El Éxodo de Hércules:
Abrí los ojos viéndome a mí mismo en un verde prado en lo que, sin siquiera haber estado allí, supe de inmediato que se trataba de la antigua Grecia, más específicamente, fuera de las murallas de Tebas.
Ese era el lugar exacto en el que Hércules había sido llevado a los cielos tras consumir la ambrosía, ese era el lugar en el que Zeus lo había hecho convertir en dios.
—Haz echo un increíble trabajo—dijo una voz tras mi espalda.
Con un sobresalto, me volví sobre mí mismo, sintiendo mis ojos empañarse por las lágrimas.
Frente a mí, tan grande, fuerte y saludable como siempre, se encontraba el mismo Hércules, sonriéndome con orgullo.
—Hermano...
Sin poder contenerme, salté sobre él y le di un gran abrazo mientras empezaba a temblar.
—¿Realmente eres tú? ¿Realmente estás aquí?
El dios se rió divertido y me devolvió el gesto.
—También me alegro de verte, hermanito.
Me separé de él, limpiándome las lagrimas de los ojos.
—¿C-cómo es posible? Creí que tú...
Su expresión se ensombreció muy ligeramente.
—Sí, el Nifhel aún me aguarda—explicó—. No obstante, el destino me tenía reservada una última misión.
Ladeé la cabeza.
—No comprendo...
Colocó una mano sobre mu hombro y me sostuvo la mirada.
—Para finalmente poder descansar en paz, tendré que combatir contra ti.
Abrí los ojos como platos y negué con la cabeza mientras retrocedía.
—Eh, no no no—murmuré—. No puedo hacer eso... me estás pidiendo que...
—Que me mates—concluyó—. Las reglas son simples, Percy. Mi alma no descansará en paz hasta que tú me derrotes, pero tampoco hallaré reposo amenos que ponga todo mi poder en la batalla. Tengo que luchar con todo mi ser, y tú tendrás que hacerlo también.
—Pe... pero... ¡Yo no quiero hacer eso!—balbuceé—. Estás aquí, no hay razón para...
—Percy, por favor.
Al mirar detenidamente sus ojos, pude observar un profundo dolor que lo carcomía, uno mil veces mayor aún a aquel provocado por la marca. Y, aún así, se mantenía firme e impasible, ocultando su agonía casi a la perfección. Si me había percatado, era únicamente por lo bien que lo conocía.
—"Cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto quien lo siente"—se me escapó.
Hércules respiró profundamente.
—También quería hablar un poco sobre eso.
Bajé la mirada, empezando a temblar como si tuviese muchísimo frío.
—Lo lamento...—dije—. Perdí de vista el camino correcto... me valí del terror y disfruté de ejercer la violencia...
El héroe negó suavemente con la cabeza mientras levantaba mi mirada con su mano.
—Percy, al final, en el momento de más necesidad, te sobrepusiste a la crueldad y brillaste con luz propia, me enorgulleces—su agarré se apretó ligeramente—. No obstante, es la hora de completar tu último trabajo, el decimotercer trabajo.
—Pero...
—Tienes que debatirte entre la luz y la oscuridad, abrazarlas a ambas y derrotarme. Sólo entonces habrás terminado tu misión. Sólo entonces habrás completado el Éxodo de Hércules.
—No quiero luchar contra ti, hermano...
Sonrió con tristeza.
—Yo tampoco—confesó—. Pero sé que no hay mejor manera de que veas lo lejos que has llegado, de vencer tus miedos y superar tus debilidades.
Sujetó su garrote con fuerza, alzándolo en alto.
—¡¡Así pues, Perseus Jackson, Héroe del Olimpo!! ¡¡Tengamos una honorable lucha hasta el glorioso final!!
Bajé la mirada, luche por contener las lágrimas y desplegué mi espada plateada mientras hacía una reverencia.
—Supongo que no hay de otra—dije, forzando una sonrisa—. Tengo que aceptar el duelo.
Le apunté al cuello con mi filo.
—Porque esa... es la verdadera esencia de un caballero.
No quería hacerlo, pero era mi deber, mi destino.
Mi cuerpo se sentía lleno de energía, aunque aún humano. No tenía dolor o malestar, quizá porque lo que estaba luchando era mi espíritu y no mi carne.
Hércules se abalanzó sobre mí, asestando un devastador golpe descendente con su garrote. Interpuse mi espada y tomé el golpe.
Mis brazos temblaron y el suelo se resquebrajó bajo mis pies, pero logré mantenerme firme por un tiempo antes de retroceder con un salto.
—Buenos reflejos—felicitó Hércules, volviendo a alzar su arma.
No respondí, repuse mi guardia y me lancé de frente con una estocada al corazón.
—¡¡Es inútil!!—rugió el dios, desviando mi ataque hacia la izquierda con un golpe lateral.
Di un traspié y luché por corregir mi trayectoria, pero el héroe ya se me había adelantado. Apenas y tuve tiempo para alzar mi espada antes de recibir un brutal golpe.
Salí despedido de costado a toda velocidad, estrellándome contra la tierra y formando un inmenso cráter a mi alrededor.
—Demonios...—murmuré, poniéndome en pie tembloroso—. Ahora... es mi turno.
