El Último Trabajo:
El puente hacia el Olimpo se estaba disolviendo. Salimos del ascensor al sendero de mármol blanco y casi en el acto empezaron a abrirse grietas a nuestros pies.
—¡Salten!—gritó Grover, lo cual era fácil para él, siendo en parte una cabra montesa.
Dio un salto y alcanzó la siguiente losa, mientras la nuestra se ladeaba vertiginosamente.
—¡Dioses, no soporto las alturas!—chilló Thalia.
Ella y yo saltamos también. Pero Annabeth no estaba para acrobacias. Se tambaleó y soltó un alarido:
—¡Percy!
Me abalancé y la agarré de la mano justo cuando la losa se desplomaba y se partía en mil pedazos. Yo no estaba bien sujeto y por un momento creí que me arrastraría con su peso y nos precipitaríamos los dos al vacío. Los pies le colgaban en el aire y su mano se me escurrió lentamente hasta que sólo la tuve sujeta por los dedos. Grover y Thalia se aferraron entonces a mis piernas, y yo me aferré con fuerza a ella. Annabeth no iba a caerse.
Tiré de ella hasta ponerla a salvo y los dos nos desmoronamos temblorosos. No me había dado cuenta de que nos rodeábamos el uno al otro con los brazos hasta que ella se puso de repente toda tensa.
—Hum, gracias—murmuró.
—De nada—suspiré.
—¡Sigamos adelante!—exclamó Grover.
Nos desenlazamos y echamos a correr por el puente del cielo, mientras otras losas se desintegraban para hundirse en el olvido. Justo cuando alcanzábamos el pie de la montaña se vino abajo el último tramo.
Annabeth se volvió a mirar el ascensor, ahora totalmente fuera de nuestro alcance: unas puertas metálicas relucientes suspendidas sin ningún apoyo en el aire, a seiscientas plantas por encima de Manhattan.
—Quedamos aislados—dijo—. Estamos solos.
—¡Beee-eee!—baló Grover—. La conexión entre el Olimpo y Norteamérica se está disolviendo. Si se rompe...
—Esta vez los dioses no se trasladarán a otro país—comentó Thalia—. Será el fin del Olimpo. El final definitivo.
Corrimos por las calles. Había mansiones en llamas y estatuas derribadas. En los parques, se veían árboles destrozados y convertidos en astillas. Parecía como si hubieran atacado la ciudad con un cortacésped gigante.
—La guadaña de Crono—murmuré.
Seguimos el sinuoso sendero hacia el palacio de los dioses. No recordaba que fuese tan largo. Quizá Crono estaba ralentizando el tiempo, o quizá era el miedo lo que me producía ese efecto. Toda la cima de la montaña estaba en ruinas. Habían desaparecido montones de edificios y jardines preciosos.
Unos cuantos dioses menores y algunos espíritus de la naturaleza habían intentado detener a Crono. Lo que quedaba de ellos estaba ahora esparcido por el suelo: armaduras aplastadas, túnicas desgarradas y espadas y lanzas partidas en dos.
Desde lejos, nos llegó la voz rugiente del titán:
—¡Arrasadlo todo! Es lo que prometí. ¡Que no quede piedra sobre piedra!
Un templo de mármol blanco con cúpula dorada explotó de repente. La cúpula salió disparada como la tapa de una tetera y se deshizo en pedazos, rociando la ciudad de escombros.
—Era el santuario de Artemisa—masculló Thalia—. Lo pagará caro.
Cuando pasábamos por debajo de un arco de mármol con estatuas descomunales de Zeus y Hera, la montaña entera gimió y se ladeó como una barca en mitad de una tormenta.
—¡Cuidado!—gritó Grover.
El arco se desmoronó bruscamente. Levanté la vista y vi cómo se nos venía encima una Hera ceñuda de veinte toneladas. Nos habría dejado bien aplanados a Annabeth y a mí, pero Thalia nos dio un empujón por detrás y nos salvamos por los pelos.
—¡Thalia!—chilló Grover.
La encontramos todavía con vida cuando se despejó la nube de polvo y la montaña dejó de estremecerse, pero tenía las piernas atrapadas bajo la estatua.
Aunque intentamos desesperadamente mover aquella mole de mármol, habría sido necesaria la fuerza de varios cíclopes. Estaba a punto de liberarla con mi fuerza hercúlea, pero me detuvo:
—No, tienes que guardar cada gramo de tu energía para enfrentar a Crono.
—Pero...
—He sobrevivido a infinidad de batallas—me interrumpió—. No va a derrotarme un estúpido pedazo de piedra.
—Es Hera—masculló Annabeth, indignada—. Me la tiene jurada desde el año pasado. Su estatua me habría matado si no nos hubieras quitado de en medio.
Thalia hizo una mueca.
—Bueno, ¡no se queden ahí!—dijo—. No me pasará nada. ¡Largo!
