La Espada de Hades:
Pasar la navidad en el Inframundo no fue mi idea. Si hubiera sabido lo que se avecinaba, me habrían llamado loco. Podía haber evitado un ejército de demonios, luchar contra un titán, luchar contra un demonio aún más grande y un plan que casi nos lleva a mí y a mis amigos a una oscuridad eterna.
Pero no, tenía que ir a mi estúpido examen de inglés.
Así que allí estaba yo, en el último día del semestre de invierno en Goode High School, sentado en el auditorio con todos mis compañeros intentando finalizar mi redacción de No-lo-he-leído-pero-hago-como-que-sí sobre Historia de dos ciudades, cuando la Señorita O'Leary apareció en el escenario, ladrando como una loca.
Y créanme, es difícil no notar cuando tu mascota peluda del tamaño de una grúa, con colmillos afilados, garras de acero y ojos rojos brillantes irrumpe en tu examen. Es muy dulce, pero normalmente se queda en el Campamento Mestizo, por lo que me sorprendió bastante verla correteando encima de los árboles de navidad, los elfos de Santa Claus y el resto del decorado de Navidad.
Todo el mundo alzó la vista. Me temía que fuesen a echar a correr a las salidas, pero en su lugar comenzaron a soltar carcajadas. Una pareja de chicas dijo:
—¡Oh, qué hermoso!
Nuestro profesor de inglés, el doctor Tura (no estoy bromeando, es su nombre de verdad), se ajustó los lentes y frunció el ceño.
—De acuerdo—dijo—. ¿De qué es el caniche?
Suspiré aliviado. Gracias a los dioses por la Niebla. Pero, vale que la Señorita O'Leary me había dado la patita muchas veces, pero de ahí a confundirla con un caniche... eso no se podía quedar así.
Chasqueé los dedos, haciendo un pequeño truco con la Niebla.
—¿Caniche?—pregunté, fingiendo confusión—. No ve que es un... eh...
Me quedé en blanco. Admito no saber demasiado sobre rasas de perros, por lo que no se me ocurrió alguna que le hiciese justicia a su tamaño y carácter.
"Boyero de Berna"—sugirió Zoë.
"¿Qué?"
"Es una raza de perro, se ajusta a lo que buscas"
—Eh... es un Boyero de Berna.
Los ojos del profesor se pusieron vidriosos un momento antes de volver a la normalidad.
—Ah, sí, claro. ¿Es suyo, señor Jackson?
Asentí con la cabeza.
—¡Lo siento! Debe de haberme seguido.
Alguien detrás de mí empezó a silbar "Mary tiene un corderito" y más chicos empezaron a reírse.
—¡Suficiente!—espetó el señor Tura—. Percy Jackson, esto es un examen final. No se puede tener a un perro en...
—¡ROF!—la Señorita O'Leary resonó por todo el auditorio.
Agitó la cola, tumbando algunos elfos más. Entonces se apoyó en sus patas delanteras y me miró como si quisiese que la siguiera.
—La sacaré de aquí, doctor Tura—le prometí—. Igualmente, ya terminé.
Cerré mi cuaderno de exámenes y corrí al escenario. La Señorita O'Leary dio un salto hasta la puerta y la seguí.
—A todo esto—murmuré—. ¿Tú has leído Historia de dos ciudades?
"Por supuesto"—respondió Zoë.
—¡¿Y por qué demonios no me ayudaste?!
"Soy tu espada, no tu audiolibro"—bufó—. "Si a ti no te importan tus clases, a mi menos"
—Oye, en mi defensa, moriré en unos seis meses—dije—. ¿Qué más da reprobar uno o dos años?
"Jamás fui a una escuela mortal, no podría interesarme menos"
—¿Y qué cosa sí te interesa?
"No lo sé, quizá... la razón de que tu Mastín del Infierno haya venido a buscarte hasta Nueva York"
—Okey... tienes razón en eso.
"Como siempre"
La Señorita O'Leary corrió hacia el este por la 81ª hacia el río.
—¡Afloja un poco!—le grité—. ¿A dónde me llevas?
Algunos transeúntes me miraron mal, pero esto era Nueva York, por lo que un chico persiguiendo un perro gigante seguramente no era lo más raro que hubieran visto.
La Señorita O'Leary me sacó bastante ventaja. Se giraba de vez en cuando a ladrarme como si dijera: "¡Muévete, tortuga!" Corrió tres manzanas más hacia el norte y se metió por el parque Carl Schurz. Cuando la alcance, estaba apoyada en un valla metálica y desapareció en un jardín con arbustos cubiertos de nieve.
—Oh, vamos—me quejé. No había alcanzado a tomar mi abrigo en la escuela, y el frío me estaba matando, pero escalé la valla y caí entre los arbustos congelados.
Al otro lado del claro, una medie hectárea de hierba helada con árboles desnudos. La Señorita O'Leary olisqueaba el aire, agitando la cola de un lado a otro. No vi nada extraño. Delante de mí, el East River y su color metálico usual corrían en silencio. Unas blancas columnas de humo salían de Queens y detrás de mí, el Upper East Side se alzaba silencioso y frío.
No estaba seguro de por qué, pero me recorrió un escalofrío. Saqué mi bolígrafo y lo destapé, de inmediato creció hasta convertirse en mi espada de plata, Contracorriente, con su hoja brillando ligeramente a la luz invernal. La Señorita O'Leary levantó la cabeza. Sus fosas nasales se abrieron.
—¿Qué sucede, chica?—susurré.
Los arbustos se movieron y un ciervo dorado irrumpió en el claro. Y cuando digo dorado, no me refiero a amarillo. Aquella cosa tenía la piel y los cuernos metálicos, tanto que parecía tener unos catorce quilates. Brillaba en un aura de luz celestial, haciéndolo tan brillante que costaba mirarlo directamente. Era probablemente el animal más hermoso que había visto en mi vida.
Reconocí a la criatura gracias a los recuerdos de Hércules: La Cierva de Cerinea, el animal sagrado de Artemis.
La Señorita O'Leary se relamió como si estuviera pensando: "¡Hamburguesas de ciervo!" Y entonces los arbustos se removieron de nuevo y una figura encapuchada vestida con una parca apareció en el claro, con una flecha cargada en su arco.
Por un segundo pensé que se trataría de la propia Artemis, pero casi de inmediato me di cuenta de que no era así.
La chica me apuntó y entonces se quedó quieta.
—¿Percy?—se quitó la capucha. Su cabello negro era más largo de lo que recordaba, pero reconocí aquellos ojos azules brillantes y la tiara plateada que la marcaba como la primer lugarteniente de Artemis.
—¡Thalia!—exclamé—. ¿Qué haces por aquí?
—Seguir al ciervo dorado—dijo, como si fuera obvio—. Es un animal sagrado de Artemisa. Supuse que sería algún tipo de señal. Y... eh...—señaló con la cabeza a la Señorita O'Leary—. ¿Me puedes decir qué está pasando aquí?
—Es mi mascota... ¡Señorita O'Leary, no!
Mi perra estaba olisqueando al ciervo y básicamente no respetaba su espacio personal. El animal sagrado golpeó al mastín en el hocico. Al instante, ambos comenzaron a jugar a un tú-la-llevas por el claro.
—Percy...—Thalia frunció el ceño—. Esto no puede ser una coincidencia. ¿Tú y yo acabando en el mismo lugar en el mismo momento?
Tenía razón. Los semidioses no teníamos coincidencias. Thalia era una buena amiga, pero no la había visto desde hacía un año, y ahora, de repente, estábamos allí.
—Algún dios nos metió en esto—supuse.
—Probablemente.
—Me alegro de verte, de todas formas.
Me dedicó una amplia sonrisa.
—Sí. Salgamos de aquí, vamos. Te invito una hamburguesa con queso. ¿Cómo está Annabeth?
Hice una mueca, aún era un tema delicado, pero antes de poder responder, una nube tapó el sol. La cierva brilló y desapareció, dejando a la Señorita O'Leary ladrando a un montón de hojas.
Preparé mi espada. Thalia alzó su arco. Instintivamente nos pusimos espalda contra espalda. Un rastro de oscuridad pasó por cerca del claro y un chico salió de ella como si estuviera dando un paseo, aterrizando en la hierba cerca de nosotros.
—Au...—murmuró. Se limpió su chaqueta de aviador. Tenía unos doce años, con el cabello oscuro, tejanos, una camiseta negra y un anillo plateado con una calavera en su mano derecha. Una espada colgaba de su cinturón.
—¿Nico?—dije.
Los ojos de Thalia se abrieron.
—¿El hermano pequeño de Bianca?
Nico la miró frunciendo el ceño. Dudaba que a él le gustase ser conocido como "el hermano pequeño de Bianca". Especialmente considerando que la muerte de su hermana le seguía siendo un tema delicado.
—¿Por qué me trajeron aquí?—gruñó—. Hace un minuto estaba en un cementerio de Nueva Orleans. Al siguiente... ¿me encuentro en Nueva York? ¿Qué en el nombre de Hades estoy haciendo en Nueva York?
—No te hemos traído aquí—le prometí—. Nos han...—me recorrió otro escalofrío—... reunido. A los tres.
—¿De qué estás hablando?—preguntó Nico.
—Los tres hijos de los Tres Grandes—expliqué—. Zeus, Poseidón y Hades.
Thalia respiró profundamente.
—La profecía. ¿No creerás que Crono...?
No acabó la frase. Todos sabíamos que la guerra se acercaba. Durante años, Crono había tratado de manipularnos por separado. Ahora... ¿podría estar planeando todo aquello?
El suelo retumbó. Nico alzó su propia espada de Hierro Estigio. La Señorita O'Leary se giró hacia nosotros y empezó a ladrar, alarmada. Me di cuenta demasiado tarde de que intentaba advertirme.
El suelo se abrió bajo nuestros pies y caímos a la oscuridad.
Esperé que cayéramos para siempre, o ser aplastados hasta quedar reducidos a tortillas de semidiós cuando llegásemos al fondo. Pero lo siguiente que supe fue que Thalia, Nico y yo estábamos de pie en un jardín, todos aún gritando por el pánico, lo que me hizo sentir estúpido.
—¡¿Pero qué...?! ¿Dónde estamos?—preguntó Thalia.
El jardín era oscuro. Hileras de flores plateadas brillaban débilmente, reflejándose en las gemas que estaban plantadas al lado de los parterres: diamantes, zafiros y rubíes del tamaño de pelotas de futbol. Los árboles se alzaban sobre nosotros, con sus ramas cubiertas de frutas naranjas y aromáticas. El aire era frío y húmedo, pero no como el del invierno neoyorquino. Como el de una cueva.
—Ya he estado antes aquí...—dije.
Nico arrancó una granada de un árbol.
—El jardín de mi madrastra, Perséfone—puso mala cara y tiró la fruta—. No coman nada.
No necesitó decírmelo dos veces. Un bocado en el Inframundo y nunca seríamos capaces de salir.
—Miren—nos advirtió Thalia.
Me giré y advertí como estaba apuntando su arco a una mujer alta con vestido blanco. Lo primero que pensé fue que la mujer era un fantasma. Su vestido se arremolinaba a su alrededor como si fuera humo. Su oscuro cabello largo flotaba y se giraba ingrávido. Su cara era hermosa, pero pálida, como un cadáver.
Entonces me di cuenta de que su vestido no era blanco. Estaba hecho de todo tipo de colores cambiantes, flores rojas, azules, amarillas, etc, cosidas en la tela, pero extrañamente difuminadas. Sus ojos eran iguales, multicolores pero descoloridos, como si el Inframundo hubiera absorbido su fuerza vital. Tuve la sensación de que en el mundo exterior podría ser hasta hermosa, incluso radiante.
