Sacrificio a la naturaleza:
Cuando vi los dientes de los caballos, mi esperanza descendió drásticamente.
Al aproximarme a la cerca me tapé la nariz con la camisa para tratar de evitar aquella fetidez. Un semental avanzó entre el estiércol, soltó un relincho agresivo y me mostró unos dientes afilados como los de un oso.
Intenté hablarle como hago con el resto de caballos:
"Hola"—saludé—. "Vengo a limpiar sus establos. ¿No te parece genial?
"¡Sí!"—dijo el caballo—. "¡Ven, que te como! ¡Sabroso mestizo!"
"¡Pero si soy hijo de Poseidón!"—protesté—. "Él creó a los caballos"
Esta declaración suele ganarme un trato de preferencia en el mundo equino, pero esta vez no funcionó.
"¡Sí!"—respondió el caballo, entusiasmado—. "¡Que venga Poseidón también! ¡Los comeremos a los dos! ¡Marisco rico!"
"¡Marisco!"—repitieron los demás caballos, mientras vadeaban por el estiércol.
Había moscas zumbando por todas partes y el calor exacerbaba el hedor. Tenía una buena idea de cómo superar aquel reto porque me había acordado de cómo lo había hecho Hércules. Él había canalizado un río hacia los establos y de ese modo había conseguido limpiarlos. Yo me veía capaz de controlar el agua, pero si no podía acercarme a los caballos sin ser devorado, no iba a resultarme tan fácil. El río discurría, además, por un punto de la colina más bajo y bastante más alejado de lo que yo creía: casi a un kilómetro. En fin, el problema de la caca parecía mucho más serio visto de cerca.
Agarré una pala oxidada y recogí un poco desde el borde de la cerca, sólo para probar. Fantástico. Ya sólo me faltaban cuatro mil millones de paletadas.
El sol empezaba a descender. Me quedaban apenas unas horas. Llegué a la conclusión de que el río era mi única esperanza. Al menos, me resultaría más fácil pensar a la orilla del río que al borde de aquel estanque apestoso. Empecé a bajar por la ladera.
Cuando llegué al río, me encontré a una chica esperándome. Llevaba téjanos y una camiseta verde, y el largo cabello castaño trenzado con hierbas. Tenía los brazos cruzados y una expresión muy ceñuda.
—¡Ah, no! ¡Ni hablar!—exclamó.
Me quedé mirándola.
—¿Eres una náyade?
Ella puso los ojos en blanco.
—¡Pues claro!
—Pero hablas inglés. Y estás fuera del agua.
—¿Qué creías? ¿Que no podemos comportarnos como los humanos si queremos?
Nunca se me había ocurrido pensarlo. Me sentí estúpido, sin embargo, era porque había visto muchas náyades por el campamento y ellas nunca pasaban de soltar risitas y de saludarme desde el fondo del lago de las canoas.
—Mira—le dije—, venía a pedir...
—Sé quién eres y lo que quieres. ¡Y la respuesta es no! No voy a permitir que se utilice otra vez mi río para limpiar ese establo asqueroso.
—Pero...
—Ahórrate las explicaciones, niño del mar. Las divinidades del océano siempre se creen mucho más importantes que un río insignificante, ¿no? Bueno, pues permíteme que te diga que esta náyade no se va a dejar mangonear sólo porque tu papaíto sea Poseidón. Esto es territorio de agua dulce, señor mío. El último tipo que me pidió este favor (era mucho más atractivo que tú, por cierto) consiguió convencerme y... ¡fue el peor error de mi vida! ¿Tienes idea del daño que le causa a mi ecosistema todo ese estiércol de caballo? ¿Me has tomado por una depuradora? Mis peces morirán. Nunca lograré limpiar la caca de mis plantas. Me quedaré enferma durante años. ¡¡No, gracias!!
Miré a Zoë, que se proyectaba a mi lado mirando compasivamente a la náyade.
—Una ninfa, seguramente descendiente de Océano, que cayó bajo los encantos de "la Gloria de Hera" y sigue resintiendo las consecuencias hasta día de hoy... ¿A quién me recordará?—dije.
Ella me dedicó una mirada asesina, pero prontamente bajó los ojos.
"Supongo que tienes razón..."
—¿De qué estás hablando?—preguntó la náyade, frunciendo el ceño.
—De una... amiga, supongo—respondí—. Hace mucho fue convencida por Heracles para ayudarle. No terminó demasiado bien.