Nos resistíamos a dejarla allí, pero oíamos las carcajadas de Crono, que ya debía de estar cerca del palacio de los dioses, y también los estallidos de otros edificios.
—Volveremos—prometí.
—No pienso ir a ninguna parte—gruñó ella.
Una bola de fuego se elevó sobre la ladera de la montaña, junto a las puertas del palacio.
Me llevé una mano al pecho.
"Zoë, es momento de que todo termine"—dije—. "Una vez entre al palacio, no habrá vuelta atrás. Pero aún estamos a tiempo. Cancela el Völundr y busca apoyo médico, sólo así tendrás la oportunidad de sobrevivir"
Mi compañera se manifestó frente a mí, mirándome a los ojos.
"Oye, ¿de qué demonios estás hablando?"
"Zoë..."
"Creí que te lo había dicho. Estamos juntos en esto hasta el glorioso final"—sonrió, con los ojos temblándole por el miedo pero brillando de determinación—. "Somos el Mensajero de la Justicia, si vamos a morir, será luchando"
Una sonrisa se ensanchó en mis labios.
—Maldición... ¿hasta dónde puede llegar una buena mujer?—me volví hacia mis compañeros—. Hay que correr, todo terminará pronto.
—Supongo que no querrás decir "correr montaña abajo"—musitó Grover, sin perder del todo la esperanza.
Salí disparado hacia el palacio, seguido de Annabeth.
—Ya me lo temía—suspiró él, y galopó a nuestra zaga.
Las puertas del palacio eran lo bastante grandes como para que pasara un crucero, pero las habían arrancado de sus goznes y destrozado como si fueran de papel. Tuvimos que trepar por una montaña de escombros y metal retorcido para entrar.
Crono se hallaba en medio de la sala del trono con los brazos abiertos, contemplando el techo estrellado como si quisiera absorberlo todo. Sus carcajadas reverberaban de un modo aún más atronador que desde los abismos del Tártaro.
—¡Al fin!—bramaba—. El Consejo de los Dioses, tan soberbio y poderoso... ¿Cuál de sus tronos destruiré primero?
Ethan Nakamura permanecía a un lado, procurando mantenerse fuera del alcance de la guadaña de su amo. La hoguera estaba prácticamente apagada; sólo quedaban algunas brasas entre las cenizas. A Hestia no se la veía por ningún lado. Tampoco a Rachel. Confiaba en que estuviera bien, pero había visto ya tanta destrucción que prefería no pensarlo. El taurofidio se deslizaba por su esfera de agua, en la otra punta de la estancia, sin hacer ruido. Algo muy juicioso por su parte, aunque no pasaría mucho tiempo antes de que Crono reparase en él.
Annabeth, Grover y yo avanzamos bajo la luz de las antorchas. Ethan fue el primero en vernos.
—Mi señor—dijo en señal de advertencia.
Crono se volvió y sonrió a través del rostro de Luke. Aparte de aquellos ojos dorados, tenía el mismo aspecto que cuatro años atrás, cuando me dio la bienvenida en la cabaña de Hermes. Annabeth emitió un gemido gutural, como si acabase de recibir un golpe a traición.
—¿Te destruiré a ti primero, Jackson?—dijo el titán—. ¿Será ésa la decisión que debes tomar?, ¿luchar conmigo y morir o inclinarte ante mí? Las profecías nunca acaban bien, ¿sabes?
—Luke lucharía con espada—repuse—. Pero supongo que tú no posees su destreza.
Crono sonrió con desdén. Su guadaña empezó a transformarse hasta adoptar la apariencia de la vieja espada de Luke, Backbiter, con su doble filo de acero y bronce celestial.
—En guardia, Mensajero de la Justicia.
Annabeth sofocó un grito, como si hubiera tenido una ocurrencia repentina.
—¡Percy, la hoja!—desenvainó su cuchillo—. "El alma del héroe, una hoja maldita habrá de segar".
No comprendí por qué me recordaba aquella frase de la profecía justo en ese momento. No me servía precisamente para animarme.
Me concentré en mi ojo rojo, el cual comenzó a refulgir. Los colores de Crono me resultaban extremadamente enigmáticos e intrigantes. Refulgían con la intensidad de mil soles, pero eran tan sombríos como la Noche Primordial.
—No interfieras—le dije a Annabeth, apuntando mi espada.
—¡Pero...!
—Esto es entre nosotros—me siguió Crono, sonriendo con crueldad—. Y terminará aquí.
—Let's dance...
—¡Espera!—gritó Annabeth.
No le hicimos caso alguno y nos abalanzamos el uno sobre el otro.
Mi instinto tomó el mando automáticamente.
Me adelanté y tracé un arco con mi espada, Crono retrocedió con un salto, pero recibió un profundo corte en su peto de Bronce Celestial.
El titán se movió alrededor de mí a toda velocidad. Me volví sobre mí mismo para no perderlo de vista y ambos atacamos al mismo tiempo, yo con una estocada y él con un mandoble.