—Soy Perséfone—dijo, su voz era dulce y fina como un papel—. Bienvenidos, semidioses.
Nico aplastó la granada bajo su bota.
—¿Bienvenido? Después de la última vez no sé cómo te atreves a darme la bienvenida.
Me removí, inquieto. Hablarle de esa forma a un dios normalmente sólo conseguía que te convirtiese en un montón de polvo.
—Eh... Nico.
—No pasa nada—dijo Perséfone, fríamente—. Tuvimos una ligera disputa familiar.
—¡¿Disputa familiar?!—gritó Nico—. ¡Me convertiste en un diente de león!
Perséfone ignoró a su hijastro.
—Cómo decía, semidioses, os doy la bienvenida a mi jardín.
Thalia bajó el arco.
—¿Tú enviaste al ciervo dorado?
—Y a la sombra que atrapó a Nico—admitió la diosa—. Y al mastín del infierno.
—¿Controlaste a la señorita O'Leary?—pregunté.
Perséfone se encogió de hombros.
—Es una criatura del Inframundo, Percy Jackson. Simplemente planté una sugerencia en su mente de que sería divertido llevarte al parque. Era necesario reunirlos a los tres.
—¿Por qué?—pregunté.
Perséfone me miró y me sentí como si unas pequeñas flores frías estuvieran creciendo en mi estómago.
—El señor Hades tiene un problema—dijo—. Y si sabéis lo que os conviene, le ayudaréis.
Nos sentamos en una terraza con vistas al jardín oscuro. Las criadas de Perséfone nos trajeron comida y bebida, aunque ninguno de nosotros las tocamos. Las criadas podrían haber sido guapas de no ser porque estaban muertas. Vestían vestidos amarillos, con coronas de margaritas y flores de abeto en sus cabezas. Tenían los ojos hundidos y hablaban con si fueran murciélagos de la fruta, emitiendo sonidos inaudibles.
Perséfone se sentó en su trono de plata y nos estudió.
—Si estuviéramos en primavera, sería capaz de daros la bienvenida de una mejor forma. Pero de todas formas, en invierno esto es lo mejor que puedo hacer.
Sonaba amargada. Después de todos aquellos milenios, supongo que seguía resentida de vivir medio año en el Érebo. Parecía tan blanquecina y tan fuera de lugar como una fotografía antigua de la primavera.
Se giró hacia mí como si pudiera leer mis pensamientos.
—Hades es mi marido y mi señor, jovencito. Haría cualquier cosa por él.
—No lo dudo, señora—me disculpe—. Pero, y corríjame si me equivoco, lo que la molesta no es el estar con él, sino el tener que hacerlo aquí abajo.
La diosa asintió con la cabeza.
—Lo has entendido bien, Percy Jackson—dijo—. Y me parece que es a ti a quien debo agradecer por su reciente cambio de apariencia y actitud. Pero antes necesito vuestra ayuda y rápido. Concierne a la espada del señor Hades.
Nico frunció el ceño.
—Mi padre no tiene ninguna espada. En batalla usa un bastón y su Yelmo de la Oscuridad.
—No tenía ninguna espada—le corrigió Perséfone.
Thalia se incorporó.
—¿Está forjando una nueva arma? ¿Sin el permiso de Zeus?
La diosa de la primavera señaló hacia la mesa. Por encima de ésta, una imagen parpadeó: unos herreros esqueléticos dirigidos por el viejo Dédalo trabajaban en una forja con llamas de color negro, usaban martillos con formas de calaveras metálicas golpeando un metal del tamaño de una hoja de espada.
—Una nueva Titanomaquia se avecina—dijo Perséfone—. Mi señor Hades necesita estar listo.
—¡Pero Zeus y Poseidón jamás permitirían a Hades forjar una nueva arma celestial!—protestó Thalia—. Desequilibraría su acuerdo de compartir poderes.
Perséfone negó con la cabeza.
—¿Te refieres a que haría de Hades su igual? Créeme, hija de Zeus, el Señor de los Muertos no tiene nada que envidiar a sus hermanos. Sabe que nunca lo entenderían, de todas formas, eso es por lo que ha forjado la espada en secreto.
La imagen de la mesa cambió. Un herrero zombie alzó la hoja, que seguía brillando de calor. Había algo en su extremo... no era una gema... era como...
—¿Es eso una llave?—pregunté.
Nico hizo un sonido sordo.
—¿Las Llaves de Hades?
—Esperen—dijo Thalia—. ¿Qué son las Llaves de Hades?
La cara de Nico palideció aún más que la de su madrastra.
—Hades tiene un manojo de llaves doradas que pueden atar o desatar la muerte. Al menos... esa es la leyenda.
—Es cierta—confirmó Perséfone.
—¿Cómo puedes atar o desatar la muerte?—pregunté.
—Las llaves tienen el poder de encerrar un alma en el Érebo—explicó Perséfone—. O de liberarla.
Nico tragó saliva.
—Si una de esas llaves ha sido fundida en la espada...
—El portador puede resucitar a los muertos—dijo Perséfone—, o matar a cualquier vivo von el mero toque de la hoja, sin siquiera la necesidad de cortar u herir.
Todos nos callamos. La fuente oscura borboteaba en la esquina. Las criadas flotaban a nuestro alrededor, ofreciéndonos bandejas de frutas y dulces que nos mantendrían en el Inframundo para siempre.
—Es un arma aterradora—dije, al fin.
—Haría a Hades imparable—coincidió Thalia.
—Así que ya veis—dijo Perséfone—, es por eso por lo que tenéis que ayudar a devolverla.
Me la quedé mirando.
—¿Has dicho que la devolvamos?
Los ojos de Perséfone eran hermosos y mortales, como las flores venenosas.
—La hoja fue robada cuando estaba a punto de ser terminada. No sé cómo, pero sospecho de un semidiós, algún sirviente de Crono. Si la hoja cae en las manos del titán...
Thalia se puso de pie con un salto.
—¡¿Permitieron que la hoja fuera robada?! ¡¿Sabes lo estúpido que fue eso?! ¡En estos mismos momentos es posible que Crono la tenga!
Las flechas de Thalia se convirtieron en unas rosas alargadas y su arco se derritió hasta convertirse en una viña de madreselva con flores blancas y doradas.
—Ten cuidado, cazadora—le advirtió Perséfone—. Puede que tu padre sea Zeus, y puede que seas la lugarteniente de Artemisa, pero no puedes hablarme con tal falta de respeto en mi palacio.
Thalia apretó los dientes.
—Devuélveme... mi... arco.
Perséfone movió la mano. El arco y las flechas volvieron a la normalidad.
—Ahora, siéntate y escucha. La espada aún no ha podido haber abandonado el Inframundo. El señor Hades ha usado sus llaves restantes para aislar su reino. Nada puede entrar ni salir hasta que encuentre su espada, y está usando todo su poder para localizar al ladrón.
Thalia se sentó a regañadientes.
—¿Entonces, para qué nos quieres?
—La búsqueda de la hoja no puede darse a conocer—dijo la diosa—. Hemos cerrado el reino, pero no hemos anunciado por qué, ni por qué los sirvientes de Hades están siendo usados para la búsqueda. No deben saber que la hoja existe hasta que esté acabada. De hecho, no pueden saber que ha desaparecido siquiera.
—Si creyeran que Hades está en problemas, le habrían desertar—supuso Nico—. Y entonces se uniría a los titanes.
—No lo haría—intervine—. Pero, comprendo que los olímpicos puedan creerlo. Ellos no tienen a mi tío en muy alta estima que digamos.
Perséfone no respondió, pero parecía nerviosa.
—El ladrón debe ser un semidiós. Ningún inmortal puede robar el arma de otro inmortal de forma directa. Incluso Crono tiene que regirse por las leyes antiguas. Tiene un paladín aquí abajo, en algún lugar. Y para atrapar a un semidiós, hacen falta tres.
—¿Por qué nosotros?—dije.
—Sois los hijos de los tres dioses mayores—dijo Perséfone—. ¿Quién podría combatir contra vuestro poder combinado? Además, cuando le devolváis la espada a Hades, enviareis un mensaje al Olimpo. Zeus y Poseidón no protestarán contra la nueva arma de Hades si es entregada a él por sus propios hijos. Eso demostraré que confiáis en Hades.
—Pero yo no confió en él—dijo Thalia.
—Quizá, pero yo sí—intervine—. Lo que me lleva a la siguiente pregunta. ¿Por qué Hades no acudió a mí directamente? Sabe que puede contar conmigo cuando precise de un héroe para alguna misión.
La reina de los muertos alzó una ceja.
—¿Creéis que hablaría contigo directamente después de cómo salió su último encargo?
Hice una mueca, recordando por millonésima vez la muerte de Bianca di Angelo.
—Touché...
Nico miraba a la mesa. Sus dedos daban golpecitos en la hoja de Hierro Estigio.
—También deseo ayudar—dijo—. Es mi pare de quién hablamos.
—Oh, de ninguna manera—protestó Thalia—. ¡No pueden creer que esto sea una buena idea!
—¿Prefieres que caiga en manos de Crono?—cuestionamos Nico y yo a la vez.
No había forma de refutar a ello.
—El tiempo es oro—dijo Perséfone—. El ladrón quizá tenga aliados en el Inframundo y esté buscando una salida.
Fruncí el ceño.
Creía que el reino estaba cerrado.
—Ninguna prisión es hermética, ni siquiera el Érebo. Las almas siempre están encontrando nuevas formas de escapar antes de que Hades pueda atraparles. Debéis conseguir el arma antes de que abandone nuestro reino, o todo estará perdido.
—Aunque quisiera—dijo Thalia—, ¿cómo podríamos encontrar al ladrón?
Una planta en un tiesto apareció en la mesa: un clavel amarillo enfermizo con unas pocas hojas verdes. La flor se removía hacia los lados, como si intentara encontrar el sol.
—Esto os guiará—dijo la diosa.
—¿Un clavel mágico?—pregunté.
—La flor siempre mira hacia el ladrón. Cuanto más cerca de escapar esté vuestra presa, más pétalos le caerán—como en respuesta, un pétalo amarillo se volvió gris y cayó hacia el suelo—. Si todos los pétalos le caen, la flor morirá. Esto significará que el ladrón ha llegado a la salida y que habéis fracasado.
Miré a Thalía. No parecía muy entusiasmada sobre lo de perseguir a un ladrón con una flor. Entonces miré a Nico y reconocí la expresión en su cara: deseaba hacer que su padre se enorgulleciera de él.
—Vamos a hacer esto, Thalia, vengas o no—le dije—. Pero siendo franco, preferiría que vinieses. Tengo... un par de cosas que me gustaría contarte.
Ella vaciló por un momento.
—Una condición—le dijo a Perséfone—. Hades deberá jurar sobre el río Estigio que nunca usará esta espada contra los dioses.
La reina de los muertos se encogió de hombros.
—No soy el señor Hades, pero puedo aseguraros que os lo prometerá, como pago por vuestra ayuda.
Otro pétalo cayó del clavel.
Me giré hacia Thalía.
—¿Sujeto la flor mientras rastreas al ladrón?
Ella suspiró.
—Bueno, vamos a atrapar a ese estúpido.
El Inframundo no estaba que digamos, con el espíritu navideño. Mientras bajábamos del palacio hacia los Campos de Asfódelo, parecía bastante igual a mi última visita, igual de deprimente. Hierba amarilla y chopos que crecían hasta el infinito. Las sombras (almas) se mezclaban sin rumbo por las colinas, viniendo de ningún lugar, yendo hacia ningún lugar, chocándose entre ellos mientras intentaban recordar quiénes eran en sus vidas pasadas. Por encima de nosotros, el techo de la caverna brillaba con oscuridad, por paradójico que suene.