Comencé a silbar, sintiendo mis músculos hincharse y fortalecerse.
Me abalancé sobre mi viejo maestro, él trató de interceptarme balanceando su garrote, pero le esquivé con un certero movimiento y continué con mi ataque. Lo rodeé desde distintos ángulos y empecé a lanzar un corte tras otro.
El dios trató de evitarme con un quiebro, pero mi hoja abrió una sangrante herida en su cuello, luego otra en su pecho y una más en el abdomen.
Hércules consiguió alcanzarme y me apartó con un golpe lateral. Aterricé de pie sobre el suelo y le sostuve la mirada.
Él se llevó una mano a la herida del cuello, mientras sonreía al tiempo que tenía una arcada de vómito sanguinolento.
—Oh, poderoso héroe... tiembla ante mí—sonreí.
—Hum—Hércules tosió un poco más de sangre antes de erguirse en toda su altura—. Así que, realmente cruzaste caminos con la encarnación del mal.
—Ese sujeto era un monstruo—respondí—. Logró despertar algo en mi interior de lo que no me enorgullezco, pero, por parecidos que hayamos podido ser en algún sentido, hay algo que nos diferencia.
Sostuve orgullosamente mi espada.
—Ambos miramos al abismo, pero cuando el abismo nos miró de vuelta... él pestañeó.
Hércules dejó salir una risotada mientras se aferraba a su garrote.
—¡Bien! Pero debo de advertirte, si este es todo el alcance de tu objetivo... ¡Entonces lo aplastaré por completo!
Se lanzó sobre mí a toda velocidad. Apunté mi hoja y respondí cargando de frente con el mismo ímpetu.
—It's showtime!
Lancé una horda de golpes, cortes, estocadas, mandobles y cuchilladas. Él los desvió todos y cada uno con su garrote, moviéndolo hábilmente de un lado a otro y sosteniéndome la mirada en todo momento.
Su defensa era un muro impenetrable, así que opte por intentar rodearlo a toda velocidad y golpear desde su punto ciego.
El previó mi movimiento y buscó interceptarme con un golpe ascendente, pero yo cambié la trayectoria de mi movimiento, tomándolo por sorpresa, y conseguí hacerle un corte bajo el brazo.
Como era de esperarse, eso no lo frenó en lo más mínimo, y con un bramido buscó contraatacar.
Él era más poderoso, fuerte y resistente que yo, no cabía duda. No obstante, yo era más rápido y podía maniobrar con mayor precisión. Esquivé su embate con un quiebro y lancé una estocada a su rostro.
Hércules ladeó la cabeza hacia la izquierda, esquivando mi hoja casi por completo, ganándose solamente un corte en la mejilla izquierda.
Aún cubierto de heridas y bañado en sangre el dios se mantenía firme e indomable. Se alzó imponente sobre mí alzando su garrote.
No pude hacer otra cosa más que admirar su inquebrantable voluntad. La historia de aquel chico de cuerpo débil pero con un profundo amor a la justicia hizo eco en mi interior.
En la cacería, en el conflicto, siempre plantándole cara al mal a pesar de no poder salir victorioso. Entrenando y entrenando para poder ser más fuerte cada día hasta que nadie jamás se atrevió a menospreciarle. Todo para que, en el momento de más necesidad, cuando los dioses se enfrentaron a la indefensa humanidad, el diese la cara bebiendo la sagrada sangre de Zeus para poder luchar.
Ese era Hércules, el humano que se rebajó a ser divinidad.
Su garrote se precipitó contra mí.
—Vamos, héroe—rugió—. ¡Desaparece de mi vista!
Salté hacia atrás, esquivando por los pelos ser aplastado.
—Tal como sospeché—dijo sonriendo—. Nada de lo que haga será suficiente para detenerte. Supongo que... ¡Tendremos que ir al siguiente nivel!
Sujetó su garrote a dos manos.
—¡¡Te aplastaré con un ataque frontal!!
El suelo empezó a temblar, y la marca que Hércules llevaba en el brazo derecho empezó a brillar intensamente.
El tatuaje del dios de la fortaleza echó humo, pero no creció, como si este extraño plano en el que nos encontrábamos le permitiese usar todo su poder sin repercusiones. Las venas se le hincharon, los músculos se abultaron y su cuerpo comenzó a despedir un aura de poder..
Supe exactamente lo que iba a suceder, pero estaba demasiado impresionado por por fin presenciar aquello en persona como para reaccionar.
Hércules respiró profundamente antes de alzar la mirada y encararme.
—Poderoso León de Nemea... ¡TOMA MI CARNE!
El garrote del héroe, con forma de cabeza de león, cambió su forma, con la melena del felino extendiéndose como si de rayos de sol se tratase.
Un poderoso rugido cubrió el campo de batalla en su totalidad, ahogando el sonido de nuestra respiración y el latido de nuestros corazones.
Hércules me apuntó con su arma, los ojos rubíes de la cabeza de león brillaron intensamente, y una poderosa luz cayó del cielo, envolviendo al dios de la fortaleza mientras éste alzaba su garrote.
El héroe lanzó su ataque, asestando un golpe extremadamente devastador. Una enorme ola de destrucción arrasó con el suelo, con unos furiosos ojos y colmillos que recordaban a la imparable fuerza de un león.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡PRIMER TRABAJO: LEÓN DE NEMEA!!