El choque de nuestras hojas nos hizo retroceder a ambos, pero eso no nos frenó. Crono se lanzó de frente con una poderosa serie de cuatro ataques. Desvié el primero por sobre mi cabeza, pero el segundo impactó en mi abdomen, desgarrando mi armadura. Retrocedí y detuve sus siguientes dos embates, de los cuales el último fue un golpe ascendente que abrió mi guardia de par en par.
Por fortuna, la fuerza aplicada en ese movimiento también había expuesto el tronco de Crono, por lo que los dos atacamos al mismo tiempo con una patada que nos mandó en direcciones opuestas.
—¡Percy!—chilló Annabeth.
—¡Quédate atrás!—le corté, reincorporándome con un salto y cargando nuevamente.
Balanceé todo mi peso en un golpe descendente capaz de partir montañas en pedazos. Estaba poniendo cada gramo de fuerza hercúlea en mis movimientos. Se habían acabado las sutilezas, era el todo o nada.
Crono evadió mi movimiento con un salto, lo que me ponía en gran desventaja, pues mi cuerpo estaba muy expuesto. No obstante, golpearlo nunca fue mi intención.
Yendo en contra del movimiento natural de una espada, detuve mi movimiento justo antes de verme vencido por la fuerza del mismo, y tracé exactamente la misma trayectoria pero en sentido inverso, dando lugar así a un virtualmente ineludible golpe mortal que quizá más de uno reconocerá:
¡¡¡TSUBAME GAESHI: CORTE DE LA GOLONDRINA GIRATORIA!!!
Lamentablemente, mi oponente era el Señor de los Titanes.
Con un quiebro a la derecha evadió mi ataque, que pasó rozando su rostro sin provocarle daño alguno, y respondió moviéndose como un rayo por el campo de batalla, quedando a mi espalda antes de soltar una brutal lluvia de cortes y mandobles con su arma.
Me volví a tiempo y desvié cada uno de sus ataques, poniendo toda mi concentración en ello. Los músculos me ardían, el sudor caía a chorros por mi cuerpo y me zumbaban los oídos. Sentía como su estuviera luchando contra un centenar de enemigos al mismo tiempo.
Ethan se escurrió por un lado, tratando de ganarme la espalda, pero Annabeth le cortó el paso y empezó a combatir contra él. No podía desviar la mirada para ver como le iba. Percibí vagamente que Grover se había puesto a tocar sus flautas de junco. Su sonido me inundó de ardor y coraje: me evocaba la sensación de un prado tranquilo, de un sol reluciente y un cielo azul: todo muy alejado del fragor de la guerra.
Mis instintos entraron al máximo, concentrados en su totalidad sobre Crono, volviéndome ajeno a lo que sucedía a mi alrededor. Era consciente del cuerpo del titán tensándose, distendiéndose y moviéndose, empecé a predecir sus movimientos antes de que ocurriesen, pero el margen de tiempo para reaccionar era mínimo.
Empecé a silbar la vieja melodía de Poseidón mientras nuestras hojas chocaban en el aire. Quedé de espaldas al trono de Apolo y, disculpándome en silencio, le asesté un golpe en la base con todas mis fuerzas, derribando la enorme estructura sobre mí mismo.
Acto seguido, me abalancé sobre Crono, separando mis pies del suelo cuando me repelió con un golpe. Fui mandado a volar lejos de allí, salvándome de ser aplastado y dejando al titán a su suerte contra la lluvia de escombros que caían sobre él.
¡¡¡RONDO'S BLESSING!!!
Lamentablemente, si la monumental explosión del Princesa Andrómeda no lo había matado, ser aplastado bajo el Trono de Apolo tampoco.
Con un rugido, el titán emergió entre una nube de polvo y escombros.
—¡Jackson!
—Welcome Back, sir—sonreí—. Le ha gustado el pequeño regalo que le dejé.
Respondió cargando al ataque una vez más, descargando una lluvia de golpes sobre mí que dejaban el aire ardiendo en llamas a su paso.
Bloqué sus ataques a duras penas, con mis pies siendo arrastrados por el suelo con cada embate que recibía.
Retrocedí con un salto para tomar distancia, me moví tan velozmente como pude a su alrededor, sin dejar nunca de silbar, y logré abrirle una nueva grieta en la armadura.
Crono lanzó una rápida serie de estocadas, pero las esquivé con pequeños saltos, poniendo toda mi concentración en el juego de pies. Cerré las distancias y tracé un arco ascendente, pero fui esquivado con un salto hacia atrás.
Cargué frontalmente. El titán me recibió y me hizo girar sobre su cuerpo, acorralándome contra el trono de Hefesto, un enorme armatoste mecánico lleno de palancas de bronce y plata, y me asestó un tajo tremendo. Me las arreglé para subirme al asiento de un brinco y el trono zumbó y ronroneó como si se hubieran accionado sus mecanismos secretos. "Modo de defensa", advirtió una voz enlatada.