Me senté en un tronco.
—Yo no soy cómo ese sujeto—prometí—. No te pediré hacer algo que no quieras. Y tampoco te forzaré a ello.
La náyade me miró, sorprendida.
—¿De veras?
—La forma de ser mejor que Heracles no es completando sus trabajos de forma más eficiente. Sino haciéndolo sin dañar a los demás como él. Así pues, ya que no usaré tu río, ¿no hay algún consejo que me puedas dar? Conoces estás tierras mejor que yo, seguramente conoces algún secreto que pueda utilizar a mi favor.
El río discurría gorgoteando alegremente. Una serpiente se deslizó por el agua y sumergió la cabeza. La náyade suspiró.
"Creo que diste en el clavo con ella"—murmuró Zoë.
"Lo hice contigo, ¿no es así?"
Su tono era apagado y triste, estaba recordando con nostalgia sus días como diosa del atardecer. La tome por la mano y le di un suave apretón para reconfortarla.
"Lo que pasó, pasó"—dije—. "Hay que seguir adelante. Vamos a completar los doce trabajos, no sólo las técnicas, sino también la labor literal, y lo haremos de la forma justa"
Ella asintió lentamente con la cabeza.
"La forma justa..."—dijo—. "Desearía tener las cosas tan claras como tú. De haber sido así, jamás hubiese ayudado a aquel hombre, y no me hubiese quedado sola por tanto tiempo antes de ser acogida por Artemisa..."
"Ahora eres parte de mí"—respondí—. "Nuestros corazones laten como uno mismo. Nunca más volverás a estar sola. Y yo tampoco"
"Gracias, Percy"
"Cuando quieras, Zo"
Levanté la mirada una vez más. La náyade había estado analizando mis palabras.
—Me has convencido—dijo finalmente—. Realmente eres distinto a lo que creí. Así que voy a revelarte este secreto, hijo del dios del mar. Recoge un poco de tierra.
—¿Qué?
—Ya me has oído.
Me agaché y recogí un puñado de tierra tejana. Era tierra negra y seca, salpicada con grumos diminutos de roca blanca... No, de otra cosa que no era roca.
—Son caparazones de molusco—dijo la náyade—. Caparazones petrificados. Hace millones de años, incluso antes de la era de los dioses, cuando sólo reinaban Gea y Urano, esta tierra se encontraba bajo el agua. Formaba parte del mar.
De pronto comprendí a qué se refería. Tenía en mi mano diminutos fragmentos de erizos de mar y de caparazones marinos de enorme antigüedad. Incluso en las rocas de piedra caliza se veían las marcas de las valvas de molusco que habían quedado incrustadas en su interior.
—De acuerdo—dije—. ¿Y de qué me sirve saberlo?
—Tú no eres tan diferente de mí, semidiós. Incluso cuando estoy fuera del agua, el agua se halla en mi interior. Es mi fuente de vida.—Retrocedió, metió los pies en el agua y sonrió—. Espero que encuentres el modo de rescatar a tus amigos.
Y, sin más, se convirtió en líquido y se disolvió en el río.
El sol rozaba las colinas cuando regresé a los establos. Alguien debía de haber venido a dar de comer a los caballos, porque estaban desgarrando a dentelladas la carroña de unos animales de enorme tamaño. No habría sabido decir de qué tipo de animal se trataba; de hecho, casi prefería no saberlo. Si aún era posible que los establos resultaran un poquito más repugnantes, aquellos caballos devorando carne cruda lo habían conseguido.
"¡Marisco!"—pensó uno al verme—. "¡Entra! Aún tenemos hambre."
¿Qué se suponía que debía hacer? No podía usar el río. Y el hecho de que aquel lugar hubiera estado bajo el mar un millón de años antes no me servía de mucho en ese momento. Miré los trocitos de caparazón calcificado que tenía aún en la palma de la mano y luego la montaña de excrementos. Frustrado, los tiré al suelo. Iba a dar la espalda a los caballos cuando oí un ruido.
¡Pffft!
Como un globo pinchado.
Bajé la vista hacia dónde había tirado los restos del caparazón. Un chorrito de agua brotaba entre la bosta.
—No puede ser—murmuré.
"Oh, definitivamente sí puede ser"—sonrió Zoë, animada.
Indeciso, me aproximé a la cerca.
—¡Crece!—le dije al chorro de agua.