Tomé el clavel, que me hizo sentir bastante estúpido. Nico nos guiaba ya que su espada podía hacerse camino entre las masas de los muertos. Thalia no dejaba de refunfuñar diciendo que quién la mandaba a meterse en una misión con dos chicos.
"Aprendió rápido"—sonrió Zoë.
"Ya lo creo"—murmuré yo.
—¿Perséfone siempre está igual de tensa?—pregunté.
Con un movimiento de su espada, Nico hizo retroceder a un par de fantasmas.
—Siempre que yo estoy cerca. Me odia.
—¿Entonces por qué te incluyó en la misión?
—Probablemente haya sido idea de mi padre—sonaba como si quisiera que fuese cierto, pero no estaba seguro.
Me seguía pareciendo extraño que Hades no nos hubiese dado la misión en persona, incluso tras lo de Bianca. Si esa espada era tan importante para él, ¿por qué había dejado que Perséfone nos lo explicara todo? Normalmente le gustaba tratar en persona con los semidioses.
Nico nos guío recto. No importaba cuan poblados estuviesen los campos, (y si has estado en Times Square la noche de fin de año, te harás una idea), pues todos se apartaban al pasar cerca de Nico y su espada.
—Se lleva bien con las masas de zombies—admitió Thalia—. Creo que le dejaré ir delante la próxima vez que vaya de compras al centro comercial.
Agarró fuertemente su arco, como si temiese que volviera a convertirse en una tira de madreselva. No parecía mayor que el año pasado y entonces, de repente, me acordé de que nunca sería mayor porque era una cazadora. Eso significaba que yo era mayor que ella. Qué mal rollo.
—Así que...—dije—, ¿cómo te está tratando la inmortalidad?
Puso los ojos en blanco.
—No es inmortalidad total, Percy. Lo sabes. Podemos seguir muriendo en combate. Es sólo que... nunca crecemos o enfermamos, por lo que vivimos para siempre, asumiendo que no nos hacen rodajas los monstruos.
—Y eso es siempre un problema.
—Siempre—miró a su alrededor, y me di cuenta de que estaba mirando las caras de los muertos.
—Si estás buscando a Bianca—dije en voz baja, para que Nico no pudiera escucharme—, debe de estar en el Elíseo. Murió como una heroína.
—Lo sé—me espetó. Entonces se detuvo—. No es eso, Percy. Es que... no importa.
Un sentimiento frío me recorrió. Recordé la muerte de la madre de Thalia por un accidente de coche hacía un par de años. Nunca habían estado muy unidas, pero ella no había tenido la oportunidad de despedirse. Si la sombra de su madre estaba dando vueltas por allí... era normal que estuviera tan sobresaltada.
—Lo siento—dije—. No estaba pensando.
Nuestras miradas se cruzaron, y tuve la sensación de que lo había entendido. Su expresión se relajó.
—Está bien. Salgamos de aquí.
Otro pétalo cayó del clavel mientras caminábamos.
No era muy divertido ver cómo el clavel apuntaba hacia los Campos de Castigo.
Esperaba que fuera hacia el Elíseo para que pudiéramos hablar con gente guapa y divertida, pero no. A la flor parecía gustarle la parte más violenta y cruel del Inframundo.
Saltamos un río de lava y seguimos nuestro camino a través de horribles torturas. No las describiré porque perderían por completo el apetito, pero me habría gustado llevar unos tapones de oídos para no escuchar los gritos y la música de los 80.
El clavel giró su cuerpo hacia una colina a nuestra izquierda.
—Ahí arriba—dije.
Thalia y Nico se detuvieron. Estaban cubiertos de hollín de haber cruzado la zona de Castigos. Yo probablemente estaría igual o peor.
Un fuerte sonido chirriante venía del otro lado de la colina, como si alguien estuviera arrastrando una lavadora. Entonces la colina se retumbó con un "¡BUM! ¡BUM! ¡BUM!" y un hombre soltó maldiciones. Thalia miró a Nico.
—¿Es quién yo creo?
—Eso me temo—respondió Nico—. El experto número uno en engañar a la Muerte.
Antes de que pudiera preguntar qué significaba, nos llevó a lo alto de la colina. El tipo al otro lado no era guapo, y no estaba feliz. Parecía una de esas muñecas trolls con la piel naranja, barriga, piernas y brazos escuálidos y un gran pañal/taparrabos alrededor de su cintura. Su cabello andrajoso estaba de punta como una antorcha. Iba dando vueltas, maldiciendo y pateando una piedra que era como dos veces más grande que él.
—¡No lo haré!—gritó—. ¡No, no y no!—entonces comenzó a decir un puñado de palabras malsonantes en distintos idiomas. Si hubiera tenido cerca uno de esos botes en los que metes cinco centavos por cada palabrota que dices, podría haberme hecho rico.
Comenzó a alejarse de la piedra, pero después de haberse alejado tres metros, se tambaleó hacia atrás, como si una fuerza invisible le hubiera empujado. Volvió arrastrando los pies hacia la piedra y comenzó a darse golpes con la cabeza contra ella.
—¡De acuerdo!—gritó—¡De acuerdo, maldito seas!—se rascó la cabeza y murmuró algunos insultos más—. Pero esta es la última vez. ¿Me oís?
Nico nos miró.
—Vamos. Mientras esté intentándolo.
Fuimos hacia él.
—¡Sísifo!—le llamó Nico.
El tipo troll levantó la vista, sorprendido. Entonces se escondió detrás de su roca.
—¡Oh, no! ¡No me vais a engañar con esos disfraces! ¡Sé que sois las Erineas!
—No somos las Erineas—dije—. Sólo queremos hablar.
—¡Largaos!—gritó—. Las flores no lo harán mucho mejor. ¡Es demasiado tarde para disculparse!
—Mira—dijo Thalia—, sólo queremos...
—¡LALALALALA! —gritó—. ¡Habla chucho, que no te escucho!
Le perseguimos alrededor de la piedra hasta que finalmente, Thalia, que era la más rápida, agarró al anciano por el pelo.
—¡Detente!—gritó— ¡Tengo rocas que mover! ¡Rocas que mover!
—Te moveré la roca yo misma—se ofreció Thalia—. Sólo cállate y deja hablar a mis amigos.
Sísifo dejó de resistirse.
—¿Tú...? ¿Tú moverás mi roca?
—Es mejor que mirarte—Thalia me miró—. Sé rápido.
Entonces giró a Sísifo hacia nosotros. Puso su hombro contra la roca y comenzó a empujarla lentamente hacia arriba. Sísifo me frunció el ceño, desconfiadamente. Me dio un pellizco en la nariz.
—¡Au!—me quejé.
—Así que no eres una furia de verdad—dijo, sorprendido—. ¿Para qué es la flor?
—Estamos buscando a alguien—dije—, y esta flor nos lleva hacia él.
—¡Perséfone!—escupió en el suelo—. Es uno de sus aparatejos, ¿no?—se apoyó hacia atrás, y su espalda crujió como la de un tipo que lleva una eternidad arrastrando piedras—. Una vez la engañé, ya sabes. Los engañé a todos.
Miré a Nico.
—¿Traducción?
—Sísifo engañó la muerte—explicó Nico—. Primero encadenó a Tánatos, el segador de almas, para que nadie pudiera morir. Entonces cuando Tánatos fue liberado y estuvo a punto de matarlo, Sísifo le dijo a su mujer que no hiciera los rituales funerarios correctos para que no pudiera descansar en paz. Aquí, Sisito, ¿puedo llamarte Sisito?
—¡No!
—Sisito engañó a Perséfone diciéndole que le dejara volver al mundo de los vivos para despedirse de su mujer. Y no volvió.
El anciano rió.
—¡Seguí vivo treinta años más hasta que finalmente me encontraron!
Thalia estaba a mitad de colina. Apretaba los dientes, empujando la piedra con su espalda. Su expresión decía: "¡Dense prisa!"
—¿Así que este fue tu castigo?—le dije a Sísifo—. Cargar con una piedra por una colina para siempre. ¿Valió la pena?
—¡Es un trabajo temporal!—gritó él—. Escaparé muy pronto de aquí, y cuando lo haga lo lamentarán.
—¿Cómo podrías escapar del Inframundo?—preguntó Nico—. Está cerrado, ya sabes.
Sísifo sonrió maliciosamente.
—Eso fue lo que dijo el otro.
Mi estómago dio un vuelco.
—¿Alguien te ha pedido consejo?
—Un jovencito muy enfadado—repitió Sísifo—. No muy educado. Me puso una espada en mi garganta. No se ofreció a cargar con mi piedra.
—¿Qué le dijiste?—preguntó Nico—. ¿Quién era?
Sísifo se masajeó los hombros. Miró a Thalia, que estaba a punto de llegar a la cima de la colina. Su cara estaba roja y nadaba en sudor.
—Oh... es difícil decir—murmuró Sísifo—. Nunca le había visto antes. Cargaba un paquete en una tela negra. ¿Esquíes, quizás? ¿Un trineo? Quizá si esperáis aquí, pueda ir a buscarle...
—¿Qué le dijiste?—insistí.
—No me acuerdo.
Nico alzó su espada. El Hierro Estigio estaba tan frio que humeaba con el seco aire de los Campos de Castigo.
—Recuérdalo, ahora.
El anciano parpadeó.
—¿Qué tipo de persona lleva una espada como esa?
—Un hijo de Hades—dijo Nico—. ¡Ahora respóndeme!
La cara de Sísifo empalideció.
—¡Le dije que fuera a hablar con Melínoe! Siempre tiene una forma de salir.
Nico bajó su espada. Hubiera podido adivinar que el nombre de Melínoe le molestó.
—De acuerdo. ¿Cómo era el semidiós?
—Eh... tenía una nariz—dijo Sísifo—. Una boca y un ojo y...
—¿Un ojo?—le interrumpí—. ¿Uno solo? ¿Llevaba un parche?
—Oh... quizás—dijo Sísifo—. Tenía pelo en su cabeza. Y...—tosió y miró por encima de mi hombro—. ¡Mirad! ¡Ahí está!
Nos apresuramos en seguir la dirección de su mirada. Tan pronto como nos hubimos girado, Sísifo echó a correr.
—¡Soy libre! ¡Soy libre! ¡Soy...AGG!—a tres metros de la colina, llegó al final de su cadena invisible y cayó de espaldas. Nico y yo le agarramos por los brazos y le trajimos de nuevo a la colina.
—¡Malditos seais!—se soltó diciendo palabrotas en griego antiguo, latín, inglés, francés y muchas otras lenguas que no reconocí—. ¡Nunca os ayudaré! ¡Iros al Hades!
—De hecho, ya estamos ahí—murmuró Nico.
—¡Roca va!—gritó Thalia.
Miré hacia arriba y me habría gustado a mí también soltar un par de palabrotas. La roca rodaba directamente hacia nosotros. Nico saltó hacia un lado, yo hacia el otro. Sísifo gritó: "¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!" mientras la roca iba directa hacia él. De alguna manera la consiguió detener antes de que le pasar por encima. Supongo que tendría mucha práctica.
—¡Cogedla de nuevo!—suplicó—. Por favor. Aguantádmela.
—No de nuevo—tosió Thalia—. Estás solo.
Nos dedicó unas cuantas palabras mal sonantes más. Estaba claro que no nos iba a volver a ayudar, por lo que le dejamos con su castigo.
—La cueva de Melínoe está por aquí—dijo Nico.
—Si el ladrón solo tiene un ojo—dije—, podría ser Ethan Nakamura, hijo de Némesis. Él es uno de los que liberaron a Crono.