¡¡¡RUGIDO QUE DEVORA LA TIERRA!!!
Sonreí.
—Mi turno...
Un chillido porcino resonó por las laderas.
Mi espada cambió de forma, desde el mango hasta la punta empezó a alterar su apariencia hasta que se convirtió en la cabeza de un gigantesco jabalí de plata con grandes colmillos del cual la punta de la espada salía por la boca.
La marca en mi cuerpo empezó a doler más y más, pero al igual que con Hércules, no creció más de la cuenta.
Solté un bramido bestial y balanceé mi arma.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡CUARTO TRABAJO: JABALÍ DE ERIMANTO!!
¡¡¡ARROLLADORA CARRERA POR LA MONTAÑA!!!
Una nube de poder rojo carmesí me envolvió antes de salir disparado envuelto en poder puro. Pronto, yo lideraba la estampida de un gigantesco jabalí hecho de tierra, aire y energía brillante que bramaba mientras cargaba directamente contra Hércules.
Mi embate alcanzó un tamaño de proporciones monstruosas, mientras que la ola de destrucción que el dios había comandado hacía lo propio.
Nuestro poder chocó de frente, haciendo temblar el suelo mientras cantidades masivas de energía eran lanzadas en todas direcciones.
Luego, el dolor se adueñó de mi cuerpo. Y para cuando quise darme cuenta, estaba de rodillas en el epicentro de un alargado cráter, respirando con dificultad y cubierto de sangre.
Hércules se alzó imponente frente a mí, sin haber recibido absolutamente ningún daño tras el choque de poderes.
—No combatas poder con poder cuando eres más débil—me reprendió, mientras se preparaba para atacar.
Aún con todo el cuerpo sintiéndose como si una manada de leones me hubiese pasado por encima, logré reincorporarme y apuntar mi espada, que ya había regresado a su forma original.
—Es... como Annabeth dice...—murmuré—. Probemos... con algo distinto.
Me lancé a toda velocidad contra él.
Hércules alzó su arma y tensó los músculos, trazando después un arco descendente que se chocó de lleno con la hoja de mi espada.
Su fuerza bastó para mandarme a volar de espaldas, pero me las arreglé para caer de pie y volver a atacar, lanzando una lluvia de estocadas frontales tan rápido como fui capaz.
El dios volvió a hacer gala de sus divinos reflejos y detuvo mis embates al tiempo que lentamente buscaba acorralarme contra los muros de la ciudad.
Esquivé un golpe suyo, hice una finta y luego ataqué a sus pies. El dios retrocedió con un salto, aterrizando sobre su mano y balanceando su arma en un arco ascendente, desviando mi consiguiente estocada frontal.
Lo que siguió fue una rápida sucesión de golpes y contragolpes en la que ninguno de los dos fue capaz de hacerle daño alguno a su oponente. Saltábamos de un lado a otro y manejábamos nuestras armas con maestría en una letal danza en la que el más mínimo error podría significar la muerte.
Lancé una estocada, y el la recibió con su brazo izquierdo desnudo, desviando así mi golpe, aunque fuese sacrificando algo de su carne y sangre, lo que le permitió ponerse en el lugar perfecto para aplastarme.
Bajó su arma en un golpe final, pero no contaba con el que sería mi siguiente movimiento.
Mi marca echó una enorme cantidad de humo, cegándolo temporalmente, lo que me permitió evadir el golpe por sólo unos milímetros.
Luego, sujeté mi arma a dos manos y lancé una nueva técnica mortal.
La agonía se apoderó de mi ser. Mi espada se fundió y transformó, adoptando la apariencia de una serpiente draconiana.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡SEGUNDO TRABAJO: HIDRA DE LERNA!!
¡¡¡LENGUA LLAMEANTE POLICÉFALA!!!
Desde la hoja de mi arma, un enorme cuello de fuego salió despedido hacia los cielos, tomando la apariencia de una cabeza de dragón.
Luego, la llameante legua ígnea se dividió en dos, luego en cuatro, y pronto centenas de ardientes cuellos monstruosos volaban en todas direcciones, rugiendo y siseando.
Los infinitos cuellos de la hidra se abalanzaron sobre Hércules, quien frunció el ceño y sujetó su garrote a dos manos, mirando el fuego con determinación.
Su arma se transformó y convirtió en una gran águila con las alas extendidas. Luego, con un rugido, trazó un arco ascendente y una poderosa ráfaga de viento se alzó hacia los cielos.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡SEXTO TRABAJO: AVE DEL ESTÍFALO!!
¡¡¡PÁJARO QUE DA BRISA!!!
Mi trabajo era mucho más poderoso y destructivo. Pero, incluso teniendo una fuerza menor, Hércules supo aplicar su técnica en el mejor momento y de la forma precisa, interceptando todos los cuellos de la hidra y absolviéndolos con sus huracanados vientos.
Los vientos llameantes se cernieron sobre mí. Me puse en guardia, flexioné las rodillas y me preparé para el impacto.
La explosión sacudió el cielo y me arrancó el aire de los pulmones. El calor era abrasador y mi ropa estalló en llamas.