¡PLASH!
El chorro ascendió casi un metro, como un surtidor, y continuó burbujeando. Era imposible, no podía ser. Sin embargo, allí estaba. Un par de caballos se acercaron a mirar. Uno de ellos puso la boca en el surtidor y retrocedió, asqueado.
"¡Argg!"—dijo—. "¡Es salada!"
"¡Agua de mar en mitad de un rancho de Texas!"—celebró Zoë.
"¿Cómo es eso posible?"—pregunté.
"Es cómo tu padre dice"—respondió—. "Lo que es del mar siempre vuelve al mar. De alguna forma trajiste el agua a travez de esos fósiles. ¡Hacedlo nuevamente!"
Recogí otro puñado de tierra y separé los fragmentos fósiles. No sabía muy bien lo que hacía, pero corrí alrededor del establo, arrojando trocitos de caparazón a aquellas montañas de excrementos. Allí donde aterrizaba el fósil, brotaba un chorro de agua.
"¡Basta!"—clamaban los caballos—. "¡Carne buena! ¡Baños malos!"
Entonces me di cuenta de que el agua no se desbordaba: no salía de los establos ni fluía colina abajo, como habría ocurrido en circunstancias normales. Se limitaba a borbotear alrededor de cada surtidor y se filtraba otra vez en la tierra, arrastrando de paso el estiércol. La caca de caballo parecía disolverse en el agua salada y en su lugar reaparecía la tierra humedecida.
—¡Más!—grité.
Entonces sentí una especie de tirón en las tripas y los chorros de agua empezaron a explotar por todas partes, como en el mayor túnel de lavado del mundo. El agua marina se elevaba propulsada a más de seis metros. Los caballos, enloquecidos de pavor, corrían de un lado para otro, mientras aquellos géiseres los rociaban desde todas direcciones. A su vez, las montañas de bosta iban disolviéndose como si fuesen de hielo.
Noté el tirón en las tripas con más intensidad, casi de un modo doloroso, pero al mismo tiempo me sentía eufórico viendo toda aquella agua salada. Aquello era obra mía. Había traído el océano hasta la colina.
"¡Basta, señor!"—gritó un caballo—. "¡Basta, por favor!"
Ahora el agua lo encharcaba todo. Los caballos estaban empapados y algunos enloquecían de pánico y resbalaban por el barro. El estiércol había desaparecido: toneladas enteras habían quedado disueltas y se las había tragado la tierra. El agua empezaba a empantanarse y a rebosar del establo, creando infinidad de torrentes que bajaban hacia el río.
—Detente—ordené al agua.
No ocurrió nada. El dolor en mis entrañas iba en aumento. Si no cortaba los géiseres enseguida, el agua salada llegaría al río y envenenaría las plantas.
—¡Detente!—repetí, concentrando toda mi energía en interrumpir la fuerza del mar.
Los géiseres cesaron de golpe y yo caí de rodillas, exhausto. Ante mis ojos tenía unos establos impolutos, un cercado de lodo húmedo y salado, y cincuenta caballos lavados tan a fondo que brillaban. Incluso los pedazos de carne que seguían comiendo habían quedado inmaculados.
"¡No te comeremos!"—clamaban los caballos—. "¡Por favor, señor! ¡Basta de baños salados!"
—Con una condición—dije—: que sólo coman lo que les den sus cuidadores. Nada de personas. ¡De lo contrario, volveré con más surtidores!
Los caballos relincharon y me hicieron un montón de promesas, asegurándome que en adelante se portarían cómo unos buenos caballitos carnívoros. Pero no me entretuve charlando. El sol se estaba poniendo. Di media vuelta y me dirigí a toda prisa al rancho.
Olí a barbacoa bastante antes de llegar, lo cual me hizo correr todavía más, porque a mí me encanta la barbacoa.
El patio estaba listo para celebrar una fiesta. Globos y serpentinas adornaban la verja. Gerión preparaba las hamburguesas en una barbacoa gigante hecha con un bidón de gasolina. Euritión ganduleaba junto a una mesa de picnic y se limpiaba las uñas con un cuchillo. El perro de dos cabezas husmeaba las costillas y las hamburguesas de la parrilla.
Entonces vi a mis amigos: Tyson, Grover, Annabeth y Nico estaban tirados en un rincón, atados como animales, con las muñecas y los tobillos juntos y una mordaza en la boca.