—Me acuerdo—asintió Nico, sombrío—. Pero si vamos a tener que tratar con Melínoe, tenemos problemas mayores. Vamos.
Mientras nos alejábamos, Sísifo volvía a gritar:
—¡De acuerdo! ¡Pero ésta es la última vez! ¿Me oís? ¡La última!
Thalia se estremeció.
—¿Estás bien?—le pregunté.
—Supongo...—vaciló—. Percy, lo que me da miedo es que cuando llegué a la cima, creía que lo tenía. Pensé: "esto no es tan difícil. Puedo mantenerla aquí". Y mientras la roca rodaba hacia abajo, me tentó volverlo a intentar. Creí que podría hacerlo una segunda vez.
Miró hacia atrás con nostalgia.
—Vamos—le dije—. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor.
Caminamos durante lo que me pareció una eternidad. Tres pétalos más cayeron del clavel, lo que significaba que estábamos oficialmente medio muertos. La flor seguía señalando hacia una cadena de colinas grises con picos, como si fueran unos dientes, por lo que avanzamos con dificultad hacia aquella dirección por encima de piedra volcánica lisa.
—Un bonito día para un paseo—gruñó Thalia—. Las cazadoras deben de estar festejando en un lindo claro de algún bosque ahora mismo.
Me pregunté qué estaría haciendo mi familia. Mi madre y mi padrastro, Paul, estarían preocupados de que no volviera a casa del colegio, pero no era la primera vez que pasaba. Adivinarían que estaría en alguna misión. Mi madre estaría dando vueltas por el comedor, preguntándose si podría volver para desenvolver mis regalos.
—Así que... ¿quién es la tal Melínoe?—pregunté, intentando alejar de mi mente mi casa.
—Es una historia muy larga—dijo Nico—. Muy larga y de miedo.
Estaba a punto de preguntar qué había querido decir con aquello cuando Thalia se agachó:
—¡Armas!
Alcé a Contracorriente. Estaba seguro de que no parecía muy aterrador con un clavel en la otra mano, por lo que lo dejé en el suelo. Nico alzó su espada. Nos pusimos espalda contra espalda contra espalda. Thalia cargó una flecha.
—¿Qué es?—susurré.
Fuese lo que fuese, estaba escuchando. Sus ojos se abrieron. Una docena de demonios se materializó a nuestro alrededor. Eran medio mujer y medio murciélago. Sus caras eran peludas con hocicos de perro, con colmillos y ojos saltones. Un pelaje enmarañado grisáceo y una armadura mal puesta cubría sus cuerpos. Tenían los brazos escuálidos con garras en vez de manos, alas de cuero que les salían de sus espaldas y tenían unas piernas regordetas y arqueadas. Habrían parecido graciosas de no ser por el brillo asesino de sus ojos.
—Keres—dijo Nico.
—¿Qué?
—Espíritus de los campos de batalla. Se alimentan de la muerte violenta.
—Oh, maravilloso—dijo Thalia.
—¡Retrocedan1—les ordenó Nico a los demonios—. ¡El hijo de Hades se los ordena!
Las Keres sisearon. Sus bocas echaban espuma. Miraron con aprensión nuestras armas, pero tuve la sensación de que las Keres no estaban demasiado impresionadas con las órdenes de Nico.
—Muy pronto Hades será vencido—gruñó una de ellas—. ¡Nuestro nuevo maestro nos dará rienda suelta!
Nico parpadeó.
—¿Nuevo maestro?
La demonio líder embistió. Nico estaba tan sorprendido que pudo haber muerto en el acto, pero Thalia disparó una flecha con punta plateada y acertó justo en la cara del monstruo, haciendo que la criatura se desintegrase.
Las demás atacaron. Thalia dejó su arco en el suelo y sacó sus cuchillos. Yo ataqué mientras la espada de Nico pasaba silbando por encima de mi cabeza, cortando a una demonio por la mitad. Despedacé y corté a tres o cuatro Keres que revoloteaban a mi alrededor, pero no dejaban de llegar más.
—¡Jápeto os destruirá!—gritó una.
—¿Quién?—pregunté. Entonces la partí en dos con mi espada.
Nota personal: si vaporizas a un monstruo, no responderá a tus preguntas.
"Es mi abuelo"—murmuró Zoë, con tono sombrío.
—¿Qué?
"Jápeto, es un titán"—me explicó—. "El padre de Atlas"
—Ah...
Nico trazó un arco con su espada. Su hoja negra absorbió sus esencias como una aspiradora, y cuantos más demonios destruía, más frío se volvía el aire a su alrededor. Thalia clavó uno de sus cuchillos en la espalda de un demonio, lo empujó de lado y se chocó contra otro, destruyéndolos a los dos, y con el impulso, clavó el otro cuchillo en otro demonio sin siquiera girarse.
—¡Muere dolorosamente, mortal!—antes de que pudiese alzar mi defensa, las garras de un demonio me perforaron el hombro.
Su hubiese llevado armadura, no habría tenido ningún problema, pero seguía usando el uniforme escolar. Las garras de la criatura desgarraron mi camiseta y abrieron una herida en mi hombro. Todo mi lado izquierdo pareció explotar en dolor.
Nico le pegó una patada al monstruo y me lo quitó de encima. Apoyé una rodilla en el suelo y apreté los dientes, era una sensación terrible, pero tras tantos años cargando con la Marca de Hércules, ya no significaba nada.
Volví a atacar junto con mis primos, y no pasó mucho tiempo antes de que la batalla terminase. Thalia y Nico corrieron a mi lado.
—¿Estás bien, Percy?—preguntó Thalia, con una voz temblorosa que me indicaba que mi herida era realmente mala.
—He estado peor—respondí.
Nico me tocó y se me escapó una maldición.
—¡Oye!
—Es néctar—dijo—. Te estoy poniendo néctar.
Había destapado una botella de líquido dorado y lo vertía sobre mi hombro, el dolor cesó inmediatamente.
Me ayudaron a vendar mi herida y Thalia me ofreció algo de ambrosía. Nico se agachó a mi lado y recogió el clavel del suelo, el cual tenía sólo cinco pétalos restantes.
—Los Keres volverán—advirtió, mirando mi hombro con preocupación—. Esa herida... los Keres son espíritus de la muerte, como de la violencia. Podemos ralentizar la infección, pero más adelante necesitaras una curación seria. Me refiero al poder de un dios. De otra forma...
No acabó la frase.
—Estaré bien—me reincorporé, sintiendo algo de nauseas.
—Poco a poco—me dijo Thalia—. Necesitas descansar antes de poder moverte.
—Agradesco tu preocupación, de verdad—dije—. Pero a diario lidio con dolores peores que una pequeña apuñalada.
—El Éxodo de Hércules no te consume lentamente hasta matarte—respondió.
—Eh... de hecho lo hace.
Nico bufó.
—Quizá, pero el Éxodo sólo avanza cuando tú eliges que avance. La infección de los Keres te matará en unas horas si no recibes ayuda.
—Entonces no hay tiempo que perder—miré el clavel—. Una de los demonios nombró a Jápeto, el padre de Atlas.
Thalia asintió, inquieta.
—Es uno de los hermanos de Crono. Se le conoce como el Titán del Oeste. Su nombre significa "despedazador porque es lo que le gusta hacerle a sus enemigos. Fue enviado al Tártaro, junto con sus hermanos. Se supone que debe seguir allí abajo.
—¿Pero la Espada de Hades no podía desatar a la muerte?—pregunté.
—Entonces, quizás—dijo Nico—, también pueda convocar a los encerrados en el Tártaro. No podemos permitir que lo intenten.
—Seguimos sin saber quiénes son "ellos"—señaló Thalia.
—El semidiós trabajando para Crono—dije—, seguramente sea Ethan Nakamura. Y está comenzando a reclutar algunos de los subalternos de Hades para su causa, como los Keres. Las demonios creen que si Crono gana la guerra, conseguirán más caos y maldad del trato.
—Y probablemente así sea—asintió Nico—. Mi padre intenta mantener un equilibrio. Reina sobre los más violentos espíritus. Si Crono nombra a uno de sus hermanos como el nuevo señor del Infraundo...
—Como al tal Jápeto—dije.
—Entonces el Érebo entrará en caos—murmuró Nico—. Y eso le gustaría bastante a los Keres y a Melínoe.
—Sigues sin decirnos qué es esa Melínoe.
Nico se mordió el labio.
—Es la diosa de los fantasmas, una de las sirvientas de mi padre. Supervisa a los muertos sin descanso que habitan la tierra. Cada noche se alza del Inframundo a aterrorizar a los mortales.
—¿Tiene su propia vía a la superficie?
Nico asintió.
—Dudo que esté bloqueada. Normalmente, nadie pensaría siquiera en pasearse por su cueva. Pero si este ladrón semidiós es lo suficientemente valiente como para hacer un trato con ella...
—Podría volver a la tierra—añadió Thalia—. Y darle la espada a Crono.
—Quien la usaría para devolver a la vida a sus hermanos del Tártaro—supuse—. Y estaríamos en problemas.
Empecé a caminar, pero Thalia me detuvo.
—Percy—dijo—, no estás en condiciones...
—Tengo que estarlo—miré cómo otro pétalo caía del clavel. Cuatro antes de la hora final—. Dame la planta. Tenemos que encontrar la cueva de Melínoe.
Mientras caminábamos, intentaba pensar en cosas positivas: mis jugadores favoritos de baloncesto, mi última conversación con Artemis, qué haría mi madre para la cena de Navidad, en todo menos en el como se me escapaba poco a poco la vitalidad. Aún así, era como si un tigre me estuviera mordiendo lentamente el hombro. Me maldije a mí mismo por haber bajado la guardia. Nunca deberían haberme herido. Ahora Thalia y Nico estarían preocupados por salvar trasero durante toda la misión. Estaba tan ocupado lamentándome que ni siquiera oí el rugido del fluir del agua hasta que Nico dijo:
—Oh-oh.
A unos quince metros de nosotros, un río oscuro corría entre la roca volcánica. Había visto el Estigio, y este no era el mismo río. Era más estrecho y rápido. El agua era negra como la tinta. Incluso la espuma era negra. La otra ribera estaba a diez metros, demasiado lejos para saltar y no había ningún puente.
—El río Lete—Nico maldijo en griego antiguo—. Nunca lo conseguiremos.
La flor señalaba hacia el otro lado, hacia una montaña brillante y un camino que llevaba a una cueva. Por detrás de las montañas, las paredes negras del Inframundo crecían como un cielo oscuro de granito. Nunca había considerado de que el Érebo tuviera un final, pero ese parecía serlo.
—Tiene que haber una forma de cruzarlo—dijo.
Thalia se arrodilló junto a la ribera.
—¡Cuidado!—dijo Nico—. Este es el río del Olvido. Si te toca una sola gota, olvidarás quién eres.
Thalia retrocedió.
—Conozco este lugar. Luke me habló una vez de él. Las almas vienen aquí si escogen renacer, por lo que se olvidan por completo de sus vidas pasadas.
Nico asintió.
—Nada en el agua y tu mente será completamente borrada. Serás como un bebé recién nacido.
Thalia estudió la otra ribera.
—Podría disparar una flecha a través, quizá anclarla entre esas rocas.
—¿Y confiar en una una cuerda que ni siquiera estará atada para sostener nuestro peso?—preguntó Nico.
Ella frunció el ceño.
—Tienes razón. Funciona en las películas, pero... no... ¿Podrías convocar gente muerta para ayudarnos?
—Podría, pero aparecerían en mi lado del río. El agua fluyendo actúa de barrera contra los muertos. No pueden cruzarlo.
Me estremecí.
—¿Qué tipo de regla estúpida es esa?