Aquello no presagiaba nada bueno. Me lancé sobre la cabeza de Crono justo cuando el trono empezaba a disparar filamentos eléctricos en todas direcciones: uno de ellos le dio al titán en la cara y recorrió todo su cuerpo y su espada.
—¡Ah!—exclamó, cayendo de rodillas y soltando a Backbiter.
Annabeth aprovechó la ocasión. Quitó de en medio a Ethan de una patada y cargó contra Crono.
—¡Luke, escucha!
Quería gritarle, decirle que estaba loca si pretendía razonar con el titán, pero no me dio tiempo. Crono hizo un gesto con la mano y Annabeth salió volando hacia atrás para estrellarse contra el trono de su madre y desplomarse en el suelo.
—¡Annabeth!—grité.
Ethan Nakamura se levantó, interponiéndose entre Annabeth y yo. No podía luchar con él sin darle la espalda a Crono.
Grover entonó una melodía más acelerada mientras se acercaba a Annabeth, aunque no podía correr demasiado mientras tocaba. La hierba empezó a crecer en la sala del trono. Entre las grietas de las losas de mármol surgían raíces diminutas.
Crono intentó incorporarse. Tenía el cabello chamuscado y la cara llena de quemaduras por la descarga eléctrica. Alargó el brazo, pero esta vez la espada no voló a sus manos.
—¡Nakamura!—gruñó—. Ya es hora de poner a prueba tu valía. Tú conoces el punto débil de Jackson. Acaba con él y te llevarás una jugosa recompensa.
Ethan bajó la vista hacia mi cintura y tuve entonces la certeza de que conocía mi secreto. Aunque no pudiera matarme por sí mismo, le bastaba con decírselo a Crono. Yo no podría defenderme eternamente.
—¡Mira alrededor, Ethan!—le dije—. El fin del mundo. ¿Ésta es la recompensa que deseas? ¿De verdad quieres verlo todo destruido?, ¿lo bueno y lo malo?¿Todo?
Grover casi había llegado junto a Annabeth. La hierba se espesaba en el suelo. Las raíces ya tendrían un palmo de largo.
—No hay ningún trono de Némesis—murmuró Ethan—. Ningún trono para mi madre.
—¡Exacto!—Crono se puso de pie un instante, pero le fallaron las piernas. Por encima de la oreja izquierda, tenía un mechón de pelo rubio chamuscado—. ¡Acaba con ellos! ¡Merecen sufrir!
—Me dijiste que tu madre es la diosa de la justicia—le recordé—. "Fuertes razones, hacen fuertes acciones". Los dioses menores merecen algo más, Ethan, pero la destrucción total no es una respuesta equilibrada. Crono no construye nada. Sólo destruye.
Ethan miró el trono crepitante de Hefesto, mientras la música de Grover seguía sonando, y empezó a mecerse siguiendo el ritmo, como si aquella canción lo llenase de nostalgia: del deseo de ver un día radiante, de estar en cualquier otro sitio menos allí. Su ojo bueno parpadeó.
Entonces se lanzó a la carga... pero no contra mí.
Se acercó a Crono, que seguía de rodillas, y descargó su espada sobre el cuello del titán. El golpe debería haberlo matado en el acto, pero la hoja se hizo añicos. Ethan cayó hacia atrás, agarrándose el estómago. Un fragmento de la hoja había rebotado en su armadura y la había atravesado.
Crono se levantó, tambaleante, alzándose ante su siervo.
—¡Traición!—gruñó.
Grover seguía tocando y la hierba crecía en torno al cuerpo de Ethan. Éste me miró con la cara contraída de dolor.
—Merecerían algo más—jadeó—. Si al menos tuvieran... tronos.
Crono dio un pisotón y el suelo en torno a Nakamura se resquebrajó. El hijo de Némesis cayó por una sima que atravesaba el corazón de la montaña directamente hacia el vacío.
—Hasta aquí ha llegado—dijo Crono, recogiendo su espada—. Y ahora vamos a ocuparnos de vosotros.
En ese momento me volví loco.
Mi único pensamiento era que debía mantenerlo alejado de Annabeth, a como diera lugar. Grover había llegado al fin a su lado y había dejado de tocar un momento para darle un poco de ambrosía.
Allí donde Crono pisaba, las raíces se enrollaban en sus tobillos. Por desgracia, no eran lo bastante gruesas todavía, porque Grover había interrumpido su magia demasiado pronto, y sólo servían para estorbar al titán.
Mi nuevo ojo me permitía ver las emociones del monstruo: furia, envidia, prepotencia, odio y confianza. No obstante, eran dos las gamas de color que emanaban de su ser, una segunda presencia hacía esfuerzos por salir a la luz: culpa, terror, miedo, impotencia, debilidad e ira.
Lo veía todo en rojo y empecé a reírme a carcajadas.
—Jeh, enloqueció frente a la muerte—sonrió Crono con desdén.