—¡Suéltelos!—grité, jadeando aún—. ¡He limpiado los establos!
Gerión se volvió. Llevaba un delantal en cada pecho con una palabra en cada uno, de manera que el conjunto decía: "BESA-AL-CHEF."
—¿Ah, sí? ¿Cómo lo ha logrado, señor Jackson?
Estaba perdiendo la paciencia, pero se lo expliqué.
Él asintió, admirado.
—Muy ingenioso. Habría sido mejor que hubiese envenenado a esa náyade latosa, pero no importa.
—Suelte a mis amigos—exigí—. Hemos hecho un trato.
—He estado pensando en ello. El problema es que, si los suelto, no me pagarán.
—¡Lo prometió!
Gerión chasqueó los labios.
—¿Acaso me lo hizo jurar por el río Estigio? ¿Verdad que no? Entonces aquí no ha pasado nada. Cuando se hacen negocios, hijo, es imprescindible un juramento de obligado cumplimiento.
Saqué la espada. Ortos gruñó. Una de sus cabezas se inclinó junto a la oreja de Grover y mostró los colmillos.
—Euritión—dijo Gerión—, este chico está empezando a molestarme. Mátalo.
Euritión me observó. Me preparé mentalmente para hacerle frente a él y su garrote.
—Mátelo usted mismo—replicó Euritión.
Gerión alzó las cejas.
—¿Cómo dices?
—Ya me ha oído—refunfuñó Euritión—. Usted me manda continuamente que le haga el trabajo sucio. No para de meterse en peleas sin motivo. Y ya me he cansado de morir por usted. Si quiere combatir con el chico, hágalo usted mismo.
Aquello era lo más impropio de Ares que le había oído decir a un hijo de Ares.
Gerión arrojó la espátula al suelo.
—¿Te atreves a desafiarme? ¡Debería despedirte ahora mismo!
—¿Y quién se ocuparía de su ganado? Ortos, ven aquí.
El perro dejó de gruñir a Grover en el acto y fue a sentarse a los pies del pastor.
—Muy bien—refunfuñó Gerión—. ¡Me ocuparé de ti cuando haya matado al chico!
Tomó dos cuchillos de trinchar y me los arrojó sin más. Desvié uno con la espada. El otro había ido a clavarse en la mesa de picnic, apenas a tres centímetros de la mano de Euritión.
Pasé enseguida al ataque. Gerión detuvo mi primer mandoble con unas tenazas al rojo vivo y me lanzó una estocada a la cara con un tenedor de barbacoa. Eludí su siguiente golpe y lo traspasé de parte a parte por su pecho central.
—¡Arggg!—Cayó de rodillas. Aguardé a que se desintegrara, tal como hacen todos los monstruos. Pero él me dirigió una mueca y se incorporó otra vez. La herida abierta en su delantal había empezado a cerrarse.
—Buen intento, hijo. La cuestión es que tengo tres corazones. La copia de seguridad perfecta.
Volcó la barbacoa, desparramando las brasas por todas partes. Una aterrizó junto a la cara de Annabeth, que soltó un gemido ahogado. Tyson tironeó de sus ataduras, pero ni siquiera toda su fuerza bastó para romper los nudos. Tenía que dar fin a aquella pelea antes de que mis amigos sufrieran algún daño.
Asesté una estocada a Gerión en el pecho izquierdo, pero él se rió. Le clavé la espada en el estómago derecho. Nada. Por su modo de reaccionar, parecía que no le estuviera dando tajos a él, sino a su osito de peluche.
Tres corazones. La copia de seguridad perfecta. Ensartarlos de uno en uno no servía de nada...
Tenía un problema de los grandes, por lo que usé la vieja táctica de dividirlo en problemas más pequeños.
Paso uno, alejar la pelea de mis amigos.
Corrí al interior de la casa.
—¡Cobarde!—gritó el gigante—. ¡Vuelve aquí y muere como un hombre!
Las paredes del salón estaban decoradas con espantosos trofeos de caza, como ciervos disecados y cabezas de dragón; también había un armario lleno de rifles, un juego de espadas cruzadas y un arco y un carcaj.
Gerión me había seguido y me lanzó el tenedor de la barbacoa, que se clavó con un chasquido en la pared, a pocos centímetros de mi cabeza. Luego sacó dos espadas de su soporte.
—¡Tu cabeza irá ahí, Jackson! ¡Al lado del oso pardo!
