1. Un reto al que debo decir "no"
Bailando, bailando...
Bailando, bailando...
Tu cuerpo y el mío, llenando el vacío
Subiendo y bajando...
No puedo dejar de mover mis caderas cuando escucho esa canción. ¡Simplemente es una genialidad!
Bueno, tal vez no «una genialidad», pero me hace sentir tan sensual... Y últimamente necesito sentirme así.
Los mojitos que corren por mis venas son como gasolina para el baile. Mis compañeras de universidad están regadas por todo el lugar, algunas bailando entre ellas, otras con completos desconocidos.
—Guau, ¡qué sensualidad! Te pareces a Betty la fea bailando —grita Miriam en mi oído para que pueda escucharla por encima de la música.
—¡Ja, ja, tan boba! —grito de vuelta, sin poder evitar bajarle a la intensidad de mis movimientos.
Aunque sé que solo lo dice por molestar —y que ese tipo de comentarios son su costumbre— hace que me intimide un poco y deje de disfrutar la canción.
—No te preocupes, amiga, seguro Álvaro no piensa eso. Ni Suárez, si a eso vamos.
¡Otra! Si no quería imaginarme a Betty bailando, ¡mucho menos quiero imaginarme a mi profesor panzón, calvo y con su crisis de los cuarenta pensando en mí de esa forma!
Laura lleva un buen tiempo infestando mi cabeza de cucarachas que dicen: «le gustas a Suárez», «fíjate en cómo te mira, definitivamente chorrea la baba por ti» y mensajes por el estilo.
Y pues me niego; me niego rotundamente a pensar ese tipo de cosas de un profesor... Bueno, a menos que el profesor sea como Gabriel Emerson, el de El infierno de Gabriel, pero Suárez está a treinta años luz de eso.
Una nueva canción resuena por toda la discoteca y Laura, Miriam, Liliana, Carolina y yo volvemos a nuestra mesa, donde una Tatiana muy emocionada nos reclama a los gritos por qué nos quedamos tanto tiempo en la pista.
Como si estuviéramos en una competencia de relevos, tan pronto llegamos a la mesa, ella va a unirse al resto de mis compañeras que aún están bailando en la pista. Una regla que nunca violamos es la de designar a una persona que se quede cuidando las bebidas y los bolsos mientras las demás bailan y se comen con la mirada y los pasos de baile a desconocidos para que les compren más tragos, tal como lo hace Paula en este momento.
Ya debería estar acostumbrada a que sea así de descarada, pero no puedo evitarlo; me sigue sorprendiendo su comportamiento, como si se me olvidara lo coqueta que es.
—Bueno, amiga, ¿y qué va a darte Álvaro de cumpleaños? —pregunta Lau muy cerca de mi oído, cuando nos hemos puesto ya cómodas en los asientos.
Tomo un sorbo de mi bebida antes de responder. Aunque al instante me doy cuenta de que en realidad no es mi bebida, pues el mojito no puede saber tan raro... «Oh, no, ¿nos habrán drogado?». ¿Con qué clase de hombre habrá entretenido Paula a Tatiana para que nos hayan llegado a envenenar las bebidas?
Volteo a ver a Lau y reacciono a tiempo para tumbarle su bebida de un manotazo; por nada del mundo permitiría que me la drogaran. Y este estado de supervivencia extrema me deja totalmente vulnerable a cualquier estímulo exterior, así que el grito de mi amiga me hace brincar en mi propia silla, y me asusta mientras tiro al suelo mi propia bebida.
—¡¿Qué haces, tonta?! —Mira su blusa buscando manchas y rebusca en la mesa, por si hay una servilleta medio decente con la que pueda secarse.
—¡Evitando que te droguen! Este mojito sabe rarísimo, creo que le echaron algo.
Antes de responder, mira el vaso que tengo en la mano y luego echa un rápido vistazo a la mesa.
—Pues claro que sabía raro, ¡era la cerveza de Miriam!
Me quedo atontada por un momento. ¿Qué clase de cerveza sabe tan horrible? Bueno, no es que yo sea una experta cervezóloga. De hecho, si la memoria no me falla, solo la he probado una vez, pero el recuerdo de su sabor no era para nada como el mejunje que acabo de echarle encima a mi amiga.
—Era cerveza de limón, por eso sabía raro —prosigue, como leyéndome el pensamiento—. Yo estoy tomando lo mismo.
