé cuenta. Ni siquiera alcanzo a pedirle que, ya que a ella le tocó un tema muy fácil (animales de compañía) me ayude a investigar qué fue de la vida de los doce hombres a los que tengo que convencer para que posen para mi cámara, y dónde puedo encontrarlos.
Saco mi cuaderno y hago un listado con los doce nombres de mis "objetivos" como los llamaré de ahora en adelante. Seguir diciendo "mis ex esto" y "mis ex aquello" me parece muy incómodo, me recuerda lo que son. Lo que fueron.
Esos doce nombres forman una lista que se ve muy larga. Cada uno con un presente del que yo no sé mucho. Cada uno con un pasado del que yo hice parte y que no siempre terminó muy bien. Tengo que empezar por el más sencillo de convencer: Héctor Ibarra.
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