Miré al monstruo de frente.
—Reconozco a un buen cazador cuando lo veo—dije—. Pero en vista de como tratas a los animales de tu rancho, me atrevería a decir que tu respeto por las presas abatidas es nulo.
Mi ojo plateado refugió.
—Eso es algo que no puedo dejar pasar impunemente.
Salí del interior de la casa a travez de una puerta trasera. Ya estaba lejos de mis amigos y tenía espacio abierto, ahora podría luchar sin problemas.
El monstruo me sonrió.
—Te mostraré el mismo respeto que les di a esas alimañas—dijo—. Te mataré de forma lenta y dolorosa.
Se puso en guardia, alzando sus espadas gemelas, para acto seguido, y para mi sorpresa, desplegar un par de enormes alas desde su espalda.
"¡¿Esa cosa puede volar?!"—pregunté.
"Aparentemente... sí"—murmuró Zoë.
"Para ser el dios del mar, demasiados de los descendientes de mi padre tienen alas"—bufé.
"En eso estamos de acuerdo"
—Como dije, Jackson, son sólo negocios—dijo el gigante, apuntándome con sus armas—. Nada personal.
La criatura se carcajeó mientras yo me ponía en guardia, sosteniendo mi espada a dos manos.
—Crueldad animal, ¿eh?—se burló el monstruo—. ¿Qué tal si ahora me muestras lo cruel que puedes ser tú?
Batió las alas y se abalanzó sobre mí a toda velocidad. Interpuse mi espada y detuve su embate, forcejeando con el monstruo mientras era obligado a retroceder hacia atrás y mientras pies dejaban marcas en el suelo.
Apliqué más fuerza en mi agarré e hice girar mi espada, obligando a retroceder al gigante con una patada y abriendo su guardia de par en par.
—¡¿Qué demonios...?!
Sin perder el tiempo me lancé de frente, asestando una lluvia de golpes sobre su cuerpo. Mi lógica era simple, si tenía tres corazones era porque bombeaba tres veces más sangre, lo que significaba que se desangraría tres veces más rápido por sus heridas.
Tracé un arco descendente con mi espada, pero el se protegió al cubrirse con sus alas, como si de un escudo se tratase. De alguna forma logró repeler mi espada y al batirlas de golpe me mandó a volar de espaldas.
—Esa fuerza tuya no es humana—gruñó—. ¿Qué se supone que eres, niño?
Me puse de pie con un salto, buscando a toda prisa detener el siguiente golpe de mi oponente, quien se cernía sobre mí con sus dos espadas en alto.
Detuve a duras penas su doble arco descendente y respondí lanzando un golpe a su cuello, seguido de una decena más a su tronco.
El monstruo retrocedió y gruñó con dolor, pero no moría. Sus heridas se cerraban a toda velocidad, por lo que no tardé en desechar el plan de hacerle sangrar hasta la muerte.
La criatura movió sus alas a toda velocidad, dándome una bofetada con ellas que le hubiese arrancado la cabeza a un humano normal.
Caí de espaldas al suelo, giré sobre mí mismo y me repuse, alzando mi guardia nuevamente.
Gerión se lanzó de frente una vez más, sólo para que yo me le adelantase y le lanzara un golpe en la cara, por encima de la altura de los ojos.
El monstruo retrocedió con un salto y sacudió la cabeza. Sus orbes fueron cubiertos por una capa de sangre que entorpeció su visión.
Siguió atacando, balanceando todo su peso sobre sus espadas. Me limité a mantener mi posición y desviar sus golpes, buscando aperturas para responder en zonas donde no hubiese cortado ya.
El gigante acumuló energía potencial arqueando su espalda y luego la liberó con un devastador arco descendente. Evité el golpe lanzándome hacia atrás y traté de responder con mi propio golpe a la cabeza.
Gerión buscó protegerse una vez más con sus alas. Pero yo fui más rápido.
Corregí la trayectoria de mi golpe, pasando a cercenarle ambas alas con un giro.
El gigante lanzó un grito de dolor y retrocedió torpemente, tosiendo sangre por el daño interno acumulado y encorvado sobre el suelo. La espada de la mano izquierda se le había caído.
Sus ojos relucieron con odio mientras se volvía hacía mí.
—¡Te partiré en dos!
A una velocidad que debería resultar imposible para alguien tan grande se lanzó de frente, asestando un golpe tan potente que casi rompió y guardia.