—Ah, con razón. —Hago un puchero y bajo la voz para que se apiade de mí—. ¿Me perdonas?
—Solo porque pensabas que me estabas salvando la vida. Y pues me gusta que me protejas.
Le doy un abrazo y el olor a cerveza de limón me produce una pequeña arcada la cual lucho por contener.
El resto de mi grupo de amigas regresa a la mesa tan pronto termina la canción que bailaban. No sé si la palabra correcta sea «amigas», más bien debería catalogarlas como compañeras de clase; mi única amiga real es Laura. Por eso me sorprendieron tanto cuando se les ocurrió la idea de venir a bailar para celebrar mi cumpleaños. En cuatro años que llevábamos preparándonos para graduarnos como fotógrafas, nunca se les había ocurrido ni siquiera invitarme a un pan con gaseosa.
—¡Por los veintitrés de Scar! —grita Liliana levantando una copa casi vacía de su cóctel. Todas las demás la siguen, a excepción de Miriam, que busca con qué brindar.
Milagrosamente, yo encuentro la copa del mojito verdadero a tiempo y la levanto para brindar con las chicas.
—¡Esperen, esperen! ¿Alguien ha visto mi cerveza? ¡No brinden sin mí! —se queja Miriam.
Ay, qué pesar. La pobrecita ni se ha dado cuenta de que está parada sobre el charco de su preciado aunque asqueroso licor. Y que el mismo le está arruinando los preciosos zapatos de gamuza.
—Amiga, ese trago estaba vencido —le digo acercándome a ella y, motivada por una enorme culpa, le propongo—: Pero no te preocupes, voy a traerte uno nuevo, ya vengo.
Me levanto de mi puesto y atravieso la pista de baile, que nuevamente está abarrotada de gente. Un par de tipos me dicen algo al oído, pero paso entre su grupo, ignorándolos por completo. Jamás volvería a ligarme a alguien en un bar. Además, tengo novio.
—Una cerveza de limón, por favor —grito lo más fuerte que puedo, pues entre la barista y yo hay una enorme barra de distancia.
«Dios mío, ni el muro de Berlín era tan grueso. ¿Quién construyó esta barra? ¿Trump?»
Sin embargo, la chica de ojos claros y grandes me hace un gesto, confirmándome que entendió lo que le pedí, y empieza a agitar sus barrilitos, esos con los que prepara cócteles. Sirve otros tragos antes que el mío, entonces me recargo en la barra para esperarla.
—Mejor tráigale a la señorita un Manhattan. Yo invito —dice una voz que me suena muy familiar.
Y al girar la cabeza hacia un lado me doy cuenta del por qué. Suárez me guiña un ojo y se acerca demasiado a mi oído.
—Me dijeron que estaba de cumpleaños, señorita Alcalá. Felicidades.
—Gr... Gracias, profesor. —Su inesperada cercanía me hace sentir como si fuera un trozo de material radiactivo del que tengo que huir en seguida.
—¿Un Manhattan en vez de la cerveza, entonces? —pregunta la chica de la barra, sacándome de mis delirios pesadillescos.
—¡No, no, no! Solo la cerveza, gracias —le contesto, y luego me giro para hablar con el profesor—: Muchas gracias, Suárez, pero este trago no es para mí, sino para una de mis amigas, y... esta noche no estoy bebiendo.
—¿Quién celebra un cumpleaños a palo seco? Y dígame Abelardo, por favor.
Arrugo la cara de la impresión y casi suelto una carcajada. Jamás en los cuatro años que llevaba en la universidad había escuchado su nombre de pila. Pobrecito.
—¿Está seguro? ¿Abelardo?
Se queda mirándome como tratando de descifrar a qué se refiere mi pregunta.
—Pues digo... —continúo para explicarme antes de que pueda meterme en problemas por ofender a un profesor—, me siento más respetuosa llamándolo por su apellido. Aunque su nombre sea hermoso...
Suelta un suspiro y empieza a formar una sonrisa en sus labios. Ay, no. Creo que se me pasó la mano con eso de no hacerlo sentir mal.
El mojito que se supone que no estoy bebiendo hoy ya se me subió a la cabeza.
—Gracias, señorita. Muy amable de su parte.
La barista me entrega la cerveza y le indico que la anote en la cuenta de la mesa seis. Digo adiós al profesor, antes de que más barbaridades salgan de mi boca.
Cuando empiezo a caminar hacia mi mesa, siento que alguien me detiene por los hombros.