Me quedé tendido en el suelo, a decenas de metros de donde originalmente me encontraba, respirando con dificultad y aún más adolorido.
El lado bueno, mi resistencia natural al fuego me había salvado de lo que hubiese sido una muerte segura para cualquier otro.
La silueta de Hércules se acercaba a través de las laderas, dirigiéndose hacia mí imponentemente.
—Es inútil—decía él—. Esos trucos no funcionarán en mí.
Traté de ponerme en pie, estaba mareado y confundido, pero hice esfuerzos por mantenerme firme.
"Percy, tranquilo"—dijo la voz de Zoë—. "Aún estás dudando, no estás luchando con todo tu poder, te contienes"
"Pero..."
"Sé que esto te duele, pero es por su bien"—aseguró ella—. "Recuerda que estoy contigo, sin importar qué"
"No... no quiero matar a mi hermano"
"Tienes qué"—dijo en tono suave—. "Es por su propio bien. Sólo así podrá descansar en paz. ¿No crees que lo merece?"
Hércules ya casi me había alcanzado, cerré los ojos, respiré profundamente y respondí.
—Tienes razón Zoë... vayamos juntos.
El dios atacó balanceando su garrote.
—¡No te distraigas, Percy!—ordenó—. ¡¡Demuéstrame que no te has separado de la justicia!!
Lanzó un golpe descendente que logré esquivar con un salto a la derecha. Lancé una estocada, rajándole superficialmente la espalda antes de que atinase a alejar mi hoja con un movimiento de su arma.
Traté de retroceder con un salto, pero acabé cayendo por la ladera y terminé rodando hasta dar a parar varios metros por debajo de mi oponente.
—Estás muy desconcentrado—dijo mi viejo mentor—. No quiero hacerlo, pero te mataré si no luchas en serio.
Sujetó su arma a dos manos con fuerza. La marca echó humo una vez más.
Con un bramido de ira y dolor, su garrote se transformó en la cabeza furiosa de un bovino, con grandes cuernos y brillantes ojos,
Arqueó la espalda, sujetando el arma a una sola mano. Apuntó y disparó.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡SÉPTIMO TRABAJO: TORO DE CRETA!!
¡¡¡PEZUÑA DEL TORO FURIOSO!!!
Su arma cruzó el aire a toda velocidad, dando vueltas sobre sí misma como una cuchilla giratoria. En mi dirección.
—Ah no, no lo harás...
Mi espada creció y cambió de forma. Anaklusmos se había convertido en un gigantesco e intrincadamente detallado arco plateado.
"¡Oh sí!"—celebró Zoë con una adorable emoción infantil—. "¡Esta forma me gusta mucho más!"
Una flecha de luz apareció mientras tiraba de la cuerda.
Quizá mi puntería era lo que le seguía a terrible, pero yo ya no estaba solo. Sentí los brazos de Zoë alrededor de mi cuerpo, sus manos guiando a las mías.
Apunté y disparé.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡DÉCIMO TRABAJO: GANADO DE GERION!!
¡¡¡FLECHA QUE ATRAVIESA TRES CUERPOS!!!
Nuestros proyécteles chocaron en el aire, despidiendo una luz cegadora. No obstante, esta vez fui yo quien se sobrepuso.
Mi flecha pasó junto al rostro del dios, sacudiendo su cabello y abriéndole una nueva cortada. Unos centímetros más y le hubiera arrancado la cabeza.
Su garrote cayó al suelo, formando un cráter a su alrededor mientras adoptaba su apariencia original, pero ahora con un perfecto agujero atravesándolo de lado a lado.
El dios tomó su arma en manos y sonrió orgulloso.
—Te felicito, de verdad, Percy—dijo—. Creo que ya llegó la hora... ¿estás listo para tu último desafío?
Mi espada recuperó su forma original y le apunté con ella.
—¡Atácame con todo lo que tengas!
Asintió con la cabeza, su sonrisa se ensanchó y se puso en guardia.
El héroe legendario rugió a todo pulmón mientras utilizaba cada gramo de su fuerza para lanzar a toda velocidad su garrote hacía las alturas, dando vueltas como una furiosa y rugiente rueda de destrucción.
El arma divina comenzó a estirarse y deformarse mientras giraba sin freno, alcanzando la altura máxima en el centro del cielo, ocultando a la luna tras de sí, quedándose suspendida en el aire, convirtiéndose allí en un torbellino oscuro, un vórtice que hacía las de portal hasta el inframundo.
Heracles alzó su brazo derecho hacia el cielo mientras gritaba a los cuatro vientos:
—¡Ven a mí, Sabueso de Hades!
En el centro del vórtice, un pilar de luz emergió de entre la oscuridad, bañando al dios de la fortaleza con su brillo .
El viento sopló furiosamente, haciendo temblar la ciudad de Tebas hasta sus cimientos.
Miré a la criatura que comenzaba a asomarse desde el infierno.
—Hola otra vez, viejo amigo...
Varios pares de ojos rojizos brillaron desde la negrura del otro lado del portal. Un par de gigantescas garras se hicieron paso a través el vórtice, y pronto, un perro con tres cabezas de magnitudes bíblicas se arrastró desde el mismo infierno, cerniéndose como una sombra sobre el campo de batalla.