Traté de retroceder, pero en un parpadeo el monstruo ya estaba otra vez sobre mí, habiendo cambiado completamente su ángulo de ataque. Me enfoqué en desviar sus golpes, pero cada vez estaban cargados de más fuerza.
No paso demasiado hasta que uno de sus múltiples ataques me sobrepasase, y caí al suelo de espaldas con una gran herida sangrante en el pecho.
Fue mi turno de atacar. Me reincorporé y me lancé contra el gigante, quien se las arreglo para detener cada uno de mis embates con su espada.
Traté de recordar cómo era que Hércules lo había vencido originalmente. Las dos principales versiones del mito diferían bastante la una de la otra.
En una de ellas, Gerión había logrado desarmarlo y sacarle ventaja en batalla gracias a su gran habilidad en batalla. No obstante, tras huir y ser perseguido, Hércules había logrado atravesar los tres corazones del monstruo con una sola de sus flechas, matándolo.
En la otra versión, Hércules se había limitado a desgarrar a la criatura con sus manos, separando sus tres cuerpos. Decidí que ese era el camino a tomar, en vista de mi terrible puntería con el arco.
Gerión lanzó un golpe ascendente, lo detuve con mi espada y aprovechando el impulso tracé mi propio arco. El monstruo lo bloqueó a duras penas y respondió con una estocada.
Retrocedí con un salto, desviando el golpe al mismo tiempo. Pero el gigante era rápido, y con un veloz movimiento abrió una nueva herida en mi pierna izquierda.
Mis sentidos entraron en alerta máxima. El sol se ponía en el horizonte. Pensé en aquel paraíso perdido donde reinaba un eterno ocaso, el jardín de las Hespérides, mientras los rayos dorados del glorioso atardecer se apagaban lentamente, tiñendo de rojo el mundo a mi alrededor.
Los animales, tanto en los corales como en libertad, lentamente se escondían en sus refugios, ocultándose entre las sombras, tratando de no ser vistos.
Una árida brisa soplaba a través de la ladera, y sobre mi cabeza volaban aves de rapiña, vigilando, observando.
La furia en mi interior crecía más y más a cada segundo con el simple hecho de pensar en como aquel monstruo que respondía al nombre de Gerión se hacía rico a expensas del dolor y la muerte de todo aquel, hombre o animal, que tuviese el infortunio de acabar en su asqueroso rancho.
Un sentimiento puro y ardiente se encendió en mi pecho, y me horrorizó el reconocerlo, era la misma sensación que había experimentado al asesinar a la Mantícora el invierno pasado: una ira primitiva y asesina.
Traté de encontrar paz en mí mismo, de tranquilizarme y enfriar el cerebro, pero una parte de mi cerebro parecía estar susurrándome al oido: "No hay necesidad de contenerse. No hay necesidad de ser rápidos"
El mundo a mi alrededor comenzó a ralentizarse. El viento se movía despacio, podía sentir mi piel ardiendo como fuego. Me sentía como un buitre, esperando a ver que se pudría, buscando una criatura ya muerta a mis ojos de la cual alimentar mi hambre de violencia.
Todo el sacrificio de la naturaleza que Gerión perpetuaba, ese maltrato y violencia, habían despertado a ese odio e ira.
Mi mente estaba nublada, no pensaba racionalmente, únicamente deseaba infligir más dolor, luchar con más crueldad, hacer pagar al gigante por sus pecados.
El viento sopló, y con un enérgico ataque, le arranqué la espada de las manos a mi enemigo.
El sol se puso, pero las imágenes del atardecer seguían grabadas a fuego en mi memoria.
Derribé a Gerión con una envestida, y mientras estaba en el suelo, comencé a cortarlo y apuñalarlo una y otra vez, disfrutando de sus gritos y gruñidos de dolor. Deseaba ver cómo su prepotencia, petulancia y sentimiento de superioridad se desvanecían, dejando lugar al miedo, pero eso jamás pasó.
Con una patada, el gigante me mandó a volar. Y sin demasiada dificultad se volvió a poner en pie.
—¡No es suficiente, Jackson!—se burló—. ¡No puedes matarme!
Intentó volver a atacar, pero bloqueé su embate y respondí con una lluvia de golpes, uno tras otro.
Me pareció oír vagamente la voz de Zoë, rogándome que me detuviese, pero se percibía tan distante y confusa que ni siquiera le di importancia.