—Respeto que no esté bebiendo, pero me gustaría invitarla a comer por su cumpleaños. No todos los días una de mis mejores alumnas se encuentra celebrando una fecha tan especial.
No sé dónde meterme. Solo puedo pensar en ese filtro de Tik Tok que se activa cuando abres la boca, y que sincroniza lo que parece un grito con la canción Love me again de John Newman. Quiero gritar así tal cual.
—Ay, profe, me encantaría, pero voy a cenar con mi novio —enfatizo la última palabra para que entienda que no puedo ir por ahí cenando con profesores panzones y calvos, y que podrían ser mis papás.
—Ni siquiera le he dicho el día, Scarlett.
—Eh... Sí, es que... Nosotros cenamos todos los días juntos. Bueno, muchas gracias por su amabilidad, dejo de quitarle el tiempo. ¡Hasta luego!
Antes de darle la oportunidad de réplica, me zambullo en una multitud que se forma en la pista de baile cuando, curiosamente, empieza a sonar Love me again.
Logro llegar hasta mi mesa luego de vagar un rato.
—Hola, mama... sita, bienvenida —balbucea un muchacho que me pasa una bebida. La recibo y cuando estoy a punto de tomar el primer trago, algo en mí reacciona y doy una mirada más profunda a aquel personaje—. ¿Cómo... te llamas?
«Ay, no. ¿Este quién es?»
Ya estoy pensando en todo lo que voy a decirle a Paula por traer hombres a nuestra mesa, cuando siento unos brazos sobre mí y escucho la voz de Carolina.
—Amiga, te equivocaste de mesa. —Toma la bebida en mis manos y se disculpa con el muchacho balbuceante y otros hombres que se encuentran en la misma mesa.
Ya estoy tan mareada que perdí el poco sentido de orientación que me fue dado de nacimiento. De verdad que Abelardo debe ser un estúpido. ¿Cómo no se dio cuenta de todo lo que he bebido esta noche?
Un escalofrío recorre todo mi cuerpo al recordar aquel encuentro extraño. Todo su lenguaje corporal fue el de un viejito verde queriendo conseguirse su sugar baby, aunque con lo que gana de profesor no se consigue ni un sugar feto.
—¡Amiga! ¿Qué hacías en una mesa llena de hombres de dudosa reputación? Pensé que la facilona era Paula... —Carolina me regaña mientras nos acercamos a nuestra mesa. Nuestra verdadera mesa.
—Gracias por rescatarme —digo entre risas—. Ya me estaba imaginando vagando en este bar por años, como en la película Náufrago. Con una barba hasta el piso y todo.
—¡A ti no te sale barba! —Mi amiga suelta una sonora risa.
En la mesa están casi todas las chicas, bebiendo, riendo o bailando entre ellas muy cerca de la mesa. Le entrego la cerveza a Miriam y vuelvo a sentarme junto a Lau. Me divierte ver que tenemos encima varios ojos de caballeros sentados en las mesas cercanas.
No somos particularmente un grupo de reinas de belleza, pero hay tres o cuatro que son muy bonitas y atractivas. Y por ley de asociación, las menos agraciadas reciben también algo de atención residual. Y por menos agraciadas me refiero a Paula, que ha encontrado muchas formas para llamar la atención.
—Scar, ¿por qué te demoraste tanto? —pregunta Lau con una cara de aburrimiento que le cuesta mucho disimular—. Sabes que si no es por ti, yo ni hubiera venido.
—Ay, Lau, sí lo sé, pero a que no adivinas a quién me encontré. Y peor aún, quién me invitó a celebrar mi cumpleaños los dos solos... —Un escalofrío vuelve a recorrerme y me estremezco toda.
—¿A quién?
—A Suárez. —Se me escapa una mueca de asco—. Ah, y ¿sabías que se llama Abelardo?
Laura escupe el sorbo de cerveza que acababa de llevarse a su boca y afortunadamente no tiene a nadie al frente.
—¡¿Qué?! ¿Y cómo así que quería celebrar contigo a solas? Aaaahhhhhh. Espera... ¿En serio se llama Abelardo?
—¡Imagínate! Ahora no puedo dejar de pensar en el pájaro de Plaza Sésamo. —Ambas soltamos la carcajada, mientras las chicas empiezan a sentarse nuevamente en sus asientos para volver a sus cócteles y sus menjunjes horribles de cerveza de limón—. Amiga, pero eso sí, porfa, no le vayas a contar a ninguna de ellas lo que pasó; no quiero que este episodio tan desagradable se preste para malos entendidos...