La bestia gruñó furiosamente mientras dos de sus titánicas cabezas se aferraban con sus dientes a los brazos de Heracles y alzaba la cabeza del centro por sobre el cuerpo del dios.
El héroe me miró directo a los ojos, con su rostro totalmente cubierto en sombras, pero con una enorme sonrisa en los labios. Luego el perro de los infiernos cerró sus colmillos sobre él.
La sangre divina del dios salpicó en todas direcciones, una explosión resonó por el campo de batalla, y de entre el humo la imponente figura de Heracles se hizo presente.
Sus dedos en las manos y pies se habían convertido en zarpas afiladas, diversas protuberancias óseas salían de la carne del dios, las cadenas del monstruo ahora hondeaban junto al cabello de Heracles, y la marca de héroe ahora era de un color completamente negro.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡DUODÉCIMO TRABAJO: CERBERO SABUESO DE HADES!!
¡¡¡CALAMIDAD DEL INFRAMUNDO!!!
"Es incluso más intimídate cuando él lo usa..."—murmuró Zoë.
—Vaya, gracias—bufé.
Mi maestro apretó los puños.
—Aquí vamos...
Alcé mi espada.
—¡Ven si te atreves!
Sí se atrevió.
Cargó a una velocidad vertiginosa y me mandó a volar con una embestida. Caí y rodé con dureza sobre el suelo, ni siquiera alcanzando a recomponerme cuando ya me había sujetado por la cabeza.
—Supongo que se termina aquí—dijo, con lágrimas en los ojos.
Se dispuso a aplastar mi cráneo, pero me las arreglé para lanzar una estocada frontal, obligándolo a soltarme para no ser empalado.
—No necesito al perrito de mi lado—dije—. Con mi espada es más que suficiente.
Con un ladrido, el dios se abalanzó contra mí. Lancé una serie de golpes con mi espada mientras retrocedía, pero el los desvió todos golpeando con sus brazos la cara plana de mi hoja.
Trató de adelantárseme con un puñetazo, pero me las arreglé para esquivarlo y atrapar su brazo usando mi espada, buscando hacerle una lleve.
Él, en su lugar, me atrajo hacia sí y busco arrancarme la cabeza a golpes. Me agaché y ladeé, evitando los primeros tres embates, pero con el tercer movimiento me tomó del cuello, alzándome en alto.
Hice una jugada algo sucia al escupirle en la cara un chorro de sangre con un diente incluido, dándole justo en el ojo. Su férreo agarre se aflojó lo suficiente como para poder liberarme con una patada en su pecho y tomar mi distancia.
—Esto no se acaba hasta que se acaba...
Me lancé a toda velocidad, trazando un arco descendente con mi hoja plateada.
El dios, por su lado, se limitó a atrapar mi arma en pleno movimiento, deteniendo mi avance en seco.
—¿Qué...?
—Es una linda espada—reconoció, y con un movimiento de su mano, partió la hoja en pedazos.
Di un traspié por la inercia y retrocedí aturdido.
—Zoë...—balbuceé—. ¡Zoë! ¡¿Estás allí?! ¡¿Me escuchas?!
Nadie respondió y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente solo.
—No... no puedes... ¡Maldita sea! ¡No!
Fui incapaz de seguir lamentándome, pues el puño del dios ya estaba a milímetros de mi rostro.
Retrocedí con un salto, esquivando casi todo el embate. No obstante, incluso sin haberme tocado, su solo movimiento abrió un corte en mi rostro.
Su puño izquierdo, entonces, me conectó de sorpresa, mandándome a volar.
Me recompuse tambaleante, lo veía todo borroso y escuchaba distante. Aún así, era consciente de cómo mi rival se abalanzaba nuevamente sobre mí.
Estaba furioso y desesperado. Arrojé el mango de Contracorriente, que volvía a ser de bronce, y me hice a un lado, esquivando su siguiente golpe.
Los puñetazos hicieron temblar el campo de batalla, levantando una gran tormenta de escombros a cada movimiento. Yo, por mi lado, me dediqué a saltar y esquivar a como pudiese, intentando pensar en algo que hacer.
La visión de la hoja de mi espada partiéndose en mil pedazos y Zoë desvaneciéndose se repetía en bucle una y otra vez en mi memoria.
Grité a todo pulmón con ira y poder.
Miré a la bestia directo a los ojos, con la fuerza divina inundado todos mis sistemas y mis ojos ardiendo en ira.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡NOVENO TRABAJO: CINTURÓN DE HIPÓLITA!!
¡¡¡REINA DE LAS AMAZONAS!!!
Hércules lanzó un golpe frontal contra mí. Yo lo detuve interponiendo mis dos manos. Tenía la fuerza de diez mil guerreras amazónicas en mi cuerpo, y mientras durara lo aprovecharía.
Él presionó con más fuerza, en uno sólo de sus brazos tenía más fuerza que yo en todo mi cuerpo. Aún así, me las arreglé para hacer a un lado su puño y contraatacar dándole un golpe en el cuello.
Hércules retrocedió levemente, lo que aproveché para asestarle una patada en el estomago. Traté de conectarle un nuevo puñetazo, pero él se protegió cruzando los brazos.