—Eh, que yo no la he dictado—estudió mi cara—. Tienes un aspecto terrible, Percy. Deberías sentarte.
—No puedo, me necesitáis para esto.
—¿Para qué?—preguntó Thalia—. Literalmente se te está escapando el alma.
—Verán, sucede que... ¡Abrazo sorpresa!
Verán, cuando dije que el río era demasiado largo para saltar, me refería a que era demasiado largo para que una persona normal lo saltase.
Yo no era una persona normal.
Me aferré a mis dos amigos y di un salto aprovechando mi fuerza hercúlea. Salimos catapultados más de diez metros y aterrizamos sanos y salvos del otro lado.
Los dejé ir, sonriendo de oreja a oreja.
—¿Qué tal?
—No vuelvas a hacer eso—siseó Thalia.
—Nunca más—estuvo de acuerdo Nico.
Me crucé de brazos.
—Se dice "gracias", malditos puercos malagradecidos.
La montaña brilló por encima de nosotros. Una estela de polvo guiaba unos cien metros hasta una cueva en la falda de la elevación. El camino estaba marcado con huesos humanos para acrecentar esa incómoda sensación a muerte.
—No me gusta esto—murmuró Thalia, abandonando su anterior ira.
El clavel señalaba hacia la cueva. La flor ahora tenía dos pétalos, como las orejitas tristes de un conejo.
—Eso es tétrico—dije—. ¿Cómo es esa diosa de los fantasmas?
A forma de respuesta, un siseó resonó por las montañas. Una neblina blanca salió de la cueva como si alguien hubiese encendido un ventilador. En la niebla, una imagen apareció: una mujer alta con cabello rubio despeinado. Vestía un albornoz rosa y tenía una copa de vino en la mano. Su rostro era rudo y desafiante. Podía ver a través de ella, por lo que sabía que era algún tipo de espíritu, pero su voz sonó muy real.
—Así que has vuelto—gruñó—. ¡Bueno! ¡Demasiado tarde!
Miré a Nico y le susurré:
—¿Melínoe?
Él no respondió. Se quedó congelado, mirando al espíritu.
Thalia bajó su arco.
—¿Madre?—sus ojos se llenaron de lágrimas. De repente parecía tener siete años.
El espíritu lanzó su copa de vino al suelo y esta desapareció entre la niebla.
—Correcto, niña. Condenada a andar por la tierra, ¡y por tu culpa! ¿Dónde estabas cuando morí? ¿Por qué huiste cuando te necesitaba?
—Yo... yo...
—Thalia—dije—. Es sólo una sombra. No puede hacerte daño.
—¡Soy más que eso!—rugió el espíritu—. Y Thalia lo sabe.
—Pero... tú nos abandonaste—dijo Thalia.
"¿Nos?"—notó Zoë—. "¿En plural?"
Negué con la cabeza.
"Tampoco lo entiendo"—admití—. "¿No creerás que ella tendrá algún...?"
—¡Niña desdichada!—gritó el fantasma, sacándome de mis pensamientos—. ¡Fugada desagradecida!
—¡Ya basta!—Nico se adelantó con la espada en alto, pero el espíritu cambió de forma y se le encaró.
Este fantasma era más difícil de ver. Era una mujer en un antiguo vestido de terciopelo negro con gorro a juego. Vestía un collar de perlas y unos guantes hasta el codo de color blanco. Su cabello negro estaba recogido en un moño.
Nico retrocedió.
—No...
—Hijo mío—dijo el fantasma—. Morí cuando eras tan pequeño... Recorro el mundo, llena de dolor, musicándolos a ti y a tu hermana.
—¿Mamá...?
—No. Es mi madre—murmuró Thalia, como si siguiera viendo la primera imagen.
Mis amigos no eran de gran ayuda. La niebla comenzó a rodearles por los pies y le subían como si fueran vides. Sus colores parecían desaparecer de sus ropas y sus caras, como si también se estuvieran volviendo sombras.
—¡Suficiente!—a pesar de mis fuerzas menguantes alcé mi espada y me encaré con el fantasma—. ¡No eres la madre de nadie!
El fantasma se giró hacia mí. La imagen parpadeó, y vi a la diosa de los fantasmas en su verdadera forma. Después de haber visto ya a casi la mayoría de dioses, ya no te asustas al ver la apariencia de los dioses griegos, pero Melínoe me tomó por sorpresa. Su lado izquierdo era completamente negro y endurecido como la piel de una momia. Su lado derecho era completamente blanco, como si se hubiera quedado sin sangre. Llevaba un vestido y un chal dorados. Sus ojos estaban vacíos y cuando miré hacia ellos, parecía que fuera a ver mi propia muerte.
—¿Dónde están tus fantasmas?—me preguntó, irritada.
—Hacen autoestop en mi cabeza—me encogí de hombros—. A veces me jalan las patas en la noche.
Soltó un quejido.
—Todo el mundo tiene fantasmas... muertes de las que te sientes culpable. ¿Por qué no puedo ver las tuyas?
Thalia y Nico seguían entrante, mirando a la diosa como si se tratase de sus madres muertas. Recordé todos los amigos que había visto morir de una u otra forma: Bianca di Angelo, Zoë Belladona, Lee Fletcher, inclusive el mismo Hércules.
No obstante, a pesar mucho que me había costado superar algunas de esas pérdidas, al final había seguido adelante.
Bianca me había disculpado personalmente, Zoë seguía conmigo, Hércules cumplió con su destino, etc.
—Estoy en paz con mis muertos—dije—. Han cruzado al otro lado. No son fantasmas... al menos no en la forma tradicional. ¡Ahora deja ir a mis amigos!
Ataqué a Melínoe con mi espada. Retrocedió rápidamente, gruñendo de frustración. La niebla se disipó alrededor de mis amigos. Parpadearon mirando a la diosa finamente en su autentica forma.
—¿Qué fue eso?—preguntó Thalia—. ¿Dónde...?
—Era una ilusión—gruñó Nico—. ¡Un engaño!
—Llegáis demasiado tarde, semidioses—dijo Melíone. Otro pétalo cayó del clavel, dejando sólo uno—. El trato ha sido cerrado.
—¿Qué trató?—cuestioné.
Melíone soltó un siseo, y me di cuenta de que era su forma de reír.
—Demasiados fantasmas, joven semidiós. Pronto serán desatados. Cuando Crono controle el mundo, seré libre de caminar entre los mortales durante el día y la noche, sembrando el terror que se merecen.
—¿Dónde está la Espada de Hades?—exigí saber—. ¿Dónde está Ethan?
—Cerca—aseguró la diosa—. No os detendré. No hace falta. Pronto, Percy Jackson, tendrás muchos fantasmas. Y te acordarás de mí.
Thalia cargó una flecha y la apuntó hacia ella.
—Si abres un camino hacia el mundo exterior, ¿de verdad crees que Crono te recompensará? Te enviará al Tártaro igual que a los demás sirvientes de Hades.
Melínoe enseñó los dientes.
—Tu madre tenía razón, Thalia. Eres una chica con muy mal humor. Muy buena huyendo, pero en lo demás...
La flecha salió volando, pero en cuanto tocó a Melínoe se disolvió en la niebla, dejando nada más que el siseo de sus risa. La flecha de Thalia dio en las rocas y se clavó inofensivamente en ellas.
—Estúpida fantasma—gruñó.
Se notaba lo muy afectada que estaba. Sus ojos estaban hinchados, sus manos le temblaban. Nico estaba igual de mal, como si alguien le hubiese golpeado entre ojo y ojo.
—El ladrón—se apresuró a decir—. Probablemente esté en la cueva. Tenemos que detenerle antes de que...
En ese mismo momento, el último pétalo cayó del clavel. La flor se ennegreció y murió.
—Demasiado tarde...—murmuré, derrotado.
La risa de un hombre resonó por la montaña.
—Tienes razón en eso—una voz rugió.
En la entrada de la cueva había dos personas de pie: un chico con un parche en un ojo y un hombre de tres metros con un traje deshilachado de prisión. Reconocí al chico: Ethan Nakamura, hijo de Némesis. En sus manos había una espada sin terminar: una hoja con doble filo de Hierro Estigio con diseños esqueléticos grabados en plata. No tenía mango, pero en la base de la espada había una llave dorada, como la que había visto en la imagen de Perséfone. La llave brillaba, como si Ethan ya hubiera invocado su poder. El hombre gigantesco a su lado tenía los ojos de pura plata. Su cara estaba cubierta con una barba desaliñada y su cabello gris se agitaba salvajemente. Estaba delgado y sus ropas de prisión le iban holgadas, como se hubiera pasado los últimos cientos de años en el fondo de un pozo, pero aún así en su estado debilitado era aterrador. Alzó la mano y apareció una lanza gigantesca. Recordé lo que Thalia había dicho de Jápeto: su nombre significaba "despedazador" porque era lo que le gustaba hacer con sus enemigos.
El titán sonrió con crueldad:
—Y ahora, os destruiré.
—¡Maestro!—le interrumpió Ethan. Vestía ropas oscuras y una mochila colgaba de su hombro. Su parche estaba doblado y su cara llena de hollín y sudor.
—Tenemos la espada. Deberíamos...
—Sí, sí—dijo el titán, impaciente—. Lo has hecho bien, Nawaka.
—Es Nakamura, señor.
—Lo que sea. Estoy seguro de que mi hermano Crono te recompensará. Pero ahora tengo unas muertes a las que atender.
—Mi señor—insistió Ethan—. No está usted en completo poder. Debemos ascender al mundo exterior para convocar a sus hermanos. Nuestras órdenes eran dejar el paquete y huir.
El titán se giró hacia él.
—¿HUIR? ¿Has dicho HUIR?
El suelo retumbó. Ethan retrocedió a gatas. La espada inacabada chocó contra las rocas.
—Ma... maestro, por favor.
—¡JÁPETO NO HUYE! ¡He esperado eones para ser liberado del pozo! ¡Quiero mi venganza y comenzaré por matar a estos insectos! ¡Deja el maldito paquete si es lo que quieres!
Ethan tragó saliva.
—P-pero... ¡Pero aún seguimos aquí!
—¡¿Ves que eso me importe?!
El hijo de Némesis tomó un extraño orbe con runas sobre él, lo reconocí como un objeto creado por Hécate, diosa de la magia.
—¡¡Espera...!!—grité, pero fue inútil.
Ethan lanzó el objeto, que al chocar contra el suelo explotó en mil pedazos y una terrible oscuridad emanó de él como un géiser.
Lo entendí demasiado tarde, lo que más me preocupaba se había vuelto una realidad. El ejército del titán había puesto sus manos sobre un ser de otro mundo, y lo habían hecho prisionero para utilizarlo como arma.
—¡¿Qué es esa cosa?!—preguntó Thalia.
—¡¡Ni idea!!—respondió Nico, para hacerse oír sobre los rugientes vientos.
—No puede ser...—el alma se me cayó a los pies—. ¡¡Retrocedan!!
Con un salto tomé mi distancia, respirando agitadamente por el pánico.
La oscuridad tomó forma lentamente, y un ser de maldad pura se alzó ante nosotros.
"Al mezclarse la luz blanca y la sombra negra, los cuernos del infierno despertarán, y nacerá una oscuridad eterna. El Legendario Berserker de los Infiernos"
—El Rey Demonio del Sexto Cielo...—murmuré—. Hajun...
La criatura me miró fijamente con sus profundos ojos.
—Castigo Divino...
Hajun, Mara, Papiyas... el nombre es irrelevante.
Era un individuo muy alto y musculoso. Poseía cabellera larga color gris claro, un par de grandes cuernos ubicados en su cabeza y ojos de escleróticas negras e iris amarillo. En sus brazos presentaba una especie de protuberancias óseas y tenía un agujero en su pecho ubicado donde debería estar su corazón. Por último, vestía con un par de pantalones anchos y por encima de estos llevaba un dhoti sujeto con una especie de gorguera a modo de cinturón.