Laura hace la mueca de cerrar su boca con candado y prometo que luego le contaré con detalles lo que pasó.
—Bueno, gorda, ¿Y tu novio dónde está? Pensé que nos acompañaría hoy —pregunta Tatiana.
—Tenía que trabajar —grito.
—¿Qué? Si Álvaro en su vida ha trabajado... —susurra Laura en mí oído.
—Sí, pero ellas no lo saben. —En cualquier caso, es más fácil que no me hagan más preguntas sobre él si creen que la razón por la que no está con nosotras es porque no puede, no porque no quiere.
—¿Es tu primer novio?
Lau y yo evitamos soltar una carcajada.
—No, ya he tenido otros.
—¿Guapos? —pregunta Miriam.
—Un poquito...
—¿Un poquito? Amiga, no seas modesta. Con los novios que esta ha tenido se podría hacer un calendario bien precioso... —comenta Lau, haciendo que me ponga roja.
Todas las chicas sueltan una carcajada y exigen que muestre fotos.
—¿Pero de dónde voy a sacar fotos ahora?
—¡De las redes sociales! —grita alguna emocionada.
—¡No! Tengo algo mejor... —exclama Lau y toma mi cartera. Saca mi billetera y les muestra a las demás un porta carnet que cargo siempre, donde guardo las fotos de cada uno de mis ex, entre fotos de mis padres y otros familiares cercanos. La cosa esa parece un álbum en miniatura.
Las chicas empiezan a rotarlo, y cada vez que una le muestra a otra, abren mucho los ojos y murmuran entre ellas. Al final, Liliana exclama en voz muy fuerte:
—¡Niña, pero qué catálogo de ex!
—Y yo que nada más he andado con puro gremlin... —asegura Tatiana y todas soltamos una fuerte risa.
—Ay, sí, Scarlett, ¿de verdad estos fueron novios tuyos? —El tono de Paula está cargado con un poco de... ¿envidia?
—¿Envidia o qué? ¿Acaso Scarlett no puede conquistar tipos bonitos? Ella no tiene que mentir ni abrir las piernas para conseguirlo...
El comentario de Lau me deja con los ojos muy abiertos, me sorprende la rabia con la que habla.
—Bueno, ya. —No me gustan las confrontaciones y menos en mi cumpleaños, por lo que trato de dar fin a una discusión antes de que empiece—. Sí. Ellos han sido novios míos en algún momento, pero ahora son pasado.
Le quito el porta fotos de la mano de Carolina y lo guardo en el bolsillo del pantalón.
—Y qué montón... Como que te ha rendido... —dice Paula chorreando veneno por todos lados—. Estás como joven para tener tanto prontuario...
—Es que empecé en el kinder —respondo harta de sus comentarios.
—Pues están guapísimos. Ahí tienes unas buenas opciones de venganza por si tu novio actual llega a hacerte una embarrada. —Tatiana cambia el tema y nuestras risas relajan mucho el ambiente.
—Ay, no. Lo ya comido, ya cagado. —Mis compañeras se ríen aún más fuerte ante mi comentario.
—Pues... Es que para llamar a un ex se necesita mucho valor. Apuesto a que tú no serías capaz —asegura Paula, tratando de sacarse la espinita.
Todas al unísono gritan—: Ohhhhhh. ¡Reto, reto, reto!
—Así es. Te reto a que llames a alguno de tus ex y le digas que lo extrañas. Delante de nosotras —continua Paula.
Por mi mente pasan muchas ideas. Me encantaría demostrarle a Paula lo valiente que puedo ser, y que mis novios me quisieron tanto que vendrían aquí si quisieran. Aunque esa parte no la sé, pero me encantaría demostrárselo.
Laura me agarra del brazo y me acerca a ella.
—No, no, no. No vinimos a retar a nadie, mucho menos a la cumpleañera. Mejor vamos todas a bailar y que Tatiana se quede cuidando la mesa.
—¿Otra vez yo? ¡Ay, no! —se queja la aludida.
—Ay, sí, porque tú eres la única que no perrea, así que... ¡comper!
Y a pesar de las quejas de Tati, nos vamos todas a aprovechar el reggaetón que suena para reírnos del perreo intenso de Liliana, que se cree una experta en twerking y por eso practica todos los días, cada vez que puede.
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