Sus pies fueron arrastrados levemente por el suelo mientras retrocedía.
Creí que estaba empezando a ganar terreno, cuando con golpe me mandó a rodar nuevamente.
Me puse de pie, tosiendo sangre, y concentré toda mi fuerza en los brazos. Me abalancé a toda velocidad contra Hércules y le conecté un puñetazo en el pecho, sin siquiera moverlo un centímetro.
Seguí golpeando y golpeando, pero sin un arma divina en mis manos, ni siquiera todo el poder del noveno trabajo sirvió para hacer mella en el enorme cuerpo del dios.
Probé con un gancho al hígado, se sintió como golpear una roca. Entendí que mientras él utilizase a Cerbero, simplemente no estábamos al mismo nivel.
Seguí lanzando golpes a la desesperada, consiguiendo en última instancia hacerle retroceder algunos centímetros.
Sacudí las manos, adolorido.
—Esto es ridículo...
La marca en su cuerpo echó humo.
—Supongo que así es cómo termina—se lamentó.
Tomé impulso y lo golpeé en la mandíbula, él se mostró inmutable antes de mandarme a volar con un gancho ascendente.
Sin el límite de tiempo del último trabajo, ya no había necesidad de luchar a la desesperada con un ataque tras otro. Hércules podría calcular fríamente cada uno de sus increíblemente destructivos movimientos y aplastarme fácilmente si no me las arreglaba para salir con un plan pronto.
Cuando caí al suelo, sofocado por el golpe e incapaz de respirar, Hércules se cernió imponentemente sobre mí.
—Se acabó—dijo, alzando los puños—. No necesitas... sufrir más, hermano. Diste una gran batalla.
Un grito resonó por la ladera:
—¡Percy!
Ambos, Hércules y yo, nos volvimos hacia la cima de la elevación, notando como dos figuras nos observaban.
No pude evitar sentir un profundo alivio y gran felicidad al ver a Zoë, viva, en carne y hueso, observando con preocupación.
No obstante, la euforia se extinguió en su totalidad al identificar a la segunda persona.
—Luke...—gruñí.
El hijo de Hermes me observó fijamente, aún con furia y resentimiento, aunque también con algo de culpa y agradecimiento.
—El destino quizo que te ayudase una última vez antes de afrontar mi castigo—dijo—. Te vi en el Olimpo, negándote a la inmortalidad pero después cediendo a cambio de un mejor mañana, de darles el reconocimiento y respeto que merecen a todos los semidioses.
Me puse con dificultad en pie, mientras luchaba por no sucumbir al dolor y el mareo.
—No lo hice por ti—escupí—. Fue... simplemente lo correcto, porque siempre... siempre estoy del lado de la justicia.
Luke hizo caso omiso a mis palabras.
—Antes del choque final de poderes, tú y Crono tuvieron un duelo con la espada. Habilidad pura hasta que el mejor hombre ganase—sus ojos azules relucieron—. Él tenía toda mi habilidad, todos mis conocimientos, sabía todos mis trucos. Y aún así... ganaste. Si mi cuerpo no hubiese tenido la Maldición de Aquiles...
Negó con la cabeza.
—Fui nombrado el mejor espadachín en los últimos trescientos años, y aún así, lograste superarme. Podrás tener toda la fuerza divina del mudo, podrás ser el príncipe de los océanos y controlar los mares como hijo de Poseidón, pero, por sobre todo lo demás, ambos sabemos que tu gran fortaleza radica en tu maestría sobre el camino de la espada.
Desenfundó su hoja maligna, Backbiter. Su hoja refulgió con un poderoso brillo y el cuerpo de Zoë se deshizo en el aire.
Al remitir la luz, noté como el filo dicromático del arma había cambiado. La mitad de Bronce Celestial era ahora Plata Olímpica, y la mitad de acero templado ahora era de oro, un oro sagrado que refulgía intensamente.
—Haz lo que mejor sabes y convierte esta hoja maldita en una fuerza de la justicia—me dijo Luke—. Será tu nueva Anaklusmos, bautízala como quieras.
Lanzó el arma al aire, girando velozmente hasta llegar a mi mano. Sentí como en su interior coexistían varios poderes: la fuerza del mar de Contracorriente, la vitalidad divina de Zoë y algo más... toda la tragedia que Backbiter había causado incluso antes de su creación.
—No te equivoques, Luke—gruñí—. Hacer una cosa buena, por grande que haya sido, no te exime de haber causado tanto mal. No te convierte en una buena persona ni hará que te perdone por tus crímenes.
Luke me sostuvo la mirada.
—Eso lo sé, Percy—dijo—. Si en este momento se me diese la oportunidad, no dudaría en destruir a los olímpicos e instaurar un nuevo orden. Mi único error fue aliarme con Crono para lograrlo.
—¿"Unico"?—repetí—. Hay tantas cosas mal en esa oración que no me alcanza la eternidad para decírtelas todas.
Bajó la mirada y me dio la espada, despidiéndose con un gesto de la mano.
—Disfruta el regalo Percy, te lo ganaste.
Su cuerpo brilló y se deshizo en polvo.
Sostuve mi nueva espada, más grande que la anterior, pero igualmente bien equilibrada.