Le apunté con mi espada, incapaz de controlar mi risa.
—"En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser"—recité—. ¿No lo has oido? Es de Shakespeare. Y me sirve para describir lo estúpido que fuiste, Luke. "Sabemos lo que somos, pero no en lo que podemos convertirnos". Tú te convertiste en un monstruo. Y yo... yo también.
Grover y Annabeth me miraban desde la distancia. Sus colores: terror, desconfianza, tristeza, pesadumbre, confusión.
—¿Percy...?—murmuró Annabeth, asustada.
Le dediqué una sonrisa torcida.
—Terminó el primer acto—reí—. I think it's time for Jack... to let'er rip!
Me lancé de frente como una centella, tratando de ensartar a Crono con una estocada frontal.
—Patético...
Me esquivó con un quiebro y alzó su espada para contraatacar, no obstante yo me le adelanté, y dejé ir una lluvia de golpes guiados únicamente por la furia y nada más.
¡¡¡ANFITRÍTA: OLAS IRACUNDAS!!!
Crono retrocedió zigzagueando por al campo de batalla, tratando de navegar por mi rabioso mar de ataques. Nuestras espadas chocaban en el aire, combatimos entre los restos de la hoguera, levantando chispas y pisando carbones casi apagados.
El titán desvió dos de mis ataques, uno tras otro, y presionó con fuerza, obligándome a retroceder aturdido.
Traté de reponerme con un nuevo golpe, pero me evitó con un movimiento y se colocó a mis espaldas. Me giré y la hice una raja en el peto, pero eso no lo detuvo de casi arrancarme la cabeza con un arco descendente.
Esquivé el golpe con un quiebro, y él dio un traspié, desequilibrado. Estando ahora yo frente a su espalda, arqué mi cuerpo y comprimí mis músculos antes de dejar ir toda esa energía en un devastador golpe.
¡¡ARATAKA: HOMA!!
¡¡¡CUCHILLA DE LA GLORIA!!!
Crono salió despedido de cara contra el suelo, dejando un cráter a su paso.
Se puso de pie rápidamente, con sus ojos dorados ardiendo en odio puro. Lo seguí golpeando en cuando ángulo pude con mi hoja, pero él no flaqueó, esquivó mi embate, se colocó a mi costado, desvió la lluvia de golpes que mandé a continuación, me hizo retroceder con una patada y remató con un golpe ascendente que me mandó de espaldas contra el trono de mi padre.
Alzó su arma para rematarme, pero yo lo intercepté con un golpe ascendente, desviando el ataque. Me alcé sobre él, sosteniendo a Contracorriente a dos manos y dejé ir un devastador ataque de arriba abajo.
¡¡¡HÉRCULES POLCA ROMANA!!!
EL titán levantó su guardia, pero mi fuerza lo obliteró, arrancándole la espada de las manos, la cual voló por el aire y terminó encajando su hoja en el suelo varios metros a su espalda.
Un nuevo color brillaba en su ser: preocupación.
Dejé ir una nueva oleada de cortes, sonriendo mientras su armadura era despedazada. Él no tardó mucho en recuperarse de la conmoción y empezó a esquivarme con veloces movimientos.
Luego, tomándome por sorpresa, me alejó de él con una patada, y antes de que consiguiese retomar el equilibrio me dio un puñetazo en el rostro que me derribó.
Giré sobre mí mismo, me reincorporé y busque apuñalarlo con una estocada frontal, pero con una agilidad sorpresiva me evadió al agacharse, movió sus brazos y piernas y me derribó de cara contra el suelo nuevamente.
—Desgraciado mortal—gruñó—. Yo ya combatía cuando este universo aún estaba en pañales. No lograrás derrotarme. Se te termina el tiempo.
Rodé por el suelo, me reincorporé y levanté mi guardia.
—El tiempo... el tiempo... "El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad".
Balanceé todo mi peso en un arco descendente, el cual él recibió con sus manos desnudas, empezando a forcejear por el control de mi espada.
—¿La quieres?—reí—. ¡Adelante!
Dejé que su propio impulso lo venciese, y al dejar de presionar, conseguí hacerle una nieva raja en la armadura.
—Now.. this is a figth!—sonreí, extendiendo los brazos mientras mi enemigo retrocedía—. The London Bridge is Falling Down behind the moonligth!
Crono recuperó su espada y me miró a los ojos.
—¡Al diablo el Olimpo!—rugió—. ¡Únicamente te quiero muerto!
Cargó de frente a una velocidad mortal. El suelo a sus pies explotó en una gran nube de escombros y su figura se convirtió en un borrón dorado mientras atacaba.
Desvié el primer golpe a duras penas, teniendo que saltar hacia un costado para evitar un segundo ataque idéntico al primero. El tercero, por su parte, logró derribarme y hacerme rodar entre la roca y el fuego.
Me puse de pie mientras trazaba un arco ascendente, rompiendo la guardia de Crono, y dejando ir sobre él una veintena de furiosos ataques.