Su cuerpo estaba cubierto por marcas blancas en los lugares donde había recibido sus heridas de muerte en su universo.
Apunté mi espada, mientras sentía como el sudor bajaba por mi rostro.
El monstruo emanaba un aura de poder como nunca había sentido en un demonio.
—¿Q-qué rayos es esa cosa...?—preguntó Thalia.
—¡Aléjense!—ordené—. ¡Vayan por la espada, concéntrense en Jápeto! ¡Intentaré distraer al monstruo!
La criatura me dedicó una mirada despectiva.
—¿Dónde está Buda?—preguntó.
Hice una mueca.
—Lejos de aquí—respondí—. En otro mundo. ¡¿Por qué permites que el titán te utilice para sus fines?!
El monstruo apretó el puño derecho.
—Él recibirá su Castigo Divino después de ti—anunció—. No sé dónde me encuentro, pero mi cuerpo ha dejado de ser presionado, dejado de destruirse por mi propio potencia... Y lo único que quiero ahora es poder probar mis poderes... ¡y después despedazar a Buda!
Mi mente trabajaba a toda velocidad. Entre los tres, enfrentarnos a Jápeto en su estado debilitado sería difícil, pero no imposible. Pero si sumábamos a Hajun a la ecuación... no me gustaban los números.
Hablando del titán, este se río a carcajadas ante mi expresión de perplejidad.
—Me agrada tu plan, semidiós—dijo—. Dejaré que la criatura te mate, y con suerte, lograrás ver como asesino a tus amigos.
Apuntó su lanza y atacó.
Si hubiera tenido toda su fuerza, hubiera atravesado de extremo a extremo a Nico. Incluso debilitado y recién salido del pozo, el tipo era rápido. Se movió como un tornado, yendo tan rápido que mi amigo apenas tuvo tiempo de moverse antes de que la roca detrás de él explotase en mil pedazos.
Mientras el titán se giraba hacia el hijo de Hades, Thalia disparó una ráfaga de flechas, dándole en el hombro y la rodilla. Jápeto rugió y se giró hacia ella, pareciendo más enfadado que dolido.
Ethan Nakamura intentó sujetar su propia espada, pero Nico gritó:
—¡No lo creo!
El suelo se quebró delante de Ethan. Tres esqueletos armados emergieron en la superficie y sujetaron al semidiós. Jápeto atacó con su lanza y Thalia se apartó del camino. Nico dejó a Ethan para los esqueletos y cargó también contra el titán y le clavó su espada en la retaguardia, perforando su pantorrilla.
El titán rugió de dolor mientras el icor dorado salía a borbotones por su herida. Se giró y lanzó un golpe con el asta de su lanza, lanzando a Nico por los aires.
Deseaba ayudar con todas mis fuerzas, pero tenía preocupaciones más inmediatas.
Me puse en guardia, mientras Hajun miraba su puño derecho.
—Perdóname—dijo—. No he terminado de acostumbrarme a esto...
Una larga cuchilla emergió de su antebrazo.
—Podría acabar matándote en un pequeño instante.
El monstruo se abalanzó sobre mí con un devastador golpe descendente.
Retrocedí de golpe y alcé mi espada, deteniendo el ataque. Mis rodillas se doblaron y el suelo se resquebrajó bajo mis pies.
—¿También lo bloqueaste?—preguntó el monstruo—. Estoy sorprendido.
Di un salto hacia atrás para tomar distancia.
—No deberías estarlo—dije—. Considerando que el último sujeto que te mató era un monje hipster.
El monstruo cargó de frente una vez más a toda velocidad, lanzando una increíblemente veloz ráfaga de golpes y estocadas frontales. Desvié los embates con mi espada, poniendo toda mi voluntad en ello.
Su fuerza era abrumadora, y su velocidad brutal, pero había enfrentado a seres que lo superaban en uno u otro aspecto. El problema era que yo literalmente me estaba muriendo, la vida se me escapaba con cada respiración, y su tormenta de ataques no era de mucha ayuda.
Mis instintos estaban en su máxima potencia, analizando cada uno de sus movimientos, el como se tensaban y distendían sus músculos, el cómo arqueaba la espalda y apunta a su arma.
Predije eficazmente la mayoría de sus ataques, pero eso apenas e hizo diferencia.
El monstruo trazó un arco ascendente, y al tratar de desviarlo, me gané un corte en el brazo izquierdo.
Traté de seguir retrocediendo, pero el demonio se me adelantó. Su cuchilla creció aún más, despedazando su carne y curvándose.
Trató de apuñalarme en la cabeza, pero lo bloqué con la cara plana de mi espada y me alejé pateándolo en el pecho para ganar impulso.
Me limpié el sudor del rostro.
—Realmente eres un monstruo como ningún otro...
La criatura flexionó las piernas y adoptó una posición de carrera.
—Bien, supongo que tendré que pelear usando mi máxima potencia.
Su brazo comenzó a retorcerse sobre sí mismo, con la cuchilla incluida. Luego, volvió a su posición original a toda velocidad, girando con tal violencia que se transformó en un enorme taladro.
—Castigo Divino.
El monstruo cargó sobre mí, y entendí de inmediato que esquivar o bloquear con mi espada sería inútil.
¡¡¡MAKAI TENSHO: CICLÓN PANDEMONIO!!!
A la desesperada, presioné el botón de mi reloj, el cual se expandió hasta convertirse en un gran escudo de Bronce Celestial.
Una explosión sacudió el Inframundo, nubes de polvo y escombros volaron en todas direcciones, y un terrible dolor ardió en mi rostro.
Por tercera vez en un año, el escudo que mi hermano me había hecho quedó inservible.
—Oh no. Oh no...—empezó Hajun, mientras retraía su cuchilla, torcida y manchada de sangre—. Oh, no. Oh no. Oh no. Oh, no. Oh no. Oh no. Oh no... Oh Nooooooo...
Un enorme agujero adornaba la superficie de mi escudo, y la sangre salía a chorros desde mi rostro.
Mi ojo plateado, aquel que la propia Artemis me había dado como regalo, había sido completamente destruido.
Hajun sonrió de oreja a oreja con locura.
—¡Owww, qué mal!—rió—. ¡¿Dónde había visto esto antes?!
Retrocedí torpemente, desorientado y mareado.
Me arranqué el escudo del brazo, pues ahora estorbaba más que ayudar. Me había salvado la vida, pero tristemente sabía que no se volvería a repetir el truco.
Hajun se llevó una mano a la cabeza, tratando de contener sus carcajadas.
—Maravilloso—admitió—. Sabías que incluso con tu escudo te atravesaría la cabeza, y te las arreglaste para esquivarlo en el último momento...
—Digamos que... ya conozco la mayoría de tus trucos—murmuré—. Simplemente... no estoy muy en forma.
Me entraron las nauseas, no me quedaba mucho tiempo.
El monstruo me apuntó con su brazo derecho, el cual comenzó a transformarse de una forma grotesca hasta convertirse en una gigantesca hacha con punta de lanza.
—Veamos que tan lejos podemos llegar...—saltó contra mí balanceando su arma—. ¡Castigo Divino!
Alcé mi espada nuevamente, deteniendo a muy duras penas el primer ataque. Mi fuerza hercúlea me abandonaba, mientras que el bastardo parecía tener más energía con el proseguir de la batalla.
Una nueva tormenta de golpes azotó los suelos del Érebo, con nuestras armas volando de un lado a otro en una violenta sucesión de ataques y contraataques.
Tracé un arco descendente con mi arma, el cual el monstruo consiguió bloquear. Luego, un golpe ascendente trazando la misma trayectoria pero en sentido contrarió. Pero el demonio me esquivó retrocediendo ligeramente.
Me lancé hacia delante y con todas mis fuerzas lancé un golpe de izquierda a derecha, pero con una gran sonrisa, Hajun me esquivó arqueando la espalda en un ángulo imposible.
Apenas y logré abrir una pequeña herida en su cuello.
Como si de un resorte se tratase, el monstruo volvió a atacar, lanzando una estocada frontal de brutal potencia.
Salté hacia atrás para esquivarlo, no sin antes ganarme un nuevo corte en el hombro izquierdo, como si no tuviese suficientes ya.
—Castigo Divino—sonreía el demonio.
Traté de mantenerme firme mientras chocábamos armas a toda velocidad. Mi mente trataba de recordar cómo había hecho Buda para vencer a esa cosa, pero tenía el cerebro tan magullado y agotado que el simple hecho de pensar me dolía.
—¡¡CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CA-CAAAAAAAAA!!—gritaba el demonio, mientras con una estocada abría una profunda herida en el lado derecho de mi abdomen—. Castigo Divino.
El monstruo me mostró la lengua, mientras enseñaba cómo mi sangre corría por su cuchilla.
Volvió a atacar de arriba a abajo, usando el filo de su arma. Con gran dificultad bloqueé su golpe y respondí trazando un arco ascendente, abriendo su guardia con el movimiento.
Luego, a toda prisa, lancé un golpe lateral tratando de acabar con todo.
El monstruo se limitó a dejarse caer al suelo, abriendo sus piernas completamente, y apuñalado mi pie izquierdo con el borde de su hacha.
—Castigo Divino—volvió a sonreír él.
El demonio se puso en pie de golpe, trazando un arco con su arma. Retrocedí con un saltó y evadí el ataque. No obstante, al aterrizar otra vez y apoyar mi pie herido, se me escapó un gruñido de dolor y tuve que apoyar una rodilla en el suelo.
—Estás indefenso—río la criatura.
Le sostuve la mirada, incluso mientras me inclinaba para vomitar.
Hajun me apuntó con su arma.
—Ya no te queda esperanza—dijo—. Ríndete y enfrenta mi Castigo Divino.
Me reincorporé, haciendo caso omiso al dolor. Guardé mi espada y desplegué mi tridente. Necesitaba mantener mis distancias a como diese lugar.
Desesperado, miré a mi alrededor en busca de ayuda.
Nico estaba en el suelo, sin moverse. Jápeto rugió y cargó contra él.
Thalia intentó captar su atención al invocar un rayo y golpearlo con este, pero para el titán fue como si le hubiese picado un mosquito. Ella, entonces, se abalanzó sobre él con sus cuchillos en ristre, pero él la apartó con una patada sin siquiera mirar.
—¡Os mataré a todos! ¡Entonces, enviaré vuestras almas a la eterna oscuridad del Tártaro!
Se me iba la vista por momentos. A penas me podía mover. Otro par de centímetros y Nico sería asesinado.
Le había fallado, cómo había hecho a su hermana...
En ese mismo momento, un grito hizo temblar el suelo:
¡¡¡PERSEPHONE KALLICHORON: MARTILLO LIGERO DEL INFRAMUNDO!!!
Una silueta cayó del cielo a toda velocidad y golpeó a Jápeto de lleno, mandándolo a volar violentamente.
Las ráfagas de viento desprendidas del ataque azotaron los alrededores, destrozando rocas y abriendo múltiples heridas en el cuerpo de Hajun, quien retrocedió aturdido.
—¿Qué...?
Una figura encapuchada salió de entre los escombros. Sus ropas estaban desgarradas y andrajosas, su cuerpo estaba cubierto de sangre y suciedad. Un brillo asesino relucía en sus ojos, y en su mano derecha sostenía una larga lanza de dos puntas.
Nico levantó la cabeza débilmente, abriendo los ojos como platos.
—E... ¡Eres tú!
El gobernante del Helheim le dedicó una mirada divertida.
—Tiempo sin vernos, niño.