Apunté mi arma contra Hércules, tratando de despejar la infinidad de dudas en mi corazón e hice esfuerzos por sonreír.
—En una cosa Luke no se equivocaba—dije—. Realmente adoro usar la espada.
Mi viejo maestro sonrió y se puso en guardia.
—Veamos qué tienes ahí.
Mi sonrisa se ensanchó.
—Bailemos, viejo amigo.
Sujeté mi espada con todas mis fuerzas y solté un rugido gutural.
El poder del Éxodo de Hércules trabajó en conjunto con mi naturaleza como hijo de Poseidón. Sentí aquel tirón en el estomago y la marca sobre mi cuerpo echó humo.
¡ÉXODO DE HÉRCULES: DOCE DESASTRES Y PECADOS!
¡¡SÉPTIMO TRABAJO: ESTABLOS DE AUGÍAS!!
¡¡¡TORRENTE DEL RÍO DESENCADENADO!!!
De mis brazos comenzó a salir agua a chorros, como creada de la nada. Me impulsé con todas mis fuerzas hacia el frente, envuelto en cientos y cientos de litros que aumentaban en cantidad con cada segundo que pasaba.
Luego, con la potencia de un maremoto, arrasé con el campo de batallA. Toda esa agua se concentró a mi alrededor, girando como un gigantesco vórtice. El remolinó barrió con los alrededores.
Cargué a toda velocidad mientras que Hércules golpeaba el suelo con su puño, la tierra explotó y una grieta se abrió hasta mis pies. Evadí el ataque saltando a un lado y continué con mi avancé, alcanzando a mi enemigo y dejando ir sobre él una ráfaga de cortes y estocadas.
La sangre voló por el aire, pero eso no detuvo al dios, quien hacia caso omiso al dolor y continuaba luchando ferozmente.
Hércules volvió a atacar con un golpe descendente, retrocedí con un salto, esquivando all primer impacto, pero siendo mandado hacia atrás cuando toda la ladera estalló en mil pedazos que volaron por los aires.
Entonces, sin previo aviso, el dios de la fortaleza surgió entre la destrucción cargando a toda velocidad contra mí.
Traté de esquivarlo, pero fui muy lento y su embate me mandó al suelo. Fui arrastrado algunos metros hacia atrás antes de reincorporarme con un salto y sonreír enardecido.
Esquivé el siguiente ataque del dios agachándome y respondí haciéndole un corte en el abdomen. Ladrando más molesto que herido, Hércules dio un fuerte pisotón que hizo temblar el ya demolido suelo, mandándome nuevamente de espaldas, con mis pies dejando marcas en la tierra a su paso.
Alcé mi guardia y volví a atacar frontalmente, descargando una nueva sucesión de tajos y estocadas. Hércules flexionó las piernas y cargó contra mí, tratando de atraparme en un abrazo morta.
Esquive el embate con un salto y le hice un corte en la espalda, seguido de varias estocadas más, haciendo que el dios perdiera el equilibrio y diera varios traspiés mientras se bamboleaba torpemente.
—De acuerdo—sonrió—. Finalmente te has puesto serio.
Giró a una velocidad insospechada, sujetándome con fuerza por los hombros antes de mandarme a volar con un rodillazo. Acto seguido, mientras volvía a caer, el dios me atrapó por el cuello, para terminar dándome un fuerte cabezas que me dejó en el suelo.
El agua que corría salvajemente a mi alrededor hizo las veces de escudo, absorbiendo la mayoría del daño, curando mis heridas y dándome más poder y energía.
Me puse de pie de golpe, alzando mi guardia.
Hércules lanzó un gancho ascendente con su brazo derecho, el cual bloqué con un mandoble, no sin ser obligado a retroceder ligeramente.
Hércules buscó atacar con una patada lateral, no obstante logré esquivarlo con un quiebro, desatando una nueva tormenta de cuchilladas sobre su espalda.
Enfurecido, Hércules volvió a acumular poder en sus puños y lanzó un golpe frontal. Flexioné las rodillas y alcé mi hoja, interceptando el golpe y comenzado un forcejeo.
No obstante, con una sacudida, el dios me arrancó la hoja de las manos, que fue a enterrarse en el suelo algunos metros tras mi espalda.
Aprovechando mi sorpresa, Hércules se abalanzó contra mí con un potente derechazo, el cual detuve con un derechazo propio. Y mientras ambos brazos se debatían por sobre mi cabeza, con cada gramo de mi fuerza divina y el agua que corría a mi alrededor ayudándome a emparejar las cosas, comencé a golpear furiosamente el costado del abdomen de mi oponente usando mi puño izquierdo.
El dios retrocedió levemente, momento que aproveché para asestarle una bofetada a puño cerrado con el brazo derecho.
Hércules ladró y aumentó el tamaño de su brazo enormemente, lanzando así un puñetazo frontal de magnitudes monstruosas.
¡¡¡APHELES HEROS: PUÑO DEL GRAN HÉROE!!!
Me lancé contra él al mismo tiempo, esquivando por milímetros el puñetazo, el cual paso justo al lado de mi rostro, y respondí con un golpe propio directamente en la mandíbula del dios, quien fue mandado un par de metros hacia atrás.
La torrente que me envolvía rugió y lo derribó, estrellándole con dureza en el suelo.