El golpeó el suelo con su espada, creando una pared de energía que me mandó a volar hacia atrás.
Alcé mi guardia, sólo para ver como una lluvia de escombros se dirigían hacía mí a toda velocidad.
Moví mi espada de un lado a otro, despedazando los proyectiles antes de atrapar uno de buen tamaño con mi brazo izquierdo y estirar mi brazo como un lanzador de disco.
¡¡¡GUÍA NOCTURNO!!!
Mi ataqué atravesó el aire a toda velocidad, impactando a Crono en el pecho, pero despedazándose al contacto con su piel.
El titán se elevó en alto con un salto, para después precipitarse contra el suelo a una velocidad que debería resultar fisicamente imposible.
Salté hacia atrás, evitando ser aplastado, y traté de responder con un mandoble, pero el titán me esquivó rodando por el suelo a tan sólo un centímetro por debajo de mi hoja.
Me volví para buscar atacar, pero él ya había tomado distancia con un salto.
Respiré profundamente y me abalancé sobre Crono nuevamente.
Nuestras hojas chocaron en el aire a toda velocidad. El suelo temblaba, los vientos se sacudían y humo salía de nuestros cuerpos.
La batalla continuaba, y en ella puse todo el odio de mi corazón. Olvidé qué sucedía a mi alrededor, olvidé dónde y cuándo estábamos, olvidé mi propio nombre. Ya no conocía las razones o motivos por las que me mantenía en pie empuñando mi hoja, simplemente no me importaba.
Las armas echaban chispas mientas el tiempo pasaba, el viento soplaba a nuestro alrededor, y lo único que buscaba con desesperación era el derramamiento de sangre. Con cada golpe, me veía más cerca de la victoria.
Pronto solamente quedaría uno, y el otro habría de pagar por todo aquello que se había llevado.
Había perdido mi identidad. Me había vuelto loco. Había perdido de vista aquello que me había hecho especial en primer lugar, mi capacidad de distinguir el bien del mal, y eso me costó caro.
Crucé hojas con Crono una última vez, presioné con todas mis fuerzas, haciéndolo retroceder. Luego, levanté mi arma mientras un destello plateado me envolvía.
¡¡¡ANAKLUSMOS-ZOË: CONTRACORRIENTE LLENA DE VIDA!!!
Tracé un poderoso golpe ascendente, arrancándole la espada de las manos a Crono nuevamente. Luego, sin perder el tiempo, aprovechando su guardia abierta, apunté mi arma hacia su corazón.
—¡Ye hemos terminado aquí!
Lancé mi golpe, y sólo conseguí lastimarme el brazo derecho.
Crono salió despedido varios metros hacia atrás, con un profundo agujero en su armadura, pero con su cuerpo intacto.
¿Cómo pude ser tan estúpido? En mi frenesí de batalla, había olvidado que el titán era tan invulnerable como yo.
Quise cargar nuevamente, pero él se me adelantó.
Dio un pisotón en el suelo de mármol y el tiempo se ralentizó. Traté de atacar, pero me movía a la velocidad de un glaciar. Crono retrocedió con toda tranquilidad y aprovechó para recuperar el aliento. Examinó la abertura de su coraza mientras yo me debatía para avanzar un milímetro y lo maldecía entre dientes. Él podía tomarse todos los tiempos muertos que quisiera. Podía dejarme clavado en el sitio cuando le apeteciera. Mi única esperanza consistía en que el esfuerzo para hacerlo lo fuese consumiendo. Si lograra agotarlo del todo...
—¡Demasiado tarde, Percy Jackson!—dijo—. ¡Mira!
Señaló los restos de la hoguera y los carbones brillaron otra vez incandescentes. Se alzó una cortina de humo blanco y en su espesor aparecieron imágenes como en un mensaje Iris. Vi a Nico y a mis padres, en la Quinta Avenida, rodeados de enemigos y luchando a la desesperada. Más atrás, Hades combatía montado en su carro negro y hacía surgir una oleada tras otra de zombis de debajo de la tierra. Pero las fuerzas del titán parecían igualmente inagotables. Manhattan, entretanto, era pasto de la destrucción. Los mortales, ya del todo despiertos, corrían despavoridos; los autos viraban enloquecidos y se estrellaban por todas partes.
La escena cambió. Entonces vi algo aún más terrorífico.
Un inmenso frente tormentoso se aproximaba al río Hudson, desplazándose rápidamente por la costa de Jersey. Venía rodeado por un círculo de carros, enzarzados en estrecho combate con la criatura oculta en el espesor de las nubes.
Los dioses atacaban sin pausa y el cielo se iluminaba con el fulgor de los relámpagos. Las flechas de oro y plata surcaban las nubes como balas trazadoras y explotaban violentamente. Poco a poco, las nubes se fueron desgarrando y entreabriendo. Entonces, por primera vez, vi a Tifón con claridad.