Gerión atacó. Yo ataqué.
Me barrí por el suelo, esquivando su golpe y reincorporándome a sus espaldas. Para acto seguido sujetarlo por ambos lados, aferrándome a sus cuerpos laterales y enterrando mis dedos entre su carne.
Luego, haciendo acopió de toda mi fuerza hercúlea tiré violentamente de él, partiéndolo en pedazos con un grito de esfuerzo.
Gerión rugió de dolor hasta quedar mudo, sus ojos finalmente brillaban con terror.
—¿Q-qué... qué demonios eres?—preguntó débilmente, mientras empezaba a desmoronarse.
No le di respuesta alguna, me limité a observarlo con repulsión hasta que lo único que quedó de él fueron tres delantales y un par de enormes botas de vaquero.
Tardé varios segundos en poder reaccionar, y sólo lo hice gracias a la voz de Zoë en mi cabeza.
"¿Qué demonios acaba de pasar?"
Miré los restos del monstruo y respiré entrecortadamente.
"N-no... no lo sé"—murmuré—. "Yo... Gerión... simplemente no sé. Lo que le hacía a los animales..."
"Perdiste el control"—dijo Zoë—. "Jamás creí que tú, de entre todas las personas, podrías..."
"Lo sé"—suspiré—. "No volverá a pasar. No puede volver a pasar"
"Percy, esto es serio. Si llegases a perder control de esta forma otra vez..."
—¡Qué no volverá a pasar!—grité.
Ella se manifestó frente a mí, mirándome seriamente a los ojos.
"No puedes sólo ver un problema y fingir que se solucionará por sí mismo"
—Déjame sólo—pedí—. Necesito tiempo con mis pensamientos.
Sus ojos reflejaban una profunda tristeza mientras su figura se desvanecía en el aire.
Desaté a mis amigos sin que Euritión intentara detenerme. Luego avivé las brasas de la barbacoa y arrojé la comida a las llamas, en ofrenda a Artemis.
—He matado a alguien que deshonraba tu dominio sobre la caza y las bestias—dije—. Espero que puedas ayudar a que las almas de estos animales encuentren un descanso apropiado. Y... quizá quieras decirle a Apolo que sus vacas sagradas estaban siendo usadas como carne de hamburguesa.
A lo lejos retumbó un trueno, así que supuse que, o la comida debía de oler especialmente bien, o que la diosa estaba especialmente molesta.
—¡Bravo, Percy!—me felicitó Tyson.
—¿Ahora podemos atar al pastor?—preguntó Nico.
—¡Sí!—dijo Grover—. ¡Ese perro por poco me mata!
Miré a Euritión, que seguía sentado tan tranquilo junto a la mesa de picnic. Ortos tenía sus dos cabezas apoyadas en las rodillas del pastor.
—¿Cuánto tiempo tardará Gerión en volver a formarse?—le pregunté.
Euritión se encogió de hombros.
—¿Cientos de años, tal vez? Él no es de esos reformistas ultrarrápidos, gracias a los dioses. Me has hecho un favor.
—Antes has dicho que ya habías muerto por él otras veces—recordé—. ¿Cómo es eso?
—Llevo miles de años trabajando para ese mal bicho. Empecé como un mestizo normal, pero escogí la inmortalidad cuando mi padre me la ofreció. El peor error de mi vida. Ahora estoy atrapado en este rancho. No puedo irme ni dimitir. He de cuidar las vacas y enfrentarme a los enemigos de Gerión. Es como si estuviéramos ligados el uno al otro.
—Quizá puedas cambiar las cosas—sugerí.
Euritión me miró entornando los ojos.
—¿Cómo?
—Trata bien a los animales. Cuídalos. Deja de venderlos para ganarte la vida. Y no hagas más tratos con los titanes.
Euritión reflexionó.
—Estaría bien.
—Consigue que los animales se pongan de tu parte y ellos te ayudarán. Y cuando vuelva Gerión, quizá sea él quien tenga que ponerse a trabajar para ti.
Euritión sonrió de oreja a oreja.
—Eso tampoco me molestaría.
—¿No tratarás de impedir que nos vayamos?
—No, qué va.
Annabeth se frotó sus muñecas magulladas. Aún miraba con suspicacia a Euritión.
—Tu jefe ha dicho que alguien había pagado para garantizar nuestro paso sin problemas. Dime quién.
El pastor se encogió de hombros.