Aproveché la oportunidad para recuperar mi espada, mientras que, sin perder el tiempo, Hércules se irguió en toda su altura.
Yo busqué atacar con una estocada frontal. Él me interceptó con un golpe, y no tuve más remedio que alzar mi hoja para protegerme.
Mi guardia fue obliterada por su puñetazo, mandándome al suelo. Hércules se lanzó sobre mí, pero logré reaccionar a tiempo, balanceando todo mi cuerpo y asestándole una patada doble en el abdomen.
Mientras él se recomponía, traté de atacar, pero con un veloz movimiento atrapó mi hoja, tomando impulso así para mandarme al suelo con un puñetazo.
Luego, los músculos del dios comenzaron a echar humo nuevamente. El suelo tembló y las líneas sobre su piel empezaron a refulgir.
Entendí que estaba a punto de utilizar el undécimo trabajo: las manzanas de las hespérides. Y eso no podía permitirlo, porque de lo contrario, todo el daño que le había logrado hacer habría sido en vano.
Me recompuse, giré alrededor del dios y le conecté una profunda estocada en la espalda antes de que alcanzase a girarse, interrumpiendo el poseso del trabajo y causándole un terrible daño.
Hércules se tambaleó desequilibrado, momento que aproveché para atacar con aún más violencia.
El dios giró sobre sí mismo y me dio un golpe en el estómago, haciéndome encorvar de dolor y vomitar sangre.
Retrocedí con un salto y, por mero instinto, comprendí que el final había llegado.
Hércules aulló al cielo, levantó la mirada y cargó de frente. El suelo tembló y se resquebrajó mientras cargaba frontalmente, poniendo todo su empeño en alcanzarme.
Lanzó un gancho derecho mientras avanzaba a toda velocidad. No tuve tiempo de reaccionar, fui golpeado en el rostro y estrellado contra el suelo.
Traté de reincorporarme, pero el dios cero su puño izquierdo alrededor de mi cuello, dándose así la vuelta y levantándome en alto.
Me retorcí, giré sobre mí mismo y alrededor del brazo de Hércules, conectándole así una patada en el rostro.
El agua entro por su boca, y mientras él retrocedía y tosía, caí al suelo de golpe.
Débilmente me puse en pie, mientas que el dios cargaba nuevamente.
Hércules lanzó un gancho derecho. Yo respondí con un mandoble.
El dios retrocedió tras el impacto, con sus nudillos sangrando a chorros, tomó impulso y cargó con un siguiente ataque, ahora con el brazo izquierdo.
Lancé otro mandoble. El choque casi me arranca la espada de las manos, pero logré resistir.
Ambos retrocedimos. Todo el cuerpo de Hércules estaba lleno de cortes sangrantes gracias a los innumerables ataques que había recibido.
El dios levantó la mirada, sus ojos relucieron con orgullo mientras me miraba.
Con un ladrido, se lanzó sobre mí con ambos brazos. Tracé un arco ascendente con mi espada, rajándole desde el abdomen hasta el hombro, luego, tomando impulso, lo apuñalé de lado a lado en el abdomen con mi espada.
Hércules retrocedió, respirando con dificultad, sangrando a chorros y con mi hoja aún enterrada en su carne.
Pero, siempre indomable, sonrió y volvió a atacar. Nuestros brazos chocaron en el aire, forcejeando con todas nuestras fuerzas.
El agua a mi alrededor se había secado y evaporado hacia ya rato, pero en cambio, el dios había perdido tanta sangre que apenas y se mantenía en pie.
Retrocedí levemente y le di un cabezazo, haciéndolo retroceder nuevamente. Luego, estirando mi mano sustraje mi espada de entre su carne y apuntando finamente le hice un profundo corte trasversal en el pecho, justo a la altura de su corazón.
Finalmente, con lágrimas en los ojos, me adelanté, abalanzándome sobre él con el puño extendido, usando mi fuerza divina en el golpe final.
¡¡¡DEAR GOD!!!
Hércules vomitó sangre, con mi puño atravesándole el corazón.
—Perdóname...—sollocé.
Hércules sonrió, débilmente abrazándome con las fuerzas que le quedaban.
—No hay nada por qué disculparse—sonrió—. Haz cumplido tu misión, completaste el Éxodo de Hércules... trajiste justicia a un mundo donde parecía imposible... estoy tan feliz te haberte elegido mi sucesor... y ahora, finalmente... descansaré.
Traté de contener las lágrimas, pero me fue imposible.
—No quiero perderte otra vez, hermano...
—No lo harás...—aseguró—. El espíritu de la justicia yace dentro de toda la humanidad, en lo profundo de su debilidad innata... tienes que recordárselo al mundo... tienes que guiarlos con el ejemplo.
Sus ojos se empañaron mientas su cuerpo comenzaba a desvanecerse en luz verde esmeralda.
—Salva a tu mundo como yo no pude salvar al mío... serán un tanto estúpidos... pero los humanos... y los dioses... lo merecen.
Se deshizo en polvo estelar y yo me llevé una mano al corazón.
—Lo juro...—murmuré—. Lo juro por el río Estigio, hermano...
La realidad se iluminó, y regresé a donde todo había comenzado.
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