Comprendí sin más que mientras viviera (lo cual quizá no sería mucho) no podría sacarme aquella imagen de la cabeza. Tifón cambiaba de aspecto constantemente. A cada momento era un monstruo distinto, cada uno más horrible que el anterior. Si lo hubiera mirado a la cara demasiado rato mi mente se habría roto, así que me concentré en su cuerpo, aunque tampoco es que fuera mucho mejor. Era de tipo humanoide, pero su piel te hacía pensar en un sándwich de carne abandonado un año entero en la taquilla del gimnasio. Tenía manchas verdes y ampollas del tamaño de un edificio por todo el cuerpo, además de zonas ennegrecidas a causa de los eones que había pasado bajo un volcán. Sus manos eran humanas, pero rematadas en garras, como las de un águila; sus piernas estaban cubiertas de escamas de reptil.
—Los olímpicos están haciendo un último esfuerzo—se burló Crono con una carcajada—. ¡Qué patético!
Zeus lanzó un rayo desde su carro y la explosión iluminó el mundo entero. Incluso allí arriba, en el Olimpo, noté la sacudida, pero cuando la nube de polvo se disipó, Tifón seguía en pie. Se tambaleaba y tenía un cráter humeante en su cabeza deforme, pero rugió enfurecido y continuó avanzando.
Empezaba a recuperar la flexibilidad en mis miembros. Crono no pareció notarlo. Tenía puesta toda su atención en la lucha, en su victoria final.
Si lograba resistir unos segundos más y mi padre mantenía su palabra...
Tifón entró en el río Hudson y se hundió casi hasta la pantorrilla.
"Ahora"—pensé, casi implorando a la imagen que atisbaba entre el humo—. "Tiene que ser ahora, por favor".
Como un auténtico milagro, me llegó el sonido de una caracola. La llamada del océano. La llamada de Poseidón.
Alrededor de Tifón, el Hudson entró en erupción repentinamente, agitándose con olas de quince metros. Y fuera del agua surgió un nuevo carro: éste tirado por enormes hipocampos que nadaban en el aire con la misma facilidad que en el agua.
Mi padre, rodeado de un aura de poder azulada y resplandeciente, describió un círculo desafiante en torno a las piernas del gigante. Poseidón ya no era un anciano encorvado. Volvía a ser el de siempre: fornido y bronceado, y con la barba oscura. En cuanto blandió su tridente, el río respondió creando un enorme torbellino alrededor del monstruo.
—¡No!—gritó Crono tras unos instantes de estupor—. ¡No!
—¡Ahora, hermanos!—La voz de Poseidón sonaba con tal fuerza que no estaba seguro de si la oía a través de la visión o me llegaba directamente desde la otra punta de la ciudad—. ¡Al ataque! ¡Por el Olimpo!
De las aguas del río surgió una legión de guerreros, cabalgando las olas sobre tiburones, dragones y caballos de mar descomunales. Eran cíclopes, y al frente de ellos iba...
—¡Tyson!—grité.
Sabía que no podía oírme, pero lo observé asombrado. Había aumentado de tamaño mágicamente y debía de medir unos diez metros, o sea, casi tanto como sus primos de la Antigüedad. Y llevaba por primera vez una armadura completa. Inmediatamente detrás de él, iba Briareo, el centímano.
Todos los cíclopes sujetaban enormes cadenas de hierro negro—tan grandes como para anclar un barco de guerra—con anclas en los extremos. Las voltearon en el aire como lazadas y empezaron a arrojárselas a Tifón a las piernas y los brazos.
Aprovecharon el torbellino para seguir dando vueltas y, poco a poco, lo fueron enredando y atrapando. Tifón se agitaba dando rugidos y tiraba brutalmente de las cadenas, derribando a algunos cíclopes de sus monturas; pero eran demasiadas cadenas y la superioridad numérica de los cíclopes empezó a resultar abrumadora incluso para un gigante como él. Poseidón le arrojó entonces su tridente y le atravesó la garganta. De la herida brotó sangre dorada, el icor inmortal, formando una cascada tan alta como un rascacielos. Luego el tridente voló de nuevo a las manos de mi padre.
Los demás dioses atacaron con renovados bríos. Ares se adelantó y le dio una estocada a Tifón en la nariz. Artemisa le disparó en el ojo una docena de flechas de plata. Apolo le lanzó una salva de flechas encendidas que le incendiaron el taparrabos. Zeus siguió machacando al gigante con sus rayos mientras el agua subía poco a poco de nivel hasta envolverlo casi por completo. Tifón empezó a hundirse bajo el peso de las cadenas. Aulló desesperado y se agitó con tal violencia que las olas chapotearon por toda la costa de Jersey, empapando edificios de cinco pisos y sacudiendo el puente George Washington. Pero, pese a sus esfuerzos, Tifón se iba sin remedio hacia el fondo, donde mi padre había abierto un túnel especial para él: un tobogán de agua que lo llevaría directamente al Tártaro. La cabeza del gigante se sumergió al fin entre un torbellino burbujeante y desapareció del todo.