—Quizá lo haya dicho para engañaros.
—¿Y los titanes?—le pregunté—. ¿Ya les has enviado un mensaje Iris sobre Nico?
—No. Gerión pensaba hacerlo después de la barbacoa. Ellos no saben nada sobre el chico.
Nico me miraba con odio. No sabía qué hacer con él. Dudaba mucho de que quisiera venir con nosotros. Pero, por otro lado, no podía dejar que siguiera vagando por su cuenta sin rumbo fijo.
—Tal vez podrías quedarte en el rancho hasta que terminemos nuestra búsqueda—propuse—. Aquí estarías a salvo.
—¡¿A salvo?!—gritó Nico—. ¡¿A ti qué puede importarte?! ¡Dejaste que mataran a mi hermana!
Golpeé el suelo, enfurecido.
—¡¿Otra vez con eso?!—respondí, perdiendo la paciencia—. ¡Sí, ella murió! ¡Sí, fue mi culpa! ¡¿Qué más quieres de mí?! ¡Su perdida me atormenta todas las malditas noches! ¡¡Todos los días la veo siendo asesinada frente a mis ojos por Luke!! ¡¡Y yo soy incapaz de hacer algo al respecto!!
Nico retrocedió, intimidado.
Suspiré, recuperando la compostura.
—Necesito... que me digas algo—murmuré—. ¿Conociste a un hombre de cabello plateado que cargaba una lanza de dos puntas?
Me miró sorprendido.
—¿C-cómo lo...?
—Te estuvo aconsejando, ¿no es así?
Él asintió.
—Me protegió de los monstruos en el campamento—reconoció—. Y me acompañó por el Laberinto hasta que llegamos al inframundo.
Alcé una ceja.
—¿Qué sucedió entonces?
Parpadeó para contener las lágrimas.
—Me dijo que tenía un asunto que atender con mi padre—explicó—. Me pidió que lo esperara. Pero yo ya estaba harto de sus sermones y sus palabras. Quería hablarme de algo, mencionaba sin parar a sus hermanos, pero yo no le hacía caso. Y cuando me dejó sólo, escapé.
Analicé sus palabras con detenimiento. Hades, rey de Helheim, seguía allí, en alguna parte, y tenía que encontrarlo pronto.
—Gerión no mentía cuando dijo que Crono desearía capturarte—intervino Annabeth con delicadeza—. Si supiera quién eres, haría cualquier cosa para que te pusieras de su lado.
—Yo no estoy del lado de nadie—respondió—. ¡Y no tengo miedo!
—Deberías—le dijo Annabeth—. Tu hermana no querría...
—¡Si te importara mi hermana, me ayudarías a recuperarla!
—¿Un alma por otra alma?—apunté.
—¡Sí!
—¿Qué clase de alma?
—¡Te dije que no es tu asunto!—comenzó a temblar de ira e impotencia—. ¡Y seré yo quien la haga volver!
—Bianca no querría que la trajesen de vuelta—dije—. No así, por lo menos.
—¡Tú ni siquiera la conocías!—gritó—. ¿Cómo puedes saber lo que habría querido?
Contemplé las llamas de la barbacoa. Pensé en uno de los versos de la profecía: "Te elevarás o caerás de la mano del rey de los fantasmas." Ese rey tenía que ser Minos. Debía convencer a Nico para que no volviera a hacerle caso.
—Preguntémosle a Bianca—aventuré.
El cielo pareció oscurecerse de golpe.
—Ya lo he intentado—dijo Nico con tristeza—. No responde.
—Pruébalo otra vez. Tengo el presentimiento de que contestará si estoy yo presente.
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Porque no ha parado de enviarme mensajes Iris—declaré, repentinamente convencido de ello—. Ha intentado advertirme sobre lo que te proponías para que pudiera protegerte.
Nico meneó la cabeza.
—Eso es imposible.
—Sólo hay un modo de averiguarlo. Has dicho que no tenías miedo.—Me volví hacia Euritión—. Necesitamos un hoyo, como una tumba. Y comida y bebida.
—Percy—me advirtió Annabeth—, no creo que sea buena...
—De acuerdo—dijo Nico—. Lo intentaré.
Euritión se rascó la barba.
—Podríamos usar un agujero que hemos cavado ahí atrás para el depósito de la fosa séptica. Niño cíclope, trae la nevera portátil de la cocina. Espero que a los muertos les guste la cerveza de raíces.
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