No pude evitar soltar una carcajada.
—¡¿Dónde demonios te habías metido?!—pregunté, aliviado.
El dios me miró de reojo.
—Es una larga historia para otro momento.
Luego, para mi sorpresa, se hizo a sí mismo un profundo corte en la muñeca izquierda y sacudió su brazo, haciendo que su sangre divina volara por los aires y cayera sobre mi tridente.
—El sacrificio está completo—dijo el rey de los muertos—. ¡ENSÁMBLATE!
Una poderosa energía empezó a emanar desde los horcones de mi lanza. Las puntas comenzaron a transformarse, cristalizándose, retorciéndose y creciendo, separándose en cinco puntas que se expandieron como serpientes enfurecidas, sólo para entrelazarse entre ellas una vez más.
"¿Qué está sucediendo?"—preguntó Zoë.
Sonreí.
—La sangre de Hades, mejor conocida como "Icor de Plutón", es una sustancia muy especial—expliqué—. Cualquier arma divina sobre la que se derrame, albergará la fuerza vital del dios, y se volverá incluso más poderosa.
Levanté mi nueva lanza, ahora con una sola y enorme punta afilada. El poder emanaba de su superficie.
¡¡ICOR DESMOS: CUARTA LANZA DEL DESTINO ENSANGRENTADA!!
Hades sonrió.
—Te dejo el grandulón a ti—me dijo—. Yo me ocupó de mi tío aquí presente.
Jápeto retrocedió, intimidado.
—¿H-Hades?—preguntó—. ¡No es posible! ¡Las reglas antiguas...!
—No se aplican si no soy el Hades que conocen—respondió el dios—. Ahora, inclínate ante tu soberano.
Nico y Thalia miraban el espectáculo anonadados.
Yo sonreí y me volví a concentrar en Hajun, sabiendo que ellos estaban en buenas manos.
—¡¡Estás muerto, hijo de puta!!—grité—. ¡¡Rey de los demonios, este es mi nuevo as bajo la manga!!
Hajun ladeó la cabeza y sonrió con soberbia.
—Lamentable—dijo—. Darle un castigo divino a insectos como tu mientras se retuercen tratando de pelear con un ser supremo como yo se siente tan... ¡¡Increíblemente refrescante!!
—¡¡Vamos!!—lo reté.
Ambos cargamos al mismo tiempo, con nuestras armas en alto.
¡¡ICOR: EOS!!
¡¡¡AMANECER GUÍADO POR LA SANGRE!!!
Asesté una estocada frontal a toda velocidad, cargando mi tremenda fuerza divina en el impacto.
Hajun sonrió e interceptó el golpe con su hacha, no obstante, y para su sorpresa, la potencia del ataque lo hizo retroceder violentamente, con sus pies dejando marcas por el frío suelo.
Su guardia fue obliterada y mi golpe se dirigió directo a su cabeza.
El monstruo volvió a arquear la espalda, burlándome mientras sonreía.
—¡¡Una vez más!!—rugí, corrigiendo la trayectoria de mi arma.
¡¡ICOR: EOS!!
¡¡¡AMANECER GUÍADO POR LA SANGRE!!!
Hajun se reincorporó, sólo para mirar con horror como el filo de mi arma se cernía sobre él.
El tiempo pareció detenerse momentáneamente.
La sangre manchó el suelo nuevamente.
Hajun había detenido mi ataque al sacrificar su brazo izquierdo, el cual había endurecido con sólidas placas óseas.
Por el otro lado, la punta de su cuchilla se había encajado en el lado izquierdo de mi abdomen, atravesándome de extremo a extremo.
Vomité un chorro de sangre.
—Ya he estado aquí antes—dijo Hajun—. ¿Quieres decir tus últimas palabras?
Empecé a toser sangre, pero me mantuve firme en mi sitio.
—En mi lanza, cargo con el poder de Hades, Rey del Inframundo—dije—. ¡Cargo con el orgullo de un rey! ¡¡Y un rey nunca duda!! ¡¡Un rey nunca cede!! ¡¡Un rey nunca depende de nada!! ¡¡Y un rey nunca se rinde!!
Hajun me miró con horror, incapaz de comprender cómo era que yo seguía en pie.
Con una demoledora patada, el monstruo me mandó a volar. Mi espalda se arrastró por el suelo antes de que lograse recuperar el equilibrio y ponerme de pie, utilizando mi lanza como bastón.
—¡Espero que me estés escuchando, Nico!—grité—. ¡Un rey es aquel que emerge del final, y propicia un principio!
Hajun frunció el ceño y me apuntó con su arma.
—No te adelantes a los hechos—dijo—. Sin importa que, gusano, sigo siendo el ser supremo.
—También lo eras cuando te enfrentaste a Buda—sonreí—. ¿Y cómo terminó todo? ¿Eh?
El monstruo rugió iracundo y se abalanzó sobre mí.
Una lluvia de estocadas cayeron sobre mi cuerpo, pero utilizando mi lanza me las arreglé para desviar los golpes al sujetarla por el asta.
El monstruo barrió el aire con un arco de izquierda a derecha. Me protegí con Desmos, pero la fuerza del empuje me mandó a volar de espaldas.
No obstante, logré caer de pie y mantener mi guardia en alto.
Escupí otro chorro de sangre.
—¿Ya terminaste?
Una sonrisa maniática se ensanchó en su rostro mientras se sujetaba con fuerza el brazo izquierdo.
—¡¡NO!!—se dijo a sí mismo—. ¡¡NO, NO, NO, NO, NO, NO, NO!! ¡¡NOOOOOOOOOOOOO!!
Con un rugido, se arrancó su propio brazo izquierdo, horrorizando a todos los presentes.
Luego, sujetando su extremidad con violencia, comenzó a transformarla: sus huesos se estiraron, su piel se endureció, sus dedos se fusionaron y sus garras se afilaron, convirtiéndose en una grotesca y gigantesca espada.
—Yo soy... ¡¡El Rey Demonio Del Sexto Cielo, Hajun!!
La criatura blandió su arma, cruzándola frente a su cuerpo y tensando cada uno de sus músculos.
Sabiendo lo que venía a continuación, me apresuré a atacar, tratando de detenerlo antes de que fuese demasiado tarde.
¡¡ICOR: EOS!!
¡¡¡AMANECER GUÍADO POR LA SANGRE!!!
El demonió me dedicó una mirada vacía mientras su cuerpo era liberado de la inmensa presión a la que se había sometido.
Su arma trazó un devastador arco de destrucción de izquierda a derecha y arriba abajo.
¡¡ARATAKA: HOMA!!
¡¡¡CUCHILLA DE LA GLORIA!!!
Nuestras armas chocaron en el aire y, para cuando me quise dar cuenta, la punta de Desmos había volado por el aire.
La lanza se retorció hasta volver a su forma original, pero ahora sin cabeza.
Hades detuvo momentáneamente su pelea para mirar anonadado la demostración de poder bruto de Hajun.
—Imposible...—murmuró.
El rey demonio lanzó una estocada frontal directamente contra mí.
—¡¡Castigo Divino!!
Por reflejo, interpuse el asta de mi tridente, la cual fue destrozada en el acto.
Fui mandado a volar de espaldas varios metros y caí al suelo, sintiéndome derrotado. La vida se me acababa, no tenía fuerzas, la infección de los Keres se había apoderado casi en su totalidad de mi cuerpo.
El dolor también era terrible, pero para este punto ya asumo que lo saben.
—¡¡Percy!!—gritaron Nico y Thalia.
No veía nada, sólo oscuridad, pero sabía que Hajun se cernía sobre mí, dispuesto a acabar conmigo de una vez.
Entonces, una luz plateada iluminó la oscuridad en la que me veía sumido.
—¿Qué...?—murmuré.
—No voy a dejarte morir tan fácilmente—me dijo Zoë, tomándome de la mano—. Levántate de una vez. Quemaste casi toda tu vitalidad, bien. Ahora, empieza a quemar la mía.
Sonreí levemente.
—No tienes idea... de lo mucho que te quiero, Zo...
Abrí los ojos, Hajun me miraba fijamente.
—Ningún dios vendrá a salvarte esta vez—me dijo.
Me puse de pie con dificultad, mientras me llevaba una mano al bolsillo.
—Detenme si ya has oido este chiste—le dije—. ¿Sabes lo que se requiere para confrontar tu propia debilidad? ¿Para luchar contra tu inexperiencia? ¿Para intentar superarla? Se necesita pubertad. Tú no tienes eso. Y es por eso que ere débil.
Desplegué mi espada plateada y me puse en guardia.
Un cegador resplandor plateado emanó desde mi cuerpo, mostrándole al mundo entero que no estaba sólo en la batalla.
La figura de Zoë se proyectó junto a mí, sosteniendo a la Anaklusmos junto conmigo. Thalia y Nico abrieron los ojos de golpe.
—¡Luchemos juntos, Zoë!—dije.
Hajun retrocedió.
—¿B-Buda...?
Le apunté con mi arma.
—No. Pero si lo veo, le mando tus saludos.
El demonio retrocedió levemente.
—¡¡Deja de apuntar esa cosa hacia mí!!
—¿Por qué haría eso?—pregunté—. ¡Es tu turno de recibir Castigo Divino!
Sin pensarlo dos veces, ambos cargamos de frente contra el otro, empezando a nadar entre un feroz mar embravecido de cortes y estocadas que iban y venían en ambas direcciones.
Hajun trazó un arco descendente, lo bloqueé con mi hoja y abrí su guardia con un giro. El monstruo retrocedió y arqueó su espalda, yo me lancé una vez más sobre él.
Ambos golpes impactaron al mismo tiempo. Mi hombro derecho empezó a sangrar, así como el pecho de Hajun.
Cargué una vez más, resintiendo todo el daño acumulado. Pero manteniendo mi vitalidad gracias a mi compañera cazadora.
Finalmente lo había entendido. El nombre de Zoë significaba: "Mujer llena de Vida"
Y, por irónico que fuese considerando su estado actual, era su vitalidad la que estaba quemando el poder de los Keres, permitiéndome mantener mi propia vida para seguir luchando.
Hajun arqueó su espalda y tensó sus músculos.
"¡Aquí viene otra vez!"—me advirtió Zoë.
Asentí y me preparé para el impacto.
¡¡ARATAKA: HOMA!!
¡¡¡CUCHILLA DE LA GLORIA!!!
—¡¡Castigo Divino!!
Bloqué el golpe, mientras la sangre salía a chorros desde mis heridas.
—¡¡DEEEEEESAAAAAPAREEEEECEEEEEEEE!!—rugió el demonio.
Yo aproveché el mismo impulso de su ataque, y con un hábil movimiento usé su fuerza como impulso para evadir el golpe y responder con un corte al pecho.
Más sangre voló por el cielo. Una profunda herida apareció en el cuerpo de Hajun.
El monstruo rugió y gritó mientras seguía atacando sin freno. Me moví y alcé mi espada, esquivando y bloqueando sus repetidos cortes y estocadas.
Nuestra mortal danza de espadas siguió avanzando hasta que llegamos a orillas del río Lete, que fluía iracundo a pocos metros.
Con un salto hacia atrás, evadí un arco de izquierda a derecha y respondí haciéndole un corte en el abdomen al monstruo.
La cara de Hajun se había deformado en una mueca de ira, frustración, incredulidad, odio y terror.
Arqueó su espalda y trató de atacar una última vez.
—¡¡C... C... C... C... CASTIGO DIVINO!!
¡¡ARATAKA: HOMA!!
¡¡¡CUCHILLA DE LA GLORIA!!!
Di un quiebro hacia la izquierda, esquivando el ataque. Una explosión sacudió el Érebo en su totalidad. La ola de destrucción que el golpe del demonio había causado retumbó por los campos del Hades.