—¡Bah!—gritó Crono, mientras atravesaba el humo con su puño, dispersando la imagen.
—Ya vienen—dije—. Estás perdido.
—Ni siquiera he empezado de verdad—sonrió con locura y su imagen tembló.
—No...—murmuré, comprendiendo lo que haría— ¡¡NOOOO!!
Su cuerpo... el cuerpo de Luke, estalló en llamas doradas. Un pilar de luz que se elevó hacia el infinito.
El mundo a su alrededor se desintegraba, el tiempo y el espacio empezaron a distorsionarse. Ahora sólo era distinguible una silueta completamente negra rodeada por el tronco de fuego divino.
Fui mandado a volar de espaldas, mientras mi cuerpo empezaba a echar humo.
La risa del titán sacudió el universo entero.
Entendí que finalmente Crono estaba adoptando su auténtica forma divina. Pero aún no estaba listo, aún no era lo suficientemente poderoso, así que se había contentado con un paso intermedio.
Aquello era lo más cercano a la verdadera forma de un titán que jamás lograría ver en mi vida, y era lo suficientemente aterrador. En ese estado, aún atado a un cuerpo mortal, Crono era más poderoso que cualquier criatura terrenal en la existencia.
Pero, por supuesto, había un precio. Pues ni siquiera la maldición del Estigio podía proteger el cuerpo de Luke por demasiado tiempo. En cuestión de minutos su recipiente se consumiría por completo, y su espíritu inmortal sería libre de usar su poder al completo.
El señor de los titanes no bromeaba cuándo dijo que me quería muerto por encima de todo lo demás.
Era el estado intermedio perfecto entre mortal e inmortal, el último escalón que Crono tendría que subir antes de recuperar todo su poder.
—Se terminó tu tiempo—rió, y con un movimiento, una ráfaga de sus llamas doradas salió disparada, pero no contra mí, sino contra mis amigos.
—¡¡NO!!
Con un salto, me interpuse entre ellos y el ataqué, soltando un desgarrador grito de dolor cuando el fuego quemó mi rostro, haciendo estallar por tercera vez mi ojo izquierdo.
—¡P-Percy...!—chilló Grover, muerto de preocupación.
Él y Annabeth trataron de socorrerme, pero el calor era tan intenso que se desplomaron inconscientes casi de inmediato. Si no detenía a Crono, ellos morirían en cuestión de minutos.
Me volví hacia el titán, respirando con dificultad.
—"Malgasté mi tiempo y ahora el tiempo me malgasta a mí"—cité—. El segundo acto fue esplendido. Pero es momento de dar comienzo al acto final.
Respiré profundamente, preparándome mentalmente para lo que sucedería a continuación.
—No más terror... no más locura...—me dije—. Sólo justicia.
Rugí a todo pulmón mientras utilizaba cada gramo de mi fuerza para arrojar a Contracorriente hacia las alturas, con su hoja dando vueltas a toda velocidad como un disco de destrucción.
La realidad se distorsionó a su paso, mi arma comenzó a estirarse y deformarse mientras giraba sin freno, alcanzando la altura máxima en el centro del gran salón y quedándose suspendida en el cuelo, convirtiéndose allí en un torbellino oscuro, un vórtice que hacía las de portal hasta un lejano universo.
Alcé mi brazo derecho al aire y miré a mi oponente a los ojos.
—¡Ven a mí, Sabueso de Hades!
En el centro del vórtice, un pilar de luz emergió de entre la negrura, bañándome con su celestial brillo.
El viento sopló furiosamente, haciendo temblar al Olimpo hasta sus cimientos.
—¿Ese es...?—murmuró la fulgurante imagen de Crono—. No...
Varios pares de ojos rojizos brillaron desde la negrura del otro lado del portal. Un par de gigantescas garras se hicieron paso a través el vórtice, y pronto, un perro con tres cabezas de magnitudes bíblicas se arrastró desde el mismo infierno, cerniéndose como una sombra sobre el campo de batalla.
Extendí mis brazos hacía los lados, dejando que los enormes colmillos de la bestia se cerraran sobre mi carne. Luego, la cabeza central del monstruo abrió sus fauces sobre mí cabeza, y mientras yo no apartaba la mirada de sobre mi oponente, fui tragado por el monstruo.
Mi sangre voló por el aire, evaporándose en una nube de espeso gas rojizo.
Y al despejarse, emergí de entre la oscuridad, listo para luchar hasta el desvanecimiento en los que serían mis últimos momentos en el mundo de los mortales.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡DUODÉCIMO TRABAJO: CERBERO SABUESO DE HADES!!
¡¡¡DESASTRE DEL INFRAMUNDO!!!
Miré fijamente a mi enemigo mortal.
—Que el universo recuerde para siempre nuestra gran batalla, abuelo.
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