Pero aprovechando el caos, yo me las había arreglado para posicionarme a espaldas del monstruo, con la espalda lista para atacar.
EL monstruo volvió la mirada, pero era muy tarde para evitar lo que venía.
"En palabras del glorificado erudito: Tranquilo, como un león ante los sonidos. Libre, como el viento en una red. Impoluto, como un loto en el agua. Como el cuerno de un rinoceronte, camina solo."
SIN EMBARGO...
"Deberías encontrar a un compañero sobre cuya alma puedas descansar la tuya. Después, por encima de cada dificultad, brillando con alegría, camina con él"
—¿Puedes verlo, Zoë?—dije—. Este... es nuestro camino.
Ella sonrió.
"Vayamos, juntos"
¡¡¡ANAKLUSMOS-ZOË: CONTRACORRIENTE LLENA DE VIDA!!!
Hajun se volvió y alzó su espada para intentar defenderse, pero yo fui más rápido, y con un devastador arco descendente, partí al monstruo en dos.
La sangre llovió sobre el campo de batalla, bañándome de pies a cabeza.
—¿Q-qué...?—balbuceó Hajun, mientras caía al suelo hecho pedazos—. ¡¡N-no...!! ¡¡NO OTRA VEZ!!
Trató de llevarme con él lanzando un último y desesperado ataque con su cuchilla del brazo, pero con un movimiento de mi espada ale corte la extremidad.
—Nos veremos muy pronto—le dije—. Espérame en el Nifhel, Rey Demonio.
Su cuerpo se deshizo en polvo con un destello verde esmeralda. Y pronto, no quedó ningún rastro de él además de la sangre fresca sobre el suelo.
—Se acabó, Zoë...—dije—. Muchas gracias.
Ella me sonrió.
—No, Percy. Gracias a ti.
Me volví hacia el resto. Hades estaba sobre Jápeto, con el bidente a centímetros de su cuello y pisando su pecho con fuerza.
—¡Es inútil!—rugió Jápeto—. ¡Quizá aún pueda ser destruido, pero sigo siendo inmortal! ¡¡Mátame, y regresaré del Tártaro una y otra vez!!
—Te estaré esperando—respondió el dios, terminando a su enemigo con una estocada.
El titán explotó en polvo dorado, cosa que no había visto nunca pasar con divinidades. Supuse, entonces, que en su estado debilitado, su inmortalidad estaba igualmente dañada.
Ethan nos miraba a todos, aterrado. Claramente las cosas no iban a su favor. Miró a la Espada de Hades descansando en el suelo. Antes de que pudiera agarrarla, una flecha plateada aterrizó en el suelo a sus pies.
—Hoy no, chico—le advirtió Thalia—. Un paso más y te clavaré los pies en la roca.
Ethan corrió, justo hacia el interior de la cueva de Melínoe. Thalia apuntó a su espalda, pero la detuve:
—No. Déjale marchar.
Frunció el ceño y bajó el arco. No estaba seguro de por qué quise salvar a Ethan. Supongo porque habíamos tenido demasiada lucha por un día, y lo sentía por el chico. Estaría ya en bastantes problemas cuando se lo dijera a Crono.
Nico cogió la Espada de Hades con respeto.
—Lo hicimos. Finalmente lo hicimos.
Caí de rodillas al suelo, Thalia se apresuró a ayudarme.
—¿Esa de antes...?—preguntó.
—Era Zoë, sí—le dije—. Era una de esas cosas de las que te quería hablar.
Me volví hacia Hades.
—Lamento lo de la lanza...—dije--. Era de tu hermano y todo eso.
Se encogió de hombros.
—Hiciste lo que tenías que hacer.
Nico lo miró fijamente, tembloroso.
—¿P-padre?
El gobernante del Helheim le sonrió con simpatía.
—No exactamente—dijo—. Pero de igual modo, me alegro de verte.
—¿Dónde estuviste todo este tiempo?—pregunté.
El dios señaló con su lanza hacia los Campos Asfódelos.
—Me adentré en el Tártaro—reveló—. Hablé con mi contraparte de este mundo para ponerme al tanto de la situación de la guerra. Decidí que lo mejor sería bajar al pozo para evitar que los titanes escapasen.
Sonreí.
—Lo que sea por tus hermanos, ¿no es así?
Asintió con la cabeza.
—Incluso si es otro mundo, mi amor hacia con ellos es incondicional.
Miré el polvo que había quedado tras la muerte de Jápeto.
—Se te escapó uno.
—Un puñado, de hecho—murmuró—. Logré pararle los pies a la mayoría. Aún están muy débiles y no son nada sin su rey, pero sus principales generales consiguieron escapar.
—Bueno...—dije—. Eso es un problema para después. Por ahora tenemos que...
Me incliné y vomité sangre.
—Hablaremos más tarde—decidió el dios—. Por ahora, hay que volver al palacio de mi contraparte. Necesitas atención médica urgente.
Tuvimos un viaje exprés hacia el palacio de Hades. Nico se nos adelantó, gracias a algunos fantasmas que convocó, y en unos pocos minutos las tres Erineas llegaron a escoltarnos.
Cuando llegamos a la sala del trono de Hades, ya podía ver las puertas de la muerte, y no sabía si era una alucinación de mi cerebro apagándose o si literalmente estaba viendo las puertas de Thanatos.
El señor de los Muertos se sentaba en su trono de huesos, mirándonos y rascándose la barbilla negra como si estuviera contemplando la mejor manera de torturarnos. Perséfone se sentaba a su lado, sin decir una palabra, mientras Nico explicaba nuestra aventura. Antes de devolverle la espada, Thalia insistío en que Hades jurara que no la usaría contra los dioses. Sus ojos llameaban como si quisiera incinerarla, pero finalmente hizo la promesa a regañadientes. Nico dejó la espada a los pies de su padre e hizo una reverencia, esperando a su reacción.
Hades miró a su mujer.
—Has desafiado mis órdenes estrictas.
No estaba seguro de qué estaban hablando, pero Perséfone no reaccionó bajo la mirada severa de su marido. Hades se giró hacia Nico. Su mirada se relajó un poco, como una roca blanda comparada con el acero.
—No le dirás a nadie de esto.
—Sí, señor—coincidió Nico.
El dios me miró.
—Es bueno volver a verte, sobrino—dijo.
—Yo...
—Debes saber que Bianca no te culpa por lo que pasó, y yo tampoco.
Agaché la mirada.
—Se lo agradezco, señor.
El dios chasqueó los dedos, e instantáneamente me sentí mejor, con más energía.
—La te retirado la maldición de los Keres—dijo—. No soy un médico, pero eso debería permitirte resistir hasta conseguir ayuda especializada.
—G-gracias...
Hades miró la espada. Sus ojos brillaban de rabia y algo más, como... hambre. Chasqueó los dedos una vez más y las Erineas volaron hasta su trono.
—Devolved la hoja a las forjas—les dijo—. Dádsela a los herreros hasta que esté lista, y entonces devolvédmela.
—¿Puedo hacer antes una sugerencia?—pregunté.
Hades me miró, entornando una ceja.
—¿De qué se trata?
—Bueno... El Rayo Maestro de Zeus es, argumentablemente, una lanza de una punta. Y el Tridente de Poseidón una lanza de tres puntas. Así que, en lugar de una espada, ¿por qué no forjar un bidente y cerrar el círculo?
—¿Un bidente?—cuestionó Hades—. No he usado uno desde mis tiempos en Roma. Quizá... sea una idea interesante.
Las Erineas se fueron por los aires con el arma, llevándose también la instrucción de reforzarla en la forma de una horca.
—Es sabio, señor—dijo Perséfone.
—Si fuera sabio—gruñó él—, te encerraría en tus aposentos. Si me vuelves a desobedecer alguna vez...
El otro Hades tosió para llamar la atención. Se encontraba recargado contra la pared en una esquina de la habitación, y escondía sus rasgos con su capucha, permaneciendo de incógnito.
El rey del Érebo suspiró.
—Que no se vuelva a repetir, Perséfone—pidió, con más calma—. Confiaré en tu juicio esta vez, pero entiende que tus acciones conllevaron un riesgo inmenso.
El dios se deshizo en sombras y desapareció en la oscuridad.
Perséfone estaba incluso más pálida de lo normal. Esperó un momento para alisar su vestido, entonces se giró hacia nosotros.
—Lo habéis hecho bien, semidioses—movió la mano y tres rosas rojas aparecieron a nuestros pies—. Aplastadlas y podréis volver al mundo de los vivos. Tenéis la gratitud de mi señor.
—Ya lo veo—murmuró Thalia.
—Hacer la espada fue idea tuya—me di cuenta—. Eso es porqué Hades no estaba aquí para darnos la misión. Hades no había que la espada había desaparecido. Ni siquiera sabía que existía.
—Mentira—dijo la diosa.
Nico cerró los puños.
—Percy tiene razón. Querías que Hades hiciera la espada. Él te dijo que no. Sabía que era demasiado peligroso. Los otros dioses nunca se fiarían de él. Eso rompería el equilibrio de poder.
—Entonces la robaron—dijo Thalia—. Tú cerraste el Inframundo, no Hades. No le podías decir lo que había pasado. Y nos necesitabas para recuperar la espada antes de que Hades se enterara. Nos has usado.
Perséfone apretó los labios.
—Lo importante es que Hades ha aceptado la espada. La acabará, y mi marido será igual de poderoso que Zeus y Poseidón. Nuestro reino será protegido contra Crono... o cualquier otro que pueda amenazarnos.
—Confío en Hades—dije—. Pero tú casi logras que nos maten en el proceso.
—Habéis sido de gran ayuda—insistió Perséfone—. Quizás una recompensa por vuestro silencio...
—No diremos nada—prometí—. Sólo... déjenos ir ya.
La diosa asintió y desapareció en una nube de margaritas.
Me volví hacia el rey del Helheim.
—¿Qué harás ahora?
Se encogió de hombros.
—Volver al Tártaro—dijo—. Aún hay cientos de monstruos esperando para unirse a las filas de Crono, y debo impedirlo.
Asentí con la cabeza.
—Si por allí abajo te encuentras con un asiático musculoso con deseos suicidas, mándale mis saludos.
El dios sonrió y se despidió de nosotros.
Nico, Thalia y yo nos dijimos adiós en un balcón desde el que se veían todo los Campos de Asfódelo.
—¿Estás seguro de querer quedarte aquí?—pregunté a Nico—. Perséfone te hará la vida imposible.
—Tengo que hacerlo—insistió—. Tengo que acercarme a mi padre. Necesita un buen consejero.
No pude discutírselo.
—Bueno, si necesitas cualquier cosa...
—Te llamaré—me prometió.
Nos dio la mano a Thalia y a mí. Me giré para marcharme, pero me llamó una última vez:
—Percy, ¿has pensado en mi oferta?
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Sigo en ello.
Nico asintió.
—Bueno, cuando estés listo...
Después de que se hubo ido, Thalia me preguntó:
—¿Qué oferta?
—Algo que me dijo el último verano—dije—. Una posible forma de combatir a Crono. Es peligroso. Y ya he tenido bastante peligro por hoy.
Ella asintió.
—En ese caso, ¿vienes a cenar?
No pude evitar sonreír.
—Después de todo lo que hemos pasado, ¿tienes hambre?
—Eh—dijo—, incluso los inmortales tenemos que comer. Estoy pensando en comer unas hamburguesas en el McDonald's.
—¿No quieres pasar navidad con mi familia?—pregunté—. Mamá hizo galletas azules.
Sonrió.
—Creo que me convenciste.
Y juntos, aplastamos las rosas que nos devolvieron al mundo exterior.
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